Como ya me han afeado varios conocidos lectores de estos comentarios: ya casi llevo cuatro meses de retraso con los mismos (hoy es 26 de noviembre y estoy empezando los comentarios de agosto).
No estoy seguro de tener ni una buena excusa para este
retraso, ni una mala si he de ser sincero. Podría achacarlo a una punta de
trabajo (que he tenido) pero también podría achacarlo a lo contrario (haber
hecho algunos viajes a Piles, otro a NYC, haber visto varias series de televisión,
o de no televisión). En fin, que un cumulo de circunstancias me han llevado a encontrarme
con más de veinte libros que comentar con retraso. Tanto retraso llevo que me
he quedado sin marcadores para mis trozos favoritos de los libros y, si bien
esta no es la razón principal de estar aquí, todo suma.
Mi idea es ponerme al día antes de que acabe el año que, si
no pues me veré obligado a “gastar” uno de mis buenos propósitos en esto, y
tampoco es plan con la cantidad de “malas costumbres” que tengo que serían
susceptibles de propósitos de año nuevo.
Esta vez no os contare ninguna chorrada de las que me
inquietan (ya que algunas de ellas involucran a lectores de estas páginas y todavía
no existe el distanciamiento suficiente para poder comentarlas sin herir
sensibilidades; igual esto tardara en llegar), así que pasare directamente a
los comentarios. Comentarios que además serán costos en mis aportaciones
(aunque largos en las citas) ya que con el tiempo transcurrido mi memoria no
permite recordar mucho de lo leído, solo las impresiones generales.
Evasión, es otro country-noir, esta vez sobre unos presos
fugados y sus perseguidores que, a mí, no me ha convencido. A la mitad de sus
personajes les pasa lo mismo que a su personaje central (Mopar es su nombre): “Mopar nunca ha sido tonto de verdad. Lo que
sucede es que nunca ha dejado pasar una sola mala idea. Cuando se le mete
alguna idea en la cabeza, le da vueltas hasta que la gota o se desintegra. Hay líos
en los que acabas metido y otros en los que te metes tu solo. Mopar es
aficionado a los segundos.” que me resulta extraña ya que yo hago algo
parecido con las ideas que, casi siempre, se me atascan en la cabeza, pero creo
que es una virtud ya que en las vueltas que le doy intento encontrar una solución
al problema, acabando, a veces, con alguna idea no del todo mala; a la otra
mitad lo que les pasa es que “uno siempre cree que no tiene ninguna opción,
hasta que elige la equivocada.” algo que
a mi me parece más habitual en la gente, incluso cada día mas, ya que parece
que la gente no piensa en sus opciones y acaba eligiendo una opción al azar que
normalmente no es la mejor y si habitualmente la equivocada (como el cambiarse
de cola en el supermercado, algo que, estadísticamente, nunca funciona).
La acción de la novela se sitúa en el estado de Colorado (un
estado, que en mi cerebro, es extraño ya que tiene desde la pistas de nieve de
Aspen hasta las zonas desérticas de parte del cañón del Colorado – que sí, que
ya sé que en la realidad el cañón (gran cañón,
debería decir) del Colorado no está en colorado, pero así funciona mi cerebro)
donde los personajes se plantean si deben construir una cárcel o una universidad
y donde “Los del pueblo decidieron que no
iban a vivir lo bastante como para ver el momento en que Colorado necesitara
una universidad, mientras que la prisión era ya una urgencia.”, ya digo un
sitio raro (que por cierto si tiene universidad).
El emisario es
una de esas novelas distópicas, pero distópica japonesa, en un Japón aislado y “debilitado”
en todos los sentidos, en el que las personas de más de cien años son las que
siguen trabajando y sacando el país adelante y en el que “ya hace tiempo que los ancianos se quejan de que los jóvenes de hoy en
día son unos inútiles. Dicen que quejarse en beneficioso para la salud. Asimismo,
parece que el hecho de insultar a los jóvenes hace que les baje la presión sanguínea”.
No, si ahora va a resultar que la estupidez de los adolescentes (y de los pre
adolescentes) es una cosa buena. La verdad es que yo siempre he pensado que las
medidas de casi todos los ministerios iban encaminadas en la dirección de hacer
a los jóvenes más inútiles (cambiando clases de matemáticas por clases de
deporte; me niego a llamarlo educación física) pero no se me había ocurrido
pensar que fuera algo planeado para que mejorara la salud de los mayores. Mira tú,
que igual tienen razón.
Por otra parte leer “No
hay nada más terrible que una ley que todavía no se aplica porque, si quisieran
meter a alguien en la cárcel, podrían arrestarlo de repente sin más por algo
que todo el mundo infringe tan tranquilamente” me recordó mucho a hace unos
veinticinco años (o más) cuando el ayuntamiento de Madrid decidió hacer cumplir
la ley de horarios nocturnos y se dedicó a multar a todo el mundo con una ley
que ya existía pero que nadie cumplía, así como a algunas otras ocasiones que
se dan, se han dado, en este país tan nuestro.
