domingo, 30 de agosto de 2020

Comentario de textos - Julio 2020

La verdad es que me habría gustado escribir esta entrada en Piles, de cara al limonero, para poder empezar parafrasear a aquel y decir “… y el limonero seguía allí.” y para que no hubiera vuelto a pasar tanto tiempo que más que “asentar” mi opinión sobre las lecturas estoy descubriendo que lo que hace es que me olvide completamente de lo leído (lo que en algunos casos es, desgraciadamente, bueno, pero en otros me pone en el compromiso de no recordar).

En cualquier caso, no ha podido ser. Las razones, pues varias. Así en plan excusa puedo contaros que una vez levantada la cuarentena he hecho mi primer viaje internacional en avión y por trabajo, lo que a su vez implica que he trabajado algo este mes (el de agosto, me refiero) y más realistamente, pues la pereza innata a estar en Piles, donde entre el calor, los mosquitos y pese a esto lo bien que se está sin hacer nada pues ha hecho imposible ponerse a escribir sin tener una obligación (no, esto no es una obligación, o no lo es del todo). Creo que los diez primeros días de cada viaje a Piles es imposible hacer nada útil, salvo leer y comer (cosas útiles en sí mismas, pero ya sabéis a lo que me refiero) y que es ya en la segunda semana en la que uno puedo plantearse empezar a producir. Por lo menos eso me pasa a mí, que pese a montar el ordenador el primer día (si, no, yo no llevo un portátil, sino que me llevo el ordenador de la oficina – el de sobremesa – en un precioso maletín de asesino profesional) e incluso sentarme todas las mañanas pues, a menos que sea necesario por tener una fecha de entrega, pues no empiezo a empezar a hacer mis cosas hasta la mediados de la segunda semana y claro, si como este mes, esto se ve interrumpido con la necesidad de viajar pues, sencillamente, no avanzamos.

En cualquier caso, antes de ponerme a hablar de los libros que este mes son bastantes, os confirmo que las medidas de para viajar en los aeropuertos son ridículas, al menos entre Oporto y Madrid. Ahora para ambos sitios hay que rellenar – antes de embarcar – una declaración indicando en que sitio del avión viajas (como si esta fuera una información que las aerolíneas no tuvieran ya, con toda la que te obligan a repetir a ti, con la molestia que esto supone). Para Oporto se supone que has de llevarla y entregarla al llegar en la aduana pero el caso es que todos nosotros nos volvimos con el papel perfectamente relleno sin que nadie hiciera ni el mínimo gesto para pedírnoslo; para volver a Madrid, o para entrar, has de llenar un papel parecido pero en una aplicación – se ve, que somos más modernos – y por supuesto has de llevar un papel con un código de barras que te dan pero que obviamente tampoco comprueban (en honor a la verdad he de decir que si lo comprueban, visualmente, es decir un tipo mira que tienes un papel que parece el que tienes que tener, sin leer el código, así a ojo de buen cubero, y te deja pasar tranquilamente). Vamos que todo de cara a la galería, para que la gente se quede contenta con que se está haciendo algo, molestar a la gente para que proporcione información que ya tienen y que no van a comprobar. No se puede ser más estúpido o absurdo.

En fin, de Oporto nada os puedo contar ya que fue un viaje relámpago, de esos en los que van de oficina en oficina, de depuradora en depuradora y podrías haber estado en Oporto o en Tombuctú y solamente disfrutas de un poco de sabor local en las comidas, que, eso sí, como íbamos de invitados pues fueron casi todas buenas y copiosas pero aburridas porque continuaban siendo de trabajo. Si, si tomamos bacalao y no, no lo y tomamos a la portuguesa ni a dourada; así de raros somos o son nuestros anfitriones pero tomamos una lubina salvaje espectacular y un arroz caldoso con dorada verdaderamente sensacional, pese a que no pudimos acompañarlo con vinho verde ya que nuestros anfitriones se negaron a tamaña aberración, según ellos cualquier otro vino es mejor que el verde, algo que me sorprendió sobremanera. Poco más os puedo contar ya que todo lo que tratamos es confidencial, si, ya veis, secretos de grandes empresas de los que ahora extravagantemente yo soy conocedor.

