Hoy es jueves, no lo digo por hacer una referencia a “mi burro peruano en el Perú (perdonen la tristeza)”, que la verdad es que hoy no estoy nada triste y además está ya la utilicé una vez en una presentación para un proyecto que estaba ofertado para el lago Titicaca y tampoco es cosa de repetirse. Es solo que es un día raro – para escribir, digo – ya que suelo escribir los fines de semana, que entre semana no encuentro el tiempo, pero ya ves aquí innovando y sobretodo procrastinando.
Ya puestos a innovar pues voy a empezar comentado algo que
realmente no tiene ninguna relación conmigo, pero “que sabía que iba a pasar, que se veía venir desde hace tiempo”.
Hace unos años una empresa (o puede que fuera una universidad) puesto una web
libre, creo que, en Londres a la que podías conectarte tras aceptar “las condiciones de uso”. Durante el
periodo de pruebas se comentaron varios miles de personas a las que la empresa,
un mes después de que se conectaran, decidió mandarles un tranquilizador
mensaje para aclararles que “no, no les iban a exigir que le entregaran a su
primogénito” como todos habían aceptado al conectarse a la red (es posible que
algunos hubieran aceptado las condiciones habiéndolas leído por las ganas de
librarse por lo menos de uno de sus hijos; pero no me costa que nadie pidiera
que se cumplieran). Esto se quedó en una anécdota, una de esas historias a las
que nadie le da credibilidad (incluso algunos maliciosos piensan que me la he
inventado), o que todo el mundo afirmaba que a él no le habría pasado nuca, que
era imposible, pero…
… hace unas semanas una pareja fue a cenar a un restaurante
de uno de los varios Disneyland que
hay por el mundo. La mujer sufrió una intoxicación alimentaria y murió; su
pareja (podría poner su marido, ya que eran una pareja “plenamente normativa”, de hombre y mujer y casado, pero como le
puede pasar a parejas “menos normativas”,
pues eso que paso de precisar en exceso) decidió que iba a interponer una
denuncia en el juzgado para reclamar responsabilidades penales (y, seguramente,
una indemnización) ya que al fin y al cabo su mujer había muerto por una
intoxicación en un restaurante. Hasta aquí, pues sin ser normal (afortunadamente,
que tampoco muere tanta gente de intoxicaciones) parece claro, pero “sorpresa, sorpresa” Disney, al
enterarse del inicio de la demanda, decidió poner un recurso para “parar” la
demanda, aduciendo que no podían demandarles ya que al suscribirse a su
plataforma de televisión habían aceptado que “todos los litigios entre las partes se dirimirán mediante un arbitraje
privado, sin posibilidad de interponer demandas” ni de publicidad añado yo.
Pues eso, que todo el mundo “aceptando acuerdos de uso” sin leer, no ya la letra pequeña, ni
siquiera la grande, tendría, más pronto que tarde, que dar lugar a una situación
de este estilo. Es verdad que con toda la publicidad negativa que ha recibido
Disney por esto parece que ha decidido retirar la impugnación de la demanda,
supongo que con el plan de conseguir un pacto.
Yo por mi parte cada vez accedo a menos cosas en internet
(solo a las que no tienen acuerdos de uso ni cookies) pero la verdad es que me
surge (a Barcina más bien) la pregunta ¿no debería alguien – digamos el estado
– vigilar/ comprobar los acuerdos que se proponen a los usuarios para
garantizar que estos son, digamos, medio razonables? No sé, puede que no todos,
pero seguro que, si los de las 50 compañías que todo el mundo usa, los acuerdos
de esos gigantes informáticos que más que permitirnos subirnos a sus hombros
para avanzar, parece que quieren subirse ellos a los nuestros (bueno, ya se han
subido; en mi opinión ya han dinamitado
la gran idea que era internet).
Pues eso, que tengo un jueves innovador y reflexivo, así a
lo tonto (o a lo idiota que es como se refiere a mi gran parte de mi familia,
con su característico: “tú eres idiota”).
¿Idiota? Pues puede, posiblemente, incluso probablemente,
pero hoy estoy más innovador y voy a empezar directamente citando – tras otra
breve introducción – una frase, un concepto, que pensaba me ha sorprendido leer
este mes en dos de mis lecturas (es verdad que de la misma autora) que pensaba que
había inventado yo pero que como siempre ya estaba inventado (no, no la dijo
antes Oscar Wilde, al parecer fue Thoreau).
