Hoy sí que tengo que saltarme la tradicional introducción porque este mayo he pasado dos puentes largos en Piles y mi lista de lecturas se ha disparado, casi de una forma disparatada. Aun no me he acostumbrado a hacer otra cosa en Piles que no sea leer; espero que en el próximo viaje (para huir de la semana del orgullo; semana de diez días, como si hubieran aprendido a contar con El Corte Ingles o, como si, directamente, no supieran contar o, tal vez, sea por reafirmar que el tamaño sí que importa. Vete tú a saber, el caso es que yo huiré del barrio a Piles esos días… pero esta vez con el ordenador para intentar hacer algo más que leer. No prometo nada, pero si intentara. Ahora a empezar con lo “obligatorio”.
Ella entró por la
ventana del baño al parecer toma su título de una canción de los Beatles,
que al parecer se basa en una historia real: “una muchacha se coló en la casa de Paul McCartney por la ventana del
baño y la torcieron; la morra confesó que era su fan y que solo quería ver cómo
vivía; al beatle le simpatizo y de allí nació la rola.”, que según la
canción “iba protegida por una cuchara de
plata”. En fin, sin entrar en el tema principal – que, obviamente, es que
tipo de protección te ofrece una cuchara, o que tipo de cuchara es la que
ofrece protección, o incluso como de colgado has de estar para pensar que una
cuchara ofrece alguna protección – me centrare en el tema secundario que es el
del idioma. Si bien en esta frase se consigue entender la historia, la verdad es
que hay que hacer un esfuerzo de contexto en casi cada una de las paginas para
entender, o imaginar, que hablan en el mismo idioma que nosotros, pero “como sea hay que estar bien truchas; y si
entiendo bien nos toca mover. Is barniz.” que ya es un poquito más difícil
de interpretar y no la es más difícil. Con todo es una historia entretenida,
aunque es posible que me haya perdido algún matiz de la historia.
Creo que ya he contado muchas veces que no soy nada
aficionado a la historia, por lo que tampoco suelen interesarme mucho las
biografías (realmente la verdad es algo que no me importa mucho, y no estoy
aceptando que en ninguna de las dos cosas – la historia o las biografías –
exista demasiada verdad; que no creo) y La
diagonal Alekhine es básicamente una historia biográfica de Alekhine, de la parte de su vida
relacionada con la Alemania nazi, de
cómo mientras espera, o más bien intenta evitar, la revancha con Capablanca pues se convierte en
colaborador de Goebbels a la vez que
ve como los grandes maestros judíos caen bajo el régimen del que el participa.
Con todo lo dicho si bien no me ha gustado, reconozco que se
deja leer y que tiene algunas frases buenas, como esa, parece, cita de “La riqueza es un valioso cuchillo, quien lo
tiene debe usarlo para repartir su pan, no para herir”.
También creo que es muy válida la reflexión sobre el
antisemitismo de un judío “Spielmann solía
considerar el antisemitismo un cumplido. Los antisemitas le recordaban a esos
hombres que insultan a las mujeres demasiado hermosas para ellos, a las que
intentan vejar para resarcirse de la frustración de no poder estrecharlas entre
sus brazos.” que ciertamente se parece, en cierta medida, al machismo pero
para la que todavía es más aplicable la continuación de la reflexión: “Pero con los nazis y la guerra, con las
leyes raciales y el Anschluss, el cumplido ya no era de recibo. Spielmann había
tenido que huir y pasar vergüenza de forma sistemática. Había empezado a
avergonzarse de todo y ante todos.”, algo que también me pasa a mi cuando
veo el nivel de machismo a mi alrededor (si, antes de que lo digáis mi nivel no
lo noto, aunque debería), como se pierden derechos y libertades por el mundo y
como algo que podría ser considerado como un cumplido ya pasa a ser un abuso o
directamente un acoso.
Si la decisión de comprar el libro anterior es poco
explicable, conociendo mis gustos, la de comprar El idealista solo la puedo explicar por haber pasado cincuenta días
en Vietnam (no, no es que los contara, pero sé que fueron los que estuve ya que
fue los que me pago el Banco Mundial
que es una forma no muy fina de hacer namedroping
para quedar como un consultor de prestigio mundial).
La verdad es que es una novela que me ha aburrido y que no
ha conseguido despertar mi interés, creo que en ningún momento. O eso creo
recordar, igual no es tan mala pero ahora mismo no recuerdo – ni he marcado –
nada especial en toda la novela y prácticamente la he olvidado del todo.
