sábado, 28 de mayo de 2016

Comentario de textos - Mayo 2016


Señales de Humo – Rafael Reig
El impresor de Venecia -  Javier Azpeitia
La Cata – Roald Dahl
Avenue of Mysteries – John Irving
¿Has tenido familia alguna vez? – Bill Clegg
Los impunes – Richard Price
Relatos tempranos – Truman Capote
La mano de Dios – Philip Kerr


Si el mes pasado llegaba tarde, tarde, a esta cita con mis comentarios este mes me Adelanto y empiezo a escribir esto en una mañana de sábado cuando todavía no ha acabado mayo, como además ayer empezó la Feria del Libro y todavía quedan tres días de mayo existe la posibilidad de que todavía debiera añadir algún libro a esta lista del mes. En cualquier caso como dudo que visite la Feria en fin de semana (nunca se sabe), como ya hay bastantes en mi lista y como además en ella están un par de ellos de autores conocidos (conocidos por mi, personalmente quiero decir) he decidido escribir antes de tiempo y quien sabe igual a alguien le sirve para decidirse por comprar alguno de estos libros en la feria.

Aunque, creo que innecesario decir cuál es el que creo que deberíais de compraros – no debería haber duda al respecto – cambiare mi habitual orden cronológico para mencionar que una compra obligatoria, sin el “casi” que suele ponerse, debería ser: Señales de Humo. Si alguno tenéis un hermano mayor sabéis que precisamente – pese a la creencia popular – este sería un motivo para no hablar bien de él, ya que a) las relaciones con alguien con quien has compartido habitación obligatoriamente desde pequeño no son las mejores referencias para llevarse bien y mucho menos para hablar bien de él; b) si te ha tocado vestirte con las ropas heredadas, de segunda mano vamos, o jugar con los juguetes que el ya había roto o manipulado (razón por la que supongo mi juego favorito de pequeño era el QuimiCefa ya que la escasa afición de mi hermano por la ciencia practica – no así por la teórica que siempre le ha gustado, pese a no estar claro que su entendimiento de la misma sea correcto en algunos casos – me permitía tener un juego de primera mano) tampoco ayudan a apoyarlo y c) (citando al propio autor, con recelos por los motivos anteriores) está muy bien saber, e incluso reconocer, que algunas personas son geniales, que tienen más cultura que tú, que escriben mucho mejor y que, así en general, puede que incluso sean más inteligentes. Todo eso está muy bien pero sería mucho mejor si fuera una persona desconocida, a ser posible de un lugar lejano, y no alguien a quien conoces. No, que sea alguien a quien conoces mola poco, que se a tu hermano no mola nada: mucho mejor si fuera alguien de la sierra de Cazorla o de Babia. Pero en fin, esto es lo que hay… el único consuelo es que gracias a la dedicatoria tengo una prueba de que al menos en cuanto a códigos se refiere claramente le supero.

En cualquier caso se trata de un libro brillante, con partes que son más que excelentes que justifican totalmente la compra del mismo – incluso justifican la compra de dos ejemplares: uno en una tienda que puntué para las listas de éxitos de la prensa y otro en la Librería Fuenfría de Cercedilla para llevárselo dedicado y también para apoyar económicamente al autor de cara a nuevas novelas, aunque con partes que se hacen un poquito más espesas. Supongo que esto último, lo de que haya partes “mas espesas” puede hacer dudar a alguno pero si pensáis en el libro como en un disco – algo de lo que me costó mucho convencer a mis padres cuando era pequeño para conseguir que me subvencionaran la compra de discos de forma parecida a como subvencionaban la compra de libros – es evidente que hay discos excelentes aunque todas sus canciones no lo sean, de hecho yo tengo muchos discos (creo que todo el mundo debería tenerlos ya que algunos son obligatorios) que solo tienen una canción excelente, una canción justifica todo el disco, incluso a veces toda la carrera musical de un artista (conste que este no es el caso del libro, ni del autor, que, puedo decir, que tiene mucho más que una canción).

Imagino que puede leerse como un libro de texto, de crítica o teoría literario que es en la zona en la que absurdamente, seguramente por alguna rencilla personal, los de La Casa del Libro han decidido clasificarlo como tal y relegarlo al sótano en lugar de ponerlo en exhibición con las novedades pero yo me lo he leído como una novela (como leo casi todo, salvo la poesía) que creo que es lo que es. 

