sábado, 18 de junio de 2016

Comentario de textos - Extra - Junio 2016

Disclaimer: bienvenidos a una edición extra de mis lecturas. He tenido que hacer esta edición extra porque me he venido a Piles unos días y aunque mi idea era avanzar en la escritura de un libro técnico que (se supone) estoy preparando la verdad es que básicamente he hecho una precuela de El Quijote y me he dedicado casi exclusivamente a leer. Así que mirando la pila de lecturas que se va amontonando y la certeza de que lo que llevo leído a día 12 dará lugar a un post excesivo me he decidido excepcionalmente a crear esta edición extra. Así además me justifico un poco haber venido cargando con el ordenador con el que debería estar trabajando. Ya solo tengo que encontrar una excusa para haber cargado con todos los libros e informes que me he traído e incluso con la guitarra pero ya pensare algo. Con todo se trata de un post, especialmente largo pero eso solo podía haberlo evitado habiéndome puesto a escribir mi libro, que es lo que tenía que haber hecho. En fin… ahí va el ladrillo.

No siempre se consigue resolver una de esas dudas que inquietan a la humanidad, o por lo menos a gran parte de la humanidad que yo conozco; no siempre se consiguen pruebas irrefutables que permitan elegir un bando en una de esas discusiones recurrentes e inevitables entre lectores y cinéfilos, o más habitualmente entre no lectores y aficionados al cine; no siempre se consigue el ejemplo perfecto para rebatir una afirmación común, tan común como “siempre es mejor el libro que la película”. Está prácticamente aceptado que los libros son siempre mejores que las películas, al fin y al cabo unos son arte serio – literatura – y las otras no son más que mero entretenimiento. Aunque viendo lo que leen algunas personas, las suficientes para elevar, incomprensiblemente,  algunos libros a la lista de los más vendidos y viendo algunas películas que sencillamente resultan tan pedantes e incomprensibles que seguramente rezuman Cultura (con mayúsculas) por todos sus poros, escenas o cortes parece una discusión innecesaria y podría afirmarse fácilmente que en todas partes cuecen habas (Literariamente) o que los ángeles también comen judías (cinematográficamente). Se trata de una generalización absurda y existen ejemplos suficientes para negar tamaña afirmación, baste pensar en algunas adaptaciones de Stephen King que, hasta en opinión del propio autor, son mejores que la novela-cuento en la que se basan; incluso algunas personas poco sensatas pueden pensar en La Princesa Prometida o Blade Runner, grandes películas que parten de grandes (en mi opinión incluso mejores) libros pero sin embargo la idea persiste: el libro es mejor que la película dice la gente, con total tranquilidad aunque no hayamos leído el libro o no hayamos visto la película y si dices lo contrario eres juzgado como poco intelectual.

Pero esto se acabó, amigos, tengo la prueba irrefutable. De hecho la he tenido durante mucho tiempo en la biblioteca de casa pero me había dado pereza ponerme a comprobarlo hasta que sin nada que leer y con la pereza que me acompaña a principios de mes cogí El Padrino de la estantería y me lo leí (hablo, obviamente, de releer, no de leer por primera vez; que uno es un intelectual). Es irrefutable. Aunque dudo que haya alguien que no haya visto la película todos sabemos que hablamos de un clásico del cine, de un referente cultural como pocos, de una obra maestra, casi de una prueba básica de que eres un ser humano (si bien puede no haberte gustado, o eso dicen, en el caso de que seas excesivamente femenino y de hecho en algunos círculos se utiliza como detector de la homosexualidad a eso he oído) y sin embargo el libro, pese a ser un best-seller en su día (no sé si antes o después de la película), no pasaría una criba de los cien, ni de los mil, mejores libros. Si has hecho ambas cosas (ver el libro y leer la película, que cantaría Kiko Veneno) habrás comprobado que pese a la fidelidad de la película al libro esta añade detalles que la mejoran notablemente como los canelones que Clemenza lleva en el coche cuando va a matar al que traiciono al padrino. Esos canelones, que no tienen ninguna importancia, resultan inolvidables (aunque puede que no sean canelones). Muchas escenas siendo prácticamente iguales, tienen algún pequeño detalle en la película que les aporta precisamente esa sutil diferencia que eleva el conjunto de bueno a obra maestra. El casting de los personajes, si bien se desvía de las descripciones del libro (convirtiendo a gordos en flacos y cosas así),  es impecable y recoge mucho mejor la personalidad de los personajes que, en general, acojonan más. El Padrino, siendo un buen libro, es mucho mejor película que libro, siendo el contraejemplo prefecto para la tan manida sentencia cultureta. Se acabó el debate sobre libros y cine. No digo más, que decía aquel.

