El sueño de un hippie – Neil Young
Who I am –
Pete Townshend
El hijo
único – Anne Holt
El caso
birdman – Mo Hayder
Yo fui Johnny Thunders – Carlos Zanón
Un soplo de aire fresco – Don Winslow
Tras la pista del espejo de Buda – Don Winslow
Cold, cold
ground – Adrian McKinty
La muerte del padre – Karl Ove Knausgard
The
Wastewater plant – Dodge Winston
The Wrath
of Angels – John Connolly
Cuentos de la ballena azul – Jonathan Vidal
Si Agosto no te pilla preparado puede convertirse en un mes
de lecturas extrañas: si te vas de vacaciones acabaras leyendo todo tipo de
novelas en ediciones de bolsillo de las que venden en los quioscos de prensa o
en el Carrefour (algo contra lo que no tengo nada en contra, que quede claro)
porque seguro que no has sido previsor y no has cargado con libros suficientes
para todas las vacaciones ( siempre acabas leyendo más de lo que pensabas, es
inevitable), si no te vas de vacaciones
lo más probable es que el cierre de tu librería habitual te obligue a visitar
sitios un poco menos agradables (La casa del libro, El corte inglés, la FNAC o
incluso La Central) para abastecerte.
Ya, ya sé que ahora vosotros tenéis una solución a este
problema (si os quedáis sin vacaciones, o si vuestras vacaciones os acercan a
Madrid, que de todo hay en la viña del Señor) al contar con la Librería Fuenfria de Cercedilla que
abre todo el verano (las otras tres estaciones, también; que lo sepáis, así que
no tenéis excusa para no visitarla) y que además de lectura os proporciona una
excusa para ir a visitar la sierra y que podáis “aprovechar” los días de verano y así os podáis sentir mejor por
eso de ir al campo en lugar de estar en casa tranquilos que para vuestra mente
judeocristiana es como mucho mejor que darse
a la pereza de estos días (solo Dios sabe porque).
Obviamente, por mi incapacidad para ir al campo (mucho menos
en los meses de verano) yo opte por abastecerme en exceso y de extrañas
lecturas en la librería Méndez de la calle mayor, por lo menos hasta que me
marchara de vacaciones a Piles y me dedicara al apasionante mundo de las
lecturas de quiosco y/o de grandes superficies,
de hecho pensaba abastecerme de una colección de novela negra que, a
precios ridículos y a un ritmo de un libro cada dos días, El Pais (creo) anunciaba con sacar este verano. Un buen plan para
releer (algo obligatorio en verano) e incluso, con mucha suerte, descubrir
algún autor nuevo y con la ventaja añadida de no tener que transportar libros a
la ida ni a la vuelta.
Abastecerse “en
exceso” nunca es fácil, si simplemente abastecerme ya me cuesta lo mío y,
como ya sabéis, acabo comprando los libros por los motivos más absurdos y sin
ningún criterio discernible. Como para abastecerme en exceso, eso iba a resultar difícil.


¿Biografías, estáis murmurando? Pues sí, ya os digo que no
habría comprado ninguno de los dos por separado (de hecho ya había visto ambos
más veces y nunca me habían apetecido) pero los genios malignos de la
mercadotecnia me obligaron. Si, lo reconozco, yo soy de ese tipo de persona que
siempre acaba comprando las chorradas que colocan cerca de las cajas a la
salida, o un producto más caro solo por no agacharme a coger el que esta de
oferta en la balda del suelo. Pero ¿biografías, si tú despotricas siempre de
las biografías? ¿Biografías? ¿Dos? En fin, otro triunfo de los genios malignos
sobre la humanidad.
