No hace ni veinticuatro horas que termine de escribir la
entrada de libros de enero y ya estoy de vuelta aquí por varias razones: la
primera, que ya es ocho de marzo – y aunque hace un día ideal para pasear me
temo que no saldré de casa por aquello de las manifestaciones que se prevé
colapsen Madrid hoy. Nada que ver con estar en contra o a favor de la
manifestación, es solo que me temo que la calle estará demasiado llena para lo
que mi mente puede soportar, además, las manifestaciones son cada vez más como
aquel sketch de Las Chass, algo a lo
que la gente va antes, o después, de irse a tomar el aperitivo, un sitio en el
que dejarse ver sin ninguna reivindicación concreta, o concreta y tangible –la
segunda razón es que en febrero he leído bastante – igual no en cantidad de
páginas pero ciertamente si en número de libros (algunos eran muy cortos) – por
lo que me va a llevar tiempo comentar las lecturas; y la tercera es que sigo en
plan optimista, pensando que algún día encontrare el tiempo, y las ganas
simultáneamente, para escribir en este blog de algo que no sea libros. Ni idea
de sobre qué, pero espero que en su momento se me ocurra algo que comentar.
¿Qué cómo puede ser que haya leído mucho y a la vez no haya
tenido tiempo para escribir una entrada en este blog? Pues no lo tengo claro.
Por una parte, he tenido tiempo ya que aún no he decidido que voy a hacer con
mi futuro laboral por lo puede decirse que realmente todavía no estoy
trabajando (si bien, sigo haciendo hojas de cálculo y pequeños informes de cosas
que van saliendo) pero por otra parte dije que sí, que colaboraría en un tema
que esperaba que fuera sencillo pero que se ha convertido en una auténtica
tortura que, sinceramente, ha ocupado una cantidad ingente de tiempo. El tema
en cuestión era revisar la traducción
de un libro técnico. Si bien era, es, o será cuando esté acabado, un libro no
excesivamente largo tampoco era, es o será, especialmente corto (unas 700
páginas, una vez formateadas) y yo pensaba que sería cuestión de leérselo y
tomar algunas notas de un número limitado de errores, incluso teníamos un
formato para hacer los comentarios. Así que no parecía mucho trabajo, parecía
la típica cosa que se puede hacer en esos ratos libres sin demasiado problema.
Gran error el mío, al final y sin marcar todos los errores (unos por repetidos
incesantemente y otros porque creo que ya no podía verlos; ya sabéis, eso del
bosque y los arboles) al final he marcado más de dieciséis mil errores. Vamos,
que creo que casi me habría costado menos traducirlo desde cero y si lo he
acabado ha sido solo por cabezonería. Así que he estado leyendo sobre “primeros
respondedores”, sobre cosas que pasan “temprano a la mañana” y en fin sobre
construcciones gramaticales imposibles (incluso para mí que no soy lo que
podríamos llamar un experto en estas lides). Agotador y me temo que
improductivo ya que el resto del equipo revisor está formado por gente (de
Chile, Argentina e incluso de Texas) a la que me temo que estas cosas les
suenan bien y forman parte de su español,
así que ya veremos qué pasa con la versión final. Pero, divago, ya, si eso, pues lo comentamos otro día. Ahora a las
lecturas.
He de reconocer que Sherlock
Holmes. A scandal in Japan es una novela que no he escogí yo, sino que fue Álvaro
el que la escogió por lo que el acierto, el descubrimiento, hay que
atribuírselo a él Yo no soy especialmente aficionado a Sherlock Holmes, ni lo
he sido nunca, ni siquiera de pequeño cuando supongo que leería varias de sus
novelas. Siempre me ha parecido demasiado artificioso y, en cierta media,
tramposo ya que al final parte del misterio se basa en una ceniza con la que es
capaz de averiguar que el asesino fumaba una marca que solo se fabrica en un
pueblo de una lejana región de dios sabe donde y que por lo tanto como además la
colilla tiene una gota de algo que solo Sherlock sabe identificar pues está
claro que el asesino no solo era fumador (suposición ya arriesgada desde un
punto de vista lógico como sabe cualquiera que haya viajado en el metro de
Madrid, ya que puede que solo llevara el cigarrillo encendido) sino que además
es un asiático de la provincia de Xin-Ideas (por la especificidad de la ceniza)
bajito (por la forma en la que la ceniza está en el cenicero) y al que le huele
el aliento (por la enzima que contiene la gota encontrada en la colilla). A mí
siempre me ha parecido que podría ser eso o cualquier otra cosa, pero, de
nuevo, divago.
