domingo, 27 de noviembre de 2016

Ordenando mi libreria

(Iba a poner un disclaimer comentando que este es un post especialmente largo pero no lo pongo porque he decidido dejar el trabajo a mitad de camino por lo que aun siendo excesivamente largo no está ni mucho menos acabado. Eso si, sigue siendo algo largo).

En casa de mis padres, cada cierto tiempo, había que ponerse a ordenar la librería del despacho (la de novela negra que estaba en la salita, y a cargo fundamentalmente de mi madre no solia presentar este problema; las de cada uno de los hermanos pues a su estilo) ya que a mi padre le gustaba tenerla ordenada alfabéticamente pero no le gustaba mucho colocar los libros a medida que los iba leyendo (realmente es algo que a nadie le gusta ya que cada poco tiempo tienes que mover toda la librería para encajar un solo libro en su sitio; si es de alguien por Z pues no pasa nada pero como te leas uno por la A y no te quepa, ya puedes prepararte para ir moviendo libros de balda a balda hasta el infinito y mas allá), simplemente mi padre (y todos) nos limitábamos a dejar que los libros se fueran acumulando sobre los ya existentes, bien en horizontal sobre los colocados o en un equilibrio estrictamente inestable en una segunda fila hasta que tocaba reorganizarlo todo, generalmente cuando los libros empezaban a caerse casi de forma continua  (no achacable a la presencia de fantasmas, sí no más bien fruto de su precario equilibrio) o cuando empezaba a formarse una pila molesta en el suelo del despacho (con molesta, me refiero a que hacia algunas estanterías inalcanzables).

Era una operación verdaderamente cansina. Afortunadamente no tanto como la operación que mi padre intento montar cuando le dio su vena informática y quería que creáramos bases de datos de todo (videos, libros, etc.) que entonces no solo había que colocarlos, si no revisarlos y ponerse a teclear toda la información, porque obviamente a mi padre no le valía solo con el título y el autor; no señor, ya puestos había que meter todo tipo de información sobre el libro y la editorial.

En cualquier caso la operación no resultaba cansina para mi padre que como buen ingeniero básicamente se dedicaba a dirigir y subcontratar las operaciones, si no para nosotros que éramos la mano de obra que debía realizar esta y casi cualquier otra operación. De hecho mi padre solía comentar con sus amigos que eso del mando a distancia de la televisión era una tontería, que no acababa de verle al utilidad: al fin y al cabo él tenía hijos y si quería cambiar de canal pues simplemente le bastaba con decir “cambia el canal” y el canal se cambiaba (es verdad que esta actitud sobre las ventajas de la mano de obra frente a la tecnología no era exclusiva de mi padre, sí no más bien sospecho que era/es una predisposición genética ya que en su día, hace muchos, muchos años, mi tío Pepe Armero – el comunista que trabajaba para la NASA desde su nave al final de Alcalá – le comentaba a mi otro tipo Pepe – el rico, el que construyo una planta para fabricar Carborundum, algo que no tenía ni idea para que servía pero como le sobraba electricidad de un salto hidroeléctrico que tenía en explotación, miro que era lo que más electricidad consumía en su fabricación y se decidió por ello. Obviamente la casualidad quiso que resultara ser un producto que le ayudaría a aumentar su fortuna ya que es uno de los abrasivos más utilizados en construcción y que coloco en las bandas negras de todo el metro de Madrid. Pues eso, que mi tío intentaba explicarle que estaba desarrollando un sistema para que un coche te llevara a donde tu quisieras sin necesidad de conducir, le explicaba las bondades del sistema, intentaba convencerle de su utilidad, e incluso le comentaba las vías tecnológicas posibles para llevarlo a cabo. Cuando mi tio Pepe acaba todas sus explicaciones, mi otro tío Pepe “el rico” se limitó a decirle algo así como: “muy bien, muy interesante, muy interesante. Eso sí, le veo un problema”. Para añadir antes de que mi tío Pepe pudiera preguntarle cual era el problema “para mí que eso ya está inventado, se llama… chofer y yo ya tengo uno”. Ante esto mi tío Pepe Armero solo pudo darle la razón ya que era un argumento irrebatible para cierto sector social – el único que seguramente pudiera permitírselo – y aparco, sin sistema de navegación especial, el proyecto de coche autónomo dejando, como luego se vería, el paso libre para que ahora puedan intentarlo compañías como Apple, Google y similares volviendo a poner sobre la mesa los problemas éticos de una decisión autónoma por parte de una maquina en casos extremos (de hecho el MIT ha creado una plataforma/juego en internet para intentar averiguar cuál sería el comportamiento ético aceptado por las personas en casos como ¿si, en un paso de cebra, tienes que elegir entre atropellar a distintos tipo de personas – por un lado dos ejecutivos y por otro, digamos, una mujer embarazada (con muerte para todos) -  que elegirías? ¿y si algunos solo acaban heridos y otros muertos? ¿Si algunos estaban cruzando bien y otros mal? Y ¿si el accidente en un caso supusiera tu muerte pero salvar a tres señoras embarazadas y dos niños?... Es fascinante…)

Podríais suponer que después de haber sufrido en carne propia estas reordenaciones de librerías en cierta medida intento mantener mi librería ordenada para no tenerme que enfrentar a ellas, pero os equivocaríais ya que para no enfrentarme a reordenar mi librería, astutamente, me decidí hace mucho por mantener la librería desordenada entre mudanzas (en cada mudanza se produce un orden aleatorio de libros que se quedan como van saliendo de las cajas) y ordenando los nuevos libros por orden de compra. Vamos que me limitaba a poner las cajas de libros existente al azar y luego los libros nuevos en cualquier sitio en el que pudieran encajar a medida que los compraba. Y tan feliz, oye. Si, sé que así me resultaba muy difícil saber lo que tenía, por no hablar de encontrar un libro para prestar o para releer, vamos que más que una librería tenía un almacén de libros. Almacén, que todo sea dicho, empezaba a resultar un poco excesivo para mi espacio de estantería ya que prácticamente todas las baldas tenían dos filas de libros.

