sábado, 28 de mayo de 2022

Comentario de textos – Abril 2022

Pues así, por empezar con una curiosidad, os cuento que esta semana me he enterado de que en el colegio de mi sobrina Alicia (que ahora tiene 12 años) parce que han montado un club de lectura. Eso si, un club de lectura de milennials (dada su edad): en el que en lugar de leer los libros pues simplemente los ojean, saltándose todo lo que son descripciones o que directamente no son diálogos.  Es ciertamente un club de lectura que, a mi entender, parece precisamente fomentar la no-lectura, aunque como ya contaba muy bien Goldman algunos de los mejores libros (el de Morgenstern, en concreto) requieren que te saltes partes extensas del mismo. Haciendo esto, como hacia el abuelo que se lo leía (en teoría al propio Goldman) cuando era pequeño, sale un libro perfecto; leyéndolo entero como el descubriría tras regalárselo a su hijo pues el libro resulta completamente ilegible. Así que ya veis, pese a que estoy totalmente en contra de la práctica del club de lectura para no leer los libros también puede que esté equivocado (Goldman Dixit).

Igual en algún caso concreto funciona bien – esto de no leer el libro entero, leerse solo los diálogos (que conste que no hablamos de teatro, donde esto es lo suyo) – pero creo que es una práctica que, por lo menos, debería combinarse con la lectura de buenos libros escogidos que les puedan interesar a pre-adolescentes de 12 años. No sé, yo para la enseñanza de la literatura, creo en el concepto de “lectura retrospectiva” (que desarrollamos con mi hermano Rafa hace mucho tiempo) que es contrario al que nos sometieron nuestros profesores obligándonos a leer al principio de curo las Jarchas y luego ya ir avanzando, pero sin llegar nunca a la actualidad. Yo creo que la literatura debe enseñarse, o la afición a la misma se crea, leyendo desde la actualidad hacia atras.: hay que empezar con algo actual con lo que puedas conectar y de un mundo que reconozcas y desde ahí empezar a descubrir (en casi todos los libros se acaba citando a otros) y, pues, ya verás hasta donde llegas.

Por alusiones a mi hermano, pues comentaros que el día 1 de junio saca nueva novela “El rio de cenizas” y de la que no puedo opinar todavía ya que solo he leído un único borrador, el primero que se llamaba “Las personas mayores” pero que – aunque cuando la lea, la comentare y criticare –  desde ya mismo os recomiendo que os compréis y leáis que seguro que es buena (aquí me la estoy jugando porque a mí el borrador no acabo de convencerme: tenia cosas muy buenas pero le faltaba, le faltaba mucho; pero seguro que ha mejorado mucho mas) Así que: todos a comprarla el día 1, o durante la feria del libro (eso si comprarla en la caseta de la librería Méndez que son mis proveedores oficiales).

Hecha la publicidad y antes de meterme en el lio de comentar mis lecturas y aunque no todavía no este confirmado os cuento que me ha surgido la posibilidad de un trabajo en Colombia, bueno, más bien para Colombia ya que la mayor parte lo hare desde aquí (entendiendo por aquí, Madrid y Piles) pero que seguramente me permita pasar una o dos semanas, a gastos pagados y con cicerones, en Bogotá. Ya, ya sé que no es Cali que es donde trascurrieron dos años de mi infancia (de los que no tengo nada más que recuerdos ficticios, o de segunda mano, a través de haber visto películas familiares en Super-8) pero si al final sale y paso por Bogotá, seguro que me acerco a Cali e incluso intentare pasarme por “Santa Marta, Barranquilla y Cartagena… son tres perlas que brotaron, que brotaron del mar caribe… Santa Marta…” que dice esa canción que tengo grabada desde pequeño en el cerebro, o igual es en la masa de la sangre. Ya os iré contando. Ahora, a la tarea de comentar las lecturas.