Cuando estaba pensando en que muebles comprar para amueblar
mi casa de Farmacia (dicho así parece que tenga varias, pero no, solo he tengo
una y si lo digo es solo por reflejar que he tenido varias sucesivamente – en
algún caso simultáneamente – y que esta es la última) estaba dudando en si
comprar unos sillones, para sentarme a leer, o comprar mecedoras, que me
apetecía mas ya que las mecedoras y las hamacas (mas estas últimas, pero por
poco; o igual depende del día) siempre me han encantado. Pero antes tenía que
decidir el número de elementos que quería comprar y para tomar esa decisión
pues aplique (sin saberlo) la frase que he leído dos veces: “I had three chairs in my house; one for
solitude; two for friendship, three for society”
El caso es que al final, me decidí, por razones estéticas de
ocupar el espacio, a comprar solo dos elementos (que le fueran dando a la
sociedad) y, aunque podría decir que lo hice porque las mecedoras eras
notablemente más caras, me decidí por comprar una mecedora y un sillón que me
parecía algo que dejaría la duda de si había elegido la soledad (con dos piezas
diferentes) o la amistad (con un conjunto de dos piezas). Cada uno podéis
pensar lo que queráis, que yo no voy a confesar, por lo menos hasta que me
obligue algún acuerdo de uso que acepte descuidadamente (cual si se tratara de
una amistad), y además – salvo este escrito – no hay pruebas de esto ya que la
tienda se equivocó y me mando dos mecedoras (o igual lo hizo aposta, de forma
premeditada para que pueda decir que me decidí por la amistad, pero dudo – sin
motivo alguno – que en la tienda conocieran o estuvieran pensando en Thoreau)
Dicho esto, pues a revisar mis lecturas del mes, que han
sido bastantes (así que paciencia, o dejar de leer. Avisados quedáis. De hecho,
ya es viernes y tengo dudas de que hoy acabe esta entrada).
Ante la imposibilidad de cruzar el soleado desierto que es
la Puerta del Sol para llegar a mi librería de referencia – Méndez en la calle
mayor es el nombre – en un horario en el que estuviera abierta y que fuera
admisible tanto por las autoridades sanitarias como las laborales pues me
arrastre hasta una famosa cadena de librerías y me agencie (compre) The Mayors of New York, una nueva
novela de una de mis autoras predilectas y porque comprar en ingles siempre me
parece una traición menor a mi librería. Es una buena novela – lejos de sus
mejores novelas de la serie (si, es de una serie, pero no de una trilogía) –
que se lee muy bien (incluso, o mejor, en ingles diría) en la que, para
investigar la desaparición, posible secuestro, del hijo de la alcaldesa de NYC
la pareja va pidiendo favores a “otros alcaldes”, los no oficiales de la ciudad
y prometiéndoles mejoras para las zonas “que controlan”, del tipo de
iluminación para un parque y cosas similares.
Mi parte favorita es ese dialogo entre el protagonista y su
exmujer: “«I
remember. That’s one of the reasons I left you. » «You didn’t leave me. You cheated on me and lied to me. I kicked you to
the curb. » «The first time I cheated on you, that’s when I left you. I just took you a while to figure it out. »”,
que en este caso empieza la mujer pero que podría haber sido del revés, que yo
no tomo partido por ninguno de los dos géneros.
También – por haber sufrido la falta de aceras y el exceso
de baches en algunas zonas de estados Unidos – creo que la explicación que
proporciona sobre un barrio de las afueras de la ciudad (de las ricas, los
suburbs) podria se creible: “If this area had had blocks, we’d have been about
two away, but he old-world leafy splendor didn’t allow for that. No sidewalks, either, so we
fast-walked along the badly paved road. Potholes, a privilege of the elite. Keeps
the proletariat from speeding through the neighborhood.” si no fuera porque
incluso en las zonas pobres también hay baches y carencia de aceras. Ya
digo, no es la mejor de la serie, y es peor de la que me engancho a esa autora
(que no era de la serie) pero más que aceptable, incluso aceptablemente buena.
Como ya habréis supuesto no solo compre esta, sino que también
me compre A little life, que es una
interesante pero excesivamente larga sobre un grupo de amigos de NYC, uno de
los cuales sufre abusos infantiles y sobre la forma de como por no enfocarlos
adecuadamente (es posible que no exista esta posibilidad) pues acaba destrozado
no solo su vida sino la de todos sus conocidos (con un poco de exceso en sus
planteamientos, además de en su extensión).
