Supongo que a todos nos pasa (a mi ciertamente si, o por lo menos si últimamente) que los días se nos hacen largos pero las semanas, los meses e incluso los años son tan cortos que ni siquiera sabemos dónde se han metido, como han pasado tan rápido y que hemos estado haciendo mientras tanto, donde han ido nuestras buenas intenciones, esas cosas que queríamos empezar en aquellas que parecían “las próximas” semanas.
No tengo ni idea y aquí estoy,
casi al final de octubre, y sin haber escrito sobre mis lecturas de septiembre
ni, por supuesto, sobre otras cosas, sobre esas cosas que de verdad me apetecía
haber empezado a escribir en este blog. No tengo ni idea de dónde han ido todos
estos días, a que he dedicado el tiempo, cual es mi excusa para no haber
avanzado en casi nada. Porque la verdad es que creo que no he avanzado en
ninguno de mis “nobles” propósitos y salvo haber escrito un articulillo para la
revista Cemento y Hormigón (dos de
las muchas cosas del mundo ingenieril de las que no se nada) creo que no he
hecho nada especial, aunque he de reconocer que los cambios normativos
semanales de la Comunidad de Madrid me han entretenido lo suficiente pensando y
charlando con Alvaro y L para ver qué cambios eran necesarios en el Wurlitzer,
como entender eso de que solo se puede consumir si estas en una mesa (en la que
puedes estar de pie; lo cual contradice la propia idea de estar en una mesa) o
en la barra donde has de estas sentado (lo cual pues no es muy de barra) pero
no puedes beber si estas de pie sin mesa (¿a cuanta distancia has de estar de
una mesa para que se considere que estas en una mesa?). Pero la verdad es que
hablar de lo que he colaborado en estas conversaciones para justificar lo que
he hecho estos meses es un poco hacerse trampa al solitario ya que no habrán
sido más de unas horas. No, no tengo ni idea de donde se me va el tiempo y
porque no consigo acometer mis buenos propósitos.
Peor ojalá fuera solo esto....
También sé que he visto algunas cosas muy
interesantes que me apetecía comentar en esta entradilla: como que pese a lo
que afirmara la ministra del ramo en televisión realmente el precio de la luz
no es más barato en las horas valle que en las hora llano, incluso a veces ni
siquiera que en las puntas y sin embargo sigue habiendo un debate social,
alentado por nuestros políticos, sobre la hora de poner la lavadora (como si
uno pudiera elegir; quiero decir uno que no tiene servicio veinticuatro horas y
quiere dejar dormir a sus vecinos o simplemente cumplir con la normativa de
ruidos municipal); o de esa grafica que elaborada con los datos del National
Oceanic and Atmospheric Administration que muestra la temperatura global de la
superficie y que parece contradecir lo que toda la prensa da por sentado – y por
supuesto el desinteresado IPCC y todos los contertulios televisivos – ya que se ve que si bien desde 1979 (e incluso
antes) la temperatura media global ha aumentado significativamente, desde el
2016 está disminuyendo, lo que parece mostrar que, una vez más, “no vamos a morir todos” (aunque esto
sea obvio y, si, vamos a morir todos) pero probablemente no de esto y que
parece que no, no estamos acabando con el planeta como los catastrofistas
pronostican; o algunas otras cosas que me inquietan y que han ocurrido durante
este mes.
Cogí La Deriva en la esperanza que fuera lo que decía la contraportada, una novela rio, sobre una familia en un país, un continente, del que no tengo mucha idea: el África negra (ya, ya sé que el continente es África, sin racismos específicos, probablemente porque todos los aborígenes de allí pueden ser clasificados como negros – aunque de distintas tonalidades – pero ya sabéis a que parte me refiero y también sabemos, o intuimos, todos que son completamente diferentes). El caso es que empecé a leerla y pese a encontrar en ella cosas que incluso me trajeron recuerdos de mi infancia; (no, no de mi infancia en el África negra, donde nunca he estado sino de Valencia y del Puig por una mención a la tristeza de los cítricos – un hongo – de la que Bautista e Ismael – padre e hijo que cuidaban de la finca y de sus naranjales – hablaban con mi padre y mi abuelo con terror ya que echaría a perder toda la producción de naranjas) e incluso alguna frase buena “La historia, en resumen, era la crónica del bravucón en el campo de juego” no consiguió interesarme y confesare que la he dejado a mitad, incapaz de seguir leyéndola.
