viernes, 14 de julio de 2017

Comentario de textos - Junio 2017

Hacía ya varios años que no me acercaba por la feria del libro, algo que supongo era una tradición familiar (de la que no tengo recuerdo) y que mantuve como tradición personal, con amigos, durante muchos años para luego abandonar totalmente.

Supongo que las razones por las que deje de acudir a la feria del libro fueron variadas y seguro que en mayor o menor medida entre ellas se cuentan la perdida de contacto con aquellos amigos que me solían acompañar, mi creciente aversión a las multitudes y también el hecho de que en los últimos años en los que acudí la mayoría de las casetas eran de librerías, con muy pocas editoriales, lo que obviamente la convertía en algo tan aburrido como pasear tropecientas veces por los pasillos de la zona de libros de una gran superficie interminable, viendo una y otra vez los mismos libros en casi todas las casetas. Algo realmente agotador que no compensaba el placer de tomarse luego una cerveza, o incluso más habitualmente durante la primaveral tormenta veraniega que, por lo menos para mí, siempre ha caracterizado mis visitas a la feria del libro.

A mí siempre me ha llovido torrencialmente en la feria del libro, desde la primera de la que tengo recuerdo: una en la que me compre el primer tomo de El Señor de los Anillos (ejemplar que preste a Manolo Die Deán, y que nunca me devolvió y yo no he vuelto a comprarme ya que quiero pensar, pese a que de esto haga más de treinta años, que algún día me lo devolverá) y cosas súper-hippies; pasando por aquellas en las que Jacobo y yo buscábamos libros de poetas franceses o malditos para escribir canciones, cunado no directamente copiar partes enteras (lo que técnicamente se llama homenajear a los autores) y en una de las cuales nos gastamos todo el dinero que teníamos destinado para las cervezas de ese día, o de esa semana, en comprar los dos tomos de todas las canciones de Bob Dylan (hasta aquel momento del que ya hace también mucho tiempo) en una edición bilingüe que he tenido que reemplazar por una edición posterior no bilingüe (eso si, solo en ingles que para algo es uno un cultureta), porque no se bien como, porque motivo, con que chantajes emocionales exactos, mi hermana Maite se acabó quedando con aquellos dos volúmenes que a diferencia del primer tomo de El Señor de los Anillos sé que nunca recuperare; hasta las últimas que recuerdo en compañía de Lourdes y de Barcina (cuando Lourdes y yo ya no éramos pareja, pero quedábamos para ir a la feria a dar un paseo por tradición, pero antes de que Barcina dejara totalmente de beber para convertirse en un montañero), en todas ellas me ha llovido, o al menos ha llovido en mi recuerdo y nos hemos refugiado en un bar con unas cervezas antes de saturarnos de la propia feria.

Este año, sin embargo, no llovió durante mi visita a la feria del libro, algo que además de extraño hizo que la misma se alargara un poco más de lo necesario, de lo aconsejable, y que no acabara precipitadamente con unas cervezas en el bar más cercano si no con mucha calma y una vuelta lenta a la totalidad de la feria y con mi sobrina Alicia tomándose un zumo de alguna fruta absurda y de un color no excesivamente natural (diría yo, o dicen mis reciente recuerdos) mientras comprobaba todo lo que se había feriado. Porque realmente fue Alicia la única que se ferió libros de motu proprio (por ella se habría comprado casi todas las colecciones de El Club de Tea, y digo casi todas porque aún no está por la labor de comprarse libros repetidos y su prodigiosa memoria le da de sobra para recordar que libros tiene, no como a otros que acaban comprándose libros que ya se han leído y, ojo, que no miro a nadie… ya que no tengo ningún espejo a mano).

El caso es que, pese a que mis expectativas  eras bajas yo llevaba una actitud razonablemente positiva frente a la compra de libros y eso que mis últimos recuerdos eran los de ver solamente librerías y en todas ellas los mismos libros, caseta tras caseta, tras caseta hasta que llegara la lluvia salvadora que nos arrastrara desde el paseo de coches hasta el bar, aunque fuera artificialmente cuesta arriba ya que como todo el mundo sabe los bares más cercanos están cuesta arriba por, supongo, una maldición bíblica.

