domingo, 10 de abril de 2016

Comentario de textos - Marzo 2016


Hay que matar a Lewis Winter – Malcolm Mackay  
El matón que soñaba con un lugar en el paraíso – Jonas Jonasson
Memoria total – David Baldacci
Entry Island – Peter May

No tengo ninguna gana de escribir esta entrada sobre libros, preferiría escribir sobre otras cosas que tengo en la cabeza pero tampoco me siento con ganas de escribir sobre ellas, o mejor dicho: tengo ganas de escribir sobre ellas pero no sé cómo hacerlo, ni siquiera tengo claro si sería capaz de escribir sobre ellas. Sospecho que no, que no, que no sería capaz de escribir y que si supiera hacerlo no me gustaría escribirlo.

Lo que me gusta de escribir, como de casi todas las cosas, es que alguien se ría, que sea un poco más feliz, aunque sea durante unos breves segundos; si tengo la posibilidad de hacer un chiste, lo intentare: la posibilidad de hacer una broma es para mí como el color rojo para los toros (en la cultura popular ya que al parecer en la realidad los toros no reaccionan especialmente al color rojo).

Para mí el mejor momento de escribir es cuando veo a alguien – generalmente a mi hermana Helena – leyendo mi blog en su móvil y le sube una sonrisa a la cara o dice una de esas frases que prácticamente usa siempre conmigo (aunque no solo conmigo) y que forman casi el noventa por ciento de los comentarios que me dedica, tipo “eres más tonto” o “menuda chorradas que dices”. Sin embargo creo que últimamente tengo “menos gracia” y cada vez son más escasas las sonrisas que arrancan mis lecturas en mi hermana… necesito recuperar el buen humor que he perdido.

Por supuesto también son grandes momentos cuando alguien deja un comentario, aunque en general sea para decir que lo que cuento no sucedió como lo he contado, que ellos estaban allí (problemas de poner nombres completos de los protagonistas y  de esa afición que casi todos compartimos de buscarnos de vez en cuando en la red) y que nada de aquello sucedió como yo lo recuerdo. Lo cual me extraña mucho porque en general yo también estaba allí y os puedo asegurar que las pocas historias que os he contado sucedieron como os he contado (igual con algún detalle no del todo correcto). Todos sabéis de mi afición a la verdad (a los paréntesis) y a los datos verificados y sobretodo mi casi total, absoluta y literal memoria.

Tal vez por ello no quiera, no pueda o no sepa contar esas otras cosas que ahora están alojadas en mi cabeza; porque no hay casi ninguna forma de extraer una sonrisa de ellas y porque no quiero mencionar a ninguno de los personajes ya que son cosas que requieren un cierto control del flujo de información (que dicen en los libros que venden en los aeropuertos y que tanto daño han hecho a una generación convencida de convertirse en grandes gestores, bueno, en aquellos que no incrementan las capacidades psicológicas de sus lectores con una colección de tópicos de preescolar).

Sin embargo siento que por lo menos tengo que comentarlo para evitar que se quede estancado en mi cerebro (algo que en las opiniones medicas consultadas, y de acuerdo con estrenos TV, nunca no es una buena cosa) y aunque no lo cuente para comentarlo con nadie igual puede ayudar a justificar un poco de mi mal humor o de mi concentración de estos días (o de los próximos).

En fin, vamos a intentarlo.

Hay gente a la que nos resulta difícil etiquetar como amigos (no, no hablo del Facebook donde para etiquetar a alguien de amigo no necesitas nada especial; si no de la vida real), no son gente a la que llamarías un día que estas un poco abatido para salir a tomar una cerveza ni a la que llamarías para contarles un problema que sepas que no pueden solucionar y que sin embargo conoces desde hace más de la mitad de tu vida, los ves ocasionalmente y te preocupa que las cosas les vayan bien. Son ese tipo de gente que si te llaman para tomar una cerveza, aun cuando no sepas si están abatidos, quedas con ellos inmediatamente; ese tipo de gente que si te llama para pedirte que les soluciones un problema que tú no puedes solucionar, no dejas de intentarlo por esa pequeñez de que no puedas aportar nada. Ese tipo de buena gente con la que has tenido una cierta conexión pero que sin embargo no has llegado a conectar totalmente ya que vuestras vidas son completamente diferentes.