Si hay una frase: “llego a incluir unos cuantos errores en sus
deberes, cosa que solo demostraba su inteligencia: no es fácil hacer creer que
te has equivocado” que por una parte es algo que yo sigo aplicando a mis
informes, cuando sé que van a ser revisados por alguien con exceso de celo crítico (alguien que no descansara hasta
encontrar algo que criticar) en los que siempre incluyo un error, o dos,
fácilmente localizable para que esa persona que está buscando el error pueda
relajarse, al encontrarlo, a riesgo de que se le acaben pasando otros
importantes y lea sin seguir buscando más errores, para que pueda seguir
leyendo poniendo su voluntad en entender lo que estoy intentando contar y no en
el erro a localizar.
Por otra parte, aunque es fácil
equivocarse aposta (igual de fácil es dar la respuesta correcta que la
equivocada, si sabes cuál es la correcta) como tuve que explicarles a los
secuestradores de la cruz roja cuando me obligaron a hacer un examen que según
ellos era obligatorio aprobar para seguir secuestrado haciendo la prestación
social sustitutoria pero que a la vez era imposible suspender (siempre según
ellos, lo que ya de por si elimina el objetivo propio del examen).
Evidentemente yo quería suspender el examen, como había prestado atención (sí,
me gusta aprender hasta las cosas que no me interesan y si me tienen encerrado
mientras me cuentan cosas, pues mi cerebro acaba prestando atención, igual que
a la televisión en un día de resaca), y como, realmente, las respuestas
correctas a las preguntas eran básicamente obvias pues sabia las respuestas
correctas por lo que para asegurar el suspenso bastaba con marcar otras
respuestas. Así de simple, como comprobaron cuando todas mis respuestas estaban
mal. Aun así, me dieron el aprobado en técnico
de primeros auxilios con el que podían justificar el mantenerme secuestrado
durante algún tiempo, algo de lo que posiblemente se arrepintieran con el
tiempo por otras historias que tienen como protagonista mi resistencia pasiva,
de saboteador, y que, ya, si eso, comentamos otro dia.
Como digo, es fácil equivocarse
aposta, lo difícil es hacer creer que no lo has hecho aposta y que tu examen
sea aceptado como lo mejor que has podido
hacer. Hace muchos años mi amigo Jacobo, tras múltiples suspensos en el
colegio en el que ambos estudiamos unos años, fue expulsado de este colegio y
se marchó al Colegio Cumbre. Allí le
iba ligeramente mejor, pero seguía suspendiendo metódicamente las matemáticas,
básicamente porque no le interesaban nada.
Yo había intentado darle algunas
clases particulares (después de mis éxitos con Susana, preciosa e inteligente –
un amor de criatura – pero incluso más bajita que Jacobo, pero por poco, como
descubrí al describírsela al mismo levantado la mano hasta la altura que yo
calculaba que tenía Susanita diciendo “es
muy bajita, será como así de alta” y notar Jacobo que mi mano estaba solo
ligeramente, discutiblemente incluso, por debajo de su tupe, provoco una mirada
furibunda, todo tipo de insultos y proalmente un par de hostias amistosas, y a
la que le daba clase en la plaza de Tribunal tirados en el suelo, bebiendo litronas y fumando porros; e incluso con
Gemperle, alto y no demasiado
inteligente pero buen borracho de buena familia al que le daba clases en el
sótano de su casa mientras bebíamos cervezas alemanas – su padre era, es espero,
Alemán por lo que siempre había un buen surtido de cervezas – para al terminar
la lección irnos al Urumea donde
apuntábamos varias rondas de consumiciones de más elevada graduación etílica en
su cuenta hasta que yo decidía que era el momento de subirme a mi bicicleta e
irme a casa, que dese detrás del Bernabéu se tardaba un rato haciendo pequeñas
eses hasta mi casa).