En fin, pasando a los libros, mi primera lectura fue Las Huellas del Silencio, que así, a priori, por la contraportada tiene un interés discutible para alguien que ha ido a un colegio laico ya que trata sobre curas pederastas pero que me decidí a coger para no tener que leer la novela con la que se hizo famoso el autor, esa de el niño con el pijama de rayas (que nunca me ha apetecido leer). La novela se deja leer bastante bien y la perspectiva – la de un cura que no ha participado en los abusos y que realmente no era, o no quería ser, consciente de ellos – resulta interesante. Y la postura, el comportamiento, de la iglesia frente a este tema queda claramente establecida en este dialogo entre el cura y un cardenal en una aparición radiofonica:

-¿trasladaron a Tom Cardle de parroquia en parroquia, usted y sus colegas obispos, porque sabían que el agredía sexualmente a niños?

- Liam, si yo hubiera sabido que él estaba haciendo eso, acaso trasladarlo no habría sido lo correcto? ¿O tendríamos que haberlo dejado donde estaba?

Oh, no, dije negando con la cabeza. Aléjate del micrófono, por el amor de Dios.

- Lo correcto habría sido llamar a los gardaí eso habría sido lo correcto – señalo Scott, levantando la voz por primera vez.

- Bueno, claro, claro – dijo el cardenal – Y lo hicimos. En su momento.

- No es cierto – respondió Scott bruscamente – Los gardaí fueron a buscarlos a ustedes.

- Pura semántica.

Primero un razonamiento totalmente tramposo, seguido de una falsedad completa y rematado con una afirmación vacía – o peor aun realmente de aceptación como negación -. dicha con seguridad, como si fuera algo irrelevante. ¿Pura semántica, como excusa frente al significado diferente de dos cosas? Pues claro, son dos cosas que significan algo diferente porque son algo completamente diferente, de hecho, prácticamente contradictorias, pero con eso queda aclarado todo. Solo es una diferencia semántica, se puede ser más jesuítico, como si la semántica no fuera el significado, sino solo la interpretación del significado.

En fin, es una lectura interesante que además me ha dado a conocer las “chocolatinas Curly Wurly” que obviamente espero sigan fabricando porque ahora tengo que probarlas al saber que son un clásico de Dublín como las “patatas fritas Tayto, botellas de bebida energética Lucozade, te Barry´s”. Creo que se impone un viaje para probarlas in situ.

Cherry, su contraportada, podría parecer interesante: un ex soldado de Irak que al volver se hace adicto a la heroína, se da a la delincuencia y acaba mal. El caso es que se supone que no estamos hablando del protagonista sino del autor, lo cual pues ya presagia que igual la idea no es tan buena (ya sabéis mi antipatía hacia los casos reales, especialmente contados por los protagonistas) y si bien el personaje acaba mal se supone que el autor no tanto, ya que escribe esta historia. En cualquier caso, el que acaba mal es el lector, o un lector de mi tipo concreto, que solo puede considerar que esta novela es una mierda, sin ningún interés y lo que es peor con poca credibilidad, aunque de esto no tengo ni idea ya que no conozco ningún exsoldado de Irak heroinómano y delincuente, es tan solo una opinión sin ninguna base.



Como dice uno de los protagonistas de El Corazón de Inglaterra al observar un debate entre candidatos presidenciales en el que están el candidato conservador y el laborista “y el resto de la tarima ocupado por la habitual multitud de candidatos estrafalarios, incluido el inevitable representante del Monster Raving Loony Party con un sombrero de copa y un enorme narciso de tela en el ombligo. A Doug le paso por la cabeza fugazmente la idea de que Inglaterra era, y siempre lo había sido, un país muy raro.” Es esta rareza intrínseca de los ingleses (que no de todos los británicos, o al menos no de la misma forma) cuya existencia comparto, incluso desconociendo la existencia de ese partido y antes de haber visto fotos de sus candidatos (a los que la descripción del autor no hace justicia) la que me impulso a comprar este libro con la idea de intentar entender el Brexit – desde la ficción, que desde la realidad es otra cosa – a comprar este libro. La verdad es que el libro aporta poco, o nada, o yo me lo he perdido que todo puede ser.