Parece que Mariana Enríquez es una autora de culto por lo menos en su Argentina natal, pero de la que yo no tenía consciencia de haber oído hablar y que Bajar es lo peor es su primera novela, que también es una novela de culto. La contraportada no augura nada bueno ya que parece la típica novela de un trio social, más que amoroso, que se desarrolla en el submundo del underground de buenos aires, teóricamente punk, pero sobretodo con muchas drogas y muchos problemas psicológicos de los protagonistas, pero nunca se sabe con estas cosas y como no conozco nada del Buenos Aires de los noventa, pensando que podría parecerse al Madrid de los ochenta pues me decidí a darle una oportunidad. A mí no me ha convencido, lo que puede ser debido a que no haya sabido captar todas las referencias que el libro parece tener (digo, por haber sido una novela de culto) o, más probablemente (en mi opinión) puede ser debido a que es sencillamente mala. No he encontrado nada destacable y la verdad es que los protagonistas me han parecido más personajes de un programa de televisión de esos que salen madres con sus hijos quejándose de las adicciones de estos últimos, que personas reales y creíbles que puedan representar a una sociedad real, pero… igual estos personajes son creíbles en Argentina donde, casi todos parecen personajes de televisión con la cantidad de problemas que acarrean.

Mi segunda lectura La ciudad de los vivos, al parecer, está basada en un caso real de asesinato en Roma; un caso de esos que son verdaderamente incomprensibles para mí, en el que se asesina básicamente solo por asesinar, por hacer daño y que sencillamente no acabo de comprender (por muchas series de asesinos que vea, no acabo de comprender la mente criminal y es algo que me inquieta). La novela no es ni buena ni mala y por usas palabras del propio autor “La historia parece escrita por un guionista a quien no le preocuparan las imposiciones de la verosimilitud” que es verdad que es algo que le pasa a la realidad, que si la cuentas en una novela muchas veces parece sencillamente inverosímil. Supongo que la única explicación de algunos comportamientos hay que buscarlas en la declaración de uno de los asesinos “yo eliminaría las tres primeras letras de la palabra «perversión», Son todas versiones diferentes de la humanidad, distintos matices de individualidad, a veces vividas con sufrimiento” pero es algo con lo que no puedo estar de acuerdo: la perversión no es una versión de nada, en mi opinión.

Es verdad que el libro tiene cosas divertidas como la reproducción de una carta que al parecer el papa Pacelli (para mi desconocido) escribió a los generales de las fuerzas áreas británicas y estadounidenses pidiéndoles que “si acaso es vuestra intención continuar con los bombardeos sobre Roma, que os abstuvierais de hacerlo entre las doy las tres y media: aquí en el Vaticano a esas horas Su Santidad reposa. Paz y bien.” que por increíble que pueda parecer a mí me resulta perfectamente creíble; o aquella sobre “Una de las leyendas de los ultimas tiempos decía que Roma era la única capital europea que no había sufrido atentados gracias a su sempiterna informalidad” algo que resulta, incluso, más creíble que la anterior, o que por lo menos responde plenamente al tópico de Roma, con un tráfico que hace imposible planear nada con precisión (menos aun ejecutarlo) y a la tradicional impuntualidad de los lugareños (aunque esto afecta poco ya que en principio los encargados de los atentados se supone que no serán romanos sino foráneos que tienen otro sentido de la puntualidad, normalmente patológico como muchos dementes).

Afortunadamente, aunque aún este por confirmar, parece que el mercado editorial ha cambiado en relación con los libros japoneses y si antes era muy raro encontrar alguno traducido ahora creo que casi puede iniciar una sección fija con mi libro japonés del mes. Este mes ha sido Tokio, estación de Veno que es de un estilo japonés que podríamos llamar introspectivo (frente a otros estilos más dinámicos) y que no es de mis favoritos; lo que a mí más me gusta es cuando se les va la pinza del todo y algo menos esas novelas “serenamente meditativa y sutilmente espectral”. Dicho esto, seguiré comprando las novelas japonesas que vea: primero para que sigan editándolas y segundo porque pese a todo me ha gustado. Aunque es una novela bastante japonesa hay en ella ideas que son bastante universales como “ser pobre es el mayor de los crímenes. Y el castigo por ese crimen era ser pobre. Antes de que uno pudiera redimir su culpa volvía cometer un nuevo crimen, y así estábamos, en un círculo vicioso el que solo se podía escapar dejando de ser pobre.”, algo, esto de dejar de ser pobre, que es una tarea, o misión, imposible para demasiada gente.