Pues sí, las compre y no solo las compre, si no que de hecho me reafirmo en que las biografías me parecen una mierda, salvo escasas pero honrosas excepciones. Estas no lo son. A ambas les pasa lo que a casi todas las biografías: les falta sinceridad y las partes más interesantes se quedan claramente fuera. Supongo que esto es casi inherente a la escritura autobiográfica y se debe a que aunque uno quiera ser sincero y contar las cosas que le han pasado, uno se siente limitado para contar cosas de otras personas, aunque sean verdad, y como norma general la vida de una persona es interesante pero por sus relaciones con otras personas. La vida no es solo un deporte de contacto, si no que es un deporte de grupo: a uno solo no le pasa nada especialmente interesante, las cosas interesantes siempre implican a más personas, y claro si no se quieren contar cosas de otras personas pues no se puede contar casi nada interesante.
Eso sí, a veces la visión tan parcial que uno tiene de las
cosas, donde tiene uno la raya que separa la normalidad de lo raro, resulta
sumamente educativa/curiosa. Así cuando Neil Young recuerda la actuación como
equipo de seguridad de los Hell’s Angels en el concierto de Altamont parece
encantado con la misma y comenta casi como un logro “solo hubo un homicidio durante el concierto”. Sí, es posible que
con la cantidad de gente que había un solo homicidio fuera un logro del
servicio de seguridad pero, no sé, parece que, cuando menos, es uno más de lo
deseable. No sé, a mí un homicidio me parece un fracaso del servicio de
seguridad, eso sin considerar que el homicidio lo llevo a cabo el propio
servicio de seguridad. No sé, ya digo, la normalidad de cada uno es
probablemente anormal para los demás: “No
se puede tener todo. O eres roquero o no lo eres”.
En cualquier caso la lectura de ambas seguidas,
especialmente teniendo en cuenta mi incapacidad para retener información, me ha
resultado educativa ya que ambas están planteadas de forma totalmente
diferente. La de Neil Young no es un libro como tal (como yo lo entiendo)
siendo más bien la transcripción de pensamientos dictados directamente sin
ninguna revisión (algo con lo que igual bromea una de las pocas veces que dice
habla de un acto ilegal de otra persona, “¡No
he dicho nada! ¿el micrófono estaba encendido?” o algo de lo que ni
siquiera se ha preocupado), la de Pete Townshend si lo es y se ve un esfuerzo
de escritura (suyo según todos los indicios), estando organizado y siguiendo
una pauta normal.
Pete Townshend resulta creíble cuando admira a la gente que
ha conocido a lo largo de su vida (también cuando odia a otros) e incluso hasta
cuando no cuenta algo, como al hablar de los conciertos de Hendrix, lo hace con
estilo: “Dudo un poco al describir lo
extraordinario que era velo actuar, porque no quisiera que sus legiones de
jóvenes fans sintieran lo que se han perdido. Todos nos hemos perdido algo. Yo
me perdí a Parker, Ellington y Armstrong.”; Neil Young, no, probablemente
porque no admira a nadie tanto como a si mismo e incluso aprovecha el libro
para convencer de que es la única persona que sabe de sonido y que es
incomprensible que su sistema de almacenamiento de sonido no triunfe y si lo
hagan otros sistemas. Él es el centro del universo, no solo de su universo (que
cada uno somos el centro del nuestro), si no el centro del todo el universo, a
veces todo el universo. “un hippie con
demasiado dinero es capaz de cualquier cosa”, dice el como algo bueno;
vale, yo lo leo de otra forma.
Supongo que igual debería comentar que a mí siempre me ha
caído mucho mejor Pete Townshend que Neil Young y que puede que esto influya en
mi lectura, pero paso de comentarlo. Os aseguro de la de Townshend es mucho
mejor libro (¡por lo menos es un libro!) sin ningún tipo de parcialidad ni de
imparcialidad.
Lo que si comentare es que mi compra en exceso no fue tal, en un sentido estricto, ya que prácticamente
había acabado estos libros a primeros de agosto y si no los he considerado de
julio es solo porque me parecía que había leído mucho en julio.
Así que a primeros de agosto ya me encontraba sin reservas,
con la librería Méndez cerrada, con
Cercedilla a la distancia habitual (o un poco más por eso del verano) y en
Madrid. Ciertamente podía haber seguido con mi plan de comprar la colección de
novela negra del verano pero, no sé porque, me parecía un plan adecuado solo
para Piles.
