Se me sigue acumulando “el trabajo” y la verdad es que me empieza a bloquear tener ya varios meses de retraso en esto comentarios de mis lecturas. En parte es por el “trabajo real” que últimamente me tiene un poco desbordado, no tanto por la cantidad ni por la calidad, sino porque cada vez me siento más torpe haciéndolo (aunque quiera pensar que es porque cada vez me vuelvo más maniático por lo que, sencillamente, tardo más en que las cosas estén como me gustan), y por otra parte es por el seguimiento de las obras de Piles ya que al final estoy yendo prácticamente un fin de semana sí y otro no, algo que obviamente me quita bastante tiempo para dedicarlo a esto (sobre todo porque no puedo escribir sobre libros en Piles – en realidad en Piles es difícil hacer cualquier otra cosa que no sea vaguear o leer ya que “baja mucho la tensión arterial” y resulta difícil concentrarse en esas condiciones de presión y vistas al mar. Pero la verdad es que, a veces, lo consigo y ahora que ya he dejado un ordenador allí pues lo consigo mas).
Vamos, resumiendo que entre pitos y flautas no consigo avanzar
con mis comentarios, pero el tiempo sigue pasando y las lecturas a comentar se
me siguen acumulando. Si el ultimo era de atrasos esta vez he decidido escribir
sobre el que me corresponde dejando los atrasos para otro día, algo que
sospecho tiene que ver que este mes de enero he leído auténticos tochos por lo que tengo menos que
comentar. Es verdad que me gustaría hacer una introducción comentando mi estado
general de ánimo pero, entre que podría decir que no es bueno , tampoco es malo
ya que tengo algún proyecto que puede ser prometedoramente divertido en
perspectiva (que cada vez que lo pienso me hace recordar ese “Fue domingo en las claras orejas de mi
burro, de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza)” del que, ya,
si eso, os cuento otro día) y los ya mencionados atrasos y trabajos pues me voy
a poner directamente al tema en cuestión.
Casi todos los eneros me pasa lo mismo: como siempre espero
que me regalen algún libro por navidad, cosa que últimamente nunca sucede por no
sé qué excusa de que es muy difícil regalarme libros ya que soy un poco maniático
o que leo mucho que no sé porque, extrañamente, no es aplicable a jerséis y
cosas parecidas, en las que sí que soy maniático y realmente tengo muchos más
de los que necesito, pues al final empiezo enero prácticamente sin nada que
leer. Normalmente, consigo que me quede algún libro, pero este año no tenía
nada a primeros de año así que tuve que recurrir a elegir entre los ya leídos
que se acumulan en casa y me decidí por La
sanción del Eiger que, pese a ser de uno de mis autores favoritos es, creo,
la novela que menos me gusta de él. Creo que esto es debido a una película –
bastante maleja – en la que Clint Eastwood hace de protagonista y que, aunque
es bastante fiel al libro le falta interés. Aunque Eastwood lo hace bien – con su
cara de palo – no tiene ese toque de psicópata del Jonathan del libro el que
cuando alguien le cuenta de las infidelidades de su esposa “experimento esa desagradable
combinación de compasión y asco que siempre sentía ante un sentimental,
especialmente sobre los que no sabían ejercer un control sobre su vida romántica”.
Mi frase favorita de toda la novela, que creo que es
aplicable también a nuestro gobierno en estos días es “Parece que a nuestro gobierno le divierte jugar a la ruleta rusa con
pistola automática” ya que no hay otra forma de explicar algunas de las
cosas que hace últimamente. Pero, prefiero no entrar en este tema. Una buena novela,
pero, para mí, la peor de Trevanian. (debo comentar que la portada que he puesto no es la de la edición que he leído, que es muy anterior: concretamente la mía es de 1974, una segunda edición que siempre - bueno probablemente solo desde 1974 - había visto en casa en una colección de novelas de la editorial Noguer, que creo desapareció prácticamente al completo).
Obviamente, en cuanto paso el furor de la devolución de los
regalos navideños y de la asistencia a las rebajas y las calles se vaciaron un
poco, me acerque a mi librería de referencia (ahora tras el cierre de la librería
Fuenfría ya no tengo que aclarar que me refiero a mi referencia en Madrid, la librería
Méndez cuya modernización para este año ha sido la de cambiar las bolsas de plástico
o papel por unas bolsas de tela, unas tote-bags) a ver qué novedades había y la
primera que vi, Los pecados de nuestros
padres, pues tuve que comprarla ya que su autora había sido una de mis
autoras favoritas hace unos años pero había desaparecido del mapa (ahora sé que
es que no había escrito nada en todos estos años desaparecida y que no era torpeza mía para localizar libros suyos).
Ahora miro el canto del libro – donde pongo mis marcadores –
y veo que está lleno, que esta tan lleno que debería seleccionar que comentar
sobre este libro, o no, ya que es muy difícil: acortare la versión de la autora
del Jonás bíblico (el de la ballena) que se enfadó con Dios ya que este le había
mandado a Nínive para predicar que iban a ser aniquilados pero que cuando llego
allí (después del episodio de la ballena que se debió a que en lugar de ir a Nínive
se fue a Tarso) los locales mejoraron su conducta por lo que Dios decidió no
aniquilarlos, algo que sentó fatal a Jonás ya que ese cambio pues socavaba su reputación
como profeta. Eso es celo profesional y, creo, que un enfado con razón, ni Dios
puede cambiar tanto de opinión ¿no?. En cualquier caso, fascinante.
