Estos meses de otoño invierno son los que dedico a leer mis
compras de NYC por lo que dejo de visitar mi librería de referencia campestre,
la librería Fuenfría de Cercedilla (aunque como mi hermano no deja de afearme,
con toda la razón del mundo, tampoco es que la visite mucho en los meses de
poco frío) e incluso mi librería capitalina, la librería Méndez de la calle
Mayor, y me dedico a ir viendo como disminuye la pila de los libros comprados
en mis librerías de referencia de NYC.
Supongo que es una mala política y que
igual debería continuar visitando mis librerías de referencia durante estos
meses de otoño invierno, no solo porque así equilibraría idiomáticamente mis
lecturas si no porque seguramente podría ver la nieve en Cercedilla o perderme
entre la multitud de paseantes que en un centro sin coches convierten el centro
de la ciudad en una especie de parque temático robándonos la vida a los que nos
gusta el centro de la ciudad tanto que entendemos que parte del mismo es el
acceso al mismo para personas diferentes (no solo para jóvenes hípsters que
pueden acceder en bicicleta, si no para la familia que lleva a dos niños
pequeños y que o no puede meter el carrito en el autobús – solo cabe uno por
autobús – o no tiene el coraje de enfrentarse con sus retoños a las
interminables escaleras mecánicas de acceso y salida del infierno que es el
metro, a según qué horas).
No es mi intención entrar en polémicas absurdas pero
me temo que las personas que vivimos en el centro, porque el centro de Madrid
nos gusta (incluso sus incomodidades) tenemos derecho a que nuestros amigos
puedan venir a visitarnos en coche, a poder recibir paquetes o la compra
después de las once de la mañana, en fin, a tener los servicios que realmente
conforman el centro de una ciudad y no a volver a vivir en el campo solo porque
a algunas personas no les guste ni el centro de la ciudad ni nuestra forma de
vida. Esas mismas personas que luego se quejaran cuando el centro de Madrid se
convierta en una zona solo para turistas o jóvenes (no tan jóvenes) con elevado
poder adquisitivo y se rasguen las vestiduras con conceptos como la
gentrificación (sí, porque eso es lo que producirá; no tengáis dudas).
Yo
personalmente y ahora que se acercan las navidades echare de menos (entre mucha
otras cosas) aquellas tardes del nochebuena en las que nos acercábamos con mi
padre hasta el corte inglés con una
lista casi interminable de los regalos que faltaban por comprar, hacíamos rapiña de todo lo que encontrábamos
que se parecía a lo que teníamos en la lista (con un criterio de parecido cada
vez más laxo a medida que pasaban las horas) y al final arrastrábamos todo,
como auténticos mulos de carga y a duras penas, hasta el coche que habíamos
dejado en el aparcamiento justo a tiempo para volver a preparar la cena y luego
los regalos. Para mi este stress de comprar regalos, lo que faltaba del
supermercado para la cena e incluso bengalas en la plaza mayor, era gran parte
de la navidad pero me temo que esto ya
no será posible ya que no habrá forma de llegar en coche al centro. Pero ya, si
eso, lo comentamos otro día.
Hace unos años para entrar a The Strand a ver libros uno (yo por lo menos) tenía que
mentalizarse antes e incluso si tenía pensado ver libros más de cinco minutos
resultaba muy aconsejable disponer de un respirador portátil (absolutamente
necesario si uno quería completar la visita descendiendo al sótano de la
tienda, donde aunque no estuviera averiado el baño el olor, hedor más bien, era
propio – imagino – de ciertas zonas del infierno, sin duda superior al de bares
míticos con el CBGB). Afortunadamente ahora está parcialmente remodelado
(vuelve a estar en unos niveles de agobio excesivos pero aceptables, en cierta
medida los mismos que tenía hace muchos más años, cuando yo era más joven y
resultaba visita obligada) por lo que puede añadirse, si no como visita
obligada, si como visita recomendable para completar colecciones o comprar
novedades a precios muy bajos. Creo que fue Rafa el que me conto que gran parte
de las novedades que venden proceden de los libros que las editoriales mandan a
los medios y a los críticos para que hagan una reseña y que, incluso cuando la
reseña aparece, el crítico vende el libro sin leer. La verdad es que estoy
seguro de que fue Rafa el que me conto esto, no por ser la típica maledicencia
familiar (¿cómo va a vender el crítico el libro que va a reseñar antes de
leerlo? Os preguntareis, pues parece que no es tan raro y que es incluso lo de
reseñar sin haber leído el libro es parte de lo que se llama tener oficio.) si no porque es al fin y
al cabo él es del oficio (no, no digo
que Rafa haya hecho esto. Sé que Rafa es incapaz de algo así… Rafa es incapaz
de tener un libro cerca, por malo que sea, y no leérselo).
