domingo, 27 de junio de 2021

Comentario de textos Mayo 2021

La verdad es que este mes  no se me ocurre ninguna chorrada, reflexión quiero decir, con la que abrir este comentario de textos – con el que ya llevo un retraso inaceptable, sobre todo teniendo en cuenta mi propósito de fin de año pasado.

Podría hablar de que ahora todos estamos – bueno, los que quieran, que tampoco es obligatorio – en la situación en la que yo llevo unos meses: fumando siempre que estoy en la calle para ir sin mascarilla que solo me pongo para atravesar umbrales, como si fuera un extraño rito de judío ultra ortodoxo (ese en el que han de tocar el quicio de la puerta al entrar y salir) pero la verdad es que no me apetece meterme en una reflexión sobre eso de llevar la mascarilla guardada en un bolsillo de cualquier forma para luego ponérsela. Parece tan desquiciado e insalubre este comportamiento (ponerse una mascarilla sucia así cada poco rato) que es como aquel consejo de toser en la articulación del codo que es donde cualquier viejecita que te tenga cariño se cogerá/colgara y, previsiblemente, se llenara de tus miasmas, se contagiara y… bueno… en fin, pero todo desde el cariño.

También podría hablar de prohibiciones o ilegalidades absurdas pero desde que sé que hay números primos que se consideran ilegales (si, resulta que el programa para descodificar DVD en binario es numero primo, así que ha sido declarado como un numero ilegal que no se puede duplicar) pues ya casi ninguna prohibición me sorprende, en este mundo en el que puedes usar la barra de los bares pero no como barra para compartir una cerveza, en el que esta permitido bailar en discotecas pero solo en las que tengan una pista de baile en el exterior (una norma claramente para las fiestas de los pueblos pero de poco interés para la mayor parte del sector; bueno, supongo pero igual la mayor parte del sector de las discotecas son las discotecas de pueblo – con pista al aire libre – no me sorprendería lo más mínimo que, a mí, todas las discotecas me parecen de pueblo y en cualquier caso mi interés por bailar es mínimo), solo por citar algunas ejemplos que podría estar así el día entero.

También podría hablar de ese anuncio que he visto en la tele y que tantísimo me indigna, aunque igual no lo habéis visto (parece que soy el único de mis conocidos que lo ha visto) y como dudo que pueda encontrarlo os lo cuento: la cámara sigue a una madre de familia que entra en el salón de casa donde su marido está jugando a un videojuego en la televisión (Por justicia social pienso que es el Fortnite ese al que juegan todos los críos).El padre está desesperado, hablando en voz alta, casi a gritos, porque le están caneando (perdiendo, dándole una paliza). La madre sigue andando por la casa y entra en la habitación de su hijo (supongo, aunque quien sabe ahora con tanta tipología de familia) que está también conectado a la red, pero, no, no esa jugando “mama, que estoy en clase” dice el crio. A lo que la madre le responde “anda y baja a ayudar a tu padre” como quien le pide algo obligatorio, ya sabéis la forma de pedir de las madres. Total, que el niño va a la habitación del padre (no sé porque estoy convencido de que baja unas escaleras) y se pone a jugar con su padre, y empiezan a ganar (esto se sabe por la cara del padre, porque el niño toma el mando y por los comentarios). Todo acaba bien y el mensaje es algo así como “qué maravilla es colaborar” pero… de verdad soy yo el único que se ha dado cuenta de que la madre ha sacado a su hijo de una clase solo para subir el ego de su padre, porque esas son las prioridades. Quiero pensar que no soy el único que se ha dado cuenta y que ya no se ve el anuncio por una impresionante reacción social de repulsa, que la compañía en cuestión ha pedido perdón por tan torpe anuncio, pero es algo que quiero, me temo que no tiene nada que ver con la realidad como me pasa con la mayoría de las cosas que quiero.

Pero, en fin, como además este mes parece que he leído como un auténtico animalillo a juzgar por la pila de libros para comentar que está en el lado derecho de mi mesa (en mi mesa auxiliar, como quien dice) pues me lanzo directamente a la tarea de comentar y ya ira surgiendo algo, o no.

Mi primera lectura era de historias cortas (no, yo tampoco se explicar la diferencia entre una historia corta y un cuento, pero esto son historias cortas) con el intrigante título de Villanos Victorianos cuyo título en inglés es mucho más prometedor (The Penguin Book of Gasligh Crimes) y sugerente ya que cuando uno piensa en “victoriano” se imagina una cosa (en la reina Victoria y en una Inglaterra más bien imperial) pero cuando piensa en los principios de la luz de gas, de la iluminación de las ciudades con gas, pues uno piensa ciertamente en el Londres de Jack el destripador, en prostitutas, chulos y todas esas cosas que convierten a este libro “en una reunión de granujas”, en la que la mayoría de los protagonistas ven las cosas algo diferentes al resto de la sociedad y “Para el, lo que estaba planeando apenas era un robo, sino más bien una prueba artística de habilidad en la que media su ingenio y su astucia frente a las fuerzas de las sociedad en general.” Es difícil evaluar un libro que se compone de historias tan variadas ya que las hay buenas, malas, mejores y peores, pero en general casi todas son entretenidas, en su variedad y se dejan leer muy bien.

