Hay un experimento bastante conocido de psicología que se
supone prueba la capacidad de percepción y concentración, en el que se pide a los
sujetos que observen un video de un partido de baloncesto y cuenten cuantos
pases da el equipo que lleva la camiseta oscura. No parece ni difícil (no lo
es, la mayor parte de la gente acierta, o se aproxima bastante) ni
especialmente interesante, sin embargo los experimentadores lo ven como una
prueba de la escasa capacidad de percepción de los sujetos. ¿Cómo, os
preguntareis, llegan a semejante conclusión?
Pues sencillamente porque es un experimento tramposo, muy tramposo.
Resulta que mientras estas contando los pases un tipo disfrazado de gorila
cruza el campo de juego haciendo chorradas y la mayor parte de los espectadores
no se dan cuenta de este hecho, no es que no lo comenten, es que sencillamente
no lo observan.
¿Prueba esto que los espectadores no tienen capacidad de
percepción? Yo lo dudo, al fin y al cabo lo que se les ha pedido es que se
fijen, y cuenten, el número de pases que realiza el equipo vestido de oscuro,
no se les ha pedido que se fijen en si hay algo anormal en el partido (por muy
anormal que sea) igual que tampoco se les ha pedido que se fijen en el color de
pelo de los jugadores. Para mí, y en las repeticiones del experimento se pone
de manifiesto, es evidente que si no les hubieran pedido que contaran los pases
seguramente casi todos hubieran observado al tipo disfrazado de gorila, pero al
imponer una tarea concreta en la mente de los espectadores se desvirtúa su
capacidad de observación y percepción.
¿Por qué inicio hoy este blog “de libros” con algo tan fuera de lugar? Bueno, pues básicamente
porque yo voy a hacer algo parecido y hablando de libros (y canciones) voy a
intentar que no se noten mis comentarios sobre algún posible cambio importante
en mi vida (la palabra clave de esta frase es “posible”, ya que de momento solo es una posibilidad que estoy
explorando, para nada una realidad. Tan solo una idea). Bueno, hare eso o igual
– depende de cómo se desarrolle la escritura – igual ni siquiera lo comento en
este blog, como si yo fuera tan supersticioso como un escritor que nunca cuenta
de que van sus novelas hasta que no las ha terminado cuando la realidad es que yo
no soy supersticioso porque serlo trae mala suerte. Así que en esta entrada os
pido contéis el número de vocales que aparecen en la misma.
Pero vamos con el experimento y empecemos por mi primera
lectura del mes, Papá se ha ido de casa,
título que obviamente no invita a leerla pero que como la contraportada la
clasificaba de “un clásico del feminismo
inglés”, siendo este un tema del que no tengo ni idea, no ya del feminismo
inglés, si no del feminismo en general, pues me decidí a comprarla a ver si
aprendía, comprendía, aunque fuera algo básico que tampoco era mi interés
averiguar las diferencias entre el feminismo inglés y el feminismo de otras
nacionalidades. ¿He aprendido algo? No, la verdad es que no, no he aprendido
nada pero igual esto se debe a que ya sabía algo de las diferencias históricas
entre hombres y mujeres y como estas todavía se mantienen en gran medida (en
mayor medida en unos sitios que en otros) a día de hoy (más aun en la época en
la que está escrita la novela, 1958). Si, supongo que he aprendido (o podría
haber aprendido de no saberlo) que las costumbres sociales son incluso más
inamovibles, o más lentamente transformables, que los conocimientos
científicos, esos mismos que la protagonista en cierta medida asume durante la
novela: “Ella había leído en algún sitio
que, en el pasado, la gente creía que el cerebro tenía como finalidad derramar
vapor frio sobre el corazón para enfriar las pasiones. Al parecer eso es lo que
le estaba sucediendo a ella en aquel momento”. Si, la gente ha creído durante
mucho tiempo cosas como estas y como que las mujeres deben de servir al hombre,
o que su verdadera finalidad es la de ser
“reproductoras” (en este sentido esto no solo una absurdez del feminismo
sino de toda la sociedad que trasmite la idea de que la reproducción es parte
de una vida completa, tanto para las mujeres como para los hombres) y lo que es
peor es que mucha gente sigue creyendo en cosas igual de absurdas o incluso
todavía más absurdas como que existen alimentos naturales y otros que no lo son, que existen alimentos libres de químicos, o eso que no todos
tenemos los mismos derechos (ya sea hablando de mujeres y hombres, tendencias
sexuales, lugar de nacimiento o creencias). Si, todavía quedan grandes bolsas
de ignorancia y estupidez en el mundo que deben de ser erradicadas.
