domingo, 27 de junio de 2021

Comentario de textos Mayo 2021

La verdad es que este mes  no se me ocurre ninguna chorrada, reflexión quiero decir, con la que abrir este comentario de textos – con el que ya llevo un retraso inaceptable, sobre todo teniendo en cuenta mi propósito de fin de año pasado.

Podría hablar de que ahora todos estamos – bueno, los que quieran, que tampoco es obligatorio – en la situación en la que yo llevo unos meses: fumando siempre que estoy en la calle para ir sin mascarilla que solo me pongo para atravesar umbrales, como si fuera un extraño rito de judío ultra ortodoxo (ese en el que han de tocar el quicio de la puerta al entrar y salir) pero la verdad es que no me apetece meterme en una reflexión sobre eso de llevar la mascarilla guardada en un bolsillo de cualquier forma para luego ponérsela. Parece tan desquiciado e insalubre este comportamiento (ponerse una mascarilla sucia así cada poco rato) que es como aquel consejo de toser en la articulación del codo que es donde cualquier viejecita que te tenga cariño se cogerá/colgara y, previsiblemente, se llenara de tus miasmas, se contagiara y… bueno… en fin, pero todo desde el cariño.

También podría hablar de prohibiciones o ilegalidades absurdas pero desde que sé que hay números primos que se consideran ilegales (si, resulta que el programa para descodificar DVD en binario es numero primo, así que ha sido declarado como un numero ilegal que no se puede duplicar) pues ya casi ninguna prohibición me sorprende, en este mundo en el que puedes usar la barra de los bares pero no como barra para compartir una cerveza, en el que esta permitido bailar en discotecas pero solo en las que tengan una pista de baile en el exterior (una norma claramente para las fiestas de los pueblos pero de poco interés para la mayor parte del sector; bueno, supongo pero igual la mayor parte del sector de las discotecas son las discotecas de pueblo – con pista al aire libre – no me sorprendería lo más mínimo que, a mí, todas las discotecas me parecen de pueblo y en cualquier caso mi interés por bailar es mínimo), solo por citar algunas ejemplos que podría estar así el día entero.

También podría hablar de ese anuncio que he visto en la tele y que tantísimo me indigna, aunque igual no lo habéis visto (parece que soy el único de mis conocidos que lo ha visto) y como dudo que pueda encontrarlo os lo cuento: la cámara sigue a una madre de familia que entra en el salón de casa donde su marido está jugando a un videojuego en la televisión (Por justicia social pienso que es el Fortnite ese al que juegan todos los críos).El padre está desesperado, hablando en voz alta, casi a gritos, porque le están caneando (perdiendo, dándole una paliza). La madre sigue andando por la casa y entra en la habitación de su hijo (supongo, aunque quien sabe ahora con tanta tipología de familia) que está también conectado a la red, pero, no, no esa jugando “mama, que estoy en clase” dice el crio. A lo que la madre le responde “anda y baja a ayudar a tu padre” como quien le pide algo obligatorio, ya sabéis la forma de pedir de las madres. Total, que el niño va a la habitación del padre (no sé porque estoy convencido de que baja unas escaleras) y se pone a jugar con su padre, y empiezan a ganar (esto se sabe por la cara del padre, porque el niño toma el mando y por los comentarios). Todo acaba bien y el mensaje es algo así como “qué maravilla es colaborar” pero… de verdad soy yo el único que se ha dado cuenta de que la madre ha sacado a su hijo de una clase solo para subir el ego de su padre, porque esas son las prioridades. Quiero pensar que no soy el único que se ha dado cuenta y que ya no se ve el anuncio por una impresionante reacción social de repulsa, que la compañía en cuestión ha pedido perdón por tan torpe anuncio, pero es algo que quiero, me temo que no tiene nada que ver con la realidad como me pasa con la mayoría de las cosas que quiero.

Pero, en fin, como además este mes parece que he leído como un auténtico animalillo a juzgar por la pila de libros para comentar que está en el lado derecho de mi mesa (en mi mesa auxiliar, como quien dice) pues me lanzo directamente a la tarea de comentar y ya ira surgiendo algo, o no.