Si bien no tuve suerte con la lluvia he de reconocer que este año me sorprendió la proporción de editoriales y como consecuencia la variedad de la oferta aunque nada consiguió tentarme especialmente para comprármelo.

Además de ver algunas editoriales interesantes, pero nada lo suficientemente tentador, también pare en la caseta de mi librería de referencia, la Librería Méndez, pero solo lo hice para saludar y prácticamente no mire lo que tenían expuesto (yo soy un tipo más de interior y prefiero mirarlo acompañado por su poco de aire acondicionado en verano) y si no pude parar en mi otra librería de referencia, la librería Fuenfría de Cercedilla que estoy seguro que todos visitareis más de una vez este verano, por no tener presencia en la feria tampoco pude parar a saludar al librero Tarambana ya que pese a que mi sobrina quería acudir el día que este, también denominado su tío Rafa, estuviera ejerciendo de famoso firmando ejemplares suyos (o de otros, que es algo que practica desde pequeño), la posibilidad de visitar la feria en fin de semana está completamente fuera de mis capacidades actuales de concentración y aguante frente a las multitudes de mis semejantes (semejantes en cuanto a especie, se entiende que cada día me siento más lejos de ellos).

Pese a que no encontré nada que me tentara para mí si compre un par de libros: uno para mi hermana (American Gods de Gaiman en español), que andaba imposibilitada de mirar nada por la atención que requiere Alicia,  y otro para Álvaro (igual debería decir mejor: con la excusa de Álvaro), que debería decir que le pasaba algo parecido, aunque un poco menos y si consiguió mirar alguna caseta sin la insistente presencia de Alicia, aunque creo que solo de Comics (puede que porque a Alicia también le interesaran estas casetas o puede que por otro motivo).

La novela que compre para Álvaro era Zebulon, que en palabras del vendedor de la editorial era un gran western crepuscular, del que diré que había oído hablar solo porque se iba a presentar en una librería del barrio (aunque nunca llegue a enterarme bien de cuando y donde) y por el que tenía un cierto interés por una razón tan válida (o tan poco valida) como que el autor se apellida Wurlitzer y no `por eso del western crepuscular. Obviamente como yo no tenía nada que leer se la robe, no ese mismo día, que uno no es de ese tipo de personas, si no un par de días después cuando comprobé que todavía no la había empezado y que si era buena me daría tiempo a leerla prácticamente antes de que notara su ausencia.

Si bien no estoy seguro de que Alvaro haya notado la ausencia de la novela (ya que le preste la versión americana de Amrican Gods, no para distraerle, si no a petición propia) ciertamente podía haberse dado cuenta ya que aún no se la he devuelto. De hecho ni siquiera me la he terminado habiéndome costado un esfuerzo excesivo llegar hasta la página 142 donde definitivamente me quede atascado, sin posibilidad de avance y ciertamente tampoco de retroceder, aunque si esto fuera posible hubiera retrocedido tranquilamente y la habría dejado en la mesa de casa de Álvaro completamente olvidada. Lástima eso de no poder volver atrás en el tiempo, algo que si ciertamente fuera posible y estuviera al alcance de todos haría que la vida fuera sencillamente un caos sin ningún sentido (todos volviendo todo el tiempo atrás cada vez que a uno no le guste algo… una combinatoria sencillamente imposible) y lástima que la novela no me haya gustado ya que me habría gustado comprar más novelas de Mr. Wurlitzer.