Esta vez decidí darle una oportunidad a La Casa del libro y
me pase por su nuevo edificio (si, ya lo sé: lo abrieron hace el número de años
suficiente como para que lo de “nuevo” carezca de sentido pero, que queréis que
os diga, para mi La Casa del Libro es la de la Gran Vía, esta pues como que
solo es el nuevo edificio).
No me apetecía mucho, pero era necesario ya que no sabía
cuándo se concretaría mi visita a Piles, no me apetecía mucho porque en estos
sitios en los que están todas las novedades, sin criterio especial, me resulta
muy difícil escoger un buen libro. Al fin y al cabo, para mí, la función del
librero (tarambana o no) es la de seleccionar las cosas que merece la pena
poner a disposición de sus clientes, realizar un filtrado inicial que les
facilite la vida, conocer a sus clientes y por eso estaría dispuesto a pagar
más por un libro (ya, ya sé que no se puede, que el precio es fijo).



Con esto conseguí entretenerme hasta que llego el día en que
al final me marcharía para Piles para pasar unos diez días (eso pensaba yo)
descansando, pasando algunos ratos leyendo en la playa, tomando unas
cervecitas, leyendo un rato por la tarde y tomando otras cervecitas, incluso
montando en bicicleta y sin hacer nada productivo, ya que han sido dos años de
muy poco trabajo en los que ni siquiera me he encontrado con las fuerzas para hacer
muchas de las cosas que tenía atrasadas precisamente para un momento como este.
Además había encontrado la excusa perfecta para salir de Madrid ya que tenía
una reunión en Murcia que justificara mi visita (aunque no necesitara una
excusa).


Al final solo pude estar en Piles un par de días ya que tuve
que volver para preparar una oferta para realizar otro proyecto, ya que con el
poco trabajo que hay no podía desperdiciar la oportunidad. Hay que ganar algo
de dinero para pagar tanto libro y otras cosas. Afortunadamente, el retorno fue
provechoso y me han dado el trabajo así que ahora estoy proyectando la segunda
ampliación de una estación depuradora que proyecto mi padre en los ochenta y
para la que yo hice un proyecto de ampliación (que no gano) a finales de los
noventa. No sé si es un record pero debe de estar cerca esto de trabajar tres
veces en la misma depuradora, igual consigo batirlo en otra década.
Con mi vuelta a Madrid mi plan de comprar la serie de novela
negra del verano fracaso y volvía a estar en la ciudad, otra vez sin lectura.
Eso sí, para entonces la librería Méndez ya estaba operativa lo que facilitaba
el tema adquisiciones notablemente, sin necesidad de visitar la sierra de
Madrid (algo que me apetece hacer) o las grandes superficies (algo que no me
apetece especialmente).

No es una mala novela pero es de las que no están a la
altura de lo que uno espera (mucho de Winslow, aunque ya había tenía algunas
decepciones con el anteriormente) y eso que está llena de frases realmente
estupendas como “el café se le subió
directamente a la cabeza, agarro su resaca y le soltó un par de bofetadas”
o “la paranoia es como el cinturón de
seguridad: es cuando no te lo pones cuando sufres el accidente” sin olvidar
la que me parece una gran pregunta metafísica (para la que no tengo respuesta):
“¿le habría gustado a Judas el vino de la
ultima cena?”. Ya digo, una novela que si fuera de otro sería buena o muy
buena pero que para Winslow pues se queda en normalita.
Liquidada esta deuda ya podía visitar la librería Méndez. Esta
vez solo estaba el mayor de la hermanos (digo hermanos, aunque cada vez estoy
más seguro de que no solo no son hermanos, si no de que ni siquiera son familia
pero la realidad no es tan importante como la gente cree). Como siempre elegí
mis libros tranquilamente y los lleve a la caja para pagar y fue entonces
cuando el mayor me dijo “una gran elección, me han dicho que este libro es
excelente”. Una frase normal pero que a mi me extraño ya que generalmente, pese
a confiar en la opinión solapada de mis libreros, no suelo comentar con ellos
lecturas y mucho menos suelen alabar las cosas que me llevo. Puede que porque
normalmente no acierte con lo que hay que llevarse o puede que sea porque yo no
transmita ganas de charlar o la necesidad de reafirmación de otros clientes
pero es raro que hable con mis libreros de libros.