Si me ha gustado mucho, obviamente porqué estoy de acuerdo
en la estupidez del planeamiento actual sobre las profesiones y la felicidad
(como un absoluto) que presenta: “But
these were days of self-fulfillment, where settling for something that was not
quite your first choice of a life seemed weal-willed and ignoble. Somewhere, surrendering to what seems to be your fate had changed from
being dignified to being a sign of your own cowardice. There were times when
the pressure to achieve happiness felt almost oppressive, as If happiness were
something that everyone should and could attain, and that any sort of
compromise in its pursuit was somehow your fault.”
A veces hay que saber contemporizar, pero con cuidado para
no renunciar a lo importante y no sé si suscribiría el consejo que da para las
relaciones personales “You’re wrong. Relationships never provide you with everything. They provide you with
some things. You take all the things you want from a person – sexual chemistry,
let’s say, or good conversation, or financial support, or intellectual
compatibility, or niceness, or loyalty – and you get to pick three of those
things. Three – that’s it. Maybe four, if you’re very lucky. The rest you have
to look for elsewhere. It’s only in the movies that you find someone who gives
you all of those things. But his isn’t the movies. In the real world, you have
to identify which three qualities you want to spend the rest of your life with,
and then you look for those qualities in another person. That’s real life.
Don’t you see it’s a trap? If you keep trying to find everything, you’ll wind
up with nothing.” Ya
que para el amor (que es de lo que hablamos cuando hablamos de cualquier cosa) yo
sigo en la opción de esta canción (y así me va):
He de reconocer que habendo sido adolescente (casi un niño) en los ochenta madrileños pues no me extraña que muchos de mis coetáneos pudieran suscribir esta comparación: “Of course, he had always done drugs – everyone had – but in college, and in his twenties, he had thought of drugs the way he thought of desserts, which also loved: a consumable that had been forbidden to him as a child and which was now freely available.” Y si algunos no hemos consumido más drogas es probable que guerra solo porque nuestro amor a los dulces y el chocolate fuera mayor que el que nos despertaban las drogas, por lo menos como una constante. Igual por eso en lugar de estar muertos pues somos, simplemente, diabéticos parafraseando ese chiste de “¿susto o muerte?”.
Precisamente, tras el régimen al que me obligaron que la
amenaza de no operarme, y que ya he decido dejar por varios motivos me he
puesto la tarea de comprobar cuanto de cierto tiene esta afirmación medica que
hacen en la novela: ” «We measure weight
loss in grades» he hears Andy saying. «A loss of one to ten percent of
your body weight is Grade One. A loss of eleven to twenty percent is Grade Two.
Grade Two is when we consider putting you on a feeding tube.”» ya
que ahora mismo me acerco peligrosamente a ese once por ciento de pérdida de
peso (que, por cierto, es una parte de mí que ya echo de menos) y lo de
entubarme en luagr de comer, ese si que no, que yo me basto solo para hacerlo.
Leídas estas novelas pues ya me aventuré un día – antes de
que el sol cegara la Puerta del ídem –a cruzar dos veces ese paramo, jugándome
la vida diría, e incluso diría, sin exagerar ni nada, que la habría perdido si
no fuera porque en el camino de vuelta pare a comprarme un granizado de limón
(otra de mis pasiones, incluso sin ron ni vodka) y llegar hasta mi librería de
referencia para comprar, entre otros (ya que me marchaba a Piles) La tarde que Bobby no bajo a jugar.
Es un libro que yo clarificaría de flojillo en el que se
mezclan dos historias separadas en el tiempo de sendos viajes de Fisher a Cuba
y que como en la primera lo retratan como un pedófilo, por supuesto sin usar el
termino pero ¿Qué otra cosa es un adulto que mantiene relaciones sexuales con
una niña de 14 años, sea o no Fisher y, añado, sean o no consentidas? me hace
dudar bastante del resto de las anécdotas que se cuentan. Incluso aunque me
gustaría creer que, en algún momento, Nikola
Tesla fuera a ser padrino de Fisher (no, ni idea de porque esto me gustaría
que hubiera sido cierto; supongo que son rarezas de uno)
Ahora que soy mayor, me gustaría pensar que me es
(parcialmente aplicable) eso de “En su
caso apenas había cambiado, las persona poco agraciadas tiene esa suerte: no
envejecen a peor porque siempre fueron peores.”, aunque, obviamente, no lo
es ya que yo soy, siempre he sido, una persona agraciada, pero lo digo por
algún amigo (que decía aquel).
En lo único que es honrada la contraportada de Historias de la noche, es en que es “un thriller sin acción” (frase que yo no había leído al comprármela, que si no) porque eso es exactamente lo que es, que dicho de otra forma es una idiotez. En gran medida es como una seria de Netflix (o similar) en las que algo que se podía hacer resuelto satisfactoriamente con una película de, digamos, noventa minutor (incluso mejor en un costo de veinte) se alarga hasta tener varias temporadas de doce capítulos de una hora. Y que, si no dejas de lado, en parte es por el tiempo que llevas invertido en seguir la historia.