La verdad es que antes de irme a Piles había hecho un poco
de trampa y de mi compra en la librería Méndez (ya sabéis, en la calle mayor y
ahora mismo también en la feria del libro) me había reservado la última novela
de Winslow: Ciudad en llamas que, como ya es casi un imperativo, pues ya se
anuncia como la primera de una trilogía; ¿es que ya nadie puede escribir una
sola novela sin pensar en dividirla en partes o pensar en las secuelas o
precuelas de la historia? ¿tan difícil es encontrar un punto de final o de
inicio de una historia y dejarlo así?
Si no fuera de Winslow
diría que es una buena novela, pero… esperaba más de una historia de la mafia
portuaria irlandesa, aunque esto es básicamente solo el telón de fondo de la
novela que realmente, como las buenas novelas, va de otra cosa (dudo que tenga
parecido con La Iliada, como sugiere
la contraportada; pero he de reconocer que no me acuerdo los suficiente de La Iliada) entre las cuales las más
relevante el daño que las falsas acusaciones tienen, vamos de los actos tienen,
o pueden tener, consecuencias importantes por lo que hay que medir las mentiras
que uno cuenta.
Como pasa entre irlandeses, fuera de Irlanda, una de las
partes más divertidas es la descripción de algunas características absolutas de los irlandeses, entre ellas “¿has odio
hablar del Alzheimer de los irlandeses? Se les olvida todo, menos los
rencores.” que vale tanto para los irlandeses como para Puerto Hurraco y, así,
en general, para la mitad, o más, de la población.
Pues con esta lectura ya estaba casi preparando el segundo
puente de mayo, mi segunda visita en el mes a Piles para intentar hablar con
constructores para ver si conseguimos solucionar lo del piso de arriba. Esto
parece una tarea imposible, en mi opinión por el carácter de los lugareños y lo
huevones que son; pero no desistimos
y algún día conseguiremos que empiecen las obras y nos quede una casa conjunta
verdaderamente habitable.
Poco antes de ir, esta vez en coche yo solo, había empezado
Tren Bala que es una novela con una de esas premisas muy japonesas: meter en un
recinto muy cerrado a un puñado de asesinos cada uno a cumplir una misión que,
en cierta medida, es contraria a la de los demás y donde cada uno tiene sus
características: siendo el protagonista alguien a quien las cosas se le
complican continuamente, pese a lo que va sobreviviendo y avanzando en la
historia. Vamos, que es como una vuelta de tuerca (o dos) a una novela de
Hitchcock o de Agatha Cristie.
La verdad es que tiene partes muy divertidas como cuando uno
de los asesinos (el que hace las veces de supervillano, que entre los asesinos
hay de todo) justifica la posibilidad de matar a alguien a quien tiene
secuestrado “El pequeño Wataru, que ahora
mismo solo respira, dejaría incluso de hacer esto. Si tenemos en cuenta el
hecho de que con ello ya no exhalaría mas CO2 en la atmosfera,
podría decirse que estamos siendo ecológicamente responsables. Matar al Pequeño
Wataru Kimura, pues, no sería un pecado, sino una medida sostenible”
Es cierta medida es un razonamiento impecable, pero creo que
si se le explicara a cualquier gobierno una medida parecida para mejorar la
resiliencia o salvar el planeta (que
realmente solo significa salvarlo para la humanidad; que hagamos lo que hagamos
el planeta no necesita que nadie lo salve, él se salvara con o sin nosotros,
por lo menos, hasta que nuestra tecnología avance lo suficiente para hacerlo
explosionar. Aunque la humanidad o el 80% de las especies se extingan, el
planeta seguirá sin ellas, tan ricamente) la rechazaría. Probablemente no tanto
sobre base morales sino por esa característica de los políticos (y otras
personas) que “Está acostumbrado a dar
órdenes y exigir cosas, Los consejos y las opiniones de otros no llegan a sus
oídos. Lo único que necesita de ellos son informes”; a lo que yo añado
“para poderlos ignorar”.
Yo me he divertido bastante leyéndola, solo me falta añadir
esa pregunta que se hace: “si le decimos a alguien que es libre para hacer lo
que quiera, ¿Qué cree que haría primero?” a la que me temo que la respuesta
dada por el villano también es acertada para una proporción absurda de la gente
(diría que más del 90%): “Mirara a su
alrededor para ver que están haciendo los demás…. ¡A pesar de haberle dicho que
puede hacer lo que quiera! Aunque se le conceda carta blanca; seguirá
preocupándose por lo que hacen los demás. Y los imitara sobre todo en aquellas
cuestiones que sean importantes, pero, a su vez, carezcan de respuesta clara.”