La única vez que recuerdo haber hablado con un librero
porque el alabara los libros que compre fue en Maine (creo) en una librería de
segunda mano a la que había ido con mi hermano Rafa. Rafa llevaba ya bastante
tiempo viviendo allí y visitando al librero con cierta asiduidad, ya que al
parecer era todo un personaje (el librero, digo. Rafa también pero eso ya lo sabéis)
que incluso había estado en la guerra civil española y Rafa intentaba que le
hablara comprándole las cosas más intelectuales que se le ocurrían a ver si
entablaban conversación, pero el otro no soltaba prenda. Rafa compraba sus
extrañezas y el librero se las cobraba prácticamente sin mediar palabra
mientras Rafa se mordía la lengua para no iniciar la conversación. El caso es
que yo escogí dos o tres libros, que por supuesto a Rafa le parecieron
completamente fuera de lugar y sin ninguna relevancia para su plan de conocer
más de librero y fuimos a pagar. A pagar, yo, mientras que Rafa tenía la
esperanza de que igual el librero comentara algo de la compra infantil de su
hermano menor y aunque fuera por esta ironía poder comentar con el librero.
El librero coge el primero de los libros que yo había
elegido, lo mira, me mira… y dice (traduzco libremente) “excelente elección ¿le gusta a usted Mamet (creo que era)? No es
habitual por aquí”; coge el segundo libro, lo mira, me mira y dice “ciertamente excelente. Definitivamente ¿Usted no es de por aquí, no? No, no se
ofenda, es solo que no suelo tener clientes que hagan tan buenas elecciones”.
“No, soy español” le informo yo, ante
la mirada atónita y alucinada de mi hermano. Así que el librero se traduce a sí
mismo y dice en perfecto español “¿Español?
Hombre, que curioso, yo estuve en España… en la guerra civil, en el bando de
los republicanos…no se ven muchos españoles por aquí” y se pone a contarme
parte de su vida y milagros.
Afortunadamente, Rafa consigue salir de su estupor y se pone a conversar con el
librero y a comentarle que soy su hermano, que el también es español y
republicano. En fin, que más o menos, se cumplió el objetivo de Rafa de conocer
a aquel librero aunque fuera por mi lamentable
colaboración.
Si bien le hizo ilusión conseguir hablar con el librero, del
que creo que luego se hizo amigo, no dada crédito a que le hubieran interesado
mis selecciones más que las que el llevaba haciendo, así que la aventura le
dejo con un poquito de resquemor.
Resquemor que podríamos decir que empeoro cuando unos días después fuimos a
visitar a Lidia (a New Hampshire, creo) y le conto lo acontecido con el librero
(razón por la que yo la conozco) buscando su comprensión mediante el método de
enseñarle el segundo libro, la mierda esa
era como lo denominaba, que había comprado.
Lidia, tampoco lo conocía, le parecía que debía ser una
porquería (es verdad que la portada parecía indicar que lo era) y me pidió que
se lo dejara para ojearlo un poco en el baño antes de emitir un veredicto
completo.
A las tres horas (o un poco menos), o igual cuando llamo
Claudio (vete a saber, al fin y al cabo nosotros estábamos tomando unas copas),
puesto que no volvía, decidimos ir a ver si le había pasado algo.
Llamamos a la puerta y le preguntamos si había algún problema.
Ella, toda sorprendida y digna (pensaba que llevaba tan solo unos minutos,
igual un poco más, pero nada excepcional),
nos dijo que “No, no pasa nada. Solo
estaba ojeando esta mierda, ahora mismo salgo”.
Y salió, aunque aún tardo un poco.