Aunque parezca increíble mi pelea con esta novela me había acercado a las puertas del día 20, que amablemente Amazon se empeñaba en recordarme seria el día que se pondría a la venta la nueva novela e Don Winslow. Estaba a punto de pedirla por Amazon, traicionando a mis librerías de referencia con mi clásica excusa de comprarla en versión original (que merece mucho la pena en el caso de Winslow) cuando al mirar el calendario me di cuenta de que ya estaba casi a punto para intentar irme a Piles a pasar unos días, tomarme un arroz al horno y seguir dándole la lata a la rama de mi familia que me aguanta a diario por aquello de que tengo la oficina montada en el recibidor de su casa y de que solo tenía por leer otras 140 páginas de esa novela que ya casi había decidido dejar.
Así que antes de pedir la novela de Winslow, en versión original, me decidí a realizar una visita a mi librería, que en cierta medida les había prometido en la feria del libro, y aprovechando que tenía que atender a una conferencia en la Real Academia de Ingeniería decidí salir con tiempo y parar en la calle Mayor. En principio, no parecía una gran idea ya que luego tendría que ir cargando con los libros – no, no tenía duda de que compraría un cierto número de ellos – hasta la conferencia y de vuelta a casa bajo un calor que, sin llegar a ser el de estos días, ya era un poco excesivo para hacer agradable el paseo; pero las otras opciones eran: la traición a mis librerías, quedarme sin nada que leer para el viaje a Piles, o – la más descabellada conociendo mi escasa movilidad, pero la que os aconsejo siempre – acercarme a Cercedilla.

Normalmente de camino de la librería Méndez siempre me asalta uno de esos grandes dilemas de  la humanidad del tipo ¿antes o después? Ya sabéis de que os hablo: ¿me compro una palmera de chocolate en la pastelería El Riojano antes de entrar o al salir? Hace algunos años la solución era evidente ya que en realidad no existía un dilema: me compraba una antes de entrar y otra (o más de una) al salir. Sin embargo ahora, por aquello de la vigilancia médica, este es un dilema de difícil solución: comprarla antes de ir tiene la ventaja de la retribución inmediata y de (como en Annie Hall, con lo de los besos) liberar la mente del dilema pero claro un día de calor tienes el riesgo de mancharte mucho con el chocolate y tampoco se trata de ponerte luego a ojear libros con los dedos llenos de chocolate; comprarla después permite una satisfacción más tranquila ya que la distancia entre ambos establecimientos es un poco escasa para disfrutar con deleite de una exquisitez como esta. Afortunadamente como esta vez mis pasos a la salida me llevarían en la dirección contraria y como yo tengo una norma casi sagrada de no retroceder cuando estoy dando un paseo (entre otras muchas como que no vale cruzar la calle para ver una tienda o que no vale volver por la misma calle en el mismo día, que configurar mi idiosincrática personalidad, o como les gusta definirla a algunos: mi idiotica personalidad) me había librado del dilema, lo que obviamente me producía una cierta alegría.

Sin embargo mi alegría duraría poco ya que nada más entrar a la librería me di cuenta de que allí estaba la traducción del nuevo libro de Winslow: Corrupción Policial lo que obviamente me planteaba otro de esos dilemas universales. Mi primer instinto fue ignorar la existencia de la traducción (para mis lectores menos avispados – no miro a nadie sobrino, ya sabes que yo también te quiero y deseo que, algún año, acabes filología – aclaro que el dilema era cuál de las dos comprar, si la traducción o el original), manteniendo mis planes de traición de comprarme la versión original, ya que habían traducido una novela que se llama The Force, como Corrupción Policial, algo que así directamente te estropea parte de la trama sin ninguna necesidad y por supuesto no auguraba nada bueno, pero pensando en que las vacaciones estaban cerca y que posiblemente me la leyera en Piles donde podría ser disfrutado por algunos familiares a los que lo de leer en ingles no les tienta pues casi parecía más razonable (tanto económicamente como ambientalmente) comprar la versión traducida. A mi ninguna de estas razones me parecía especialmente importante pero como tampoco tenía mucho que recomendarle a L para la playa pues me decidí por la versión traducida.