Obviamente al leer sobre esa pareja que llega a Suiza y “teníamos habitaciones amplias y agradables, en el primer piso, con vistas al lago, y, ninguno de nosotros estaba poseído por el menor síntoma de esa incipiente manía que se manifiesta en un deseo insano de escalar montañas de fastidiosas escarpaduras y nieves innecesarias, me atrevería a afirmar que todos disfrutamos. Pasábamos la mayor parte del tiempo holgando en el lago, en esos graciosos vaporcitos y, de subir a una montaña, subíamos al monte Rigi o al Pilatus, en los que había una máquina que hacia todo el trabajo muscular por nosotros” no pude más que pensar en la distancia que me separa de algunos, desgraciadamente muchos, de mis contemporáneos, que, sin duda, se lanzarían a escalar cosas en lugar de disfrutar de esa holganza tan reconfortante y que tan bien encaja con mi carácter natural. Obviamente, por aquello de escalar cosas, pensé inmediatamente en mi buen amigo Jose Manuel y su transformación de trasnochador y juerguista en sano escalador (sano debería estar entre comillas ya que es algo de lo que tengo mis dudas, muchas, muchas dudas) ya que no se trata de una transformación de su carácter, que sigue siendo obsesivo y perfeccionista, sino tan solo de un cambio en el objetivo vital. Si su obsesión por el estudio le llevo a ser el número uno de la carrera, o si su afición a la cerveza le llevo a ser un gran bebedor pues es normal que un cambio al deporte le lleve a unos excesos en esa línea. Yo personalmente echo de menos tomar cervezas hasta altas horas de la noche (no sé si yo estaría ahora en capacidad de hacerlo) debatiendo de casi cualquier majadería o de nuestros contemporáneos, pero… cada loco con su tema.

Como digo, los protagonistas son variados e incluso está el que “bebía Champan con la tranquilidad de un hipertenso”, obviamente de un hipertenso de otros tiempos ya que ahora lo primero que te prohíben – bueno, después del tabaco – es el alcohol entre el que creo que los doctores (en la materia) incluyen, casi con toda seguridad el Champan, por lo que, si bien los hipertensos solemos tender a ser tranquilos, no nos gusta incumplir las indicaciones de nuestros médicos (o nos pone un poco nerviosos incumplirlas) por lo que me permito dudar o de la tranquilidad o de su hipertensión; o aquel otro que reflexiona como podría hacerlo mi padre “No hay nada tan insignificante que no merezca la pena aprender y aprenderlo bien”, frase con la que estoy bastante de acuerdo (aunque matizada ya que yo creo que hay muchas cosas que no merece la pena aprender, pero todo lo que merece la pena merece la pena aprenderlo bien).

Aunque pueda parecer lo contrario, de forma general, evito las conversaciones sobre libros y mucho menos las que van sobre libros que a alguien le han gustado, pero a mí no. Son conversaciones que no llevan a nada ya que es casi imposible convencer a otro de lo que te ha gustado de un libro o de lo que no te ha gustado, de hecho, es imposible convencerse uno mismo de que un libro le seguiría gustando si lo volviera a leer. En el hecho de que te guste un libro influye casi tanto el libro como tu momento vital que, al final, condiciona lo que te dice un libro o lo que te parece ingenioso del mismo. Por eso me sorprendió bastante encontrarme el otro día debatiendo sobre La anomalía, con Isabel – a la que sin ánimo de ser machista y clasificarla por algo ajeno a ella, podría referirme como la mujer de Paco ya que lo es y aclararía bastante quien es, al menos para los que conozcáis a Paco – a la que le había gustado mucho y la había hecho reflexionar sobre las posibilidades de ser “otros nosotros mismos”. Supongo que yo me perdí esta reflexión en el libro ya que esto de poder ser otros, que nuestras decisiones nos hacen ser una versión de nosotros mismos, ya se lo había leído a Rafa hace mucho tiempo cuando hablaba de que todos somos genocidas de nosotros mismos y que en cada decisión acabamos matando todos los otros yoes que podríamos ser y supongo que por eso no me ha parecido especialmente bueno (malo, muy malo, le dije a Isabel, ya que en las conversaciones para que surja la diversión, siempre hay que exagerar; incluso a veces hay que estar en contra solo por principios).

El caso es que creo que es en este libro – no estoy seguro, porque no he encontrado la marca – donde uno le dice a otro “hemos estudiado todas las posibilidades, si esto fuera jugar a cara o cruz hemos estudiado incluso que la moneda caiga de canto”, afirmación a la que el otro le responde: “pero no habéis estudiado que la moneda no caiga, y eso parece que es lo que ha sucedido”. Se trata de un ejemplo que últimamente se da mucho, especialmente en los campos de seguridad y salud, en los que algunas personas te obligan a vivir como si situaciones que no se pueden dar fueran, incluso probables y así es como de repente te ves paseando por el exterior de una depuradora obligado a llevar casco, como si fuera posible que algo te cayera del cielo o incluso que el cielo mismo se callera sobre tu cabeza como tenían aquellos galos famosos. Yo, simplemente “estoy cansado, tan cansado” que ya podeis empezar a llamarme Beniceturix (ni de coña, ni se os ocurra que por causas menores hemos tenido problemas mayores).