No es normal, aunque tampoco es inaudito, que lea dos libros seguidos, o prácticamente seguidos, del mismo autor. Ni siquiera cuando vuelvo de NYC y por caprichos de calendarios editoriales uno de mis autores favoritos ha sacado dos libros entre mis visitas suelo leerme los dos seguidos ya que casi todos los autores saturan un poco y conviene espaciar la lectura del mismo autor para poder apreciar más las diferencias con otros, la calidad si es que la tiene (he de reconocer que algo parecido me pasa con los libros de cuentos, que me cuesta mucho sentarme a leer toda una colección de cuentos del mismo autor o del mismo tema así, de corrido. No digamos ya la poesía, que solo se puede leer en pequeñas dosis). Necesito pausas, pero claro si te has tenido que tienes que coger un tren y no llevar nada para leer pues dependes mucho de lo que la tienda de la estación tenga que ofrecerte.

Curiosamente la mañana que me marchaba a Valladolid – por temas laborales – la tienda de la estación de Chamartín tenía el nuevo libro de Rafa en novedades (os recuerdo: Señales de humo se llama y es la precuela de Manual de Literatura para Caníbales, aunque seguro que ya lo tenéis leído o, probablemente, conociéndoos, releído como es preceptivo, y que habéis disfrutado) y aunque me tentó comprarlo solo para que tuvieran que reponer y siguiera bien expuesto, al final me acerque a los libros en inglés, sección que cada vez es mayor y está mejor nutrida de novedades en paperback (o rustica) no tanto para satisfacer el bilingüismo creciente de este país sí no más bien como prueba de una mayor presencia de extranjeros lectores. El caso es que entre esos libros de bolsillo de bajo coste estaba la nueva novela de Kerr, la tercera de la serie sobre el entrenador de futbol detectivesco: False nine. Ya estaba en bolsillo en ingles la tercera cuando yo prácticamente había terminado de leerme la segunda traducida, así que tenía que comprármela ya que era prácticamente la mejor opción que veía. Todo lo dicho para la anterior es aplicable: una novela sencilla, entretenida que demuestra a) el buen hacer del escritor (no en vano el mismo se acaba referenciando al hablar del libro que ha escrito el protagonista – un entrenador de futbol – de forma bastante graciosa: “I should have got myself a ghost. Like Roddy Doyle or Philip Kerr. Kerr’s more expensive I hear. But then he doesn’t look for a credit. The rumour is he’s done quite a famous footballers. Probably because as ghosts go he’s more transparent than most”; vete tú a saber, supongo que el sabrá cuanto ha trabajado de escritor oculto, de ghost), b) porque siempre expresa opiniones con las que coincido pero con mucha más gracia de la que yo aporto, como la del valor de algunos títulos universitarios: “Anyway, university doesn’t mean much nowadays. You can get a degree for staying in bed and watching televisión” y c) porque siempre se aprende algo interesante como que puede que el odio entre los seguidores del Real Madrid Barcelona se remonte a un famoso partido que se jugó en 1943 y que el Barcelona perdió 11-1 y para el que Kerr imagina el final del discurso del entrenador del Barcelona en el descanso, tras haberles dicho lo típico de ganar y tal, en estos términos: “On second thought’s, you’d best let these spaniards beat us, lads, or they’re liable to shoot us, like they shoot Lorca. If they can shoot a poet these fascists can certainly shoot a football team”. Aunque en principio parece más fácil, e incluso aceptable, matar a un poeta que a todo un equipo de futbol he de reconocer que los discursos de medio partido no se le dan bien a Kerr que en otra novela lanza uno que dudo pudiera ser comprendido por casi ningún jugador de futbol (excepción hecha del Valdano ese que al parecer es un intelectual). Aunque no te guste el futbol merece la pena leerla, tengo que regalárselas a Zarandieta para ver qué le parecen a alguien que le guste el futbol que puede ser la prueba de fuego.