Incluso dentro de este grupo de gente hay categorías por lo que para terminar de definir a nuestro protagonista hay que decir que siempre le has tenido especial aprecio, un aprecio casi heredado ya que casualmente tu padre era amigo (amigo de los de verdad) de su padre y que habiendo muerto su padre hace mucho tiempo, cuando el protagonista era poco más que un chavalín y tu aun no le conocías,  esa amistad de los padres, esa preocupación de un padre por el hijo de un amigo, ese cariño (digamos) lo habías heredado, lo que le confiere cierto estatus especial en esa categoría.

El caso es que esta semana habíamos quedado a comer, con más gente ya que no llegamos no llega a existir esa amistad que te permite quedar de uno a uno, para charlar un poco de todo tipo de tonterías, y para arreglar el mundo o por lo menos para decidir que ya no tiene arreglo. Como siempre fue una comida, digamos agradable si bien como todas las reuniones de gente que se conoce desde hace mucho tiempo pero que no tiene tanto en común, digamos que confusa. Fue agradable y confusa hasta que nuestro protagonista hizo una pausa para contarnos que los problemas de huesos que últimamente le molestaban al jugar al paddel (somos hijos de los ochenta y esto se nota hasta en los deportes que practicamos, o en los que no practicamos), si bien si eran de huesos no eran cosas de la edad y de aquello de seguir haciendo deporte como si no hubieran pasado los últimos veinticinco años por sus articulaciones. No, se lo habían confirmado: tiene cáncer de medula ósea. Medula ósea, lo que lo hace inoperable aunque por supuesto tratable y él está convencido de que lo va a superar. 

Nosotros, yo por lo menos, también estoy convencido, no sé si de si lo va a superar pero por lo menos de que no le va a quitar las ganas de seguir viviendo y viviendo con calidad, viviendo como él quiere vivir.

Estoy convencido por que no puedo estar otra cosa, porque estoy seguro de que no se dedicara a la medicina alternativa (como el tonto el haba ese que acaba de morir por no tratarse el cáncer y confiar en los remedios naturistas) pero la verdad es que se me ha quedado estancado en la cabeza y no sé cómo sacar el dolor que ahora mismo siento, por él, por su mujer, por sus niños, y si también, egoístamente, por sus amigos o por los que no llegamos a ser amigos, amigos.

Estoy convencido y sin embargo me he quedado un poco abotargado (u otra cosa) y no puedo dejar de darle vueltas a ciertas cosas. Pero no sirve de nada pensar más en ello, así que a las lecturas que es a lo que hemos venido.

Mi primera lectura de este mes, Hay que matar a Lewis Winter, solo puedo clasificarla de sorprendente. Sorprendente por que como se escribe una novela negra en la que desde el principio sabes quién es el asesino, quien es el muerto, porque le ha matado, en fin una novela en la que lo sabes todo, no se oculta nada. Dicho así parece que no puede ser buena, no hay intriga ni nada de nada, salvo que hay de todo por eso es sorprendente porque sin recurrir a ninguna trama, ni trampa ni truco es una novela excelente. Con tensión, con una lectura fácil, entretenida. Verdaderamente sorprendente.

También resulta sorprendente, aunque no sea especialmente una gran novela y tenga un título realmente lamentable, El matón que soñaba con un lugar en el paraíso, una novela nórdica en la que lo que más sorprende es como resulta tan viable para ciertas culturas una variante de la religión católica que aquí, en esta España todavía carpetovetónica y ultra católica en su laicidad teórica, sería realmente inconcebible. Otros países, otras costumbres… una novela entretenida pero poco más que un divertimento y que después de haber vuelto a leer al detective loco de Mendoza pues no convence, o a mí no me ha convencido todo lo que debiera.

La verdad es que este mes he leído poco y de hecho llegue casi hasta Jueves Santo con tan solo estos dos libros, pero el miércoles por la tarde cuando estaba intentando hacer la compra para el puente decidí que en lugar de comprar comida me compraba un billete de tren y me marchaba para Piles a tomar un poco el sol o simplemente a cambiar de escenario ya que estoy un poco atorado últimamente.

El caso es que si bien podía cambiar fácilmente la comida por el billete de tren no tenía absolutamente nada que llevarme para leer en Piles y ya era tarde para visitar mis librerías de referencia así que solo disponía de lo que pudiera encontrar en la tienda de la estación de Atocha (aunque podía haberme dado tiempo a pasar por la Cuesta de Moyano y comprar unos libros de segunda mano, la verdad es que no me apetecía).