Podría dejar fuera de este comentario algunas curiosidades
como que Siving no es un nombre sino un apodo que le dan a un sueco “por la abreviatura que aparecía en el listín
telefónico, ‘civ.ing.’”; o que el termino Battle Royal (tan asociado a películas asiáticas) realmente viene de
un entretenimiento de los dueños de plantaciones del sur (de estado unidos,
entiendo) en el que ponían a luchar a muerte a esclavos hasta que solo quedaba
uno “sobre el que se vertía dinero como
si de lluvia se tratara”; o de que en Suecia “Esta permitido por ley azotar a los niños, pero no maltratarlos”
algo que, así en principio, pues parece claramente contradictorio, o
directamente inviable ¿azotar sin maltratar?, raro pero así son los suecos.
Pero, de ninguna manera puedo dejar fuera de mis comentarios
esas dos frases/conceptos excelentes: “Piensa
que hay que tener la esperanza de que no exista ningún dios, no quiere que haya
ningún testigo de lo que acaba de pasar” que quien más quien menos ha
sentido alguna vez; o esa de “Pide perdón
por lo menos – pensó – Tampoco es tan difícil. También es una cualidad propia
de los adultos. Saber que no todo es siempre culpa de otro” que, por lo
menos yo, creo que sería necesario grabar a fuego en mucha gente para que
entendieran el concepto de que a veces uno tiene la culpa.
Uno de esos libros que uno espera que su familia le pueda
regalar por navidad era precisamente Gravedad
Cero que es lo que en casa siempre hemos definido como un “libro de cuarto
de baño”. Porque si, en casa creemos que hay libros que son para el cuarto de
baño, no porque sean malos sino por sus características: cosas cortitas que son
divertidas y que tampoco pasa nada si las dejas a mitad y las retomas en la
siguiente visita. Woody Allen tiene gracia, siempre la ha tenido en sus
neurosis que hace que se le ocurran ideas, comparaciones o exageraciones que
resultan divertidas; sin embargo, este me ha parecido bastante flojo. Hay cosas
divertidas pero ninguna que merezca una buena carcajada, ni una buena sonrisa
ni, la verdad sea dicha, deje un poso especialmente gracioso. Está bien, pero,
decepciona un poco.
Mi última lectura del mes ha sido La fábrica de canallas que es uno de esos libros que esperas que
sean muy buenos porque tiene casi 950 páginas y si es malo, a menos que sea muy
malo, continúas avanzando con la esperanza de que mejore y si no lo hace cada página
te cuesta más, pero sigues sin dejarlo. Este ha sido el caso, no es lo
suficientemente malo como para decir “hasta aquí” pero desde luego no es nada
bueno, así que he ido arrastrando su lectura casi como si fuera una penitencia,
pero sobre todo porque me daba pereza volver a atravesar la puerta del Sol, donde
ha vuelto a empezar la búsqueda del tesoro perdido de Madrid, haciendo esta
parte de la ciudad, sencillamente, intransitable. En principio no tenía mala
pinta ya que era la historia de dos hermanos que empiezan siendo nazis – uno con
más convicción que el otro – para acabar pasando por distintos servicios
secretos, a medida que cambian – el otro con más convicción que el uno – de chaqueta
y convicciones.
Tal vez la única parte verdaderamente interesante es el
comentario de que en 1968 se publicó en Alemania una ley cuyo objetivo era
modificar las leyes de tráfico, al que jocosamente apodaban “la tontería del tráfico” pero que introducía
una enmienda al Código Penal Alemán para reducir el periodo de caducidad de
determinados delitos y las penas por complicidad en determinados delitos de tráfico
(p.e. no considerar cómplice del accidente – asesinato si producía muerte – al copiloto).
Algo que parecía inocente y razonable pero como era una enmienda al Código Penal
permitía que estos “atenuantes” se
aplicaran a otro tipo de delitos, concretamente al colaboracionismo con el régimen
nazi y a la participación en crímenes de guerra. Casi nada, pero sintomático. Por
supuesto la tesis del libro es que esta modificación se introdujo precisamente
por parte de algunos exnazis (dudo que exista este concepto en realidad y no
por lo de nazis, sino por lo de ex) que estaban en el gobierno y que la introducción
de la modificación en un texto, en principio, de escasa importancia y sin
ninguna relación con otros textos legales pasaría completamente desapercibida
(como más o menos fue) y yo, personalmente, no me atrevo a dudar de esta tesis
que más que considerar el hecho como un error sin intención responde a unos
intereses claros y a una voluntad de ocultación también muy clara. Por supuesto
no tengo nada con lo que apoyar esta teoría conspiranoica pero he visto cambios
legislativos muy importantes que se han introducido en leyes sin ninguna relación
con el texto que de verdad quieren cambiar y parece una práctica habitual eso
de agrupar un montón de cosas dispares en una sola ley, o decreto, poniendo
unas buenas – innegablemente buenas – con otras que son completas majaderías de
forma que o se aprueben todas a la vez (las buenas y las majaderías) o te veas
obligado (yo no, creo que tú tampoco; aquí hablo de los políticos) a dejar algo
innegablemente bueno sin aprobar.
Sí, no digo que siempre sea así, pero hay demasiados casos
en los que esto sucede en este país y, por lo que leo, no solo en este país.
Pero, ya, si eso, lo comentamos otro día que con esto llego al final de una página
y ya solo me queda recordaros que ¡Disfrutéis asaltando el castillo! (que no,
que no es un slogan político, por mucho que en este contexto suene a llamada a
la rebelión; nada mas lejos de mi intención que este tipo de cosas para las que ya estoy demasiado cansado y desinteresado)
Lecturas
La sanción del Eiger -
Trevanian
Los pecados de nuestros padres - Asa Larsson
Gravedad cero - Woody Allen
La Fabrica de Canallas - Chris Kraus