domingo, 27 de diciembre de 2020

Comentario de textos - Noviembre 2020

Todavía no he conseguido ponerme al día con el comentario de las lecturas de noviembre, pese a que ya ha pasado la navidad y estamos camino de fin de año y por lo tanto de comentar los libros leídos en diciembre.

Si yo fuera tan histérico como parte del personal de mi gestoría, que me reclama los gastos del trimestre a mediados del último mes, supongo que en la esperanza que en los últimos quince días no gaste nada ni tampoco facture nada, pues iría muy mal pero como tampoco es que tenga unas fechas límite con las que cumplir para la escritura de mis comentarios de textos, pues ni tan mal.

 La verdad es que mi ideal, lo que tengo en la cabeza, es intentar escribirlas en la primera semana de cada mes – ya será en los primeros diez días o en la primera quincena, que nos conocemos todos – para luego en la segunda quincena escribir sobre algo que no sean lecturas. 

Este es mi propósito de año nuevo, para cuando empiece el año, digo. Podría haber elegido otro propósito cualquiera, como dejar de fumar pero ahora con esto de tener que llevar mascarilla por la calle todo el tiempo se me hace incluso más difícil dejar de fumar o de llevar el cigarrillo encendido ya que si según salgo de un lugar me enciendo un pitillo para no tener que ponerme la mascarilla (casi como si fuera un judío ortodoxo, de alguna ortodoxia muy específica, que en lugar de tener que tocar el quicio de las puertas al entrar o salir pues tengo que encenderme un pitillo o ponerme la mascarilla; costumbres tan absurdas como la de cualquier ortodoxia  injustificable lógicamente).

La verdad es que como consecuencia fumo mucho más y me recuerda a cuando empezaron a prohibir fumar en el interior de los locales en NYC se convirtió en un instinto encender un cigarrillo a la salida de cada tienda o bar, sin importar que la siguiente tienda o bar a visitar estuviera a cinco o diez metros de la que salía, o incluso puerta con puerta: si salía a la calle, encendía un pitillo, si estaba llegando a algún sitio encendía otro y estoy convencido de que no era el único que hacía, hace, esto. En fin, que por motivos diferentes el resultado era, es, el mismo y no especialmente bueno para mi salud. Para mi salud física en el sentido exclusivo en el que ahora se usa el termino salud, olvidándose de la premisa básica de que la salud es mucho más que no estar enfermo. Ahora la salud es incluso más restrictiva y ya ni siquiera se trata de no estar enfermo, sino de ni tan siquiera estar expuesto a una posible enfermedad. 

Pero no quiero entrar en otro debate sobre la estupidez de todas estas medidas, de todos los cambios de vida, que la sociedad ha decidido aceptar como necesarios y, lo que es peor, como obligatorios sin pararse a pensar ni un momento en la lógica o el impacto de los mismos. Son conversaciones que no tienen mucho sentido porque para algunas, demasiadas, personas las teorías sin confirmar se han convertido en artículos de fe y ya estamos en una carrera para ver quién es el más restrictivo, el más solidario, el más concienciado y el más… ni idea. En fin, si seguimos así pues tendremos que decir adiós a la civilización y a la sociedad tal y como la entendemos y dedicarnos a vivir en una burbuja virtual sin contactos reales, o igual con un poco de suerte se nos pasara la tontería y volveremos a vivir sabiendo que siempre hay riesgo en la vida.

Pero como digo, no quiero meterme en esta conversación y hoy lo único que quiero – saltándome los comentarios sobre las navidades, que nunca ha sido mi época favorita del año (no, ni idea de cuál es mi época favorita del año, ni siquiera de si tengo una; diría que no, que depende del año) – es hablar de cosas fáciles como mis lecturas de este mes (bueno del mes anterior, ya sabéis).