Este era el aspecto de mi librería principal (la poesía, los libros de Rafa, los libros de magia y algunos otros están en otras zonas) el otro día:



Obviamente estaba si ya que deshacerse de libros es algo difícil para los que nos gustan los libros y nos da un poco de yu-yu lo de tirarlos a la basura, alegre o tristemente: es un poco una especie de pecado venial o mortal (depende del libro) y para evitar esto la última vez organice una barbacoa en casa – cuando tenía una casa con terraza – en la que cada invitado estaba obligado a llevarse una caja, o una bolsa de libros, truco que me sirvió para deshacerme de bastantes libros con la conciencia limpia, aunque sospecho que muchos de ellos acabaron en Las Vistillas olvidados como parte de la resaca de las fiestas y seguramente mezclados con todo tipo de basura en la recogida selectiva del ayuntamiento.

Así que andaba yo pensando que hacer con los libros que empezaban a no caberme y que incluso tampoco empezaban a caber en casa de Álvaro y Helena, donde llevo años acumulando libros, fundamentalmente en inglés, con la excusa de dejárselos para que los lean pero que nunca retiro una vez se los han leído, conformando así lo que yo llamo mi librería alternativa, cuando como caída del cielo me surgió una oportunidad mucho más que aceptable, imitando a Hernández o a Fernández: aun diría más, me surgió una aceptable oportunidad, una oportunidad excelente: un buen amigo mío tenía el compromiso de montar una librería en un centro de ancianos, así que andaba buscando libros a ser posible gratuitos y necesitaba como unos quinientos.

José Ramón, el amigo en cuestión, no tenía muchos requisitos para los libros. Según él no había ningún requisito lo que prácticamente me permitiría deshacerme (corrijo: contribuir a una buena causa) con un buen puñado de libros liberando espacio para futuras adquisiciones o por lo menos para reducir el número de baldas con doble fila y ver un poco los libros que tenía, así que le dije que yo aportaba los que pudiera… que tenía bastantes de los que no me importaría librarme, de hecho lo agradecería aun cuando eso requiriera mirar los libros uno por uno para ver cuales quería quedarme y cuáles no. Trabajo que parece sencillo pero que no lo es – en muchos casos es difícil decidir si quieres quedarte o no un libro – además de agotador ya que hay que mover todos los libros varias veces pero, oye, todo sea por los ancianitos (y egoístamente por hacer hueco).

Pero ¿Quién dijo miedo? Yo no, así que el jueves por la tarde empecé a mover los libros haciendo dos montones: por un lado los libros que – por algún motivo – quería quedarme y por otro lado los libros de los que no me importaba deshacerme, por el bien de los ancianitos (algo, el bien de los ancianitos, que todo sea dicho no me permitía deshacerme de libros en ingles ya que al parecer los ancianitos de Castilla León no están interesados – según José Ramón – en leer en inglés, cosa que hará que mi librería quede un poco idiomáticamente desequilibrada al poder deshacerme de todo lo que quiera en español pero de nada en ingles).

Con todo y tras varias vueltas, al final el reparto ha quedado razonablemente igualado, quedando para los ancianitos de Catilla León unos doce metros lineales de libros y para mí, curiosamente, los suficientes para que en mi librería haya sitio con una sola fila de libros por balda: vamos que me he librado (perdón: he contribuido con y por el bienestar intelectual de los ancianitos) de algo menos de la mitad de los libros que tenía.

Como ya los había movido todos, ya que estaba hecha la parte más dura, pues me he dedicado a ordenarlos alfabéticamente (más o menos) antes de colocarlos en su nueva ubicación.

Ordenar tu librería es una experiencia extraña, es un poco como ir a una reunión de antiguos alumnos del colegio: hay algunas personas que no te suenan de nada y que dudas mucho estuvieran contigo en el colegio, hay muchos otros que te suenan pero de los que prácticamente no tienes recuerdos; están las personas que compartían recreo contigo pero a las que siempre has odiado por ser totalmente ajenos a tu forma de entender la vida; están los conocidos, de los que tienes recuerdos agradables pero a los que nunca llamarías por teléfono para ir a tomar unas cervezas; están algunos amores de esos que estabas seguro serian eternos pero que ahora te resultan completamente indiferentes, y entre ellos, por los rincones y alejados de los demás, están esos amigos de toda la vida, a algunos de los cuales no has visto en años, algo que no evita que sigan siendo tus mejores amigos, mientas que a otros los vistes hace tan solo unos días y estas seguro de que volverás a verlos en un par de días; pero también están las ausencias, todos aquellos que te gustaría que estuvieran allí y que sin embargo no han aparecido, algunos sabes que tienen excusa y que están en otro sitio atendiendo a otros compromisos, de otros no sabes nada hace tanto tiempo que es posible que solo existieran en tu imaginación, y hay otros que, simplemente, sabes que ya no estarán nunca aunque para ti siempre estén a tu lado.

