miércoles, 4 de diciembre de 2019

Comentarrio de textos Octubre 2019


Septiembre  acabo con una visita relámpago a Madrid (un Blitzreig Pop en condiciones) para participar en las celebraciones del XIII aniversario del Wurlitzer (bueno, vale, participar, participar lo que se dice participar igual no ya que este verbo tiene la connotación de hacer una parte de la preparación, o algo útil para el desarrollo del mismo, y este año la verdad es que no – tampoco es que otros años participe mucho, mucho pero desde luego un poco más, pero esta vez con la distancia y esas cosas pues no he hecho nada – así que dejémoslo en celebrar que a) parece más correcto y b) es más divertido).

¿Qué decir del aniversario del Wurlitzer? ¿Qué decir que no se haya dicho, o que se haya dicho (que decían aquellos, los de quien conociera a María, amaría a María, o era quien conociera a María, a María, a María; nunca lo he tenido claro)? Pues no sabría por dónde empezar y la verdad es que daría para más de un post largo, incluso muy largo y la verdad es que hoy ya tengo bastante trabajo con comentar los libros del mes de octubre, que han sido bastantes y que además se me han mezclado con los de noviembre (si, hoy ya estamos a 1 de diciembre, así que no es que vaya retrasado, prácticamente voy de minusválido o por ser más políticamente correcto con un calendario alternativo).

¿tengo una excusa para escribir tan tarde? Pues la verdad es que yo diría que sí, que tengo una excelente excusa y es que ya estoy de vuelta en Madrid, habiendo abandonado mi aventura neozelandesa a mediados del mes de noviembre. Dicho así uno podría pensar que eso no es excusa para no escribir los comentarios de octubre, que por tradición intento que estén antes de mediados de mes y que, por lo tanto, podía haber escrito en una de las típicas tardes de domingo con clima variable de Auckland. Poder, podría haber escrito antes si no fuera porque para abandonar un país después de casi un año pues uno tiene que hacer bastantes cosas que le llevan tiempo incluyendo entre otras la de tomar la decisión, la fecha para la decisión y esas pequeñas cosas que trastornan a cualquiera (mas todavía a alguien que es incapaz de gestionar – salvo mediante subcontratación – cualquier servicio cotidiano, como es mi caso). En fin, pero tampoco se trata de hablar de mi decisión de volver a casa y dar por terminada esta aventura extranjera, o de exiliado, o expatriado que mola más, en este post que como he dicho ya promete ser largo solo por la cantidad de lecturas, así que, del final de esta aventura extranjera, ya, si eso, pues hablamos otro día.

Como a finales de septiembre no tenía todavía ninguna idea de lo que sucedería en el futuro pues me acerque por mi librería de referencia de Madrid capital, la librería Méndez de la calle mayor para los olvidadizos, obviamente ante la imposibilidad logística de visitar mi librería de referencia de la sierra (exacto, amigos de poca memoria, Fuenfría en Cercedilla). La verdad es que tenía un poco de aprensión con esta visita ya que mis visitas anuales a NYC me han enseñado que visitar un negocio una sola vez al año a veces no es suficiente para que este negocio se mantenga abierto – hay que ir con más frecuencia para asegurarse de que continuara existiendo – y habría sido otra gran perdida, posiblemente equiparable a la perdida de Partners & Crime (la que era mi librería favorita de NYC) o del NoHo Star (el único sitio en el que me he comido dos ensaladas Cesar seguidas de buenas que estaban). Afortunadamente la librería Méndez ha sobrevivido a mi abandono temporal aupándose así a la categoría de McNally que de momento todavía resiste en NYC a los cambios de usos y costumbres de nuestros coetáneos. Pero, repito: no lo deis por hecho y visitar vuestras librerías, tiendas de discos y restaurantes con toda la frecuencia que podáis ya que el riesgo de perder cosas que os identifican es excesivo y la sustitución por otros negocios nunca funciona (en mi experiencia es más lo que se pierde cuando uno de tus negocios favoritos desparece que lo que se gana cuando aparece otro nuevo, salvo honrosas, pero escasas excepciones).

La falta de visitas durante meses me permitió recabar las recomendaciones de los hermanos Méndez con la excusa de que no estaba al día de lo publicado por autores españoles (fingiendo que normalmente lo estoy y que no compro al azar, o pocos autores españoles) ya que con la distancia pues me apetecía leer cosas que no hubieran sido traducidas. Uno de los hermanos (yo diría que el menor, pero puede que ya sea bastante erróneo considerarles hermanos como para encima añadir a esto las posibilidades de ofender a uno, o incluso a los dos, diciendo que uno es mayor que el otro, aunque ya sería casualidad que tuvieran la misma edad).

Cuando ya me habían hecho las recomendaciones y ya tenía sus cuatro o cinco libros (que es el máximo que me gusta transportar en un paseo, así de vago soy yo) una nueva edición de Los Gozos y las Sombras llamo mi atención y no pude resistirme a la idea de estar exiliado leyendo (perdón, obviamente releyendo) una obra maestra o una super novela o un mega tocho, sería más apropiado decir ya que esta edición incluye los tres tomos en un solo volumen (superando las 1.200 páginas de extensión). Nada que ver con el tamaño estándar de las novelas normales, sino que además del ejercicio intelectual proporciona prácticamente ejercicio físico por el solo hecho de transportarlo o de leerlo.

Tengo el recuerdo de que la primera lectura, seguramente en mi adolescencia e impulsado, o convencido, por mi hermano, no me gustó tanto como esta vez, incluso teniendo en cuenta que mis problemas de memoria me hacen estar en desacuerdo con algunas frases con las que seguro de estaba de acuerdo antes de perder gran parte de mi memoria: “Creo que si de pronto borrasen todos mis recuerdos de entonces, sería el que soy, y nada mío me habrían arrebatado”. Puedo aseguraros que esto no es cierto, que la perdida de los recuerdos te cambia como persona, que cada vez que pierdes un recuerdo eres menos tú. Esto es un hecho por muy bien que suene esa frase.

Sorprende (o a mí me ha sorprendido) la actualidad de algunas frases, o tal vez sea más correcto decir la atemporalidad de las mismas como ese genérico “la gente es imbécil” o el un poco más focalizado de “Nada hay más torpe que un adolescente que se cree cargado de experiencia”, frase en la que probablemente mi yo adolescente, y cargado de experiencia, no reparo, o si lo hizo, la considero como la expresión de un viejecillo probablemente sobrecargado de prejuicios; llegando algunas incluso a ser casi premonitorias “Los apóstoles del futuro predicaran la vulgaridad obligatoria y los políticos la impondrán por la fuerza de una pedagogía debidamente orientada” que si no describe la cultura televisiva o popular actual (en el caso de que sean diferentes), le falta poco y se refiere a ese gran fracaso en el que se ha convertido la internet y la conectividad con la que algunos soñábamos en nuestra adolescencia (cargada de experiencia vital, y de razón añado). Aunque no debería sorprendernos ya que como el propio Torrente nos da la clave de esa atemporalidad cuando se refiere a “Y en ese mundo, que ya empieza a existir, que ya existe en parte desde siempre”.

Con todo supongo que la lectura en el exilio me ha hecho fijarme más en sus referencias y descripciones de esa España que en algunas cosas es idéntica a Nueva Zelanda, o mejor dicho al sentimiento que los aborígenes (y adoptados) tienen de su país y que es la base de esos nacionalismos que resultan, cuando menos, preocupantes y que se basan en un concepto tan sencillo como el de que “España no pertenece al mundo. España ¿entiende? Es un mundo por si sola”. Si bien en el caso de aquella España cuya historia realmente “empieza el día en que Dios busco, entre los pueblos, aquel más capaz de defender su iglesia, y nos vio a nosotros, dispuestos siempre a morir por una cabezonada” tiene algunos factores religiosos añadidos.

Esa España que apenas ha cambiado en las cosas fundamentales, en la que todavía “un hombre vale, como usted sabe, en razón directa del número de mujeres con las que se ha acostado, y deja de valer en razón directa a los cuernos que le han puesto” pero a la que se le llena la boca con pequeños cambios irrelevantes en la que ahora resulta anacrónico afirmar “A mí, esto del café con leche… Donde este un pedazo de pan con ajo y una copa de aguardiente” si bien temo que volverá ya que como decía aquel la historia de España es como la morcilla está hecha con sangre, y además repite.

