El otro día fui a la inauguración
de una planta de tratamiento de aguas potables, la ETAP de Medina de Pomar (creía
yo), en la que podría decirse que había colaborado, aunque también podría
decirse que se trataba de una planta que había diseñado.
Como casi siempre ninguna de las
dos cosas es más cierta que la otra: innegablemente había colaborado en el
diseño del tratamiento casi hasta poder decir que yo había hecho el diseño,
pero solo del proceso y equipamiento, que como es la parte importante, la que hace que
funcione, podría decirse que yo la había diseñado; pero ni yo firmaba el
proyecto ni había realizado la totalidad del mismo así que no puedo decir que
la hubiera diseñado completamente.
En cualquier caso pensaba que conocía
bien la planta y que básicamente iría a disfrutar de verla construida, de los canapés
y poco más. Ese era el plan: hacer acto de presencia, comprobar que todo estaba
bien, saludar a los conocidos sonriendo tontamente a los políticos, tomar unos canapés
y un par de cervezas, pero sin abusar ya que seguramente andarían las fuerzas
vivas de la localidad (Aka la Guardia Civil) y puesto que además teníamos pensado
volver a tiempo para tomar unas gambas en el chiringuito de la sierra (del que
ya os ha hablado otras veces), e incluso pasar por Cercedilla y visitar la que
debe de ser ya vuestra librería de referencia pero de la que creo que aún no os
he hablado, o no o suficiente.
Yo tenía mis dudas respecto a las
posibilidades reales de cumplir este horario, en primer lugar porque no tenía
ni idea de donde quedaba Medina (yo trabajo sobre plano sin visitar, casi
nunca, el sitio concreto) y sobre todo porque en mi experiencia – que se basaba
en las muchas inauguraciones a las que mi padre me llevaba durante los primeros
años ochenta, el primer Plan de Saneamiento Integral (PSIM) lo inauguramos
juntos prácticamente entero, yo tomando refrescos y devorando los, entonces,
tradicionales canapés perfectamente barnizados, y mi padre ejerciendo de presentador
técnico de la planta - estas cosas podían alargarse mucho con discursos y
presentaciones.
Seguramente, por la ausencia de
mi padre como presentador técnico de las instalaciones, que cuando se ponía (y
cuando no se ponía, también o incluso más) podía resultar excesivamente didáctico
y cuasi eterno; más bien digamos que por la ausencia de un presentador técnico el
acto se redujo a lo mínimo imprescindible y nos dio tiempo a cumplir el horario
casi en su totalidad, tomándonos las preceptivas gambas pero sin llegar a
visitar al librero tarambana, que
seguramente andaría echándose la siesta o haciendo la siesta que nunca se sabe,
y eso teniendo en cuenta que paramos en otra obra de camino (no por sentirnos
como jubilados si no porque también era un proyecto nuestro y pillaba de camino
hacia las gambas).
En cualquier caso, como decía, no
esperaba que la planta me sorprendiera ya que, como decía, había participado en
el diseño; no podían haber cambiado nada significativo sin informarme
(pensaba). Y no, no habían cambiado nada significativo salvo que ahora la
planta tenía “nombre”: ETAP DE CAMPOS
GÓTICOS, ni más ni menos, para haberlo sabido.
Tampoco es que si lo hubiera
sabido habría sacado mis (inexistentes) ropajes a lo Cure, ni que me hubiera
cardado mi (inexistente) pelo, ni mucho menos me hubiera pintado la raya de
(estos si, existentes) ojos. No, nada de eso; tan solo es que es un nombre
mucho más elegante que con el que yo tenía archivado este trabajo y me daba
pena no haberlo utilizado antes.
La verdad es que lo de las inauguraciones,
por muy tonto que sea, me sigue haciendo ilusión ya que pese a llevar más de veinticuatro años
diseñando plantas de tratamiento casi nunca he estado invitado a las
inauguraciones de las mismas, de hecho posiblemente en todos estos años es la
segunda o tercera vez que iba a participar en la inauguración de algo que había
diseñado yo. Inconvenientes de ser “un
negro”, o más bien el ultimo eslabón de una cadena muy larga, el ultimo
mono (bueno, el penúltimo ya que incluso por debajo de mi hay gente que hace
una parte importante del trabajo), en la que pese a ser yo el que hago el
trabajo de diseño normalmente es otro el que firma el proyecto, se lleva los laureles
y es invitado a las inauguraciones. Es sabido que a los escritores, de
autobiografías y otros, no les invitan a las presentaciones de los libros
(bueno, a Rafa cuando realizo la autobiografía de Marilyn sí; pero aquello era
distinto) sino que va el biografiado o el firmante, que obviamente cuenta lo
mucho que le costó escribir el libro que le han escrito.