Mi primera lectura era de historias cortas (no, yo tampoco se explicar la diferencia entre una historia corta y un cuento, pero esto son historias cortas) con el intrigante título de Villanos Victorianos cuyo título en inglés es mucho más prometedor (The Penguin Book of Gasligh Crimes) y sugerente ya que cuando uno piensa en “victoriano” se imagina una cosa (en la reina Victoria y en una Inglaterra más bien imperial) pero cuando piensa en los principios de la luz de gas, de la iluminación de las ciudades con gas, pues uno piensa ciertamente en el Londres de Jack el destripador, en prostitutas, chulos y todas esas cosas que convierten a este libro “en una reunión de granujas”, en la que la mayoría de los protagonistas ven las cosas algo diferentes al resto de la sociedad y “Para el, lo que estaba planeando apenas era un robo, sino más bien una prueba artística de habilidad en la que media su ingenio y su astucia frente a las fuerzas de las sociedad en general.” Es difícil evaluar un libro que se compone de historias tan variadas ya que las hay buenas, malas, mejores y peores, pero en general casi todas son entretenidas, en su variedad y se dejan leer muy bien.

Obviamente al leer sobre esa pareja que llega a Suiza y “teníamos habitaciones amplias y agradables, en el primer piso, con vistas al lago, y, ninguno de nosotros estaba poseído por el menor síntoma de esa incipiente manía que se manifiesta en un deseo insano de escalar montañas de fastidiosas escarpaduras y nieves innecesarias, me atrevería a afirmar que todos disfrutamos. Pasábamos la mayor parte del tiempo holgando en el lago, en esos graciosos vaporcitos y, de subir a una montaña, subíamos al monte Rigi o al Pilatus, en los que había una máquina que hacia todo el trabajo muscular por nosotros” no pude más que pensar en la distancia que me separa de algunos, desgraciadamente muchos, de mis contemporáneos, que, sin duda, se lanzarían a escalar cosas en lugar de disfrutar de esa holganza tan reconfortante y que tan bien encaja con mi carácter natural. Obviamente, por aquello de escalar cosas, pensé inmediatamente en mi buen amigo Jose Manuel y su transformación de trasnochador y juerguista en sano escalador (sano debería estar entre comillas ya que es algo de lo que tengo mis dudas, muchas, muchas dudas) ya que no se trata de una transformación de su carácter, que sigue siendo obsesivo y perfeccionista, sino tan solo de un cambio en el objetivo vital. Si su obsesión por el estudio le llevo a ser el número uno de la carrera, o si su afición a la cerveza le llevo a ser un gran bebedor pues es normal que un cambio al deporte le lleve a unos excesos en esa línea. Yo personalmente echo de menos tomar cervezas hasta altas horas de la noche (no sé si yo estaría ahora en capacidad de hacerlo) debatiendo de casi cualquier majadería o de nuestros contemporáneos, pero… cada loco con su tema.

Como digo, los protagonistas son variados e incluso está el que “bebía Champan con la tranquilidad de un hipertenso”, obviamente de un hipertenso de otros tiempos ya que ahora lo primero que te prohíben – bueno, después del tabaco – es el alcohol entre el que creo que los doctores (en la materia) incluyen, casi con toda seguridad el Champan, por lo que, si bien los hipertensos solemos tender a ser tranquilos, no nos gusta incumplir las indicaciones de nuestros médicos (o nos pone un poco nerviosos incumplirlas) por lo que me permito dudar o de la tranquilidad o de su hipertensión; o aquel otro que reflexiona como podría hacerlo mi padre “No hay nada tan insignificante que no merezca la pena aprender y aprenderlo bien”, frase con la que estoy bastante de acuerdo (aunque matizada ya que yo creo que hay muchas cosas que no merece la pena aprender, pero todo lo que merece la pena merece la pena aprenderlo bien).

Aunque pueda parecer lo contrario, de forma general, evito las conversaciones sobre libros y mucho menos las que van sobre libros que a alguien le han gustado, pero a mí no. Son conversaciones que no llevan a nada ya que es casi imposible convencer a otro de lo que te ha gustado de un libro o de lo que no te ha gustado, de hecho, es imposible convencerse uno mismo de que un libro le seguiría gustando si lo volviera a leer. En el hecho de que te guste un libro influye casi tanto el libro como tu momento vital que, al final, condiciona lo que te dice un libro o lo que te parece ingenioso del mismo. Por eso me sorprendió bastante encontrarme el otro día debatiendo sobre La anomalía, con Isabel – a la que sin ánimo de ser machista y clasificarla por algo ajeno a ella, podría referirme como la mujer de Paco ya que lo es y aclararía bastante quien es, al menos para los que conozcáis a Paco – a la que le había gustado mucho y la había hecho reflexionar sobre las posibilidades de ser “otros nosotros mismos”. Supongo que yo me perdí esta reflexión en el libro ya que esto de poder ser otros, que nuestras decisiones nos hacen ser una versión de nosotros mismos, ya se lo había leído a Rafa hace mucho tiempo cuando hablaba de que todos somos genocidas de nosotros mismos y que en cada decisión acabamos matando todos los otros yoes que podríamos ser y supongo que por eso no me ha parecido especialmente bueno (malo, muy malo, le dije a Isabel, ya que en las conversaciones para que surja la diversión, siempre hay que exagerar; incluso a veces hay que estar en contra solo por principios).