Seguimos tomando alguna copa pero ella estaba un poco tensa,
como distraída. Al poco, se despidió de nosotros y se retiró a sus aposentos
diciendo que estaba muy cansada y que mañana tenía un día complicado. No
volvimos a verla hasta la mañana siguiente cuando nos despertamos y ella ya
estaba tomando café en la cocina, claramente sin haber dormido, pero ya en las
últimas páginas del libro.
Todos (también estaba José Manuel, creo) la miramos
sorprendidos, mientras leía las últimas páginas, dejaba el libro con cara de
agotada y como toda explicación decía “pues
no está mal esta mierda... pero tampoco es gran cosa”. Pues, vale.
Realmente Rafa no daba crédito. Primero se sentía
traicionado por el librero y ahora por su casi-hermana y encima en su
territorio (los libros) y por su hermano pequeño. No daba crédito pero no os
diré si él se leyó el libro, la mierda
esa, o no; de hecho tampoco os diré cuál era la mierda esa porque: divago, si eso, pues ya os lo cuento otro día.


Aunque soy plenamente consciente de que amazon tiene una extraña
política de envíos y de que yo tengo contratado un servicio por el que me
cobran un tanto anual, independiente del número de envíos, aproveche para pedir
la última novela de Connolly por aquello de ahorrar
(aunque no me supusiera ningún ahorro). Es más, creía haber oído que Connolly
había sacado no solo una novela si no que había sacado dos este año, por lo que
comprobé las fechas de edición y pedí las dos últimas editadas. Dos Charlie
Parker seguidos es algo que cualquier persona necesita, casi igual que verse
una temporada de 24 toda ella seguida, ya que cuesta dejarlas y da pena que se
acaben. Es verdad que The wrath of
angels está lejos de lo excelente que es Todas las cosas muertas, la primera de la serie y que para mí está
en el top-ten de comienzos de novelas (un día hare una selección de mis
comienzos de novela favoritos) y que la historia de ángeles y demonios ya ha
evolucionado hacia una saga sin final posible; con todo Connolly sigue
teniéndolo y sus novelas siguen siendo verdaderamente entretenidas. Esta también, aunque la historia sea
tan solo una excusa para algunas reflexiones interesantes, siendo mi favorita
de esta novela: “previous generations
wanted to be governed by men, who were smarter than they were, while today’s
voters preferred to be led by those who were as dumb as themselves” y por
supuesto para frases ingeniosas como “CSNY,
Four way street, couldn’t be more mellow if Buddha himself was on backing
vocals”, especialmente apropiada después de leer la biografía de Neil Young.
Con esta novela daba debería dar por acabado el mes pero uno
de los últimos días apareció en la mesa de mi oficina Cuentos de la ballena azul y tuve que leérmelo por la curiosidad
que siempre despiertan las cosas escritas por conocidos. Se trata de una
recopilación de artículos sueltos que la verdad es que no tienen más interés
del que podría tener este blog y (sí, soy vanidoso) mucha menos gracia que este
blog. Jonathan es una buena persona y estoy convencido de que en su vida hay
historias verdaderamente divertidas (al fin y al cabo ha sido músico y promotor
musical durante muchos años) y sin embargo hasta cuanto puedes averiguar que la
historia que cuenta podría ser realmente divertida, no tiene ninguna gracia
contada por él. Eso sí, ahora que sé que ha sido fan de Jackson Browne (el de la sensacional y horterisima Stay, aunque tiene muchas otras canciones excelentes) tengo
que buscarle una buena canción, babosa a ser posible, para ponérsela la próxima
vez que coincida en el Wurlitzer con él, o la siguiente en que coincida en un
concierto en el que vaya de punk-rocker profesional a ver cómo reacciona, si se
pone a bailar, se hace el sueco o que.
Solo espero que no se me olvide ya que estas pequeñas
alegrías son las que hacen la vida realmente divertida. En fin, que al final se
me ha vuelto a ir la mano con las lecturas y con las historias pero ahora que
tengo trabajo estoy leyendo menos así que el mes que viene seguramente mi
comentario de textos sea corto (para compensar) aunque espero escribir más a
menudo. Pero divago, si eso, ya os lo cuento otro día.