El caso es que este año decidimos darle una oportunidad y
entramos (tras llenar bien los pulmones por si teníamos que entrar en apnea) y
para mi sorpresa tenían una colección de reediciones de Evelyn Waugh muy tentadora. Lamentablemente yo estaba seguro de que
tenía todo Waugh (salvo las cosas para eruditos como Rafa, tipo las cartas
completas y las biografías) por lo que aunque quería comprarme alguno, no me
sentía muy justificado para hacerlo, así
que miraba y remiraba los títulos en inglés y comparaba mentalmente mis
propias traducciones de los mismos con libros que estaba seguro de haber leído
y, mierda, estaban todos. ¿Todos, seguro? ¿Igual Black Mischief no es Merienda
de negros, o Vile Bodies no es Cuerpos viles? Ya casi había decidido
que Brideshead Revisited no era,
obviamente, Retorno a Brideshead (por
muy libremente que a veces se traduzcan los títulos de libros y películas no
podía ver la relación entre ambos) y que por lo tanto me lo podía comprar sin
problemas cuando me di cuenta de que había uno que no había leído: The ordeal of Gilbert PInfold. Extraño,
muy extraño pero, mira: decidido, me llevaría este. (Luego en casa, ya con
calma vería que hay otro juraría que no tengo, aunque ya digo con la traducción
de algunos títulos no se puede estar seguro y puede que sí que tuviera Helena, que no, que no estaba en The Strand)
Una vez leído me quedo bastante claro porque no me lo había
leído antes. No, maliciosos, que no es porque sea malo, es porque al parecer es
autobiográfico y yo prefiero leer coas que no son verdad (aunque, o tal vez
precisamente por esto, soy consciente de que casi toda la ficción es, en gran
medida, autobiográfica. Casi nadie, casi ningún escritor bueno, se inventa
nada; casi todo es verdad, aunque reformulada). En cualquier caso, es un libro
curioso en el que cuenta un ataque de paranoia
inducida por la toma de distintas sustancias para tranquilizarse (como
Chloral, Bromuro y Crema de menta) que sufre el autor en un viaje en barco y
que se va incrementando a medida que para tranquilizarse va aumentando la dosis
que se toma. Ya digo, curioso pero lejos de los mejores, o incluso de los
buenos de Waugh.
Como ya he dicho una de las principales características de
The Strand es que está llena de gangas (todo son gangas, en cuanto al precio)
por lo que es la librería ideal para comprar libros en los que no tienes
especial interés, ya sabéis ese tipo de libros que no estás seguro de si te van
a gustar y para los que te niegas a pagar el precio completo de los mismos, e
incluso hay algunos por los que no pagarías más de uno o dos dólares (puede que
incluso esto sea mucho) ya que solo lo compras como un (molesto) homenaje a
alguna persona. Este es el caso de The
informers que obviamente me compre solo por recordar (y molestar) a mi
hermano Rafa y su, posiblemente, justificable odio por el autor (aunque me
suena que hace unos años lo entrevisto y no le pareció tan tarado como en el momento en que gasto dinero comprando su primer
libro por cierta recomendación que no es necesario repetir). He de confesar que
a mí personalmente y por un precio mínimo no me parece una mala lectura, ya que
creo (diría sé, pero resultaría excesivo) que sí que hay gente tan vacía como
la que refleja este libro (y otros del autor) y que esta carencia de cosas
interesantes en sus vidas o en las historias de su vida que nos cuenta el libro
tienen cierto interés (si bien más que literariamente, lo tienen desde un punto
de vista psicológico). En cualquier caso homenajear (aunque sea molestando) a
un hermano mayor es una tarea que los hermanos pequeños debemos realizar de vez
en cuando.
A diferencia de The Strand, Kinokuniya, no es solo una librería si no que también es papelería
y otras cosas; también a diferencia de The Strand es una tienda tranquila y
elegante y sobre todo muy japonesa, tan japonesa que hay zonas enteras que
quedan fuera del alcance los no nipones (o nipones parlantes) ya aquello de
estar solamente en japonés. Eso sí, para mi sigue siendo una parada obligatoria
en NYC, para mí es obligatorio bajar a la planta sótano para dar vueltas entre
los increíbles objetos de papelería que tienen, entre los que hay algunos para
los que ni siquiera encuentro explicación racional para su diseño o sus
posibilidades de uso; y por supuesto mirar toda la sección de autores japoneses
completamente desconocidos (para mí, que soy un cultureta y que ya llevo años
yendo, algunos ya son más que conocidos) y luego dar una vuelta por la zona de
novedades y por la selección de libros que a mí personalmente me sirve como
baremo y es precisamente por lo que tengo librerías de referencia (tiendo a
fiarme del criterio del librero en la selección delos libros que pone
visibles). De hecho lo único que para mí no es obligatorio, aunque si lo es
para mi sobrina Alicia es visitar el baño (tiene que visitar todos los baños
públicos a su alcance) o incluso la cafetería en la que creo que nunca he
estado pero que seguro que es fascinante.