No voy a decir que la decisión fuera un error ya que la novela es lo suficientemente buena pero si estoy en condiciones de afirmar que no es lo mismo y obviamente puedo afirmar que es mucho mejor en inglés. Ahora es cuando podéis decir que no tengo ninguna prueba de esta afirmación y que una vez más estoy haciendo afirmaciones en el más puro estilo familiar o incluso de mi colectivo profesional: sin ninguna base. Pues que sepáis que os equivocáis y que esta vez tengo pruebas: tantas pruebas como novelas tiene Winslow (descontando, de una vez y para siempre El Cartel que para mí no es que sea la única novela mala de Winslow, es que: no es una novela si no un tocho bastante infumable) ya que su estilo de frases cortas que repite a modo de estribillo de canción se pierde completamente al pasarlo al español y posiblemente a otros idiomas (sinceramente no creo que sea culpa del traductor – lo del título tampoco creo sea culpa suya, si no de la editorial – si no de las propias diferencias entre los idiomas; pero que sabré yo de estas cosas). El caso es que, a diferencia de lo que me había costado avanzar en la de Mr. Wurlitzer, en un par de días me había leído las más de quinientas páginas que tiene, y la había disfrutado.

Mi siguiente compra, Los Cinco y yo, fue una que se me olvido hacer en mi anterior visita; más que un olvido – que en cierta medida iba con la idea de comprarla – fue que no la vi, me lie con otras cosas, al final no la compre y cuando llegue a casa pues me di cuenta de que no la había comprado (ya sabes, lo típico, vas a comprar el pan y vuelves a casa con un par de bolsas del supermercado pero obviamente en ninguna de ellas hay una barra de pan, ni tan siquiera un mísero chusco de pan). En cualquier caso la banda que tenía esta segunda edición, junto con algunos de los comentarios de la solapilla, me tenían confuso ya que parecían indicar que se trataba de una novela divertida (creo que ponía textualmente la más divertida) e incluso hilarante y la verdad es que a mí, habiendo leído (creo) todo lo publicado de Orejudo (junto con alguna cosa no publicada, o publicada muy marginalmente) y pareciéndome, como me parece, un gran escritor (iba a poner un muy buen escritor pero no sé si es muy correcto, así que me he decidido por un gran, que queda mejor, más preciso posiblemente,  y si lo lee le hará más ilusión) pues me resulta tan difícil aplicarle el adjetivo de divertido a lo que escribe que prefiero no comentar sobre las posibilidades de aplicarle lo de hilarante.  No quiero decir que Orejudo sea aburrido, que no lo es, pero de eso a divertido o hilarante hay varias bibliotecas de Alejandría.

No creo que sea una mala novela pero a mí no me ha gustado, de hecho lo que me ha parecido es que quería escribir otra novela – que si podría ser divertida – creo que él quería haber escrito la novela que en su novela adjudica a Rafa: la de cómo serían los cinco de mayores, pero que por algún motivo no se ha decidido a escribirla. Posiblemente porque en cierta medida para escribir esa historia de cómo serían los cinco de mayores no basta con un solo escritor si no que se necesitan al menos dos escritores amigos (preferiblemente tres o más) y unas cuantas botellas de whisky, una novela como esa necesita una sesión de sentarse con tus amigos a beber y ponerse a desbarrar como hacías cuando tenías menos de veinte años y se te ocurrió por primera vez la posibilidad de hacer esto (algo que estoy seguro que comentaron más de una vez hace muchos años ambos dos – Reig y Orejudo – posiblemente con la connivencia de Lopez, Chavi, Nogales, Becerra, Ridao… en aquellos tiempos de La Perla de Lab-UAM).