Sí, en una librería hay un poco de todo, como en botica que diría aquel, y es posible que si la reunión tuviera lugar en otro momento de mi vida la clasificación de cada uno de mis amigos, mis libros, cambiaria pero, de lo que no hay duda, es  que al cabo de estar un rato entre todos esos conocidos es que, sin duda, son demasiados. Aunque afortunadamente menos que antes de empezar la selección como puede verse en esta foto del después de la librería:


Como alguien, un anónimo, me comento el otro día que porque no hacia alguna lista de mis libros favoritos, o de mis libros favoritos de este año y como no recibo muchas peticiones me he decidido no a hacer una lista (que es algo demasiado complicado, además de ser una opción demasiado obvia para llevar a cabo por un Anonimo) si no a hacer un resumen de esta reunión con mis viejos y nuevos amigos, conocidos y desconocidos, eso sí, solo de los que he “salvado” de los ancianitos de Castilla y León o, mejor dicho y puesto que se trata de una causa noble: para los ancianitos de León. (de estos igual os hablo otro día cuando José Ramón haya procesado la lista de títulos que les deberían llegar, aunque puede que Rosa exija su diezmo y no todos lleguen a los ancianitos).

Así que prepararos porque resumir este tipo de reuniones es un proceso largo, tedioso para todo el mundo incluso, aunque un poco menos, para el que lo lleva a cabo y al que le gustaría haber pasado más tiempo con alguno de los amigos de verdad rememorando cosas y eso teniendo en cuenta que uno nunca ha sido muy sociable y que sobre muchos de ellos se reserva su opinión (no solo sobre todos los que han sido descartados para el beneficio de los ancianitos de Castilla León, sí no incluso de muchos de los que se quedan).

(digresión entre paréntesis: mientras escribo este, cuasi eterno, post estoy sentado en casa oyendo discos de vinilo – sí, aunque me haya quitado la barba algunas maneras de hípster siempre se quedan – y ahora mismo escucho un disco del 91, Deliciosamente amargo de La Granja, y me sorprende mucho la letra de la última canción de la primera cara, Cucharas de plata, esa que dice eso de “el futuro está cada vez peor, que alguien me explique cómo hemos llegado hasta aquí” y me sorprende pensando que las cosas siguen yendo a peor y entonces ya estaban mal).

Así que con los libros ordenados por apellidos (que es la forma en la que uno recuerda a los conocidos del colegio o de clase de la universidad, por lo menos cuando pasaban lista en clase) detecto la primera ausencia significativa al no poder localizar Ariadna en Naxos de Azpeitia (Chavi para algunos, Javier o incluso Don Javier para el resto), un libro que en mi recuerdo, al menos, es excelente a la par que educativo, en la frontera entre ser un libro histórico y uno de mitología y cuya perdida no se ve compensada por encontrar una copia de Hipnos junto a dos ejemplares, en todas las clases hay al menos un par de gemelos y en esta no podía ser menos (de hecho no son los únicos) de El impresor de Venecia (el ultimo de Chavi) a los que resulta necesario separar por el bien de los ancianitos y porque, total, visto un gemelo visto el otro.

Como no podía ser menos en la B se me acumulan un buen montón de Baldacci, pero sé que no están todos ya que ni siquiera aparece Poder Absoluto, libro absolutamente imprescindible (mejor que la película, lo que siendo el guion de Goldman, William – guardado en la G - lo dice todo), tampoco aparece Sombras verdes, ballena blanca ese excelente libro de Bradbury sobre la preparación del guion de Moby Dick para John Huston que es otro imprescindible, lleno de anécdotas de una Irlanda que uno puede suponer bastante tradicional poblada de bebedores y buenas gentes; y tampoco aparece Kitchen Confidential de Bourdain que imagino como una visión realista del mundo de los cocineros – jugando a piratas con sus cuchillos y preparándose rayas de cocaína en la máquina de cortar fiambres, entre otras cosas – no solo por ser Bourdain un chef de reconocido prestigio si no también por algunos de mis conocidos, aunque sea una versión diametralmente opuesta a lo que hacen creer los programas de cocina de la televisión (por presumir, aunque no venga a cuento, diré que sí, que he estado en el restaurante de Bourdain, Les Halles en NYC, aunque por aquello de decir toda la verdad reconoceré que fue una casualidad debido a una lluvia persistente, su cercanía a nuestro hotel, un inicio de catarro y la promesa de una sopa de cebolla y no por visitar un restaurante famoso). Pese a ser libros todos ellos, para mí, imprescindibles llevo bien su perdida porque estoy convencido, o quiero estar convencido, de que están en mi librería auxiliar (la de casa de Álvaro y Helena) por lo que no están realmente perdidos.

Pero no todo son perdidas, si no que como contrapartida ha aparecido la primera edición de ¡Tierra! de Stefano Benni, que había dado por perdida y repuesto con una nueva edición de bolsillo mucho menos elegante, aunque mucho menos maltratada por las multiples lecturas,  que ahora podrán disfrutar los ancianitos de Castilla y León si es que entre ellos hay aficionados al género de Ciencia Ficción o al de las novelas de humor ya que es una novela verdaderamente divertida de viajes espaciales, o espacio temporales, y chorradas varias.

No podrán disfrutar sin embargo de las memorias de Burgess ya que pese a ser yo más de ficción que de realidad (por lo que tampoco podrán disfrutar de La Naranja Mecánica) y no recordar nada de lo que cuenta, he considerado necesario quedármelo ya que creo que tiene uno de los mejores títulos posibles para una autobiografía: Ya viviste lo tuyo.

Nunca he estado muy interesado en el futbol, ni en el deporte en sí mismo, ni en casi nada de lo que le rodea, ni mucho menos en la intelectualidad del futbol que puso de moda (creo) que un tal Valdano comentando de libros y de todo de tipo de cosas desde la televisión como un verdadero intelectual – cuando ser intelectual era cool – pero  he de reconocer que en su día Entre los vándalos de Bufford me sorprendió mucho con su retrato tipo periodismo de investigación sobre el mundo de los Hooligans y sus relaciones (supongo) humanas.