Este mes tenía la idea de venirme a Piles unos días, solo, para ver si conseguía avanzar en un libro que (se supone) estoy preparando, para intentar fumar menos, montar en bicicleta o pasear por la orilla como un viejecito, intentar volver a tocar la guitarra y en general despejarme (aunque no sepa, ni se me ocurra, de qué tengo que despejarme).

Era una buena idea que obviamente requería hacer acopio de libros ya que, pese a la multitud de cosas que quería hacer, se perfectamente que iba a ser incapaz de hacer bastantes de ellas y los días en la costa son mucho más largos que los días en el interior (digan lo que digan los relojes y/o la realidad), así que era necesario acercarme por mi librería capitalina de referencia, la Liberia Méndez de la calle Mayor, para hacer acopio de libros o me vería obligado a desviarme en la salida de Madrid para pasar por la librería Fuenfría de Cercedilla – que realmente debería ser mi librería de referencia, la vuestra y la de cualquiera que se precie y tenga cierta movilidad – algo que seguramente retrasaría mi salida de Madrid excesivamente o me obligaría a conducir los cuatrocientos kilómetros hasta Piles después de haber tomado alguna cerveza de más con mi hermano ya que para una vez que paso por allí, pues hay que hacer los honores, y esto último no parecía una buena idea desde el punto de vista de la seguridad vial (ya es discutido por algunas personas malvadas que el hecho de que yo conduzca sea bueno para la seguridad vial, pero eso es solo porque algunas personas son de natural muy, muy malvadas y lo digo refiriéndome a algunos de vosotros. Ya sabéis quienes sois).

Vale, también podía haberme acercado a la feria del libro y haber paseado por el retiro esquivando mimos y espectáculos callejeros varios pero la verdad es que desde hace ya varios años la feria me da demasiada pereza y me satura mucho ver los mismos diez o veinte libros en casi todas las casetas y muy pocas cosas tentadoras debido a las pocas casetas de editoriales “especiales” o especializadas. No sé, igual es cosa mía pero ahora es como ver la misma mesa de El Corte Ingles o de Vips una y otra vez… demasiado aburrido.

En cualquier caso he de reconocer que pese al buen aspecto que tenía Adios en azul, estuve a punto de no cogerla cuando leí que era la primera de una serie de veintiuna novelas con el mismo protagonista. ¿Veintiuna? Así de pronto, parecían muchísimas. No ya solo para escribirlas si no para ponerse a leerlas si de verdad la primera merecía la pena ¿de verdad, veintiuna solo con el mismo protagonista? ¿Sesenta y nueve en total? Vaya pereza o vaya alegría tener por delante (o por detrás realmente) una obra tan extensa como esa. Son cifras que dan un poco de vértigo y por lo tanto de pereza lectora. Error, ha sido una alegría leer esta novela y realmente me apetece leerme otras cuantas (no creo que las sesenta y nueve, ni probablemente las veintiuna pero seguro que la de El Cabo del miedo, que es de este autor, y alguna más serán inevitables) y tengo que apuntarme el nombre (es fácil: MacDonald, pero también es fácil de confundir con otros MacDonald que hay) para buscar un tomo en NYC en versión original. Eso sí, en Septiembre ya que como bien cuenta el autor “Manhattan en Agosto es una repetición de la Gran Plaga de Londres. La mermada muchedumbre arrastra los pies por las calles convertidas en hornos, con las bocas entreabiertas, al borde del sincope. Los que todavía se mantienen con fuerzas se deslizan con la cabeza gacha de un oasis de aire acondicionado al siguiente, pasando el menor tiempo posible expuestos a la muerte negra que cae a plomo en el exterior”. Aunque me permito poner en duda tanto lo de la “mermada” muchedumbre,  que hoy en día es una ficción ya que Manhattan sigue llena en pleno Agosto y lo de la “Gran Plaga de Londres” que creo que no es más que un eufemismo o una traducción (histórica pero suave) de aquel episodio de un Londres apestoso por las alcantarillas y que se llamó: The Great Stink, es decir más bien el gran hedor que la gran plaga y que impulso la renovación del saneamiento de la ciudad (un tema interesante y que creo que ya he mencionado alguna otra vez).

