domingo, 12 de noviembre de 2017

Comentario de textos - Octubre 2017

Tras celebrar el aniversario del Wurlitzer – ya van once años –  empezando octubre solo me quedaba un libro por leer, procedente de mis últimas compras del año en mi librería de referencia madrileña y capitalina, ya sabéis la librería Méndez de la calle Mayor. Obviamente tampoco me quedaba ninguno de mi librería de referencia madrileña comunitaria ya que, espero que a diferencia de vosotros de los que espero mucho más que de mí, especialmente en cuanto a visitas a la librería Fuenfría de Cercedilla, que tampoco es tanto pedir ya que ciertamente yo no prodigo mis visitas, ciertamente no predico con el ejemplo; por lo que uno podría suponer que octubre se presentaba complicado en cuanto a lecturas.

Nada más lejos de la realidad, ya que afortunadamente antes de empezar este último libro de mi pila de cosas a leer, ya tenía ya los billetes para NYC lo que me permitiría visitar mis librerías de referencia ultramarinas. El único punto un poco crítico era hacer durar este último libro, para tener lectura en el avión de ida para no tener que depender del quiosquillo de prensa que hay en Barajas para seleccionar otro. Si conseguía hacerlo durar hasta aterrizar, o casi aterrizar, ya no tendría que preocuparme por la lectura en los próximos meses ya que una de las primeras visitas en NYC, obligado por mi sobrina Alicia, iba a ser casi seguro la librería japonesa Kinokuniya lo que para mí es una alegría. Es verdad que Alicia no quería ir a la librería a comprar libros, si no que su intención era ir a comprar unos muñecos que venden en caja sorpresa y que obsesivamente recordaba desde el pasado, o puede que incluso desde el año anterior.

En principio mi método para asegurar que el libro me durara se basaba en intentar no empezarlo, no fuera a ser excepcionalmente bueno y me lo acabara leyendo del tirón, o empezarlo en el último momento cuando ya solo me quedara tiempo para avanzar un poco en la historia, solo lo suficiente para cogerlo con ganas durante el viaje. Mi vuelo salía el día doce de octubre por lo que aguantar sin empezarlo suponía un pequeño reto, más cuando todo lo que había en la televisión era el process, que la verdad es demasiado aburrido, absurdo e innecesario (no, no voy a entrar en detalles de mi opinión sobre este tema ya que se me hace difícil aclarar estas cosas por escrito, además por increíble que pueda parecer las opiniones están tan estúpidamente polarizadas que diga lo que diga seguro que ofendo a ambas partes simultáneamente y cuando es tan fácil ofender la verdad es que no tiene ninguna gracia hacerlo. Ya sabéis lo que decían vuestros mayores para alejarnos de las drogas y de la vida fácil: las cosas que no requieren esfuerzo no suelen merecer la pena). Afortunadamente en este caso, sobretodo en el mío, uno puede ponerse algunas temporadas de series de las que todo el mundo habla pero que uno no ha visto lo que le permite rellenar estos huecos, a la vez que se hace una cultura popular necesaria para sobrevivir en el mundo actual y no ser como mi sobrina Nieves que acaba de descubrir que su cultura popular la está aislando del mundo que existe a su alrededor ya que no comprende ni una mínima parte de referencias básicas que todos damos por supuesto (igual os doy detalles en alguna entrega posterior pero baste decir que frases como “le hare una proposición que no podrá rechazar” o “¿fresas, fresas? En esta época del año” no le dicen nada).

Al final no pude aguantar sin leer y empecé El gran salto un par de días antes de marcharme de viaje, arriesgándome a quedarme sin lectura para el vuelo; pero “¿Quién dijo miedo?” (Quiero decir, aparte de yo mismo en multitud de ocasiones, incluso en esta). El caso es que mi miedo estaba injustificado ya que sin ser una mala novela – se deja leer – es una novela que no engancha especialmente por lo que hacerla durar hasta el vuelo no me supuso ningún problema. Es más, prácticamente no había avanzado nada en esta historia paralela al atentado en Brighton contra Margaret Thatcher (o mejor dicho, contra la convección del partido conservador) que son las historias de los personajes de este libro. Puestos a confesar, la verdad es que cuando aterrizamos en NYC ni siquiera me la había acabado – aunque me faltaba poco – algo que se explica por si solo, ya que como todos sabemos la velocidad de lectura depende de la calidad del libro (al menos en mi caso, que si no me interesa el libro me distraigo con casi cualquier excusa, o con cosas que ni optimistamente pueden clasificarse como excusa). De todas formas no es un libro tan malo como para dejarlo de lado una vez aterrizados en NYC así que al final me lo acabe y aunque puede que tenga alguna cosa buena, como no quería parecer un psicópata en el avión, que las aduanas están cada vez más absurdamente serias, pues no tome ninguna nota en mi cuadernillo (que por cierto me había dejado en Madrid ya que tenía planes de comprarme todo tipo de cuadernos y objetos de papelería durante el viaje), pues no tengo ninguna nota sobre el mismo y no puedo comentárosla ya que no recuerdo nada especial del libro.