Pero como todo (o casi todo) al final siempre encuentras una
frase que te parece buena, o con la que puedes sentirte identificado, en este
caso para mí: “No entender le hiere, es
como un insulto dirigido a él, un muro que le pone delante para mostrarle su
impotencia para franquearlo, para encararlo con su nulidad.”, muro que más
que detenerme, en mi caso, la verdad, es que me hace plantear el buscar como
saltarlo, el hacer el esfuerzo para eliminar el muro de no entender.
Un hombre bajo el
agua, es la nueva novela de un autor que me había leído, por recomendación,
pero que en ese momento no recordaba que no me había gustado especialmente.
Este olvido de mi experiencia anterior, unido al hecho de tener una mención
hídrica pues me decidió a cogerla y me ha dejado con la misma sensación que la
anterior: no es especialmente interesante, pero se deja leer.
Aunque estas separadas por varias páginas la conjunción de
estas dos frases “Si algo he aprendido
desde que vivo con T. es que la ironía en Argentina esmalta cualquier
dentadura” y “o el cinismo español, según como lo queramos ver.” Creo que
habrían sido mucho mejor aprovechadas si las hubiera puesto juntas y no
separadas.
En cualquier caso, si me parece buena, probablemente la
mejor del libro, esa de “Yo se defender
como un guerrero mi única patria: la tranquilidad”, todo sea dicho desde (la
que debería haber sido) mi única mecedora, pero nunca del que nunca llego a ser
mi único sillón.
Siguiendo con el tema hídrico pues también me compre Las propiedades de la sed que es una
extraña historia que mezcla los derechos del agua con los campos de
concentración para japoneses en estados unidos durante la segunda guerra
mundial.
Desde el punto de vista hídrico no tengo claro de dónde ha
sacado el traductor (traductora en este caso) el termino, que yo desconocía,
por lo que dudo que exista por mucho que me guste (aseguro que alguien me
corregirá y me dirá que sí, que existe)) para “Los geólogos tenían un nombre para los arroyos cuyos cursos habían
sido alterados, sus cabeceras interrumpidas, cortadas o, literalmente,
cercenadas: los llamaba arroyos decapitados.”
Un concepto que sí que existe, aunque un poco menos cada vez
(pero todavía mucho) y por lo que veo es universal es el considerar que pagar
por el agua es un atraco, auqneu su precio sera ridículo y que se refleja en
ese: “En cuanto a mi pequeña planta
embotelladora, ¿cree usted que alguna vez pague un solo centavo en el oeste de
Texas por usar el agua local? Y cuando se lleva a los labios es botella verde
de Coca-Cola ¿Qué porcentaje del mejunje que hay dentro calcula usted que es
agua? Toda gratis. ¿era un delito? En un lugar como este, el desierto de
California, uno pensaría que sí. Pero el día que tenga que pagar por el agua
cierro. Nadie debería ganar dinero con el agua, no, seños. Eso sí que es
delito.”
He dicho que esa idea del coste del agua era “universal” pero la verdad es que igual
estoy exagerando y que ese sentimiento solo refleja la existencia de una
significativa colonia de vascos en aquella zona – de existencia tan desconocida
para mí, hasta que las conocí de primera mano, como las de mineros asturianos
en West Virginia (que acabaron provocando una revuelta minera en la zona de las
más famosas de los Estados Unidos – la revuelta, no la zona – o las de
pescadores gallegos y portugueses en la costa de Maine - que queda reflejada en
ese pastor al que llaman vasco ya que “Vasco
vino del País Vasco. Los vascos se establecieron a ambos lados de la sierra,
criaban ovejas para los del ferrocarril. Le he preguntado donde puede conseguir
buen cordero…” y que seguramente, además de pastor, era exiliado de la
guerra civil ya que, al describir la decoración de un local de allí, un bistró
francés, que “era rustico y apolítico… …salvo por la foto de Vasco, encima de la chimenea, en la que se veía al
Generalísimo Franco con un cuchillo clavado en un ojo.”
También aporta –
además delas curiosidades hídricas – la curiosidad del contenido de los “paquetes
de alimentos” oficiales que la Cruz Roja – institución que deploro por motivos
que ya contare otro día, si es que no os los he contado yo – contenían, entre
otras cosas (como 450 gramos de uvas pasas) cigarrillos en una cantidad
indeterminada, porque si, en aquellos momentos los cigarrillos además de formar
parte del equipamiento básico de cualquier soldado, eran considerados como
alimento.