En fin, innecesario decir que se trata de un gran libro, un librazo o libraco, si bien en gran parte no dista mucho de la idea de un culebrón de calidad, si es que tal cosa existe. Una forma ideal de pasar unas cuantas tardes lluviosas tan buena, o mejor, que verse una temporada entera de cualquier serie de televisión.

Tras la lectura de todas estas páginas en español era el momento de retomar uno de esos libros, en ingles que todavía tenía por leer y que no sabes bien porque comprantes en su día, siendo la única explicación plausible que era de lo poco tentador que había y tú estabas básicamente sin lectura. Uno de los esos libros que podríamos llamar de coche-escoba que se acaban escogiendo una vez que has tenido, no que bajar el listón, sino sencillamente cuando son las cinco de la mañana y has tirado el listón con la idea de buscarlo otro día. Lo único tentador de Invisible Breathing era que, según la contraportada, uno de sus adolescentes protagonistas parecía tener una obsesión con los números que podría dar cierto juego, aunque el resto de la descripción apuntaba a una historia de amor adolescente, homosexual y obviamente reprimido por la sociedad.

Es decir, más o menos a una novela intrascendente si la obsesión numérica no se desarrollaba bien y no sobrepasaba a la parte de amoríos homosexuales. Desgraciadamente no lo hace y la novela no ofrece nada que merezca la pena comentar excepción hecha, posiblemente solo para cierto sector muy específico de los lectores, de la percepción de las aguas de Nueva Zelanda por los propios neozelandeses que la consideran completamente contaminada y ni siquiera se plantean rellenar sus cantimploras en arroyos debido al peligro de enfermedades: “The water left over from yesterday is almost gone. Water is all around me… Dad says there´s giardia throughout most of waterways in New Zealand, so I resist filling my water bottle, for now”.

Algo que refleja varios hechos interesantes de Nueva Zelanda, la creencia en información no contrastada para la toma de decisiones unida a la generalización de la información (Nueva Zelanda está muy lejos de tener una red de control de la calidad de las aguas como la que nosotros tenemos por lo que la información existente es de muy escasos puntos con escasa representatividad); el miedo que tienen a todo que les impide hacer cosas como beber de un arroyo cristalino porque han oído que todas las aguas de Nuez Zelanda están contaminadas; y su cinismo innato ya que pese a esta percepción interior en el país venden exactamente la imagen contraria fuera del mismo. Desinformación, cinismo y miedo, sería una buena descripción de las características básicas de los neozelandeses, pero, ya, si eso, lo hablamos otro día.

Ahora se trataba de ir combinando, en la medida de lo posible, los libros en español y los libros en inglés, por lo menos hasta que se me acabaran los primeros. Mi siguiente lectura seria A plena Luz, libro que narra parte de la vida de un ladrón de bancos a través de un viaje de un día por los escenarios de sus delitos de la mano de un periodista el día se su liberación de la cárcel. Se trata de un libro interesante ya que el personaje central lo es. Tiene teorías interesantes, que yo no comparto especialmente, como la de que existe punto de inflexión en la vida de las personas: “retrocede en tu vida y mira si eres capaz de señalar el momento en el que todo cambio. Si no puedes, eso significa que aún no ha llegado tu momento, y en ese caso será mejor que te prepares, porque va a llegar”.

Ciertamente yo no creo que la vida sea tan sencilla, que solo exista un momento en el que todo cambie; desgraciada y afortunadamente, al menos en mi experiencia, existe más de un momento en el que tu vida cambia radicalmente, a veces por una buena causa y otras por una catástrofe. Yo puedo identificar fácilmente más de cuatro momentos en los que mi vida cambio completamente y me temo, o espero, no lo tengo claro, que no serán los únicos. Todavía habrá más momentos que definan mi vida, como en aquel poema-chiste de Cesar Vallejo yo sigo creyendo que el momento más importante de mi vida está todavía por llegar. Creo que pensar eso es una obligación moral de todos, siempre hay posibilidad de que ocurra otro hecho que cambie tu vida para bien, otro momento que la defina y la ponga en perspectiva, que te permita pasarla de nuevo a limpio.

Si me gusta su crítica a una de esas frases manidas, “el tiempo… ladrón sutil de la juventud”, que en realidad no significan nada por mucho que sean recurrentes en nuestras vidas y que “es algo que dijo uno de esos malditos poetas muertos. El padre Flynn lo decía siempre. Nos hacia aprendérnoslo de memoria. Seguramente estaba ahí mismo y pronunciaba ese verso que es una mierda pichada en un palo. El tiempo es un ladrón, sí, pero de sutil no tiene nada. Es un matón. Y la juventud es una damisela vieja que camina por el parque con un bolso lleno de dinero”.

También contiene una de esas informaciones que he de recordar verificar para saber hasta qué punto es cierta, sobre la prueba de carga del puente de Brooklyn (la prueba de carga de un puente es lo que su nombre indica, poner mucho peso en el mismo para ver si resiste como se espera de él antes de permitir que se ponga en uso – que pase gente o vehículos – y  normalmente se hace con camiones llenos de piedras o tierras) e incluso de la impresión general inicial del puente en la gente: “Esos cables, esos arcos góticos de ladrillo… Qué bonito. Daddo dice que murieron muchos hombres construyendo ese puente. Los arcos son sus lapidas. Willie cree que murieron por una buena causa. Daddo dice que ese puente, cuando se inauguró aterraba a la gente. Era demasiado grande, nadie creía que fuera a aguantar. Barnum, el empresario circense, tuvo que hacer pasar una manda de elefantes por el para demostrar que era seguro.”

Gran parte de mis compañeros de oficina son de Sudáfrica, país que da la impresión de estar quedándose vacía, o al menos vacío de población blanca que por una parte se sienten discriminados y por otras viven algo asustados, como imagino gran parte de la población negra, ya que parece ser un país sumamente violento en el que la vida humana tiene realmente poco valor, o al menos la vida de los demás ya que normalmente cuando alguien mata para robar lo hace pensando que su vida tiene más valor que la de la víctima. No piensa que la vida humana no tenga valor, solo que la suya tiene un valor superior.

Este convivir con sudafricanos ha creado un cierto mercado de libros sobre este país, aquí en estas antípodas, y mi curiosidad me llevo a comprar You will be safe here para intentar entender un poco mejor de donde vienen – cuáles son sus referentes culturales – y como es la vida, o al menos como la ven algunos escritores, algo que no tiene por qué ser necesariamente lo mismo.

Que la vida es distinta se nota en la variación local de algunas expresiones que todos conocemos como “tiger got  yout tongue?”; cuando nosotros hablaríamos de  una simple mascota, un gato, ellos lo sustituyen por un tigre, algo que obviamente parece algo excesivo o tal vez no.

El caso es que Sudáfrica tiene cierto parecido con Nueva Zelanda, al menos climatológicamente, ya que aquí tampoco existen las tradicionales cuatro estaciones a las que estamos acostumbrados (si bien cada vez menos por eso de la emergencia climática con la que ahora estamos amenazados) e incluso se nota su nostalgia con distanciamiento de la Europa de la que proceden parte de sus habitantes: “Each tree stubbornly marks all four seasons even when we really only get two. I think they remember Europe better than we who took root more recently. I wonder if they´re used to summer in January?”. Imagino que en la mayoría de los países del hemisferio sur pasare algo parecido y que tiene que acostumbrarse a ese sin sentido de celebrar las navidades en pleno verano. No sé si existe el concepto de “semi-antipoda” para indicar lo que está al otro lado del mundo pero en el mismo hemisferio pero igual debería existir y sería aplicable, creo, a Nueva Zelanda y Sudáfrica, lo que no deja de ser curioso.

El libro tiene dos partes claramente diferenciadas (esto es algo que mi padre veía en casi todos los libros durante una época, cuando no eran tres) cada una de las cuales se centra en un episodio de la historia de Sudáfrica del que yo no sabía nada. 

La primera parte sucede durante la guerra de los Boers – algo que parece no esta tan lejano por las memorias de mis compañeros de mesa – cuando parece que los ingleses tuvieron el honor de inventar los campos de concentración para controlar a los Boers (no, no a los negros que parece que en aquel momento ni siquiera tenían consideración de seres humanos) con el saqueo indiscriminado de sus propiedades e incluso la destrucción de todo lo que pudieron encontrar. Larey-Marie mi compañera de mesa me conto que una de las cosas que se había traído de Sudáfrica a Nueva Zelanda era una simple mesa de madera que su abuela (probablemente bisabuela) enterró cuando fueron a saquear su casa y a llevarlos a un campo de concentración. Es decir, es algo que es relativa y sorprendentemente reciente.