Vale que es una novela con un tema, la narración, que al fin y al cabo no es más que “Por eso la narración es el depósito de lo que sabemos o creemos sobre nosotros mismos y sobre cómo debemos vivir nuestra vida” e incluso tal vez con una tesis: “No hay que ser uno mismo, gente del provenir, por mucho que lo repitan los poetas y las compañías telefónicas: hay que ser otro, todos los demás”, es decir algo más que la solidaridad: la compresión del otro, la identificación con él, el conocimiento de que formar parte de algo mayor que uno mismo y en consecuencia como se ha adaptado la forma de contar historias, lamentablemente, en el sentido contrario hasta llevarnos a esa individualidad/insolidaridad que es la señal de identificación de estos tiempos (incluso entre las personas solidarias, que lo son, en muchos casos, precisamente por no identificarse con los que son solidarios, si no por sentirse/saberse diferentes).

Se trata asimismo de un libro sumamente culto en el que se nos recuerdan (mejor, se nos enseñan) curiosidades como que (ya sabéis quienes) “se limitaron a llamar waterboarding a lo que en la edad media se conocía como tormento de toca y agua, inventado por la Inquisición, ya que tenía prohibido derramar sangre o mutilar” probando que ni siquiera en las cosas malas hemos avanzado tanto como pensamos o incluso probando que siempre, en cualquier área del conocimiento, hay que conocer a los clásicos; incluso nos recuerda ciertos desatinos que han llevado hasta nuestros días con fuerzas renovadas como “hasta comer sin sal, que, como todo el mundo sabía, era cosa que solo hacia el Maligno, pues cuantos participaron en algún aquelarre confesaron (bajo tortura en general) que en los banquetes del Diablo ningún alimento llevaba sal, lo que les hizo incomodo tragarse aquellos manjares”, desatino aconsejado actualmente por gran parte de la profesión médica incluyendo a mis médicos. No puedo evitar señalar que si bien creo que todo lo recogido en el libro puede ser cierto tengo mis dudas sobre algún detalle concreto como ese de que Cervantes “En 1580, tras cinco años y un mes cautivo, desembarco cerca de Denia, en la playa de Piles” ya que la ubicación concreta me parece una pequeña licencia poética o, más probablemente, un guiño a la propia historia familiar.

Con todo, incluso con el prisma deformante del odio de un hermano pequeño, un gran libro cuya mayor pega – que seguramente se hará famosa, en algunos círculos – es la errata en un verso de Vallejo que proporciona al verso un giro casi surrealista (vinculándolo de forma extravagante con el mundo de la moda) que pese a todo resulta comprensible e incluso divertida.

El cuento La cata, lo compre para regalárselo a mi amigo Muñoz que ahora anda metido en medio de un divorcio y viviendo en un apartamento provisional en el que obviamente solo tiene algunos libros de esos de aeropuerto o estación sobre gestión empresarial y cosas igualmente absurdas. No es que crea que antes de su divorcio tuviera algún libro decente  en su casa y sé que no es lo que llamaríamos un lector por lo que realmente regalarle un libro es algo que no tiene demasiado sentido salvo el de regalarle a alguien algo que nunca se compraría el mismo. Dahl es un autor que yo siempre recomiendo para aprender a leer en inglés, me parece fácil de leer y sus historias siempre son entretenidas con ese puntito británico de mala leche y aunque este estuviera traducido estaba ilustrado lo que obviamente siempre le da un puntito para aquellas personas no excesivamente lectoras y precisamente este libro va (bueno, no es exactamente que vaya de eso) sobre una de las pocas aficiones confesables de Muñoz: el vino, la cata de vinos y eso de distinguir un vino de otro. No hace falta decir que el cuento, como casi todos los de Roald Dahl, es entretenido y aunque ya lo hayas leído siempre se disfruta de la relectura por lo que antes de regalárselo me regale una relectura del mismo y no sé si es por eso, o solamente porque mi memoria anda cada dia peor, por lo que el otro día que estuve con él se me olvido regalárselo pero en breve espero acordarme y que su casa, aunque provisional, tenga un buen libro (o al menos un buen cuento).