El caso es que esta vez, estaba
invitado porque aún hay gente razonablemente honrada en este mundo, gente que
no quiere apuntarse los trabajos de otras personas, aunque los asuma porque
para eso les ha dado la confianza de hacerlos, gente que sabe que es lo que ha
hecho y que es lo que han hecho otros y como repartir el mérito.
De hecho este es el único motivo
por el que en todos estos años he acudido a dos o tres inauguraciones (todas en
los últimos años): por Bermejo (José Ramón, para más señas, pero desordenado porque
tampoco se trata de que salga esto en cualquier búsqueda) que me ha invitado a
las inauguraciones de las plantas en las que he participado con él (también me
ha invitado a visitar las obras durante la construcción, pero no siempre he ido
a verlas ya que, como sabéis, a mí el campo no me tienta mucho y las obras que
yo hago siempre están en el campo). Al resto de obras que se han construido con
los proyectos que yo he firmado con, entre otros, los nombres de Atanasio,
Luis, Antonio, Carlos, Santiago, e incluso algún Hipólito (no son necesarios
los apellidos ya que ellos saben quiénes son y, ya digo, tampoco se trata de
salir en cualquier búsqueda) pues no he sido invitado a verlas nunca y menos a
la inauguración.
Además, para mi es una obra especial, no solo por aquello de
estar invitado en calidad de proyectista, si no que también me resulta especial
por ser una planta de agua potable, ya que yo normalmente me dedico al agua
residual, lo que viene siendo la mierda (motivo por el que cada vez que vais al
baño contribuís a darme trabajo; queráis o no) y aunque puedan parecer lo mismo
son temas muy diferentes. Las plantas de agua potable (llamadas estaciones de
tratamiento de agua potable o ETAPs) son mucho más elegantes y limpias que las
plantas de aguas residuales (llamadas estaciones depuradoras de aguas
residuales, o EDARs; a las que ahora se les quiere cambiar el nombre a ERARs,
queriendo significar estaciones regeneradoras de aguas residuales. Tiempos,
nomenclatura y diseño).
De hecho creo que incluso mi
hermano Rafa podría visitar una ETAP sin tener necesariamente que vomitar a los
cinco minutos como le paso una vez, creo que en 1995, cuando en un viaje a
Piles tuvimos que parar en la EDAR de Almansa ya que yo tenía que hacer el
proyecto de remodelación y necesitaba visitarla. Aunque recuerdo que le ofrecí
a Rafa dejarle en un bar y pasar a recogerle después de la visita le pareció
una tontería y se empeñó en venir a la visita, creo que incluso le hacía algo
de ilusión ya que era una planta que había diseñado y construido nuestro padre
y si a mí no me daba asco ¿Por qué se lo iba a dar a él? ¿Es que pensaba que
era una nenaza (sin connotaciones machistas,
que conste)? De ninguna forma.
Así que nos, ambos, nos reunimos
con el operario de la planta y empezamos, por aquello de empezar por el
principio, por el pretratamiento, por las rejas que retienen lo más gordo:
condones, resto de comida o animales, en fin, todo tipo de mierda; incluso en
algunos casos, (no en este, afortunada o desgraciadamente) restos humanos e incluso
cadáveres enteros.
Normalmente la visita a las rejas es algo
rápido: ves cuantas hay, de qué tamaño, de que paso, como están funcionado y
pasas a lo siguiente por lo que aunque sea un poco “sucio” no sueles estar el tiempo suficiente para que te de
especial asco. Hay poco que ver (a menos que sepas mirar).
Sin embargo Rafa no tuvo suerte
ya que en este caso no funcionaban bien, pero tampoco funcionaban tan mal como
para que el operario nos lo dijera. Pero había algo raro en ellas, algo muy
raro, que se notaba que el operario sabia pero no quería contar para ver si nos
dábamos cuenta (los listos de los
ingenieros).Él lo sabía, pero ninguno de los ingenieros que habían estado
visitando la planta esos días, a los que él tenía que contarles la planta
perdiendo el tiempo de su cigarrillo, de su café o de su merecido descanso,
había comentado nada. Esas rejas eran su prueba
para ver si sabíamos de que hablábamos, o si, como el suponía y ya había
comprobado los días anteriores, los listos
de los ingenieros no teníamos ni idea y solo sabíamos de papel, pero no de la realidad y por lo tanto no merecía la pena
dedicarnos tiempo ni ser especialmente cordial. Si ni siquiera podíamos ver que
las rejas funcionaban mal, es que no teníamos remedio.