Pero me disperso… el caso es que
como mis lecciones no hacían mella en Jacobo y seguía suspendido Matemáticas al
final no nos quedó otra solución que recurrir a la suplantación.
En principio no parecía nada
fácil ya que Jacobo y yo no nos parecíamos nada, yo no conocía a ninguno de sus
compañeros de clase e incluso suponía que sus profesores le conocerían, al
menos de vista. Era un plan bastante arriesgado por no decir altamente
arriesgado bordeando lo imposible. Pero ¿Quién dijo miedo? (vale, yo lo dije y
lo sentí muchas veces; pero eso es otra historia). El caso es que lo hicimos,
una mañana me acerqué yo al Colegio Cumbre, me metí en el aula en la que era el
examen, me senté y me pues a hacer el examen bajo seudónimo. Empecé leyéndome
todas las preguntas del examen, lo que me creo un estado de pánico total:
aquellas preguntas eran imposibles de contestar mal, el nivel no es que fuera
bajo, estaba bajo mínimos. Contestar aquellas preguntas correctamente no podía
llevar más de diez minutos, e incluso para ello tendría que pasarme cinco
mirando al resto de compañeros de clase y no recuerdo que hubiera ninguna chica
lo que obviamente cancelaba esta posibilidad. No, no iba a pasarme diez minutos
mirando a los mastuerzos compañeros de Jacobo que parecían en o bien destinados
a terminar enyoncados en el trullo o
bien a terminar en el consejo de administración de la empresa familiar y más
posiblemente ambas cosas sucesiva y alternativamente. Pero tampoco podía
marcharme en cinco minutos y con todas las respuestas correctas, si hacia eso
sabrían que el examen no lo había hecho Jacobo y lo repetirían seguramente con
medidas más estrictas (posiblemente a él solo con el profesor, por lo que la
suplantación no valdría para nada). No, el reto estaba en contestar lo
suficientemente mal para que fuera creíble pero lo suficientemente bien como
para asegurar el apurado raspado (tampoco valía contesta al azar, que es muy
traicionero y que, sospecho, era el método habitual de Jacobo, pero con mala
suerte pero que a mi podía aprobar e incluso con buena nota). Tenía un poco de
reto, el encontrar ese equilibrio y incluso el hacerlo lo suficientemente
despacio y con la suficiente expresión de concentración como para no levantar
sospechas. La verdad es que cuando al final salí del examen, después de que
hubieran salido un cierto número de compañeros, pero no todos, esperaba que me
dieran un Oscar por mi interpretación, pero me conforme con irnos a tomar unas litronas y algunas otras sustancias para
celebrar que habíamos aprobado (de eso no tenía ninguna duda) y que habíamos
llevado a cabo la suplantación sin problemas (esto estaba por ver), vamos, que
no nos habían pillado.
Así, que no, en mi experiencia
creo que no es fácil equivocarse lo justo. Nosotros lo conseguimos (años después
conocería una historia similar en Caminos, donde dos amigos intentaron llevar a
cabo algo parecido pero les pillaron – parece que los profesores de caminos, incluso
con más alumnos reconocían a los suyos – y la historia acabo con la explosión
de la carrera y el veto para estudiar en la escuela para una de las partes, el
que realizo el examen, mientras que el otro se libró completamente) , Jacobo
aprobó, ambos disfrutamos del resto de una mañana (y parte de la tarde con
total seguridad) estupenda, como siempre y Jacobo acabo el COU y se matriculo
en una especie de escuela de negocios
(más bien de marketing o publicidad, que ciertamente era más apropiado para el)
donde volvería a tropezar con las matemáticas y sobre todo con el desinterés.
