Tentado estoy de volver a empezar comentando lo tarde que empiezo a escribir estas notas de mis lecturas, pero al final he decidido optar por la otra opción y considerar que como todavía no se ha acabado el mes siguiente pues, sencillamente, todavía voy a tiempo.
Así, si algún mes, consigo escribir estas notas antes del
último fin de semana el mes pues en lugar de ir retrasado iré adelantado; al
fin y al cabo, todo es una cuestión de perspectiva. O de lo que se llama lenguaje
político: si algo no está bien hecho, eso no te obliga a hacerlo bien… le
cambias el nombre y problema solucionado (más bien no, pero bueno, así parece
que funcionan las cosas).
La verdad es que este mes el retraso tiene más delito ya que
a primeros de mes mi hermano me hizo entrega – por persona interpuesta, por
proxy o como lo queráis llamar – de su nueva novela ya editada: El rio de cenizas. Es decir que desde
primeros de mes tengo una novela que comentar – o sobre la que corregir mi
comentario anterior – sino que además en la dedicatoria me reta con un “te
espero en tu blog” y yo, pues, como buen pacifista que soy, aquí he pasado el
mes tan ricamente sin aceptar este reto de mi propio hermano. Pero si no lo he
aceptado no es porque considere que esto puede acabar en tragedia griega, sino
solamente porque otras cosas me han tenido entretenido, ocupado y sin las ganas
necesarias para ponerme con la tarea de comentar mis lecturas.
Si en la primera lectura del borrador he de reconocer que no
me gusto especialmente el libro, he de reconocer que el resultado final sí que
me ha gustado y sin considerar, como señala la fajilla, que esta seria “su novela más emotiva” (que no se bien
que quiere decir, o de si alguien en mi familia tiene la capacidad para ser emotivo,
bueno, especialmente emotivo ya que es algo que no se nos da bien; la
emotividad, digo) si me ha parecido una buena novela, no una obra maestra, pero
si lo suficientemente buena para mantener mi recomendación de que salgáis a
comprarla y a leerla.
Una de las cosas que me gusto poco del borrador era el
tratamiento de la pandemia que hacía, que desde mi punto de vista rallaba el negacionísmo,
eso si, a través del sentido del humor (que es mucho mejor forma de negarlo que
la más habitual de la conspiración, o directamente conspiranoia) pero que no me acababa de convencer. También me
parecía que le faltaba “un núcleo”
casi diría una historia que contar, pese a existir un personaje principal no se
acababa “de ver” bien que parte de su historia se quería contar.
Estas dos cosas están completamente cambiadas en esta
versión (o eso me parece a mí) puede que por la aplicación del principio que el
propio Rafa anuncia de “escribe un cuento
sobre un árbol y, cuando lo termines, quita el árbol y veras que el relato tiene
ahora más sentido y más misterio”; ahora sí parece existir una historia que
contar (aunque como en toda buena novela se cuenta más de una historia) y
supongo que cada lector sacara una lectura de la misma y puede que incluso
alguno crea que la historia va sobre esa distinción que hace entre el carácter
y el destino de las personas: “el que
tiene destino avanza como una flecha lanzada hacia una diana, y está siempre en
movimiento. El carácter es como lo que en la tele llaman una comedia de
situación, como Cheers o Friends; un escenario en el que a cada personaje le
vuelven a pasar las mismas cosas, lo que exige su carácter”. Vete tú a
saber y sobretodo vete a saber qué tipo de persona somos cada uno de nosotros.
NI idea, pero en mi experiencia seguramente muchos seremos justo del tipo
contrario al que creemos ser.
Obviamente la novela tiene el sentido del humor de Rafa,
especialmente con las cosas cotidianas y con la parodia de nuestros políticos
y, en gran medida, de sus asesores y de todo el desatino que se llevó a cabo
durante estos últimos años (que desgraciadamente, en gran medida sigue).
