martes, 27 de octubre de 2020

Comentario de textos - Septiembre 2020

No sé bien como empezar, si empezar gritando ¡Toque de queda! ¡Toque de queda! (que lo de la movilidad nocturna reducida que el presidente tiene la desfachatez de pedir que usemos como termino, pues no lo veo de ninguna manera. Ya me cuesta imaginarme que esta idea – nomenclatura – puede planteársela alguien es un circulo muy privado, de esos en los que se habla en catalán en la intimidad, pero salir en una rueda de prensa en todas las televisiones para intentar imponer esta neo lengua eso me parece claramente excesivo y ofensivo); o si recordar a ese agujero negro de bar cerca de Chueca que ha podido ser el causante de toda esta vuelta a los ochenta ya que a mí esto del toque de queda y el papa estado, inevitablemente, me recuerda a esos años en los que mis padres me decían que había que estar en casa a las diez, o los posteriores a esos en los que ya podíamos estar en casa a las doce. Si, esos años pre-SIDA, esos años en los que todavía se planteaba la abstinencia como una posible solución al SIDA al igual que ahora se plantea el recorte de la sociabilidad – una de principales características del ser humano – como la cura para esta pandemia. Me preguntaría si es que de verdad no hemos aprendido nada, ni nosotros ni todos esos expertos que se multiplican como champiñones después de una buena lluvia en un bosque. ¿de verdad, de verdad, buscamos la solución en la “abstinencia social”? ¿Por qué no unas rogativas y sacar unas vírgenes – no más de seis – en procesión? No sé, de verdad que se me hace difícil empezar ya que últimamente cada vez se me hace difícil entender el mundo exterior, ese mundo en el que al parecer mucha gente estaría de acuerdo en suspender el desembarco de Normandía, incluso con la certeza de que es la única forma de acabar con el régimen nazi, porque claro morirían algunos, muchos incluso, demasiados que es cualquier cantidad de muertos superior a uno. No, si puede haber muertos en el desembarco lo mejor será dejarlo tranquilo que al fin y al cabo solo se trata de acabar con el nazismo. Ya se nos ocurrirá otra cosa, o llegara la bomba atómica o las cosas se arreglarán porque tenemos “moral de victoria” (esas palabras u otras muy similares a utilizado nuestro presidente, porque eso es lo importante, las ganas de conseguir algo, aunque sea algo que no estás preparado para conseguir y para lo que no piensas prepararte; no, a ti te basta con desearlo y tener “moral de victoria”).

En cualquier caso, esta vuelta a los ochenta, al toque de queda paternal (no al declarado por aquel militar golpista con sus tanques en Valencia) hace que no me pueda quitar de la cabeza esa canción de Mama que tantas veces he cantado, muchas veces justo antes de terminar llegando tarde a casa por tomar la última cerveza y saltarnos el toque de queda (que al fin y al cabo todo el mundo sabe que no hay nada mejor para un adolescente que poder incumplir una norma familiar)




Casualmente me podría culpar un poco de esta vuelta a los ochenta ya que este mes mi primera compra en mi librería de referencia (ya sabéis, la librería Méndez de la calle mayor en la que me comentan que se os echa de menos con tanta tontería, al igual que en la de la sierra de Madrid, la Fuenfria de Cercedilla, en la que Rafa agradecerá vuestra presencia para tener una excusa para un vino y su economía agradecerá vuestras compras) fue Cuentos Completos de Lorrie Moore. ¿se puede ser más ochentero? Si, supongo, supongo que podría haberme comprado algo de Carver pero yo siempre he sido más de chicas cuando tengo la oportunidad y son buenas. De hecho, Lorrie Moore fue durante mucho tiempo – esos ochenta, primeros noventa – una de mis autoras favoritas (pese a que siempre he pensado que sus cuentos, y novelas, son, pues eso, muy de chicas, ya sabéis sobretodo de relaciones y esas cosas), probablemente una de las primeras autoras que leí en inglés y elegida sin demasiadas influencias exteriores (alguien me la tuvo que recomendar pero no recuerdo quien o cuando) y de la que pensaba que lo había leído todo y es posible, no podría deciros ya que incluso los cuentos que sé que he leído (y que siguen en mi biblioteca como prueba) no me acababan de sonar en esta relectura. Por ejemplo, no recordaba ese gran principio de uno de ellos: “Ocurrió en un lugar remoto. Había gimnasios, pero ni ironía ni cafeterías. La gente se tomaba las cosas literalmente, sin drogas.” que obviamente debería recordar ya que menor forma de describir una zona verdaderamente aburrida y, ya de paso, a sus gentes.