Ya he hablado otras veces de mi fascinación por Japón y especialmente por la literatura japonesa, normalmente asociado a mis compras en Kinokuniya ya que es raro ver libros japoneses traducidos al español (salvo los inevitables de Murakami – el intenso – y de algunos clásicos también inevitables); así que al ver Territorio de luz pues no me pude resistir a comprarlo. Como (casi) todos los libros japoneses, es raro; raro en el sentido de las relaciones entre los personajes, de la visión de la vida de los mismos, no desde el punto de vista de la escritura. En este hay una madre recientemente divorciada con una niña pequeña a su cargo, hasta aquí nada raro, pero empieza su vida en una nueva casa y tiene algunas otras relaciones extrañas de padres e hijos que la llevan a decir cosas como “Si te quedas más tiempo con tus padres te cas a volver tonto de verdad… No tienes que sentirte obligado a quedarte. Que sean tus padres no quiere decir que te vayan a proteger. Te han estado haciendo daño desde que eras pequeño, y precisamente por esas heridas que te infligieron tienen que continuar haciéndote daño. Los padres son solo padres, no son nadie especial. Hay padres a los que hay que abandonar por el bien de uno mismo. Que no te engañen con el pretexto de que son tus padres.” Estoy seguro de que aquí también hay relaciones paterno filiales con un carácter igual de perverso, que han entrado incluso en un bucle en el que el daño pasado justifica el daño futuro, como las mentiras del pasado de obligan a seguir mintiendo o a hacer saltar la banca y confesar (algo casi imposible como todo buen jugador – o mentiroso – sabe). Afortunadamente no las mías ni ninguna que conozca con claridad, aunque de algunas sospecho que no son demasiado sanas, pero, ya, si eso, hablamos otro día de estos casos particulares y escasos.

Ahora hay que ir a comprar libros – y a cualquier parte – con mascarilla y la verdad es que a mí la mascarilla me agobia, me bloquea, embota mi capacidad de razonar, de pensar con claridad, así que, en mi visita a mi librería de referencia capitalina, la librería Méndez en la calle mayor (que como todo las librerías, comercios y bares, necesita la visita de todos para salir adelante, hoy un poco más que hace unos meses), cogí los libros no al azar pero si con poco criterio en algunos casos (nada tan dramático como mi visita al chino de Piles para comprar un cable HDMI, que tuve que repetir tres veces sin conseguir acertar con el cable correcto. Al final, mi hermana se acercó y compro el cable correcto) y acabe con esta Agua Salada que desde la portada se ve claramente que no es un libro que me hubiera comprado sin mascarilla (bueno, igual si ya que tiene agua en el título y eso es algo que siempre me provoca ganas de comprar). No es que el libro sea malo, no lo es, y tampoco es tan de lesbianismo como la portada (de anuncio de colonia Anais) hace temer (algo que tampoco me preocuparía especialmente) pero si es un libro blandengue, a riesgo de ser apedreado por políticamente incorrecto diría que es un libro para chicas. Si, lo siento, pero la verdad es que lo pienso y eso cuando en algún caso pueda coincidir con su protagonista en sus afirmaciones: “Mi amigo Alex dice que cuando tiene una relación sentimental con una persona le entrega pedacitos de sí mismo. Él dice que da demasiado de sí mismo a los demás, pero yo creo que quizá no doy lo suficiente. No tengo excedente de mi misma. No me puedo permitir ir dando partes de mí.” Si, a mí tampoco me queda excedente de mi para ir regalando por ahí partes de mí mismo (Otra cosa es que tampoco me crea la afirmación del amigo Alex, ya que creo que muy poca gente va dando pedacitos de sí mismo, tal vez algunos van cambiándolos, pero no regalándolos).

También, aunque la frase no este escrita con el espíritu de la pandemia actual, creo que eso de que “Habíamos crecido repletos de historias de la juventud de otras personas y estábamos desesperados por formar parte de algo significativo. Nuestro día a día nos parecía sin valor e irrelevante” explica en gran medida el interés con el que una gran mayoría se está apuntando a medidas individuales como llevar mascarilla cundo no hace falta (no lo digo yo, lo dice la OMS y el CDC americano) o incluso como la gente se apunta a determinadas causas como una cruzada individual. Todos queremos hace algo significativo, ser parte de la historia, sentir que estamos colaborando activamente en la Historia, que nuestras acciones pueden modificar el mundo; todos queremos ser más importantes y relevantes de lo que somos. (No, no me malinterpretéis: yo creo que son nuestras pequeñas acciones individuales las únicas que pueden cambiar el mundo, nuestro mundo, pero no son esos gestos vacíos si no la cordialidad, la educación, le comprensión de que hay gente diferente a nosotros y no de que nuestra forma de vivir es la única posible, o la única correcta. Sí, yo creo esto, pero también creo en la ciencia y en la educación y no en los disparates, de ninguno de los dos lados, por cierto).