Azpeitia es amigo de mi hermano Rafa y por lo tanto más o menos amigo y conocido de toda la familia, siendo además uno de esos amigos que a mi hermano le molesta un poco  – a la vez que le agrada mucho – que sean buenos escritores de su misma generación y que como él dice ya podrían haber nacido más lejos y no ser uno de tus amigos para poder o envidiarles u odiarles tranquilamente sin los problemas de la amistad. Dado lo rápido que cambian las novedades en las librerías , casi más que la ropa en un Zara o en un Primark, es posible que si no hubiera sido por Rafa la edición de este libro, El mercader de Venecia, se me hubiera pasado entre mis visitas a mis librerías de referencia y hubiera sido una pena ya que todo lo (poco) que he leído de Xavi (si, en la familia le llamamos Xavi) me ha gustado (si recomendara libros, recomendaría, sin lugar a dudas, la lectura de Ariadna en Naxos). Si bien suelo decir que me gusta más como poeta que como narrador esto es solo porque tengo un incunable suyo (un borrador único, o casi único, de Miedo a perder la memoria) que no está entre mis  posesiones mas preciadas y sobre la base del que a veces estoy a punto de que Azpeitia es el mejor poeta actual hasta que obviamente me acuerdo de Nogales,  al que por mucha amista que haya hay que llamar Don Pablo Nogales, que sin lugar a dudas y pese a ser poco practicante se ha ganado el derecho indiscutido a ese titulo.

En cualquier caso se trata de un libro muy bueno al que tal vez le pasa algo parecido a lo que le pasa al manual de Rafa y es que a ratos resulta demasiado culto lo que si bien no lo hace difícil de leer sí que te crea un cierto sentimiento de incultura y de estar perdiéndote referencias y conocimientos esenciales (como con esa imprecación de “por Hecate” que esta por todas partes casi como una celebración de amigos borrachos o la posible broma/parecido con la editorial Ancora y Delfín en la que estoy seguro que hay mucho más de lo que yo he sabido captar). No solo está muy bien escrito y refleja un amor impresionante por los libros, aquí más centrado en el oficio necesario para la edición del libro (el impresor) que en la literatura en si como en el caso de Rafa si no que ofrece visiones alternativas de imágenes y cosas que merecen la pena: “¿Has visto como pintan a la Virgen, pisando una víbora? No es que se esté peleando con ella, eso son engaños para cristianos: la víbora es parte de ella y la pisa para que no ataque. Si la suelta estas perdido”; reflexiones que no dejan de ser de actualidad: “Sera un infierno y será horroroso y lo que tú quieras, pero cuando te pones a hacer cuentas, al final de las crisis siempre se gana más que en las bonanzas, aunque sea vendiendo la cuarta parte. Ya lo dice el refrán: Vaca flaca engorda al amo” que a su vez se basan en ciertas premisas de la desigualdad inherente a las relaciones laborales en las que se los poderosos pueden afirmar que “el jornal es el dinero mejor invertido, te da esclavos convencidos de que son libres”.


Un gran principio de mes, con estos dos libros excelentes por derecho propio y no por ser de familiares y conocidos pese a lo que pueda parecer que merecían ser seguidos por uno de mis (y de una supermodelo de los ochenta, de nombre Claudia) clásicos personales: John Irving y su Avenue of mysteries. Si, así en Ingles, ya que pese a que ya estaba la traducción disponible y esperándome en mi librería de referencia, ya sabéis la Librería Méndez de la calle mayor, y seguramente habría llegado también a la librería Fuenfría de Cercedilla, decidí pedirlo a Amazon para poder leerlo en inglés ya que nunca es lo mismo y en algunos autores la versión original es, si es posible, necesaria. De Irving lo he leído todo, incluso un libro que el mismo se permite referenciar en este diciendo que es un libro que no ha leído casi nadie (probablemente Claudia no lo haya hecho) y todos (salvo uno), incluso ese que no le ha gustado a ninguno de mis conocidos, me han gustado. Por eso me extraña tanto que esta vez no haya sido ni tan siquiera capaz de acabar esta novela, que he dejado cuando llevaba tres cuartas partes, y me temo lo peor que no sea culpa suya si no culpa mía, que haya cambiado últimamente más de lo que había imaginado que había cambiado. Igual simplemente no era el momento para este libro y para mí pero me duele no haber sido capaz de acabarlo.