Es normal que uno se sienta más o menos identificado con el protagonista de las novelas, especialmente en el caso de la novela negra, ya que este suele representar al héroe (con mayúsculas) y los principios morales más sólidos que a todos nos gusta pensar que tenemos aunque luego, en lo que viene siendo la vida real no los practiquemos, pero no he podido dejar de sentirme parcialmente identificado frente a descripciones como “Me han dicho que cuanto me veo arrastrado a situaciones violentas puedo parecer alguien salido de algún rincón recóndito del infierno, pero yo nunca me he visto con esa pinta. Mi espejo refleja sistemáticamente la campechana imagen de un joven ingeniero que logra construir el puente sobre el rio superando enormes dificultades, incluida la flecha envenenada que acaba haciendo diana en su heroico hombro”. Parcialmente porque pese a que en algún caso he oído algo similar sobre mi aspecto en situaciones violentas y aún más cuando en España el concepto de campechano e ingeniero son difícilmente unibles (excepción hecha de locutores televisivos que consideran al Rey, o al emérito Rey como campechano) pero sobre todo porque como todos los que me conocéis sabéis yo soy básicamente hierático, en todo tipo de situaciones.

Si, como ya digo, no me siento identificado físicamente con el protagonista resulta inevitable sentirse identificado psicológicamente cuando afirma “…soy un romántico incurable que considera que las relaciones entre un hombre y una mujer no deberían convertirse en un concurso para saber si nos ponemos a la altura de los conejos. Los conejos siempre nos van a ganar”, sobre todo por tan sabia conclusión, en ese tema no se puede competir con los conejos. Una novela excelentemente entretenida, aunque asunte pensar que el fenotipo del malvado sigue igual, o más, vigente que el del bueno. Cosas de los fenotipos, supongo.

Si bien no consigo soportar a algunos autores que mis contemporáneos hípsters adoran ya que me parecen espesos e innecesarios, el colmo de la pedantería y de la vacuidad tengo una relación muy extraña con DeLillo que me gusta pese a que ciertamente ninguno de los que no he citado les llega en complejidad, o en “espesez” y siempre que acabo una novela suya tengo esa sensación de inferioridad que proviene de estar seguro de haberme perdido las partes más interesantes, la profundidad de la reflexión, el recado que diría Rafa para referirse a El Mensaje que dirían otros; pero que siempre, extrañamente acabo leyendo con satisfacción. Pues eso es exactamente lo que me ha pasado con Cero K, que creo que me he perdido, que se me ha escapado, la reflexión que tiene la novela; vamos, que no me enterado de nada. Y pese a ser consciente de que me he perdido todo lo importante, me ha gustado. Seguramente solo por algún truco hipnótico de su escritura que me afecta subliminalmente, que es una forma vacía de decir que no tengo ni idea de porque me ha gustado aunque puede que sea por lo que el propio autor dice: “Es humano querer saber más, y más, y todavía más – le dije -. Pero también es cierto que lo que no sabemos es lo que nos hace humanos. Y el no saber no tiene fin”, como mi incultura enciclopédica o como porque me gusta DeLillo.

Después de una lectura tan densa como la de DeLillo resulta necesario plantearse una lectura ligera y que mejor que una compilación de cuentos de novela negra que pasan en la ciudad de Madrid que es lo que promete Madrid Negro. Claro que también afirma que reúne a algunos de los autores más destacados de la novela negra en castellano y la verdad es que la lectura de la lista – además de la evidente falta del hermano del que esto escribe – no parece cumplir esta expectativa. Obviando la imperdonable ausencia ya mencionada es necesario referirse al aprovechamiento (indudablemente comercial) del título genérico de Ciudad-Barrio-Lo que sea Noir que corresponde a una serie en la que – al menos los que yo he leído – los cuentos si aprovechan características de la ciudad-barrio-lo que sea que quieren reflejar y que en este caso es – salvo alguna excepción honrosa – muy discutible. 