Aunque yo debía de haberme dado cuenta hace mucho (ya que
incluso tengo una novela no publicada de Rafa en la que se cita) no fue hasta
la lectura del borrador de esta que me di cuenta de que podía decir que el
nombre de mi empresa se debe al efecto Mateo, a Mateo 13,12, que, ya, si eso, pues os dejo que lo busquéis vosotros
y cambiar la versión de que solo pensaba trabajar 13 años e irle cambiando el
nombre cada año en una cuenta descendente pero como dice uno de los personajes
“Yo leo como una terrorista,
indiscriminadamente, a mano armada y sin arrepentimiento” y, añado yo, sin
asimilar mis actos.
Como no quiero estropearos esta lectura (y compra)
obligatoria tampoco citare muchas frases o ideas excelentes de la novela,
destacando solamente aquellas que a mí me parece que mi hermano todavía no ha
acabado de asimilar como esa de “Un
divorcio sin asesoría legal es como sacarse una muela sin dentista, en tu
cocina y con ayuda de unas tenazas” o esa otra de que “entonces me convencí de que la cultura es siempre lo que saben los
demás”. Dudo mucho que haya asimilado ninguna de estas dos afirmaciones.
En cualquier caso y sin tratarse de Dickens parafraseo a mi hermano y os recomiendo su lectura ya que “nadie que se siente en un sillón por la
tarde a leer a Dickens puede ser desdichado. Al menos mientras está leyendo, si
nadie le interrumpe…”
Tras la lectura (perdón, relectura o como se llame a leer
una versión definitiva habiendo leído el borrador. Solo uno esta vez, que es
menos de lo habitual) me acerque a la feria del libro ya que no tenía nada que
leer y todavía no había llegado una de estas olas de calor.
Hacía muchos años que no me acercaba por la feria de libro
ya que en los últimos años que había ido apenas si había editoriales, eran casi
todas librerías, y la verdad es que todas tenían prácticamente lo mismo lo que
la hacía bastante aburrida. Además, siempre elegía para ir el momento del mayor
chaparrón que me hacía abandonarla a la carrera hacia el bar más cercano.
Curiosamente este año no ha llovido, ni el día que yo estuve ni parece que
ninguno de los demás (el cambio climático, supongo) y este año si había muchas
editoriales.
Pero por supuesto también estaban mis amigos de la Librería Méndez, a los que, obviamente,
me acerque para comprarles algunas novedades. Entre ellas la tercera –
supuestamente ultima parte – de la trilogía del noble sueco ese “noche y día”: 1795, aunque vete a saber si será o no la última que últimamente
ninguna palabra significa lo mismo que significaba antes.
A mí, las tres novelas de la trilogía me han gustado, me han
proporcionado una visión de una Suecia histórica que no tenía ni idea de que
existiera y que me ha sorprendido por su sordidez, por su pobreza e incluso por
su perversidad en algunos aspectos. Si en la primera me aporto eso de “las
leyes suntuarias” que en cierta medida les hacían parecer más pobres y estoicos
en esta también se habla de algunas prohibiciones extrañas, como la del café y
de cómo fue “recibida como tantos otros
decretos de la misma índole: los ricos la ignoraron, los adictos la
infringieron, los emprendedores la aprovecharon.”
También sorprende como en un país de una cierta liberalidad
en la que el uso de “mosca española” (al parecer un potente afrodisiaco y casi
un tipo de Viagra por lo que he entendido) es una cosa razonablemente normal todavía
se mantenían tabúes sobre la homosexualidad, concretamente entre hombres de fe
que lleva a uno de los personajes a comentar sobre una pareja homosexual que no
se consolida por las creencias religiosas: “Si
la fe de esos muchachos perdura sesenta años más, serán dos viejos solitarios
con una muleta bajo el brazo en vez de un ser amado que los apoye.” Algo
que produce una cierta tristeza, aunque no tanta como saber que esto también
pasa en la España de 2022 y no solo en la Suecia de 1795.
