En fin, esto era algo que tarde o temprano tenía que pasar. Si es que se venía venir. Casi era inevitable. Pero igual, antes de que os empecéis a preguntar ¿Qué demonios ha pasado, a que me estoy refiriendo? Imagino que conviene aclara que no es nada importante y que me refiero tan solo al hecho de haberme saltado un mes completo sin completar ese blog de lecturas. Ya, ya se, que con este principio igual esperabais algo más interesante, algo por lo que mereciera la pena seguir leyendo esta entrada del blog.
Realmente podría contaros otras cosas que poco a poco se veían
venir, que al final han pasado y que son mucho más interesantes, pero como con
cosas que afectan más a otras personas, pues de momento me las callo y, ya, si
eso, cuando las personas con más implicación las cuenten pues yo las comentare,
o comentare mi opinión sobre ellas.
En cualquier caso, como ya estamos a ocho de mayo y todavía
tengo pendiente escribir sobre los libros de marzo (afortunadamente pocos) y
los de abril (afortunadamente muchos) hoy no me voy a enrollar con esta introducción
y voy a empezar con las lecturas, que, me temo, que la primera de ellas podría llevarme
a una digresión / dispersión incontrolada e incontrolable.
Si, si la última lectura del mes pasado fue de un libro auto
editado por un amigo durante la pandemia recopilando unas conversaciones de café
entre conocidos, el primero de este mes entra en la misma categoría: la de los
libros auto editados por un “amigo”
por el aburrimiento provocado por la
pandemia diferenciándose en que en este caso no recoge unas conversaciones
entre conocidos sino simplemente los pensamientos
del autor bajo el título de Pensando
2020. Creo que lo primero es aclarar porque, en este caso, he puesto amigo entre
comillas y en cursiva. Esto es fácil: yo considero al autor un amigo, de hecho,
fue mi primer socio profesional y
mantuvimos una empresa durante casi una década, compartimos muchísimo tiempo
juntos, compartimos ideas, el equivalente en alcohol a varias cosechas de la
ucrania invadida, noches en vela y por supuesto cada uno soporto las excentricidades y particularidades del otro, cada uno se apoyó en el otro para su
desarrollo profesional durante aquella grata etapa, e incluso las seguíamos compartiendo
incluso después de terminar nuestra relación societaria (que se acabó en
excelentes términos por razones ajenas a la misma) pero, a la vez es muy complicado
ya que hace años que no nos hablamos y se, por terceras personas, que él está
muy enfadado conmigo por algo que al parecer hice, o sería más correcto decir
por algo que no hice (según tengo entendido
falte al funeral de su padre). Imagino que puede tener razón para estar
enfadado, para haber estado enfadado en su día, ya que yo no recuerdo porque no
fui al funeral y no sé si tenía una razón suficientemente válida para mi ausencia. Sencillamente no tengo ni idea,
pero tampoco esperaba que el padeciera lo que Don Winslow denomina “el Alzheimer
de los irlandeses. Se les olvida todo, menos los rencores” de ahí las comillas, ya que, según tengo entendido,
nuestra relación de amistad ya no es biunívoca. Una pena ya que es indudable
que pasamos muchas cosas juntos en su día y que es una lástima que todo se haya
perdido por, digamos, una torpeza social.
En cualquier caso, ya, si eso, hablamos otro día de aquella época,
aquella primera empresa y las muchas anécdotas de aquella década, al de los 90,
época en la que Pablo ya tenía la costumbre – puede que la tuviera de siempre –
de apuntar cosas (pensamientos e ideas) fundamentalmente en servilletas de bar
o posavasos y acumularlas en los bolsillos de su americana donde, durante las épocas
intermitentes y periódicas en las que intentaba dejar de fumar, se mezclaban
con un puñado de garbanzos secos que llevaba como sustituto de algunos cigarrillos
(no de todos). No estoy seguro de si sigue con esta costumbre – sospecho que si
– ya que a mi este libro me parece el resultado de pasar a limpio, ampliando,
algunas de esas notas incluyendo sus predicciones
para la post pandemia. Desde mi punto de vista hay mucho de rumbling and mumbling, la mayor parte
sin especial interés, pero siempre resulta curioso ver como un amigo verbaliza
sus pensamientos fuera de una conversación influenciada por los licores y
supuestamente tras una reflexión más profunda que la de escribir una idea en
una servilleta.