Escoger Como leones, en cambio fue fácil ya que era continuación de Bull Mountain, una novela sobre mafias en las montañas Georgia que me había gustado. Además, como normalmente tengo problemas con los acentos y como la mascarilla no me dejaba pensar con claridad en lugar de leones, interprete Leones (como en de León, en lugar del animal) y claro me parecía interesantísimo que una historia en las montañas de Georgia pudiera tener una conexión con las montañas leonesas y ya me imaginaba que parte de ella pasaría en El Bierzo. Resultaba, por lo tanto, plenamente tentadora. (No, no hay ninguna conexión con León, pero creo que aquí puede haber una novela de destilerías ilegales interesante). La verdad es que se deja leer muy bien, es entretenida y aunque vaya un poco de redención en lugar de simplemente de maldad pues tiene su punto.



Hay novelas que estas casi seguro de que no te van a gustar pero que a la vez no puedes evitar leer ya que se pueden parecer a novelas que te han encantado o crees que pueden tener alguna relación con cosas que, en cierta medida, te han pasado. Este es el caso de El invitado, que por aquello de ir dos amigos del colegio me parecía interesante y a la vez estaba seguro de que no me gustaría, que me sentiría decepcionado ya que la historia se enredaría en cosas que me quedaran suficientemente lejanas y de escaso interés (secretos guardados toda una vida hasta que estallan en una fiesta, al cumplir cuarenta años los protagonistas, sonaba realmente aterrador y demasiado tópico). Pero, en fin, así funciona el cerebro humano y pese a todo decidí darle una oportunidad. En un momento dado, creí que podría llegar a gustarme ya que podría sentirme identificado con el protagonista que tiene el mismo problema de hieratismo que yo “Me han dicho que tengo tendencia a mostrar una expresión de desaprobación o infelicidad cuando yo creo que mis facciones son tan solo inexpresivas o relajadas.” Exactamente como me pasa a mí que soy internamente hierático pero que al parecer exteriormente no lo soy tanto, lo que, quieras que no, pues no resulta como uno esperaba y la gente acaba hablado de mi expresividad – o de mis caras raras – en lugar de mi claro hieratismo de estatua.

Con todo tiene cosas buenas con las que coincido: “Hoy el mundo es tan egocéntrico… No le dan ninguna importancia a como les gustaría vivir a otras personas. No hay límites. Todo ese ruido que se cuela en los silencios ocasionales; toda esa actividad frenética e incesante que llena cualquier espacio disponible con un torrente de tonterías. Estado. Favorito. Tuit. Filtro. Pantalla. Me gusta. Actualización. Feed. Feed. Feed. El mundo reducido a destellos de atención del tamaño de un bit que responden al denominador común más bajo.” Creo que esto pasa, que cada día pasa más y a más gente, y me preocupa en parte ya que crea un nivel de estupidez creciente en el que ya nadie tiene tiempo para pensar nada, solo para comprobar que la última micro novedad está teniendo éxito.

Las novelas de la colección Siruela Policiaca suelen ser un valor seguro, o por lo menos bastante seguro así que con la mascarilla puesta y ya casi sin oxígeno cogí Te encontrare en la oscuridad. Como no quiero hacer muchos spoilers (pese a que creo que realmente un spoiler – el saber el final de algo, o lo que va a pasar – no es realmente una limitación para disfrutar de la lectura o de la visión de una buena película; al fin y al cabo, todos releemos libros o vemos La guerra de las galaxias más de una vez – o incluso todos los años – disfrutando como la primera vez) no os contare nada de la trama, mas allá de lo que dice la contraportada, salvo que si hay alguna sorpresa bien traída. Lo que si os diré es que tiene una de las mejores frases sobre la desigualdad femenina en el trabajo (concretamente en el trabajo policial pero aplicable a cualquiera que he leído últimamente) ya que la protagonista “Tenia treinta y dos años y le faltaba el pene que servía de llave maestra para ser aceptada, pero le sobraba aptitud y sabia soltar tacos, y eso contaba mucho.” Sí, es una desgracia que exista esa llave maestra para progresar o integrarse en según qué trabajos.