En cualquier caso, pese a que sí que creo que es un mal libro, la verdad es que tiene frases buenas, como “echar de menos a una mujer que te ha dejado será siempre menos doloroso que desear sin tregua a la que duerme a tu lado, en una penumbra indiferente y tibia, a años luz de distancia”, incluso aunque obvie la posibilidad de que seas tú quien la he dejado precisamente por esa indiferencia, salvo del deseo; o esa descripción de los mundillos artísticos, del literario concretamente como “un tren grotesco en el que unos listillos sin billete se cuelan descaradamente en primera, con la complicidad de unos revisores incompetentes, mientras en el andén se quedan los genios modestos (una especie en extinción a la que no se hace ilusiones de pertenecer)” que aplica y explica especialmente a la música en la que resulta sorprendente lo que triunfa frente a lo que no. Por supuesto, creo que ya casi es obligatoria en un libro actual, tiene su reflexión sobre el uso de internet con ese “el mensaje no está muy claro, pero la libertad de pensamiento en internet resulta mucho más efectiva desde el momento en que la gente ha dejado de pensar” que resulta plenamente aplicable incluso a los telediarios.

Aunque en la fiesta antes mencionada mantuve un par de conversaciones adicionales sobre libros (una sobre Verdú, Vicente, y su libro de futbol, que no se llamaba como yo pensaba, aunque estoy seguro de que un capitulo si se llama como decían: “el miedo del portero al penalti” o tal vez fuera “la soledad”, y otra sobre ese escritor sueco – noche y dia, de apellido y nobel de nacimiento – que ya he comentado últimamente) nadie me pregunto por ninguno de los tres libros siguientes que he leído que sinceramente me han parecido muy malos.

El primero de esta trilogía de desaciertos en la compra fue Me dejaste entrar, cuenta una de esas historias de duendecillos malignos que imagino podrá leerse como una metáfora del machismo y de la irrevocable atracción de algunas mujeres hacia según que comportamientos posesivos y de abuso. Igual no, igual solo es un cuento malo sobre una chica que se casa con un duende de los bosques, en cualquier caso, no merece que talaran árboles para imprimir esto (ni aun asumiendo que sean arboles de bosques sostenibles ni que el personaje malvado sea pariente de los árboles del bosque). Perfectamente prescindible y no se debería leer cerca de una chimenea ya que da demasiado ganas de arrojarla al fuego.

Agujero la compre solo porque era de una novela japonesa y por la portada se podía averiguar que era de una japonesita y, bueno, ya sabéis mi debilidad por cómo funcionan las mentes de a) los japoneses; b) las mujeres y c) los jóvenes… así que sentía curiosidad. Al igual que con la anterior sospecho que hay alguna metáfora oculta que se me ha pasado por alto, ya sabéis que yo no soy muy de metáforas ocultas…me gustan las metáforas, pero solo cuando están a la vista y parecen casi un juego de palabras. En fin, que otro fracaso de mis compras.

No me cuesta nada ser sincero, así que puedo decir que cogí La patria de los suicidas, sin especial interés y que solo me animo que estuviera editada en Siruela Policiaca que, es verdad, que me ha descubierto bastantes libros y autores interesante. Supongo que para algunas personas que una novela policiaca pase en Iznájar, Córdoba, puede ser un factor de bondad adicional pero la verdad es que si bien me resulta fácil identificarme con crímenes, o asesinos, de casi cualquier nacionalidad me resultan muy poco creíbles los crímenes, o los asesinos, de esta España mía, esta España nuestra. NO tengo ni idea de porque me pasa esto, puede que sea culpa de los escritores, puede que sea culpa de los protagonistas o de ambas cosas, o incluso que yo no esté preparado para “personajes de carne y hueso” si el hueso y la carne son de aquí, o igual es porque a los personajes –e incluso al escritor – le falta la sangre necesaria quedándose en eso, en despojos de carne y hueso. Como decía aquel la(s) historia(s) de España es como la morcilla y sin sangre… ni es morcilla ni nada.

El hombre perdido es la nueva de Jane Harper, escritora australiana que explota los recursos de vivir en un país en el que tu vecino más cercano puede encontrarse a mil quinientos kilómetros de distancia y en el que para hace un viaje en coche a la tienda es mejor equiparse con varios kits de supervivencia básicos e incluso tener una agenda en la que apuntas cuando sales de casa, adonde vas y cuando esperas volver para que sepan dónde buscarte si pasa algo y no regresas en el tiempo esperado. Es verdad que todos estos ingredientes, unidos a las rencillas propias de vecinos de comunidades muy pequeñas y muy aisladas, pues dan un caldo de cultivo para escribir novelas exóticas con temas cotidianos convirtiendo errores pequeños en lacras gigantescas. No es que sea una gran novela, pero después de las tres anteriores resulta una agradable variación ya que se entiende y los personajes tienen sangre y la autora aclara cosas que la gente tiende a confundir “según ella, se quedo paralizada. Yo creo que luego se avergonzó un poco de no haberse marchado, pero en realidad es una reacción muy habitual. Además, estaba sola y a oscuras con un tipo corpulento e insistente. – Steve miro a Nathan -. Podemos decidir si nos interesa prestarnos a algo, pero solo cuando nos dan la alternativa. Si no la das, estas manipulando a la otra persona y aprovechándote de ella. - Se encogió de hombros -. Es una violación.” Así de sencillo debería de ser entender algunas cosas, hay muchos tipos de violencia y todo lo que deja sin alternativas a otra persona es violencia. Así de simple.