Un libro precioso, en un sentido literal ya que tiene dibujitos acompañando a una serie de poemas, es La melancólica muerte de chico Ostra, que me he quedado para evitar las tentaciones de que los ancianitos de Castilla León les reciten poemas de Tim Burton a sus sobrinos más pequeños y puedan asustarlos con estas historias de la chica cerilla, que acabara achicharrada y similares (ya hay suficiente drama y maldad en las versiones originales – pre Disney – de los cuentos clásicos, como para añadir más al arsenal de los ancianos).

Con todo la mayor alegría en la letra B, me la ha proporcionado reencontrarme con Balzac, pero estar tranquilos que no me refiero a haber localizado cosas como La comedia Humana o Eugenia Grandet. No, no me refiero a estas grandes obras y a su valor literario (un par de ellas han ido para los ancianitos de Castilla León, que seguro que saben apreciarlas) sí no que estoy hablando de Cuentos libertinos, un libro que en su día me regalo Jacobo y que puede que no tenga el valor literario de las grandes obras de Balzac pero que para mí tiene mucho más valor que todas ellas juntas. Cosas del cariño, que no del libertinaje, que conste.

Dos autores completamente diferentes, salvo por la letra de ordenación, de los que me quedo todo lo que tengo (lo siento mucho por los ancianitos de Castilla León) son Connolly y Chirbes y creo que lo tengo todo (aunque en casa me faltan, por lo menos,  uno de cada autor, de los que sé que he tenido, que espero estén localizados en mi librería alternativa).

A Connolly (no confundir con Connelly,. Yo lo he hecho y tengo una novela suya que, sin ser mala, no está a la altura de Connolly) hay que leerle por su serie de Charlie Parker que mezcla novela negra con fantasía y cuya primera novela (que por cierto esta entre las que he perdido, o, sinceramente espero,  está en mi librería auxiliar) Todas las cosas muertas tiene uno de esos principios verdaderamente brillantes (claramente entre los mejores principios que he leído: un tipo – policía, para más señas - ha salido a tomar una cervezas después de una discusión un poco acalorada con su mujer y cuando vuelve a casa tanto su mujer como su hija han sido brutalmente asesinadas, siendo el obviamente el principal sospechoso y siendo lector consciente de que él no ha sido) y no solo eso, sí no que mantiene el ritmo y el nivel durante toda la novela y prácticamente durante casi toda la serie (es verdad que tiene algún punto bajo que, al menos yo, le he perdonado) pero también hay que leerle por su otra serie que es un poco más infantil pero verdaderamente divertida (que recurre a las notas a pie, como Morgenstern/Goldman recurre a los paréntesis, para arrancar más carcajadas que las que ya de por si provoca el texto) en la que un niño (Samuel) se enfrenta a diferentes fuerzas infernales primero en la tierra (The Gates), luego en el mismísimo infierno (The Infernals) y al fin del mundo de vuelta en la tierra (The Creeps). Como casi todos están en ingles pues ya puestos también me quedo los cuentos cortos que están en los volúmenes de Nocturnes.

A Chirbes, ya lo he dicho otras veces (siempre que puedo), hay que leerle; sobre esto no puede haber discusión alguna, debería ser obligatorio y a ser posible (no se me ocurre ningún motivo para que no sea posible, salvo en el caso de los ancianitos de Castilla León que se quedan de momento sin sus libros) leer algo más que Crematorio ya que por mucho que esta sea la novela que le ha dado fama frente al gran público por una serie de televisión (que yo, como cultureta que soy no he visto) esta infinitamente lejos de La buena letra, de La larga marcha (que es el que no tengo localizado) o de casi todas las demás (salvo un par de excepciones).Obligatorio, ya digo.

En esta letra alguna cosa más hay, como las obras completas de Lewis Carroll, The Complete Lewis Carroll, que a estas alturas no necesita presentación y menos de mi parte, aunque diré que hay cosas que, entre tanta obra,  me han resultado imposibles de leer como The hunting of the Sanrk ya que mi ingles nunca llegara a ese nivel (ni ya puestos al de leer a gran parte de Joyce); un único libro de Crichton, The Lost World, que no está a la altura de otros suyos que realmente merecen la pena y que para mi siempre estarán asociados a unas sesiones maratonianas de lectura que nos metíamos Lourdes, Rafa y yo en la calle Lérida ; y por supuesto en esta letra también está la serie de Howard, que yo he decidido unilateralmente y sin criterio, clasificar en esta letra por el personaje principal y del que solo hay uno (de los cuatro) en mi librería y ya ni siquiera recuerdo cual era, digamos que es Johannes Cabal: The necromancer (aunque sospecho que no es este).

En la D obviamente era necesario mantener alejado de los ancianos Jack el fatalista de Diderot ya que no se trata de que se organice un motín en la residencia a la hora de la comida al clásico grito que este prohombre de la ilustración ponía en boca de sus personajes, ese “comamos jesuita, comamos jesuita” que siempre recordare como cantico de última hora de algunas noches de borrachera inolvidables; y también por inevitable e inolvidable tengo que mencionar a Dickens del que por diversión me quedo con Los papeles del club Pickwick, dividido en tres tomos pequeños, casi a modo de fascículos, de la edición de Alianza que aun estan localizados.

Tampoco estoy muy seguro del efecto que casi cualquier novela de K. Dick (si, ordenado en la D, que la K es de segundo nombre) podría tener en los ancianitos así que he decidido quedarme la colección cuasi completa, incluyendo por supuesto ¿sueñan los androides con ovejas eléctricas? que todo el mundo ha llegado a conocer como Blade Runner, pero también la única novela que no es de ciencia ficción de K Dick, Ir tirando, que es una pequeña joya y por supuesto Fluyan sus lágrimas, dijo el policía, que es uno de esos títulos que atrapan (la novela también), por no entrar en muchas otras que hacen que K Dick sea uno de los más grandes de la Ciencia Ficción y que he decidido que los ancianitos de Castilla León no conseguirán apreciar.

