La verdad es que este mes no se me ocurre ninguna chorrada, reflexión quiero decir, con la que abrir este comentario de textos – con el que ya llevo un retraso inaceptable, sobre todo teniendo en cuenta mi propósito de fin de año pasado.
Podría hablar de que ahora todos estamos – bueno, los que
quieran, que tampoco es obligatorio – en la situación en la que yo llevo unos
meses: fumando siempre que estoy en la calle para ir sin mascarilla que solo me
pongo para atravesar umbrales, como si fuera un extraño rito de judío ultra
ortodoxo (ese en el que han de tocar el quicio de la puerta al entrar y salir)
pero la verdad es que no me apetece meterme en una reflexión sobre eso de
llevar la mascarilla guardada en un bolsillo de cualquier forma para luego
ponérsela. Parece tan desquiciado e insalubre este comportamiento (ponerse una
mascarilla sucia así cada poco rato) que es como aquel consejo de toser en la
articulación del codo que es donde cualquier viejecita que te tenga cariño se
cogerá/colgara y, previsiblemente, se llenara de tus miasmas, se contagiara y…
bueno… en fin, pero todo desde el cariño.
También podría hablar de prohibiciones o ilegalidades
absurdas pero desde que sé que hay números primos que se consideran ilegales (si, resulta que el programa para descodificar DVD en binario es numero primo, así que ha sido declarado como un numero ilegal que no se puede duplicar) pues
ya casi ninguna prohibición me sorprende, en este mundo en el que puedes usar la
barra de los bares pero no como barra para compartir una cerveza, en el que esta permitido bailar en discotecas pero solo en las que tengan una pista de baile
en el exterior (una norma claramente para las fiestas de los pueblos pero de
poco interés para la mayor parte del sector; bueno, supongo pero igual la mayor
parte del sector de las discotecas son las discotecas de pueblo – con pista al
aire libre – no me sorprendería lo más mínimo que, a mí, todas las discotecas
me parecen de pueblo y en cualquier caso mi interés por bailar es mínimo), solo por citar algunas ejemplos que podría estar así el día entero.
También podría hablar de ese anuncio que he visto en la tele
y que tantísimo me indigna, aunque igual no lo habéis visto (parece que soy el único
de mis conocidos que lo ha visto) y como dudo que pueda encontrarlo os lo
cuento: la cámara sigue a una madre de familia que entra en el salón de casa
donde su marido está jugando a un videojuego en la televisión (Por justicia
social pienso que es el Fortnite ese
al que juegan todos los críos).El padre está desesperado, hablando en voz alta,
casi a gritos, porque le están caneando (perdiendo, dándole una paliza). La
madre sigue andando por la casa y entra en la habitación de su hijo (supongo,
aunque quien sabe ahora con tanta tipología de familia) que está también conectado
a la red, pero, no, no esa jugando “mama,
que estoy en clase” dice el crio. A lo que la madre le responde “anda y baja a ayudar a tu padre” como
quien le pide algo obligatorio, ya sabéis la forma de pedir de las madres.
Total, que el niño va a la habitación del padre (no sé porque estoy convencido
de que baja unas escaleras) y se pone a jugar con su padre, y empiezan a ganar
(esto se sabe por la cara del padre, porque el niño toma el mando y por los
comentarios). Todo acaba bien y el mensaje es algo así como “qué maravilla es colaborar” pero… de
verdad soy yo el único que se ha dado cuenta de que la madre ha sacado a su
hijo de una clase solo para subir el ego de su padre, porque esas son las
prioridades. Quiero pensar que no soy el único que se ha dado cuenta y que ya
no se ve el anuncio por una impresionante reacción social de repulsa, que la compañía
en cuestión ha pedido perdón por tan torpe anuncio, pero es algo que quiero, me temo que no tiene nada
que ver con la realidad como me pasa con la mayoría de las cosas que quiero.
Pero, en fin, como además este mes parece que he leído como
un auténtico animalillo a juzgar por
la pila de libros para comentar que está en el lado derecho de mi mesa (en mi
mesa auxiliar, como quien dice) pues me lanzo directamente a la tarea de
comentar y ya ira surgiendo algo, o no.
