Nota previa: pues sin saberlo (me he enterado al darle a "crear entrada") parece que estoy de aniversario y que esta en mi entrada 150... ciento cincuenta entradas y todavía no he cumplido, ni me he acercado, al objetivo inicial de este blog. Así de desastre soy, aunque la verdad es que esto del blog de libros, pues ni tan mal... pero... es el momento de decir que volveré a intentar reconducir mis textos hacia ese objetivo... (Por supuesto la palabra clave en esa frase es "intentar").
Creo que cada ve entiendo menos el mundo en el que vivo (estoy casi seguro de que ya he empezado alguna otra vez de una forma parecida, pero es que: cada vez entiendo menos) o lo que es lo mismo cada vez me sorprenden más algunas de las noticias que leo y de los comportamientos que veo en (los que se supone son) mis contemporáneos. Tantas noticias y cosas raras leo que estoy empezando a considerar necesario volverme un psicópata, no, no para ir asesinando (diezmando) a mis contemporáneos sino para dedicarme a escribirlas en una agenda en público, algo que (para mi) es incluso más psicópata que eso de ir diezmando la población, ya que cuando llego a esta hoja (bueno, pantalla) en blanco soy consciente de que se me han olvidado muchas de esas cosas tan marcianas que me gustaría comentar.
¿Cómo cuales, igual os preguntáis? Pues aparte del todo lo
relacionado con la política española (la escasez de argumentos, la necesidad de
“comprar el paquete completo” de todo lo que hace tu bando, el revival del
género epistolar y… en fin, podría seguir) o la no española (en serio, elegir
entre Trump, un tipo condenado por
varios asuntillos, o Biden que a
veces parece que no resistiría la emoción de ganar a su edad; incluso Milei y la extravagante pelea con los
ministros españoles; o el preocupante ascenso de los nacionalismos en un
organismo internacional, por no hablar de la extrema derecha ), y obviando
cosas como el cisma de las monjas de
Belorado, que he de reconocer me parece de lo más entretenido de estos
últimos tiempos, yo destacaría cosas como: que en el acto de celebración del Dia-D los paracaidistas ingleses que
participaron tuvieran que pasar por la aduana (y que los franceses facilitaran
estas imágenes), o en un tono más dramático (dejando claro que no tomo partido
por ninguno de los dos bandos, que para mí ambos son susceptibles de quedarse
sin estado y ninguno de los dos tiene mi respecto) casi cualquier noticia sobre
el tema Gaza/Israel y, especialmente las lecturas sobre las mismas me conturba,
me conturba mucho. No hablo tanto de los hechos, como de las lecturas: Israel
hace una operación en la que ataca dos edificios concretos y rescata a cuatro
rehenes (matando a cerca de 200 palestinos, no me olvido) pero es correcta la
lectura de “Israel vuelve a atacar un campo de refugiados, ¿vale olvidarse de
que era en ese campo de refugiados, y en esos dos edificios concretos, donde
estaban los rehenes? No lo sé, igual que tampoco estoy seguro de que si según
las propias estadísticas del ministerio de salud Gazati el porcentaje de “víctimas inocentes” (esto con comillas
muy grandes, ya que este concepto recoge todas las mujeres y niños, dando a
entender que todas las mujeres son “inocentes”
y, claro, todos los hombres “culpables”;
además de contar con la indefinición de niños, que no estoy seguro de que este
claro que es un niño y que un hombre) se ha reducido de estar por encima del
60% al inicio de la guerra (cifra que, sospecho, reflejaba la composición de la
población) a esta por debajo del 40% (en abril, último dato confirma por AP)
pues se puede hablar de que cada vez es “más
indiscriminada” la matanza de “víctimas
inocentes”. Que quede claro, aunque los dos comentarios que hago apunten en
la misma dirección, que yo estoy en contra de ambos, del comportamiento de
ambos (o de sus líderes y de los que los apoyan) y todo esto me parece una
salvajada sin nombre. Lo único que quiero decir esque me conturban mucho
algunas valoraciones: las más partidistas, esas que obvian parte de los hechos,
especialmente esas que me suenan a estar de parte de los Jedis (que aunque todos estemos a favor, más que nada porque no se
puede estar a favor del Imperio, que es claramente nazi, no dejan de ser una
secta con extrañas creencias y rituales) o que no se dan cuenta de que en la
primera película de Indiana Jones, las acciones de Indiana pues no cambian nada
en la historia como conjunto (si, Indiana no hubiera intervenido el resultado
global – desde el punto de vista de la historia – habría sido el mismo: los
nazis habrían abierto el arca de la alianza y todos habrían muerto) son
totalmente apriorísticas, sin ninguna reflexión sobre la totalidad. Ya veis,
este son el tipo de cosas que me inquietan, pero como pese a comprar cuadernos
como un psicópata todavía no me decido a usarlos en público (ni en privado)
pues muchas de estas inquietudes no os las puedo transmitir. Así que, pasemos a
las lecturas de este mes que, debido a mi estado anímico de semi-convaleciente,
pues han sido bastantes.