Por cierto que esto es algo de lo que yo no me considero
liberado ya que todavía considero que hay grupos… y grupos de chicas. Por ejemplo en la
colección (perdón discografía, que no colección) de Álvaro hay dos copias del
disco de Heroines (uno de los grupos
favoritos de Helena) que pese a ser un grupo paritario, para mí, es claramente
un grupo de chicas, que suenan así de bien (o incluso mejor) lo que no tengo ni
idea de si me convierte en feminista (por considerar que en este grupo las
chicas son más importantes que los chicos, siendo el mismo número) o en
machista (simplemente por hacer la distinción). Ni idea, con estas cosas me
pierdo.
Algo con lo que si me he quedado de este libro es con ese “Se hallaban, en plena madurez, aun
capacitados para cometer cualquier crimen y cualquier grandeza, paralizados por
la trivialidad” que siento es de aplicación a mi edad actual (igual no en
plena madurez, si no ya un poco pasado, posiblemente solo aprovechable en forma
de macedonia, y con capacidad solo para cosas de tamaño mediano; nada de
grandezas ni mucho menos de crimenes) pero ciertamente paralizado por la
trivialidad. Un poco menos paralizado ahora que me estoy planteando marcharme
de este país para quitarme toda esa trivialidad de encima e intentar tomar un
nuevo impulso. Como según el experimento debéis andar entretenidos contando
vocales, sin prestar demasiada atención a la lectura, aprovecho para dar salida
al gorila a cancha y os cuento que el jueves me marcho a Nueva Zelanda, de
momento para conocerlo pero con la sincera intención de conseguir que me guste,
me ofrezcan un trabajo que me interese y volver para quedarme y reinventarme
para dejar de lado esta trivialidad que me paraliza y confiando en que no me
salga mi Doppelgänger malvado como el que cantaban que tenían los Hex Dispensers:
Precisamente el tema de los Dopplegänger y en su acepción más
normal de “gemelo malvado” encaja con
mi siguiente lectura, La novia gitana,
ya que su supuesta autora (Carmen Mola) es obviamente un seudónimo (algo que no
hacía falta que indicaran en la solapilla, aunque es posible, incluso probable,
que existan varias Carmen Mola a las que tampoco quiero ofender que igual
alguna es familia de general golpista y tampoco es plan de empezar otra guerra
civil por una bromilla) que es algo que puede asociarse a un gemelo, a un
Dopplegänger, y porque es mala, como si fuera un gemelo malvado, aunque claro
igual el gemelo original tampoco es bueno. NI idea, ya que la lectura de la
novela no me ha producido ni el más mínimo interés en saber quién es quién se
esconde tras ese seudónimo, así que puede que este sea su gemelo malvado o
puede que incluso sea su gemelo brillante, habrá que averiguar quién es el
gemelo original para decidir. En cualquier caso creo necesario aclarar que no
es que sea una novela pésima, ni siquiera especialmente mala, lo que pasa es
que es una novela que no tiene nada: ni una historia clasificable como buena,
ni unos buenos diálogos, ni personajes de los que te gustaría saber más; pero
como lectura de verano pues se deja leer pero poco más.
La novena hora se
inicia con un suicidio, lo cual es una forma cunado menos llamativa de empezar
una novela que si eres como yo (y no te has leído la contraportada para saber
de qué va la novela) pues te deja con la duda de si la novela se centrara en
cómo se ha llegado a esta situación o si bien la novela tratara del futuro y de
la aceptación, o no, de este suicidio; de su impacto en otros personajes. Si no
eres como yo (y te has leído la contraportada) ya sabes que solo es un punto de
comienzo como otro cualquiera y que realmente la historia no trata del suicidio
si no que este es solo eso, un punto para situar a los personajes y justificar
parte de su situacion. Supongo que si yo fuera un poco menos como yo me habría
costado un poco más comprar esta novela ya que las vidas asociadas a un
convento de Brooklyn me interesan bastante menos que la perdida voluntaria de
la vida, el suicidio, que he de decir es un tema que me interesa mucho.