Y siguiendo con el tema de los cigarrillos me resulta
completamente creíble que cuando estaban elaborando las normas y prohibiciones
del campo de concentración se planteara, con un debate interminable, la
prohibición de cerillas y encendedores en el campo ya que debían considerarse
como “armas potenciales de destrucción; al
fin y al cabo, podía tener cierto sentido esta consideración ya que el campo
era todo de madera. El debate solamente se terminó cuando “… alguien del Departamento del Interior, sin duda sacando del paquete
el enésimo Camel o Lucky Strike del día, había decidido A LA MIERDA CON ESO. La
gente tiene que fumar. La gente tiene que contar con algo para permanecer
despierta y socializar. La gente tiene que contar con algo para pensar. Y, al
fin y al cabo, que había más norteamericano que el tabaco…”
No solo coincido con este funcionario público, sino que
también coincido con la visión (de otro personaje) de la naturaleza frente a
las zonas urbanizadas (habitadas) cuando afirma que: “Le gustaba ver las huellas del hombre en el paisaje, contar la
sincronización de los postes del telégrafo al borde de los caminos, oír el
tren. El mundo no cubierto de huellas era para él un rompecabezas sin sentido.”
Y como no coincidir, tomar partido por la persona correcta,
en ese dialogo en el que una actriz, de nombre Joan, pero en plan Meg Ryan anoréxica pide una comida (concretamente
“Una taza de caldo de gallina, después
quiero una cuña de lechuga, ya sabe usted, la que sirven en el Brown Derby. Y
después me trae una patata asada s-a-n-s naaada de mantequilla.” Que si lo
hubiera oído el gran Bourdain la
habría asesinado directamente, antes de terminar la frase, pero que mi médico
seguro que la felicitaba) y otro personaje intenta explicar su comportamiento
con un “Tiene que cuidar la línea, le
explico a Schiff la mujer sentada enfrente de la actriz. Ella es guionista,
aclaro esta última, por eso no tiene que preocuparse por su aspecto.”, solo
para que la guionista pueda rematar el dialogo con ese cuasi perfecto: “Ella es actriz, por eso no tiene que
pensar. Yo tomare la sopa de ajos, una ensalada y el cordero. Alimento para el
cerebro, Joan.”
Pero si el tema de los cigarrillos ha cambiado no menos ha
cambiado le visión de los chefs y de cómo comemos, incluso porque lo hacen
algunos, cuando hablado de un chef (que curiosamente se había formado en el
hotel Drake de Chicago; una
institución que yo no he visitado pero que igual algún día visito) dice que el
hecho de cocinar era: “… un aspecto de su
hombría que podría parecer poco masculino: las mujeres cocinaban, las mujeres
se preocupaban por la presentación de la comida y sus sabores; los hombres
comían ternera. los hombres norteamericanos comían por apetito. Los hombres
norteamericanos comían para para producir grandes músculos; Grandes
Pensamientos; esperma.”
Si todas estas cosas me parecen buenas, tengo que reconocer
que la mejor es cuando un personaje, al que preguntan ¿Qué sabes de la pascua
judía?, en plan tú no puedes comprendernos ya que tú no sabes nada de nuestras
tradiciones (en el caso de los judíos, normalmente esto es un “no sabes lo que
hemos sufrido (como pueblo)”) simplemente responde “Aquello fue terrible. Terrible. Una época atroz para ser egipcio.
Plagas… diez en total (si no me falla la memoria de los tiempos juveniles en
que iba a la iglesia) ulceras y ranas. Dios en apogeo de su inventiva.”, para mí, un cambio de perspectiva
verdaderamente brillante, impecable, te pregunta por un tema judío y respondes
por la segunda parte de la parte
contratante ya que en toda historia hay dos partes y si los judíos
sufrieron pues loe egipcios no tuvieron mejor suerte. Simplemente brillante.
He de reconocer que acabadas estas lecturas el calor seguía
apretando y, si bien había sobrevivido en mi primera excursión veraniega, pues
no me sentida capaz de repetirla por lo que en lugar de ello me dirigi a una
librería cercana para reabastecerme.
Como siempre busqué primero algo que no fuera tanta traición
y afortunadamente encontré The Madness
of Crowds la última novela – todavía no traducida - de la que se ha
convertido en una de mis escritoras “policiacas” favoritas (lo de las comillas
es porque pese a que estrictamente pues hay policías y crímenes, la verdad es
que la parte policiaca es realmente una excusa, un McGuffin que diría un cultureta, si un cultureta leyera policiacas
que todos sabemos que los culturetas solo leen novelas de pensar, muy mucho de
pensar).