Si bien cada uno de los cuentos parece ubicarse en un barrio de Madrid la verdad es que se trata de una ubicación en muchos casos forzada solo para entrar en el título y estructura planteado como demuestra el hecho de que en una conversación de un policía sobre un juez se refiera al mismo a este como “habrá dejado a medias el almuerzo y la lectura del diario en el club náutico”. ¿En serio? ¿Un policía de Madrid se refiere a un juez de Madrid mentando el Club náutico? ¿Seguro que el cuento pasaba en Madrid inicialmente, que no se ha adaptado para la edición? Vale, me lo creo pero para ello es necesario que se trate del Madrid inundado de todos sabemos que autor que debería estar en esta antología. En cualquier caso ¿que podría esperarse si el editor, compilador, es un argentino que vive y trabaja en Barcelona, es decir alguien que no conoce vive Madrid? En serio, no había un compilador que conociera/viviera un poco más Madrid; si no gato, gato por lo menos gato adoptado o adoptivo.

Pese a esto, Jaboncillos Dos de Mayo, el primero y sin duda el más entretenido, el que salva la antología, presenta una lucha entre los nuevos Hipsters y los antiguos aborígenes, o indígenas más bien, del barrio, junto con Crimenes Cercanos en el que también están presenten las rencillas propias de un barrio concreto (en este caso con el club de golf de El Canal como punto focal) son de los pocos que podríamos clasificar de específicos de Madrid, o al menos de un Madrid urbano y real con algo de gracia. El Lobo, retrata un Madrid tan puntual y casi rural o aislado que se hace difícil considerarlo Madrid pero se trata de un buen cuento que casi parece de esos ingleses macabros por lo que cierra el libro de una forma correcta.

Con todo la parte más divertida la aporta Fernando Marías cuando su propio personaje se da cuenta de que “las primeras palabras que décadas atrás aprendí a escribir sobre el papel reglado de un cuaderno infantil de caligrafía” fueron… ¡Tachan! ¡Tachan, tachan! … Fernando Marías. ¿Cómo te quedas? Las primeras palabras que aprendió a escribir no fueron palabras sencillas tipo “Oso” o “Asa”, como seguramente hicimos todos nosotros. No, las primera palabras que el (supongo que con mayúsculas y acento, o con acento o con mayúsculas) aprendió a escribir fueron las de su nombre, no su nombre completo que incluiría el apellido de su madre, no, tan solo el nombre para la posteridad. Supongo que eso explica muchas cosas, incluso porque su cuento es tan malo y porque en el mismo no hay ningún oso, ni ninguna cosa a lo que agarrarse o con la que agarrar algo.

Reconozco que Mastretta es una debilidad mía, estoy incluso dispuesto a reconocer que solo tiene una, tal vez dos, novelas buenas y poco más que un puñado de cuentos pero solo lo reconoceré ante alguien que haya leído Arráncame la vida. Si no, no tiene sentido hablar ni reconocer nada. Dicho esto he de reconocer que El viento de las horas solo aporta una serie de recuerdos sencillos, muchos de su infancia y otros de mucho más tarde porque aunque no haya actualizado mucho la foto que acompaña al libro hablamos de una persona de más de sesenta años, casi una venerable ancianita que de hecho en estos recuerdos ejerce de ancianita, con sus problemas de memoria, con sus problemas para andar y manejar a sus perros al mismo tiempo. En fin, que ejerce más de abuelita entrañable que de narradora convencional y siempre con ese sonido tan mejicano que suena como de otro planeta, que más que narrar arrulla la historia. No, no hay nada excepcional en este libro y sin embargo desde mi actitud de viejecito que intenta aglutinar sus recuerdos, a veces, algunas cosas, me parecen excepcionales.

Seguro que cuando antes hablaba de Macdonald y de que es un nombre fácil de recordar pero también fácil de confundir alguno pensaba que mi memoria está fatal (cosa que es cierta por lo que no hay de que avergonzarse) pero lo decía con razón ya que El Coche fúnebre a rayas es de otro Macdonald que es también un clásico de la novela negra y dudo mucho que sea el único, así que ya veis: confundir a los dos, tres, o más, puede ser más fácil de los que imaginabais y le puede pasar a cualquiera, no solo a alguien con daño cerebral certificado. Supongo que se puede decir que esta es una novela negra canónica, ya que tiene todo lo que exige el canon de la novela negra: un detective cínico, mujeres más o menos fatales, una trama compleja con varios giros, asesinatos, intrigas y más o menos acaba muriendo hasta el apuntador. Que lo tiene todo y todo en su sitio, como si de una mujer fatal se tratara.