Mi plan para el primer fin de semana de mayo era marcharme a
Piles por lo que me había abastecido de lecturas (si, como no, en mi librería
de referencia, Méndez en la calle mayor que espero, aunque nunca coincidimos,
que sigáis visitando periódicamente) y ya tenía el coche alquilado cuando me
llamo la secretaria de “mi cirujana”
para ver si me quería operar justo antes del puente por lo que tuve que
suspender mi viaje (este y el de San Isidro, que también pensaba marcharme).
Pese a tener lecturas acaparadas ese fin de semana ya estaba disponible (para
allegados y por canales no oficiales) la nueva novela de Rafa, Cualquier cosa pequeña, e incluso había
plan de subir a Cercedilla para que nos fueran entregadas por el autor en
persona. La verdad es que yo no estaba de humor para subir a por mí copia, pero
me la hicieron llegar por lo que obviamente se convirtió en mi primera lectura
del mes. Es muy probable (seguro) que mi lectura de esta novela estuviera
bastante influida por mi estado general (lamentable) tras mi intervención por
lo que mi opinión sobre la misma pues no es para tenerla en cuenta, pero os la
contare de todos modos. Es buena pero no está a la altura de otras de Rafa, a
mí no me ha convencido… en parte porque, aunque Rafa diga que no conoce la
serie de “la casa de la ciénaga” (ya sabéis, esa cuyos títulos son animales
adjetivados), la verdad es que me la ha recordado mucho (si bien hay
diferencias ya que aquí los espías no han sido relegados a este departamento
por una, o más, torpezas históricas) y, bueno, eso es siempre un hándicap.
Tampoco me ha convencido, más bien me ha confundido, el excesivo uso de
arcaísmos del lenguaje (al parecer para conformar un lenguaje propio, e incluso
una gastronomía propia) que afortunadamente he notado menos que en su versión
en borrador. En cualquier caso, e incluso estando convaleciente y dolorido, es
una buena novela y tiene a) las típicas cosas geniales de Rafa (me niego a
escribir el autor) como esa sobre la edad de las mujeres “Las jóvenes ya no eran para él más que borradores de mujeres,
prefería esperar a que estuvieran pasadas a limpio, después de los cuarenta, en
edición corregida y aumentada.” con la que coincido, no estoy seguro de si
por voluntad o por imposición de la edad y b) el típico “error numérico” propio de filólogo en el que una laguna se
convierte en poco más que un estanque, o ligeramente superior a un charco
grande, con una profundidad media de poco más de un metro (algo más leve que el
propio de ese artista conceptual del que, ya, si eso, os hablo otro día para el
que una pizza de 1 metro cuadrado era aquella que medía 50 x50 centímetros). NI
que decir tiene que estáis tardando en comprar un ejemplar para leer y otros
cuantos, para regalar, en cumpleaños, bodas, bautizos, comuniones o simplemente
porque sí.
Todavía bastante dolorido escogí, entre mis compras, la más
larga: El pacto del agua, una novela
que sabía (por la contraportada) que era una saga familiar en el sur de la
India y que, obviamente, había escogido por el título que ya sabéis que yo pico
en todas las novelas que parecen tener relación con temas hídricos, y la India
con sus monzones y sus sequias pues parecía que podría dar juego en este
sentido. Pues, para nada. Se trata de una saga familiar pero unida con médicos
y una posible enfermedad o maldición que hace que al menos un hombre de cada
generación pues muera ahogado. Vamos, una chorrada que encima está salpicada de
términos médicos y de médicos en sí mismo, algo a lo que tampoco estaba yo muy
receptivo en esos momentos.
