Igual solo me pasa a mí, pero de vez en cuando me veo obligado a recordarme “ya está bien” para dejar de buscar excusas a algo que no me apetece mucho hacer pero que sé que acabare haciendo ya que si no lo hago pues no podré avanzar en otras cosas que he de hacer. O, a veces, se trata de una frase que hay que decirse para terminar con esa mezcla e autocomplacencia o de autocompasión que se nos mete entre los huesos como si fuera el frio de invierno y allí pretende quedarse; allí pretende que nos quedemos envueltos en una manta zamorana mirando la televisión o haciendo tareas cuyo único objetivo es obviar otras tareas que podríamos / deberíamos estar haciendo. Eso es lo que me ha pasado este mes (noviembre) con mi comentario de textos del mes (del mes de octubre) pero ya empezado diciembre he decidido darme ese ultimátum y ponerme a escribir en esta tarde de domingo constitucional y helador.
Podría ponerme directamente a escribir sobre los libros
leído, pero creo que eso sería hacer trampa y no un poco de trampa, sino como
hacer trampa jugando al solitario, No, antes de entrar en este tema os debo contar
el motivo por el que este mes he tardado tanto en sentarme ante el ordenador a
intentar escribir esto, o a no escribir sobre otra cosa.
El primero de noviembre me entere de que se había muerto
Julian, compañero de estudios; potencial doble de Ray Liotta; autentico conocedor sino de todos los bares y casas de
comidas de la prospe, si de todos los
que merecen la pena o han merecido la pena en los últimos treinta años (y eso
no siendo del barrio pues tiene su mérito): bebedor (especialmente de pacharán de
sobremesa lo suficientemente larga para enlazar con el aperitivo de la cena y
seguir hasta esas horas en las que cierran los sitios decentes o a hasta la
hora en la que cerraban los indecentes y la vida se abría a un sol y sombra matinal) y vividor incluso
después de que le diagnosticaran una enfermedad terminal, algo que conseguía
sacar de los nervios a sus compañeros y amigos, digamos, menos vividores que le
acabaron organizando varias intervenciones
que pretendían corregir algunas de sus conductas que consideraban se debía a
esa afición a la vida y a la bebida que tenía y no a un convencimiento interno,
a una creencias profundas en hechos, puede que inexistentes pero que para el
eran verdad absoluta; ingeniero de obra, porque tenía el titulo como todos los
de la promoción, pero más cercano al mejor de los operarios o montadores que al
ingeniero de oficina que en distintas facetas somos todos los demás, al que lo
que le gustaba era hacer obra, si por
el fuera con sus propias manos, desmontar su coche o su ordenador no como
hacemos todos los demás como comprobación de que siempre sobran piezas sino
incluso para añadirle nuevas piezas que a veces se había inventado que podían
servir; una buena persona que, desgraciadamente, se volvió lo suficientemente
loco (en sus últimos años, pero no por la bebida o la mala vida) para terminar
enfrentándose con toda su familia y gran parte de sus , una buena persona que
murió más abandonado de lo que merecía pero en cierta medida como él quería,
igual que intento vivir aunque no lo consiguiera.
En fin, Julian murió y yo sé, sabia, que, pese a todo, a lo
mucho o a lo poco que le conociera, no sería capaz de escribir “murió mi amigo Julian” y supongo que
esto es parte de lo que me tenía bloqueado: la incapacidad para añadir amigo a los recuerdos de Julian ya que,
pese a que, si le consideraba mi amigo, intermitente y lejano, saber de su
muerte cuando ya me había bloqueado varias veces en el whatsapp (quejándose
luego de que no le escribía), cuando después de un reencuentro tras largos años
sin encontrarnos volvimos a separarnos en sus últimos años cuando cargaba con
sus problemas de salud y mentales sintiendo que no le había sido de ayuda
suficiente, o incluso que, en cierta medida, le había fallado me hacían
imposible añadir ese amigo a la
noticia de su muerte.