Es verdad que es una novela melancólica, triste incluso, en la que (no pienso explicar todavía porque seguramente no tenga motivos) me siento identificado, a veces, con el protagonista, con ese que “Yo nunca llevaba ninguna foto encima. Pero las personas que se fueron, los lugares que deje atrás y el tiempo que ya paso siempre estaban presentes, en frente de mis ojos. Yo vivía de espaldas al futuro, evitándolo, mirando solo al pasado. Lo que sentía no era añoranza ni nostalgia, no era algo tan dulce. Simplemente no podía soportar el presente y el futuro me aterrorizaba, y cuando me quise dar cuenta estaba hundido en un pasado que una vez acontecido ya no podía llevarme a ninguna parte. No sé si el tiempo llego a su fin o si se detuvo temporalmente; no sé si es algo que se puede rebobinar y empezar de nuevo, como una película. O puede ser que el tiempo me expulsara para siempre. No lo sé, no lo sé, no lo sé…”

No, yo tampoco lo se… pero si lo siento así, a veces; aunque otras (al igual que el protagonista) tampoco me interesa el pasado ya que “Aquellos recuerdos de los que nunca me había podido desprender estaban guardados en una caja, sellados por el tiempo. Las cajas que han sido selladas por el tiempo no se deben abrir. Si se abren, uno vuelve a caer en el abismo del pasado.” Y ese abismo da miedo, por lo que en parte te quedas sin pasado, a la vez que sabes que es lo único que te queda. Igual por cosas como estas es por lo que me cuesta tanto cumplir con el objetivo inicial del blog, que, sorpresa, sorpresa, no era hablar de mis lecturas, si no de mí mismo. Pero, ya, si eso, nos hacemos los argentinos otro día.

Cuando repartimos la librería de mis padres, lo hicimos sobre cajas que habíamos llenado como habíamos podido simplemente vaciando las estanterías dela manera más eficiente posible: tal y como estaba. Como básicamente estaba ordenada alfabéticamente y sin etiquetar a cada uno nos tocaron algunas letras del abecedario. Entre otras letras a mí me tocó la G y recuerdo haber colocado – en distintas mudanzas – casi todo Graham Greene, que era un favorito de la casa y pensaba que estaba completo. Así que fue una pequeña sorpresa encontrar Brighton Rock, un título que no me sonaba nada. Ni haberlo leído, ni haberlo ordenado, ni haberlo donado o regalado en ningún momento. Ahora una vez leído sigue sin sonarme haberlo leído, así que en cierta media me he leído una nueva novela de Greene, y la verdad es que me ha parecido floja. Está bien, la historia e incluso los personajes, pero, no sé, me parece que le falta garra e incluso lo que les sobra a otras: reflexión sobre la condición o las miserias humanas. Si es que uno nunca está contento que si unas porque les falta, que si otras porque les sobra. ¿Qué puedo decir? Esperaba más.


Los nombres prestados es una de esas novelas que tiene potencial (vale, según la contraportada todas parecen tenerlo, salvo contadas excepciones) ya que pasa a mediados de los ochenta y tiene un trasfondo político y de la violencia (político militar, que diría alguno) de aquella transición modélica Sin embargo, ni mientras la estaba leyendo ni ahora que intento recordar – con la distancia de poco más de un mes – me viene a la cabeza nada positivo que decir sobre ella y lo mejor que puedo decir es que se deja leer pero que si no la lees tampoco te habrás perdido nada.

Algo parecido le pasa a La joven que no podía leer, aunque en este caso era más esperable ya que, en gran medida, es una novela canónica, o de género. Concretamente del genero manicomio de finales del XIX con un misterio escondido que deberá descubrir un recién llegado a la institución (no como loco, sino como médico). Añádele a eso un par de personajes estrambóticos y tienen, eso, una novela clásica, casi un remake de otras novelas del mismo estilo. Poco aporta al género, aunque se lee de una forma entretenida como casi todas las del género (si te gusta el género, claro).

Supongo que El festín del amor podría ser clasificada por algunos (no por mí que paso de clasificaciones aparte de la inevitable: excelente, buena, mala, pésima y algún grado adicional como él ni una cosa ni la otra) por aquello de que aparecen varias historias que, ahora mismo no recuerdo si son conexas o inconexas. De hecho, tampoco recuerdo nada especialmente y una de las pocas cosas que he marcado es irrelevante para la mayoría de la gente pese a que a mí me haga ilusión leer “Bueno, dijo, voy a poner música en la máquina de discos. Se levantó y camino hasta la Wurlitzer a través del humo de los cigarrillos” que además de incluir el nombre mítico pues me hace recordar esos tiempos en los que era posible, necesario incluso, atravesar el humo de los cigarrillos en los bares que sinceramente yo sí que echo de menos, mucho.