No hace falta ser Sherlock
para sospechar que esta novela pasa en Japón, a donde Sherlock se ha ido,
más bien le ha enviado su hermano, después de matar, o dejar morir, al malvado
Moriarty y donde usara sus poderes de deducción para… bueno, sin spoilers.
Afortunadamente no hay tanta deducción lógica en esta novela como en los
originales (o en mi recuerdo de los originales) pero si ciertas observaciones
básicas de contraste entre Japón y occidente y nada más llegar el avispado de
Sherlock se da cuenta “as far as the eye
could see the whole Street was full of loud confusion, and yet once glance was
enough to see that the streets were hygienic. Unlike in London, there were no
puddles of sewage by the side of the road”, algo de lo que no estoy
totalmente seguro ya que desconozco cuando se instaló el saneamiento en Japón
pero que tengo que recordar mirar por curiosidad ingenieril, o simplemente
intelectual.
Siguiendo con contrastes obvios, otro es provocado por la
indudable afición de Sherlock a la cocaína (yo creía que era al opio, pero ya
digo que no he leído mucho de él) que según el “it refreshes the mind and clarifies thought. It is an indispensable to
me as rice is to the Japanese” pero que para su anfitrión japonés “it
leads to progressive deterioration and morbidity of spirit” (“that´s and old wives’ tale” para
Sherlock) que inevitablemente me recuerda a uno de los insensatos comentarios
de un profesor de mi sobrina Alicia que opina, en su clase para
pre-adolescentes, que “el azúcar es tan
mala como, o peor, que la cocaína”, afirmación que incluso aceptando (algo
que ya es mucho aceptar) que el azúcar sea mala está completamente fuera de
lugar y del sentido común pero, no sé, será lector de Sherlock Holmes.
Con todo, mi reflexión favorita es la que hace sobre los
hermanos, concretamente sobre los hermanos mayores: “Speaking purely in my own capacity, the significance of my individual existence
is greatly injured by the existence of a brother. I may be unique, but
he presence of a brother, identical in blood and greater in experience in
years, cuts my own value down by half”. Obviamente no la comparto en su totalidad,
pero, como hermano mediano, he de reconocer que no le falta algo de razón,
aunque a veces puede que más que reducir a la mitad el valor de uno, lo doble.
Que hermanos hay de todos tipos y no, no voy a entrar en cuál de ellos me
considero para cual, de mis hermanos, o hermanas.
es el
típico libro de cuentos de terror (dark tales según la portada) que la
verdad pues no da miedo ni nada por el estilo. La verdad es que es muy difícil
dar miedo en tan solo diez páginas (que es la longitud media de cada uno de los
cuentos) pero yo creo que ni tan siquiera lo intenta. En cierta medida lo único
curioso es que intenta vincular todos
los cuentos, cada uno con el siguiente para que, en cierta forma, parezca una
historia más larga o, tal vez, para otra cosa que tampoco estoy seguro. Si un
cuento acaba en una sala especifica de un hospital pues el siguiente empieza
allí, o si en uno sale un camión accidentado en el otro pues es el accidente el
tema principal del cuento. Un poco entre infantil – el típico juego de palabras
encadenadas – y el cine de moderneo
que funciona pues lo justo.
Una de las grandes decepciones de las lecturas de este mes
ha sido Sing, Unburied, Sign que
parecía prometer bastante pero que ni siquiera he conseguido acabarme, lo he
dejado a la mitad. Diría que lo deje con dolor de corazón, pero la verdad es
que me estaba resultando insoportable y una novela de un viaje por Mississippi
de una familia a visitar a un familiar preso (algo que podría sonar
interesante) es verdaderamente decepcionante. No digo que sea malo, ya que ha
ganado algunos premios e incluso parece estar en la lista de los mejores diez
libros del NYT, solo digo que a mí no ha conseguido ni engancharme un poco y si
conseguí llegar hasta casi la página ciento cuarenta creo que ha sido solo por
testarudez.
Después de esta decepción decidí no arriesgarme y escogí el
libro más corto de los que me quedaban por leer (no llega a las cien páginas)
para que fuera casi imposible dejarlo a mitad (algo que siempre me decepciona).