El único dato (en caso de ser un dato) relacionado con temas
hidráulicos que creo que hay (de temas no hidráulicos o hídricos que la
provincia de Kerala fuera el primer gobierno comunista elegido democráticamente
en el mundo es algo que desconocía completamente) es ese “Nosotros, los brahmanes, creemos que el océano está contaminado, por
lo que trasladarse por mar a un país extranjero corrompe el alma y uno queda
condenado para toda la eternidad…”, creencia tan tonta como cualquier otra
(sobretodo situada antes de principios del siglo diecinueve, cuando el mar
tampoco estaba tan contaminado) pero que en caso de que se extendiera a mas
religiones haría aconsejable mudarse a una isla y evitar en la medida de lo
posible que te alcancen estos maestros con sus simplezas como la que da título
a este libro: “El agua en la que entré
apenas unos minutos antes se ha ido hace mucho tiempo y, sin embargo, sigue
allí, con el pasado y el presente u el futuro entrelazados inexorablemente,
como si el tiempo mismo se hubiera encarnado. Ese es el pacto del agua: que
todos están ineludiblemente unidos por sus actos de acción y omisión, y que
nadie está solo.” Una total chorrada.
Pese a ser una novela bastante aburrida, sin especial
interés, si me ha gustado mucho eso de “Entiende
que él escucha como otros hablan, que hay elocuencia en esa clase de atención
tan poco común que el prodiga con generosidad. Es la única persona que conoce
que utiliza los dos oídos en esa proporción exacta: los oídos el doble que la
boca…”, algo que me gustaría practicar, creo que todos debemos ajustar esta
proporción.
He de reconocer que además de los términos hídricos e
hidráulicos, la presencia de cualquier variante de Nueva York en el titulo me
tiene ganado y seguramente haga que compre el libro, incluso si como en este
caso incluye a uno de los personajes cuyo comportamiento menos comprendo y
sobre el que me inquieta que pueda ser un referente positivo para algunas personas,
pero como no sabía si la referencia al personaje sería positiva o negativa pues
empecé con la lectura de Bartleby y yo.
Retratos de Nueva York. Lo primero que debería decir que me siento un poco
estafado por el subtítulo (ese “retratos”) que parece indicar que se tratara de
muchos, cuando realmente son básicamente tres: un escritor de obituarios del New York Times, un propietario de un
edificio en el Upper East Side y Frank Sinatra. Digo básicamente porque
de la que habla de estos pues habla de otros, bien porque están relacionados
con el principal o porque (en el caso de Sinatra) pues no le hace ni caso y no
consigue entrevistarle.
La verdad es que los tres temas son interesantes pero lo más
sorprendente es lo bien pagados que estaban en aquel momento los artículos, o
por lo menos, la cantidad de tiempo que se Talese
podía dedicar a ellos a gastos pagados, invirtiendo casi un mes (cuatro
semanas) para un artículo no especialmente conflictivo.
Lo que hace interesante estos “retratos” es como la atención
de cada uno de ellos va variando del sujeto principal a personajes o temas
secundarios (vamos, como divaga completamente, de vez en cuando) lo que hace
que de vez en cuando pues deje informaciones cuando menos curiosas sobre, por
ejemplo, los andamios de NYC que (sobre 2017) son un negocio de más de un
billón de dólares (no queda claro si billón americano o billón de aquí), que
representan 450 kilómetros de acera (mucho parece) y que en 2013 se pintaron de
verde para “armonizar cromáticamente” con una campaña de arbolado (queda
abierto al debate porque ahora, en gran parte,
son azules ¿se debe a que la ciudad se está hundiendo y que ahora quiere
armonizar con ambos ríos? aunque en ese caso igual un marroncillo claro sería
más adecuado o es para que parezca que hay más policía, o vete a saber; queda
la duda).
Razonablemente recuperado de mi intervención (ya sin drenaje
y sin puntos) quede con mi amiga Maria de la O para hacer otro intercambio de
libros, del que me lleve Mugre Rosa,
que no es un gran título todo sea dicho y que pese a que en el imaginario colectivo convencional el
rosa es un color difícilmente asociable a la mugre (casi incompatible para
muchos) la verdad es que para los que disfrutamos de una adolescencia en los
ochenta el rosa neón, verdaderamente sucio y lleno de mugre, es un color que
forma parte de nuestros despertares acompañados tras alguna noche complicada.