Con Roald Dahl debería haber sido generoso y haber dejado para los ancianitos algún libro que pudieran leerle a sus nietos, tipo Charlie y la fábrica de chocolate, o Las Brujas, o incluso haberle dejado alguna de las recopilaciones de cuentos adultos que destilan un humor inglés y negro verdaderamente entretenido como Relatos de lo inesperado (en el que creo que esta ese cuento de la pareja de ancianos que se van a ir en un crucero de larga duración y él está todo el tiempo recordándole a ella que no se olvide esto o lo otro y le anda metiendo prisa, a la vez que insiste continuamente en que van a llegar tarde. Al final él se marcha antes mientras ella recoge unas últimas cosas que el insistía que se le olvidarían y quedan en verse en el barco. Cuando ella llega al barco no consigue localizarlo y piensa que al final él ha perdido el barco…. ella hace el viaje con cierta preocupación y al volver se entera de que su marido ha muerto atrapado en el ascensor cuando salida de casa. O igual era al revés y era el ella la que se marcha antes porque teme perder el barco… no sé, mejor leerlo que contado por mí ni se le parece; mejor aún leed todo Roald Dahl porque puede que me equivoque de libro, o tal vez de autor y este cuento en concreto sea de Sakui y no de Dahl) pero la verdad es que es tan bueno que tendrán que perdonarme los ancianitos pero me los he quedado todos.

Desde mi punto de vista (aunque puede estar mal ordenado) esta letra también incluye a Fernando del Paso, cuyo Palinuro de México, me parece una novela excepcional pero que por mucho que la recomiende (antes recomendaba libros) no he conseguido encontrar a nadie que le guste ya que ni siquiera le gusto a Lourdes cuando se lo deje (aunque puede que esto fuera por dejárselo tarde y un poquito destrozado por lo que me lo acabo devolviendo forrado aunque no feliz de su lectura), por supuesto del Paso también tiene (aunque ahora mismo perdida de mi librería y creo que esta si está realmente perdida para siempre) Linda 67, una novela policiaca que tiene otro de esos principios que estarían entre los diez mejores que he leído nunca (donde un tipo en un coche se enciende un cigarrillo y el olor tan agradable del mismo le recuerda que ahora puede volver a fumar en su casa ya que, al fin y al cabo, acaba de asesinar a su mujer que es a la que le molestaba el olor del tabaco en su casa).

Por supuesto que de esta letra también estoy obligado a quedarme y a mencionar a uno de esos autores que estoy seguro de que no he entendido, De Lillo, pero que me gusta leer y del que prácticamente lo he leído todo desde aquel Ruido de fondo que me recomendó mi hermano Rafa hace ya muchos años y que primero me leí en inglés y como pensaba que me había perdido algo me lo volví a leer en español por si era un problema de mi nivel de inglés, pero no, no era eso. Es sencillamente que con DeLillo me quedo siempre con la sensación de haberme perdido algo muy importante de la novela, algo se me escapa en todas y cada una de ellas.

Hablando de mi hermano Rafa y de recomendar libros justo en la letra E esta Menos que cero de Easton-Ellis, novela que como ya he contado otra vez motivo una airada carta de mi hermano por hacerle gastar unos cuantos dólares en ella en un momento en que andaba bastante apretado de fondos y que creo todavía no me ha perdonado (o no del todo), razón por la que obviamente tengo que quedármela aunque releída al cabo de unos años no me parezca especialmente brillante, posiblemente ni siquiera buena.

La F por supuesto incluye a Flaubert, no por Madame Bovary o La educación sentimental que obviamente están bien, si no que el que se queda es la desternillante Bouvard y Pécuchet que seguro que tiene muchas cosas, referencias culturales se llaman creo (burlas llanamente en muchos casos), de las que seguro que me he perdido muchas pero que es sencillamente divertida, divertida. Además de divertida, pues es de Flaubert y leer a Flaubert siempre hace muy elegante y culto, así que ya sabéis.

También en esta letra era necesario conservar Una habitación con vistas que es una referencia cinematográfica inolvidable (diría que de cine de chicas porque al parecer a todas las chicas les gusta Daniel Day-Lewis – desde Mi hermosa lavandería , peli de culto del cine homosexual - , incluso o especialmente, cuando hace de imbécil insoportable como es este caso, pero añadiría que de buen cine de chicas ya que a mí me gusto bastante) para los que tenemos una edad (debería serlo para cualquiera, chicas y chicos, pero imagino que no lo es) y ya que andaba guardando referencias era inevitable recoger Belver Yinn que si bien es una novela que a mí me pareció muy mala tuvo un gran éxito entre la mayoría de las chicas que conocía en la época en la que salió (concretamente creo que era la novela favorita de Isa, la hermana de Lourdes, a la que si no recuerdo mal también le gusto. A mí me pareció una mierda pero que sabré yo).

Me habría gustado guardar Perdida que es una de esas novelas excepcionales que verdaderamente sorprenden y que uno se enorgullece estúpidamente por la casualidad (cogerla al azar en una librería) de haberla leído varios años antes de que fuera conocida (sí, vale, yo no me he leído Perdida, me he leído Gone Girl que es mucho más cool) pero como debe estar en mi librería alternativa he guardado las que tenía y que los ancianitos no querrían por estar en ingles Sharp Objects esperando que Dark Places este también en la librería alternativa porque sin ser tan buenas, merecen la pena y tienen la ventaja de ser anteriores lo que me permite decir que ya conocía y seguía a Gillian Flynn desde antes de su éxito.