La segunda parte se centra en una especie de campamentos de formación del espíritu nacional fascista y racista que existían allí en tiempos más recientes y aunque menos sorprendente, especialmente en estos tiempos de revival del racismo/fascismo, no deja de ser interesante. Por supuesto todo acaba cuando se descubren una serie de asesinatos dentro del campo de formación – que, en cierta medida, salvando las distancias, me recuerdan a los campamentos de la OJE de cuando yo era niño y que no imagino muy distintos de esos mismos campamentos una década antes – y afortunadamente con el juicio y condena de parte de los culpables (no, no escribo de todos los culpables ya que obviamente todos los culpables son demasiados, probablemente toda la sociedad).

La verdad es que me falta conocer la opinión de mis compañeros sudafricanos sobre este segundo episodio de su historia que desgraciadamente imagino no les parece tan triste como el primero y para el que incluso encontraran alguna justificación moral. Espero equivocarme, pero ciertos comentarios me hacen pensar que no me equivocare.

Compre Insurrección aconsejado por los hermanos Méndez pese a que ninguna de las cosas que podía juzgar rápidamente (título, portada y contraportada) parecían prometedoras. Me cuesta pensar que libros sobre la sociedad actual española me puedan interesar, sigo siendo de esas personas que creen que cierto distanciamiento es necesario para poder escribir una buena novela. O eso me gusta pensar, si bien es verdad que con autores extranjeros no tengo tantos reparos y me cuesta bastante menos leer novelas de actualidad, supongo que en este caso sustituyo el distanciamiento temporal por el distanciamiento geográfico. Pero como yo había ido a que me recomendaran pues me deje recomendar, ya que eso no es como pedir consejo que a veces se pide solamente para reflexionar sin ninguna intención de seguir el consejo que te han dado.

A ver, no es una mala novela, puede que incluso sea buena pero no estoy seguro de que cubra o transmita las complejidades de ciertos colectivos que quiere retratar, especialmente el de los oficinistas y el de los okupas. En el primero tiene más aciertos, imagino que, por conocerlos mejor, como al hablar de los trepas y describirse el mismo dentro de este entorno “Él había aprendido a conquistar pequeños espacios inadvertidos por los demás, tan ocupados en pelear y en amenazar y en ser macho alfa, pero como puede haber tantos machos alfa en el mismo sitio…. Ellos hacen justo lo que se espera, eliminar a los débiles para que la empresa funcione mejor, la selección natural. Yo soy una especie invasora y silenciosa. Parece que no compito, pero ahí estoy, mira a cuantos he echado de la pirámide de los mandriles, y yo sigo en mi sitio.” Obviamente yo creo no ser ninguna de las dos especies y creo firmemente que todos deberíamos ser de otra, buscar más la simbiosis que la competencia, pero obviamente esos dos tipos de especies – los machos alfa y las especies invasoras – copan el ecosistema laboral.

Si coincido en la visión de lo tontorrona que se ha vuelto últimamente la gente en relación con los trabajos que le tocan hacer “esta gente si estuviese en la guerra protestaría por tener que limpiar el fusil. Harían una huelga. Se quejarían de que los mandos les exigen cosas que no están en el contrato” algo en lo que posiblemente coincido por mi carácter de jefe explotador (ya que no parece haber otro tipo de jefe) que no entiende como alguien puede pasarse dos horas diarias levantando pesas en el gimnasio, pero luego es incapaz de levantar dos cajas de cerveza en su trabajo y las tiene que llevar de una en una, que si no su espalda de resiente.

Sobre la parte de los okupas solo señalare que me hizo mucha gracia que la protagonista – la hija del oficinista caído en desgracia – se llame Ana como mi sobrina y no puedo dejar de sorprenderme por algunas de sus simplistas teorías que sospecho coinciden en gran medida con las de mi sobrina. Una lástima que no haya incidido en ciertos aspectos que para mí son relevantes y que se haya quedado en la superficie de algunas cosas. Pero, con todo, una novela interesante de leer.

Mi siguiente lectura, también por recomendación, fue Mejor la ausencia, novela que por pasar en los 80-90 y en la margen izquierda del Nervión (que como todo el mundo sabe es todavía la margen equivocada del rio) pues podía tener su interés por todo eso de las drogas unidas a una cierta violencia juvenil (desgraciadamente desaprovechada en el terrorismo; la violencia, digo que no las drogas que sospecho que nunca se desaprovechan). La verdad es que es una novela que se deja leer, aunque a mí personalmente me resulte muy cargante el uso de palabras en euskera en el texto (no porque sean en euskera – que obviamente no hablo en la intimidad – me pasa lo mismo con el spanglish que me chirria incluso cuando suena divertido) pero sin llegar a emocionar y creo que no tiene ninguna frase o idea verdaderamente memorable.

Para mí lo más divertido, o simplemente curioso, es que en la novela anterior la autora de esta estaba en los agradecimientos como “la primera lectora de mis libros desde hace tiempo, por lo que me da, por todo lo que me enseña” que unido a la edad de ambos escritores apunta claramente a que son pareja (desde hace tiempo) y que en esta ni hay dedicatoria ni agradecimientos, ni nada de este estilo hacia el otro autor. Lo peor es que me temo que es una omisión consciente por algún extraño motivo de género que yo soy incapaz de comprender, cosas del heteropatriarcado, supongo; o de la Dana o de la ViGen esa o cualquier otro palabro incomprensible de esos que se han instalado en las noticias en mi ausencia de este país, de esta España mía, esta España nuestra. Esa España que como decía Moix (Ana María) “ni es chicha, ni limoná; loquita de corazón y dura como la caña”.

Dejando a la feliz, o no, pareja de autores o al menos a la asimétrica pareja era el momento de pasar a mi última novela de autor español: Un asunto demasiado familiar que es básicamente una novela de detectives en Barcelona, con su constructor y sus personajes marginales. Un entretenimiento majo, pero sin más, imagino que de hecho sin más pretensiones; una novela que se lee tan fácil como se olvida (algo que no es necesariamente malo y que en mi caso es algo que puede decirse incluso de las obras maestras). Sí que me ha gustado mucho encontrar una mención a lo que un artículo me descubrió que podría ser un apasionante tema de tesis doctoral: como varia el lenguaje en los informes de los servicios de inteligencia con el tiempo, si este refleja, o no, las variaciones de los estilos más populares en la literatura de cada época. ¿Cómo sería un informe sobre la muerte de Kennedy si se redactara en la actualidad? No solo como ha variado el lenguaje si no posiblemente la estructura ya que pese a que los informes sean informes objetivos: “eran textos humando. Con estilos diferentes y, no se podía negar, personales”. Casi me apetece estudiar filología para tener una excusa para hacer este trabajo, pero, claro, si ahora me pongo a estudiar filología y la termino, imagino que mi sobrino acabaría odiándome cortésmente; además antes tendría que estudiar derecho que ya vengo necesitándolo desde hace años para temas variopintos.

Todavía me quedaba una última novela en español, Maquinas como yo, que bien podría haberme comprado en versión original pero que compre en mi librería de referencia de Madrid por aquello de apoyar al comercio local. Se trata de la típica novela de robots, o supongo que ahora debería decir de inteligencia artificial, o de humanos sintéticos u como quiera que les dé por llamarlos esta semana en la que los replicantes (por usar el término familiar para los lectores de K. Dick, que ya andamos saturados de este tipo de avanzadilla tecnológica) pues poco a tomo toman consciencia, tienen sentimientos, se preguntan por la inmortalidad y otro tipo de zarandajas. La verdad es que poco aporta a otros clásicos anteriores, de los que se mantiene lejos, lejos, casi diría yo que en lontananza. Su punto más divertido es la recreación de una realidad paralela (añadiendo otra de esas teorías científicas, la de los mundos paralelos, de las que todo el mundo habla como ciencia pese a que no exista ninguna prueba de ella) en la que Inglaterra perdió la guerra de las Malvinas. Desde mi punto de vista esto de la realidad paralela es un acierto ya que uno puede obviar documentarse y contar lo que le apetezca como real ya que, al fin y al cabo, estamos en un universo paralelo así que la precisión pues carece de importancia. Un acierto para poder escribir sin preocuparte de si lo que escribes es verdad o mentira: si no lo ha sido históricamente pues no pasa nada ya que estamos en una realidad paralela. Tampoco es que sea algo nuevo o sorprendente (que Rafa ya lo uso cuando inundo Madrid y seguro que alguien antes de él) pero es un recurso majo si no te apetece ofender, o tener la posibilidad de negar la ofensa, y estas escribiendo digamos auto ficción.