También, aunque no se me ocurra a quien aplicársela, me encanta la imagen que una de las protagonistas tiene de sí misma: “soy el árbol contra el que se estrella un conductor borracho al salirse de la carretera. El árbol no se mueve. Se limita a quedarse donde está. Mata a la persona por el mero hecho de estar ahí de pie. Esa seria yo. Esa es mi actitud: una inmovilidad y una neutralidad letales.” Ya digo, no se me ocurre nadie que encaje en esta descripción, pero me gusta.

“Por encima pueden parecer novelas policiacas tradicionales; pero a mi entender tratan mas sobre la vida que sobre la muerte: hablan de las decisiones, del precio de la libertad, del esfuerzo por vivir en paz.” Esto es lo que dice la propia autora sobre su serie de novela y en gran medida estoy de acuerdo, estoy de acuerdo tras haber leído Ofensa Mortal, porque ya había leído otras dos novelas de la serie y, aunque me habían gustado, no me habían encantado, ni cuando las lei sentí que efectivamente, el crimen, o crímenes, que ocurría en la novela no era, para nada la parte importante. Con esta nivela sí que he tenido esa sensación de que va de otra cosa y la verdad es que me ha encantado. Me ha parecido una novela excelente, para que negarlo.

Estoy demasiado de acuerdo, o las puede entender y ver reflejadas en otras personas, con demasiadas opiniones que vierten demasiados de los personajes que (si yo recomendara libros) os recomendaría que dejarais de leer aquí este blog y os fuerais a leerla porque desde el leitmotiv del comisario principal: “No des crédito a todo lo que pienses” (que no recuerdo haber leído en ninguna de las otras dos novelas de la autora) con el que no puedo estar más de acuerdo y que acabo de decidir adoptar; pasando por aquel otro personaje: que tras una analogía sobre las bondades de la escalada y de la virtud del esfuerzo de escalarla aunque uno muriera en el intento el personaje se da cuenta de que su analogía es incorrecta y que  “si uno muere en la ladera de una montaña, lo hacía cometiendo un acto egoísta y sin sentido. Una proeza de fuerza y ego revestida de bravuconería” o ese concepto que demasiada gente aplica sin conocer, y del que “Ruth era una firme seguidora del preciclaje, de una evolución del reciclaje: hacía uso de las cosas antes de que la gente las tirara”.

Sinceramente está llena de detalles buenos desde esa alumna que en clase hace una pregunta y que sentía que “Se había expuesto, había dado muestras de ignorancia y de algo peor: había mostrado interés por saber” que parece ser algo que sienten los pre adolescentes y creo que incluso mucho son pre adolescentes a los que les parece que lo peor es mostrar interés por saber, y así va el mundo; hasta es frase corta que casi recuerda a Ana Maria Moix: “Siempre estaba alerta ante cualquier amenaza. Como un pistolero… O como un libro de poesía abierto.” Que te deja la duda si el libro de poesía abierto es una amenaza o es algo que siempre esta alerta; pasando por algo que es aplicable a demasiada gente “Él era simplemente eso: común. Un pedazo de carbón que se creía un diamante. UN imbécil con un gran despacho.”

Ya digo, demasiadas cosas buenas… la conversación telefónica entre “una mujer que hablaba con un cerrado acento británico tratando de entender a una mujer con acento quebequés. Ambas hablaban un inglés al parecer ininteligible.”, que recuerda a tantas conversaciones que todos hemos sufrido en las que la voluntad de no entenderse y de lucir el acento de algunas personas es increíble y que solo podría ser más realista si en lugar de una súbdita británica fuera con un francés, o francesa.

Es un libro que, incluso, me deja la tarea de comprobar el hecho de que existe un pueblo llamado Saint-Louis-du_Ha! Ha! (que existe) y del que debería ser hijo honorifico Chimo Bayo (que no lo es, de momento) e incluso eso que sabe cualquiera pero que parece que la gente ha olvidado: “las emociones no eran ni mucho menos lineales. Formaban círculos, ondas, puntos y triángulos. Pero rara vez discurrían en línea recta.” y que les hace pensar que la gente o te cae mal o bien, sin matices y para siempre.

Ya digo, para mí, una gran novela y una gran forma de acabar esta entrada, de la que ya solo me queda pendiente mi deseo final de ¡Divertíos asaltando el castillo!