En otro momento de la novela me ha recordado como ahora a (casi) todo el mundo le gusta la música que no oían cuando tenían la edad para hacerlo y como todos han estado en conciertos míticos en los que de verdad no estábamos tantos y como el protagonista “me sentí mal al imaginar cuanto se habría tenido que haber aburrido Bob en la universidad y luego en su vida y en su matrimonio, si para el ir a un concierto el fin de semana era sinónimo de una vida excesos a lo Axl Rose a finales de los ochenta”. Incluso me sentí un poco peor al pensar en conocidos que podrían haber ido a conciertos a primeros de los ochenta (más divertidos y excesivos) y que ahora les parece que ir a un concierto es lo más, aunque este concierto será por la tarde, sentados y con distancia social. Incluso así es bastante degenerado en sus mentes, es tan excesivo que igual se compraran todo el merchandising existente para recordar esa noche en la que decidieron “take a walk on the wild side” y sobrevivieron.

Después de estas lecturas seguía en Piles, pero ya sin nada que leer, así que me puse a rebuscar entre los libros a ver si la familia o las visitas habían dejado algo que mereciera la pena leer, o algo que poder leer. Encontré Los crímenes de Alicia que parece haber ganado un premio Nadal y cuyo autor no parece derrochar mucha imaginación en los títulos ni ya puestos en la trama. Un par de cosas (además del hecho de que esta novela ganara un premio Nadal, que es un premio importante) me han llamado la atención. La primera es si ahora que parece que se está produciendo un gran revisionismo histórico este se trasladara también a la literatura y Lewis Carroll (si, la Alicia del título es la que todos nos temíamos) será eliminado o denostado como autor de cuentos infantiles siendo, sino claramente si potencialmente un pederasta de prestigio. Imagino que no ya que en la literatura siempre ha habido más permisividad social frente a ciertos comportamientos y pese a que ahora las persona tengan que ser “planas” y si han hecho algo malo pues ya está, ya no pueden hacer nada bueno y deben de ser culpabilizadas y estigmatizadas por ello, y no con distintas facetas o “capas” como las cebollas de Shrek creo que para los artistas la existencia de estas capas pues todavía se acepta.

La otra cosa que me ha llamado la atención está fuera de la novela – viene como una nota a pie – y tiene que ver con la continuación obvia de la serie: 2, 4, 8, 16… ya que es algo que me ha sucedido a mí en algunos test de esos de inteligencia o personalidad en los que para mí el numero siguiente de la serie no era el obvio… y una serie como esa podía tener como continuación perfectamente el 31 en lugar del 32 y siempre me han dicho que estaba mal. Pero a veces las personas vemos las cosas de forma diferente y no es el 32 el número que tan obviamente sigue en esa serie tan obvia, sino que es otro y tenemos nuestras razones (en este caso por ejemplo hay una serie geométrica – el número de zonas en las que queda dividido un cirulo al realizar todas las uniones de n puntos de su circunferencia que da 2 para 2 puntos, 4 para 3 . 8 para 4, 16 para 5 pero…. 31 para 6 puntos – e incluso en esta serie para cualquier otro número que pongamos a continuación del 16 se puede encontrar un polinomio que cumple la serie).

A veces, ver las cosas de una forma diferente no es estar equivocado; a veces lo obvio no es la única posibilidad; o nunca lo es, me atrevería a decir. Imagino que por eso es por lo que me gusta tanto discutir y buscar siempre otro posible razonamiento, las cosas siempre pueden ser diferentes de lo obvio.

En fin, divertíos asaltando el castillo.

 

Lecturas

Las huellas del Silencio – John Boyne

Cherry – Nico Walker

El corazón de Inglaterra – Jonathan Coe

Territorio de Luz – Yuko Tushima

Agua Salada – Jessica Andrews

Como Leones – Brian Panowich

El Invitado – Elizabeth Day

Te encontrare en la oscuridad – Nathan Ripley

Los crímenes de Alicia – Guillermo Martinez