Claro que eso no quita el gran desacierto de que nuestro replicante – que se comunica telepáticamente con otros replicantes y que accede a todo el conocimiento por algo similar a nuestra wifi – se vea obligado a utilizar un ordenador de su dueño para averiguar según qué cosas. Aunque lo más fascinante es que ese replicante que “podía correr dieciséis kilómetros en dos horas, sin necesidad de recarga, o su equivalente en energía, conversar sin descanso durante doce días”. Esta equivalencia energética me resulta especialmente fastidiosa y no imagino de donde puede haber salido, pero os dejo que calculéis a cuanto equivale cada hora de conversación en términos de energía, digo. Igual me vuelvo dicharachero como método de adelgazamiento, o probablemente no (ya que no compensa, os digo).

En cualquier caso, con las lecturas de noviembre pendientes de comentar voy a ver si Publio esto y me marcho un par de días a la playa con la Dana a tomar un arroz al horno, algunas cervezas e incluso algún limón del huerto. Así que no esperéis nada hasta mediados de diciembre.

Lecturas
Los Gozos y las Sombras – Gonzalo Torrente Ballester
Invisible Breathing – Eileen Merriman
You will be safe here – Damian Barr
Insurrección – José Ovejero
Mejor la ausencia – Edurne Portela
Un asunto demasiado familiar – Rosa Ribas
Maquinas como yo – Ian McEwan

sábado, 19 de octubre de 2019

Comentario de textos Septiembre 2019



Pues aquí ando otra tarde de domingo en Auckland, aquí ando otra vez tarde, o tarde sobre el calendario previsto ya que ha pasado más de medio mes desde el final de las lecturas de septiembre. Tener, como tener, la verdad es que no tengo ninguna excusa ya que no he estado haciendo nada interesante, ni realmente tampoco no interesante, que justifique el no haber escrito antes. Simple pereza; un poco de depresión post vacacional después de la vuelta de celebrar, entre otras cosas, el aniversario del Wurlitzer; que el tiempo no acompaña manteniéndose aquí una de esas primaveras largas (que empiezo a pensar dura todo el año) en la que tan pronto hace un día de sol como se pone a llover sin criterio y sin previsión de parar. Lo dicho, nada interesante realmente y sobre todo nada que justifique el retraso ya que ha habido tardes, de domingo y de otros días, en las que podía haberme puesto a escribir esta nota del blog, o incluso otra que no tuviera nada que ver con libros.

Pero ya no hay nada que hacer al respecto salvo, tal vez, ponerse de verdad a escribir antes de que se me haga tarde y tenga que volver a dejar la entrada sin acabar y entonces el calendario sí que se complicara ya que poca falta para que acabe de nuevo el mes. Así que a ello.

Alvaro y Helena me habían traído a Sídney dos tomos de la trilogía de ciencia ficción del chino de moda. Así que después de leer el primero, que me gusto, parecía un buen momento para leer la segunda parte El Bosque Oscuro antes de que me olvidara totalmente de la primera parte y en la esperanza de recordar esta segunda cuando fuera mi siguiente visita a Madrid de forma que pudiera leerme la tercera parte la trilogía que no me habían acercado. Yo imaginaba que no la habían acercado por razones de peso, de peso físico me refiero, pero ahora sé que no la acercaron porque probablemente ninguno de los dos ha conseguido empezar la tercera y puede que incluso, como me ha pasado a mí, ninguno de los dos (o tres en este caso) hayamos sido capaces de terminar la segunda. Yo sé que no he sido capaz y, tras trecientas paginas (de las casi seiscientas que tiene) finalmente decidí abandonarla a su suerte. No diré que sea una mala novela, pero es una novela tremendamente lenta y a veces es casi como estar viendo una película de cine iraní con una historia que ni avanza, ni retrocede y que parece centrarse en un plano fijo. De hecho, las partes más interesantes de la novela están en algunas notas al pie, de forma similar a como las únicas partes interesantes de las películas iraníes son los comentarios chorras de los intelectuales (y las intelectualas, supongo que debería decir) hacen a la salida del cine o en los bares de alrededor cuando analizan la película fotograma a fotograma, o comentando los espero que todavía existentes panfletos de los cines intelectuales. Así por ejemplo me he enterado de que el termino chino usado para designar a Al-Qaeda es el mismo que se utilizó para traducir Fundación en la serie de Asimov; que protón se escribe igual que un nombre de mujer en japonés, Tomoko; o que existe una influyente serie de novela de ciencia ficción japonesa de la que no tenía ni idea sobre guerras intergalácticas que si encuentro será el próximo regalo a Alvaro (si no se me olvida como se llama el tipo en cuestión). En fin, que entiendo perfectamente que no me trajeran el tercer tomo.

Tras la mitad de este tomo de ciencia ficción que mejor que un librito de poco más de cien páginas, State of the Union, con una visión humorística de algo tan cotidiano como el matrimonio, o mejor dicho de la crisis de un matrimonio. Es verdad que tanto la portada como la contraportada asustan un poco ya que parece que el libro va a tratar de las sesiones de la pareja en crisis con su consejero matrimonial, lo que puede ser bastante odioso o incluso porque no decirlo excesivamente argentino. Pero obviamente es un libro de Nick Hornby y realmente todo el libro pasa en la barra de un bar, junto antes de acudir a las diez sesiones de terapia de las que prácticamente nada se dice en todo el libro, así que todos los comentarios tienen lugar alrededor de unas copas en un pub y no en un sofá de terapeuta. Hay cosas verdaderamente geniales como la distinción entre si la pérdida del deseo se parece a equiparable a la perdida de las llaves a la pérdida de un bolígrafo, ya que las llaves a veces reaparecen, pero un bolígrafo perdido no aparece nunca. Así que ese matiz es importante, o puede serlo para entender cómo se siente uno. Peor la mejor, o la mejor relacionada con libros, es cuando ella comenta que el critica la estrechez de sus hábitos de lectura (limitados a la nueva novela negra, o criminal, escandinava) y él le dice “I´m just trying to encourage you to branch out. There can´t be that many Scandinavian women left to kill, surely?”

Creo que ya comenté el mes anterior que lo mejor de Sídney me pareció el Kinokuniya, obviamente sin despreciar el puente de la bahía o la ópera, pero, cada uno es como es, y a mí me da más alegría encontrar una librería excelente con una parte de chorradas incluso más excelente que ver un puente o un edificio, por singular que este pueda ser. Creo también haber comentado que era lo suficientemente grande como para sentirme un poco perdido, abrumado e incluso incapaz de encontrar la sección de japoneses que me había gustado mirar con calma (otro viaje será necesario) así que al final me acabe comprado básicamente libros clásicos como The Killer inside of me, y con los clásicos pues siempre tienes el riesgo de que igual son muy buenos, pero han sido superados por otras lecturas posteriores (o no, que algunos siguen siendo imbatibles). Esto es lo que pasa en este caso, con ese retrato de un psicópata asesino, ese viaje al interior de la mente criminal que se supone que es esta historia sobre un sheriff que cae en una de esas espirales de maldad. Supongo que en 1952, que es cuando está escrito, si aporte una visión extraña de la mente criminal o de los comportamientos de un psicópata pero la verdad es que leído ahora, tras cientos de novelas, películas y series sobre psicópatas asesinos pues la verdad es que se queda un poco corto. Un poco antiguo, tanto que el motivo de un padre para estar en contra de que su hijo fume cigarrillos puede parecernos extraño “Das had said I was getting to be a man, so he hoped I´d act like one and smoke cigars and not goa round with a coffin-nail in my mouth”