Seis cuatro es la segunda vez que la leo, si me la había leído en ingles hace unos años y me había gustado bastante, no tanto como para volver a leérmela conscientemente, por voluntad propia, pero si como para leerla una vez que me había quedado sin alternativas y sin tiempo para acercarme a mi librería de referencia, Méndez en la calle mayor (que para acercarme a Fuenfría en Cercedilla es mejor ni hablar, que ya sabéis todos de mi alergia al campo) que fue donde me la compre pese a estar seguro en casi un 83,7% de que ya me la había leído. Obviamente me sonaba mucho pero como no está seguro del todo decidí cogerla en mi última visita precisamente con esa idea: tenerla de reserva por si me quedaba sin lectura en algún momento. No me extiendo con ella, en este segundo comentario, ya que para eso está el primero y yo nunca he sido de segundas aclaraciones.



Sobre Días de luz y esplendor también tenía mis dudas ya que estaba casi seguro de haber leído una de lo que al parecer es una trilogía, pero era incapaz de recordar si era esta u otra. Al final resulto que no la había leído, que he leído la primera y esta que es la tercera, saltándome la segunda por esos caprichos del destino con una habilidad olímpica. Es verdad que pese a que los personajes son los mismos en ambas novelas – me atrevo a adivinar que también en la segunda serán los mismos – pueden leerse (yo lo he hecho) como historias separadas sin ningún problema. La verdad es que la novela tiene un sentido del humor muy urbanita y muy cercano a mi, que también siento a veces eso de “en aquel momento no sabíamos que eran los ochenta – dijo Washington -. Nadie nos lo dijo hasta 1987, y para entonces ya casi habían pasado.”, que en cierta medida explica a veces mi distanciamiento, mi ausencia de nostalgia, por lo que ahora se reivindican como los ochenta, especialmente por aquellos que no los vivieron en su día pese a que pudieran haberlos vivido (por edad). Esas épocas que en las que entre las cosas más sorprendentes se encontraba que alguien pensara “Di no a la droga” era un gran eslogan (al parecer de Nancy Reagan) cuanto todo el mundo sabe que “las drogas no admitirían un no por respuesta”, esto es, era y seguirá siendo, así de sencillo.

Toda la novela se lee muy cómodamente y tiene sus frases buenas, siendo para mí la mejor: “las excentricidades de un amante se transforman en fallas de carácter en aquellas personas con quienes uno ya no se acuesta” que es aplicable no solamente a las amantes sino, incluso más, a aquellos amigos con los que uno ha dejado parte de su amistad.

Sobre la Jurado 272 tuve muchas dudas y la verdad es que la había dejado sin comprar, pero el Méndez mayor – el menor sigue de baja de ERTE, imagino al igual que imagino que son hermanos, sin razón alguna quiero decir – me la recomendó, que a ellos (a él y, entiendo su mujer, que es la que ahora le acompaña en la librería) les había gustado mucho. Así que decidí darle una oportunidad y la metí debajo del brazo antes de acercarme a pagar mis deudas de esa visita. La verdad es que está bien, entretenida, sin ser un thriller judicial tiene ese punto de seguir las decisiones del jurado en un caso mediático y cómo evoluciona todo posteriormente para ellos como consecuencia de su participación en el juicio. La novela pasa en Los Ángeles, ciudad que visite en su día y no me gustó nada (pero dejare esto para otra entrada que igual escribo pronto) creo que ni siquiera es una ciudad, sino que también pienso en ella como “un tributo ejemplar a la capacidad del ser humano para sobrevivir en un suelo infértil, o el edificio marchito de los planes más ambiciosos de una generación para plantar algo que no debería vivir.” y sobre sus habitantes – al igual que sobre los de Madrid – también coincido en eso de que “geográficamente eran sus vecinos. Oficialmente eran sus iguales. Entonces, ¿Cómo era posible que parecieran teletransportados de otro planeta?”.