Así llegamos a Goldman y por supuesto a Morgenstern, autor que para mi sorpresa si bien es conocido como guionista es extrañamente poco conocido como escritor, especialmente por escritores y estudiosos de la literatura como mi hermano Rafa o su amiga, Lidia, una casi hermana por derecho propio y también por matrimonio con nuestro casi hermano Claudio (algo que confunde mucho el árbol familiar y nos hace parecer White Trash de la americana profunda en la que cuasi hermanos se casan con cuasi hermanas; pero así son las relaciones familiares) y digo esto porque sé que a los dos les descubrí yo a Goldman (concretamente en un viaje a Maine y New Hampshire que ya, si eso, os lo cuento otro día).

Me gustaría mucho que los ancianitos de Castilla León pudieran leer a Goldman entero: desde The temple of Gold hasta Brothers, pasando por Marathon man y Tinsel y por supuesto a la versión reducida a la vez que ampliada del Morgenstern de La Princesa prometida o al de The silent Gondoliers pero no puedo renunciar a ningún título de mi colección, ni siquiera o especialmente al que aún me queda por leer: Wigger.


Creo que es el momento de parar aquí – que mejor que Goldman – aunque amenazo con continuar revisando los libros que se han quedado en mi librería en futuros posts (si hay demanda, o si no la hay y me apetece acabar el trabajo que ya he avanzado hasta casi Pujol, Don Carlos Pujol que, creo y espero, no tiene nada que ver con el jugador de futbol que es casi el único que se encuentra en internet) aunque puede que en un formato un poco más compacto.

martes, 1 de noviembre de 2016

Comentario textos Octubre 2016

Septiembre acabo con los eventos del décimo aniversario el Wurlitzer lo que, pese a que ya bebo mucho menos de lo que bebía antes (prácticamente soy abstemio y monacal) me dejo, sí no con una resaca, si un cierto cansancio. Uno de esos cansancios alegres, felices, de los que hablan las madres y los padres cuando te dicen que te esfuerces, que por mucho que te canses el esfuerzo merece la pena y otras majaderías de educación católica que resultan ser ciertas (no como muchas otras, aunque la verdad es que no puedo asegurarlo porque yo fui a un colegio laico y mis padres eran cuando menos muy laxos en sus creencias católicas).

Aunque he perdido la practica (y las fuerzas) para salir todos los días del aniversario a ver todos los conciertos estuve en un par de ellos y la verdad es que además de ver a los grupos fue una alegría ver a mucha gente que, por aquello de salir poco, hacía mucho que no veía y a la que, la verdad sea dicha, echaba de menos aunque luego interactuara con ellos poco menos que un saludo cortes y un brindis rápido. La verdad es que me gusta estar en el Wurlitzer (pese a no poder fumar dentro y a que mi cerebro se sature rápidamente), me gusta tomarme unas cervezas en mi esquina disfrutando de un buen concierto o incluso disfrutando de criticar uno malo, o de un estilo incomprensible para mí, ya que criticar cosas siempre ha sido una debilidad de los miembros de mi familia (teóricamente solo ha sido una debilidad  la crítica constructiva, en la que tanto insistía mi padre, aunque no estoy seguro de que tal cosa exista, - creo que vista desde el punto de vista del criticado casi ninguna crítica es constructiva – y en caso de existir me temo que no es la que más practico).

En cualquier caso como ya comentaba el mes anterior había conseguido llegar al doce de octubre sin haber terminado ningún libro, aunque prácticamente me había terminado Razor Girl; un libro que había comprado en el aeropuerto de Atlanta tan solo porque tenía una portada bonita. Aunque, a priori, no lo incluiría en mi top ten de principios la verdad es que resulta curioso y prometedor eso de empezar una historia con un accidente (leve) en el que (desde el punto de vista de protagonista) su coche es golpeado por detrás y cuando se baja para hacer el parte el conductor del otro coche es una chica que le saluda con una navaja de afeitar a la vez que se disculpa por haberse distraído al conducir por andar depilándose sus partes íntimas para acudir a una cita. Una portada y un principio prometedores a los que, desgraciadamente, el resto del libro (ni la historia, ni los personajes, ni los diálogos) terminan de corresponder quedándose en tan solo eso. Un libro correcto pero que desaprovecha el tirón inicial del principio de la historia.

Conseguí acabar el libro con tiempo de sobra para empezar a preparar mi bolsa (las maletas dirían algunos) para marcharme a NYC el día catorce por lo que me volví a presentar en el aeropuerto sin nada para leer en el viaje. Como esta vez no viajaba solo no era algo que me preocupara mucho ya que quieras que no, entre charlar un rato sobre las peticiones de comida especial de Álvaro (que en este viaje le dio por pedir comida Kosher) y los múltiples entretenimientos que mi sobrina Alicia requería de mi hermana Helena (su madre) para no quedarse, bajo ningún concepto, dormida, junto con las pequeñas discusiones que estos causaban pues se pasa el viaje bastante entretenido.

Aunque no me preocupaba mucho montarme en el avión sin nada que leer, como ahora tienes que estar unas cuantas horas paseando por la terminal del aeropuerto sin nada que hacer pero sin dejar tu equipaje desatendido (eso nunca), una vez desayunado y antes de visitar el Duty free para comprar cigarrillos y otros productos varios con los que completar la maleta de entretenimientos de Alicia, pues me acerque a la tienda de prensa a ver si había alguna cosa interesante. La verdad es que no había mucho, pero entre lo poco que había un título me llamo la atención: Blancanieves debe morir. Ya, no parece un título especialmente bueno por lo que posiblemente debería explicar ahora porque me llamo la atención. Sin embargo pese a que dudo que surjan muchas más oportunidades para hablar de mi relación con Blancanieves (o Schneewittchen como Thomas Gemperle me enseño, con poco éxito en la pronunciación, que se decía en alemán hace ya muchos, muchísimos año) ya que no es un tema que surja habitualmente ni en las conversaciones ni, así, en general o en este blog; y pese a que precisamente la idea de este blog era la de contar(me, a mí mismo) parte de mi pasado la verdad es que hoy no me siento con ganas de ponerme a escribir sobre estas cosas y no quiero buscar una excusa para hablar de esto. Así que dejémoslo así, ya, si eso, hablamos otro día de esto.