Otra aportación de Alvaro y Helena a mis lecturas de este mes fue Secretos imperfectos. Si, una de esas novelas escandinavas que hacen pensar que ya no puede quedar nadie vivo en esos países a la velocidad a la que matan a personas en la cantidad de novelas que hay escritas. Cualquiera diría que esas tierras escandinavas son incluso más inseguras que el neoyorkino lower east side de los años setenta, o que el Harlem de esa misma época para cualquier blanco que tuviera la osadía de visitarlo. Esta novela parece ser la primera de una serie – si, es otra característica actual bastante demostrativa de un cierto infantilismo, en cuanto un personaje funciona pues el escritor hace toda una serie de novelas como respondiendo a esa necesidad infantil de volver a ver todo el tiempo la misma película pero, como somos adultos, con algún pequeño cambio – de una serie en la que el investigador principal es un tipo súper-especial, o más bien especialito, que parece ser la nueva tendencia también en esto de las series, la de coger a un tipo egoísta y centrado en sí mismo para convertirlo, a través de su bondad o capacidad para algunos aspectos, en una gran persona con la que no solo da gusto trabajar si no que todo el mundo debería estar deseándolo pese a que básicamente sea un carbón con pintas. Supongo que como dice el propio autor “La verdad es que nadie cambia… lo que sucede es que vamos dando vueltas en torno a un mismo eje y a veces mostramos caras diferentes, pero en el fondo somos siempre los mismos”. En el caso de este tipo de personajes, pese a que ofrezcan otras caras, o facetas, diferentes no dejan de ser los mismos egocéntricos o egoístas o ego-todo de siempre. Y no estoy seguro de que esa bondad en cierta cosa les dé (o me la de a mí, que no, no negare que tengo algo de este tipo de personajes) derecho a comportarse como quieran. Pero, de mis defectos, ya, si eso, pues hablamos otro día, que hoy nos quedamos con esta reflexión sobre el deporte: “Sebastián siempre había considerado fascinante que todos los deportes premiaran las victorias con copas de oro de dimensiones absurdas. Era como si los deportistas tuvieran muy poca confianza en sí mismos y en el fondo fueran conscientes del absoluto sinsentido de la práctica deportiva. LA necesidad de negar esa verdad y reafirmar ante el mundo la importancia de su actividad provocaba un aumento galopante de los trofeos, tanto en lo referente a las dimensiones como al brillo.”

Mi última compra en Kinokuniya fue un clásico: ni más ni menos que Melville, pero tranquilos que no, no me compre Moby Dick para releerlo. No, me compre un libro de cuentos Billy Bud, Bartlety and other stories pero no por ninguno delos dos mencionados en la portada. No, el cuento que quería leer era Benito Cereno e imagino que todos pues tendréis claro el porqué de mi vanidoso interés. Si, hacía poco que me había enterado de la existencia de un cuento con mi nombre en el título y obviamente me apetecía leerlo, mera curiosidad. La verdad es que concretamente el Benito del cuento homónimo pues no es realmente un personaje positivo, pero vamos que tampoco lo son Bartlety ni en general el resto de los personajes de los cuentos. Si bien hay que reconocer que el personaje de Bartlety, por absurdo, resulta solamente desquiciante, aunque me temo que desgraciadamente cada día hay más gente que se comporta de una manera similar en el mundo laboral y sencillamente se quedan allí sin hacer lo que hay que hacer, pero tampoco empuñando la coletilla de "I would prefer not to” algo que por lo menos – en un cuento – les añade una especie de cariño (salvo cuando te toca lidiar con ellos que en ese caso, casi mejor que no digan nada). Y obviamente he de reconocer que no pude evitar sonreírme con la descripción de la primera visión del barco de Benito Cereno (que al parecer es de Chili, en lugar de Chile) lo describe como “entering a strange house with strange inmates in a strange land” que es una sensacion parecida a la que tuve yo al entrar en la oficina aquí en Nueva Zelanda y que todavía tengo cuando entro en algunos sitios de este país (incluso el pensar en muchos de ellos como presos).

Pues con estas lecturas ya me había llegado el tiempo de prepararme para el viaje de vuelta a casa, a celebrar el aniversario del Wurlitzer y por supuesto a enfrentarme a prácticamente un día de sala de espera, avión, sala de espera, avión para el que estaba poco preparado ya que solo me quedaba un libro por leer: Truants, del que no las tenía todas conmigo que me fuera a gustar ya que parecía uno de esos libros sobre gente que escribe libros y los estudiantes de libros (imagino que debería decir estudiantes de filología para que mi sobrino, el que parece que no lo será por mucho tiempo, no me proteste). Realmente espraba justo lo contrario que uno de los protagonistas del libro esparaba de un libro con el mismo titulo: “Or perhaps he’d thought the title sounded more like a novel about rebellion than the funny hybrid that it was”.Yo esperaba que fuera mas divertido que intensillo, pero la verdad es que ni lo uno ni lo otro.

Pese a todo, como siempre digo, raro es el libro del que no sacas algo. En este caso el concepto de the Loafting hour, que me gusta casi tanto como el de prepandrial y que en palabras del autor es “When caffeine is no longer a good investment but alcohol not yet a wise one. When anything you´re going to achieve that day has probably already happened and the only sensible thing to do is to sit around, shooting the shit and eating cake”.

Si bien coincido con la primera parte de la afirmación, la segunda no puedo compartirla como aficionado a la noche ya que lo la hora de pensar que ya se ha acabado el día es mucho más tarde y empieza incluso a ser ese momento en el que el alcohol ya no sirve y hay que ir pensando en ira tomarse un café o por lo menos ir a desayunar, pero no sé si era hora tiene nombre (aparte del obvio del coche-escoba).

Además de la identificación de esa hora el libro también tiene esta frase “You know when you are in a room, and music comes on – something good – and everyone changes? She was like that” que me ha encantado ya que he conocido a gente que era exactamente así, si bien, hoy, no voy a ponerme a dar nombres, ni seguramente haga falta ya que sabéis de quien hablo. Solo espero que vosotros conozcáis a gente asi, por lo menos a una persona que podáis describir así. No se me ocurre mejor deseo.

Afortunadamente para mí en el aeropuerto de Auckland había un Nuevo bestseller de Robert Harris, The second sleep, algo que me pareció muy extraño ya que precisamente hacia muy poco me había comprado otra novela suya que también estaba como novedad aquí en Auckland. Así que encontrar dos novelas nuevas del mismo autor se me hacía muy raro e incluso sabiendo que la última no me había terminado de encantar había que darle una oportunidad. Un bestseller de Harris es obviamente una lectura de avión, sea bueno o malo y totalmente necesario para mis viajes. ¿Qué decir? Pues que se deja leer, pero tampoco está a la altura de lo que esperaba de él, ni en la historia (que es de ciencia ficción, por decir algo) ni en la realización que parece apresurada o lo que es todavía peor… que parece que se esté muriendo y este sacando todo lo que tenía en el cajón para poder conseguir financiación para algún tratamiento mortalmente caro y previsiblemente incapacitante y mortal. 

Espero que no, espero que vuelva con alguna otra joya literaria en breve. De momento solo me queda la alegría de que extravagantemente haya elegido el nombre de Morgenstern para nombrar al sabio que más o menos nos librara en un futuro imaginario de extinguirnos como civilización.

En fin, se ha hecho tarde y ya casi anochece aquí en Auckland de la que soy consciente que no os estoy contando prácticamente nada, ni de Auckland ni de mi vida aquí, mis sentimientos (en caso de tenerlos) o en general de cómo me encuentro, pero es que tampoco quiero aburriros. Ya, si eso, pues comentamos otro día.

Lecturas
El Bosque Oscuro – Cixin Liu
State of the union. A marriage in ten parts -  Nick Hornby
The Killer inside me – Jim Thompson
Secretos imperfectos – Hjorth & Rosenfeldt
The Truants – Kate Weinberg
Billy Bud, Bartlety and other stories – Herman Melville
The second sleep – Robert Harris

sábado, 14 de septiembre de 2019

Comentario de Textos Agosto 2019


Tarde de sol, aquí en Acukland, después de una mañana que había empezado bien pero que se convirtió en lluvia cunado yo andaba como a una hora de casa, paseando. Afortunadamente, soy fumador así que aproveche para encenderme un pitillo, al abrigo de la lluvia en la calle ya que este en este país lo de fumar en un bar es prácticamente imposible. Incluso a veces hay hasta prohibiciones para fumar en la calle, eso sí, ahora van a hacer un referéndum para el uso recreativo del cannabis y sus derivados y todo parece que eso si estará permitido. Yo no lo acabo de ver claro (lo del uso recreativo, sanitario creo que lo llaman, o medicinal creo que es la verdadera tapadera) y sobre todo me parece que lo único divertido es fumárselo y también es para mi un acto social. ¿si no puedes fumar nada más que a escondidas, como vas a andar fumando porros sin problema? Es algo que sinceramente se me escapa. Ni idea de porque una cosa es ahora el mismísimo demonio y sin embargo la otra es una necesidad médica. Lo digo completamente en serio, son cosas que se me escapan, como lo de mi médico local recomendándome (en la primera visita) que me pasara a vapear y (en la segunda visita) que me pasara directamente a los chicles de nicotina a destajo (hasta me dio una receta para que me comprara unos trescientos chicles de nicotina). Me parece todo un poco increíble, pero, divago, ya, si eso, pues otro día nos ponemos a discutir sobre las ventajas o desventajas del tabaco, desde un aspecto holístico (que mola mas).