Pero eso, eso ya es otra historia.
Tras el abandono de mi primera
lectura (K.O. por aburrimiento antes del quinto asalto) decidí ir a lo fácil y
empecé La virgen negra, que tenía la
pinta de una novela trivial de crímenes, ambientada (en parte) en el final de
la segunda guerra mundial y (en parte) en la actualidad. No podía ser muy mala,
como mucho típica e incluso puede que estuviera bien, invocando a fuerzas
sobrenaturales en plan Connolly (no
era tan descabellado ya que había una virgen negra en el título y una
esvástica) pero no, no estaba bien. Se deja leer y poco más, a la historia le
falta tensión, personajes, malicia y al libro le falta el impulso necesario
para seguir leyéndolo. Si me lo he acabado es solo porque ya había dejado uno a
mitad y bueno, porque no era tan malo, simplemente indiferente. Una novela para
leer en el verano o en un puente en la playa (no puente físico, entendedme; de
los otros), sin más.
La verdad es que es una historia
entretenida, con algunos personajes creíbles y con otros, que sinceramente, no
lo son tanto. ¿de verdad tiene que ser una de las revolucionarias la hija del general torturador? ¿de verdad todos
los personajes tienen que estar tan relacionados? ¿no puede haber más personas
normales sin relación tan directa con los hechos? No sé, esta sobrecarga de
casualidades de la narración puede que sea necesaria, no lo sé, pero la verdad
es que para mí le quita credibilidad e interés. Sobretodo interés, la
credibilidad es la que yo le pongo al autor ya que desconozco completamente el
tema. Con todo, me ha gustado y he disfrutado leyéndola.
Piel quemada si es lo que promete su contraportada, una novela negra razonablemente canónica (si bien le faltan algunas frases contundentes para ser completamente canónica, aunque alguna tiene “De hecho, así es como se siente: dura pero frágil. Es lo que tiene ser dura de verdad, que cuando te rompes te haces trizas” – vamos que se supone que, si eres dura, resistente, te falta resiliencia de esa; algo que es completamente falso, tan falso como que la resiliencia exista o sea un concepto separado de la resistencia– y supongo que el hecho de que la protagonista sea una chica y no un detective pues la saca del canon, cosa que por otra parte entiendo es lo que quiere la autora. Y no me parece mal). Por supuesto tiene su pelirroja, que sería de una novela negra sin pelirroja, o de una novela negra en la que el color de pelo de una mujer no se convierta en una característica intrínseca de una personalidad concreta. Esto es algo que me sorprende mucho ya que, en mi modesta experiencia, el color de pelo de una mujer puede ser casi tan cambiante como su estado de ánimo por lo que me resulta muy difícil verlo como una característica intrínseca (aunque si, nuestro imaginario colectivo iguala los colores del pelo de las mujeres – también de los hombres – a características concretas: rubias, tontas, pelirrojas, malvadas; morenas, taimadas y astutas; pelo blanco, maternales y reflexivas; castañas, ni idea, la verdad es que imagino que este el color por defecto, que no tiene nadad concreto asociado. El castaño es un poco como el sabor a pollo de Matrix, un sabor que le pones a las cosas que no saben a nada, por bueno y diferente que pueda ser el sabor a pollo. Esto es así, lo que no sabes a que sabe, sabe a pollo… la mujer sin características especiales, castaña).
Con todo, mi parte favorita es la
que decida al lenguaje de las camareras de bar de carretera americano que por algún
motivo extraño prefieren recordar, apuntar y/o comandar “Adán y Eva en una balsa, whisky a saco” que huevos escalfados con
tostada de centeno. A mi me resulta incomprensible pero igual es que no valgo
para camarera de bar de carretera, por esto y porque seguramente no podría
vivir de las propinas.