Igual por eso se me escapan algunas de las ironías del libro, o la metáfora poderosísima que es (según la
contraportada) todo el libro, igual mis códigos culturales son diferentes y
leer cosas como “… llegaría un momento,
si es que no había llegado ya, ningún animal en el mar que no fuera una
mutación.” no solo me pone nervioso,
casi en modo Goebbels, si no que me
tiene por me hace levantarme y gritar “pues
claro que ha llegado ya, pues claro, todo son mutaciones, una mutación
constante… que idea es esta, ¿una crítica a la mutación o solo a los GMO pero
solapada? De verdad, ¿en serio? ¿alguien está en contra del Golden Rice y
prefiere la ceguera infantil? Seamos serios.” Libros con ideas así,
solapadas en el texto, me atacan los nervios si es que las noto (que a veces ni
las noto, pero igual todavía estaba sensible).
En mi siguiente lectura, Los amigos de mi vida, los protagonistas son libios, jóvenes libios
que viven en el exilio en Londres (en un Londres distinto del marginal de los
árabes, que estos son libios de dineros) y la verdad es que pese a que esto
pueda resultar una cosa lejana pues la novela me ha gustado, incluso bastante.
Por una parte, me ha resultado educativa (a mi casi todas las novelas me educan
ya que mi cultura general tiene lagunas enciclopédicas) y no tenía ni idea de
que, en 1984, desde la embajada de Libia en Londres habían disparado a
manifestantes hiriendo a varios (entre ellos una policía) sin que pasara nada
especial.
Curiosamente, en una parte (que marque antes de empezar a
escribir pero que no recordaba antes) hay un dialogo que enlaza con el
principio de esta entrada “recordé sus
palabras: «Me he resignado a captar que vivo en
un mundo de insensatos…» recode lo feliz
que me hicieron entonces y como más adelante resonaron en las palabras de mi
padre, cuando hablamos del tiroteo y me dijo «La cuestión es, hijo mío – y sin
duda siempre es la cuestión más importante –, como escapar de las exigencias de
los insensatos.» La insólita simetría de ambas afirmaciones me impacto
poderosamente.” mira tú, que a mí también y también coincido
en cuál es la cuestión más importante, aunque todavía no me resigne a aceptar
este mundo de insensatos.
Como lector de poca movilidad que soy me ha encantado leer eso de “… como si lo que en el fondo le incomodaba no
fuera ver muchos libros, sino la estabilidad que entraña adquirirlos. Leer te
exige estar quieto. Lo mismo que la escritura.” Y también esto otro “…pedimos a los escritores lo que pedimos a
nuestros amigos más íntimos: que nos ayuden a canalizar e interpretar el mundo.”
En ambas cosas creo que tiene razón.
Un mayo
funesto, es la quinta entrega de la serie de meses del escritor escoces al
que de momento sigo considerando como uno de los grandes escritores de novela
negra actual (y eso sin conocer ni Glasgow ni Edimburgo, o igual por eso mismo,
que por no conocerlos me resultan creíbles sus historias). En esta entrega la
historia tiene un punto de complejidad, de duda sobre que está sucediendo, que
le aporta un toque bastante interesante (no os cuento más para no hacer
spoiler, y si recomendara libros os diría un leedla, pero... no digo más, que decía
aquel). Respecto a la suspensión de la incredulidad (una cualidad que, para mí
y a veces, deben tener desde los trucos de magia, hasta los libros) en este
caso queda reflejada en “Hacia años que
no veía a nadie beber laca con leche. No desde los días más oscuros de su
padre. Vertías la laca en la leche y la sustancia pegajosa que sujetaba el pelo
flotaba hasta la superficie. Lo apartabas y te bebías le leche, ahora mezclada con
propelente o alcohol o lo que demonios hubiera en el espray.” Que igual es
algo que nunca ha hecho ningún escoces alcohólico de los setenta pero que a mí
me resulta perfectamente creíble, aunque me resultara increíble de un alcohólico
español de los ochenta.
Por otra parte, aunque me ha hecho mucha ilusión ver escrita en un
dialogo la palabra “correveidile” porque es una de esas palabras de mi infancia
me sorprende mucho que el traductor o el autor (sospecho más del primero) la
use como sinónimo de chivato. Esto casi me estropea todo el libro, picajoso que
es uno.