El caso es que una frase que me ha gustado mucho de la primera lectura de este mes ha sido:“I am pleased my father smoked; glad that there were some things he did purely for pleasure and only for himself”. Creo que resume bastante bien mi opinión general sobre el tabaco, aunque egoístamente solo considero aplicable a los que ya somos fumadores. Creo que los no fumadores deben de seguir siéndolo, buscarse sus propios vicios que por definición serán insanos, pero serán los suyos, los de sus tiempos, pero sin quitarnos los nuestros. Por cierto, que la frase en cuestión es de Greetings from Bury Park, título que se supone es un homenaje a Springsteen a través de la historia de un pakistaní que vive en Londres y que es un auténtico fanático de Bruce, o del Boss, como lo quieras llamar. Si bien la idea del libro parece interesante para alguien al que si le gusta Bruce, como es mi caso, la verdad es que la realización deja bastante que desear y el libro es bastante decepcionante. Para mí ni siquiera los capítulos tienen mucho sentido, ni especial correlación con lo que se cuenta en cada uno, ni por supuesto descubre nada de la verdadera fascinación que algunos hemos sentido por Bruce

Pero esto puede que no sea culpa del libro, que igual está bien para gente que no tenga ninguna relación anterior con Springsteen. Yo si la tengo, como creo que ya he contado en este blog en otra ocasión: desde el primer disco que descubrí suyo (debería de molar y decir que es el Darkness pero hemos venido a contar la verdad y obviamente fue The River) hasta que dejo a su mujer de toda la vida para irse, después casarse, con la toca-la-pandereta. A partir de ahí mi relación con Springsteen ha sido más floja y más intermitente e incluso algunas cosas suyas me parecen verdaderamente malas, otras suficientemente buenas (si fueran de otro) y algunas, escasas, excepcionales. Entre estas últimas están algunas de las historias que cuenta en ese show de Brooklyn en el que se desnuda y “recupera el contacto con el público” en un local pequeño. Una verdadera majadería conceptualmente, pero en el que cuenta como el héroe de la clase obrera no ha trabajado un solo día de toda su vida, o como el fanático de conducir por América, el que ya había escrito Born to Run, no tenía carnet de conducir ni sabía conducir, algo que su buen amigo Clarence Clemons descubriría en una carretera de América, en una gira, cuando le dijo que le tocaba conducir que él tenía que dormir un rato. Como el mismo dice: “así de bueno soy” (de buen farsante o fabulista, se entiende).

La principal razón que me decidió a comprar Out of the inferno es una frase de la portada: “In New Zealand, one degree of separation is an over statement”, ya que creo que define bien la escala de este país comparado con el mundo en el que son necesarios tres grados de separación, o puede que seis. Nunca me acuerdo, es una de esas cosas que se me acaban olvidando continuamente como el numero primo de Belfegor o la identidad de Euler (para los curiosos el primero es un 1 seguido de trece ceros seguidos de 666, otros trece ceros y un último uno; de forma que lo tiene todo, es un palíndromo, incluye el número de la bestia y varios 13 – en forma de secuencia de ceros –  mientras que la segunda pues mezcla, el numero e de Euler que es la suma de una serie infinita; el numero pi; y el irracional i dando lugar a una formula preciosa que dice que e elevado a pi veces i es igual a menos 1. Como para acordarse). Otra cosa a su favor es que se supone que es una novela de acción que pasa aquí en la ciudad de Auckland, lo que siempre parece una curiosidad. La verdad es que sin ser mala tampoco acaba de enganchar como debería hacerlo un best-seller, que es lo que se supone intenta ser. Como curiosidad contar que uno de los personajes considera que los blancos en nueva Zelanda son muy racistas porque “How many white Kiwis couldn´t tell the difference between a Polynesian and a Melanesian baffled him. It was one thing to say that all Asians looked the same, but to apply that measure to Pacific Islanders and indigenous people was insulting”. Toma viga en todo el ojo (al parecer, según explica luego, la diferencia está en el pelo. Que los sepáis).

En cualquier caso, la mejor frase del libro es una cita de Malcom X: “If you´re not careful, the newspapers will have you thing the people who are being oppressed and loving the people who are doing the oppressing”, que, como veis, tampoco es especialmente brillante.

Con todo, suficientemente entretenido para un viaje a Sydney, un viaje que la verdad es que tampoco necesitaba mucho más entretenimiento que el propio de un viaje que si bien salió a su hora acabo llegando con casi una hora de retraso a Sydney, con el avión dando vueltas en la ruta de aproximación a Sydney como si el comandante, capitán o lo que sea, estuviera completamente perjudicado por el uso de todo tipo de sustancias psicotrópicas. Pero es que además el taxista que me llevaba del aeropuerto a la ciudad se despisto un poco y acabamos estrellándonos contra otro coche. Afortunadamente este accidente tuvo lugar a escasas manzanas de donde me estaban esperando, con algo de desesperación por los retrasos, los chicos así que al final tuve que hacer parte del trayecto andando dejando al taxista con los restos de su coche en una esquina.

Es verdad que no es lo que podríamos llamar el mejor comienzo para un viaje, o para visitar una ciudad, pero tampoco es que fuera a condicionar mi opinión ya que después de un par de cervezas contando mis aventuras y desventuras pues ya estaba yo preparado para reconciliarme con la ciudad.
Desgraciadamente he de decir que la reconciliación fue imposible ya que Sydney es una ciudad extraña – en el caso de que sea una ciudad – es tan extraña que, pese a que había un súper maratón con setenta mil personas inscritas, un súper maratón como de broma – como una gran Sal Silvestre con gente disfrazada – los días anteriores la ciudad estaba prácticamente desierta y el día de la carrera tampoco se veía especial animación. Puede que sea porque los deportistas son gente discreta, como sabe cualquiera que haya estado cerca de un estadio o de una concentración deportiva, y que los deportistas llevan colores pocos llamativos que los hacen confundirse con el entorno urbano por lo que a veces es difícil distinguirlos de, digamos, una papelera o una farola.

En cualquier caso, incluso olvidando a las decenas de miles de deportistas, la ciudad parecía un desierto. Consultando guías para ver qué cosas, restaurantes o lo que fuera, recomendaban hacer en Sydney los locales o incluso algunos referentes culturales de esos del moderneo, mirando varias listas de las cinco, o las diez, mejores cosas que hacer en Sydney era inevitable no notar que había algo raro. En casi todas las listas al menos la mitad de las cosas que había que hacer en Sydney requerían… abandonar Sydney. Si, tal y como suena. Casi todo el mundo coincidía en que lo mejor era irse a otro sitio, normalmente a otro sitio cercano, que podría pasar por ser parte de la ciudad pero que obviamente no lo era. Sorprendente, cuando menos, como esa canción de Brian Leach… Everybody loves my girlfriend… but me…

Con todo, como dicen los buenos católicos, pues Dios aprieta, pero no ahoga y en Sydney hay un Kinokuniya, lo cual es suficiente para alegrar cualquier ciudad e incluso para alegrar mi corazón y mi estancia en cualquier ciudad. Como solo conozco el Kinokuniya de NYC pues este me pareció salvajemente grande, descomunal, incluso inabarcable y la verdad es que no lo disfrute todo lo que debería, un poco sobrepasado por la cantidad de cosas, libros y chorradas, que tenían. Creo que merece otra visita para intentar encontrar la sección de libros japoneses (exclusivamente japoneses) que aquí me pareció que estaba mezclado con la sección de literatura en general. Pero ya digo, estaba yo un poco sobrepasado por las dimensiones de esta maravilla de tienda.

Como no encontré a los japoneses separados, como a mí me gusta que estén, pues encontré Isle of Joy de Winslow, libro que según todos los que me acompañaban (casi incluso Alicia) ya me había comprado y por supuesto, leído. El caso, ahora lo puedo decir, es que la portada me sonaba mucho pero el resumen de la contraportada no me sonaba nada así que negué completamente que me lo hubiera leído y creo que hasta la página doscientos noventa, o así, de las menso de trescientas que tiene estaba convencido de que no me lo había leído. Ahora no estoy tan seguro de que no lo hubiera leído, pero, bueno, a partir de ahora ya estoy seguro de que lo he leído. Por lo menos hasta la próxima vez que lo vuelva a ver y me asalten las dudas. En cualquier caso, es un libro que no sufre con la relectura, así que sin problemas si lo vuelvo a comprar lo volveré a leer con gusto, aunque puede que esta vez no me sorprenda tanto el parecido de la historia con partes de la biografía de Marilyn Monroe. O si, quien sabe.