Creo que ya lo he comentado otras veces y pese a que es algo que me ha dado más decepciones que alegrías si un editor le pone a un libro una faja con una frase elogiosa de cualquiera de mis escritores favoritos ha vendido un libro más ya que es casi seguro que yo lo compre en cuanto lo veo. Eso, lo de comprarlo, fue lo que me paso con Visitation Street que Lehane elogiaba en la faja. Afortunadamente no me ha decepcionado lo mas mínimo, de hecho me ha parecido un gran libro lo que es decir mucho para un libro en el que realmente no pasa nada significativo, para un libro de esos de personajes que es lo que es, incluso aunque yo no tenga muy claro a que me refiero. Supongo que lo que quiero decir es que más que la historia que se cuenta – que no tiene nada de especial: unas chiquillas salen a dar una vuelta en barca, una muere y así empieza la historia -  lo bueno del libro son las descripciones de los personajes y de sus relaciones (aunque alguno, por absurdo o poco creíble, a mí me sobra pero esto queda compensado con creces con otros) e incluso en este caso de sus relaciones con una parte de Brooklyn, de las esperanzas y decepciones de los mismos. No puedo dejar de advertiros que aunque parece corta se hace larga, pero larga en un buen sentido; para mi es simplemente una especie de efecto óptico en el que parece que has leído mucho y sin embargo no has avanzado tanto como pensabas, igual es porque has disfrutado de una forma pausada.

Juan Madrid no es uno de mis escritores favoritos, aunque en general lo que he leído de él me ha gustado y todavía recuerdo con sorpresa ese libro que era una especie de ejercicio de taller de literatura en el que cogía una noticia del periódico y escribía un cuento inventándose una historia. Inevitablemente me recuerda a la única vez que una empresa seria me sometió a un proceso de selección con su departamento de recursos humanos en el que nos hicieron varios test de personalidad y de inteligencia ya que una de las pruebas era que te daban una ilustración y te pedían que explicaras una historia que encajara con la ilustración. (a mí me dieron una de un padre y un hijo en un despacho y bueno… la historia se complicó bastante para el poco tiempo que tenía pero ya, si eso, intento acordarme otro día).

Supongo que en circunstancias normales no habría comprado Perros que duermen pero con un posible viaje a Piles por delante parecía una lectura que, cuando menos, seria entretenida y playera (no en un sentido de playero en plan surf y eso, sí no más bien en el de tener el cerebro medio apagado y disfrutar de la lectura con la mitad despierta). Igual fue precisamente por esta esperanza de leerlo con medio cerebro por lo que me gusto ya que en lugar de la típica novela de crímenes o de los bajos fondos se trata de una novela razonablemente seria sobre la postguerra civil y el régimen de Franco. Iba a escribir razonablemente verosímil pero por una parte me he dado cuenta de que no tengo ni idea de la verosimilitud o no de las descripciones que se hacen en la novela y por otra parte (o por la misma) el otro día hablando de esta novela Rafa me pregunto si me había tirado para atrás lo de Franco, que algunas personas (incluso casi a el mismo) le había echado un poco para atrás y yo me quede un momento en blanco. No porque no me acordara de a que se refería con lo de Franco – que si recordaba perfectamente la escena – si no porque yo lo había leído como completamente ficticio y pese a que se reconoce perfectamente a Franco en ese personaje en concreto para mí no había ninguna relación entre el personaje y la persona. Lo que él se planteaba, me planteaba sobre si podía creerme que Franco hiciera algo así era algo que a lo que no había dedicado ni una conexión neuronal. Ni me había impactado ni me lo había creído, lo había leído como una ficción, como el que lee en una novela que los alienígenas han hecho un pacto con la CIA para que les suministren leche de vaca a cambio de tecnología o como el que lee sobre campos de niños esclavos en la cara oculta de la luna, o era en los campos de marte (lo primero es de una gran película y lo segundo parece que es una pregunta a la que ha tenido que responder un senador de estados unidos).

La verdad es que ahora que lo pienso, después de la pregunta de Rafa, creo que tal vez lo único que le sobra a la novela no es lo de Franco si no que le sobra toda la historia del crimen o la parte pseudopoliciaca. Realmente no le hace ninguna falta todo eso para ser una buena novela sobre la postguerra civil y el régimen de Franco pero imagino que Juan Madrid habrá sucumbido al hecho de tener que ser un escritor de un cierto tipo. Creo que si no hubiera sucumbido a esto y se hubiera centrado en más realismo habría sido mejor novela e incluso podría haber subido a la categoría en la que esta Stephen King de escritor realista tipo Galdos para los que han vivido o pasado tiempo en Maine.