Mi librería de referencia de la capital ha vuelto a abrir (aunque sospecho que han cambiado los horarios, pese a que ellos lo niegan) y pese a que ahora mismo no están los dos hermanos (a ver, si, están los dos hermanos Méndez , los oficiales, hermano y hermana, pero no los que yo he inventado que son hermanos; y la imaginación es, siempre, mejor que la realidad) es donde me abastezco y donde, salvo que andéis por la sierra u os apetezca ir al campo para, digamos observar fenómenos meteorológicos o astronómicos específicos, u otra cosa que aporte el campo, es la librería que deberíais visitar para vuestras compras o para las compras de navidad y reyes; si tenéis pensado ir al campo o ya habéis llegado obviamente mi recomendación es que elijáis bien el campo y que acabéis en la Librería Fuenfria donde os podrán recomendar libros e incluso más importante un bar cercano en el que tomar una caña o un caldito (si sois más de ese estilo, que de todo hay entre los campestres).

La primera elección del mes, Materia Oscura, era obvia pese a que las posibilidades de que fuera una buena novela eran escasas ya que, obviamente, se trata de una novela rescatada del cajón de borradores (o novelas completas) rechazadas en su día por la editorial o por el propio autor y que, a su muerte, pues sus herederos o la propia editorial, decide que es el momento de sacar al mercado. Sospecho que todos los escritores, sus familiares o sus editores, tienen este cajón, justo debajo del cajón en el que guardan múltiples cuentos cortos sobre temas o con estilos diversos, para poder aportarlos a distintas recopilaciones en caso necesario, o más habitualmente para incluirlos de alguna forma en una novela que se les ha quedado corta. A veces lo que está en estos cajones son ideas buenas que necesitaban más trabajo y para las que el autor no encontró el momento de completar; otras, sospecho, son ideas que el autor decidió dejar de lado porque no había conseguido lo que estaba buscando. Desde mi punto de vista esta novela es del segundo tipo, una novela que en su día le apeteció escribir y que o bien el propio autor, o su editor, decidió que no estaba lo suficientemente bien para publicarla. Una vez muerto, pues las cosas cambian y la novela está lista para ser publicada y vendida a los lectores asiduos del autor que compraran cualquier cosa del mismo.

No estoy diciendo que sea una mala novela e incluso me atrevo a decir que si la hubiera leído como primer o segundo libro de Kerr (no sé, en los tiempos de Una investigación filosófica) pues la historia de un ayudante de Isaac Newton, unos falsificadores y unos asesinatos seguramente me hubiera gustado. Ahora, después de todo Gunther, la verdad es que yo la habría dejado en el cajón hasta haber reescrito algunas partes y en general haberla mejorado lo suficiente. Tiene alguna frase buena “¿Agua, señor? Lo que usted necesita no es agua con la mañanita que hace. El agua no puede ser buena para la salud, es demasiado pesada y si no anda con cuidado le saldrá un cálculo. A unos caballeros como ustedes puedo ofrecerles algo mejor ¿le apetece una buena cervecita de Lambeth?” que mejora si tenemos en cuenta que por “mañanita” se refiere a primera hora de la mañana, algo así como a las seis o siete de la mañana que, hombre, es pronto para una cervecita; y también tiene alguna idea inquietante para estos tiempos de la sobreinformación que me afecta particularmente como escritor de estos comentarios de textos “Un librero debe guardar el secreto profesional igual que un médico. ¿en que se convertiría el mundo si cualquiera supiera lo que leen los demás? Desde luego, caballero, los libros acabarían siendo como pociones de charlatán y todos los embaucadores de los periódicos se dedicarían a afirmar la superioridad de un volumen por encima de otro.”