Alvaro y Helena habían decidido traerme libros en español, pero a mi todavía me quedaba por leer una de mis últimas compras en inglés, The Nickel Boys, así que antes de cambiarme de idioma decidí pues darle una oportunidad a esta historia que tenía toda la pinta de ser un topicazo sobre el maltrato y las desapariciones de jóvenes negros en una especie de campo de trabajo, reformatorio en los sesenta en el sur de estados unidos. En fin, pues exactamente lo esperable y realmente es una novela con todos los tópicos y sin ninguna sorpresa. Se deja leer, pero poco más y solo puedo pensar que es la típica novela que uno saca del cajón después de tener un gran éxito con otra novela (en este caso parece que hay una que se llama The Underground Railroad que es la que ha recibido reconocimiento de gente como Obama y le ha dado la fama para sacar esto del cajón, en el que podría haberse quedado tranquilamente).



El problema de los tres cuerpos es la primera parte de una trilogía de ciencia ficción de un autor chino que le regale a Alvaro por su cumpleaños y que todo el mundo decía que era excelente, por lo que reconoceré que me apetecía leerla e incluso me alegraba bastante que Alvaro la hubiera traído ya que parecía indicar que le había gustado y eso siempre es bueno. La verdad es que la historia tiene su punto, está escrita con gracia y si bien esto ya sería suficiente para convertirla en una buena novela creo que su éxito se debe más a algunas críticas que tiene a la revolución china que a estas virtudes. Curiosamente yo diría que son esas anécdotas en forma de crítica, de la revolución china como la de que se proponía cambiar las luces de los semáforos “de forma que no fuera el verde, sino el rojo de la Revolución, el que permitiera seguir avanzando” las cosas que le han dado más fama. Pero, conste que lo digo por decir, que a mí la verdad es que me ha gustado (esta primera parte).


Si el libro anterior me hizo ilusión que me lo trajeran, El Ultimo Barco también pero más que ilusión me dio miedo ya que son más de setecientas páginas, lo que llamaríamos un tremendo tocho. Tremendo especialmente para una novela policiaca. Una de dos, o el escritor es un genio para mantener una historia policiaca durante setecientas paginas o parte del misterio de la novela está en cómo no hay más muertos leyéndola en la cama. Algo que no necesita demasiada investigación ya que obviamente el peso del libro en una mala postura puede matarte sin demasiados problemas. Probablemente un buen golpe y tendrías una coartada perfecta. Por supuesto con setecientas paginas el libro pues tiene de todo, desde un inspector al que uno le puede coger cariño hasta el típico enfermo mental con grandes habilidades por supuesto pasando por varios personajes sospechosos (si hay hasta un fotógrafo inglés, de naturaleza eso sí) o por otros simplemente superfluos. Sin embargo y pese a que lo he leído he de reconocer que no tiene especial interés ya que no hay prácticamente nada más que una historia que se alarga y se alarga para acabar resolviéndose de una forma cuando menos ligeramente poco convincente. Para mí que le falta toda la parte fundamental, yo diría que sí ha aplicado el método Stephen King, lo ha hecho del revés y se ha quedado con lo que debería descartar como al parecer paso con el aeropuerto de Los Rodeos (para el que llevaron a un experto a elegir dónde ponerlo y dijo “en cualquier parte de la isla menos donde he marcado con una x” y obviamente allí que fueron a colocar el aeropuerto).

En fin, hasta aquí la puesta al día de lecturas con un retraso no tan considerable pero ya veremos el mes que viene. De momento en breve estaré por los madriles a tomar unas cervezas y celebrar el aniversario del Wurlitzer. Igual nos vemos.

Lecturas
Greetings from Bury Park – Sarfraz Manzoor
Out of the inferno – Ross Meurant
Isle of joy – Don Winslow
The Nickel boys – Colson Whitehead
El problema de los tres cuerpos – Cixin Liu
El Ultimo Barco – Domingo Villar

viernes, 6 de septiembre de 2019

Comentario de textos - Julio 2019


Ya, ya lo sé: es casi septiembre y aquí estoy todavía sin actualizar las lecturas de Julio. Demostrando una vez más mi incapacidad para cumplir con los plazos y obligaciones que yo mismo me impongo. Supongo que, como todos, soy demasiado permisivo conmigo mismo – aquello de la paja y la viga en los ojos – o tal vez es que pese a todo no considero esto una obligación y por lo tanto me permito retrasarla hasta que encuentro el momento adecuado, en el que me apetece, ponerme a escribir sobre mis lecturas. Añadiría sobre mis cosas, pero visto lo visto en las múltiples entradas anteriores añadir esto seria, probablemente, inexacto, ya que al final casi nunca hablo de otra cosa que no sean lecturas. En fin, es lo que hay. Lo intento, pero la verdad es que se hace difícil. Sobre todo, empezar, elegir una historia que contar y seguir con ella o coger una chorrada y a partir de ellas buscar una historia. Dejar que las cosas, la historia se vaya enredando ella misma, empezando por algo pequeño (digamos algo como que estoy timándome una bebida completamente rosa que mi sobrina compro en su visita a esta parte del mundo) y como tampoco es un color muy normal para alguien que no sea especialmente aficionado a los cocteles (e incluso siendo aficionado debería decir aficionada ya que extrañamente los cocteles de colores creo yo que sí que tienen ideología de género) intentar recordar otras bebidas razonablemente rosas, como digamos la sangría al final de una fiesta adolescente y a partir de ahí, yo que sé, empezar a hablar de fiestas adolescentes. O podría obviar lo del color y contaros que este mes he tenido la visita de mi hermana, Alvaro y obviamente (esto ya debería haber quedado claro) de mi sobrina Alicia. Incluso podría contaros que también – con la misma excusa – pues he aprovechado para visitar Sydney e incluso contaros que cada vez me siento más como un viejo enfurruñado ya que (sinceramente y que Susana me perdone) me ha parecido una ciudad lamentable, sin nada digno de mención (salvo la existencia de un Kinokuniya, que incluso es excesivo) y es que últimamente no me gusta nada o a todo le encuentro pegas y cada día me siento más ajeno al mundo que me rodea. No, no ajeno; más bien completamente indiferente. Pocas cosas consiguen despertar mi interés últimamente. Podría, partiendo de esto intentar reflexionar sobre cuando, o donde, he empezado a perder el interés en la mayoría de las cosas… en fin, podría hacer muchas cosas, pero, todos sabemos que al final me voy a limitar a comentar las lecturas y a prometer que otro día, ya, si eso, pues hablaremos de esas otras cosas.

Llevaba ya un tiempo viendo Milkman en las librerías de la zona (dicho así, parece que sean muchas, pero, ya sabéis que no) y nunca me había decidido a comprarlo por varias razones, básicamente que tenía aspecto de ser un poco truño, una especie de historieta de amor en la Irlanda de los conflictos. Supongo que al final me decidí a comprarlo por no encontrar nada con un aspecto mejor y por darle un voto de confianza a la escritora de la que ya había leído otro libro (ya comentado en este blog) y que me había gustado, o eso creo recordar. El caso es que la cotidianeidad de la violencia que en su anterior libro aportaba un punto de reflexión aquí al identificarla en una sola persona – ese milkman, que es un nombre en código genérico para un cargo, poco claro, del IRA – pues queda un poco difusa y pierde interés, o más que interés pierde ese estar en todas partes que tenía la violencia en la otra novela. Como curiosidad mencionare que en un momento dado en un refugio del IRA hay una serie de carteles de mujeres “inspirational, prototypal past and present wonderwomen” tan variada que incluye desde Marie Curie o Florence Nightingale hasta Dolly Parton y en medio de ellas a Mariana Pineda. Extraña y sobre todo variada selección de posters para un refugio de terroristas o de luchadores por la libertad o por ser más precisos de “renouncers”

Y así, con este escueto comentario de este primer libro, como quien no quiere la cosa resulta que ya ha pasado una semana y ya es septiembre (7 para más señas) por lo que lo de cumplir el plazo, ya casi, como que no va a ser posible.