Al día siguiente de la llegada, el primero en el que más o menos hay que decidir qué hacer ya que el día de la llegada entre instalarse, bajar a tomar las cervezas de rigor para habituar el organismo al excesivo nivel de gas de las cervezas americanas (frente a las españolas) y después de haber dado unas cuantas vueltas de reconocimiento por las proximidades del apartamento para ubicar un par de sitios en los que tomar café, e incluso realizada esa primera compra necesaria que debe incluir al menos leche y galletas para el desayuno de Alicia pero que se acaba complicando con Coca cola para Helena, antiácidos para mí y cervezas para Álvaro o, más bien para el por si acaso, junto con otra pequeña pila de productos básicos, fue Alicia la que propuso como primera actividad (tras un segundo desayuno) visitar Kinokuniya, algo que contó con la aprobación de todos, si bien por diferentes motivos y muchos de ellos alejados del verdadero propósito de una librería: los libros. Yo me oponía un poco a visitarla, pese a que para mí es una visita obligada no solo por los libros de autores japoneses, desconocidos para mí o – pedante que soy – los suficientemente conocidos como para estar entre mis favoritos, si no también por la sección de papelería que tienen en la planta baja y en la que hay verdaderas maravillas ya que me parecía demasiado pronto por la mañana y que acabaría cargando todo el día con una bonita pila de libros en la mochila, algo que quieras que no acaba resultando cansado, sobre todo si el plan es pasarte todo el día paseando.

En cualquier caso, donde hay patrón no manda marinero y donde hay sobrina o niños no manda un adulto y como además estaba verdaderamente cerca del apartamento pues allí nos dirigimos y salimos con unos más cargados que otros pero todos bastante encantados con nuestras primeras compras (algo que en general nos cuesta hacer, digo lo de las primeras compras: En mi caso ya tenía garantizada la lectura nocturna e incluso la matinal si decidia esperar a que todos estuviéramos listos para salir a pasear los próximos días (algo que al final solo hice algunos días porque la verdad es que los ritmos de levantarnos y arreglarnos entre los Villacis – representados por Álvaro y Alicia – y los Reig – representados por Helena y yo mismo – son no ya distintos, si no tal vez opuestos y algunos días me marchaba solo a recorrer la ciudad para darles unas cuantas horas de margen).

En cualquier caso, volviendo a los libros, en Kinokuniya solo suelo comprar autores japoneses que no se encuentran fácilmente en mis otras librerías de referencia y de hecho suelo fijarme bastante en esto por lo que cuando estaba eligiendo que libro de los que había comprado iba a leerme me sorprendió mucho haber cogido uno de una autora francesa: How to behave in a crowd, ya que no le veía el sentido (bueno, salvo que el titulo me fascinaba) ya que tenía pinta de estar traducido al español e incluso de no ser difícil de encontrar en alguna de mis librerías de referencia de Madrid. Supongo que lo compre por conocerme un poco a mí mismo y por saber que jamás me acordaría del nombre de la autora o del nombre del libro para buscarlo más adelante y que dependería de la suerte de volver, o no, a encontrármelo y con una traducción del título que me pareciera igual de tentadora o incluso con una portada tentadora. Me ha parecido un libro excelente, sencillamente: excelente, lo he leído con verdadera satisfacción y pese a que no pueda ofreceros ninguna frase o reflexión del mismo ya que pese a haber comprado unas libretas preciosas en Kinokuniya y a haberlo leído tranquilamente en el apartamento sin que nadie me juzgara de psicópata por tomar notas – bueno, salvo mis familiares presentes, que ya saben que lo soy y por lo tanto no me juzgan, ya están aburridos de hacerlo – no he tomado ninguna nota del mismo. La vagancia vacacional o mi miedo patológico a empezar las múltiples libretas y cuadernillos que me compro son la única razón para que no pueda ofreceros nada de su contenido. Si tengo razón y lo veis en español, no me atrevo a recomendároslo pero a mí me ha gustado mucho.

Otra de las actividades – tradiciones – en NYC es ir a pasar el día a Brooklyn, siempre con la intención de que nos guste pero sin conseguirlo nunca (bueno, salvo la vez que quedamos con Katherine que a mí me encanto todo, incluso Brooklyn) para después de pasar varias horas en distintas tiendas de discos – últimamente también a petición de Alicia que cada día es más hípster y Rough Trade es uno de sus sitios favoritos – paseando por las escasas calles habitadas y por varios descampados industriales, tomar unas cuantas cervezas mientras hacemos tiempo para ir a Peter Luger a tomar una ensaladita (tomate, cebolla y una raja de beicon de ,media pulgada de espesor), un Porterhouse y meter la cabeza de Alicia en un gigantesco cuenco de nata, todo bajo la atenta mirada de los antipáticos camareros del lugar que ya empiezan a recordarnos y a los que su carácter antipático (grumpy, creo que es el termino más empleado por los críticos gastronómicos locales para describir a los camareros) no les impide echarse unas risas con nosotros.