El caso es que creo que es en este libro – no estoy seguro, porque no he encontrado la marca – donde uno le dice a otro “hemos estudiado todas las posibilidades, si esto fuera jugar a cara o cruz hemos estudiado incluso que la moneda caiga de canto”, afirmación a la que el otro le responde: “pero no habéis estudiado que la moneda no caiga, y eso parece que es lo que ha sucedido”. Se trata de un ejemplo que últimamente se da mucho, especialmente en los campos de seguridad y salud, en los que algunas personas te obligan a vivir como si situaciones que no se pueden dar fueran, incluso probables y así es como de repente te ves paseando por el exterior de una depuradora obligado a llevar casco, como si fuera posible que algo te cayera del cielo o incluso que el cielo mismo se callera sobre tu cabeza como tenían aquellos galos famosos. Yo, simplemente “estoy cansado, tan cansado” que ya podeis empezar a llamarme Beniceturix (ni de coña, ni se os ocurra que por causas menores hemos tenido problemas mayores).

En cualquier caso, pese a que sí que creo que es un mal libro, la verdad es que tiene frases buenas, como “echar de menos a una mujer que te ha dejado será siempre menos doloroso que desear sin tregua a la que duerme a tu lado, en una penumbra indiferente y tibia, a años luz de distancia”, incluso aunque obvie la posibilidad de que seas tú quien la he dejado precisamente por esa indiferencia, salvo del deseo; o esa descripción de los mundillos artísticos, del literario concretamente como “un tren grotesco en el que unos listillos sin billete se cuelan descaradamente en primera, con la complicidad de unos revisores incompetentes, mientras en el andén se quedan los genios modestos (una especie en extinción a la que no se hace ilusiones de pertenecer)” que aplica y explica especialmente a la música en la que resulta sorprendente lo que triunfa frente a lo que no. Por supuesto, creo que ya casi es obligatoria en un libro actual, tiene su reflexión sobre el uso de internet con ese “el mensaje no está muy claro, pero la libertad de pensamiento en internet resulta mucho más efectiva desde el momento en que la gente ha dejado de pensar” que resulta plenamente aplicable incluso a los telediarios.

Aunque en la fiesta antes mencionada mantuve un par de conversaciones adicionales sobre libros (una sobre Verdú, Vicente, y su libro de futbol, que no se llamaba como yo pensaba, aunque estoy seguro de que un capitulo si se llama como decían: “el miedo del portero al penalti” o tal vez fuera “la soledad”, y otra sobre ese escritor sueco – noche y dia, de apellido y nobel de nacimiento – que ya he comentado últimamente) nadie me pregunto por ninguno de los tres libros siguientes que he leído que sinceramente me han parecido muy malos.

El primero de esta trilogía de desaciertos en la compra fue Me dejaste entrar, cuenta una de esas historias de duendecillos malignos que imagino podrá leerse como una metáfora del machismo y de la irrevocable atracción de algunas mujeres hacia según que comportamientos posesivos y de abuso. Igual no, igual solo es un cuento malo sobre una chica que se casa con un duende de los bosques, en cualquier caso, no merece que talaran árboles para imprimir esto (ni aun asumiendo que sean arboles de bosques sostenibles ni que el personaje malvado sea pariente de los árboles del bosque). Perfectamente prescindible y no se debería leer cerca de una chimenea ya que da demasiado ganas de arrojarla al fuego.

Agujero la compre solo porque era de una novela japonesa y por la portada se podía averiguar que era de una japonesita y, bueno, ya sabéis mi debilidad por cómo funcionan las mentes de a) los japoneses; b) las mujeres y c) los jóvenes… así que sentía curiosidad. Al igual que con la anterior sospecho que hay alguna metáfora oculta que se me ha pasado por alto, ya sabéis que yo no soy muy de metáforas ocultas…me gustan las metáforas, pero solo cuando están a la vista y parecen casi un juego de palabras. En fin, que otro fracaso de mis compras.