Se trata de la novela “pandémica” (realmente post) en la que
plantea la existencia de “un grupo”, que con una base estadística, llamémoslo científica
por generalizar aunque toda su ciencia se basa en “correlaciones espurias” (del
tipo correlación entre “people who drowned
after falling out of a boat and the marriage rate in Kentucky”, o casi
todas las de nutrición – que cambian cada nada – por no hablar sobre las de
fumar) como que usando las numerosas muertes de ancianos en las residencias de
Quebec (parece que la situación fue parecida a la que parece paso en Madrid) y
la aprobación al derecho a una muerte digna pues defiende, fervientemente y con
esas correlaciones, que se debe implementar un programa de eugenesia por el
bien de la sociedad, no solo para personas mayores sino también para personas
con deficiencias psíquicas (y ampliable a otros).
La parte policiaca la aporta el inspector Gamache, el protagonista de las novelas
de Penny, que es básicamente una
buena persona pero que se ve obligado a proteger a este grupo para evitar
disturbios en una presentación “multitudinaria” de sus teorías y a investigar
un asesinado relacionado con esto. Pese a esta parte policiaca la novela trata,
entre otras cosas, e de la libertad de expresión, de los límites de la misma y
de la necesidad o no de defender esta libertad incluso para ideas que sean
contrarias a nuestras creencias más íntimas.
A mí me ha encantado y miro el lateral del libro – en el que
coloco mis marcadores – y veo que esta “sembrado”, hay tantos que no creo que
pueda comentar todas las frases o ideas que me han gustado.
Obviamente
la primera idea es sobre ciencia y emociones que con ese “Scientists might appear rational, but they were in fact completely at
the mercy of their emotions. Because
they never learned to face them.”, refleja, además de una idea general
sobre los científicos, otra posible visión; que se complementa con esa
distinción que los “malos” científicos (sobre todo los estadísticos) no saben
hacer: “But correct and right were two
different things. As were facts and truth”; cuanta diferencia hay entre
ambos conceptos.
También me parece muy interesante como algunos traumas – o incidentes
que dejamos se conviertan en traumas – pueden definirnos y realmente
convertirnos en peores personas: “They
all had it, residual guilt, though some were able to brush the ash off and move
forward, while others were smothered by it. Like those poor souls
caught in the eruption of the Vesuvius. They had human form but were, in
fact, hollow.”; creo que todos hemos pasado por nuestros propios Vesubios
(o Hiroshimas y Nagasakis) pero lo importante es como salimos de ellos, si vacíos
o enteros.
Por supuesto, mi favorita, puede que sea “Having sex did not define an intimate
relationship, any more tan not having sex prevented one.”, en la que creo
con total sinceridad creo que al igual que la verdad y los hechos, sexo e
intimidad son conceptos muy diferentes que la gente mezcla con demasiada
facilidad.
Afortunadamente no todo son cosas intensas y por ejemplo su teoría
sobre los jeroglíficos egipcios me encanta y me parece que igual merece más consideración
en los círculos de los paranormales: “some
of that had been presumed to be nonfiction accounts of ancient Egyptian lives
and events, etched carefully into Stone, were actually the ancient equivalent
of novels. Mostly thrillers.”; o la referencia a Santa Margarita que al
parecer es “the patron saint of people
rejected by religious orders, which made her Jean-Guy’s favorite saint” y
que si no fuera por la cantidad de Santos/Santas/Santes que hay en la iglesia católica
(aunque de los últimos creo que no hay) igual podría ser mi favorita, pero con
tantos es difícil decidirse.
A mitad de camino entre la seriedad y lo menos serio pues estaría
una posible explicación de porqué le podrían dar un premio nobel de la paz a
una activista de un país africano que escapa de sus circunstancias realizando
matanzas de sus enemigos (los que conviertes a niños en soldados o violan e
menores de forma sistemática): “I think
it’s not about how much good a person’s done, but how much worse they could
have been.”, algo que explicaría el premio, digamos, a Obama.
Por ultimo pues me gusta pensar que me es aplicable eso de “Here was someone who would consider before
he acted. It was rare, she knew, to have some space
between thought and action. Most people didn’t. They thought they did, but most
acted on impulse, even instinct, then justified it.”, pero posiblemente sea solo
vanidad.
Tras esta excelente lectura, Un pueblo de Oklahoma, que compre porque era de una editorial que
me gusta resulto un bastante decepcionante. Se trata de 36 relatos – bocetos de
personajes – sobre un pueblo de 1.300 almas escrito en 1931. Como en cada
historia sale más de un personaje que parece tener algún problema mental de algún
tipo –o algo tara significativa - pues
la verdad es que es una muestra muy representativa (casi un 4%) lo que no deja
bien a los pueblos (ojo: correlación espuria).