Lo que si me ha sorprendido es que comportamientos que antes nos parecían absurdos se han generalizado y me da la sensación de que cada vez más personas piensan eso de que como se solo se vive una vez pues hay que hacer cosas arriesgadas a lo que, al menos yo, sigo pensando que precisamente eso de que solo se viva una vez es precisamente “Lo que a ella se le antojo el motivo más importante para ir con cuidado, tomárselo con tranquilidad, disfrutar de una vida normal. No le gustaba hacer cosa donde el truco consistía en no morir en el intento”.

O ese otro de que nada es culpa de uno, que la culpa siempre esta fuera y en algo que no se puede corregir como “El mismo Mack seria ahora un genio si al nacer hubiera sido una persona completamente diferente. Pero ¿Qué le vas a hacer? En una ocasión leyó que los genios solo nacen de mujeres de más de treinta años; su madre tenía veintinueve. ¡Maldita sea, joder! ¡Qué cerca había estado!”. Sí, todos seriamos genios, o expertos, solo si fuéramos otras personas y si no lo somos es culpa de otros, que hacer algo para serlo esta fuera de lugar.

Pero este mes las cosas no han quedado en la relectura de autoras ochenteras, sino que mi siguiente elección Malos tiempos para el país, pasa en la Inglaterra de finales de los setenta primeros ochenta que al fin y al cabo pues son homologables a los primeros ochenta en los madriles. Se trata de una novela de esas supuestamente policiacas, con sus asesinatos en serie y su detective con problemas de personalidad que pretende retratar esa Inglaterra de finales de los setenta, primeros ochenta, marcada por la dama de hierro. Lamentablemente, como era esperable por estar escrita por un francés nacido en 1979, no consigue lo del retrato que hace aguas por todos lados y parece más de oídas y de búsquedas en una hemeroteca que de vivencia, o por lo menos fascinación; pero, que sabré yo de la Inglaterra de finales de los setenta (de la de los primeros ochenta algo más, pero tampoco mucho). El caso es que con tantos asesinatos de chicas “desde hace siete meses, la noche está reservada al género masculino a causa del toque de queda. Bárbara y sus amigas no lo han respetado nunca: cuando se es joven, la prohibición de salir por la noche es tan aberrante como la abstinencia sexual o la privación de música”. Encontrar un toque de queda en una novela ahora pues es sorprendente y llama la atención (las referencias, o comparación con la abstinencia sexual ya se me había ocurrido a mi antes, o a L, especialmente en relación con el SIDA, por si teníais duda sobre la comparación inicial, digo).

También es curioso encontrar otra referencia a mi tipo más odiado de barrio (diría que al más odiado por cualquier persona con amor por una ciudad) “… y toma Lilycroft Road, señalada por chales de fachadas amarillas y azules, con impecables jardincillos. El resto se divide entre iglesias, ultramarinos y tiendas. Bonito barrio para quien aprecie la comodidad de una vida sosa.” Es verdad que podría ser peor, si no tuviera tiendas o ultramarinos, pero creo que el color amarillo de las fachadas compensa la existencia de esos elementos, con creces. Pese a estos dos detalles la verdad es que el libro no merece la pena es esfuerzo de leerlo, incluso considerando que su lectura tampoco requiere mucho esfuerzo.

MI siguiente compra (o lectura, que ahora me doy cuenta de que puedo parecer un psicópata leyendo los libros en el orden en que me los he comprado. No, no es eso; no tengo ni idea de en qué orden los elijo – salvo excepciones – y desde luego no los leo en ese orden, es tan solo una forma de hablar, o de escribir) fue La mujer de la falda violeta. ¿La razón? Evidente, la autora es japonesa lo que ya son dos puntos a favor ya que curiosamente las escritoras japonesas tienen un punto bastante bueno. En general, que no es el caso. A mí me ha parecido infumable, pretencioso y sin capacidad para llegar a ese grado de pretenciosidad. No me he enterado de que historia quería contar y no he encontrado ni una frase ni una idea que retener del mismo. Es posible que la culpa sea mía, pero yo soy más de lo que cantaban solera “no es tu culpa, ni tampoco puede ser la culpa mía” en esa canción para dejar a una chica que luego reinventarían y mejorarían hasta la perfección (en lo musical y en la desfachatez) Los Modelos en su clásico temazo:


De Vuillard me había leído una novela por recomendación de mi librero de referencia de la serranía madrileña (Aka, mi hermano Rafa; Aka el librero tarambana) y me había gustado bastante así que aprovechando que han debido de editar gran parte de su obra pues ocupaba prácticamente una balda de la librería (de la Méndez) decidí coger otro, un poco al azar y escogí La guerra de los pobres. Se trata más de un cuento que de un libro propiamente dicho – por la longitud – y pese a tratar de sublevaciones campesinas apoyadas por teólogos. Algo que, pese a sonar mal, podía ser interesante, la verdad es que no es nada especial se lee bien y creo que le es aplicable su propia cita “La gente quiere historias, aclaran las cosas, dicen; y cuanto más auténtica es la historia, más gusta. Pero las historias verídicas nadie sabe contarlas.” Yo, por mi parte, siempre he dicho que prefiero la ficción, prefiero que todo sea mentira ya que es más fácil contar la verdad de esa forma que poniéndose a contarla. En el caso de querer contar la verdad siempre acaba uno teniendo que mentir porque la verdad no coincide exactamente con lo que uno quiere contar.

Hacía mucho que no compraba un libro para molestar a mi hermano Rafa, básicamente por falta de oportunidad que no de falta de ganas, que lo de molestar a los hermanos es, pues eso, una afición de hermanos. La existencia de Blanco, una especie de autobiografía, pero a través de artículos de Easton Ellis, era por lo tanto una oportunidad difícil de dejar pasar incluso sabiendo a priori que iba a ser una mierda sin ningún interés. La posibilidad de que tuviera alguna cosa buena podía compensar todas las cosas malas que pudiera tener. Lamentablemente cuando se juega, a veces se pierde y otras se gana, y si con esto no ha quedado bastante claro: esta vez he perdido y este libro es malo, malo, tan malo como para tener que darle la razón a un hermano. Imaginaos lo malo que es. En cualquier caso, aunque sin llegar al extremo del autor he de reconocer que mi visión de mi ciudad favorita últimamente empieza a coincidir con la suya de 2010 “Nueva York estaba, si cabe, todavía más atestada de gente, y de gente más rica; todo se veía limpio y ligeramente anónimo, como si la globalización hubiera tocado Manhattan con su varia mágica. La ciudad en la que, a finales de los ochenta, me había hecho mayor de edad era mucho más sucia, más aterradora y emocionante que el lugar homogeneizado y corporativo que percibí…” Resulta cierto ese NYC de los ochenta, noventa ya no existe y con él se ha perdido parte del encanto de la ciudad; afortunadamente solo parte y para mi sigue siendo el lugar ideal en el que pasar tiempo y puede que incluso vivir (cualquier día).

A ver, si uno se lee la solapilla de un libro en la que dicen que el autor es realmente un colectivo de escritores italianos la primera reacción es, casi con toda seguridad, dejarlo donde estaba e incluso – en estos días – ir a buscar el gel hidro-alcohólico que hay en todos los establecimientos para frotarse las manos a toda velocidad. Pero si la novela es de ciencia ficción mezclada con comunismo a uno le surge el recuerdo de Benni, y su fascinante Tierra, y decide darle una oportunidad a este Proletkult. ¿comete uno un error con esta actitud? Pues no estoy seguro de que contestar ya que se deja leer y toda la historia – con su colonia comunista extraterrestre – pues tiene su punto graciosillo, pero sin los excesos necesarios para resultar verdaderamente divertida o reivindicativa pese a ese “En Marte también hay contradicciones, repuso, como en todo lo que existe. Una sociedad ideal sin conflictos no sería ideal. Sería una mentira.” o la aclaración que pare hecha a la media de mi tío Ramiro, el cura obrero que debió de trabajar uno solo día de su vida (en parte porque sus compañeros no le veían trabajando) sobre porque se puede no ser obrero y comunista “que un obrero escriba novelas o deje de trabajar en la fábrica no significa que se aleje del pueblo. En cambio, si se deja seducir por los privilegios y el poder, deja de tener una cultura proletaria”.

Como ahora tengo poco trabajo, o más bien tengo trabajo de forma ocasional, pues dedico más tiempo a leer y antes de acabar el mes tuve que hacer otra visita al hermano Méndez que sigue trabajando (con su hermana verdadera creo, mientras que el falso hermano esta en ERTE, creo. Ya veis, soy un hombre de fe) y nada más llegar me encontré con Rotos, que se suponía era una novela, o supuse yo por mi cuenta y riesgo, pero resultó ser un libro de cuentos. Eso sí, un libro de cuentos de Don Winslow por lo que no había duda de que empezaría a leer.