De hecho este tipo de afirmaciones son la que conforman todas las citas de las fajas de las novelas actuales, de las contraportadas y también son la ida detrás de las listas de libros más leídos de todos los periódicos y revistas que en tanto proliferan en estas fechas y que uno sabe perfectamente que no quieren decir nada, como el caso de la que envolvía “Exhalación” dedicada a que era el libro favorito, o que estaba leyendo, o que le había encantado (que no me acuerdo) a Obama y que esto era lo que lo convertía en interesante. Yo diré que esto no influyo nada en mi selección y vosotros podéis ponerlo en duda todo lo que queráis que así son las cosas… básicamente lo cogí por ser un libro de cuentos de ciencia ficción, pero cuando solo llevaba unas cincuenta paginas (en el segundo cuento y el que da título al libro) leí: “ahora también tenía espacio para rotar su microscopio en un radio de trescientos sesenta grados” y mi decepción por el autor o por el traductor o por la ciencia en la ficción se vino abajo: ¿un radio, en serio?. En fin, seguí leyendo… nada especialmente interesante salvo algunas referencias al abuso de la tecnología que se transforman en frases vacías e insensatas, en plan juicio moral, como “cualquiera que haya malgastado horas navegando en la Red sabe que la tecnología refuerza los malos hábitos”. Sí, claro, el malgastar el tiempo es culpa de la tecnología, es mucho mejor malgastar horas practicando un deporte, tirando piedras a un rio, o mirando a las musarañas.

La única idea que salvo de todo el libro, y solo por mi falta actual de memoria, es “se me ocurre que una memoria perfecta no podría constituir una narrativa de la misma forma que el metraje de una cámara de seguridad sin editar no puede ser una película.” Si bien es evidente que vuelve a mezclar conceptos y funciones y que tampoco esta al tanto de algunas películas de cine actual de autor, que ciertamente parecen el metraje de una cámara de seguridad o incluso mas aburridas, digamos como mirar como se seca la pintura de una pared.

Solo se me ocurre que a partir de ahora he de recordar las frases de la fajas y contraportadas de los libros no en relación con los libros en sí mismos, sino con el personaje o persona que las dice y el libro del que las dice, ya que como todas las recomendaciones dicen más del que las recomienda que del objeto recomendado.

En cuanto a llegue a casa, realmente a casa de Álvaro y Helena, y mire lo que había comprado me choco bastante haber cogido La familia Aubrey ya que no parecía interesarme nada y solo puedo explicar el haberlo escogido por un intento de equilibrar el género de mi librería (cogiendo alguna autora femenina que no conociera y que se supone buena, o incluso muy buena) o bien por la acción de la mascarilla que no me deja pensar, que embota mi pensamiento. Lo empecé a leer y llegué casi hasta la página cuatrocientos (de unas quinientas cincuenta) antes de decidirme finalmente a dejarlo ya que no conseguía nada de la historia, pero estaba a la espera de que mejorara. Supongo que a todos nos ha pasado lo de estar leyendo algo, no estar interesándonos demasiado, pero, de repente, un giro hace lo cambia todo y casi nos ponemos a leer retrospectivamente y vemos que ha merecido la pena el seguir con la lectura. No es el caso, o no ha sido el caso para mí en las primeras cuatrocientas páginas, igual tenía que haber seguido un poco más, o igual tenía que haberlo dejado mucho antes. Vete tú a saber, si eso, pues ya me contáis que os parece y si al final mejora lo suficiente.

En condiciones normales habría cogido Una chica es una cosa a medio hacer porque me parece un título fenomenal, lo habría abierto, hojeado un poco y estoy casi seguro de que no me hubiera decidido por cogerlo o solo lo hubiera cogido como último remedio: un vistazo rápido al interior, la lectura rápida de una página al azar, deja claro que solo es legible, si acaso, en versión original y casi imposible de leer en una traducción ya que toda la escritura parece basarse en un ritmo sobre frases entrecortadas que sencillamente se pierde en la traducción. El único motivo que se me ocurre para que llegara hasta casa con este libro es la necesidad de llevar como complemento vital una mascarilla que embota mi cerebro y que, sobretodo, me hace desear abandonar los sitios públicos en los que es necesario llevarla lo antes posible y salir a fumar un cigarrillo, o por lo menos llevarlo encendido. La única razón para aguantar hasta la página ochenta creo que fue mi cabezonería, pero sinceramente puede que es versión original no esté tan mal, o puede que este incluso peor y que sea una especia de ejercicio de un taller de escritura, ejercicio que no ha salido bien. Es algo que, me temo, tampoco sabré nunca y que, de momento, solo me ha servido para resolver la duda que siempre he tenido sobre si comprar la palmera de chocolate de El Zaragozano antes de entrar en la Librería Méndez o después. Claramente la tengo que comprar antes para llegar a la librería con, al menos parte, de mi cerebro operativo sin estar embotado por la mascarilla en el paseo hasta la librería. En mi próxima visita actuare así y veré si mi selección de libros mejora que desde luego la de este mes ha sido bastante decepcionante.