La gran curiosidad, para mí al menos, es enterarme de que debido a las leyes en contra de los delitos sexuales (especialmente la pederastia no santificada), o más bien en el sentido de avergonzar sobre los delitos cometidos que en el castigo de ellos como los registros públicos de delincuentes sexuales, la prohibición de vivir a más de una distancia de un colegio, o la necesidad de ir a presentarse a su potenciales vecinos para contarles sus delitos;  tenga como resultado que “Cada vez había más hombres expulsados de la sociedad que necesitaban un sitio donde vivir en paz. Así nació un sórdido negocio inmobiliario que dio lugar a pueblos como Miracle. Si era la sociedad la que debía de protegerse de esos hombres o eran ellos quienes debían protegerse de la sociedad, dependía del modelo de negocio de cada uno.” Entiendo que es dificil, pero no creo que la solución pase por la creación de estos guetos en los que se intenta eliminar la posibilidad de reincidencia, pero sobretodo se elimina la posibilidad de rehabilitación e incluso de perdón. No lo sé, sinceramente; a veces para algunos delitos todo castigo me parece poco, pero otras veces me supera la posibilidad de creer en la posible recuperación. Más en sistemas de enjuiciamiento basados en un método asambleario, como es el de jurados, ya que todos sabemos (desde mucho antes de esta novela, e incluso desde antes de las otras; todos sabéis cuales) que el método asambleario no funciona, que la gente cede ante el más fuerte, o el más terco o el más dicharachero o el más lo que corresponda.

En fin, pues eso, lo de siempre: ¡Divertíos asaltando el castillo! Yo espero estar de vuelta en breve para cumplir mi promesa de inicio de año aunque no las tengo todas conmigo.

 

Lecturas

Villanos victorianos – Michael Sims (ed.)

La anomalía – Hervé Le Tellier

Me dejaste entrar – Camilla Bruce

Agujero – Hiroko Oyamada

La patria de los suicidas – Pascual Martinez

El hombre perdido – Jane Harper

Seis cuatro – Hideo Yokoyama

Días de luz y esplendor – Jay McInerney

La Jurado 272 – Graham Moore

domingo, 6 de junio de 2021

Comentario de textos ABril 2021

 

Nunca me he terminado de creer eso de que “la cara es el espejo del alma” y la verdad es que soy más de la teoría de que “uno es cómo se comporta cuando cree que nadie le ve” (algo que le preguntaban a un Brian Ferry imaginario en un programa de radio que tenían mi hermano y Orejudo en una emisora de radio pirata). Supongo que por eso siempre he sentido cierta fascinación por las fotos de espaldas, más que por los retratos. Creo que cuando uno sabe que le están fotografiando (o pintando, o filmando, o en general viendo) uno tiene tendencia a comportarse de una forma diferente a como es, pero cuando a alguien le hacen una foto o un retrato de espaldas, o de lado, o sin que lo sepa es mucho más uno mismo.

Para mí una de las mejores fotografías de Kennedy (JFK para algunos) y una de las grandes fotografías de la historia, es esa en la que está de espaldas apoyado en la mesa del despacho oval en plena crisis de los misiles de Cuba.

 



Sabiendo que posiblemente salió en la revista Life (no, no tengo ninguna prueba, y no, no me apetece buscarla) me gusta pensar que vi esa foto siendo pequeño en El Puig, donde había una colección completa de ejemplares de la revista Life de esos años. Es más, diría que tengo un recuerdo claro de haberla visto al igual que tengo el recuerdo clarísimo de haber visto muchas de las fotografías que marcaron los sesenta en aquellos veranos valencianos en los que poco más había que hacer que mirar las fotos de aquella colección de Life, y los dibujos de la colección de Blanco y Negro que también había allí, tirada en unos armarios, y que se ha perdido (cuando vendimos la finca, mis padres nos pidieron si queríamos quedarnos algo y yo no incluí esta colección, aunque en lo que si insistí es que guardaran una fresquera nevera de madera preciosa, cosa que por supuesto no hicieron, así que igual se habría perdido de todas formas). Por supuesto me niego a pensar que vi estas fotografías mucho después, en libros de fotografía, cuando pasé por mi etapa de fotógrafo aficionado durante la que aterrorizaba a todos mis conocidos y entretenía otras tardes de verano y de otras temporarias buscando tomas absurdas (artísticas creo que se denominan técnicamente). No, todas, o casi todas esas fotografías, las vi cuando era pequeño en aquellos Life, y estoy seguro de que fue el acceso a esos Life lo que me hizo interesante por la fotografía y que son esas fotografías las que siempre he intentado imitar (con poco o nulo acierto) y sigo intentando imitar cada vez que fotografío algo (ampliado con las fotografías que he visto posteriormente).

De hecho, probablemente mi fotografía favorita de todas las que he tomado nunca es una fotografía de Lourdes de espaldas, arropada en una manta que se agita al viento, frente a un mediterráneo que no se ve en la playa de Gandía durante una gota fría verdaderamente tremenda. Fotografía que no puedo mostraros ya que en un enfado – cabreo monumental, diría yo – Lourdes tiro los negativos de esas fotos y las únicas copias que había.

En cualquier caso, respondiendo a vuestra pregunta de a qué viene esto os diré que es porque Cabut (también conocido como mi tío Ricardo, aunque realmente creo que es mi primo y que para mí es un hermano más: mi hermano mayor; y también conocido por nombres más oficiales que nos revelare en estas páginas) me ha regalado un cuadro en el que yo estoy en Piles mirando el mediterráneo y. claramente, con todo el peso del mundo sobre mis espaldas (que es por eso y no por acumulación de grasa  por lo que tengo yo esa chepa). Este, al que ya le he encontrado sitio en mi casa aunque todavía este buscando sitio para las cosas que he quitado para ponerlo.