De mis compras para venirme a Piles, que me habían parecido generosas para diez días, ya solo me quedaba un libro por leer y la verdad es que solo llevaba aquí unos pocos días pero es lo que tiene si dedicas tu tiempo a leer y obvias el resto de las cosas que te habías planteado hacer: El libro al que quería darle un empujón y que me había servido de excusa para este viaje, además de obligarme a cargar con varios kilos de libros e informes en el equipaje, seguía todavía sin el menor impulso salvo el de colocar todos los informes, lápices y otro material de escritura sobre la mesa del comedor (algo básico: la mise en place); lo de volver a aprender a tocar la guitarra, que por supuesto también había traído en mi equipaje, prácticamente había sido desechado ante la pereza de volver a tener que crearme callos en los dedos. De hecho salvo pasear por la orilla del mar y sentarme vora al mar como una viña verde (que cantaba aquel), ir en bicicleta hasta el supermercado, descansar y leer, el resto de las cosas que me habían traído hasta la playa estaban por hacer, la rutina necesaria estaba por establecerse (y aun lo está) en gran parte por esa pereza que produce la playa y en gran parte por haber sido devorado por mosquitos tigre  que habían tomado la casa en nuestra ausencia y al parecer, según la opinión experta del exterminador al ver el estado de mis piernas, en forma de plaga.

Con un solo libro por leer, de los que había traído, y con los escasos que pudiera salvar para releer de los existentes por aquí, empezaba a tener un problema logístico y podía o ponerme a trabajar y dejar de leer tanto o bien rezar para que el libro que me quedada: Los monstruos que ríen fuera malo, ya que un libro malo siempre dura más que un libro bueno. Obviamente opte por los rezos ya que entre otras cosas el picor de las piernas no me dejaba concentrarme para ponerme a realiza tareas útiles, o más bien la verdad es que me apetecía entre poco y nada y por otra parte parecía necesario ya que el libro no tenía mala pinta: parecía tratarse de una de espías y aventureros en el África actual que por supuesto venia acompañada de muchos elogios en la solapilla. Puesto que había rezado para que el libro fuera malo me vi en la obligación de empezarlo por aquello de comprobar si las plegarias surtían efecto y he de decir que si, parece que las plegarias surtieron efecto: es un libro cuando menos flojillo, que puede que refleje bien un África que para mí es totalmente desconocida pero que me ha parecido un poco prototípica, sin ningún interés especial salvo el de describir la limpieza de un hotel en África cuyo “… vestíbulo olía a limpio, o bien a veneno, dependiendo de qué opinión tuvieras sobre ciertas sustancias químicas…” y en el que “La habitación era pequeña y tenía ese mismo aroma que decía: hemos matado todo lo que te pueda dar miedo” y que tras una limpieza de la terraza, especialmente de las zonas en las que crecían los mosquitos tigre me sirvió para mandar un mensaje tranquilizador sobre el estado de la misma en el que comunicaba que había dejado la terraza con un “alegre olor a lejía que dice he matado todo lo que puede morir”

Si bien mis plegarias fueron atendidas y el libro me duro un poco más de lo esperable, con el sentido del humor característico de los dioses (o del único dios para los monoteístas) me acabe el libro después del último baño de la tarde lo que obviamente me dejaba en una posición cuando menos discutible sin nada que leer para esa noche y sin posibilidades de adquirir nada hasta el día siguiente. En cualquier caso gracias a mi escasa, nula, memoria me pude enfrentar a los libros que había por aquí y pese a estar seguro de que ya los había leído todos (salvo por supuesto The decline and fall of the Roman Empire y algunos títulos similares) me sentía capacitado para releer Dos historias romanas de Carlos Pujol. Para mi Pujol está en una lista de descubrimientos que me hizo Rafa en su día, entre muchos otros, y que incluía a autores excepcionales pero extrañamente poco conocidos (vale, o poco conocidos por mí en aquel momento) como Piglia, Monterrosso, Soriano y algún otro a los que les he cogido un cariño especial y que sin motivo considero unidos. Como queda claro por el título más que una novela son dos cuentos largos que suceden en Roma en distintas épocas por lo que no tienen prácticamente ninguna relación entre ellos (salvo la de compartir geografía). El primero de ellos tiene por protagonista a un exiliado español en Roma al que en alguien acusa de actividades sospechosas por no hacer lo que hacen los españoles en Roma y por no juntarse con ellos algo de lo que se defiende de forma impecable: “si necesitara la compañía de compatriotas, lo más fácil era no salir de mi país” y que más adelante se permite el afirmar una verdad ineludible como “la soledad nos obliga a ser nosotros mismos” o partiendo de la misma observación: “A veces pienso que dentro de un hombre hay muchos hombres, y que apenas se conocen entre sí. Lo que somos, lo que soñamos ser y lo que un día descubrimos en nosotros como una verdad oculta e insospechable que es una revelación sorprendente. Convivir con todos esos individuos no es nada fácil”.