 

Lecturas

Bajar es lo peor – Mariana Enríquez

La ciudad de los vivos – Nicola Lagioia

Tokio, estación de Veno. Yu MIri

Brighton Rock – Graham Greene

Los nombres prestados – Alexis Ravelo

La Joven que no podía leer – John Harding

El festín del amor – Charles Baxter

Ofensa mortal – Louise Penny

domingo, 8 de mayo de 2022

Comentario de textos – Marzo 2022

 En fin, esto era algo que tarde o temprano tenía que pasar. Si es que se venía venir. Casi era inevitable. Pero igual, antes de que os empecéis a preguntar ¿Qué demonios ha pasado, a que me estoy refiriendo? Imagino que conviene aclara que no es nada importante y que me refiero tan solo al hecho de haberme saltado un mes completo sin completar ese blog de lecturas. Ya, ya se, que con este principio igual esperabais algo más interesante, algo por lo que mereciera la pena seguir leyendo esta entrada del blog.

Realmente podría contaros otras cosas que poco a poco se veían venir, que al final han pasado y que son mucho más interesantes, pero como con cosas que afectan más a otras personas, pues de momento me las callo y, ya, si eso, cuando las personas con más implicación las cuenten pues yo las comentare, o comentare mi opinión sobre ellas.

En cualquier caso, como ya estamos a ocho de mayo y todavía tengo pendiente escribir sobre los libros de marzo (afortunadamente pocos) y los de abril (afortunadamente muchos) hoy no me voy a enrollar con esta introducción y voy a empezar con las lecturas, que, me temo, que la primera de ellas podría llevarme a una digresión / dispersión incontrolada e incontrolable.

Si, si la última lectura del mes pasado fue de un libro auto editado por un amigo durante la pandemia recopilando unas conversaciones de café entre conocidos, el primero de este mes entra en la misma categoría: la de los libros auto editados por un “amigo” por el aburrimiento provocado por la pandemia diferenciándose en que en este caso no recoge unas conversaciones entre conocidos sino simplemente los pensamientos del autor bajo el título de Pensando 2020. Creo que lo primero es aclarar porque, en este caso, he puesto amigo entre comillas y en cursiva. Esto es fácil: yo considero al autor un amigo, de hecho, fue mi primer socio profesional y mantuvimos una empresa durante casi una década, compartimos muchísimo tiempo juntos, compartimos ideas, el equivalente en alcohol a varias cosechas de la ucrania invadida, noches en vela y por supuesto cada uno soporto las excentricidades y particularidades del otro, cada uno se apoyó en el otro para su desarrollo profesional durante aquella grata etapa, e incluso las seguíamos compartiendo incluso después de terminar nuestra relación societaria (que se acabó en excelentes términos por razones ajenas a la misma) pero, a la vez es muy complicado ya que hace años que no nos hablamos y se, por terceras personas, que él está muy enfadado conmigo por algo que al parecer hice, o sería más correcto decir por algo que no hice (según tengo entendido falte al funeral de su padre). Imagino que puede tener razón para estar enfadado, para haber estado enfadado en su día, ya que yo no recuerdo porque no fui al funeral y no sé si tenía una razón suficientemente válida para mi ausencia. Sencillamente no tengo ni idea, pero tampoco esperaba que el padeciera lo que Don Winslow denomina “el Alzheimer de los irlandeses. Se les olvida todo, menos los rencores” de ahí las comillas, ya que, según tengo entendido, nuestra relación de amistad ya no es biunívoca. Una pena ya que es indudable que pasamos muchas cosas juntos en su día y que es una lástima que todo se haya perdido por, digamos, una torpeza social.

En cualquier caso, ya, si eso, hablamos otro día de aquella época, aquella primera empresa y las muchas anécdotas de aquella década, al de los 90, época en la que Pablo ya tenía la costumbre – puede que la tuviera de siempre – de apuntar cosas (pensamientos e ideas) fundamentalmente en servilletas de bar o posavasos y acumularlas en los bolsillos de su americana donde, durante las épocas intermitentes y periódicas en las que intentaba dejar de fumar, se mezclaban con un puñado de garbanzos secos que llevaba como sustituto de algunos cigarrillos (no de todos). No estoy seguro de si sigue con esta costumbre – sospecho que si – ya que a mi este libro me parece el resultado de pasar a limpio, ampliando, algunas de esas notas incluyendo sus predicciones para la post pandemia. Desde mi punto de vista hay mucho de rumbling and mumbling, la mayor parte sin especial interés, pero siempre resulta curioso ver como un amigo verbaliza sus pensamientos fuera de una conversación influenciada por los licores y supuestamente tras una reflexión más profunda que la de escribir una idea en una servilleta.