He de confesar que para mí tiene algo de autor inventado ya que estoy convencido de que la primera novela que leí de el – por recomendación de mi hermano Rafa – trataba sobre la mafia de las basuras en, diría, Nueva York o Nueva Jersey, algo que pese a todas las pruebas en contra sigo creyendo, y que me encanto tanto como para convertirlo en uno de misa autores favoritos y haber leído todo lo que ha publicado (con mayor o menor disfrute). Además, creo que su trilogía sobre las drogas la componen cuatro libros (lo cual ya es raro) no siendo ninguno de los cuatro ese primer libro que sí que forma parte de la trilogía oficial. Pues eso, toda mentira en mi mente, o mejor dicho ficción, que es algo bueno para un autor de ficción que es cuando es bueno (cuando se pone en modo tesis doctoral periodística resulta ligeramente agotador). Por si todo esto fuera poco tengo una anécdota con un libro suyo – un homenaje a Trevanian, otro grande – en la que era mi librería de NYC cuando yo había cogido el único ejemplar y en la caja una señora empezó a decirme que ella venia justo a comprárselo, a punto estuve de ceder, pero cuando se dio cuenta de que yo había venido de España y ella de un par de manzanas pues decidió no insistir en que venía a por el… ya vendría otro día.

Sea como sea el libro tiene seis cuentos y curiosamente todos son buenos y varios de ellos con personajes de otras novelas como los maria-cultores de Salvajes, los surfistas de la patrulla del amanecer o el mismísimo Frankie Machine, así que era un poco como volver a estar entre amigos.

Uno de los cuentos empieza con una de esas frases que ya lo dicen todo: “Nadie sabe de dónde ha sacado el revolver el chimpancé” y que a mí por supuesto inmediatamente me trajo a la cabeza a los Yayhoos y su excelente canción, al parecer dedicada a Hank Williams Jr, que ahora mismo sigo cantando y que os comparto.


Los personajes le permiten mucho juego, incluso cuando resultan sumamente realistas como ese atracador que para defenderse de la acusación de un robo afirma “¡No puede identificarme – contesta Richard indignado - ¡Llevaba puesta una máscara!. Estos chicos se hacen querer, piensa Chris, Se hacen querer de verdad. No me extraña que el club Mensa tenga tan poco éxito en las cárceles.” Aunque todos lo sabréis el club mensa es el club de los supe inteligentes, que seguramente hacen justicia al primer sinónimo de club que le vino a la cabeza a mi sobrina Alicia con sus diez añitos: una secta.

También esa chica, Carolyn, que tiene un novio que es profesor, buena persona y un poco tontorrón y que de repente tiene una epifanía al pensar en él y sus virtudes: “el profesor Capullo siempre estaba dispuesto a hablar de sí mismo: de su carrera, de sus ideas, de su ropa, de sus miedos, de sus ansiedades, de su sinusitis, de sus sentimientos… Santo Dios, estaba saliendo con una mujer sin saberlo, se dice Carolyn”.

Y por supuesto los amigos de novelas anteriores, los surfistas adultos, o de la vieja escuela que suena mejor, y a los que uno de los jóvenes intenta convencerle de las ventajas de un ipad, o ipod, o como se diga el cacharrillo que le permitiría llevar la música a todas partes y el solo puede responder: “pues yo no quiero llevarme mi música a todas partes, se dice Duke ahora. Quiero escucharla en mi casa tomándome un whisky y en disco de vinilo, como está mandado”.

Incluso la chica tontilla de salvajes tiene su buena frase al afirmar que “fue ella quien me explico que ‘madre’ y ‘padre’ son verbos antes que sustantivos”.

Pues eso, seis cuentos muy majos para redondear un mes sin demasiados encierros y no como los que vienen por delante que prometen ser demoledores.

Ojalá pudierais divertiros asaltando el castillo, pero todo el mundo sabe que el asalto a un castillo ha de empezar antes del amanecer y con este toque de queda pues está difícil, además suelen necesitarse más de seis personas y a veces el asalto se alarga hasta bien entrada la noche.

 

Lecturas

Cuentos Completos – Lorrie Moore

Malos tiempos para el país – Michaël Mention

La mujer de la falda violeta – Matusko Imamura

La guerra de los pobres – Éric Vuillard

Blanco – Bret Easton Ellis

Proletkult – Wu Ming

Rotos – Don Winslow

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