Creo que, por completar la historia del libro (no la de la
amistad con Pablo, que volverá a salir), es necesario aclarar que este libro me
ha llegado a través de un amigo común – la supuesta tercera pata de aquella sociedad,
supuesta ya que solo lo fue nominalmente pese a que él fue el nexo de unión entre
las partes – que mantiene un contacto escaso con el autor, pero mayor que el
que mantenemos los “amigos” ahora.
En Lake Success,
libro que si compre en mi librería de referencia (ya sabéis, Librería Méndez en la calle mayor de
Madrid, poco después o poco antes de llegar a las palmeras de chocolate de El Riojano y que deberías visitar con
frecuencia; ambos sitios) ya que, en principio, el personaje principal era
descrito en la contraportada con una cantidad de adjetivos: “Narcisista, vulgar, millonario, infantil, acomplejado,
soberbio, displicente, inútil, infatuado, estereotípico, incapaz, irresponsable”
que auguraban, por lo menos, un personaje divertido. La verdad es que nada más
lejos de la realidad y a mí me ha costado interesarme por sus aventuras y
desventuras, que por otra parte me han parecido carentes de interés y solo destacaría,
casi en relación con la contraportada, la frase de “La mejor ficción es la ficción
del autoengaño. Señala el contraste entre la banalidad de nuestras ficciones
inventadas y la impotencia del mundo real”. Bueno, digo esto a la espera de visitar
The Old Town Bar, en la decimoctava
en NYC para comprobar si sus
salchichas a la brasa merecen ser destacadas. Es un sitio que queda apuntado
para cuando se pueda viajar sin restricciones de mascarillas.
Buena Suerte es,
creo, el cuarto libro que leo de su autor. El primero me gusto, el segundo
menos, el tercero empezó a aburrirme y este la verdad es que me ha dejado
completamente indiferente. Entiendo que hay una especie de moraleja sobre la
amistad y el dinero, incluso entre la necesidad de conseguir dinero
sacrificando casi todo para conseguirlo, conseguir el objetivo por cualquier
medio; e incluso entiendo la necesidad de trabajar como animales pare cumplir
un objetivo de tu propia empresa (las noches sin dormir, incluso los días
enteros de empalmada para acabar) pero, creo que ni siquiera está bien contado.
Un poco de demasiada moralina, con
toda la tragedia que se desata por esto. Lo que si me ha hecho mucha ilusión es
comprobar que otro bar, aunque sea uno ficticio, al cierre encendía las luces y
empezaba a sonar ese clásico que es “No tenéis
que iros a casa, pero tampoco podéis quedaros aquí” al igual que en el Morgenstern.
Ahora solo me falta recordar que este autor no me gusta especialmente para futuras compras. Dudo que lo consiga pero lo intentare.
En fin, como me pasa siempre, cuanto peores son los libros
que leo, menos leo y este mes (marzo) no ha sido especialmente bueno, pero
abril ha sido distinto y como además estaba la semana santa, de la que he
pasado parte en Piles, pues la siguiente entrega, que será en breve que voy con
mucho retraso y he de ponerme al día, promete ser larga.
Mientras tanto, ¡Divertíos asaltado el castillo! y, por si
alguno no la conocéis (y porqué hace mucho que no pongo ningún video) os dejo con la canción de cierre del Morgenstern que hace una buena despedida.
Lecturas
Pensando 2020 – Pablo González Rodríguez
En Lake Success – Gary Shteyngart
Buenas Suerte – Nickolas Butler
Los dos lados – Teresa Cardona
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