Como curiosidad de mi prodigiosa, por nula, memoria os
contare que ni dos semanas después de haber leído este libro estaba en una cena
con una sueca, y la conversación giro hacia los libros e incluso hacia autores
suecos. Pese a que prácticamente me acababa de leer este libro – y los dos
anteriores – pues fui incapaz no ya de recordar el nombre del autor o del
libro, sino que fui incapaz de acordarme que había leído, por lo menos, tres
libros de un sueco mientras intentaba recordar a algún o alguna escritora sueca
de novela negra (que es lo que está de moda y que seguro también he leído). Una
vergüenza inolvidable, bueno, no justo eso, inolvidable, va a ser que no.
Entre las distintas editoriales que había este año me sorprendió
encontrarme con una que básicamente tenia literatura rusa (o soviética, o de la
Europa del Este, como quieras decirlo) y que tenía cierto aspecto a la
editorial que edito a Rafa por primera vez ya que era una editorial familiar
que un marido había montado para su mujer (o así me lo conto la susodicha, o
eso le entendí yo). El caos es que ya que me había parado a mirar pues decidí
comprarme algún libro de soviéticos
modernos y me compré Los mejores años.
Una crónica rusa que se sitúa en la década de los 90, con sus chanchullos,
sus oligarcas y, bueno, lo que uno espera de esa época.
La verdad es que esperaba que fuera o más divertido o más
incisivo o más algo, no sabría decir, pero es un poco flojo aunque me deja una
frase excelente: “Al igual que los
anillos en los árboles, los lomos de los libros daban mucha información sobre
el pasado de quien vivía allí.” Y eso en el caso de que tenga libros que si
alguien no tiene libros pues solo se aplica la frase de John Waters: “if you go home with somebody and they don’t
have books, don´t fuck them.” Esta es una máxima que todos deberíamos tener
ya que una simple mirada a la librería de alguien te da mucha información de
esa persona y en algún caso – en la ausencia – la suficiente para saber que no
es interesante y que las cosas no saldrán bien.
En fin, que decir de La Gran Serpiente. A ver la historia
tiene su gracia ya que es la típica asesina profesional que esconde su
condición bajo una tapadera de ama de casa convencional y un día pues se le
empiezan a cruzar los cables y todo empieza a descontrolarse y prácticamente
acaba matando hasta al apuntador y por motivos cada vez más absurdos u
obsesivamente absurdos. Pero le falta un montón, sobre todo teniendo en cuenta
la cantidad de historias – fundamentalmente películas – que parten de una
premisa parecida, pero con mucha más gracia. No sé, puede que sea porque, al
parecer, era su primera novela y se ha negado a corregirla para esta edición,
pero… igual debería haberse replanteado la posibilidad de corregirla y
actualizarla. No sé, solo había leído otro libro de este autor, que tampoco me
convenció, así que no me atrevo a valorar si hubiera mejorado o no con una
corrección y actualización.
Cuando en la feria del libro cogí Prometeo, lo hice pensando que resultaba curioso como casi todos
los filólogos acaban volviendo a los mitos o las tragedias griegas para
revisarlas y pensando que era una novela. Lo primero es cierto y supongo que la
explicación es que pasan demasiados años estudiándolos y estudiando cada uno de
sus detalles, lo segundo era sencillamente falso y el libro es una mezcolanza
de artículos, obra de teatro. Vamos un guirigay.
Entre todo este guirigay pues alguna frase buena deja: “El
pasado convertido en leyenda sire para justificar la mentira del presente”,
algo que cada vez pasa mas con estas causas nacionalistas que rebrotan de forma
incomprensible con interpretaciones completamente parciales del pasado.
También esa otra de Machad, a través de uno de sus
personajes (Juan de Mairena) y que es el “Consejo
que olvido Maquivaleo: procura que tu enemigo nunca tenga razón.” Ya que si en algún momento, en alguna cosa
mínima, tiene razón no dejara de recordártelo y de usarlo como la prueba de su
verdad absoluto, o de que siempre tiene la verdad absoluta.