Devils in Daylight es una curiosa
historia en la que uno de los protagonistas (un escritor para más señas)
descubre qué, cuando y donde, se va a cometer un asesinato y, extrañamente,
decide acudir a la cita más que con
la intención de detenerlo con la intención de observarlo. Esto ya es en sí
bastante raro, pero es que además convence a su mejor amigo para que le
acompañe y si, los dos ven como una mujer comete un asesinato un poco ritual que,
adema, sirve de sesión fotográfica (así, en plan película snuff, o como se diga). Si bien ninguno de los dos hace nada, ni
ese día ni los siguientes, uno de ellos se obsesiona con la asesina y la trama
(corta, como ya he dicho) pues avanza hasta que al final todo era “a work of fiction authored by a woman”.
Gracias al epilogo (no estoy seguro de que sea la palabra correcta) me he
enterado de que puede ser una copia de un cuento de Poe (que yo no recuerdo o,
más probablemente, no conozco) y de una extravagante curiosidad religiosa: “In the Japanese middle ages, devout
Buddhists regularly condemned Murasaki to hell for the sin of writing fiction”.
¿Cuál es la curiosidad, os preguntareis? Que los budistas – si bien los de la
edad media – consideren la escritura de ficción un pecado que te manda directo
al infierno es bastante sorprendente, aunque te deje con la duda de si los
budistas tienen textos sagrados – así, tipo la Biblia – si la escritura de
estos también es pecado, ya que obviamente ficción lo es, o si este caso está
exento. Igualmente, la existencia de un infierno dentro del budismo parece
sorprendente para mi mente occidental, pensaba que no tenían. Pero igual,
aunque casi ninguno se sorprenda de que en la edad media los japoneses tuvieran
textos de ficción (que encima molestaran a los budistas) puede que alguno si se
sorprenderá, en esta jornada de igualdad, que el Murasakí al que se refiere en
esta referencia es una mujer, la que escribió uno de los libros más famosos de
la época y, en general, de la literatura japonesa, algo que es difícil de
concebir en la literatura europea.
Ya puestos en curiosidades comentaros que al parecer a
principios del siglo XX en Japón era popular el billar, si bien una variación
del billar francés que se jugaba con cuatro bolas (en lugar de tres para los
que no habéis pasado la infancia en los billares de General Perón, o en algún
otro, o para los que menos sepáis de este juego) y que ganaba el primero que
conseguía golpear cien bolas haciendo al menos una carambola por tacada. Yotsu-dama se llama esta variante para
los que sois aficionados a la información inútil.
Tras esta lectura y aunque no me apetecía demasiado ya que
la única novela que había leído del autor no me había gustado demasiado, por
predecible, y que esta nueva adquisición (hecha con ánimo de reconciliarme con
el autor) parecía la típica novela de detectives, me decidí por empezar Newcomer y ver si la reconciliación era
posible. Ciertamente me he reconciliado con él, ya que es una novela
interesante, no tanto por la trama, que no es gran cosa, sino por el personaje
central y como se relaciona con el mundo. El personaje central (aparte de la víctima
que, parafraseando a Cuerda, José Luis, es necesaria pero no contingente, o del
revés) es un policía recién llegado a un barrio de Tokio que se dedica a
visitar distintas tiendas y residencias relacionadas con la vida de la víctima
o con el asesinato y que se relaciona de una forma muy curiosa, muy natural me
atrevería a decir aunque sea de lo más antinatural frente a la imagen que todos
tenemos de un investigador de la policía, que va explicando, descubriendo, la
relación entre cada uno de los personajes y la víctima. Es una novela que se
lee estupendamente y que sin tener ninguna frase o episodio destacable resulta
fascinante.
El mes pasado comente que había dejado a mitad la novela que
compre para el viaje de ida a NYC, Those
People, que no consiguió engancharme ni siquiera para leerla en el avión.
Como habíamos organizado otro viaje a Piles, con la excusa de que
incomprensiblemente hacia finales de febrero parece que los chavalines tienen
un viernes y un lunes no lectivos (Incomprensible porque no sé cómo pretenden
que los padres puedan tomarse esos dos días libres para hacerse cargos de
ellos. Supongo que se supone que o los cuida el servicio – todos somos ricos y
tenemos servicio, incluso el servicio – o bien todos tenemos familia que se
pueda hacer cargo de ellos ya que carece de otras obligaciones; o, lo que
incluso sería más raro, en las familias solamente trabaja uno de los padres
– supongo que en esta caso el plural
sobra – por lo que no hay mucho problema salvo, tal vez, digo, para las
familias monoparentales que, en cualquier caso ya lo llevan chungo) pero decidí
continuar con su lectura ya que si me daba tiempo a acabarla pues bien y si no
me daba tiempo pues la dejaba definitivamente y no habría sido una perdida muy
grande, porque buena, buena ya sabía que no era. La termine, pero si bien al
final la historia – a la típica urbanización de familias con niños se muda una
familia sin niños y con un estilo de vida un poco diferente y empiezan los problemas
– tiene algún pequeño giro la novela para nada mejora.