El segundo de los cuentos pasa justo antes del inicio de la segunda guerra mundial lo que le permite a Carlos Pujol describir a Il Duce, al que alguien quiere comunicarle un problema tan grave como que su tía (creo) ya no tiene teléfono, con una sola frase demoledora a la vez que explica los problema de tener teléfono en casa (o actualizado: de tener móvil): “no molestes a ese señor, que estará muy ocupado ensayando poses titánicas. Si supieras lo tranquila que se vive sin teléfono. Era como tener la puerta de la casa abierta día y noche, en cualquier momento se te podía colar un desconocido”.

Es verdaderamente brillante y no me extraña que Rafa sintiera una especial devoción (o cariño) `por él, que probablemente era (o es) mutuo ya que como marcador del libro hay una carta de la editorial en la que se indica que le mandan el libro a Rafa por petición expresa del autor, que aunque mandara muchas siempre es algo que hace ilusión (digo).

Total que ya estábamos otra vez en el punto de partida: sin nada que leer y en un pueblo sin librería ni puesto de periódicos o best-sellers (que solo abre en lo que aquí es estrictamente la temporada) pero por lo menos era un día laborable y Gandía no está lejos. Además según mi móvil en Gandía hay dos librerías  (Ambra y Cervantes) y yo tenía el depósito lleno y gafas de sol (aunque no era de noche, ni estaba reuniendo a la banda, si puede decirse que estaba en una misión de Dios).

La librería Cervantes, que me pareció a priori la más tentadora por el nombre, resulto ser poco más que un kiosco de prensa, algo que me deprimió lo bastante como para dejar de buscar la otra librería y decidir acercarme a Carrefour ya que tenía que comprar un regalo para un cumpleaños, algo de comida y además sabía que por lo menos tenían algún bestseller. Mejor asegurar que arriesgarme a otra decepción.

No esperaba nada excepcional, lo típico de cualquier caseta de la feria del libro o incluso un poco menos así que me lleve una gran sorpresa cuando me encontré Armada, la segunda novela del autor de Ready Player One que había leído hace poco y me había parecido más que correcta. Es verdad que mi alegría se vio un poco empañada por la banda que la acompañaba y en la que se anunciaba que Spielberg pensaba hacer una versión de la primera novela, algo que siempre resulta, cuando menos, inquietante. Mi primera sospecha es que había aprovechado este tirón comercial para sacar un borrador de novela que tenía metido en un cajón antes de que le publicaran y triunfara con la primera si bien deseche esta idea al comprobar las fechas de publicación de ambas. Si bien yo acababa de leer, hacía poco, la primera el caso es que esta llevaba publicada casi cinco años por lo que la teoría de aprovechar el tirón comercial con cualquier borrador del cajón parecía menos probable. Cinco años son tiempo más que suficiente para escribir una novela nueva, incluso una buena novela nueva (vale, ya sé que alguno tomara nota de esto y me lo echara en cara cuando dentro de n años yo siga intentando darle un empujón a mi libro; e incluso algunos mucho antes cuando no complete mis deberes de historietas para mi blog). En cualquier caso la cogí con ganas y la verdad es que empieza entretenida pero poco a poco va perdiendo fuelle, pareciéndose demasiado a una mezcla de la primera y de El juego de Ender pero con toques de Spielberg (si así de poderosa es la psicología) o incluso de la factoría Disney. Se deja leer pero está muy lejos de la primera, pese a explotar un tema parecido o tal vez precisamente por eso y digo esto pese a que el padre del protagonista trabaje en algún momento en una planta de aguas residuales que es algo que siempre suma puntos (si bien una planta extraña ya que pese a vivir en un pueblecito pequeño la planta acaba explotando como si se tratara de una planta de una gran población. Pero vamos esta “extrañeza” solo es rara para mí y no molesta en la novela)