Mi última lectura (si, pese a no
tener constancia de haber hecho mucho este mes el caso es que tampoco he leído demasiado.
Ni idea de donde se me ha ido el tiempo esta vez). Ha sido Dejar el mundo atrás, que tiene una premisa curiosa: una pareja y
sus dos hijos adolescentes, alquila una
casa para un fin de semana en un lugar remoto de Long Island (me gusta pensar
que cerca el Port Jefferson que conozco, por un par de veranos en los que
visite a Rafa cuando era profesor allí, aunque todo en la historia indica que sería
en la parte que no conozco, la parte rica, más cerca de los Hamptons) pero al
poco de instalarse – en noche cerrada – se presentan los dueños que estaban
cerca y han oído que un apagón ha colapsado toda la ciudad, todo NYC; por lo
que deciden ir a su casa de campo. Obviamente se crea un pequeño conflicto ya
que los acogidos (que son negros) son realmente los dueños, mientras que los anfitriones
(que son blancos) pues son realmente los inquilinos. Unos saben dónde está
todo, de hecho, tienen raciones de emergencia para una catástrofe (incluyendo,
por supuesto, productos de delicatesen y buenos vinos y licores. Ya digo que
seguramente es en los Hamptons). Esto da lugar a situaciones y relaciones curiosas
que hacen la novela entretenida.
Salvando las distancias hay una
frase en la novela, pronunciada por los negros (negros ricos hay que decir) que
me recuerda y con la que en cierta medida identifico a Piles y a sus lugareños
donde “La población era desconfiada, con una combinación de resentimiento y
dependencia respecto a los ricos, los de fuera” (la población de Port Jefferson
y de zonas cercanas) que en el caso de Piles se traduce en una negativa a
tratar bien a los foráneos, limitándose a soportarlo, aunque en el caso de
Piles creo que se debe a que la mayoría de la población se dedica a actividades
dudosamente legales que les proporcionan los fondos suficientes para no tener
que preocuparse de la que, en general, es la principal industria legal de la
zona: el turismo, que requiere tratar a los foráneos – en el caso de Valencia,
fundamentalmente del foro – con un mínimo de cortesía e interés.
También es curiosa la reflexión sobre
determinados libros (y películas juveniles) que hace “… en sus libros las niñas
de su edad tenían mucho corazón y una enorme sed de aventuras. Realizaban proezas
insólitas, casi temerarias, afrontando sus miedos más recónditos y luego se
daban castamente la mano con niños de bonitas pestañas. Estos libros le habían mostrado
un mundo que se podía conquistar a base de coraje. Los libros eran la perdición
de todo el mundo.” Ahí queda eso, por eso hay que leer a Goldman, incluso de
niño ya que “la vida no es justa Princesa. Y quien diga lo contrario o miente o
está intentando venderte algo”.
Venga, divertíos asaltando el castillo.
PS: había pensado no ponerlo ya que es una relectura que no he comprado pero en algún momento entre el final de agosto y septiembre me quede sin lecturas y cogí El hombre anumérico que es un alegato sobre la necesidad de tener conocimientos de matemáticas, que a ratos es entretenido y a otros un poco aburrido debido pero siempre interesante ya que explica cosas fáciles de entender como porque llevar uno una bomba en una avión no disminuye las posibilidades de que haya otra bomba o ese clásico - que yo sigo sin entender del todo - de porque es mejor cambiar de elección en un juego de elegir puertas la segunda vez. (entiendo la demostración pero la verdad es que sigo sin creer que sea cierta... no se porque).
Lecturas
La deriva – Namwali Serpell
La virgen negra – Ilaria Tuti
La republica era esto – Al Aswani
Piel Quemada – Laura Lippman
Dejar el mundo atrás – Rumaan Alam
El Hombre Anumérico. El analfabetismo matemático y sus consecuencias - John Allen Paulos