Pese a no haber podido terminarlo, Irving siempre tiene reflexiones que comparto como la que hace sobre la reescritura de la vida, ya sea en modo de biografía o de simple historia, ya que toda biografía y en cierta medida casi cualquier historia – Rafa dixit, creo – es en gran medida póstuma, como también lo son los recuerdos o los sueños: “The way you remember or dream about your loves ones – the ones who are gone – you can’t stop their endings from jumping ahead of the resto of their stories. You don’t get to choose the chronology of what you dream, or the order of events in which you remember someone. In your mind – in your dreams, in your memories – sometimes the story begins with the epilogue.”

¿Qué haríamos si toda nuestra familia muriera y nos quedáramos completamente solos?¿Cómo reaccionaríamos ante ese puñetazo de dolor Está son las preguntas con las que la contraportada presenta el libro ¿Has tenido familia alguna vez? Y por razones obvias que no vienen al caso de momento y que tampoco hay que repetir ya que mis pocos lectores ya sabéis a que me refiero pues me tentaron a comprarlo. Leído el libro y comparando este con la contraportada solo puedo darle una vez más la razón a mi hermano cuando explica lo extraño que resulta que la gente compra sus libros precisamente por lo único que él no ha escrito: la contraportada, que habitualmente escribe la editorial más con un interés comercial que con uno de reflejar la realidad del libro al que acompaña. Cuando esto ocurre, como es este caso, todo el libro sea bueno o malo se ve desvirtuado (al menos para mí) y uno se queda con un mal sabor de boca que ni siquiera la coincidencia con ciertos planteamientos pueden paliar: “En general, he hecho las paces con mis errores, pero a menudo me tropiezo con un recuerdo y me tumba”.

Estoy seguro, es inevitable y en gran medida coincido, que eso de comprar algunos libros en el idioma original es una pedantería, incluso una pedantería innecesaria pero precisamente en este libro (y en otros) además de la falta de coincidencia entre la contraportada y el contenido se detectan algunos problemas de traducción que parecen indicar que posiblemente el original tiene otro sonido, otro ritmo (otro tropo que diría un poema de Vallejo sin errata) que lo mejoran ya que leer algo como  “… con los familiares sonidos del chicle de la Madonna de los ochenta…” ciertamente hace daños a mis odios y si traducimos (probablemente) “Bubblegum music” por chicle cuando menos nos perdemos cuando no nos enfadamos directamente.

Esto de la traducción es aún más importante cuando precisamente una de las características del autor es su uso del lenguaje, del lenguaje de la calle, su uso precisamente la seña de identidad, es lo que da credibilidad a la novela. En estos casos esto tiene que estar mucho más cuidado, por lo que leer algo como “Un cenicero en el que se acumulaban los restos de cinco filtros de Kool y la capa de un puro vaciado de picadura de la que aun colgaban unas cuantas hebras de sativa” entiendo que para describir un cenicero en el que había colillas y los restos de un porro en una novela de un escritor que se supone refleja el lenguaje callejero es cuando menos preocupante. Esto es exactamente lo que pasa en Los impunes, que es una novela correcta aunque nada deslumbrante en el planteamiento pero que se supone escrita por uno de los guionistas más cotizados por su verbo callejero en estados unidos. Me cuesta creerme que la frase suene ni medio parecida en inglés, que tenga las mismas implicaciones, el mismo “trapo”… aunque todo es posible y puede que no sea problema del traductor. Nunca se sabe pero las otras novelas que he leído de Price sin traducir si tienen ese sonido callejero y esa credibilidad en el lenguajes, o mejor dicho en la adaptación del lenguaje a los personajes.