Como es necesario para realizar cualquier viaje a Piles fue
necesaria una visita a mi librería capitalina de referencia para equiparme, si
no con ropa interior (que no es el sitio adecuado) si con lecturas necesarias así
que el miércoles, diría yo, me acerque a la Librería Méndez de la calle Mayor
para asegurarme el suministro del material necesario para cuatro días en la
playa o, mejor dicho, cerca de la playa que yo soy más de interior y de chiringuito
que de arena.
La primera novela que llamo mi atención, adema fuertemente,
fue Enero Sangriento, ya que parecía
una buena novela negra que encima estaba ambientada en Glasgow en los setenta.
Tan prometedora parecía que durante un buen rato estaba seguro de haberla leído
y a punto estuve de no comprármela. Afortunadamente al final me decidí a comprarla,
si solo tenía una vaga sensación de haberla leído igual no la había leído y si
la había leído pues leerla en español tampoco sería mala idea ya que podía
dejarla en Piles y seguro que tendría algún otro lector antes del verano. Es
una novela muy correcta, con su detective con el que en cierta medida te
identificas y es una lectura ideal para el verano o para casi cualquier otra
temporada. Además, encima no la había leído así que todo salió bien y no tengo
que devolverla (algo que no pensaba hacer pero que me hizo ilusión que uno de
los hermanos me comentara que podría hacerlo sin ningún problema).
Supongo que he de confesar que realmente antes de empezar
con esa novela aproveche que en el baño de casa de Alvaro y Helena había
aparecido The Fade Out, un comic de
uno de mis autores favoritos (Brubacker) algo que me hizo ilusión porque
últimamente los comics que compramos en NYC tienden a desaparecer antes de que
yo los lea y, desgraciadamente, no vuelven a aparecer nunca así que me quedo
sin leerlos fundamentalmente porque se me olvida cuales eran y no tengo forma
de buscarlos entre el orden – propio y normal para cualquier tienda de comics
que se precie – en el que Álvaro mantiene su libraría de comics pero que
resulta completamente críptico para un no
iniciado.
Se trata de un comic, probablemente de una novela gráfica,
ambientada en la época dorada de Hollywood con su toque de Macartismo que es
verdaderamente entretenida: productores viciosos, escritores honrados, mujeres
fatales, escritores borrachos, en fin, un poco de todo lo que uno espera de un
clásico de esa época. He de reconocer que la disfrute menos de lo que debía ya
que se trata de una novela que se editó por partes y ya había leído algunas de
ellas, lo que me creaba mucho desasosiego ya que a ratos estaba completamente
seguro de haberla leído y de repente nada me sonaba: Al llegar al final y ver
las portadas con las que se editaron las partes independientes me di cuenta de
que en lugar de seguir totalmente enfermo mental (que lo de volverme loco es
algo a lo que llego tarde) era simplemente que me si que había leído algunas
partes, pero no todas. Misterio resuelto para mi tranquilidad mental.
Raramente los hermanos (Méndez, no los míos, que tampoco) me
recomiendan alguna novela, no mantenemos ese tipo de relación, sino que nos
comportamos como ingleses de libro, pero esta vez el mayor de ellos (repito que
igual no es el mayor, esto es una decisión unilateral, así como el hecho de que
sean hermanos) mientras andaba yo dándole vueltas a 1793, me dijo, sin llegar a recomendármelo, que todo el mundo
hablaba muy bien de ese libro. Añadiendo que era una novela histórica de
detectives, algo (el termino novela histórica) me hizo dejarlo donde estaba a
la velocidad del rayo como si pudiera ser contagiosa, como, por ser actual,
estuviera llena de coronavirus activos (aunque en aquel momento – escribo aquí
para cualquier futuro historiador – no era más que una gripe y Italia no había
aislado parte de su territorio ni, esperemos futuros historiadores, la civilización
había colapsado – ciertamente no hay un término en novela que me produzca una
reacción similar (bueno, si los hay pero no suelen estar a mi alcance).