Definitivamente voy a dejar de leer novela negra escrita por autores franceses, puede que sea solo mala suerte o una serie de elecciones equivocadas pero cada vez que cojo una novela de un autor (o autora) francés (o francesa) que se supone es el nuevo descubrimiento de la novela negra francesa me decepciona sobremanera. También puede ser que genéticamente tenga codificado un odio o repulsión hacia lo francés (excluyendo obviamente sus quesos, el pate, el vino y el sorbete de mandarina con calvados entre muchas otras cosas) pero… A ver, no es que La Brigada de Anne Capestan sea mala, mala. La verdad es que la propia brigada, los personajes que la conforman tienen su gracia, e incluso la reflexión que puede haber implícita en que incluso el más lerdo de los lerdos, o el más peculiar de los peculiares, puede aportar algo en un trabajo me parece valida pero no consigue hacer reír como debería teniendo en cuenta la cantidad de personajes esperpénticos que contiene. Este conjunto de personajes en manos de, digamos Mendoza, habría dado lugar a una gran novela, muchísimo más divertida o por lo menos para mí, que he de reconocer que el humor francés se me escapa completamente. Una lástima, ya digo.

Enfrentado otra vez a la librería de Piles – no quería arriesgarme a ir en sábado a Gandía, por si la otra librería estaba cerrada que aquí nunca se sabe – me estaba quedando sin opciones de (re)lectura cuando me di cuenta de que había una copia de Esa oscura gente y de que probablemente hacia veinticinco años que no la leía (ya que se editó en 1990). Igual era el momento de hacer una relectura aun a riesgo de desencuadernar un poco la edición (que está realizada en papel verjurado con mucho cuidado pero no prevista para leer en la playa). Si, definitivamente era un buen momento para releerla, para volver a leer un sentido del humor que entiendo (no como el francés). No entrare en mucho detalle puesto que es una de esas novelas que o la habéis leído o posiblemente ya no podréis adquirir en ningún sitio (la editorial quebró –posiblemente por darle la razón al autor y demostrar que el negocio editorial no es tan limpio como parece – y casi toda la edición acabo en un depósito de confiscaciones hasta que misteriosamente al cabo de unos años apareció en forma de saldos en casi todos los Vips oportunidad que aprovechamos algunos para hacer acopio de ejemplares en espera de que se inventara e-bay y la novela se convirtiera en el clásico que merece ser) y tampoco se trata de daros envidia diciéndoos que ha aguantado muy bien el paso de los años y que a mí me sigue pareciendo una obra maestra. Incluso más divertida ahora tras haber leído otras teorías literarias de Rafa en otras novelas y manuales (aunque he de reconocer que sigo echando de menos algunas cosas que nunca llegaron a la novela final y se quedaron en el borrador y que me resultaban muy graciosas como las apariciones de Juanma el Terrible que por cierto acabo abriendo un bar de cañas en la calle de la Pasa y diciendo aquello de “el que no pasa por la pasa no se casa”. Ni idea de si sigue allí pero igual me acerco a comprobarlo). En cualquier caso: No digo más.

Aun me quedan tres días en Piles pero creo que definitivamente no leeré mas y me pondré a trabajar que ya va siendo hora, o más bien hora de ir a dar un paseo por la playa para llegar a tiempo al aperitivo.

Nota final: para los poco observadores he cambiado la lista de lecturas al final, por aquello de crear tensión dramática y que no sepáis a priori que es lo que he leído cada mes. Astuto que es uno, ¿a qué si?

El Padrino – Mario Puzo
False nine– Philip Kerr
Adiós en azul – John MacDonald
Cero K – Don DeLillo
Madrid Negro – Varios Autores.
El viento de las horas – Angeles Mastretta
El coche fúnebre a rayas – Ross MacDonald
Los monstruos que ríen – Denis Johnson
Dos historias romanas – Carlos Pujol
Armada – Ernest Cline
La Brigada de Anne Capestan – Sophie Hénaff

Esa oscura gente – Rafael Reig