En fin, pues eso, que si consigo mantener mi propósito de año nuevo dentro de poco volveré a escribir sobre las lecturas de este mes de diciembre del que ya queda muy poco; mientras tanto ya sabéis “divertíos asaltando el castillo”.

 

Lecturas

Materia Oscura – Philip Kerr

Exhalación – Ted Chiang

La familia Aubrey – Rebecca West

Una chica es una cosa a medio hacer – Eimear McBride

lunes, 7 de diciembre de 2020

Comentario de textos - Octubre 2020

 Igual solo me pasa a mí, pero de vez en cuando me veo obligado a recordarme “ya está bien” para dejar de buscar excusas a algo que no me apetece mucho hacer pero que sé que acabare haciendo ya que si no lo hago pues no podré avanzar en otras cosas que he de hacer. O, a veces, se trata de una frase que hay que decirse para terminar con esa mezcla e autocomplacencia o de autocompasión que se nos mete entre los huesos como si fuera el frio de invierno y allí pretende quedarse; allí pretende que nos quedemos envueltos en una manta zamorana mirando la televisión o haciendo tareas cuyo único objetivo es obviar otras tareas que podríamos / deberíamos estar haciendo. Eso es lo que me ha pasado este mes (noviembre) con mi comentario de textos del mes (del mes de octubre) pero ya empezado diciembre he decidido darme ese ultimátum y ponerme a escribir en esta tarde de domingo constitucional y helador.

Podría ponerme directamente a escribir sobre los libros leído, pero creo que eso sería hacer trampa y no un poco de trampa, sino como hacer trampa jugando al solitario, No, antes de entrar en este tema os debo contar el motivo por el que este mes he tardado tanto en sentarme ante el ordenador a intentar escribir esto, o a no escribir sobre otra cosa.

El primero de noviembre me entere de que se había muerto Julian, compañero de estudios; potencial doble de Ray Liotta; autentico conocedor sino de todos los bares y casas de comidas de la prospe, si de todos los que merecen la pena o han merecido la pena en los últimos treinta años (y eso no siendo del barrio pues tiene su mérito): bebedor (especialmente de pacharán de sobremesa lo suficientemente larga para enlazar con el aperitivo de la cena y seguir hasta esas horas en las que cierran los sitios decentes o a hasta la hora en la que cerraban los indecentes y la vida se abría a un sol y sombra matinal) y vividor incluso después de que le diagnosticaran una enfermedad terminal, algo que conseguía sacar de los nervios a sus compañeros y amigos, digamos, menos vividores que le acabaron organizando varias intervenciones que pretendían corregir algunas de sus conductas que consideraban se debía a esa afición a la vida y a la bebida que tenía y no a un convencimiento interno, a una creencias profundas en hechos, puede que inexistentes pero que para el eran verdad absoluta; ingeniero de obra, porque tenía el titulo como todos los de la promoción, pero más cercano al mejor de los operarios o montadores que al ingeniero de oficina que en distintas facetas somos todos los demás, al que lo que le gustaba era hacer obra, si por el fuera con sus propias manos, desmontar su coche o su ordenador no como hacemos todos los demás como comprobación de que siempre sobran piezas sino incluso para añadirle nuevas piezas que a veces se había inventado que podían servir; una buena persona que, desgraciadamente, se volvió lo suficientemente loco (en sus últimos años, pero no por la bebida o la mala vida) para terminar enfrentándose con toda su familia y gran parte de sus , una buena persona que murió más abandonado de lo que merecía pero en cierta medida como él quería, igual que intento vivir aunque no lo consiguiera.