Mi primera lectura era de historias cortas (no, yo tampoco
se explicar la diferencia entre una historia corta y un cuento, pero esto son
historias cortas) con el intrigante título de Villanos Victorianos cuyo título en inglés es mucho más prometedor
(The Penguin Book of Gasligh Crimes)
y sugerente ya que cuando uno piensa en “victoriano” se imagina una cosa (en la
reina Victoria y en una Inglaterra más bien imperial) pero cuando piensa en los
principios de la luz de gas, de la iluminación de las ciudades con gas, pues
uno piensa ciertamente en el Londres de Jack el destripador, en prostitutas,
chulos y todas esas cosas que convierten a este libro “en una reunión de granujas”, en la que la mayoría de los
protagonistas ven las cosas algo diferentes al resto de la sociedad y “Para el, lo que estaba planeando apenas era
un robo, sino más bien una prueba artística de habilidad en la que media su
ingenio y su astucia frente a las fuerzas de las sociedad en general.” Es
difícil evaluar un libro que se compone de historias tan variadas ya que las
hay buenas, malas, mejores y peores, pero en general casi todas son
entretenidas, en su variedad y se dejan leer muy bien.
Obviamente al leer sobre esa pareja que llega a Suiza y “teníamos habitaciones amplias y agradables,
en el primer piso, con vistas al lago, y, ninguno de nosotros estaba poseído
por el menor síntoma de esa incipiente manía que se manifiesta en un deseo
insano de escalar montañas de fastidiosas escarpaduras y nieves innecesarias,
me atrevería a afirmar que todos disfrutamos. Pasábamos la mayor parte del
tiempo holgando en el lago, en esos graciosos vaporcitos y, de subir a una
montaña, subíamos al monte Rigi o al Pilatus, en los que había una máquina que
hacia todo el trabajo muscular por nosotros” no pude más que pensar en la distancia
que me separa de algunos, desgraciadamente muchos, de mis contemporáneos, que,
sin duda, se lanzarían a escalar cosas en lugar de disfrutar de esa holganza tan reconfortante y que tan
bien encaja con mi carácter natural. Obviamente, por aquello de escalar cosas,
pensé inmediatamente en mi buen amigo Jose Manuel y su transformación de
trasnochador y juerguista en sano escalador (sano debería estar entre comillas
ya que es algo de lo que tengo mis dudas, muchas, muchas dudas) ya que no se
trata de una transformación de su carácter, que sigue siendo obsesivo y
perfeccionista, sino tan solo de un cambio en el objetivo vital. Si su obsesión
por el estudio le llevo a ser el número uno de la carrera, o si su afición a la
cerveza le llevo a ser un gran bebedor pues es normal que un cambio al deporte
le lleve a unos excesos en esa línea. Yo personalmente echo de menos tomar
cervezas hasta altas horas de la noche (no sé si yo estaría ahora en capacidad
de hacerlo) debatiendo de casi cualquier majadería o de nuestros
contemporáneos, pero… cada loco con su tema.
Como digo, los protagonistas son variados e incluso está el
que “bebía Champan con la tranquilidad de
un hipertenso”, obviamente de un hipertenso de otros tiempos ya que ahora
lo primero que te prohíben – bueno, después del tabaco – es el alcohol entre el
que creo que los doctores (en la materia) incluyen, casi con toda seguridad el
Champan, por lo que, si bien los hipertensos solemos tender a ser tranquilos,
no nos gusta incumplir las indicaciones de nuestros médicos (o nos pone un poco
nerviosos incumplirlas) por lo que me permito dudar o de la tranquilidad o de
su hipertensión; o aquel otro que reflexiona como podría hacerlo mi padre “No hay nada tan insignificante que no
merezca la pena aprender y aprenderlo bien”, frase con la que estoy
bastante de acuerdo (aunque matizada ya que yo creo que hay muchas cosas que no
merece la pena aprender, pero todo lo que merece la pena merece la pena
aprenderlo bien).
Aunque pueda parecer lo contrario, de forma general, evito
las conversaciones sobre libros y mucho menos las que van sobre libros que a
alguien le han gustado, pero a mí no. Son conversaciones que no llevan a nada
ya que es casi imposible convencer a otro de lo que te ha gustado de un libro o
de lo que no te ha gustado, de hecho, es imposible convencerse uno mismo de que
un libro le seguiría gustando si lo volviera a leer. En el hecho de que te guste
un libro influye casi tanto el libro como tu momento vital que, al final,
condiciona lo que te dice un libro o lo que te parece ingenioso del mismo. Por
eso me sorprendió bastante encontrarme el otro día debatiendo sobre La anomalía, con Isabel – a la que sin
ánimo de ser machista y clasificarla por algo ajeno a ella, podría referirme
como la mujer de Paco ya que lo es y aclararía bastante quien es, al menos para
los que conozcáis a Paco – a la que le había gustado mucho y la había hecho
reflexionar sobre las posibilidades de ser “otros
nosotros mismos”. Supongo que yo me perdí esta reflexión en el libro ya que
esto de poder ser otros, que nuestras decisiones nos hacen ser una versión de
nosotros mismos, ya se lo había leído a Rafa hace mucho tiempo cuando hablaba
de que todos somos genocidas de nosotros mismos y que en cada decisión acabamos
matando todos los otros yoes que
podríamos ser y supongo que por eso no me ha parecido especialmente bueno (malo,
muy malo, le dije a Isabel, ya que en las conversaciones para que surja la
diversión, siempre hay que exagerar; incluso a veces hay que estar en contra
solo por principios).