No tengo muy claro que me llevo a seleccionar Cuentos tempranos de Capote entre los libros que había. Supongo que fue simplemente su estatus de autor clásico, casi de lectura obligatoria, ya que creo recordar que otros cuentos que había leído de el no me habían gustado especialmente (excepción hecha del obvio) si bien si me gustó muchísimo un libro de entrevistas que leí hace tiempo y en el que en lugar de entrevistar a Marilyn entrevistaba a su asistenta (o criado, que eran otros tiempo). En cualquier caso el calificativo de tempranos me tenía que haber hecho desconfiar, precisamente por su sinceridad ya que esto es lo que son: unos cuentos tempranos, de un principiante que apunta maneras pero que no tienen nada especialmente remarcable. Se leen bien, sin problemas pero creo que solo tienen, si es que tienen alguno, un interés para fans o para estudiosos. Ahora mismo soy incapaz de recordar ninguno que me haya dejado la más mínima huella, lo cual es realmente pobre, y ninguno de ellos me ha hecho tomar una nota de una idea o frase interesante (que por otra parte es la única forma que tengo de conseguir recordar algo entre la lectura y la escritura de estas lecturas).

Hace un par de años tenía dudas sobre si Philip Kerr era de verdad aficionado al futbol o de si sencillamente, después de su serie de éxito sobre un investigador privado en la Alemania nazi, había decidido hacer una especie de tour de forcé y escribir una novela sobre un tema que a priori podría prestarse poco a desarrollar una buena novela: el mundo del futbol. Digo esto no porque crea que el mundo del futbol carezca de los elementos para hacer una novela negra ya que otra cosa no le faltara pero dinero, corruptelas, drogas, mafias, en fin todos los elementos para una novela (o una serie) negra los tiene sí no más bien en el sentido de si puede leerse con placer una novela sobre futbol (no, no me refiero a una novela en la que el futbol sea un añadido, como en la de Rafa, o como los cuentos aquellos de Rafael Verdu), me refiero a una novela negra en la que los personajes sean futbolistas y que realmente sea sobre futbol.

La duda se me quito cuando leí Mercado de invierno, la primera novela de la serie del entrenador investigador privado Scott Manson, que era una novela negra muy maja, pero pensé que se debía precisamente al oficio de Kerr y que era una casualidad. Pero parece que no, ya que La mano de Dios me ha parecido una novela excelente y eso que – como si fuera una novela cultureta – estoy casi seguro de que me he perdido casi todas las referencias de la novela, y seguramente cosas que mucha otra gente hubiera captado sin ningún problema. La verdad es que resulta un poco cabreante confirmar que existe otra cultura de la que yo no tengo ni idea, que existe otro tema en el que soy enciclopédicamente inculto. Es incluso un poco más cabreante perderse las referencias de una cultura – que para mal en mi opinión – es mucho más extendida, más social, más común que la cultura minoritaria, esa cultura con mayúsculas que comparten seguramente la mayor parte de mis contemporáneos pero que a mí me resulta totalmente ajena pero que existe (pero si hasta hay un santo de los jugadores de futbol: San Luigi Scrosoppi se llama el santo y ). En cualquier caso si bien la novela no me ha dado ganas de aprender más de futbol (ni siquiera el conocer a Paul Heaton, un verdadero fan del futbol y un genio de la música, y la posibilidad de comunicarme un poco más con un él lo consiguieron) he de reconocer que es la típica novela muy entretenida como no esperaba menor de Kerr y al menos yo, de momento, seguiré leyendo las de la serie.

Pues nada, acabo aquí mis libres del mes de forma anticipada y curiosamente con tiempo para ver la final de un torneo de fútbol (creo que la Champions) que parece que se juega en breve entre el Real y el Atleti… curioso y con tiempo, pero no lo suficientemente curioso como para verla. Ya me informare mañana (inevitablemente) y ya, si eso, más adelante intento solventar mis lagunas oceánicas de incultura futbolera.


sábado, 14 de mayo de 2016

Comentario de textos - Abril 2016

Los diarios de Adán y Eva – Mark Twain
El arte de tener razón – Arthur Schopenhauer
El loro de Flaubert – Julian Barnes
La mitad de la verdad – Zygmunt Miloszewski


Voy con retraso, voy con retraso casi como aquel conejo de “llego tarde, llego tarde”. No solo para escribir sobre mis lecturas mensuales si no que “llego tarde, llego tarde” para escribir sobre otras cosas que era la intención original, prácticamente incumplida, de este blog (lo de los libros era solo una excusa, copiada de Nick Hornsby todo sea dicho, para intentar coger un poco de ritmo).