Es un poco cansino, por lo repetitivo y porque son bocetos
que realmente aportan poco, pero sorprende, por lo curioso, esta descripción: “La noche de la fiesta, Lil dio un recital. Apareció
vestida a la española: un chal rojo le cubría la espalda y los hombros
desnudos, se había puesto una falda larga con volantes y llevaba el pelo
recogido en un moño con una enorme peineta.” Vamos, todo un clásico; igual
no de España, pero sí de la publicidad de una España inexistente pero que
triunfo en la Oklahoma de los años treinta.
Me compre El
percherón mortal convencido de que se trataba de una novela que no me había
leído (algo que me ha pasado con otra compra este mes) pero que era del mismo
autor de una novela, que pensaba se llamaba "los enanitos verdes" de la que siempre que me preguntan cuento el principio
porque me parece de los mejores que he leído. Por supuesto, pues me la he releído
y he comprobado que mi recuerdo del principio no es, extrañamente, el que yo
cuento (a veces, que sospecho cuento las dos versiones).
En mi versión “falsa”, un tipo va al psiquiatra y le cuenta
que está loco, que ve enanos verdes; en ese momento se presenta un enano
vestido de verde lo que sorprende al doctor, que obviamente también lo ve, lo
que tranquiliza al paciente que decide que no está loco.
La realidad es que hay un dialogo en el que el paciente le
comenta al psiquiatra que tiene alucinaciones y el dialogo sigue:
- Las alucinaciones son un síntoma corriente del trastorno mental –
asentí.
- Y cuando uno no solo ve cosas…, sino que demás le pasan cosas…, cosas
irracionales quiero decir…, eso es tener alucinaciones ¿no?
-Si – dije – una persona mentalmente enferma suele vivir en un mundo
imaginario, irreal. Se aparta completamente de la realidad.
Jacob se reclino hacia atrás y suspiro con alivio:
- ¡Ese soy yo! – dijo – Estoy loco, gracias a Dios. No está pasando en
realidad.”
Parecía totalmente satisfecho. El rostro se le había relajado en una
sonrisa torcida que resulta simpática. Obviamente, mi información le había
aliviado. Lo cual era raro, pues antes nunca me había enfrentado a un neurótico
que admitiera su placer ante la perdía de la razón. I había visto a ninguna que
hablara sonriendo del tema.
He de reconocer, aunque la conclusión del paciente sea la contraria
en cada uno de ellos y son casi contradictorios, que los dos principios me
gustan bastante y dudo de cual me gusta más (el mío, se cuenta mejor pero el
del autor es más redondo). Os dejo que decidáis que versión os gusta más y, a
partir de ahora, intentare contar esa.
Además de este principio he de reconocer que me ha gustado
la relectura y especialmente leer algo que yo siempre he pensado sobre los
bromistas: “En último extremo, la
psicología del asesino y la del bromista diferente solo en grado. Ambos son
sádicos; ambos disfrutan con lo grotesco y con el placer de infligir dolor a
otros. Podría considerarse el crimen como la broma definitiva y, a la inversa,
a la broma como una forma social de asesinato.”
Me ha sorprendido encontrar una referencia a, entiendo, el régimen
de Franco con ese “No soy un hombre
valiente. A veces, leyendo sobre las torturas que hombres han sufrido en
España, en Dachau y en Buchenwald, he abandonado el libro que relatada esos
martirios.”; e igual tras mi derrame pues me debería haberme sentido
identificado con “En la vida de toda
persona hay momentos en que es posible hacerse a un lado y ver lo que ha
pasado, así como lo que pasa ahora, con una objetividad que escapa a lo
natural, que es casi divina.”, pero la verdad es que no. Para nada de
objetividad.
Mi siguiente lectura fue Cancelado que es la típica novela para novelistas o críticos en la
que un escritor, denso, denso, escribe una novela comercial (con un seudónimo)
convencido de que será otro fracaso (como sus libros sesudos) ya que piensa que
es una mierda (además de una parodia) y como Cervantes actual (salvando las
diferencias) va… y triunfa lo que le produce un cabreo monumental.