No me cuesta nada ser sincero, así que puedo decir que cogí La patria de los suicidas, sin especial interés y que solo me animo que estuviera editada en Siruela Policiaca que, es verdad, que me ha descubierto bastantes libros y autores interesante. Supongo que para algunas personas que una novela policiaca pase en Iznájar, Córdoba, puede ser un factor de bondad adicional pero la verdad es que si bien me resulta fácil identificarme con crímenes, o asesinos, de casi cualquier nacionalidad me resultan muy poco creíbles los crímenes, o los asesinos, de esta España mía, esta España nuestra. NO tengo ni idea de porque me pasa esto, puede que sea culpa de los escritores, puede que sea culpa de los protagonistas o de ambas cosas, o incluso que yo no esté preparado para “personajes de carne y hueso” si el hueso y la carne son de aquí, o igual es porque a los personajes –e incluso al escritor – le falta la sangre necesaria quedándose en eso, en despojos de carne y hueso. Como decía aquel la(s) historia(s) de España es como la morcilla y sin sangre… ni es morcilla ni nada.

El hombre perdido es la nueva de Jane Harper, escritora australiana que explota los recursos de vivir en un país en el que tu vecino más cercano puede encontrarse a mil quinientos kilómetros de distancia y en el que para hace un viaje en coche a la tienda es mejor equiparse con varios kits de supervivencia básicos e incluso tener una agenda en la que apuntas cuando sales de casa, adonde vas y cuando esperas volver para que sepan dónde buscarte si pasa algo y no regresas en el tiempo esperado. Es verdad que todos estos ingredientes, unidos a las rencillas propias de vecinos de comunidades muy pequeñas y muy aisladas, pues dan un caldo de cultivo para escribir novelas exóticas con temas cotidianos convirtiendo errores pequeños en lacras gigantescas. No es que sea una gran novela, pero después de las tres anteriores resulta una agradable variación ya que se entiende y los personajes tienen sangre y la autora aclara cosas que la gente tiende a confundir “según ella, se quedo paralizada. Yo creo que luego se avergonzó un poco de no haberse marchado, pero en realidad es una reacción muy habitual. Además, estaba sola y a oscuras con un tipo corpulento e insistente. – Steve miro a Nathan -. Podemos decidir si nos interesa prestarnos a algo, pero solo cuando nos dan la alternativa. Si no la das, estas manipulando a la otra persona y aprovechándote de ella. - Se encogió de hombros -. Es una violación.” Así de sencillo debería de ser entender algunas cosas, hay muchos tipos de violencia y todo lo que deja sin alternativas a otra persona es violencia. Así de simple.

Seis cuatro es la segunda vez que la leo, si me la había leído en ingles hace unos años y me había gustado bastante, no tanto como para volver a leérmela conscientemente, por voluntad propia, pero si como para leerla una vez que me había quedado sin alternativas y sin tiempo para acercarme a mi librería de referencia, Méndez en la calle mayor (que para acercarme a Fuenfría en Cercedilla es mejor ni hablar, que ya sabéis todos de mi alergia al campo) que fue donde me la compre pese a estar seguro en casi un 83,7% de que ya me la había leído. Obviamente me sonaba mucho pero como no está seguro del todo decidí cogerla en mi última visita precisamente con esa idea: tenerla de reserva por si me quedaba sin lectura en algún momento. No me extiendo con ella, en este segundo comentario, ya que para eso está el primero y yo nunca he sido de segundas aclaraciones.



Sobre Días de luz y esplendor también tenía mis dudas ya que estaba casi seguro de haber leído una de lo que al parecer es una trilogía, pero era incapaz de recordar si era esta u otra. Al final resulto que no la había leído, que he leído la primera y esta que es la tercera, saltándome la segunda por esos caprichos del destino con una habilidad olímpica. Es verdad que pese a que los personajes son los mismos en ambas novelas – me atrevo a adivinar que también en la segunda serán los mismos – pueden leerse (yo lo he hecho) como historias separadas sin ningún problema. La verdad es que la novela tiene un sentido del humor muy urbanita y muy cercano a mi, que también siento a veces eso de “en aquel momento no sabíamos que eran los ochenta – dijo Washington -. Nadie nos lo dijo hasta 1987, y para entonces ya casi habían pasado.”, que en cierta medida explica a veces mi distanciamiento, mi ausencia de nostalgia, por lo que ahora se reivindican como los ochenta, especialmente por aquellos que no los vivieron en su día pese a que pudieran haberlos vivido (por edad). Esas épocas que en las que entre las cosas más sorprendentes se encontraba que alguien pensara “Di no a la droga” era un gran eslogan (al parecer de Nancy Reagan) cuanto todo el mundo sabe que “las drogas no admitirían un no por respuesta”, esto es, era y seguirá siendo, así de sencillo.