Como en casi todas las novelas japonesas, de buenas
editoriales, las notas a pie de página (del traductor) siempre proporcionan información
muy interesante como que los martes son “de fuego”, los miércoles “de agua”, los
jueves “de árbol” y los viernes “de oro” debido al primer kanji con el que se escriben (sí, yo también me he quedado con la
duda de que pasa con los domingos y los lunes que el traductor no explica); o
el nuevo debajo sobre el verde y el azul que antiguamente (hasta hace un milenio)
no se distinguían en japonés (ambos eran ao)
hasta que introdujeron la palabra midori
para el verde , aunque algunas cosas verdes se sigan llamando ao (yo pensaba que todas las cosas,
entre azul y verde, se llamaban midori,
pero supongo que el traductor sabrá más de este que yo).
Aunque en principio, juzgando por la contraportada, El escupitajo es una
novela que yo nunca me compraría (una madre contra la mafia por la muerte de
sus dos hijos) la verdad es que su lectura me ha entretenido, convirtiéndose en
una candidata posible para un intercambio en un futuro con Maria de la O.
La verdad es que tiene frases demoledoramente descriptivas
del machismo (en este caso de una Italia de los 60) en que “Las mujeres eran el pasivo de las economías familiares, bocas que
comen pero que no se ganan el pan, obligadas, incluso de niñas, a matrimonios
pactados: o esposas de hombres, con el velo liso de la abuela y un convite de
garbanzos tostados y vino de batea; o esposas de Dios, con la dota de trigo
entregada a la hermana que se casa, la cual, miserable y desgraciada, no se
saciara nunca a la mesa del Señor.” O donde “Era como las mujeres que tenían en su casa, deformadas por los
embarazos, embrutecidas por amor, agradecidas de los cuernos que las libraban
de otras fatigas, sordas a todo rumor que no fuese un llanto o un vaso roto.”
Pero donde alguna se diferencia y “Doña
Fina no era mujer de desaparecer en la tristeza del recuerdo y el dolor, y
tampoco en la limpieza de la sacristía, y mucho menos de volver a casarse; no
por el temor a nuevas habladurías, sino porque hubiera sido su tercer
matrimonio y, como explicaba a sus hermanas, ya no habría podido acostumbrase
al olor de otros pedos.”
Donde algunos jóvenes se metían en problemas precisamente
porque sus madres querían evitárselos y “En
la adolescencia le negaron la calle y las malas compañías que para la formación
de un adulto superar con mucho el esfuerzo de cualquier educador”, tan
necesarias, a veces, aunque sea por el ejemplo negativo; y donde (de forma
general, no en casos particulares) y como en todas partes, “las desgracias no llegan por sorpresa. La vida no cambia de un
momento a otro como si el instante anterior no hubiera existido. Esto sería una
insana alternancia que arrastraría a las criaturas vivientes a la camisa de
fuerza.” En los casos en los que llegan por sorpresa la verdad es que luego
no suele existir alternancia, supongo que para evitar la locura de esos
vaivenes.
Otra vuelta al country-noir
es En el Sur de Indiana, donde se
mezclan el machismo y el abuso de una forma intrínseca que puede resumirse en
esa frase “A Connie la criaron en la idea
de que protección y abuso eran cartas de una misma baraja.” o textos bíblicos
del Éxodo y su “Si en una riña los contendientes golpean a una mujer embarazada y la
hacen abortar, pero sin poner en peligro su vida, se les impondrá la multa que
el marido de la mujer exija y que en justicia le corresponda” con los
grandes remedios caseros, conocidos y desconocidos, “Sorbitos de ponche para cortar las mucosidades de un resfriado o de una
bronquitis. Beicon para las picaduras de abeja hasta que el aguijón asomaba lo
suficiente para sacarlo de la piel con unas pinzas. Zumo de tomate recién exprimido
con caldo de pepinillos en vinagre y un chorrito de Everclear para aliviar la
resaca.”
Donde además he podido leer una frase que define parte de mi
vida amorosa: “No pasaba un dia en que no la echara de menos. Pero no quería volver
al pasado. Haría exactamente lo mismo, aunque el resultado fuese idéntico.”
A diferencia de los libros anteriores (que provienen de mi librería
de referencia, Méndez, en la calle mayor) mi siguiente lectura proviene de la librería
pasajes a donde fui a ver si encontraba la última novela de Irving que me apetecía mucho leer ya
que, como seguro ya os he contado, soy fan. Ya que estaba por allí pues me
compre también Birnam Wood porque
pasaba en Nueva Zelanda (olvidando que ya había leído otra novela de la autora,
sin saber que era neozelandesa, y olvidando que no me había gustado). Pese a
ser una novela “de enfrentamientos”, una banda de hippies (que ya sé que ahora
no se llaman así, sino hípsters o vete tú a saber que) que vive “a legalmente”
en una comuna enfrentada a “un malvado magnate americano” que quiere explotar las
tierras en un proyecto que puede ser “mega destructivo” la verdad es que está
bien y como acaba como acaba pues tiene su punto (si, mueren varios hippies que
siempre está bien).