Si, seguro que estáis de acuerdo en el parecido del retratado conmigo e incluso estaremos de acuerdo con el estilo Sorolla del cuadro pero he de deciros, porque así lo ha confesado el propio autor, que no, que no soy yo. Al parecer está basado en una foto de Ricardo Piglia que salió en el periódico (tengo las pruebas, aunque no aqui asi que no recuerdo en que peridico se publico o con que motivo o que mar miraba Piglia) lo que todavía me sorprende más ya que se a) se parece más a mí que a Piglia, o al Piglia fotografiado, lo que algunos podríais pensar que es porque Ricardo no pinta lo suficientemente bien (equivocados que estáis, malas personas) y b) Piglia es un escritor que me gusta bastante desde que me lo descubrió mi hermano Rafa (mi verdadero hermano mayor, que me ha descubierto a innumerables escritores más). Así que estoy muy feliz con este cuadro y quería compartirlo con vosotros, lo que debería explicar la introducción y ahora, sin más introducción, a por las lecturas.


La primera novela de este mes, 1794, es la segunda del noble sueco (no lo digo por su bondad interna, que desconozco, sino en un sentido literal ya que, al parecer, es realmente de la nobleza sueca). Era una novela que me apetecía mucho leer ya que la primera me pareció muy buena. Esta también es buena pero tal vez por la aprensión que me provoco la falta de imaginación al escoger el titulo he de reconocer que me ha gustado un poco menos, pero todavía me quedan ganas de leer la tercera de la supuesta trilogía (aunque esta segunda es completamente independiente de la primera) que, no sé por qué sospecho que se titulara 1795. 

No os diré en que año pasa la historia, por si alguno lo considera un spoiler, pero ya os avanzo que es en un año en que en Suecia (si, pasa en Suecia) declaran una ley Suntuaria (que yo no tenía ni idea de lo que era, pero seguro que vosotros sí) que hace que “Los encajes, los bordados, la seda, los tejidos de colores… todo ha sido prohibido para evitar que los riksdalers suecos abandonen el país en los bolsillos de los comerciantes extranjeros. El color ha desaparecido de las calles”

Es verdad que ahora mismo, en estos tiempos pandémicos de leyes no suntuarias, uno tiene la misma sensación, esa de que ha desaparecido el color y la alegría de las calles, pero también es verdad que, sabiendo que no era la primera ley suntuaria de Suecia (posiblemente tampoco la última) uno no puede nada más que revisitar su idea del cine de Bergman (Ingmar) y esas pelis en blanco y negro tan sobrias y plantearse si hay relación entre ambas cosas. Incluso a mí, aunque parezca contradictorio, me lleva a pensar en ABBA y todos aquellos trajecitos de colores, cortes y formas tan horteras y a la explicación que ellos mismos daban de porque se vestían así… que era para no existiera posibilidad, ni la menor sombra de duda, de que era ropa de trabajo y no tener problemas con hacienda al desgravarse este coste ya que ¿Quién iba a vestir así en su vida normal? Luego resulto que algunas personas si decidieron vestir parecido en la vida normal, aunque afortunadamente un poco mas discretamente.

La verdad es que los personajes son muy completos (ni idea de que quiero decir con esto pero espero que se entienda) como ese que decide poner tierra de por medio y “Solo piensa en avanzar a cualquier precio, en evitar la cercanía de la gente y buscar la soledad cueste lo que cueste: así como quien quiere ayudarte siempre encuentra la manera de hacerlo, nada detiene a quien quiere hacerte daño.”; o aquella que cuando le dice a otra que ha de ser madrina de una niña, porque no hay nadie más, y esta le responde con un no creo en Dios como motivo para no serlo, sencillamente le responde “entonces no tendrás problema es ser testigo de un rito superstición.” y da por zanjado el asunto adjudicándole a la otra el papel de madrina, sin dudar. Con ambos me siento identificado y supongo que por eso soy padrino de mi sobrina y, bueno, lo otro pues mejor no comentar. En cualquier caso y pese a ser más floja que la añada anterior, sigue mereciendo la pena leerla.

Mi siguiente selección en mi librería de referencia, ya sabéis (Méndez en la calle mayor) y también sabéis que necesitan que os acerquéis por allí a comprar (igual que por Fuenfría en Cercedilla, que pilla un poco más lejos y tiene un horario errático, pero, a cambio os permite visitar el campo y, si tenéis suerte, el bar de enfrente con una caña, vino o similar en compañía del librero escritor y tarambana de mi hermano), fue La calle por aquello de ser de una afroamericana (cuando aún no existía este término) en el NYC de los años 40. Su protagonista, mas negra que afroamericana, en principio cree eso tan americano de que solo hace fala trabajo duro y determinación para que todo se arregle y para sacar adelante, encarrilar, su vida y la de su hijo tras su divorcio. 