Toda la novela se lee muy cómodamente y tiene sus frases buenas, siendo para mí la mejor: “las excentricidades de un amante se transforman en fallas de carácter en aquellas personas con quienes uno ya no se acuesta” que es aplicable no solamente a las amantes sino, incluso más, a aquellos amigos con los que uno ha dejado parte de su amistad.

Sobre la Jurado 272 tuve muchas dudas y la verdad es que la había dejado sin comprar, pero el Méndez mayor – el menor sigue de baja de ERTE, imagino al igual que imagino que son hermanos, sin razón alguna quiero decir – me la recomendó, que a ellos (a él y, entiendo su mujer, que es la que ahora le acompaña en la librería) les había gustado mucho. Así que decidí darle una oportunidad y la metí debajo del brazo antes de acercarme a pagar mis deudas de esa visita. La verdad es que está bien, entretenida, sin ser un thriller judicial tiene ese punto de seguir las decisiones del jurado en un caso mediático y cómo evoluciona todo posteriormente para ellos como consecuencia de su participación en el juicio. La novela pasa en Los Ángeles, ciudad que visite en su día y no me gustó nada (pero dejare esto para otra entrada que igual escribo pronto) creo que ni siquiera es una ciudad, sino que también pienso en ella como “un tributo ejemplar a la capacidad del ser humano para sobrevivir en un suelo infértil, o el edificio marchito de los planes más ambiciosos de una generación para plantar algo que no debería vivir.” y sobre sus habitantes – al igual que sobre los de Madrid – también coincido en eso de que “geográficamente eran sus vecinos. Oficialmente eran sus iguales. Entonces, ¿Cómo era posible que parecieran teletransportados de otro planeta?”.

La gran curiosidad, para mí al menos, es enterarme de que debido a las leyes en contra de los delitos sexuales (especialmente la pederastia no santificada), o más bien en el sentido de avergonzar sobre los delitos cometidos que en el castigo de ellos como los registros públicos de delincuentes sexuales, la prohibición de vivir a más de una distancia de un colegio, o la necesidad de ir a presentarse a su potenciales vecinos para contarles sus delitos;  tenga como resultado que “Cada vez había más hombres expulsados de la sociedad que necesitaban un sitio donde vivir en paz. Así nació un sórdido negocio inmobiliario que dio lugar a pueblos como Miracle. Si era la sociedad la que debía de protegerse de esos hombres o eran ellos quienes debían protegerse de la sociedad, dependía del modelo de negocio de cada uno.” Entiendo que es dificil, pero no creo que la solución pase por la creación de estos guetos en los que se intenta eliminar la posibilidad de reincidencia, pero sobretodo se elimina la posibilidad de rehabilitación e incluso de perdón. No lo sé, sinceramente; a veces para algunos delitos todo castigo me parece poco, pero otras veces me supera la posibilidad de creer en la posible recuperación. Más en sistemas de enjuiciamiento basados en un método asambleario, como es el de jurados, ya que todos sabemos (desde mucho antes de esta novela, e incluso desde antes de las otras; todos sabéis cuales) que el método asambleario no funciona, que la gente cede ante el más fuerte, o el más terco o el más dicharachero o el más lo que corresponda.

En fin, pues eso, lo de siempre: ¡Divertíos asaltando el castillo! Yo espero estar de vuelta en breve para cumplir mi promesa de inicio de año aunque no las tengo todas conmigo.

 

Lecturas

Villanos victorianos – Michael Sims (ed.)

La anomalía – Hervé Le Tellier

Me dejaste entrar – Camilla Bruce

Agujero – Hiroko Oyamada

La patria de los suicidas – Pascual Martinez

El hombre perdido – Jane Harper

Seis cuatro – Hideo Yokoyama

Días de luz y esplendor – Jay McInerney

La Jurado 272 – Graham Moore

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