Y por supuesto esa es variación de la respuesta que dábamos
cuando nos preguntaban ¿Qué quieres ser de mayor? a la que ahora, ya mayores,
pero aun no tanto, podemos responder “Soy
por edad un aspirante a viejo verde que vivió de joven las represiones
clericales sobre el sexo propias de la dictadura franquista. Es inevitable que
me inquieten las confusiones entre la libertad sexual, la mercantilización del
cuerpo y las dinámicas liquidas de género.” A mí, concretamente además de
las de genero me inquietan las de numero pero igual es porque las represiones
que yo sufrí fueron tardo franquistas, o de la transición, y además siempre he
sido más de ciencias En cualquier caso, olvidable.
Cuando les dije a “mis amigas” de la editorial soviética me
respondieron muy dignas que no tenían solo soviéticos y como prueba de esto me
recomendaron Tigerman, recomendación
que acepté sin prácticamente ni mirar la contraportada salvo para confirmar que
no, que no pasaba en ninguna ex república soviética. No, la historia transcurre
en una isla que es una antigua colonia inglesa y que esta “condenada” a ser
destruida por razones que no son especialmente relevantes.
Me ha parecido mejor novela que la otra soviética que me
recomendaron (y mejor que otro libro de cuentos que también me recomendaron y
que ya será comentado el mes que viene) y con algunas reflexiones que comparto
como “De joven le había pasado algo
parecido con una chica; espero y espero en vano el momento propicio para
pedirle una cita y al final su amistad, que ambos decían querer conservar por
encima de todo, se deterioró y se desvaneció porque el elemento esencial de la
misma era esa pregunta, Con los deseos no consumados llega un momento en que
había que hablar claro o dejarlos correr.” (a quien no le ha pasado algo parecido, o
quien no se ha escudado en una amistad para no dar el paso con una chica) o esa
otra en cierta medida similar de “lo
mejor que se podía hacer con la tristeza era vivirla mientras sucedían otras
cosas, pues de lo contrario era fácil estancarse” que obviamente son más
fáciles de decir que de hacer, son solamente eso buenas intenciones, pero
buenas intenciones que uno debe de tener: la de vivir la vida pase lo que pase
y no dejar que nada se estanque.
No me preguntéis porque, pero el caso es que uno de los
personajes se acaba disfrazando (y actuando) como un superhéroe de película lo
que lleva al autor a hacer una reflexión sobre los superhéroes, concretamente
sobre Batman que yo nunca me había hecho: “Había
tantos menajes como héroes. Para Superman, se trataba de la justicia y de los
ideales. Era el Sueño Americano perfecto. El caso de Batman era completamente
diferente. El menaje de Batman era que hay cosas que no se pueden hacer, por
muy poderoso y malvado que uno sea. Para Batman no se trataba de castigar el
crimen, ni siquiera de prevenirlo. Batman era un código viviente, un mensaje
que decía que las acciones permisibles tienen un límite y que ese límite es
absoluto. Sin embargo, lo que lo hacía absoluto no era Batman, sino lo que
Batman representaba: la capacidad humana de decir no.”. La vedad es que
siempre me había caído mal Batman, pero tras esta reflexión – que desconozco si
es cierta – la verdad es que ahora me parece mucho más interesante. Sí, yo
también soy un talibán y creo que hay un límite absoluto y que tenemos, cada
uno, la capacidad de decir no. Eso es lo único necesario, ejercer nuestra
capacidad de decir no ante lo que creemos que hay que decir no.
Y por supuesto en un momento del libro hay algo que describe
perfectamente algo que supongo todos hemos sentido alguna vez “un ambiente parecido al tenso silencio que
se crea entre el momento en que alguien dice una estupidez absoluta y otro
rompe la primera botella.”
Pues eso, que aquí os dejo, en un momento muy distinto a ese
y os dejo con la recomendación de siempre ¡Divertíos asaltando el castillo!
Lecturas
El rio de Cenizas – Rafael Reig
1795 – Niklas Natt Och Dag
Los mejores años. Una crónica rusa – Norris Von Schirach
La gran serpiente – Pierre LeMaitre
Prometeo – Luis Garcia Montero
Tigerman – Nick Harkaway