En fin, Julian murió y yo sé, sabia, que, pese a todo, a lo mucho o a lo poco que le conociera, no sería capaz de escribir “murió mi amigo Julian” y supongo que esto es parte de lo que me tenía bloqueado: la incapacidad para añadir amigo a los recuerdos de Julian ya que, pese a que, si le consideraba mi amigo, intermitente y lejano, saber de su muerte cuando ya me había bloqueado varias veces en el whatsapp (quejándose luego de que no le escribía), cuando después de un reencuentro tras largos años sin encontrarnos volvimos a separarnos en sus últimos años cuando cargaba con sus problemas de salud y mentales sintiendo que no le había sido de ayuda suficiente, o incluso que, en cierta medida, le había fallado me hacían imposible añadir ese amigo a la noticia de su muerte.

Y la ausencia de esa palabra en esa frase, mi incapacidad para añadirla, me duele ahora más, ahora que me gustaría poder contar buenas y malas historias de Julian, las de cuando estudiábamos, o no estudiábamos; las de su periplo profesional y sus cruces con el mío, esas anécdotas sobre el mundo de la obra y la licitación, de esa mafia, en las que su parecido con Ray Liotta y su afición al pacharán les otorgaban una credibilidad máxima; esas historias de cómo se gestó, y cual era, la causa de su locura final o de cómo no se volvió loco antes; o incluso las ultimas aventuras en varios viajes finales a Gandía (el) y a Piles (yo) aprovechando para visitar obras o incluso para arreglar la presión del agua en la casa de Piles (algo que se arregló gracias a su intervención, sus consultas con el fontanero municipal y su kit de aparatos de medida y sus herramientas que nunca hubo que usar ya que basto con abrir un grifo perdido); o las de otras cosas variadas pero de momento no lo hare y solo pondré, como homenaje y para demostrar el parecido con el ya mencionado, esta última foto suya en un restaurante excelente a las afueras de Valencia (elegido por Julian para poder comer bien sin tener que entrar a la ciudad) después de pasar un fin de semana en Gandía/Piles con la excusa de visitar unas obras. Aunque ya han he tomado varias a tu salud, la próxima cerveza y el próximo pitillo van por ti, e incluso cualquier día me pido un pacharán, aunque sea una bebida que no soporto.

Pero volviendo al tema del mes (del mes pasado, que conste) mi primera lectura fue Como polvo en el viento, que no recuerdo quien (creo que varios conocidos) me había recomendado, razón que en general no me parece suficiente para leer ningún libro. Las recomendaciones son muy delicadas y, en general, acaban siendo desacertadas. En este caso también lo han sido, por utilizar palabras del autor que incluyen un spoiler: “… la imagen de Adela lo perseguía y, con ella, la improbable novela de que aquella mujer que se aquella mujer que se llamaba Loretta Fitzberg fuera en realidad Elisa Correa y de que él fuese el padre del hijo que veinticinco años tras esperaba Elisa”. Vamos, un folletín en toda regla sobre cubanos, o más bien sobre exiliados cubanos, que a mí no ha conseguido interesarme más allá del hecho de seguir descubriendo que no, no todos hablamos el mismo español pese a que podamos entenderlo y que estas diferencias amenizan la lectura, o la hacen incomprensible a ratos, como cuando hablan de “fantaciencia” y yo en lugar de pensar en ciencia ficción me imagino toda la ciencia necesaria para preparar una bebida refrescante de naranja o limón y me acabo perdiendo en mis propias elucubraciones y en como esto es relevante en el comentario en el que se produce.