Aclaro, antes de que alguien se me ponga nervioso: no como
acto a practicar, sobre todo porque solo se puede practicar una vez y yo soy más
de hacer cosas repetitivas, ya que siguiendo una famosa regla informática a mí
nunca me sale bien a la primera ya que si
algo funciona a la primera es que está mal; pero también en gran medida
porque pese a que soy una persona básicamente feliz.
Por aclarar la aclaración, confesare que no tengo el valor
de negar que en algunos momentos la idea de este acto haya pasado por mi mente,
todos tenemos momentos verdaderamente malos en los que lo mandaríamos todo a
paseo (por no decir a la mierda), a todos nos han dado sirocos en los que no
vemos mucho sentido a las cosas. Afortunadamente nunca me he sentido cerca, posiblemente
por mis experiencias vitales sobre el impacto en otras personas, pero en gran
medida creo que también, pese a lo que recomiendo la sabiduría popular, porque
no me he dedicado a compartir estos sentimientos depresivos cuando los he
tenido y a que mi relación con las drogas siempre ha sido recreacional y no
paliativa, nunca he bebido o he tomado drogas para intentar olvidar o salir de
una situación, solo para divertirme o ser lo suficientemente social como para
intentar seducir a alguien, solamente para mejorar una situación que ya era
buena. Para mí solo existe una forma de enfrentarse a las situaciones malas y
es la de plantarles cara, con todas tus fuerzas pero solamente con tus fuerzas;
si necesitas sustancias que te den fuerzas adicionales, o si necesitas el apoyo
de otras personas (más allá del que ya tienes, del que te has ganado, en
condiciones normales) nunca lograras enfrentarte de verdad a las cosas malas,
solo las esconderás, ellas se dedicaran a crecer mientras tu no las miras y tú
te harás dependiente de ese apoyo externo (ya sean sustancias o personas) algo
que me parece más un problema que una solución. Pero divago, ya, si eso,
hablamos de temas serios otro día, que ahora es el momento de que sigáis contando
vocales y de aprovechar para recordar otro clásico de la letra H, los Hi-Risers:
En cualquier caso y aunque la novela no trate mucho del
suicida deja algunas reflexiones para católicos y otros creyentes en
reencarnaciones: “¿acaso puede haber un
tormento mayor para un hombre cuyo pecado fue el suicidio que el de permanecer
atrapado para siempre en el cuerpo del que había intentado deshacerse?”; e incluso otras para grandes
preguntas para los agnósticos con sentido del humor (pero no del tiempo): “¿acaso no es gracioso como morimos todos al
mismo tiempo? Siempre al final de nuestras vidas. ¿Por qué preocuparnos?”
A finales de mes, para evitar las fiestas del Orgullo Gay (y
Lesbico y Trans, y Bi e indiferente, y cualquier cosa salvo, no sé bien porque,
las de aquellos a los que la identidad sexual no nos parece relevante) que ya
son las fiestas principales de Madrid que la hacen inhabitable, desplazando a
otros santos patrones (como San Isidro, La Almudena, La Paloma o El Camen) más
tradicionales y que a mí me molestaban de forma similar (a mi odio por las
multitudes y por los festejos populares no le importa la identidad sexual o
religiosa, o la causa solidaria que se reivindique y solo respetan,
parcialmente las fiestas de San Genaro en NYC) me marche a Piles lo que me obligo
a volver a visitar mi librería de referencia, la Librería Méndez de la calle mayor, para proveerme de lecturas ya
que ni siquiera tenia lectura para un viaje en cercanías hasta la Librería Fuenfria de Cercedilla, algo
que si yo fuera mi hermano me haría cantarme, sumamente enfadado y decepcionado
por mi escaso apoyo al negocio, al menos el título de esa temazo de Husker Du, que os recuerdo:
En cualquier caso y sin comprobar si mi hermano ha decidido
no volver a hablarme, por no subir a visitarle o por alguna de las otras
razones que Husker Du, da en ese
temazo, me compre, entre otros, para llevarme a Piles, uno de esos libros que
asusta por su tamaño, más de seiscientas páginas, vamos, lo que viene siendo un
verdadero “tocho” que se llama Tierra Madre y del que la frase de la
contraportada me parecía tan buena como esa de las familias felices y tristes de todos sabéis quien: “Uno viene de una familia como de una tierra
lejana. La nuestra era un caso aparte con sus propias costumbres y crueldades”.