Pronto aprende que “Aunque fueses negro, con dinero tu vida era diferente…, tal vez no por completo, pero sí lo suficiente para que disponer de él fuese crucial” (algo que aquí siempre hemos sabido y aplicado a la diferencia entre los árabes – que son bienvenidos incluso en Marbella o en la casa Real – de los moros que no son bienvenidos ni siquiera en las pequeñas partes que todavía controlamos en otro continente, que es posiblemente más suyo en la que medida en que alguna tierra es de alguien, que ya dijo un histórico jefe sioux regañando al hombre blanco) pero que tarda más, mucho más, casi toda la novela, en aprender, que “Y mientras tu estas dejándote la piel para pagar el alquiler de esa porqueriza infecta, el mundo exterior se hacía cargo de tu hijo. La calle aceptaba con gusto esa responsabilidad. Se convertía en el padre y en la madre de tu retoño y se encargaba de educarlo en tu lugar. Pero la calle era un padre degenerado y una madre depravada con los que tú, por descontado, colaborabas al hablarle sin para a tu hijo de dinero”. Perpetuando una espiral, aumentándola hacia la marginación y las bandas, que llega hasta hoy y seguramente hasta pasado mañana y dejándote con la duda de cuanto es bueno poner en valor el dinero en la educación infantil (Los niños han de aprender el valor del dinero pero tampoco debe de ser algo que les condicione; un tema en el que debe de ser difícil, o imposible, encontrar un equilibrio). A mí me ha parecido una gran novela que, desgraciadamente, podría estar escrita hoy en día.


Supongo que, por mi fascinación por los excesos, desvaríos, más bien, de la mente humana, que hace que me interesen mucho los asesinos en serie (el mismo que también hace que me interesen ciertos programas de televisión que no voy a confesar en público) también hace que me interesan las novelas sobre nazis, e incluso las novelas sobre nazis fugados ya sean de los que lo niegan o de los que lo aceptan y se justifican o de los otros (los que se sienten orgullosos). Supongo que por eso cogí Ruta de Escape, que era sobre la fuga de un nazi, desde Alemania a Italia y que casi parece una tesis doctoral de referencias que tiene, entre otras entrevista con su nieto que sigue siendo barón, o similar, de no se que. Es verdad que resulta impresionante ver la capacidad de negación del comportamiento de su padre por parte del hijo – supongo que para algunos será una gran virtud eso del amor filial – pero que a ratos da un poquito de escalofrió y el resto del tiempo simplemente repelús. Dudo que ninguna virtud deba anteponerse a lo que vendría siendo el reconocimiento de la verdad familiar, por dura que esta sea. Sin embargo, no se trata de una novela cautivadora sino de un – en mi opinión – de un aburrido periplo de investigación para determinar no se sabe bien qué, que al final te deja bastante indiferente.

He de reconocer que cogí Klara y el Sol estando casi seguro de que no me iba a gustar, pero me apetecía leer una novela de Ishiguro (al que me niego a considerar un escritor japonés ya que, pese a haber nacido en Nagasaki, se mudó – le mudaron sus padres, seguramente – a Londres con seis años y sus obras más famosas son sobre mayordomos británicos) ya que al fin y al cabo se trata de todo un premio Nobel.

Es verdad que el tema – centrado en un androide y la inteligencia artificial – es el típico tema que me fascina y me repugna a la vez y sobre el que creo que se ha avanzado prácticamente nada desde K. Dick (en literatura) y me temo que incluso menos en la parte científica desde que ya era tendencia al final de los ochenta, principios de los noventa, en los que trabaje en el LSI (nada que ver con el LSD aunque algunos de los que trabajábamos allí parecíamos estar, a veces, bajo la influencia de sustancias, pero se trataba solamente de café trampero de Arizona – solo café y lo más fuerte que se podía hacer, ni azúcar ni puñetas… café, café y café  – y puede que de la tensión de saber que justo encima de nosotros había, las noches y los fines de semana que nos quedábamos a trabajar, un puesto de francotiradores protegiendo la Moncloa y que nos tenían completamente vigilados con inteligencia humana y no la artificial con la que jugábamos nosotros). Me resulta incomprensible que este escritor inglés tenga un premio Nobel y que esta sea su primera novela después de haberlo recibido.

Cada cierto tiempo sale un estilo nuevo de novela, no es que yo los siga mucho o que sea capaz de decir las diferencias entre un estilo y otro, y de repente empieza uno a encontrar novelas de ese estilo.

Ahora parece que se lleva al country noir (para lo que al parecer es suficiente que la historia pase en alguna zona rural de los estados unidos, tipo las montañas Orzak, los Apalaches - o las Apalaches - o, en West Virginia) y como consecuencia pues ya he leído un par de libros de este estilo que, en general, me han gustado por la extrañeza de un mundo que uno sabe que existe y que incluso creyó entrever, o adivinar, un verano que paso en West Virginia y otras temporadas en sitios con gentes igual de pintorescas de la américa profunda (ese uno mayestático soy yo, que me ha dado por ahí).

Huesos en el valle, según la contraportada, prometía que además de contar con los fabricantes y traficantes de droga necesarios para un country noir de esos que se precie, prometía meter en la coctelera a las malvadísimas empresas de fracturación hidráulica. Como este, el fracking no la droga, es un tema con el que he tenido cierta relación profesional (si, en el lado de los malvados, que uno, que no sabe montar en moto, nunca ha podido estar del lado de los malvados y es algo que siempre apetece y suma puntos con las mujeres) pues me decidí a darle una oportunidad y la cogí con ganas. A ver, no voy a decir que sea mala (aunque podría) tan solo os diré que podéis esperar a que hagan la película con Steven Seagal (o algún actor similar) y entonces despotricar que la película es igual que todas las de acción tonta de ese actor y tal vez añadir que mejro cojáis alguno de los últimos best-sellers del bueno de Baldacci, de esos de un agente del FBI en la américa rural (vamos de los peores suyos, que hay varios) y por lo menos lo pasareis mejor…. No será country noir, y no estaréis a la moda, pero pasareis un mejor rato que con esta.