Tal vez una de las cosas más curiosas es esa continuidad que existe en España en los apellidos ya que puede observarse que muchos apellidos siguen manteniendo el mismo peso social pase lo que pase y que los que ya estaban entonces aún siguen y aunque puede que no sea el caso y que no tenga ninguna relación resulta sumamente curioso leer que los nacionales no solo querían envenenar el abastecimiento a Madrid, si no que uno de los generales encargado o ideólogos de esto era un tal Gistaú, apellido que a día de hoy sigue vinculado al mundo del agua en la figura de Roque que ha sido prácticamente de todo incluso director gerente del Canal de Isabel II (igual precisamente para resarcirse de ese antepasado que quería envenenar Madrid).

Hace algunos años me había leído la novela de American Gods en Ingles y aunque me había gustado no me había gustado lo suficiente para para comprarme la especie de secuela que es Anansi Boys y hace nada había visto una serie basada en la novela de la que todo el mundo (venga vale, solo una parte del mundo compuesta en su mayoría por frikis) hablaba maravillas y de cuyo primer capítulo yo también hablo maravillas. Tiene un principio brutalmente impactante que curiosamente no recordaba de la novela aunque pensaba que podía estar porque al fin y al cabo su impacto es básicamente visual, luego baja mucho y al final yo me quede con la sensación de que no solo no me acordaba de nada de la novela (solo de algunas escenas sueltas) si no de que habían tergiversado bastante la historia, metiendo personajes y relaciones que no existían y acabándola de una forma tan lejana de la historia original que resultaba casi indignante. Pero como mi memoria es como es, pensaba que seguramente estaba equivocado y que la serie era fiel al libro, así que aprovechando que se lo había comprado a L y que estaba en Piles me decidí a leerme American Gods, en español, algo que no estoy seguro de si técnicamente puede considerarse como una relectura o más bien lo contrario ya que el proceso normal es leer primero la traducción y luego, ya en plan cultureta, leerse el original.

En cualquier caso, la verdad es que me consoló bastante que el libro se pareciera más a mi recuerdo que a la serie que acababa de ver. También me consoló bastante que mi opinión no hubiera cambiado especialmente y que si bien es un libro entretenido es un poco pajillero y con partes absolutamente infumables, o más bien solo aceptables si uno anda bastante fumado.

Si la novela de Juan Madrid la compre porque necesitaba páginas, que decir de Rendición de Ray Loriga que es un escritor que no me gusta especialmente. Pues supongo que mi única excusa puede ser que intentaba comprobar que escribe la gente de mi edad que es famosa y que, aunque sea de vista, pues conozco. Aun con el riego de parecer que nunca cambio de opinión – algo que todo sea dicho mucha gente cree equivocadamente – he de decir que no veo ninguna razón para modificar ni mínimamente mi opinión. Si bien la premisa inicial del libro que los que se creían los vencedores realmente son los que han sido derrotados tiene su punto (como en el chiste ese de ir invadiendo países más pequeños que el tuyo, rindiéndote y luego convocando elecciones de forma que, al ser más, pues seas el victorioso) tiene su punto que luego no desarrolla, si acaso me siento tentado de reforzarla ya que eso no pillo eso de  “al fin y al cabo lo último que querían era encontrarse con nadie”, puede que este equivocado pero yo en su caso lo que no querría seria encontrarme con alguien. Supongo que estará bien pero a mí me chirria a mas no poder pero bueno por lo menos, aunque sea en un mundo ficticio  refleja la realidad de que los poderosos son “los dueños del agua” pues me gusta por lo de realismo desconocido que tiene.


Zebulon – Rudolf Wurlitzer
Corrupción Policial – Don Winslow
Los cinco y yo – Antonio Orejudo
Visitation Street – Ivy Pochoda
Perros que duermen – Juan Madrid
American Gods – Neil Gaiman

Rendición – Ray Loriga