¿Qué decir del libro? Pues supongo que podría empezar por el final, si hubiera conseguido terminármelo, pero ni con las más de siete horas de vuelo, ni siendo la única lectura que tenía a mi alcance los primeros días, por lo menos hasta que visitara McNally Jackson (u otra de mis librerías favoritas) y teniendo en cuenta que esta visita se iba a retrasar con casi total seguridad hasta que consiguiéramos mesa en El Rubirosa, creo que esto lo dice todo. Es una historia demasiado previsible (digo estoy consciente de no haber leído el final, pero estoy seguro de que no tiene un giro mortal al final; o aunque lo tenga sigue siendo demasiado previsible. Contradicción incluida y aceptada) y la verdad es que la escritura tampoco aporta nada (aquí me hago el cultureta y me refiero a eso de el estilo). Prescindible o como mucho aceptable como libro de playa.

NYC me gusta. No solo me gusta si no que para mí es sumamente agradable visitarla en la compañía de siempre (o de casi siempre, debería decir, ya que es una ciudad que he visitado con mucha gente); la visita anual es una de mis tradiciones favoritas (tal vez, la única tradición que realmente me sigue gustando) y digo esto siendo perfectamente consciente de que las visitas ya no las mismas que eran antes.

Nosotros no somos los mismos (especialmente yo, que soy consciente de haber cambiado mucho y no precisamente para bien lo que provoca no pocas tiranteces en algunos casos) y aunque ya llevemos siendo el mismo número varios años las prioridades no son las mismas: unas crecen en importancia, otras disminuyen, pero muchas otras se mantienen compatibles entre todos y resulta difícil saber quien disfruta más las tiendas de caramelos y chucherías o en las tiendas de comics o de chorradas varias.

La ciudad tampoco es la misma, nunca lo ha sido (afortunadamente) y precisamente en eso radica su encanto: en que cada vez que vas hay nuevas cosas que descubrir, nuevas cosas con las que sorprenderse. En los últimos años, sin embargo, algunas de las tiendas favoritas, de nuestras tiendas más especiales han desaparecido y uno se lleva algunas decepciones al ver locales que a uno le encantaban vacíos o sustituidos por negocios infinitamente más anodinos que los que había, que los que uno esperaba encontrar. Supongo que es ley de vida, o la ley de la ciudad, pero este año yo lo he notado más y si bien es cierto que mi guía de NYC (una que escribí para María Rodrigo hará unos cinco años) perdía algún local cada año la verdad es que creo que ahora la mitad de ellas ha desaparecido. No, no me malinterpretéis, no es pena lo que siento (aunque echare de menos muchos locales), no, lo que siento es simplemente la pereza de volver a descubrir mi ciudad favorita y volver a compilar una guía. Pero es una tarea a la que pondré con gusto en breve. Si, muchas cosas han desaparecido pero hay otras nuevas, otras perduran y muchas quedan por descubrir antes de que desaparezcan.

(Precisamente hoy leo una noticia sobre el Bronx – que no, que no es un barrio que yo visite – en la que comentan que cuando cierre el Barnes & Noble que hay allí – a finales de este año -  ya no quedara ninguna librería en todo el Bronx. Más de un millón y medio de personas y ni una sola librería. Significativo. Afortunadamente parece que hay planes de abrir una librería – pastelería este año, que no es lo mismo pero algo es algo)

En cualquier caso, será porque nos hacemos mayores o más glotones, pero los lugares que no solo se mantienen si no que aumentan son nuestros sitios favoritos para comer. De hecho parte de las excursiones ahora las planeamos en función del día que conseguimos mesa en alguno de ellos. 

Obviamente la excursión a Brooklyn depende de cuando hayamos conseguido la mesa en Peter Luger para devorar su Porterhouse y su ensalada de tomate, cebolla y beicon (cortado con un grosor superior al del menique de una virgen adolescente, o superior al dedo DIN para los más tiquismiquis o los que no tengáis claro como es el menique mencionado) y para que Alicia pueda meter la cabeza en un cuenco de nata montada (el equivalente unipersonal a las guerras de merengues que hacíamos en Játiva cuando éramos pequeños); la excursión a McNally depende de la tarde en la que tengamos pensado cenar en El Rubirosa para degustar sus pizzas y (algunos, no todos pero no daré nombres) ponernos tibios a cocteles mega-extra alcohólicos a la par que deliciosos; la excursión a las tiendas de la calle dieciocho contempla el parar a comer las delicias nada apetecibles por escrito, pero exquisitas, del The Gander, un sitio en el que hay que ser valiente a la hora de pedir para poder disfrutar; y así sucesivamente. En fin, que estamos hechos unos gordos, o mejor dicho siempre lo hemos sido (había gente que a nuestro primer bar, el Morgenstern, lo llamaba el bar de los gordos: Gordo se nace, no se hace y, por cierto, no depende del peso ni de la talla. Es puro vicio y placer.  Pero divago, ya, si eso, comentamos otro día de sitios para comer bien en NYC.