Podría decir que escogí El Grupo para compensar haber cogido La Calle pero a poco que me conozcáis sabréis que esta idea se me ha ocurrido claramente a posteriori y que para nada  fui consciente de que estaba cogiendo dos retratos tan alejados de una misma sociedad, el NYC de los cuarenta. En este caso está representado por un grupo de universitarias blancas, ricas y despreocupadas (en La calle básicamente una madre sola; trabajadora sin casi formación; negra, perdón afroamericana, y pobre y angustiada) pero no, ni siquiera al leerlo fui consciente de esto y solamente ahora al escribir me doy cuenta de las grandes diferencias entre los dos mundos de estas dos novelas que pasan en una época y un lugar similar.

Si a uno de los mundos no lo salva el Plan Roosevelt, ya que ni siquiera le llega (hablamos de mujeres negras en una gran ciudad, y no de obreros de la construcción), el otro se ríe de él y lo desprecia ya que a él no le beneficia directamente “Lo mismo pasa con tu amigo Roosevelt y todos esos flojos trabajadores sociales de la Casa Blanca. La economía se habría recobrado si la hubieran dejado en paz, en lugar de escuchar los gimoteos de los tirados de la sociedad. ¡Recuperación! ¡Dime tu que recuperación ha habido! La economía está enferma y lo que han hecho es enchufarle un biberón.” Y esto también sigue pasando, aunque ya se haya comprobado que los grandes planes de recuperación sirven más a los ricos, que especulan y se enriquecen con ellos, que a los pobres a los que, simplemente, les permite sobrevivir.

Por supuesto que también entre los miembros de este grupo hay disparidades, pequeñas en un contexto amplio, pero verdaderamente importantes para sus miembros (miembras debería decir al ser todas chicas, pero no me sale) y así “Y en la universidad, ella y Norine habían trabajado juntas bastante amigablemente en la revista literaria – Vosotras erais las estetas. Nosotras, las políticas – Continuo Norine -. Y nos mirábamos desde las barricadas.” ¿las barricadas, dice? Cuando al otro lado de Central Park pasaban las historias de La Calle, ¿Barricadas, ellas las políticas? Si, igual que en una clase de política en la universidad española de los setenta o los ochenta donde las diferencias en las opciones políticas entre facciones (o fracciones, de lo pequeñas que algunas eran) eran tan sutiles que parecían meramente escolásticas, o sacadas directamente de La vida de Brian, pero que les llevaban a los odios más acérrimos, les llevaban a las barricadas y allí siguen algunos.

También tiene por supuesto vigencia en la actualidad, en la que estos dos mundos siguen completamente separados, no solo allí sino también aquí, en esta España mía, esta España nuestra que cantan con alegría algunos. Esa España en la que algunos mantienen ese gran dilema sobre pecho o biberón: “Primero amamantamos a nuestros hijos; la ciencia nos aconsejó que no lo hiciéramos. Ahora nos dice que entonces teníamos razón. ¿O estábamos equivocadas entonces y ahora tenemos razón? Debe de estar relacionado con la teoría de la relatividad, si entiendo algo a Einstein.” y al que ahora hemos añadido todo tipo de decisiones pandémicas, cambiantes y contradictorias pero para mí que no relacionadas ni con la ciencia ni con la teoría de la relatividad (si entiendo algo a Einstein, algo más que las miembras del grupo espero. Si, ahora lo he clavado y he puesto miembras aunque mi corrector ortográfico piense que esta palabra, o palabro, no existe y yo, de momento no le he sacado del error añadiéndola).

En cualquier caso, creo que esos dos mundos – yo mismo y probablemente todos – coincidimos en la misma reflexión: “Por muy desgraciada que se sintiera en ese momento, no podía decir semejante cosa. Incluso cuando había deseado morirse, no había deseado no vivir nunca. Nadie podía hacerlo.” Mi única pega real es en gran parte culpa mía ya que se trata de un grupo de nueve personas y a mi me cuesta distinguir a tantas personas y seguir sus diferencias; acabo mezclando a unas con otras sin mayor problema o pudor.

En fin, que pese a mis buenas intenciones me he retrasado este mes casi como si no hubiera hecho propósito de año nuevo y aquí lo dejo que en breve debería ponerme a preparar el de mayo que ya andamos por junio. Aprovechad estos días sin toque de queda y de vuelta a la subnormalidad y ¡Divertíos asaltando el castillo!

Lecturas

1794 – Niklas Natt Och Dag

La Calle – Ann Petry

Ruta de Escape – Philippe Sands

Klara y el Sol – Kazuo Ishiguro

Huesos en el valle – Tom Bouman

El grupo -  Mary McCarthy