Otro que tampoco tenía buena pinta era An American Marriage ya que, según la contraportada, se trata de la típica historia de joven-hombre-negro-con-prometedor-futuro-encarcerlado-injustamente y las tribulaciones para mantener su vida, su matrimonio y ya puestos su cordura (lo de típica obviamente no es lo que decía la contraportada que obviamente la clasificaba de extraordinaria, explosiva y cosas similares). El caso es que, pues es eso, le pongas los adjetivos que le pongas y para los cuales pues ya he dado mi opinión: típica y sin mayor interés. Lo más divertido una anécdota que se supone recuerda el protagonista de las navidades con su padre sacando figuras de las cajas de mierda navideña que toda familia acumula: “Daddy extracted Balthazar – the swarthy wise man – and stuffed the others back where they came from. What he planned for the six discarded white kings, I had no idea”. Digo divertido pero lo digo solo por no decir curioso ya que si de verdad no quería los reyes blancos – algo que puedo comprender perfectamente – ¿para qué volver a guardarlos en la caja, encima junto a Baltasar, para tener que volver a separarlos al año siguiente? Porque tal y como lo cuenta parece ese recuerdo de todas las navidades que todos tenemos, vamos, una especie de tradición.

Aunque por supuesto la frase que mas me ha llamado la atención es: “the large orange clock over the sewing machine announced that it has three thirty, a perfect right-angle o´clock.”. ¿En serio? ¿Las tres y media, un ángulo perfecto de 90 grados? No, hombre no (dejar de mirar vuestros relojes para comprobarlo), a las tres y media las agujas no forman un ángulo perfecto de noventa grados. De hecho, si lo forman a las tres y no hay nada que justifique la necesidad de añadir esa media hora extra para cargarse toda la geometría y el funcionamiento de un reloj. Ni siquiera suena especialmente mejor.

Supongo que a estas alturas se hace necesario (o no) soltar un pequeño micromachismo para explicar la compra de Disappearing Earth. Allá vamos, a ver… como lo digo… es tan raro ver una novela de crímenes (actual, no hablo de los clásicos) en la Women´s Bookstore y casi increíble ver una escrita por una mujer casi como encontrar un unicornio. Bueno, de hecho, es más fácil encontrar alguna representación de un unicornio en la librería de mujeres, ya que, bueno, eso, ya sabéis es una librería de mujeres. Sobre la novela en si pues me temo que es un unicornio de la única manera que existen los unicornios y, para entendernos, sería mejor describirla como un rinoceronte que, aunque sea realmente un unicornio pues no tiene el mismo cache. Al fin y al cabo, vivimos en el mundo de la imagen y un unicornio gordo y gris parece que no es unicornio pese a que por definición lo es, y encima existe. Bueno, que divago, y pese a no tener nada en contra de los rinocerontes, sí, estoy usando el termino despectivamente para decir que no es nada buena.

Otra que lamentablemente tampoco es nada buena es The Bad Seed. Igual debería decir que The Night Book, que es la primera de las dos novelas que vienen en este tomo es la que no es nada buena; de la segunda, Soon, pues no tengo opinión ya que la he empezado, pero no he conseguido acabármela pese a intentarlo varias noches, aun a riesgo de que se me callera el libro sobre la cabeza, ya que encima ambas novelas son largas. Según la contraportada ahora ambas son una serie televisiva pero por lo que yo he leído, más que serie yo hablaría de culebrón, de culebrones de esos en los que de repente alguien descubre que la hija que dio en adopción ha sido adoptada por unos amigos suyos (que por supuesto no saben nada de esa hija). En fin, un poco lamentable, pero como todo libro, o casi todo, pues tiene alguna cosa buena: “Natural means letting nature takes its course. And nature doesn´t care about healthy outcomes for all, only for the strongest. Nature says, if you´re vulnerable, you die”. Pues eso otra razón para estar bastante en contra de las cosas naturales y ya van no sé cuántas. Suficientes espero, pero me temo que no.

Tras estos últimos fracasos y como el tiempo no acompañaba – aquí es, era, invierno – pues me acerque a mi otra librería local, Unity Books, para re-abastecerme. La razon para compárame Call Him mine, es obvia o debería serlo con esa portada de narcotraficante con su monja en armas pese a lo amarillo de la misma. Pues como anuncia la portada es obviamente una historia centrada en los narcotraficantes mejicanos, algo que siempre tiene su punto (pese a estar un poco demasiado explotado últimamente) pero que lamentablemente no tiene la suficiente presencia como para enganchar y dejarte con esa sensación de un buen libro. Se deja leer, pero poco más. Ningún personaje acaba de aportar nada especial a la historia que por otra parte es la típica historia de unos periodistas de investigación que son asesinados por los narcos y nadie le importa.




La portada de A mistake más que la portada de un libro pues parece la de una cajetilla de tabaco. Pero a diferencia de lo que pasa con las cajetillas de tabaco, en las que las fotos se supone que representan los daños del tabaco, lo malo que es lo que hay dentro – si bien extrañamente casi todas las fotos de las cajetillas de tabaco están retocadas digitalmente, lo cual pues dice poco sobre la publicidad fiel e las mismas – pero sin especial relación (desde mi punto de vista) pues en este caso si tiene relación con el libro ya que va – en teoría – sobre un error médico en una operación. Digo en teoría porque realmente una de las tesis del libro (para mi) es como cosas que en principio podrían parecernos buenas pueden ser utilizadas, o tener resultados realmente desastrosos. Así, si bien, en principio la publicación de un listado de errores médicos e incluso la construcción de una métrica para medir como de bueno es un doctor parece una buena idea – obligando a los médicos a tener cierta responsabilidad sobre sus capacidades y métodos y permitiendo retirar a aquellos que pudieran no estar ejerciendo la profesión con la calidad suficiente – puede (y por lo tanto, lo hará) convertirse en otro factor de discriminación ya que los que puedan elegir – los ricos – elegirán a los doctores con las mejores puntuaciones (no, no es que no lo hagan ya, que soy consciente de que lo hacen) dejando a los médicos de mayor riesgo solamente para aquellos pacientes que no pueden pagar a los otros médicos, a los de los buenos resultados. En palabras de la autora: “There are simple problems, complicated problems, and complex problems. And then there´s just chaos”.

Por otra parte, como no sé nada de moda, pues me ha sorprendido mucho que exista un nombre para “the space between the rake of a shirt collar and the suit lapel” y más todavía que el nombre es esto sea “the credibility gap” (aunque no sé si esto es cierto o no, ninguna de las dos cosas, digo).

Todo puede ser, incluso que yo me compre dos libros con portadas amarillas en el mismo mes (de hecho, pese a que odio el color amarillo en general no preocupa nada más que para la ropa y puedo soportarlo en muchas otras cosas, que quede claro) pero mi última lectura, Gun Love, pues también tiene una portada de ese color, combinada con un morado desapacible. La verdad es que me lo compre por una frase de la primera pagina “She knew all the songs. So why would she get mesed and stirred up with this man” que me pareció muy realista, como pese a las cosas que sabemos, con los libros, películas, canciones, historias que hemos asimilado seguimos (unos más que otros) pues cayendo en los mismos engaños. No sé, son de esas preguntas que uno siempre se hace, como “even Hitler had a girfriend, so why can´t I?” o aquello de “¿escucho música pop porque estoy triste, o estoy triste porque escucho música pop?”. Grandes preguntas sin respuesta.

Por cierto, que el libro no intenta responder a esa primera pregunta ya que hay cosas que sencillamente no tiene respuesta y se limita a contar una historia interesante reformulando mejor algunas reflexiones que siempre me he hecho: “One day a scientist is going to hear everything the plants are saying. Just wait for the day when trees can tell us what it´s like to have their branches cut back. That day is coming soon. Then the world Is going to have a real shock”.

Imagino que especialmente ciertos veganos, vegetarianos o similares que descubrir que ahora mismo la única diferencia con los omnívoros/carnívoros que comemos de todo es que ellos solo se alimentan de seres de movilidad alternativa reducida (vamos, paralíticos que no pueden echar a correr por tener raíces) que es como normalmente planteo yo esta reflexión.

Y también incluye otras que no se me habían ocurrido pero que comparto, como está especialmente:“one of the things that are so troubling about old photographs is that you know what happened afterward. It´s as if you look at the photo and then zoom, just like a movie, you know what´s coming”. Probablemente la razón por la que no me gustan demasiado las fotografías antiguas, son pocas las historias que acaban bien.

En fin, pues aquí lo voy a dejar que según el calendario ya, casi mañana mismo, tengo que ponerme a escribir las lecturas de agosto que si no luego se me acumulan y es peor ya que voy atropellado y no es cuento nada de mi vida aquí en Aotearoa (que tampoco es que haya nada que contar y si lo hay pues ya os lo contare en vivo y en directo cuando pase – en breve – por los madriles.