Este año solo he encontrado una nueva novela japonesa: The Kingdom, que tampoco es que sea
nueva (el original es de 2011, siendo de este año la traducción al inglés) que
ni siquiera es de un autor nuevo para mí, sí no de uno que me atrevo a
clasificar como conocido y que me veo también obligado a confesar que no es de
mis favoritos. Creo que he leído tres novelas suyas y la verdad es que siempre
pienso algo parecido: está bien, es interesante pero le falta… le falta algo,
no sé bien que, puede que sea intensidad, ritmo, tal vez lo que le falte sea
simplicidad y frescura tiene demasiada tendencia a complicar las historias un
poco más de lo necesario. Con todo leer sobre el Japón actual a mí me sigue
gustando, no es mal libro y resulta sumamente extraño encontrar referencias a
la mitología griega (de la maño de la cortesana Friné) en una novela japonesa,
imagino que igual que para un japonés lo serán todas las referencias a la
cultura antigua de Japón en una novela occidental.
Hace algunos años (bastantes, ya) en NYC había bastantes
tiendas de discos, así que todos nos dedicábamos a mirar y comprar discos
(fundamentalmente CD’s tanto para nuestras casas como para los bares) y era
raro que no pasáramos un par de tardes, o más, mirando cada uno discos por
nuestra parte, comentándolos y llevándonos tanto una montaña que podríamos
denominar colectiva como montoncitos pequeños (colinas, podríamos decir) de
forma separada. Ahora ya casi no quedan tiendas de discos en NYC, prácticamente
tienes que irte a Brooklyn para comprar discos, y la mayoría de ellas están más
centradas en los vinilos (cosas de hípsters) y es Álvaro el que
fundamentalmente se dedica a escoger discos con alguna aportación puntual, más
del tipo “¿has visto este?” que del tipo “Este me lo llevo yo”, así que ahora
básicamente salimos con una única montaña de discos que en cierta medida es
para todos pero que, necesariamente, es algo más de Álvaro ya que es él el que
hace el grueso de la selección (este año, aprovechando que vuelvo a tener
plato, yo he cogido algo que no llega ni a colina y de los que ya os hablare
otro día).
Algo parecido ha pasado con las librerías, especialmente
desde la desaparición de Partners &
Crime, y desde que Alicia se dedica a cotillear la sección infantil en
compañía de sus padres, y si antes terminábamos (yo) con algo más de una maleta
de libros (un poco de todos) y cada uno con sus mochilas personales repletas, estos
últimos años básicamente solo salimos con una única maleta de libros (justo
para poder llevarla como equipaje de mano) que aunque es un poco para todos, ha
sido escogida, casi en su totalidad, por mí.
No puedo decir en su totalidad porque siempre hay alguno que o bien
Álvaro ha escogido por su cuenta o ambos hemos escogido de forma separada o que
hemos comentado y decidido escoger más o menos de acuerdo. Este año, uno de
ellos ha sido The insides (que todo
sea dicho a Helena no le inspiraba ninguna confianza por aquello de que en la
portada ponía “A novel” y si tiene que ponerlo parece una mala señal). Creo que
ambos (bueno, en mi caso es algo más que una creencia) la escogimos por la
careta de cerdo que aparece tanto en la portada como en el lomo y que
presagiaba que podía ser una novela divertida. Acertamos, se trata de una
novela bastante divertida, escrita para divertir con una historia que contiene
dagas misteriosas, médiums y todo tipo de tonterías tipo agujeros en el espacio
tiempo que la hacen bastante entretenida.