Y la ausencia de esa palabra en esa frase, mi incapacidad
para añadirla, me duele ahora más, ahora que me gustaría poder contar buenas y
malas historias de Julian, las de cuando estudiábamos, o no estudiábamos; las
de su periplo profesional y sus cruces con el mío, esas anécdotas sobre el
mundo de la obra y la licitación, de esa mafia, en las que su parecido con Ray Liotta y su afición al pacharán les
otorgaban una credibilidad máxima; esas historias de cómo se gestó, y cual era,
la causa de su locura final o de cómo no se volvió loco antes; o incluso las
ultimas aventuras en varios viajes finales a Gandía (el) y a Piles (yo)
aprovechando para visitar obras o incluso para arreglar la presión del agua en
la casa de Piles (algo que se arregló gracias a su intervención, sus consultas
con el fontanero municipal y su kit de aparatos de medida y sus herramientas
que nunca hubo que usar ya que basto con abrir un grifo perdido); o las de
otras cosas variadas pero de momento no lo hare y solo pondré, como homenaje y
para demostrar el parecido con el ya mencionado, esta última foto suya en un
restaurante excelente a las afueras de Valencia (elegido por Julian para poder
comer bien sin tener que entrar a la ciudad) después de pasar un fin de semana
en Gandía/Piles con la excusa de visitar unas obras. Aunque ya han he tomado
varias a tu salud, la próxima cerveza y el próximo pitillo van por ti, e
incluso cualquier día me pido un pacharán, aunque sea una bebida que no
soporto.
Pero volviendo al tema del mes (del mes pasado, que conste)
mi primera lectura fue Como polvo en el
viento, que no recuerdo quien (creo que varios conocidos) me había
recomendado, razón que en general no me parece suficiente para leer ningún
libro. Las recomendaciones son muy delicadas y, en general, acaban siendo
desacertadas. En este caso también lo han sido, por utilizar palabras del autor
que incluyen un spoiler: “… la imagen de
Adela lo perseguía y, con ella, la improbable novela de que aquella mujer que
se aquella mujer que se llamaba Loretta Fitzberg fuera en realidad Elisa Correa
y de que él fuese el padre del hijo que veinticinco años tras esperaba Elisa”.
Vamos, un folletín en toda regla sobre cubanos, o más bien sobre exiliados
cubanos, que a mí no ha conseguido interesarme más allá del hecho de seguir
descubriendo que no, no todos hablamos el mismo español pese a que podamos
entenderlo y que estas diferencias amenizan la lectura, o la hacen
incomprensible a ratos, como cuando hablan de “fantaciencia” y yo en lugar de pensar en ciencia ficción me
imagino toda la ciencia necesaria para preparar una bebida refrescante de
naranja o limón y me acabo perdiendo en mis propias elucubraciones y en como
esto es relevante en el comentario en el que se produce.
Como esta primera novela del mes era un buen tocho, que me
aburría, pues hice algo que normalmente no hago y fue combinarla con la lectura
de Las barbas del profeta que es un
compendio de textos sueltos sobre historia sagrada escrito con el humor propio
y, supongo que para algunos, irreverente de Mendoza sobre un tema que más o
menos todos hemos estudiado pero que las generaciones más jóvenes se perderán
(o solo conocerán por comics y películas y no en su verdadera, y mucho mejor,
magnitud)
El libro está lleno de curiosidades de la historia sagrada
que uno ha pasado por alto (como que en la Biblia nunca se menciona una manzana
y que esta asociación es posterior debido a la ubicuidad de esta fruta); cosas
que uno supo, pero había olvidado ¿Cómo que sucedía en Gomorra para que fuera
destruida junto a Sodoma? (nada, por cierto) y ese paralelismo con “Nagasaki era como Gomorra, un bis que nadie
había pedido”; o sobre las que uno tiene dudas como eso de que si la
homosexualidad era bastante aceptada por casi todas las culturas de la época
(Egipcios, romanos o griegos) porque tanta obsesión católica con esta
preferencia sexual que al parecer era “no
tanto por practicar actos reprobables como por incumplir el mandato que Jehová
dio a Adán y Eva cuando los expulso del Edén: creced y multiplicaos, Los
varones homosexuales crecen, pero no se multiplican.”. Lo que nos llevaría
a la pregunta sobre ¿porque son aceptados los padres solteros sin hijos, vamos
los curas, o la mayoría de ellos?