El caso es que creo que es en este libro – no estoy seguro,
porque no he encontrado la marca – donde uno le dice a otro “hemos estudiado todas las posibilidades, si
esto fuera jugar a cara o cruz hemos estudiado incluso que la moneda caiga de
canto”, afirmación a la que el otro le responde: “pero no habéis estudiado que la moneda no caiga, y eso parece que es
lo que ha sucedido”. Se trata de un ejemplo que últimamente se da mucho,
especialmente en los campos de seguridad y salud, en los que algunas personas
te obligan a vivir como si situaciones que no se pueden dar fueran, incluso
probables y así es como de repente te ves paseando por el exterior de una
depuradora obligado a llevar casco, como si fuera posible que algo te cayera
del cielo o incluso que el cielo mismo se callera sobre tu cabeza como tenían
aquellos galos famosos. Yo, simplemente “estoy cansado, tan cansado” que ya
podeis empezar a llamarme Beniceturix (ni de coña, ni se os ocurra que por
causas menores hemos tenido problemas mayores).
En cualquier caso, pese a que sí que creo que es un mal
libro, la verdad es que tiene frases buenas, como “echar de menos a una mujer que te ha dejado será siempre menos
doloroso que desear sin tregua a la que duerme a tu lado, en una penumbra
indiferente y tibia, a años luz de distancia”, incluso aunque obvie la
posibilidad de que seas tú quien la he dejado precisamente por esa
indiferencia, salvo del deseo; o esa descripción de los mundillos artísticos,
del literario concretamente como “un tren
grotesco en el que unos listillos sin billete se cuelan descaradamente en
primera, con la complicidad de unos revisores incompetentes, mientras en el andén
se quedan los genios modestos (una especie en extinción a la que no se hace
ilusiones de pertenecer)” que aplica y explica especialmente a la música en
la que resulta sorprendente lo que triunfa frente a lo que no. Por supuesto,
creo que ya casi es obligatoria en un libro actual, tiene su reflexión sobre el
uso de internet con ese “el mensaje no
está muy claro, pero la libertad de pensamiento en internet resulta mucho más
efectiva desde el momento en que la gente ha dejado de pensar” que resulta
plenamente aplicable incluso a los telediarios.
Aunque en la fiesta antes mencionada mantuve un par de
conversaciones adicionales sobre libros (una sobre Verdú, Vicente, y su libro de futbol, que no se llamaba como yo
pensaba, aunque estoy seguro de que un capitulo si se llama como decían: “el miedo del portero al penalti” o tal
vez fuera “la soledad”, y otra sobre
ese escritor sueco – noche y dia, de apellido y nobel de nacimiento – que ya he
comentado últimamente) nadie me pregunto por ninguno de los tres libros
siguientes que he leído que sinceramente me han parecido muy malos.
El primero de esta trilogía de desaciertos en la compra fue Me dejaste entrar, cuenta una de esas
historias de duendecillos malignos que imagino podrá leerse como una metáfora
del machismo y de la irrevocable atracción de algunas mujeres hacia según que
comportamientos posesivos y de abuso. Igual no, igual solo es un cuento malo
sobre una chica que se casa con un duende de los bosques, en cualquier caso, no
merece que talaran árboles para imprimir esto (ni aun asumiendo que sean
arboles de bosques sostenibles ni que el personaje malvado sea pariente de los
árboles del bosque). Perfectamente prescindible y no se debería leer cerca de
una chimenea ya que da demasiado ganas de arrojarla al fuego.
Agujero la compre
solo porque era de una novela japonesa y por la portada se podía averiguar que
era de una japonesita y, bueno, ya sabéis mi debilidad por cómo funcionan las
mentes de a) los japoneses; b) las mujeres y c) los jóvenes… así que sentía curiosidad.