Afortunadamente algunos de mis autores favoritos de best-seller son tan prolíficos que uno pensaría que o tienen una enfermedad o bien que pese a todo el dinero que han ganado no tienen ninguna otra afición que la de escribir. Casi siempre me es fácil encontrar algún best-seller en las librerías de estaciones o aeropuertos, casi siempre hay al menos un Baldacci nuevo que no he leído. Esta vez fue Memoria Total, título que dados mis problemas de memoria no me había apetecido comprarme en inglés. La verdad es que la novela empieza un malamente, casi tópicamente, hay unos tiroteos en un instituto de estados unidos y en la investigación participa el protagonista que tiene una memoria prodigiosa ya que no olvida nada (parece que el termino medico es hipertinesico, por si quereis o podeis recordarlo o que supone que yo soy hipotinesico o incluso atinesico y no creo que pueda recordarlo) y poco a poco se va complicando la trama con sus pistas falsas e incluso conspiraciones. 

La verdad es que como todo Baldacci se lee bien y entretiene e incluso, aunque desde el otro lado del espectro tinesico me siento identificado con algunas descripciones del estado del protagonista: “un okupa vivirá en mi mente de por vida, y da la casualidad de que soy yo”.

Con todo mi parte favorita procede que el hipertinesico además tiene otra tara mental que es la de que ve colores según su estado emocional (tiene un nombre pero no lo apunte y como buen atinesico no tengo memoria de cual es) lo que le lleva a realizar el siguiente comentario (que suscribo porque realmente tengo problemas con ese color): “El amarillo no era ambivalente. El amarillo es hostil, malicioso. A veces los colores eran certeros, tan bien definidos como los números, de hecho”.

Hablando de colores, nunca os preguntáis ¿Si los daltónicos que toman ácido también ven colores lisérgicos y psicodélicos, o se pierden esta parte de la experiencia? Lástima no conocer ningún daltónico aficionado a las drogas recreativas, me quedo con la duda o espero vuestros comentarios daltónicos.

Como no podía ser de otra forma mi segunda elección, Entry Island, fue un poco más forzada pero como estaba etiquetada como una novela negra y en una editorial razonable pues no parecía mala opción pese a que fuera sobre una especie de Ellis Island pero en Canadá. Lo primero que tengo que decir es que no sé qué hace esta novela en una colección de novela negra, en una colección de novela histórica encajaría mejor aunque por supuesto yo nunca la habría comprado, lo que hubiera sido una pena ya que la novela me ha explicado un misterio, una duda que me inquieto en su momento: por que un grupo de música canadiense, The Real McKenzies, se hacían pasar por escoceses llegando a tocar con sus faldas y todo en el Wurlitzer. Era algo inexplicable para mí. Todavía irlandeses podía llegar a entenderlo, ya que en todos los países hay siempre gente que quiere ser irlandesa (salvo tal vez en Irlanda) y por supuesto en todos los países (Vietnam incluido) hay cervecerías irlandesas, todas iguales y seguramente muy diferentes de las cervecerías de Irlanda.

La explicación, o la que da la novela, está en que durante la hambruna de la patata no solo emigraron los irlandeses, más o menos por voluntad propia, si no que los nobles escoceses decidieron que lo mejor era que sus campesinos embarcaran por la fuerza a las colonias canadienses para dejar de dar la lata y para no tener que preocuparse por darles de comer o mantenerlos o puede que más probablemente por evitar una revuelta social.

La verdad es que la novela no es buena pero me ha encantado la descripción de alguien que no es demasiado sincero como alguien que “en ocasiones es un tanto conciso a la hora de decir la verdad” y también esta reflexión sobre la cultura actual (o sobre la perdida de la misma): “había encontrado por encontrar un sitio en un mundo que vive solo para el presente, en el que la cultura es un bien prescindible, por muchas generaciones que se hayan necesitado para darle forma”.


En fin, aunque dudo que haya algo en esta entrada que haga ni tan siquiera sonreír a Helena, o a otro lector, por lo menos es una entrada algo más corta que las habituales lo que seguramente agradeceréis ya que sin humor mejor brevedad.