Curiosamente, pese a que a mi Brooklyn no me gusta (el único año que me gusto un poco fue el que estaba Catherine viviendo allí pero creo que incluso las cloacas de Bombay – si Bombay tuviera cloacas – me gustarían con Catherine), nunca encuentro nada interesante, este año, incluso antes de perdernos en las tiendas de discos conseguimos localizar una librería, Word, con buen aspecto (no excesivamente Hípster) en la que, puede que por la ausencia de lectura, decidí llenar mi mochila hasta casi los topes incluyendo el ladrillo (672 paginas) de la autobiografía de Elvis Costello: Unfaithful Music & Dissapearing Ink.

Esa misma noche empecé a leerla y he de reconocer que enseguida encontré cosas interesantes: “A lot of pop music has come out of people falling to copy their model and accidentally creating something new. The closer you get to your ideal, the less original you sound”, que creo que no solo es aplicable a la música si no también a los libros. Íbamos por buen camino, aunque como ya creo haber contado, eso era fácil ya que durante un tiempo no me habría importado ser Elvis Costello, de hecho me habría encantado así que me gustara no tenía mucho mérito.

Lo que tiene mérito es que haya estado a punto de dejarla a mitad porque se estaba convirtiendo en una pesadilla casi imposible leer, además cada vez más.

Si al principio algunas notas biográficas sobre su padre aportaban un toque que podía explicar algunas cosas (al fin y al cabo creo que es difícil entender a los hijos sin saber nada de los padres o de cómo se criaron) poco a poco este personaje se volvía agotadoramente insufrible resultando sumamente curioso que pese a que el mismo reconoce que fue su madre la que siempre le crio y siempre estuvo de su parte, mientras que su padre le hacía un caso mínimo realmente es de su padre del que habla todo el tiempo mientras que lo dedicado a su madre es casi anecdótico.

Si al principio reconocer algunas tropelías o episodios de su vida te satisfacía, al ir pasando páginas y no encontrar ninguna referencia a episodios muy significativos de su carrera (como cuando grabo bajo otro nombre una canción contra Margaret Thatcher, la que pasaría a la historia como la dama de hierro, mote que supongo que prefería al que tenía al principio de su carrera política cuando se la conocía como la ladrona de leche, o la robaleche: the milk snatcher en su ingles natal) te deja totalmente insatisfecho y preguntándote cuantas cosas relevantes se ha dejado sin contar.

Si al principio alguna cita de sus canciones sirve para ilustrar algo la reproduciendo de letras enteras al final te hace sospechar que su vanidad le hace pensar que puede postularse para otro nobel de literatura incluso antes de que se confirmara el de Bob Dylan.

Debería haberla dejado sin acabar (yo de leer, o incluso el de escribir) aunque me ha encantado saber que The Band le gustaban mucho (¿a que persona sensata pueden no gustarle muchísimo?) y algunas otras curiosidades que sirven para reafirmar algunos de mis criterios musicales (aunque se haya dejado otras importantes y casi todas sus opiniones sobre sus contemporáneos) y sobre todo me ha encantado esta frase sobre cuando sabe uno que realmente se ha hecho mayor: “They say that it is a sign that you are getting older when policemen start to look young”. Interesante a ratos pero decepcionante en general.

He de confesar que no conseguí acabarme la autobiografía de Costello antes de que fuera necesario preparar las maletas para el viaje de vuelta por lo que le toco viajar con el equipaje mientras yo llevaba en cabina una lectura más llevadera: I, Lucifer, que pretendía ser una biografía del diablo o como dice en la portada del libro su parte de la historia. Si bien creo que esto no lo consigue, lo de contar la historia de Lucifer desde su punto de vista, digo,he de reconocer que en The Strand (que fue la librería en la que lo compre entre, al parecer, 18 millas de libros, casi 30 kilómetros) tenían un cartel que decía algo así como “si te gusta la primera página, no podrás dejar de leer”. Decidí probar y leerme la primera página (y no el resumen de contraportada, que como siempre me dice Rafa es justo lo único que no ha escrito el autor por lo que es una mala referencia para decidir). No me entusiasmo, me pareció flojilla pero decidí comprarlo (supongo que ya lo había decidido al ojear, que no leer, la contraportada). Aunque no cumple las expectativas (lo puedes dejar sin problema, aunque, ya digo, a mí no me gusto la primera página) tiene puntos de vista divertidos, o mas bien curiosos de los cuales mi favorito es ese de que si es el diablo (Lucifer, venga) es el que de verdad está a cargo del infierno y realmente quiere molestar a Dios ¿a santo de qué viene eso de sufrir en el infierno? “No one gets it. Which do you think would annoy Him more? Souls in Hell Suffering and whishing they’d been Good? Or souls in Hell partying and thinking, ‘Thank fuck I didn’t bother with all that morally sound behavior crap?’ You see the logic, surely”.

Como esta hay alguna otra que merece la pena (como la de Judas y su traición). Una lectura entretenida a ratos, en otros confusa, pero que además permite añadir un pecado a la lista de todos los artistas incluidos (o especialmente) escritores al reflexionar “.. since every artist knows more than he can tell, all art is lying by omission” incluyendo principalmente a Dios y en mucha menor medida al que esto escribe que obviamente omite algunas cosas que sabe (aunque no está seguro de recordar, como cantaba aquel: “I can’t forget, I can’t forget… but I don’t remember what”).

Dejo de omitir, o de contar, de pecar por omision por hoy, que hoy, día de todos los santos, por eso de ser festivo, para mí es como domingo y tampoco es cosa de regodearse en el pecado en un domingo.
  
Razor Girl – Carl Hiaasen
Blancanieves debe morir – Nele Neuhaus
I, Lucifer – Glen Duncan

Unfaithful music & Disappearing Ink – Elvis Costello