Al igual que con la anterior sospecho que hay alguna metáfora oculta que se me
ha pasado por alto, ya sabéis que yo no soy muy de metáforas ocultas…me gustan
las metáforas, pero solo cuando están a la vista y parecen casi un juego de
palabras. En fin, que otro fracaso de mis compras.
No me cuesta nada ser sincero, así que puedo decir que cogí La patria de los suicidas, sin especial
interés y que solo me animo que estuviera editada en Siruela Policiaca que, es verdad, que me ha descubierto bastantes
libros y autores interesante. Supongo que para algunas personas que una novela
policiaca pase en Iznájar, Córdoba, puede ser un factor de bondad adicional
pero la verdad es que si bien me resulta fácil identificarme con crímenes, o
asesinos, de casi cualquier nacionalidad me resultan muy poco creíbles los
crímenes, o los asesinos, de esta España mía, esta España nuestra. NO tengo ni
idea de porque me pasa esto, puede que sea culpa de los escritores, puede que
sea culpa de los protagonistas o de ambas cosas, o incluso que yo no esté
preparado para “personajes de carne y
hueso” si el hueso y la carne son de aquí, o igual es porque a los
personajes –e incluso al escritor – le falta la sangre necesaria quedándose en eso, en despojos de carne y hueso. Como decía aquel la(s) historia(s) de
España es como la morcilla y sin sangre… ni es morcilla ni nada.
El hombre perdido
es la nueva de Jane Harper, escritora australiana que explota los recursos de
vivir en un país en el que tu vecino más cercano puede encontrarse a mil
quinientos kilómetros de distancia y en el que para hace un viaje en coche a la
tienda es mejor equiparse con varios kits de supervivencia básicos e incluso
tener una agenda en la que apuntas cuando sales de casa, adonde vas y cuando
esperas volver para que sepan dónde buscarte si pasa algo y no regresas en el
tiempo esperado. Es verdad que todos estos ingredientes, unidos a las rencillas
propias de vecinos de comunidades muy pequeñas y muy aisladas, pues dan un
caldo de cultivo para escribir novelas exóticas con temas cotidianos
convirtiendo errores pequeños en lacras gigantescas. No es que sea una gran
novela, pero después de las tres anteriores resulta una agradable variación ya
que se entiende y los personajes tienen sangre y la autora aclara cosas que la
gente tiende a confundir “según ella, se
quedo paralizada. Yo creo que luego se avergonzó un poco de no haberse
marchado, pero en realidad es una reacción muy habitual. Además, estaba sola y
a oscuras con un tipo corpulento e insistente. – Steve miro a Nathan -. Podemos
decidir si nos interesa prestarnos a algo, pero solo cuando nos dan la
alternativa. Si no la das, estas manipulando a la otra persona y aprovechándote
de ella. - Se encogió de hombros -. Es una violación.” Así de sencillo
debería de ser entender algunas cosas, hay muchos tipos de violencia y todo lo
que deja sin alternativas a otra persona es violencia. Así de simple.
Seis cuatro es la
segunda vez que la leo, si me la había leído en ingles hace unos años y me
había gustado bastante, no tanto como para volver a leérmela conscientemente,
por voluntad propia, pero si como para leerla una vez que me había quedado sin
alternativas y sin tiempo para acercarme a mi librería de referencia, Méndez en la calle mayor (que para
acercarme a Fuenfría en Cercedilla es
mejor ni hablar, que ya sabéis todos de mi alergia al campo) que fue donde me
la compre pese a estar seguro en casi un 83,7% de que ya me la había leído.
Obviamente me sonaba mucho pero como no está seguro del todo decidí cogerla en
mi última visita precisamente con esa idea: tenerla de reserva por si me
quedaba sin lectura en algún momento. No me extiendo con ella, en este segundo
comentario, ya que para eso está el primero y yo nunca he sido de segundas
aclaraciones.
Sobre Días de luz y
esplendor también tenía mis dudas ya que estaba casi seguro de haber leído
una de lo que al parecer es una trilogía, pero era incapaz de recordar si era
esta u otra. Al final resulto que no la había leído, que he leído la primera y
esta que es la tercera, saltándome la segunda por esos caprichos del destino
con una habilidad olímpica. Es verdad que pese a que los personajes son los
mismos en ambas novelas – me atrevo a adivinar que también en la segunda serán
los mismos – pueden leerse (yo lo he hecho) como historias separadas sin ningún
problema. La verdad es que la novela tiene un sentido del humor muy urbanita y
muy cercano a mi, que también siento a veces eso de “en aquel momento no sabíamos que eran los ochenta – dijo Washington -.