Por supuesto que también tiene preguntas que uno no se había
hecho como ¿Cómo es que la travesía de Moisés a través del desierto duro
cuarenta años? “una simple ojeada al mapa de la región pone en evidencia lo
absurdo de la tardanza… …Si Moisés los guiaba y no supo orientarse mejor, deberían
haberlo sustituido”; preguntas que uno ni siquiera se había planteado por poder
ser acusado de irreverente ¿Qué hacia Dios antes de la creación? Si no fuera
porque el mismo “San Agustin responde a
esta pregunta con contundencia: antes de crear el universo Dios se entretenía
pensado castigos para los que hacen preguntas estúpidas” , respuesta
verdaderamente propia de un padre, o una madre más que de un Santo sin hijos
conocidos; o preguntas más difíciles que solo pueden responder “uno de los evangelios apócrifos nos informa
de cuanto pensaba el Niño Jesus al nacer: nada” respuesta que supongo es
necesaria para evitar comparaciones con otros niños.
Lo dicho, una lectura verdaderamente entretenida, o por lo
menos a mí me lo ha parecido al combinarla con el folletín con el que la estaba
alternando, o por mi interés por estas, y otras, cuestiones absurdas.
El desafortunado
cuenta la vida de un nazi – Adolf
Eichmann – escondido en la argentina de Perón tras la segunda guerra
mundial, como lleva una vida más o menos normal hasta que es capturado por el Mossad en 1960. Se trata de una lectura
interesante, aunque como todos los libros que mezclan ficción con no-ficción
siempre es difícil separar lo que puede ser cierto de lo que es directamente
inventado, o más bien cuanto de lo cierto es atribuible al personaje real y no
a un estereotipo que debe cumplir el personaje. Por ejemplo estoy seguro de que
es verídica, y confirmable, la nomenclatura esta mezcla alcohólica “no se hubiera tratada de vino tinto sino de
‘sangre de turco’, como llamaban por aquel entonces a eso mezclado con champan”
por raro y extravagante que pueda sonar tanto la mezcla como el origen del
nombre. Más dudas tengo sobre que el protagonista realmente pensara “¿Cómo es posible que en ese país ninguna
persona, peronista o no peronista, se había dado cuenta de que un vaso de menos
de medio litro no podía calificar de recipiente apto para la ingesta de
alcohol?” y que no sea un tópico asociado a todos los alemanes y no
aplicable a todos los alcoholes sino solamente a la cerveza, afirmación con la
que en gran medida estoy de acuerdo incluso considerando que la pinta estándar
(la americana) tiene algo mensos de medio litro si bien la inglesa supera esta
medida (dato que sirve para ganar, o perder, o sembrar confusión en cualquier
conversación sobre cuanta cerveza cabe en una pinta; conversación que sí, que
surge, más a menudo de lo esperable).
Hay otras que por ser más inquietantes no sé si son de la
persona, del personaje o un estereotipo asignado libremente como ese “Por culpa de que los judíos no se fueron
cuando todavía estaban a tiempo, nos obligaron a hacer lo que en realidad se
buscaron solitos. Fue un suicidio, pero termino pareciendo un asesinato”
que estoy seguro de haber leído en otros lugares como explicación de lo
inexplicable.
