lunes, 7 de diciembre de 2020

Comentario de textos - Octubre 2020

 Igual solo me pasa a mí, pero de vez en cuando me veo obligado a recordarme “ya está bien” para dejar de buscar excusas a algo que no me apetece mucho hacer pero que sé que acabare haciendo ya que si no lo hago pues no podré avanzar en otras cosas que he de hacer. O, a veces, se trata de una frase que hay que decirse para terminar con esa mezcla e autocomplacencia o de autocompasión que se nos mete entre los huesos como si fuera el frio de invierno y allí pretende quedarse; allí pretende que nos quedemos envueltos en una manta zamorana mirando la televisión o haciendo tareas cuyo único objetivo es obviar otras tareas que podríamos / deberíamos estar haciendo. Eso es lo que me ha pasado este mes (noviembre) con mi comentario de textos del mes (del mes de octubre) pero ya empezado diciembre he decidido darme ese ultimátum y ponerme a escribir en esta tarde de domingo constitucional y helador.

Podría ponerme directamente a escribir sobre los libros leído, pero creo que eso sería hacer trampa y no un poco de trampa, sino como hacer trampa jugando al solitario, No, antes de entrar en este tema os debo contar el motivo por el que este mes he tardado tanto en sentarme ante el ordenador a intentar escribir esto, o a no escribir sobre otra cosa.

El primero de noviembre me entere de que se había muerto Julian, compañero de estudios; potencial doble de Ray Liotta; autentico conocedor sino de todos los bares y casas de comidas de la prospe, si de todos los que merecen la pena o han merecido la pena en los últimos treinta años (y eso no siendo del barrio pues tiene su mérito): bebedor (especialmente de pacharán de sobremesa lo suficientemente larga para enlazar con el aperitivo de la cena y seguir hasta esas horas en las que cierran los sitios decentes o a hasta la hora en la que cerraban los indecentes y la vida se abría a un sol y sombra matinal) y vividor incluso después de que le diagnosticaran una enfermedad terminal, algo que conseguía sacar de los nervios a sus compañeros y amigos, digamos, menos vividores que le acabaron organizando varias intervenciones que pretendían corregir algunas de sus conductas que consideraban se debía a esa afición a la vida y a la bebida que tenía y no a un convencimiento interno, a una creencias profundas en hechos, puede que inexistentes pero que para el eran verdad absoluta; ingeniero de obra, porque tenía el titulo como todos los de la promoción, pero más cercano al mejor de los operarios o montadores que al ingeniero de oficina que en distintas facetas somos todos los demás, al que lo que le gustaba era hacer obra, si por el fuera con sus propias manos, desmontar su coche o su ordenador no como hacemos todos los demás como comprobación de que siempre sobran piezas sino incluso para añadirle nuevas piezas que a veces se había inventado que podían servir; una buena persona que, desgraciadamente, se volvió lo suficientemente loco (en sus últimos años, pero no por la bebida o la mala vida) para terminar enfrentándose con toda su familia y gran parte de sus , una buena persona que murió más abandonado de lo que merecía pero en cierta medida como él quería, igual que intento vivir aunque no lo consiguiera.

En fin, Julian murió y yo sé, sabia, que, pese a todo, a lo mucho o a lo poco que le conociera, no sería capaz de escribir “murió mi amigo Julian” y supongo que esto es parte de lo que me tenía bloqueado: la incapacidad para añadir amigo a los recuerdos de Julian ya que, pese a que, si le consideraba mi amigo, intermitente y lejano, saber de su muerte cuando ya me había bloqueado varias veces en el whatsapp (quejándose luego de que no le escribía), cuando después de un reencuentro tras largos años sin encontrarnos volvimos a separarnos en sus últimos años cuando cargaba con sus problemas de salud y mentales sintiendo que no le había sido de ayuda suficiente, o incluso que, en cierta medida, le había fallado me hacían imposible añadir ese amigo a la noticia de su muerte.

Y la ausencia de esa palabra en esa frase, mi incapacidad para añadirla, me duele ahora más, ahora que me gustaría poder contar buenas y malas historias de Julian, las de cuando estudiábamos, o no estudiábamos; las de su periplo profesional y sus cruces con el mío, esas anécdotas sobre el mundo de la obra y la licitación, de esa mafia, en las que su parecido con Ray Liotta y su afición al pacharán les otorgaban una credibilidad máxima; esas historias de cómo se gestó, y cual era, la causa de su locura final o de cómo no se volvió loco antes; o incluso las ultimas aventuras en varios viajes finales a Gandía (el) y a Piles (yo) aprovechando para visitar obras o incluso para arreglar la presión del agua en la casa de Piles (algo que se arregló gracias a su intervención, sus consultas con el fontanero municipal y su kit de aparatos de medida y sus herramientas que nunca hubo que usar ya que basto con abrir un grifo perdido); o las de otras cosas variadas pero de momento no lo hare y solo pondré, como homenaje y para demostrar el parecido con el ya mencionado, esta última foto suya en un restaurante excelente a las afueras de Valencia (elegido por Julian para poder comer bien sin tener que entrar a la ciudad) después de pasar un fin de semana en Gandía/Piles con la excusa de visitar unas obras. Aunque ya han he tomado varias a tu salud, la próxima cerveza y el próximo pitillo van por ti, e incluso cualquier día me pido un pacharán, aunque sea una bebida que no soporto.