Nadie nos lo dijo hasta 1987, y para entonces ya casi habían pasado.”, que
en cierta medida explica a veces mi distanciamiento, mi ausencia de nostalgia,
por lo que ahora se reivindican como los ochenta, especialmente por aquellos
que no los vivieron en su día pese a que pudieran haberlos vivido (por edad). Esas
épocas que en las que entre las cosas más sorprendentes se encontraba que
alguien pensara “Di no a la droga”
era un gran eslogan (al parecer de Nancy
Reagan) cuanto todo el mundo sabe que “las
drogas no admitirían un no por respuesta”, esto es, era y seguirá siendo,
así de sencillo.
Toda la novela se lee muy cómodamente y tiene sus frases
buenas, siendo para mí la mejor: “las
excentricidades de un amante se transforman en fallas de carácter en aquellas
personas con quienes uno ya no se acuesta” que es aplicable no solamente a
las amantes sino, incluso más, a aquellos amigos con los que uno ha dejado
parte de su amistad.
Sobre la Jurado 272
tuve muchas dudas y la verdad es que la había dejado sin comprar, pero el Méndez
mayor – el menor sigue de baja de ERTE, imagino al igual que imagino que son
hermanos, sin razón alguna quiero decir – me la recomendó, que a ellos (a él y,
entiendo su mujer, que es la que ahora le acompaña en la librería) les había gustado
mucho. Así que decidí darle una oportunidad y la metí debajo del brazo antes de
acercarme a pagar mis deudas de esa visita. La verdad es que está bien,
entretenida, sin ser un thriller judicial tiene ese punto de seguir las
decisiones del jurado en un caso mediático y cómo evoluciona todo
posteriormente para ellos como consecuencia de su participación en el juicio.
La novela pasa en Los Ángeles, ciudad que visite en su día y no me gustó nada
(pero dejare esto para otra entrada que igual escribo pronto) creo que ni siquiera es una ciudad, sino que
también pienso en ella como “un tributo
ejemplar a la capacidad del ser humano para sobrevivir en un suelo infértil, o
el edificio marchito de los planes más ambiciosos de una generación para
plantar algo que no debería vivir.” y sobre sus habitantes – al igual que
sobre los de Madrid – también coincido en eso de que “geográficamente eran sus vecinos. Oficialmente eran sus iguales.
Entonces, ¿Cómo era posible que parecieran teletransportados de otro planeta?”.
La gran curiosidad, para mí al menos, es enterarme de que
debido a las leyes en contra de los delitos sexuales (especialmente la
pederastia no santificada), o más bien en el sentido de avergonzar sobre los
delitos cometidos que en el castigo de ellos como los registros públicos de
delincuentes sexuales, la prohibición de vivir a más de una distancia de un
colegio, o la necesidad de ir a presentarse a su potenciales vecinos para
contarles sus delitos; tenga como resultado
que “Cada vez había más hombres
expulsados de la sociedad que necesitaban un sitio donde vivir en paz. Así nació
un sórdido negocio inmobiliario que dio lugar a pueblos como Miracle. Si era la
sociedad la que debía de protegerse de esos hombres o eran ellos quienes debían
protegerse de la sociedad, dependía del modelo de negocio de cada uno.”
Entiendo que es dificil, pero no creo que la solución pase por la creación de
estos guetos en los que se intenta eliminar la posibilidad de reincidencia,
pero sobretodo se elimina la posibilidad de rehabilitación e incluso de perdón.
No lo sé, sinceramente; a veces para algunos delitos todo castigo me parece poco,
pero otras veces me supera la posibilidad de creer en la posible recuperación. Más
en sistemas de enjuiciamiento basados en un método asambleario, como es el de
jurados, ya que todos sabemos (desde mucho antes de esta novela, e incluso
desde antes de las otras; todos sabéis cuales) que el método asambleario no
funciona, que la gente cede ante el más fuerte, o el más terco o el más
dicharachero o el más lo que corresponda.
En fin, pues eso, lo de siempre: ¡Divertíos asaltando el
castillo! Yo espero estar de vuelta en breve para cumplir mi promesa de inicio
de año aunque no las tengo todas conmigo.
Lecturas
Villanos victorianos – Michael Sims (ed.)
La anomalía – Hervé Le Tellier
Me dejaste entrar – Camilla Bruce
Agujero – Hiroko Oyamada
La patria de los suicidas – Pascual Martinez
El hombre perdido – Jane Harper
Seis cuatro – Hideo Yokoyama
Días de luz y esplendor – Jay McInerney
La Jurado 272 – Graham Moore