Aunque mi país favorito – por curiosidad mental – es Japón
la verdad es que también siento bastante curiosidad por Noruega (mejor dicho
por ese conjunto de países indistinguibles nórdicos que unas veces llegan bajo
ese nombre, otras bajo Suecia e incluso otras bajo Finlandia, esta ultima un
poco más separable de las otras para una mente simplificadora como la mía que
seguramente si fuera del revés pensaría que España y Portugal son el mismo país
a todos los efectos) y es por esta razón y porque solo parece haber novelas
negras de esas latitudes por lo que me decidí a coger este Hombres en mi situación que podría estar bien para un hombre fácil
en una edad difícil como decía aquel (mi hermano, creo).
No me ha gustado pero he de reconocer que me ha servido para
reafirmarme en mi convencimiento de que la manera de pensar de esos países es
completamente distinta, lo que los dota de un cierto exotismo (por mucho que
todo el mundo al oír la palabra exotismo piense en un sitio soleado, tipo
caribe o África) pero en este caso a mí no me ha sido posible conectar con la
forma de vida, la visión de la misma del protagonista cuyos problemas y
planteamientos se me escapa completamente salvo por aquello que me recuerda a
mi padre o a mí mismo: “Me creía las
historias que contaba, a pesar de que no siempre fueran ajustadas a los hechos,
por decirlo con prudencia, pero no mentía, es que lo recordaba diferente”.
Todavía no tengo claro si Butler me gusta o no, su primera novela me gusto bastante (o eso
recuerdo), la segunda diría que no, aunque también tengo mis dudas y puede que
me gustara; esta tercera Algo en lo que
creer he de reconocer que no me ha gustado y lo digo aquí para la
posteridad y para cuando vea la cuarta intentar acordarme y mirarla con más
escepticismo (añado que no me ha parecido mala solo insuficiente para mis
expectativas). El caso es que qué esta novela no me haya gustado me ha
molestado porque creo que tenía potencial ya que trataba sobre una hija (ya
madre) que se engancha a una secta evangélica centrándose especialmente en la
reacción de los padres (ya abuelos jóvenes) y en las relaciones con el nieto,
saltándose en gran parte una generación, algo que cada vez pasa más en mi
opinión: al igual que algunos genes, algunos temas de relación han de saltarse
una generación para poder ser analizados o comprendidos.
Poco o nada que destacar salvo mi conformidad con ese error
en el que “La etiqueta ‘clásico’, por lo
que parecía, había terminado por significar, de manera vaga y general, ‘no
nuevo’” algo que obviamente siembra la confusión y limita el valor de la
etiqueta al incorporar en clásico todo lo que no es nuevo, independientemente
de su valor (que se supone implícito en los clásicos) y a la vez, restar valor
a lo nuevo que tiene potencial para ser un clásico primando la cronología como
medida de calidad.
En fin, que como veis el balance de lecturas no ha sido muy
positivo, algo que achaco a la obligatoriedad de llevar mascarilla que, por lo
menos, a mí me incapacita para pensar con tiempo y acabo cogiendo libros que
sin mascarilla es posible no hubiera elegido y, lo que es peor estoy seguro de
que dejando libros que debería haber cogido.
Si este mes todavía me he salvado un poco la verdad es que
ya sé que el mes siguiente, que ya ha terminado, mis elecciones han sido un
desastre y la verdad es que no sé cómo lo voy a solucionar ya que parece que
esto de la mascarilla va a ser obligatorio mucho tiempo y mi cerebro no lo
soporta. Eso por no hablar de la cantidad de gente que hay ahora paseando que
hacen que este aplazando mi visita a mi librería de referencia más de lo
necesario, tanto que ya no tengo nada que leer y tengo por delante el puente.
Las cosas no pintan bien, pero todo pasara y en breve podremos, podréis
“divertíos asaltado el castillo”.
Lecturas
Como polvo en el viento – Leonardo Padura
Las barbas del profeta – Eduardo Mendoza
El desafortunado – Ariel Magnus
Hombres en mi situación – Per Petterson
Algo en lo que creer – Nickolas Butler
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