“llego tarde, llego tarde” me repito, incluso un poco más desde que ayer Facebook me recordó que hace tres años que empecé este blog. ¿Tres años, tres? (como las hijas de Elena, que también eran tres, y ninguna era buena). Tres años parece una barbaridad de tiempo, sobre todo para haber compartido tan pocas historias, recuerdos o paridas como tengo la sensación de haber compartido.

Ciertamente tengo la sensación de no haber contado prácticamente ninguna historia, casi ningún recuerdo (o del revés ya que si tengo que fiarme de los comentarios recibidos parece que mis recuerdos son más bien historias y no cosas que han sucedido o que no han sucedido como yo las he contado. Todo mentira, todo sucedió casi exactamente como lo he contado) y pocas o ninguna paridas. Además en estos tres años han pasado cosas de las que podría haber hablado: me he mudado de casa, he cumplido cincuenta años, he vuelto a ver a Lourdes en un bar casi de noche, he visto a amigos de la infancia que no veía desde que éramos enanos (o adolescentes), he visto buenos conciertos, me he hecho  director de un par de asociaciones técnicas, he trabajado poco (por aquello de la crisis, la social y la mía personal), me han fascinado algunas chicas y “casi” he llegado a enamorarme de ellas, he dejado de ver a otras personas importantes para mí y prácticamente he firmado un contrato editorial para un libro técnico (no lo he firmado porque aún tengo que escribirlo y la presión nunca es buena para nada salvo para procrastinar). En fin, lo normal en tres años: han pasado cosas y otras que deberían haber pasado, pues no han sucedido o han sucedido y yo las he olvidado o ni siquiera las he recordado: sigo sin tener tocadiscos, mi abuela sigue viva y todavía tengo un cuadro sin colgar en mi casa (bueno, esto último no ha sucedido no porque no lo haya colgado – que lo he colgado dos veces – si no porque el bricolaje y yo, como las manualidades y la pretecnología que hacíamos en el colegido de pequeños, no nos llevamos bien y yo lo cuelgo y él se cae).

Tres años dice Facebook y gracias a los servicios estadísticos de este sitio en el que “alojo” mi blog veo que es verdad y compruebo que mis entradas en conjunto han recibido más de diez mil visitas (incluso descontando las 28 que recibí ayer directamente desde el Facebook por “compartir” el recuerdo), una cifra que se me antoja increíble incluso descontando las mías propias que no deberían estar incluidas pero nunca se sabe.

Más increíble incluso se me antoja que haya escrito cuarenta y nueve entradas (con esta cincuenta) ya que eso quiere decir que hay unas trece que no son mis entradas mensuales sobre libros (eso es más del veinticinco por ciento). Es decir que piense lo que yo piense, tenga la sensación que tenga, parece que una de cada cuatro entradas que he escrito trata sobre algo distinto a los libros que he leído en el mes y teniendo en cuenta que cuando escribo de libros a veces también comparto algún recuerdo o parida pues algo he debido de compartir aunque, si alguien me preguntara que, le diría que no tengo ni idea, que no he compartido prácticamente nada y que “llego tarde, llego tarde” para el objetivo de compartir recuerdos, paridas y otros.

Pero parece que no tanto, que algo aunque yo no lo recuerde sí que he compartido. Tendré que releerme para averiguar qué cosas he contado y confirmar si eran verdad o no; igual van y tienen razón los amigos que me dejan comentarios (aunque lo dudo).

En cualquier hoy toca hablar de libros y lo primero – aunque seguro que los más observadores, viendo los títulos, ya lo habéis notado – es hablar de su procedencia, que no es otra que la librería Fuenfría de Cercedilla, mi librería de referencia a distancia ya que soy un maldito vago que no se acerca por allí y que prefiere seguir aprovechándose de su hermano mayor para el trabajo sucio de acercarme los libros hasta la civilización, incluso a riesgo de dejar en sus manos la selección de los mismos; y espero que la vuestra, vuestra librería de referencia, con visita al librero tarambana que además ahora tiene nuevo libro publicado lo que justifica que os acerquéis (una vez más, espero, aunque si no pues que os acerquéis por primera vez) y os lo llevéis dedicado con un cariño proporcional al número de cañas o vinos que toméis con el autor (que por cierto os puede firmar libros de otros autores sin ningún tipo de pudor y con una calidad de falsificación envidiable como prueban los numerosos libros firmados – hasta por Dickens – de la biblioteca de mis padres).


