“La masa cerebral se compacta como si fuera un bloque de cemento. Al seccionarlo, en el microscopio, se observa que cada una de las neuronas esta apelotonada, igual que una araña cuando la pisas. Cien mil millones de neuronas petrificadas una a una. Puede que se tratara de un suicidio celular masivo desencadenado por el pánico, pero nadie lo sabía en realidad.”
Así describe Rafa la neuronecrosis causada por las “misteriosas capsulas verdes” que
aparecían hace veinte años en Sangre a
borbotones y que, cortesía de la reedición de Tusquets, pues he vuelto a leer, a releer como intelectualillo que
soy, y con la que diría que me he vuelto a reír como la primera vez, aunque,
claro, encontrar esta referencia a la apoptosis e incluso aquel personaje, Don
Jotabé, que: “Decía sufrir ataques
elípticos. «¿No serán epilépticos, don Jotabé?»
«Ni hablar: son puramente elípticos. Me olvido siempre de lo que más me
conviene, ¿Qué pasa?» con los que, en cierta medida, me identifico
ahora (que no entonces, que entonces, como todos me identificaba más con aquel “un tipo se toma un whisky y ya es otro
hombre, pero es que es otro hombre también necesita una copa, ¿no? Es lo
lógico, tiene derecho. Y así sucesivamente, que le vamos a hacer.”)
indudablemente me ha hecho leerla de otra manera, no diría como una novela de
anticipación, pero ciertamente de otra manera.
Igual alguno de vosotros, escasos lectores míos, tiene la
tentación de releer el ejemplar, que seguro ya tenéis en casa, pero yo os
recomiendo que os compréis esta nueva edición, no para que mi hermano suba como
la espuma en las listas de éxitos y le lluevan los derechos a autor (algo que
no va a pasar) sino básicamente porque en esta edición (en el epilogo) me
hermano me menciona dos veces y mi vanidad me obliga a mencioanarlo ya que es algo
que en sí mismo resulta sorprendente, pero es que como además no lo hace para
insultarme o para quejarse de cualquier cosa de nuestra infancia o juventud,
resulta doblemente sorprendente. Encima las dos cosas que cuenta son ciertas y,
aunque él no lo cuente y sea difícil imaginarse como están relacionadas, las
dos tienen relación a través de un juego de ganzúas. No digo más (que decía el
otro) y si queréis saber porque me menciona mi hermano, a visitar vuestra
librería de referencia o incluso las mías: ya sabéis Librería Méndez en la calle mayor de Madrid, o si andáis por el
campo pues la Librería Fuenfría en
Cercedilla donde el propio autor seguramente pueda ampliaros mis apariciones
estelares en el epilogo.
En fin, con esta introducción y por aquello de que es verano
y he pasado un par de semanas en Piles, lo que implica un montón de lecturas,
pues hoy no hago ninguna reflexión de entrada y paso directamente a comentar
mis lecturas que puede que esto sea largo (o puede que no, que no he tenido
mucho acierto en alguna de mis selecciones).
Compre Trio
porque pensaba que el autor era otro autor. Ya, ya lo sé, basta con leer la
solapilla, en la que mencionan sus otras obras, para poder darse cuenta de que
no era el que yo pensaba, pero es que tampoco estaba seguro de en quien pensaba
(ya que también compre otra que, pese a ser de un autor diferente, pensaba que
era del mismo autor; no del mismo que Trio sino del mismo que yo pensaba que
era el autor de Trio pero que tampoco era el que yo pensaba. Ya, confuso o
incluso un poco elíptico). El caso es que ahora mismo, un mes y medio después
de haberla leído no consigo recordar absolutamente nada de esta novela. Cuando
digo nada, es nada; así que no sé qué deciros salvo que diría que no merece la
pena ya que no me ha dejado ni el más mínimo recuerdo ni tengo nada marcado
para recordar. Podría ser excepcional, pero, sinceramente, lo dudo y me decanto
más bien por un “Podría ser aceptable, dejarse leer” y poco más.
Tokio Redux la
compre sabiendo, recordando incluso, que el autor no me convence y que
prácticamente siempre que he leído una novela suya me he arrepentido de haberla
comprado e incluso con la duda de si ya la había leído (no, había leído Tokio Year Zero, título que podrían
haber traducido mal en este). Era la última oportunidad que le daba al autor y
solo lo hacía porque me gustan las novelas que pasan en Japón – preferentemente
las escritas por japoneses – para entender sus costumbres ya que creo que son
el último país exótico (mucho más exótico, interesante y divertido, que
cualquier tribu amazónica; donde va a parar).