Además de coincidir la idea general del libro –entendida como
que entre lo que algún escritor cree que la gente debería leer y lo que la
gente quiere leer – también coincido con su descripción de Washington (basada
en mis tres o cuatro visitas) según la que “Washington
esconde su pobreza mejor que ninguna otra ciudad del mundo. A pocas manzanas
del National Mall y de Capitol Hill, por donde desfilan miles de turistas a
diario, hay gente que cubre las ventanas con toallas para que no entre la
lluvia y que, por la noche, para atrancar la puerta, la asegura clavándole
tablones de madera atravesados.”; para mí siempre ha sido una ciudad en la
que si te desvías una manzana del itinerario apareces en zonas casi de guerra.
Destacable también su descripción dela comunicación entre
familiares: “Cualquiera que hable con
alguien de su familia sabrá que compartir un idioma no implica compartir las
reglas que rigen para su uso. Digamos lo que digamos, lo que en realidad
queremos decir es otra cosa…”; e incluso sobre la comunicación con
animales: “Por mucho que las truchas
puedan desquiciarnos, ni son capaces de pensar ni nos tienen en cuanta. Una
trucha se parece mucho a la verdad: hace lo que quiere, lo que debe.”
Los impotentes,
mi siguiente y penúltima lectura del mes (si, por fin, ya vamos acabando) es
una novela argentinísima, yo diría que, en algunos casos ilegiblemente
argentina, ¿Por qué como leer desde España “en
el último desayuno devoran una docena de facturas mojándolas en café
instantáneo con leche”?
Tal vez una de las pocas cosas que no es argentinísima, sino
muy europea, de “Los escritores y sus
posturas nos han mal acostumbrado, nos han explicado hasta el cansancio como
tiene que ser una persona que escribe literatura, como tiene que presentarse
ante el mundo, como tiene que sonar, como tiene que acompañar de manera creíble
todas esas palabras que escribieron y que probablemente, en muchos casos, no
termine de entender de donde carajo salieron.”
Como frase curiosa, para referirse a la repetición de
comportamientos (incluso, sobre todo, delictivos) me gusta esa frase de “¿Qué le hace una mancha más al tigre?”
Pues termino el mes leyendo otra de Penny, Una revelación brutal,
que voy a ver si poco a poco me las leo todas (espero que solo una vez, aunque
con mi memoria esto de rellenar lecturas dará lugar a muchos errores en las
compras)
No me extiendo mucho – es buena pero no me ha gustado tanto
como otras – y aparte de al ya mencionado Thoreau también cita a Kipling y ese
poema de Kipling de “Si todos los hombres
cuentan para ti, pero ninguno demasiado. Serás un hombre, hijo mío.”, que le
lleva a este concepto “Tenía muchos
colegas, conocidos, compinches. Era un comunista emocional. Todo el mundo
contaba igual para él, pero nadie demasiado.”
Esta. Igual pòr ser mas primeriza, es un poco mas localista,
algo que hace que la traductora ponga una nota al pie para explicarnos que los quebequenses
usan términos religiosos – tipo cáliz o tabernáculo
– para maldecir; o referirse (ahora la autora) a Air Canadá como esa “La compañía aérea que cobraba por todo.
Beauvoir estaba convencido de que pronto pondrían una ranura para las tarjetas
de crédito al lado del oxígeno de emergencia.”, que igual se ha planteado más
de una aerolínea.
En este caso hay un par de cosas que no comparto como “Una vez oyó decir a un juez que la forma más
humana de ejecutar a un prisionero era decirle que era libre. Y entonces
matarlo.”, que dudo mucho; o incluso ese “No sé si alguien cuidaba de este hombre, pero, desde luego, el si se
cuidaba” seguida de “Que epitafio más
maravilloso – pensó Gamache – Se cuidaba.”, que espero me sea aplicable en la
acepción de vivir bien, dándole alegrías, y no en la (creo que más
generalizada) de llevar una vida sana, de deporte y dietas, que me parece de lo
más triste.
Y ya, si alguno habéis llegado hasta aquí, pues recordar (lo
digo sin motivo concreto, no seáis picajosos) “Pero no hay donde ocultarse de
la conciencia…. Al final te encuentra. El pasado siempre acaba encontrándote.”
Venga, disfrutad, asaltando el castillo.
Lecturas
The Mayors of New York - S. J. Rozan
A little life - Hanya Yanagihara
La tarde que Bobby no bajo a jugar - Maya Montero
Historias de la noche - Laurent Mauvignier
Un hombre bajo el agua - Juan Manuel Gil
Las propiedades de la sed - Marianne Wiggins
The Madness
of Crowds - Louise Penny
Un pueblo de Oklahoma - George Milburn
El percherón mortal - John Franklin Bardin
Cancelado - Percival Everett
Los impotentes - Nicolás Giacobone
Una revelación brutal - Louise Penny
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