Supongo que un poco excesivo considerar Los diarios de Adán y Eva como un libro, mucho mas como dos libros separados por mucho que estén escritos con trece años de separación, ya que no pasan de ser dos divertimentos del autor, obviamente innecesario explicar que en forma de diario de los mismísimos Adán y Eva, fundamentalmente de sus primeros días juntos. Machista, misógino, políticamente incorrecto son adjetivos que, con mayor o menor acierto se pueden aplicar a ambos textos sobre todo si uno se dedica a la lectura literal o textual (en el sentido de sin contexto) ya que además de decir frases que pueden ser clasificadas de auténticas barbaridades deja entender cosas que incluso son más barbaridad en el sentido de ser todavía más estereotipo pero… la verdad es que, como todas las exageraciones de los estereotipos y pensando, muy generosamente, que la forma de pensar que reflejan estos sin cosa de otros tiempos resulta divertido, incluso a ratos bastante divertido. Inevitablemente, como una caída aparatosa de un desconocido o desconocida en la calle, divertido pero no apto para todos los públicos (feministas reivindicativas y literales deberían abstenerse de su lectura, en mi opinión).

Después de un divertimento me sentía capacitado, al menos todo lo capacitado que iba a estar, para enfrentarme a El arte de tener razón, para enfrentarme al mismísimo Schopenhauer y a un texto de filosofía, aunque fuera solo a un opúsculo. La primera sorpresa de su lectura proviene de cuando se intenta explicar el título del libro, argumentando la diferencia entre tener la razón y llevar la razón para decir que el libro trata de estrategias para llevar la razón, que no para tenerla que obviamente no es el objetivo de la dialéctica erística (que al parecer es el título original del dichoso opúsculo). Todo muy bien explicado pero… ¿no debería tener, por lo tanto, otro título el libro? No sé, igual me he perdido algo o realmente es que a mí la filosofía me confunde sobremanera. En cualquier caso y por no faltar a la verdad reconoceré que solo me he leído la parte central del libro – la escrita por el mero Schopenhauer – las estratagemas para tener razón, y que he obviado todo el análisis final del editor (casi la mitad del libro).

Las estratagemas si bien son divertidas, a la par que conocidas en su mayoría, y pueden observarse en directo en casi cualquier conversación o debate de actualidad algunos detalles quedan obviamente invalidados por el cambio de lenguaje y de su significado, como: “si el adversario ha propuesto un cambio cualquiera, denomínalo innovación, pues esta palabra es odiosa” siendo desde hace algún tiempo la palabra innovación una de esas palabras mágicas que se convierten en un lugar común para decir chorradas como la sinergia en los años ochenta o la economía circular en los próximos años.
Por otra parte hay cosas con las que sencillamente estoy en desacuerdo con Schopenhauer (tranquilamente, de filosofo no practicante a estrella de la filosofía) , al menos con su forma de expresar alguna idea y con la generalización que realiza para rebatir algunos conceptos como el del argumento de autoridad llegando a afirmar que “… quien hace profesión de una cosa no a ama a la cosa, sino a su ganancia, ni que quien enseña una cosa raras veces la conoce a fondo, pues a quien la ha estudiado a fondo generalmente le queda poco tiempo para enseñar”; mientras que con otras no puedo estar más de acuerdo, pese a su obviedad: “lo que es cierto en teoría tiene que serlo también en la práctica: si no lo es, hay un fallo en la teoría, se ha pasado algo por alto y no se ha tenido en cuenta, y por consiguiente también es falso en la teoría”. Amén a eso Bro Schop (ya, ya sé que es Schopi para los amigos filósofos pero, pese a la lectura de este opúsculo, no me incluyo entre ellos).