Rafa tuvo mala suerte ya
que yo me quede mirando atentamente las rejas durante, posiblemente, unos cinco
minutos; unos minutos que a Rafa se le hicieron casi infinitos ya que él, en
lugar de mirar la reja, estaba mirando la mierda que quedaba retenida en la
reja intentando identificar las distintas cosas que quedaban atrapada en la
misma. Un error que en poco más de cincuenta segundos ya le había revuelto el
estómago hasta el límite del vomito.
El operario tuvo suerte
ya que para evitar el vómito Rafa le ofreció un pitillo que por lo menos le
permitiría aprovechar el tiempo de la visita para echarse un cigarrillo (en esa
época, más civilizada, ofrecer tabaco era un símbolo universal de cordialidad).Increíblemente
Rafa también me ofreció (mas probablemente me pidió que ofreciera, aunque no
quiero levantar falsos testimonios) por lo que los tres nos pusimos a fumar.
Entonces yo tuve suerte y lo vi,
lo vi claro: ya sabía que le pasaba a la reja e incluso sabia porque.
Se lo comente al operario que sorprendido,
ya que yo era un joven ingeniero
(comparado con los otros listos y mayores, senior creo que los llaman
ahora, ingenieros que habían visitado la planta), dio por superada la prueba y
cambio totalmente su actitud: ahora si nos enseñaría la planta encantado y
comentaríamos los problemas de verdad, eso sí, cuando acabáramos de fumarnos el
pitillo contemplando la reja para desgracia de Rafa.
En honor a la verdad diré que
Rafa finalmente consiguió no vomitar aunque se disculpó de subir a ver los
lechos bacterianos, la parte más interesante aunque con un grave problemas de
moscas, larvas e insectos, disculpándose en general de visitar atentamente el resto de la planta mientras
, creo, se hizo la firme promesa de no volver a visitar alguna depuradora en
toda su vida salvo que le obligaran a punta de pistola y aun así, se lo
pensaría.
Una vez visitada la planta,
durante todo el viaje hasta Piles e incluso durante las siguientes horas de
conversación con mis padres, Rafa no paraba de estar sorprendido, asqueado y horrorizado
de los cuarenta minutos o más
que yo me había pasado mirando una reja
llena de mierda así como del apestoso e insoportable olor, hedor creo que era
la palabra que usaba para referirse al olor, que había tenido que soportar (estoicamente
– si ni siquiera había vomitado) y de lo enfermo mental que era su hermano
(algo que ya sospechaba) que recorrió el resto de la planta charlando
amigablemente con el encargado.
Si bien durante el viaje hasta
Piles no consiguió contar con mi comprensión ya que la planta estaba bastante
limpia y olía bastante poco para lo esperable si encontró la comprensión de mi
madre que se escandalizaba con las descripciones literarias de mi hermano (el
escritor), pero no así la de mi padre que sí que recordaba la planta que había
diseñado unos veinte años antes y que no creía que pudiera ser especialmente
desagradable, ya que de hecho era una planta bastante elegante y limpia y que
estaba encantado de que la hubiéramos visitado ambos: el ingeniero y el
escritor.
Obviamente mi padre estaba más
encantado de que la hubiera visitado el escritor (Rafa) que el ingeniero (yo)
ya que para Rafa era la primera, visto lo visto juraba que sería además la última, mientras que para mí era una más
en lo que ahora era mi forma de ganarme la vida, aunque conmigo tuviera más
posibilidades de comentar.
Al fin y al cabo yo había estado
en mi primera depuradora (al menos la primera que recuerdo: la de Castellón de
la Plana) si no me equivoco en el verano de 1979, a la tierna edad de trece años (eran
otros tiempos), de camino desde un campamento de la OJE (si, de los fascistas.
Era lo que había en esa época, no se podía elegir) a Játiva (Vale, Xátiva que
es el que han elegido los socarrats)
y desde entonces había visto muchas, ya que mi padre me solía llevar como
acompañante/mascota/amuleto casi cada vez que tenía que ir a visitar una (creo
que he visto todas las de la comunidad de Madrid) y muchas otras ya que ya
llevaba más de cinco años haciendo proyectos de depuradoras (aunque esta era la
primera iba a ampliar una que hubiera construido mi padre) pero para Rafa era
la primera.
Normal que a mi hermano aquella
reja le pareciera sucia – que no estaba muy limpia pero tampoco especialmente
sucia (en alguna parte debo tener una foto pero no consigo encontrarla) – y normal
que mi padre le diera más importancia a que mi hermano hubiera visto su primera
depuradora; y ultima a juzgar por su reacción, salvo alguna que pudiera ver al
fotocopiar algún plano durante el corto tiempo que trabajo conmigo.
Pero divago, si eso, ya os lo
cuento otro día que hoy solo quería hablar de la inauguración de la ETAP de
Campos Góticos (y de lo bonita que nos ha quedado; además parece que funciona
por si os lo preguntabais).