Como esta primera novela del mes era un buen tocho, que me aburría, pues hice algo que normalmente no hago y fue combinarla con la lectura de Las barbas del profeta que es un compendio de textos sueltos sobre historia sagrada escrito con el humor propio y, supongo que para algunos, irreverente de Mendoza sobre un tema que más o menos todos hemos estudiado pero que las generaciones más jóvenes se perderán (o solo conocerán por comics y películas y no en su verdadera, y mucho mejor, magnitud)

El libro está lleno de curiosidades de la historia sagrada que uno ha pasado por alto (como que en la Biblia nunca se menciona una manzana y que esta asociación es posterior debido a la ubicuidad de esta fruta); cosas que uno supo, pero había olvidado ¿Cómo que sucedía en Gomorra para que fuera destruida junto a Sodoma? (nada, por cierto) y ese paralelismo con “Nagasaki era como Gomorra, un bis que nadie había pedido”; o sobre las que uno tiene dudas como eso de que si la homosexualidad era bastante aceptada por casi todas las culturas de la época (Egipcios, romanos o griegos) porque tanta obsesión católica con esta preferencia sexual que al parecer era “no tanto por practicar actos reprobables como por incumplir el mandato que Jehová dio a Adán y Eva cuando los expulso del Edén: creced y multiplicaos, Los varones homosexuales crecen, pero no se multiplican.”. Lo que nos llevaría a la pregunta sobre ¿porque son aceptados los padres solteros sin hijos, vamos los curas, o la mayoría de ellos?

Por supuesto que también tiene preguntas que uno no se había hecho como ¿Cómo es que la travesía de Moisés a través del desierto duro cuarenta años? “una simple ojeada al mapa de la región pone en evidencia lo absurdo de la tardanza… …Si Moisés los guiaba y no supo orientarse mejor, deberían haberlo sustituido”; preguntas que uno ni siquiera se había planteado por poder ser acusado de irreverente ¿Qué hacia Dios antes de la creación? Si no fuera porque el mismo “San Agustin responde a esta pregunta con contundencia: antes de crear el universo Dios se entretenía pensado castigos para los que hacen preguntas estúpidas” , respuesta verdaderamente propia de un padre, o una madre más que de un Santo sin hijos conocidos; o preguntas más difíciles que solo pueden responder “uno de los evangelios apócrifos nos informa de cuanto pensaba el Niño Jesus al nacer: nada” respuesta que supongo es necesaria para evitar comparaciones con otros niños.

Lo dicho, una lectura verdaderamente entretenida, o por lo menos a mí me lo ha parecido al combinarla con el folletín con el que la estaba alternando, o por mi interés por estas, y otras, cuestiones absurdas.

El desafortunado cuenta la vida de un nazi – Adolf Eichmann – escondido en la argentina de Perón tras la segunda guerra mundial, como lleva una vida más o menos normal hasta que es capturado por el Mossad en 1960. Se trata de una lectura interesante, aunque como todos los libros que mezclan ficción con no-ficción siempre es difícil separar lo que puede ser cierto de lo que es directamente inventado, o más bien cuanto de lo cierto es atribuible al personaje real y no a un estereotipo que debe cumplir el personaje. Por ejemplo estoy seguro de que es verídica, y confirmable, la nomenclatura esta mezcla alcohólica “no se hubiera tratada de vino tinto sino de ‘sangre de turco’, como llamaban por aquel entonces a eso mezclado con champan” por raro y extravagante que pueda sonar tanto la mezcla como el origen del nombre. Más dudas tengo sobre que el protagonista realmente pensara “¿Cómo es posible que en ese país ninguna persona, peronista o no peronista, se había dado cuenta de que un vaso de menos de medio litro no podía calificar de recipiente apto para la ingesta de alcohol?” y que no sea un tópico asociado a todos los alemanes y no aplicable a todos los alcoholes sino solamente a la cerveza, afirmación con la que en gran medida estoy de acuerdo incluso considerando que la pinta estándar (la americana) tiene algo mensos de medio litro si bien la inglesa supera esta medida (dato que sirve para ganar, o perder, o sembrar confusión en cualquier conversación sobre cuanta cerveza cabe en una pinta; conversación que sí, que surge, más a menudo de lo esperable).

Hay otras que por ser más inquietantes no sé si son de la persona, del personaje o un estereotipo asignado libremente como ese “Por culpa de que los judíos no se fueron cuando todavía estaban a tiempo, nos obligaron a hacer lo que en realidad se buscaron solitos. Fue un suicidio, pero termino pareciendo un asesinato” que estoy seguro de haber leído en otros lugares como explicación de lo inexplicable.