Creo que, por completar la historia del libro (no la de la amistad con Pablo, que volverá a salir), es necesario aclarar que este libro me ha llegado a través de un amigo común – la supuesta tercera pata de aquella sociedad, supuesta ya que solo lo fue nominalmente pese a que él fue el nexo de unión entre las partes – que mantiene un contacto escaso con el autor, pero mayor que el que mantenemos los “amigos” ahora.

En Lake Success, libro que si compre en mi librería de referencia (ya sabéis, Librería Méndez en la calle mayor de Madrid, poco después o poco antes de llegar a las palmeras de chocolate de El Riojano y que deberías visitar con frecuencia; ambos sitios) ya que, en principio, el personaje principal era descrito en la contraportada con una cantidad de adjetivos: “Narcisista, vulgar, millonario, infantil, acomplejado, soberbio, displicente, inútil, infatuado, estereotípico, incapaz, irresponsable” que auguraban, por lo menos, un personaje divertido. La verdad es que nada más lejos de la realidad y a mí me ha costado interesarme por sus aventuras y desventuras, que por otra parte me han parecido carentes de interés y solo destacaría, casi en relación con la contraportada, la frase de “La mejor ficción es la ficción del autoengaño. Señala el contraste entre la banalidad de nuestras ficciones inventadas y la impotencia del mundo real”. Bueno, digo esto a la espera de visitar The Old Town Bar, en la decimoctava en NYC para comprobar si sus salchichas a la brasa merecen ser destacadas. Es un sitio que queda apuntado para cuando se pueda viajar sin restricciones de mascarillas.

Buena Suerte es, creo, el cuarto libro que leo de su autor. El primero me gusto, el segundo menos, el tercero empezó a aburrirme y este la verdad es que me ha dejado completamente indiferente. Entiendo que hay una especie de moraleja sobre la amistad y el dinero, incluso entre la necesidad de conseguir dinero sacrificando casi todo para conseguirlo, conseguir el objetivo por cualquier medio; e incluso entiendo la necesidad de trabajar como animales pare cumplir un objetivo de tu propia empresa (las noches sin dormir, incluso los días enteros de empalmada para acabar) pero, creo que ni siquiera está bien contado. Un poco de demasiada moralina, con toda la tragedia que se desata por esto. Lo que si me ha hecho mucha ilusión es comprobar que otro bar, aunque sea uno ficticio, al cierre encendía las luces y empezaba a sonar ese clásico que es “No tenéis que iros a casa, pero tampoco podéis quedaros aquí” al igual que en el Morgenstern.

Ahora solo me falta recordar que este autor no me gusta especialmente para futuras compras. Dudo que lo consiga pero lo intentare.

 Los dos Lados, lo cogí por aquello de leer una policiaca que pasara en España y escrita por una chica y publicada por Siruela que, a veces, me ha descubierto a escritores interesantes. A ver, se trata de una novela que ni fu, ni fa… creo que quiere contar más de lo que sabe contar por lo que hay alguna idea buena, e incluso algún personaje al que se le puede coger cariño, pero que no acaba de definir ni los personajes, que quedan flojos en general, ni la historia principal ni, menos, la historia secundaria (el subtexto, que, creo, dicen los entendidos) en la que creo que no se acaba de encontrar a gusto la autora, que no se lo acaba de creer.

En fin, como me pasa siempre, cuanto peores son los libros que leo, menos leo y este mes (marzo) no ha sido especialmente bueno, pero abril ha sido distinto y como además estaba la semana santa, de la que he pasado parte en Piles, pues la siguiente entrega, que será en breve que voy con mucho retraso y he de ponerme al día, promete ser larga.

Mientras tanto, ¡Divertíos asaltado el castillo! y, por si alguno no la conocéis (y porqué hace mucho que no pongo ningún video) os dejo con la canción de cierre del Morgenstern que hace una buena despedida.


 


Lecturas

Pensando 2020 – Pablo González Rodríguez

En Lake Success – Gary Shteyngart

Buenas Suerte – Nickolas Butler

Los dos lados – Teresa Cardona