Pero volviendo al tema del mes (del mes pasado, que conste) mi primera lectura fue Como polvo en el viento, que no recuerdo quien (creo que varios conocidos) me había recomendado, razón que en general no me parece suficiente para leer ningún libro. Las recomendaciones son muy delicadas y, en general, acaban siendo desacertadas. En este caso también lo han sido, por utilizar palabras del autor que incluyen un spoiler: “… la imagen de Adela lo perseguía y, con ella, la improbable novela de que aquella mujer que se aquella mujer que se llamaba Loretta Fitzberg fuera en realidad Elisa Correa y de que él fuese el padre del hijo que veinticinco años tras esperaba Elisa”. Vamos, un folletín en toda regla sobre cubanos, o más bien sobre exiliados cubanos, que a mí no ha conseguido interesarme más allá del hecho de seguir descubriendo que no, no todos hablamos el mismo español pese a que podamos entenderlo y que estas diferencias amenizan la lectura, o la hacen incomprensible a ratos, como cuando hablan de “fantaciencia” y yo en lugar de pensar en ciencia ficción me imagino toda la ciencia necesaria para preparar una bebida refrescante de naranja o limón y me acabo perdiendo en mis propias elucubraciones y en como esto es relevante en el comentario en el que se produce.

Como esta primera novela del mes era un buen tocho, que me aburría, pues hice algo que normalmente no hago y fue combinarla con la lectura de Las barbas del profeta que es un compendio de textos sueltos sobre historia sagrada escrito con el humor propio y, supongo que para algunos, irreverente de Mendoza sobre un tema que más o menos todos hemos estudiado pero que las generaciones más jóvenes se perderán (o solo conocerán por comics y películas y no en su verdadera, y mucho mejor, magnitud)

El libro está lleno de curiosidades de la historia sagrada que uno ha pasado por alto (como que en la Biblia nunca se menciona una manzana y que esta asociación es posterior debido a la ubicuidad de esta fruta); cosas que uno supo, pero había olvidado ¿Cómo que sucedía en Gomorra para que fuera destruida junto a Sodoma? (nada, por cierto) y ese paralelismo con “Nagasaki era como Gomorra, un bis que nadie había pedido”; o sobre las que uno tiene dudas como eso de que si la homosexualidad era bastante aceptada por casi todas las culturas de la época (Egipcios, romanos o griegos) porque tanta obsesión católica con esta preferencia sexual que al parecer era “no tanto por practicar actos reprobables como por incumplir el mandato que Jehová dio a Adán y Eva cuando los expulso del Edén: creced y multiplicaos, Los varones homosexuales crecen, pero no se multiplican.”. Lo que nos llevaría a la pregunta sobre ¿porque son aceptados los padres solteros sin hijos, vamos los curas, o la mayoría de ellos?

Por supuesto que también tiene preguntas que uno no se había hecho como ¿Cómo es que la travesía de Moisés a través del desierto duro cuarenta años? “una simple ojeada al mapa de la región pone en evidencia lo absurdo de la tardanza… …Si Moisés los guiaba y no supo orientarse mejor, deberían haberlo sustituido”; preguntas que uno ni siquiera se había planteado por poder ser acusado de irreverente ¿Qué hacia Dios antes de la creación? Si no fuera porque el mismo “San Agustin responde a esta pregunta con contundencia: antes de crear el universo Dios se entretenía pensado castigos para los que hacen preguntas estúpidas” , respuesta verdaderamente propia de un padre, o una madre más que de un Santo sin hijos conocidos; o preguntas más difíciles que solo pueden responder “uno de los evangelios apócrifos nos informa de cuanto pensaba el Niño Jesus al nacer: nada” respuesta que supongo es necesaria para evitar comparaciones con otros niños.

Lo dicho, una lectura verdaderamente entretenida, o por lo menos a mí me lo ha parecido al combinarla con el folletín con el que la estaba alternando, o por mi interés por estas, y otras, cuestiones absurdas.

El desafortunado cuenta la vida de un nazi – Adolf Eichmann – escondido en la argentina de Perón tras la segunda guerra mundial, como lleva una vida más o menos normal hasta que es capturado por el Mossad en 1960. Se trata de una lectura interesante, aunque como todos los libros que mezclan ficción con no-ficción siempre es difícil separar lo que puede ser cierto de lo que es directamente inventado, o más bien cuanto de lo cierto es atribuible al personaje real y no a un estereotipo que debe cumplir el personaje. Por ejemplo estoy seguro de que es verídica, y confirmable, la nomenclatura esta mezcla alcohólica “no se hubiera tratada de vino tinto sino de ‘sangre de turco’, como llamaban por aquel entonces a eso mezclado con champan” por raro y extravagante que pueda sonar tanto la mezcla como el origen del nombre. Más dudas tengo sobre que el protagonista realmente pensara “¿Cómo es posible que en ese país ninguna persona, peronista o no peronista, se había dado cuenta de que un vaso de menos de medio litro no podía calificar de recipiente apto para la ingesta de alcohol?” y que no sea un tópico asociado a todos los alemanes y no aplicable a todos los alcoholes sino solamente a la cerveza, afirmación con la que en gran medida estoy de acuerdo incluso considerando que la pinta estándar (la americana) tiene algo mensos de medio litro si bien la inglesa supera esta medida (dato que sirve para ganar, o perder, o sembrar confusión en cualquier conversación sobre cuanta cerveza cabe en una pinta; conversación que sí, que surge, más a menudo de lo esperable).