Lo más curioso del libro es descubrir que hay costumbres
locales que compartimos, y que están entre mis favoritas como la de “los precios escritos con lápiz en la parte
trasera de cada libro” si bien con la diferencia de ubicación – aquí suele
estar escrito en la primera página, de hecho, este lo tiene – y es una de esas costumbres
que a mí me siguen fascinando y que no puede ser, espero que no lo sea,
sustituirse por el código de barras ni por imprimir el precio en la
contraportada. No, creo que los precios de los libros tienen que estar escritos
a lápiz en la primera página, esta costumbre tiene que mantenerse cueste lo que
cueste (aunque sospecho que el librero
tarambana no la tiene).
También me ha resultado curioso, a nivel personal ya que
puede que fuera el que diera nombre al colegio en el que estudio Alvaro,
enterarme de quien era Willoughby y que tuviera relación con Japón: “el general de división Charles A.
Willoughby, Sir Charles en persona – cuyo nombre de nacimiento era Adolf Karl
von Tescheppe und Weidebach, también conocido como barón Von Willoughby –
objeto de numerosas burlas, pero siempre a sus espaldas. Mano derecha de
MacArthur, su «fascista favorito», el jefe de
Inteligencia contaba con la confianza absoluta del comandante supremo y, por
tanto, con carta blanca para hacer lo que le viniese en gana a quien quisiera”. Vamos,
así, en principio, un tipo de lo menos recomendable para dar nombre a un
colegio, salvo que hablemos de un colegio de corte militar.
Dicho esto, y sin que sea una mala novela, o casi tres separadas
en el tiempo, pero conectadas por el mismo asesinato, creo que ya no le voy a
dar más oportunidades al autor.
Mi otra confusión de autor fue Las furias invisibles del corazón, aunque por aquello de decir la
verdad no fue totalmente una confusión ya que la lectura de la solapilla me
aclaro que para nada se trataba del autor del que yo pensaba puesto que sé que
no he leído la única novela, best-seller,
que nombran en esta solapilla y que nunca me ha interesado lo más mínimo leer
ese “El niño con el pijama de rayas”.
Es decir, en este caso mi confusión duro poco y se resolvió antes de que
comprara el libro, decidiéndome a comprarlo porque pasaba en Irlanda (aunque
luego mucho no pase en Irlanda) y más que “un retrato magistral de la historia
de Irlanda en las últimas siete décadas” es un retrato más amplio en forma casi
de folletín con sus hijos bastardos y sus problemas de rechazo a la madre, en
general a la mujer, pero también de los hijos adoptados y, ya puestos, a los
homosexuales.
Pese a ser eso, un folletín, la verdad es que tiene
descripciones alucinantes por realistas de algunas actitudes como la del padre
(adoptivo) que “A veces me pregunto en
qué me he equivocado. No lo crie precisamente para que respetara a las mujeres”;
o la del funcionariado (ampliable, en mi opinión, a la empresa privada) en ese “tengo que volver al despacho. Alguien tiene
que pasarse la tarde mirando por la ventana”, o de temas más extravagantes
como ese “nadie debería casarse con la
chica con la que ha perdido la virginidad. Es como aprender a conducir en un
cacharro destartalado y aferrarte a él, el resto de tu vida, cuando ya sabes
conducir un BMW en hora punta por una autopista atestada de vehículos”
La verdad es que, pese a su carácter de folletín, la he
disfrutado y puede que incluso sea una buena novela ya que “Todo es posible – dije -. Aunque la mayoría de las cosas son
improbables.”
Llegado a este punto del mes decidí marcharme unos días a
Piles, a disfrutar de la playa, comer arros
al horno, hacer poco (aunque me lleve el ordenador), pasar las tardes
(parte de la mañana e incluso de la noche, para que engañarnos) leyendo, tomar
el aperitivo y otras cervezas que la tradición y las costumbres locales dictan
y poco más por lo que volví a avituallarme a la Librería Méndez (que no estaba
el tiempo, ni uno es proclive, para acercarse a Cercedilla).
¿Una nueva novela de una serie de espías disfuncionales?
Dicho y hecho, Tigres de verdad,
sería la primera lectura de esta visita a Piles, para reencontrarse – entre
otros – con esa cocainómana que “tampoco
era una consumidora habitual, de los fines de semana no pasaba: de jueves a
martes y punto.”, de ese jefe al que al salir por casualidad de una iglesia
y cuando le pregunta que hace contesta “Visitar
una iglesia, ¿y tú? ¿Cuándo dejaras que Jesucristo entre en tu vida? Hace
visitas a domicilio, pero nunca está de más acercarse a su garito para saludarlo.;
en fin, de esos caballos lentos tan diferentes de los caballos rápidos de LeCarre o Highsmith y otros autores, con los que comparten destino ya que “incluso los caballos rápidos iban a parar
al matadero, pero el hecho de que los lentos llegaran antes era una de las
pequeñas paradojas de la vida.”