Una de las
cosas que más curiosas me ha resultado – aunque ya la había comprobado in-situ es
la prevalencia de lo físico frente a lo intelectual de esa cultura que resume
muy bien uno de los protagonistas: “Tony
was very proud to be well read, and had often rallied against the defensive
anti-intellectualism that defined his country’s culture, but he had
nevertheless recognized in himself, at times, a Deep desire to perform a kind
of excessive rugged practicality in compensation for his bookishness,
submitting himself to physical privations, testing his strength and his
endurance well beyond that was called for, and devising circuitous home-made
solutions to problems that could be solved much more easily, and often more
cheaply, by paying someone else to fix them.” Motivo más que
suficiente para abandonar ese país antes de convertirte en un deportista
sufriente o en un vicioso del bricolaje. La verdad es que ahora que la releo
toda la página no tiene desperdicio y refleja bastante bien la cultura neozelandesa:
patriótica, nacionalista, prejuiciosa, y sacrificada en modo abuela “que no hace falta que enciendas la luz, ya
me quedare ciega” que se traduce en una actitud pasivo agresiva, cuando
menos, demencial.
Tambien
aporta alguna reflexión interesante sobre la democracia y las minorías que
podria ser aplciable en este pais: “Democracy
isn´t about everyone voting the exact same way, it´s about whether you agree to
do along with the outcome of the vote even if it turns out you’re in thre
minority. That´s consensus.”;
si, a veces la minoría ha de ceder y no imponerse como pasa por aquí.
O mas genéricas:
“… nothing attracted more attention than somebody
attempting to blend in. A far better form of camouflage was to choose a costume
that conformed to some blatant stereotype and the to wear it openly, deliberately
courting judgement and inviting bias, until general opinion has been fixed;
after that, one could virtually do as one pleased, for while people were quick
to form opinions, they were just as slow to change them, and – to rephrase the
aphorism slightly - there were none so blind as those who has decided what it
was what they saw.” Vamos, el tradicional “cría buena fama y échate a dormir, cría mala fama y échate a morir” pero
expresado mas largamente.
Como no encontré la novela de Irving en Pasajes pues me
acerqué a una librería, cuya única virtud es ser bastante más grande, casi
tanto como una novela normal de Irving donde si la tenían y donde compré Mis días en la librería Morisaki por
tener casi los dos extremos de tamaño de un libro y por completar la compra con
una japonesa.
Se trata de una novela “iniciática” diría yo, en la que una
joven se va a trabajar a la librería de su tío, en el barrio de Jimbocho en
Tokio (que al parecer está lleno de librerías y que apunto para visitar algún día;
el barrio digo, no la librería que entiendo es inventada) y de este contraste
entre el anciano felizmente recluido entres sus libros y la sobrina insatisfecha
pues surge ese descubrimiento de otra vida distintas para ambos y que como
explica “no siempre es fácil entender lo que se quiere de la vida. De hecho,
entenderlo lleva toda una vida.”
Por supuesto en un momento dado, debido a que una pareja
acude a la librería y casi acaba peleándose (no de la misma forma ni por los
mismos motivos por los que todas las parejas se pelean en un IKEA) el anciano afirma “una pareja en una librería va más allá de
toda lógica”; algo que considero cierto ya que los tiempos de mirar no
suelen darse de forma simultánea y al igual que en una exposición al final uno,
o una, se aburre mientras que el otro, o la otra, pues sigue entusiasmado
deambulando entre libros. No, ir juntos de librerías o a exposiciones no es una
buena idea o requiere mucha más compenetración que otras actividades teóricamente
más íntimas.
Con todo me quedo con esta parte que siempre he pensado de
las chicas que me han gustado en mi vida “… era muy hermosa. No como para
perder la cabeza, pero si como para atraer las miradas. Como una piedra
recogida a la orilla del mar; no una piedra preciosa, pero si con un brillo
propio.” Aunque yo siempre he perdido la cabeza…
En fin, pues un primer paso para conseguir el objetivo de
ponerme al día. ¡Divertíos asaltando el castillo! que yo intentare volver en
breve con septiembre.
Lecturas
Evasión - Benjamin Whitmer
El emisario - Yoko Tawada
El escupitajo - Marzia Sabella
En el sur de Indiana - Frank Bill
Birnam Wood - Eleanor Catton
Mis días en la librería Morisaki - Satoshi Yagisawa