El caso es que me apetecía comprarla y el hecho (también
comentado por el mayor de los hermanos) que el autor era de la nobleza
escandinava y que su nombre quería decir “noche
y día” me parecía que le daba un toque pijo-hippie
o hippie-pijo que hacía que me
apeteciera más. Pero ¿novela histórica, en serio? A ver para mí que una novela
pase en otra época no la convierte en novela histórica, ni siquiera que la
época este bien documentada y bien escrita la convierte en novela histórica. Si
solo fuera necesario eso, todas las novelas serian históricas. Puede que no
ahora mismo, no en el momento en el que fueron escritas, pero si con el paso
del tiempo. No, novela histórica es otra cosa; una pedantería. Obviamente para
mí las novelas de Philip Keer sobre
los nazis, las de Robert Harris sobre
la Roma imperial, ni tan siguiera el Nombre
de la Rosa de Eco son novela histórica. Yo, Claudio de Graves, Ariadna en Naxos de Azpeitia o la del
impresor de Orejudo podrían serlo,
pero…yo diría que no, simplemente son novelas que suceden en otro momento.
Así que al final decidí llevármela y sinceramente creo que
ha sido una de las novelas que más me ha gustado últimamente. Casi estoy
tentado de recomendarla, pero no lo hare, eso si se la he dejado a Helena y
espero que se la lleve en su próximo viaje a Piles y la deje allí para disfrute
de los visitantes.
He de decir que casi hacia el principio de la historia la
aparición de un elemento de la Inquisición Española “en la plaza está instalado el burro español, con su lomo en cuña.
Encima, sentado a horcajadas y con pesas en los pies, hay un hombre que no para
de lloriquear” me hizo desconfiar un poco y pensar que igual si era, una novela his… ya sabéis. Pero a la vez que
me hizo dudar (poco he de reconocer, ya que para tan solo lloriquear en un burro español hay que ser muy, pero muy,
resistente, no basta con ser sueco) me recordó un viaje a Toledo con mi hermano
y creo que con Juanito Cervezas
(Johnn Beers) en el que visitamos el museo de la Inquisición Española que era
realmente fascinante, por lo descabellado, pero en el que no recuerdo si había
un burro español (instrumento, digo;
no persona).
Afortunadamente al poco la novela introduce la profesión de
uno de los dos protagonistas principales y su relación con su trabajo: “Cardell lo detesta sobre todo porque el
acuerdo que tiene con Gedda lo obliga a mantenerse razonablemente sobrio,
Cumple labores de vigilantes y portero durante algunas horas, por más o menos
un chelín a la semana, a lo que suma una comisión por cada borracho que pone de
patitas en la calle.” Y obviamente esta aparición de la profesión de portero de garito en una historia
ambientada en la Suecia del siglo dieciocho pues me sorprendió.
Igual de sorprendente es el que le pagaran una comisión por
cada borracho que echaba a la calle, supongo que si esto lo haces hoy en día
acabas con el bar completamente vacío para poder cobrar la comisión. Aunque
luego – cuando echa a uno - entiendes que no se refiere a el borracho típico,
sino a los alborotadores borrachos (que pese a lo que piensen algunas personas
son, afortunadamente, la minoría de los borrachos) ya que borracho allí estaban
todos ya que en palabras del mismo portero: “Esta
es una parroquia muy sedienta. Tras la comunión, el cáliz queda tan vacío que
los clérigos nos vemos obligados a buscar el sacramento en otra parte.”
Creo que la historia es lo suficientemente complicada, con
reminiscencias de los mejores thrillers de Harris (de ambos Harris, me
refiero), con un buen ritmo y con diferentes partes, narradores, que realmente
aportan a la historia e incluso con algo que a mí me parece un gran guiño a la
inmortal obra de Morgenstern: “Ahora solo resta una cosa: beberemos hasta
caernos y después volveremos al punto de partida. Sabremos lo mismo, pero al
menos estaremos menos sobrios.” Si bien hay que recordar que “mi nombre es Iñigo Montoya, tu mataste a mi
padre, prepárate a morir” siguiendo las instrucciones de Vizzini lo hace del revés, en el orden correcto
en mi opinión: primero vuelve al punto de partida y luego ya, pues se
emborracha (en el orden inverso, el riesgo de no llegar al punto de partida es
demasiado elevado).
En fin, pues eso, ¡divertíos asaltando el castillo!
Lecturas
Sherlock
Holmes. A scandal in Japan – Keisuke Matsuoka
Revenge –
Yoko Ogawa
Sing,
Unburied, Sing – Jesmyn
Ward (sin terminar)
Devils in
Daylight – Jumichiro Tanizaki
Newcomer –
Keigo Higashino
Those
People – Louise Candlish
Enero
Sangriento – Alan Parks
The Fade
Out – Ed Brubaker & Sean Phillips
1793 - Niklas Natt Och Dag