Si bien yo le hubiera aplicado el método Stephen King (que
según el mismo consiste en eliminar al menos un diez por cierto de lo escrito
en cada revisión y realizar más de tres de cada original), al menos un par de
veces y le habría quitado unas doscientas páginas que, para mí, no son más que
repeticiones la verdad es que es un libro que me ha impresionado.
Según lo leía no podía dejar de pensar en que la madre del
libro es exactamente igual que mi abuela: abusiva, manipuladora y sencillamente
mala, así como pensar que en gran medida ha sido una suerte que, en cierto modo,
mi madre fuera hija única (realmente tuvo un hermano pero murió muy joven) y mi
abuela no pudiera ejercer la manipulación final de enfrentar a sus propios
hijos. Con doscientas páginas menos habría sido mejor novela y creo que incluso
habrían resaltado más esas frases de defensa de los lectores que a todos (los
lectores, se entiende) nos gusta leer y nos creemos como grandes verdades: “La gente que lee mucho y con fervor aprende
un idioma y habita un mundo que es diferente del mundo de los que no leen. No
me refiero a los analfabetos, que, como tantos que conocí en África,
desarrollan unas habilidades de observación especiales. Los no lectores son
meramente vagos y arrogantes y obtusos. Y cuando hablo de lectores, no estoy
pensando en los que están siempre buscando la última novedad, sino a los que
vagan por el ámbito de la literatura, a los que se meten entre sus matorrales y
en sus cavernas, a los que recorren los caminos poco transitados por los que
solo los genios descarriados se aventuran. Los nombres famosos, desde luego:
Shakespeare, Dickens (el Shakespeare de la novela), Flaubert, Joyce, Twain y
Melville. Incuso quienes no leen conocen estos nombres, y aunque nunca abran un
libro, han oído lo de «ser o no ser» y lo de por «por favor, señor, quiero un
poco más» y que el capitán Ahab tenía una pata de palo y que la ballena es
blanca. Pero nunca han oído los nombres de …” y sigue con una lista de
autores que me excluye de su clasificación como lector debido a mi incultura
enciclopédica (aunque me siento menos excluido que muchos conocidos míos que
más que lectores son practicantes del Tsundoku,
esa intraducible palabra japonesa que describe el hecho comprar libros solo
para dejar que se apilen, sin leerlos).
Estando ahora mismo planteándome un cambio vital hay otras
frases, en este libro con las que me siento identificado: “Con el tiempo, comprendes que se llega a un momento en la vida en el
que no hay nada más para ti, nada más que una creciente repetición, el eco
moribundo de las cosas pasadas.” pero con las que no me conformo, creo que
esto se puede, y se debe cambiar, aunque para ello uno tenga que plantearse
algún cambio que pueda ser clasificado de radical. Algunas veces uno ha de
pasar de hacer el punk de Refused al
PowerPop de The Lost Patrol Band o
incluso dedicarse a cantar en un idioma incomprensible para la mayoría del
universo, reinventarse como Invasionen y
dar uno de los mejores conciertos que he visto en el Wurlitzer y puede que incluso fuera del Wurlitzer.
Algunos cambios aunque nos hagan ser un poco más
incomprensibles resultan a veces necesarios para avanzar. Y aquí termina el experimento, el numero de vocales del texto o cualquier otra cosa, para eso están los comentarios.
Papa se ha ido de caza – Penelope Mortimer
La novia gitana – Carmen Mola
La novena hora – Alice McDermott
Tierra Madre – Paul Theroux