Esta tradición, que es algo más compleja que lo indicado, incluye ahora – desde el año pasado, creo – el visitar la librería WordBooks que tiene una buena sección infantil de forma que Alicia y yo acabamos saliendo cargados de la misma tocándonos normalmente cargar con las compras ya que el repartirlas nos obligaría a aceptar parte de las dos toneladas de discos que Álvaro acabara comprándose a lo largo del día en las distintas tiendas de discos que hay que visitar y la verdad es que tampoco compramos tanto ya que es una librería pequeñita.

Entre los libros que compre esta The Nix, que el año anterior parecía ser de lectura obligatoria ya que estaba en todas las librerías, razón por la que posiblemente no me lo compre pero que este año no había visto hasta ahora por lo que decidí darle una oportunidad a la edición en rustica (paperback) que siempre es más barata y notablemente más ligera (algo a considerar cuando uno es paseante). Se trata de un libro entretenido, posiblemente un poco más largo de lo necesario, pero creo que no tan bueno como para la exposición mediática a la que estuvo sometido el año pasado ni tampoco para los elogios que parece haber tenido de la crítica, aunque creo que parte de estos elogios se deben a un inevitable corporativismo ya que uno de los personajes centrales es un escritor, aunque puede que no sea por eso y que si tenga una mayor intensidad para los americanos ya que parte de la acción se sitúa en las revueltas estudiantiles de los sesenta. En cualquier caso me quedo con la reflexión de que “sometimes we ‘re so wrapped in our own story that we don’t see how we’re supporting characters in someone else’s”,  que podría tener como corolario una explicación de por qué es tan difícil escribir historias de uno mismo, o porque cuando las cuentas siempre hay alguien que dice que eso no es verdad,  ya que aunque uno sea el protagonista de sus propias historias, de las que cuenta, todas esas historias están llenas de personajes secundarios que seguramente se consideran protagonistas de esa misma historia, normalmente de una versión diferente de la misma historia.

La verdad es que en este viaje he tenido un poco de mala suerte ya que en el apartamento en el que estuvimos, afortunadamente solo en mi habitación, parece que había algún tipo de bicho, o una colonia inmensa de bichos, que me picaron bastante y que o bien eran ligeramente venenosos o yo soy alérgico a sus picaduras por lo que al cabo de un par de días estaba bastante cubierto de picaduras que al día siguiente hacían ampolla y se estallaban dejandome con el aspecto de un yonqui de los ochenta, o de un leproso de la edad media, cubierto de pústulas y con brazos y piernas hinchados. Al final por insistencia familiar fuimos a visitar a un farmacéutico (farmacéutica realmente) que puso una cara bastante sorprendida e incluso diría preocupada, recomendándonos encarecidamente que fuéramos a un médico, e incluso insistiendo en ello alegando que más que una medicina eso requería un especialista. Como yo ya había cedido bastante en cuanto a ir a preguntarle a un farmacéutico por unas simples picaduras al final conseguimos llegar a un acuerdo para que nos recomendara una pomada y olvidáramos, al menos de momento, lo del médico. Y aquí viene el poco de mala suerte ya que parece – tengo pendiente ir al médico para que me lo confirme – que soy alérgico a la pomada que me recomendó ya que cuanto más pomada me daba más se me hinchaban no solo las picaduras si no las zonas cercanas a las que había llegado la pomada. La verdad es que era difícil distinguir si eran las picaduras o la pomada ya que, salvo alivios temporales, la cosa había ido a peor desde el principio y solo cuando un día después de haber empezado a echarme la pomada prácticamente no podía levantar los brazos decidí dejar de echarme la pomada (pese a que había prometido echármela). Afortunadamente las cosas mejoraron en cuanto incumplí mi promesa y deje de echarme la pomada, si bien no notablemente si lo suficiente para poder culpar a la pomada de este incidente y para poder volver a levantar los brazos. Ya digo, un poco de mala suerte que además me hacía sentirme como el personaje de The Nix, ese que

“He longs for someone in the crowd to see the haunted expression he’s sure is playing all over his face right now and come up to him and say, You seem to be experiencing overwhelming pain, how can I help you? He wants to be seen, wants his hurts acknowledged. Then he recognizes this as a childish desire, the equivalent of showing your mom a scratch so she can kiss it. Grow up, he tells himself.”

Solo por unas picaduras de insectos estaba buscando un apoyo infantil; y yo que pensaba que ya estaba crecido, que ya era todo un hombre que podía soportar unas cuantas picaduras de insectos sin tener que buscar el consuelo en los demás. Parece que no, parece que sigo necesitando la aceptación o la compresión, e incluso ya puestos dar un poco de envidia con esta foto de mis compras literarias y por lo tanto de mis futuras lecturas:




El gran salto – Jonathan Lee
How to behave in a crowd – Camille Bordas

The Nix – Nathan Hill