Aunque mi país favorito – por curiosidad mental – es Japón la verdad es que también siento bastante curiosidad por Noruega (mejor dicho por ese conjunto de países indistinguibles nórdicos que unas veces llegan bajo ese nombre, otras bajo Suecia e incluso otras bajo Finlandia, esta ultima un poco más separable de las otras para una mente simplificadora como la mía que seguramente si fuera del revés pensaría que España y Portugal son el mismo país a todos los efectos) y es por esta razón y porque solo parece haber novelas negras de esas latitudes por lo que me decidí a coger este Hombres en mi situación que podría estar bien para un hombre fácil en una edad difícil como decía aquel (mi hermano, creo).

No me ha gustado pero he de reconocer que me ha servido para reafirmarme en mi convencimiento de que la manera de pensar de esos países es completamente distinta, lo que los dota de un cierto exotismo (por mucho que todo el mundo al oír la palabra exotismo piense en un sitio soleado, tipo caribe o África) pero en este caso a mí no me ha sido posible conectar con la forma de vida, la visión de la misma del protagonista cuyos problemas y planteamientos se me escapa completamente salvo por aquello que me recuerda a mi padre o a mí mismo: “Me creía las historias que contaba, a pesar de que no siempre fueran ajustadas a los hechos, por decirlo con prudencia, pero no mentía, es que lo recordaba diferente”.

Todavía no tengo claro si Butler me gusta o no, su primera novela me gusto bastante (o eso recuerdo), la segunda diría que no, aunque también tengo mis dudas y puede que me gustara; esta tercera Algo en lo que creer he de reconocer que no me ha gustado y lo digo aquí para la posteridad y para cuando vea la cuarta intentar acordarme y mirarla con más escepticismo (añado que no me ha parecido mala solo insuficiente para mis expectativas). El caso es que qué esta novela no me haya gustado me ha molestado porque creo que tenía potencial ya que trataba sobre una hija (ya madre) que se engancha a una secta evangélica centrándose especialmente en la reacción de los padres (ya abuelos jóvenes) y en las relaciones con el nieto, saltándose en gran parte una generación, algo que cada vez pasa más en mi opinión: al igual que algunos genes, algunos temas de relación han de saltarse una generación para poder ser analizados o comprendidos.

Poco o nada que destacar salvo mi conformidad con ese error en el que “La etiqueta ‘clásico’, por lo que parecía, había terminado por significar, de manera vaga y general, ‘no nuevo’” algo que obviamente siembra la confusión y limita el valor de la etiqueta al incorporar en clásico todo lo que no es nuevo, independientemente de su valor (que se supone implícito en los clásicos) y a la vez, restar valor a lo nuevo que tiene potencial para ser un clásico primando la cronología como medida de calidad.

En fin, que como veis el balance de lecturas no ha sido muy positivo, algo que achaco a la obligatoriedad de llevar mascarilla que, por lo menos, a mí me incapacita para pensar con tiempo y acabo cogiendo libros que sin mascarilla es posible no hubiera elegido y, lo que es peor estoy seguro de que dejando libros que debería haber cogido.

Si este mes todavía me he salvado un poco la verdad es que ya sé que el mes siguiente, que ya ha terminado, mis elecciones han sido un desastre y la verdad es que no sé cómo lo voy a solucionar ya que parece que esto de la mascarilla va a ser obligatorio mucho tiempo y mi cerebro no lo soporta. Eso por no hablar de la cantidad de gente que hay ahora paseando que hacen que este aplazando mi visita a mi librería de referencia más de lo necesario, tanto que ya no tengo nada que leer y tengo por delante el puente. Las cosas no pintan bien, pero todo pasara y en breve podremos, podréis “divertíos asaltado el castillo”.

 

Lecturas

Como polvo en el viento – Leonardo Padura

Las barbas del profeta – Eduardo Mendoza

El desafortunado – Ariel Magnus

Hombres en mi situación – Per Petterson

Algo en lo que creer – Nickolas Butler