Tras este nuevo
escritor le tocó el turno a un verdadero clásico del género negro – más bien
del pulp, pero “me abrumas con detalles” que dicen los argentinos, o que dice algún
argentino conocido – y me leí La Luna en
el Arroyo (de Goodis, autor que
entre otras cosas – como uno de los pocos libros que salvé enteros de casa de
mi abuela cuando la vendimos (los demás que tenia de pulp fueron “destrozados”
para hacer unos cuadros de portadas que adornaran Piles, cualquier día – es el
escritor de la serie El Fugitivo,
aunque en su momento no se lo reconocieran). Pues eso, un clásico del género
que contiene uno de los consejos más sabios que he leído (casi seguro que ya conocía
pues ya lo había aplicado) para recuperar
una noche perdida: “Mientras su cerebro volvía a funcionar, siguió con los
ojos cerrados y se dijo que no debía pensar en el presente, ni siquiera echar
un vistazo para ver donde estaba. Lo que tenía que hacer era volver al
principio del camino y seguirlo muy despacio y con cuidado para llegar a donde
estaba ahora.” En serio, si os pasara esto de encontraros en algún sitio y no
saber cómo habéis podido llegar hasta allí haced caso al bueno de Goodis; funciona.
Mi última lectura del mes, Un inmenso azul, es la típica
lectura que va contra mis principios de selección de lecturas ya que se supone
que todo es cierto, que no es un libro de ficción sino un libro sobre tema, curiosidades,
biografías, anécdotas y otros relacionados con el medio marino. Pero, como yo
soy un marxista grouchista, de vez en
cuando cambio mis principios y en este caso la referencia al medio hídrico supero
al hecho de que fuera de no ficción. A veces fallas, pero otras (como esta) aciertas
cambiando de principios como puedo comprobar tanto por el recuerdo que me ha
dejado como por la cantidad de marcadores que he puesto mientras leía. Creo que
es un nuevo record por página, y es que está lleno de curiosidades como porque
la velocidad en el mar se mide en nudos, o porque la profundidad se mide en
brazas y cuanto es una braza (1,80 metros, más o menos) o que se considera
fondo marino (que no es el fondo, sino todo lo que se encuentra por debajo de
los 300 metros, que es hasta donde llega luz) … en fin, un libro muy agradable
ya que para algunos “saber que lo
desconocido existe es insoportable.”
Y, para mí, al menos, no es solo lo desconocido sino lo
falso, o asumido como cierto en el imaginario colectivo, como eso de que las
mariposas monarcas recorren cada año la distancia hasta México y vuelven,
aunque “Como la mariposa solo vive un par
de meses, cada individuo no hace el viaje entero, sino que solo llega a su
destino la tercera o cuarta generación.” Que también es sorprendente pero
no es lo mismo que, por lo menos yo, pensaba.
También explica las diferencias entre la curiosidad perceptual
y la curiosidad epistémica, algo que hace de forma breve y de forma muy
comprensible (que os dejo consultéis) pero que en cierta medida encaja muy bien
con ese “Quien dice «creo» en el ámbito científico comete un
paralogismo. La ciencia es una actitud ante la verdad, no es la verdad es sí.
La ciencia es revisión permanente, una manera de pensar y un cuestionamiento
constante. Así, la ciencia es el opuesto a la convicción firme e inalterable.” Que es
(la ciencia) tan parecida a la curiosidad epistémica que os contare lo que dice
sobre ella “es el deseo de entender por
entender. La curiosidad epistémica se ve impulsada tanto por el deseo, el
placer de aprender algo nuevo, como por el miedo, la precepción insoportable de
que lo desconocido sigue existiendo. Es una especie de pasión por el saber en sí,
independientemente del provecho o del rendimiento que se le pueda sacar.”
No me digáis que no os gustaría tener curiosidad epistémica, que más imbéciles la
tuvieran.
Con todo, la mejor historia o concepto del libro es el de ese
panadero escoces que, por mera curiosidad, acabo aportando la prueba que cambiaría
una teoría asumida como cierta: “Durante
mucho tiempo se creyó que las especies que utilizaban la fecundación interna podían
descender de especies que no lo hacían, pero no al revés. SI se empezaba con penetración,
se seguía así en todas las generaciones siguientes… “algo que tiene más
implicaciones culturales de las que podrían abarcare en esta entrada pero que,
ya, si eso, pues comentamos otro día con unas cervezas (o un vaso de leche, sin
laca). Mientras tanto, pues ¡Divertíos asaltando el castillo!
Lecturas
Cualquier cosa pequeña - Rafael Reig
El pacto del agua - Abraham Verghese
Bartleby y yo. Retratos de Nueva York - Gay Talese
Mugre Rosa - Fernanda Trias
Los amigos de mi vida - Hisham Matar
Un mayo funesto - Alan Parks
La luna en el arroyo - David Goodis
Un inmenso azul - Patrik Svensson
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