Hay otras que por ser más inquietantes no sé si son de la persona, del personaje o un estereotipo asignado libremente como ese “Por culpa de que los judíos no se fueron cuando todavía estaban a tiempo, nos obligaron a hacer lo que en realidad se buscaron solitos. Fue un suicidio, pero termino pareciendo un asesinato” que estoy seguro de haber leído en otros lugares como explicación de lo inexplicable.

Aunque mi país favorito – por curiosidad mental – es Japón la verdad es que también siento bastante curiosidad por Noruega (mejor dicho por ese conjunto de países indistinguibles nórdicos que unas veces llegan bajo ese nombre, otras bajo Suecia e incluso otras bajo Finlandia, esta ultima un poco más separable de las otras para una mente simplificadora como la mía que seguramente si fuera del revés pensaría que España y Portugal son el mismo país a todos los efectos) y es por esta razón y porque solo parece haber novelas negras de esas latitudes por lo que me decidí a coger este Hombres en mi situación que podría estar bien para un hombre fácil en una edad difícil como decía aquel (mi hermano, creo).

No me ha gustado pero he de reconocer que me ha servido para reafirmarme en mi convencimiento de que la manera de pensar de esos países es completamente distinta, lo que los dota de un cierto exotismo (por mucho que todo el mundo al oír la palabra exotismo piense en un sitio soleado, tipo caribe o África) pero en este caso a mí no me ha sido posible conectar con la forma de vida, la visión de la misma del protagonista cuyos problemas y planteamientos se me escapa completamente salvo por aquello que me recuerda a mi padre o a mí mismo: “Me creía las historias que contaba, a pesar de que no siempre fueran ajustadas a los hechos, por decirlo con prudencia, pero no mentía, es que lo recordaba diferente”.

Todavía no tengo claro si Butler me gusta o no, su primera novela me gusto bastante (o eso recuerdo), la segunda diría que no, aunque también tengo mis dudas y puede que me gustara; esta tercera Algo en lo que creer he de reconocer que no me ha gustado y lo digo aquí para la posteridad y para cuando vea la cuarta intentar acordarme y mirarla con más escepticismo (añado que no me ha parecido mala solo insuficiente para mis expectativas). El caso es que qué esta novela no me haya gustado me ha molestado porque creo que tenía potencial ya que trataba sobre una hija (ya madre) que se engancha a una secta evangélica centrándose especialmente en la reacción de los padres (ya abuelos jóvenes) y en las relaciones con el nieto, saltándose en gran parte una generación, algo que cada vez pasa más en mi opinión: al igual que algunos genes, algunos temas de relación han de saltarse una generación para poder ser analizados o comprendidos.

Poco o nada que destacar salvo mi conformidad con ese error en el que “La etiqueta ‘clásico’, por lo que parecía, había terminado por significar, de manera vaga y general, ‘no nuevo’” algo que obviamente siembra la confusión y limita el valor de la etiqueta al incorporar en clásico todo lo que no es nuevo, independientemente de su valor (que se supone implícito en los clásicos) y a la vez, restar valor a lo nuevo que tiene potencial para ser un clásico primando la cronología como medida de calidad.

En fin, que como veis el balance de lecturas no ha sido muy positivo, algo que achaco a la obligatoriedad de llevar mascarilla que, por lo menos, a mí me incapacita para pensar con tiempo y acabo cogiendo libros que sin mascarilla es posible no hubiera elegido y, lo que es peor estoy seguro de que dejando libros que debería haber cogido.

Si este mes todavía me he salvado un poco la verdad es que ya sé que el mes siguiente, que ya ha terminado, mis elecciones han sido un desastre y la verdad es que no sé cómo lo voy a solucionar ya que parece que esto de la mascarilla va a ser obligatorio mucho tiempo y mi cerebro no lo soporta. Eso por no hablar de la cantidad de gente que hay ahora paseando que hacen que este aplazando mi visita a mi librería de referencia más de lo necesario, tanto que ya no tengo nada que leer y tengo por delante el puente. Las cosas no pintan bien, pero todo pasara y en breve podremos, podréis “divertíos asaltado el castillo”.

 

Lecturas

Como polvo en el viento – Leonardo Padura

Las barbas del profeta – Eduardo Mendoza

El desafortunado – Ariel Magnus

Hombres en mi situación – Per Petterson

Algo en lo que creer – Nickolas Butler

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