De momento, con tres novelas de la serie leídas, a mí me
parece una buena serie con ese punto de tristeza que viene de “la peor jugarreta que te gastaba la vida
era dejar que la luz entrara en ella lo justo para que vieras lo maravilloso
que podía ser todo para después apagarla de golpe, sin previo aviso” que en
cierta medida hemos sufrido casi todos (por no decir todos los mayores de una
cierta edad) y con esas descripciones de algunos grupos, digamos humanos pero
con dudas, como “los conspiranoicos de
internet, cuyo usuario promedio parecía ser el resultado de mezclar ADN de un
hijo único, un suscriptor del Daily Mail y un bacilo toxico. El resultado final
era un organismo egocéntrico, rebosante de rabia acumulada con el paso de los
años y capaz de exudar mierdas venenosas por todos sus poros. Entre sus rasgos
podía destacarse la propensión a escribir en MAYÚSCULAS, el más absoluto
desprecio hacia los usuarios con otros puntos de vista – a los que consideraba como
perros al servicio del poder – y la más absoluta ignorancia de que existía una
cosa llama la navaja de Ockham.” de los que todos tenemos ejemplos cercanos
que nos gustaría mantener lejos pero se resisten a ser expulsados.
La elección de Tres
se debió sobre sobre todo a la editorial – y la serie – en la que estaba
publicada ya las novelas negras en esta serie de Anagrama suelen dar muy buenas
sorpresas (como la primera de Keer) ya
que suelen ser novelas negras que se
salen del canon convencional de la novela
negra, aportando algo más. Esto pasa aquí. No os puedo contar mucho sin
hacer demasiados spoilers de esos, pero se trata de una novela bastante
fascinante sobre la seducción, o lo que seduce, y la dominación que a mí me ha
gustado pese a no tener ninguna frase (creo) de novela puramente negra.
La escritora es
un título malo, más que malo poco tentador, pero como no me suena haber leído
casi nada escrito por islandeses (salvo algún cuento en un libro que se llama Hijas del frio que recuerdo con mucho apego)
aunque según la autora al parecer la poesía islandesa es algo realmente
importante tanto que en Islandia “los hombres nacen poetas. A la edad de hacer
la confirmación ya cumplen con su inherente papel de ser unos genios. Da igual
que escriban libros o no. En cambio, las mujeres alcanzan la pubertad y tienen
hijos, lo cual les impide escribir”, puede que sea cierto lo de la poesía, pero
lo que se trasluce en esta frase (y en general en el libro) es un machismo que
uno – por lo menos yo – tiene dificultad de asociar con Islandia. Claro que mi
desconocimiento de Islandia es total, enciclopédico diría si no fuera porque
dudo que todo el conocimiento posible de Islandia de para una enciclopedia, tal
vez para una pequeña adenda. Ni siquiera sabía que habían conseguido la
independencia en 1944, ni siquiera sabía que eran “dependientes”, ni tampoco de quien dependían (parece que de los
daneses) y lo único que al ver la portada era mi posible solidaridad con “uno de los miembros del jurado de Long
Island dijo que el nombre completo de Miss Islandia sonaba como una cascada de
piedras cayendo en un fiordo” ya que no tengo ni idea de cómo se
pronunciaría el nombre ni, ya puestos, de cómo suena una cascada de piedras
cayendo por un fiordo pero me parece probable.
Sobre Friday Black
solo os puedo decir que es una recopilación de relatos (cuentos) y que es de lo
peor que he leído últimamente. Carece totalmente de interés y encima los
cuentos son tan aburridos y tan obvios que no hay por donde salvarlos. No, ni
siquiera está bien escrito; una completa decepción. (Nota: no debo de ser el único que piensa que es mala ya que me ha costado lo suyo encontrar la portada en español de este libro, algo que no suele pasarme)
Como me marchaba a Piles, donde siempre me falta lectura y
no hay demasiadas opciones de compra, pues cogí El Hijo del Chofer, pese a que estaba casi seguro que no me iba a
gustar; muy difícil parecía que una crónica sobre la transición en Cataluña me
gustara por mucho que anunciaran que “se lee como un thriller” (si, puede que
se lea como un thriller, pero como un thriller de los malos, sin especial
interés). Aunque como mi conocimiento de la transición en Cataluña, o en toda
España, es solamente un poco mejor que mi conocimiento de la independencia de
Islandia pues me he llevado alguna sorpresa como la de “el diario que impulsa Fraga, el diario que debe orientar el cambio
político. Ya tiene nombre, El País, pero aún no tiene permiso.” Sorpresas
te da la ignorancia – que no la vida – ¿Fraga era un impulsor de El País?