Se que decir que te gusta Barnes&Noble no es cool,
ni mucho menos hipster, que es como
que te guste la librería de El Corte Ingles, incluso, es posible que haya entre
mis conocidos libreros quien piense que tiendas como estas representan el mal, pero a mi gusta pasear por Barnes&
Noble (por casi todos ellos, aunque cada vez hay menos, pero especialmente por
el de Union Square). No puedo
evitarlo, me gusta perderme en la inmensidad de sus pasillos de la tercera
planta y ver montones de cosas que no conozco, rellenar mi fondo de armario, y
normalmente me gustan las selecciones que realizan. Siempre aprendo algo o
encuentro un autor interesante del que me apetecía leer más cosas editadas hace
algunos años. Sera solo porque tengo una incultura enciclopédica, no sé, será
esa incultura mía o mi pésima memoria, pero me quede sorprendido de enterarme
que The exorcist fue novela antes de
ser película. Seguro que los que lo sabéis también sabéis que el escritor es el
guionista y director de la película pero igual no os habéis fijado en lo
acertado de la primera descripción del padre
Karras “a lone black cloud in search of the rain”, dejando
claro desde el principio que este personaje no va a traer nada bueno. Tal vez
tampoco hayáis reparado en esa gran frase para referirse a alguien qe no sabe
de cine que es “Oh, you though Psycho
needed a laugh track”, una perfecta combinación de ironía y mala fe. O
igual si, pero seguro que si la habéis leído hace tiempo – antes de estos
tiempos en los que todo es cooperación y participación comunitaria o ciudadana –
en la respuesta que el diablo le da al padre Karras cuando este le pide que si
es poderoso se quite el mismo las correas con las que le tiene sujeto: “I much prefer persuassion, Karras;
togetherness; community involvement”. O igual también la recordáis, yo ni
idea así que para mí ha sido un descubrimiento.
Sick on you, es
la biografía de un grupo de punk (teóricamente y puede que musicalmente si bien
estilísticamente habría que clasificarlos en el Glam): The Hollywood Brats que como es bien sabido no consiguieron llegar
a nada como grupo (aunque luego gran parte de ellos montarían The Boys, que llegaría a ser un grupo mítico
al que finalmente he visto en directo en el X aniversario del Wurlitzer y que cerraron, o casi, el
concierto con la única canción conocida de The Hollywood Brats, la que da título
al libro). El libro ha sido cortesía del fantástico Lindsay Hutton, que es el
tipo de persona que a mí me gustaría ser de mayor (vale, de más mayor) aunque
para ello tendría que cambiarme por otra persona o multiplicar mi nivel de
sociabilidad por, digamos como minimo, diez mil millones (y eso después de haberle
sumado uno, ya que -amigos de letras –
cero por diez mil millones sigue siendo cero; y si, soy consciente de que mi
nivel de sociababilidad actual es cero). A diferencia de las biografías de
cantantes o grupos que triunfan resulta mucho sincera, divertida de leer y
aclara los lados oscuros de esa ideal
genial que todo el mundo tiene que es lo montar un grupo de música para además
de ligar (salvo que seas el batería) hacerse millonario (“… para olvidarme de los amigos, coleccionar chicas con cicatrices, ir
personalmente a pagar las multas…” o cosas peores como cantaban aquellos) .
Es divertido, desde el principio, en el que el autor recoge las cinco reglas de
oro para su grupo (que con mucho más humor yo resumo en: como mucho cuatro
miembros y sin instrumentos chorras – léase panderetas, sintetizadores, címbalos,
etc. – el cantante solo canta, nada de posar con instrumentos; tener un gran
pelo, nada de rizos; por supuesto nada de pelo facial, ni barbas, ni bigotes y
mucho menos perillas; y nada de novias) y de cómo las van rompiendo, una a una
o incluso varias a la vez, hasta el epilogo en el que ven la primera audición privada
de los Sex Pistols (“The first time they
had played in front of humans that weren’t named Malcolm or McLaren”)y de
su conciso veredicto: “Nine minutes. Four Songs. Three Chords. One verdict: dentist drill in molar, sans
novocaine… very early in the tenth minute we left:”
Personalmente las novelas que mezclan el humor con la ciencia
ficción (o la fantasía) siempre me parecen geniales, me encanta leer tan solo
para divertirme y esta mezcla de géneros (desde ¡Tierra!) cuando está bien
hecha resulta verdaderamente divertida ya que le permite al autor crear todo tipo
de situaciones hilarantes fuera de cualquier intento de verosimilitud. En esta línea
es en la que encaja perfectamente Futuristic
Violence and Fancy Suits con la que pasas un rato verdaderamente divertido
siguiendo a sus descabellados protagonistas. Además siempre aprendes algo que
no sabías, en este caso yo he aprendido lo que es arte japonés del kintsugi, que no es un simple florero
roto y arreglado de cualquier manera, sí
no un arte en el que: “The pot is
shattered, then carefully reasembled with a resin mixed with gold. It symbolizes how we must incorporate our wounds into who we are, rather
than try to merely repair and forger them”.
Si es que están locos estos japoneses, tengo que decir parafraseando
a Obelix. Como cencerros pero fascinantes… si hasta tienen una palabra para la
pila de libros que uno se compra pero que se quedan sin leer… En fin, si eso,
ya os la cuento otro día.
The Ordeal
of Gilbert Pinfold – Evelyn Waugh
The
informers – Bret Easton Ellis
The Kingdom
– Fuminori Nakamura
The insides
– Jeremy P. Bushnell
The
exorcist – William Peter Blatty
Sick on You
– Andrew Matheson
Futuristic
Violence and fancy suits – David Wong