Entre las revistas técnicas que leo siempre hay un par de artículos (venga, confesemos la verdad y digamos que más de uno en cada número) de las que ni siquiera consigo entender el título, el título del artículo no me proporciona ninguna información sobre el contenido del artículo, mas allá de la información obvia de que me voy a perder en su lectura. Pese a esta suposición educada de que si no entiendo el título no merecería la pena leer el artículo, muchas veces lo leo y (sorpresa, sorpresa: soy un poco tarado) a veces incluso me entero de algo interesante o por lo menos consigo entender el título (que no es poco). Pues algo parecido me ha pasado con El loro de Flaubert, que seguramente será tan famoso como la madalena de Proust pero que yo no tenía ni idea de a que se refiere, problemas de mi incultura enciclopédica. No tenía, ni tengo, ya que después de leer el libro sigo sin tener una idea clara de que cual es el significado del loro. Lo que si tengo claro es que  yo no clasificaría este libro como una novela, bajo ningún concepto pensaría o diría que se trata de una novela. Puede que sea porque ahora mismo estoy escribiendo para un blog (dicho así parece que a veces escriba para otras cosas, y no… salvo algunas veces, pocas) pero a mí me parece una recopilación de posts sobre Flaubert, muy cultos, muy variados, muy eruditos (seguramente),  algunos entretenidos e incluso algunos sobre loros o sobre El Loro, pero a un mundo, o a una categoría, de mi concepto de novela.

La ultima aportación del librero tarambana es tal vez la única novela que podría haberme comprado yo mismo si la hubiera visto en la librería ya que la verdad es que las anteriores nunca hubieran sido seleccionadas por mí en el mostrador de una librería (bueno, no nunca que puede que en momentos de mucha necesidad las hubiera seleccionado ya que como dice el dicho “nunca digas de esta agua no beberé ni este cura no es mi padre”). Debo aclarar que digo esto como algo positivo y no solo para que Rafa me siga evitando la necesidad moral de subir hasta la librería Fuenfria de Cercedilla si no porque realmente pienso que resulta sumamente enriquecedor el leer cosas (u oír música, o ir a sitios, o, en general, hacer cosas) que uno un hubiera elegido por uno mismo, al fin y al cabo todos tenemos una tendencia natural a seleccionar siempre cosas parecidas lo que nos empobrece (siendo esta precisamente una de mis quejas sobre los buscadores de internet y en general de los seguimientos automatizados de noticias: que solo nos dan lo que queremos ver o lo que nos ha interesado antes. Pero divago, si eso, ya lo despotricamos del uso de la tecnología otro dia).

La mitad de la verdad es una novela, la primera de este mes, y no solo porque lo diga la contraportada si no porque tiene una historia, unos personajes, una narración (ya, ya sé que esto es una simpleza de lector principiante y que en los talleres literarios construyen novelas sin personajes, sin historia y/o sin narración a base, como decía Rafa, de ajustar piezas con llaves inglesas y con monos de trabajo llenos de grasa). Vale, es una novela pero por mucho que se empeñe la contraportada no es una novela negra. No señor, no todas las novelas en las que hay asesinatos son novelas negras; el hecho de que maten a un par de personajes o de que alguien investigue esas muertes no transforma una novela en una novela negra. No para mí. Tampoco creo que una novela se transforme en negra por introducir unas cuantas frases negras de las que esta novela carece salvo cuando se refiere a un eslogan de la Dirección de Trafico de Polonia que en primavera y para prevenir las bravuconadas de los motoristas lanzo una campaña con el slogan “Con la primavera llegan los vegetales” e ilustrada con accidentes de moteros que se habían quedado en estado vegetativo.

No sé, no tengo claro lo que convierte a una novela en una novela negra, supongo que es la suma de muchas cosas entre las cuales está sin duda el reflejar adecuadamente a parte de la sociedad (normalmente pero no necesariamente marginal) y hacerlo con credibilidad (igual esto es simplemente lo que diferencia una novela buena de una mala). No lo sé, pero cuando una novela incluye cosas como: “Los teloneros empezaron con bestiales temas punk-rock, para luego pasar a un estado más melódico tipo Iron Maiden” pues como que a mí me deja fuera de lugar y me hace difícil otorgarle la credibilidad necesaria para considerarla una buena novela.

No, no porque no pueda ser creíble que un grupo empiece con bestiales temas punk-rock y luego pase a algo más melódico tipo Iron Maiden, que todo puede ser y que grupos malos y descentrados hay muchos y es posible, incluso, que esto esté tomado directamente de la crónica real de un concierto en Varsovia pero…. No es el momento de discutir de crítica musical, si eso, ya lo hacemos otro día que ahora “llego tarde, llego tarde” y tengo que pensar en alguna historia o recuerdo para mis próximos posts