Imagino que para algunas personas es una historia entretenida y que para los
que conozcan el nombre de Quintà,
alguien que “tal vez no haya otra voluntad que hacer daño cuando está en mano.
Dañar. Intoxicar todo lo que pueda. Convertir la realidad en el cenagal donde
habita su conciencia” les parezca interesante – puede que fuera uno de esos
poderes facticos de los que tanto se habla – pero a mí me resulta indiferente y
solamente me ha gustado la frase que le dice un conocido al que siempre ha
despellejado y puteado (vamos una especie de archienemigo) cuando, tras caer en
desgracia, le pide que le ayude, que le de trabajo: “siempre he pensado que es bueno tener un enemigo. En mi caso eres tú.
Me gusta que siga siendo así.” Que me ha parecido una elegante forma de
mandar a alguien a tomar por culo.
Con Irvine Welsh siempre
tengo mis dudas: Trainspotting me gusto,
pero porno no me gusto y Skagboys no conseguí
leerla (pero esto fue, básicamente, culpa mía por comprarla en escoces; algo
que la hace ilegible salvo para los locales de Glasgow o Edimburgo). En este Artista de la cuchilla, el protagonista
es Begbie, posiblemente uno de los personajes
más odiosos de Trainspotting, o más odiosos a priori y equiparable a un Martinez el Facha pero escoces y
violento de verdad. Han pasado años y, extrañamente reformado, vive en
california con su mujer y su hija habiéndose convertido – para su extrañeza –
en un artista plástico cotizado cuando se ve obligado a volver a casa para el
funeral de un hijo al que no ha conocido, pero al que se siente en la necesidad
de vengar (tras aclarar su muerte). La verdad es que se lee bien y llega incluso
a ratos llega a ser bastante divertida. Para mí la mejor reflexión fue algo que
sentí en Nueva Zelanda “el hecho de conducir por la izquierda no le molesta
tanto como el de estar sentado en ese lado del vehículo” que es algo que
resulta difícil de explicar pero hasta como copiloto (en el asiento de la
muerte) te sientes verdaderamente extraño en un coche que circula del revés de
lo que debería (como les decía a los Neozelandeses y otros que me preguntaban, “Maybe you don’t drive on the wrong side of
the road, but certainly you do not drive on the right side. Case settled”).
Como siempre mi carga para Piles se me quedo corta y me
quede sin lectura. Además este año, para mí, es una tortura ir a tiendas ya que
no soporto la mascarilla por lo que estaba a punto de ponerme a trabajar por la
falta de lectura cuando Alvaro (que es un tío detallista y que está pendiente
de estas cosas) me trajo – creo que del supermercado, aunque no estoy seguro de
cual – Las Doncellas, que no tenía
mala pinta y que venía avalado por Baldacci
(lo que ya he dicho otras veces que no es una garantía no mucho menos; que
estas cosas que ponen en la faja no son
de fiar). A ver, no es un mal libro y se deja leer, pero abusa de esa característica
de estar esperando al giro final,
durante toda la historia te presenta a un culpable viable, casi aporta pruebas (por
supuesto retorcidas y no vinculantes) para convencerte de que este es el
culpable, para en los últimos capítulos dar un giro casi total y sacarse un
nuevo culpable que no te esperabas pero que tampoco podía ser otro ya que no
hay demasiados personajes en la novela. Si no es uno, pues casi que será el
otro y no, ni siquiera se te queda la cara de tonto ya que dices “pues vale”.
La verdad es que leído este Alvaro y Helena, en una visita a la casa del libro de Gandía para acompañar a Alicia a que se comprara cosas de adolescente – ni idea de que se compraron – volvieron con otros dos libros, pero… creo que estos ya se corresponden con el mes de agosto, aunque podría estar equivocado, pero así lo he decidido, así que hasta la próxima entrega no los comento. De momento, lo de siempre:
¡Divertíos asaltando el castillo!
Lecturas
Sangre a borbotones – Rafael Reig
Trio - William Boyd
Tokio Redux – David Peace
Las furias invisibles del corazón – John Boyne
Tigres de verdad – Mick Herron
Tres – Dror Mishani
La escritora – Audur Ava Ólafsdóttir
Friday
Black – Nana Kwame Adjei-Brenyah
El Hijo del Chofer – Jordi Amat
El artista de la cuchilla – Irvine Welsh
Las Doncellas – Alex Michaelides