Pasar de esta historia dinámica, casi un divertimento, a una
de esas novelas (que se suponen) de corte clásico en la que el asesinato se
comete por la existencia o publicación de Los
cuadernos perdidos de Proust, pues es difícil, o directamente injusto para
la segunda. No hay color, no tenía ninguna oportunidad pese a ser una novela
(que no pasa de ser) correcta y que igual en otro momento se hubiera leído con
menos pesadez. La única idea
divertida en la novela tiene que ver con ese dicho que todos seguimos usando
cuando nos perdemos por una ciudad y decimos algo como “Tras haber rodado en círculos durante media hora – cosa paradójica en
una región donde todo está rectilíneamente dividido en cuadrados y rectángulos”
que carece de sentido en casi cualquier ciudad (salvo algunos pequeños centros
urbanos).
Mi siguiente elección, Caza
al amanecer, tenía bastantes probabilidades de no gustarme ya que leí la
primera del autor y pese a venderse como un nuevo género (country noir) no consiguió interesarme ni por la curiosidad de
pasar en West Virginia (el primer sitio que visité de los EEUU) donde también
pasa esta, ni por ninguna otra razón. Para mí lo mejor (o lo peor, no lo tengo
claro) es que de los dos caballos de uno de los protagonistas, uno se llama
Wurlitzer (el otro Pinky) lo que por lo menos me proporciono una sonrisilla.
Es verdad que aquí vuelve a aparecer una crítica al fracking (a la fracturación hidráulica)
aunque he de reconocer que esta vez ni siquiera he entendido una de las frases
del autor que en un momento dado piensa en “hacer
retroingeniería con los desperdicios de la fracturación” y no consigo
imaginarme que podría querer hacer ni a que podría referirse. Supongo que es
una de esas cosas que le sonaban tan bien y no pudo evitar ponerla, aunque no
se sepa lo que puede significar.
Aunque parecía que mis lecturas iban de mal en peor y
debería ponerle remedio, en lugar de eso decidí arriesgarme con la lectura Stitch, pese a que el resumen de la
contraportada (un escritor americano en Venecia y en horas muy bajas, se
relaciona con otros personajes para lo que la única duda que hay es si están en
horas más bajas o solamente parecidas a las de escritor). Es decir, algo que tenía
todas las papeletas para ser un pedorrez.
En ese sentido no defrauda y si no la deje a medias fue solo por cabezonería y
porque en Piles todavía no tengo localizada librería de referencia en la contorná y siempre da miedo quedarse sin
lectura y tener que acudir a The Rise and
Fall of the Roman Empire que creo es lo único que me queda por leer en
Piles ya que nadie más parece dejar libros por allí.
Es verdad que me quedaba La calle de los espías, la cuarta entrega de esos espías
excesivamente peculiares (esos caballos
lentos) dirigidos por el todavía más particular Lamb que para mí va mejorando en cada entrega. En esta se enfrentan
a un atentado en Londres que lleva “el
terrorismo a otro nivel porque esos chavales recibieron una invitación”
siendo los chavales las víctimas del atentado y consistiendo la invitación en
una convocatoria por redes sociales para un
flashmob algo que sería otro motivo para prohibir esa práctica tan de los
noventa, afortunadamente desaparecida.
También es muy divertida la reflexión sobre los terroristas
y como se les puede considerar al estudiar su comportamiento y si ante sus
errores uno puede preguntarse “¿un error
de aficionado? Una pregunta sin sentido. Cuando se trataba de terroristas
suicidas, todos eran novatos en el oficio.” Obviamente ningún terrorista
suicida pasa del paso de novato, a menos que cometa un error tan grande que no
merezca la calificación completa de terrorista
suicida.
Como en todas las de la serie es la dinámica entre los
personajes y sus idiosincrasias lo que le proporciona a la novela su gracia.
Pese a ello me quedo con el texto de un cartel que debería adaptarse para
muchas obras “Estamos examinando las tuberías de agua en este sector. En algunos momentos puede dar la impresión de que no se
realiza trabajo alguno” ya que como dice el lector del cartel “Nada mejor que preparar tu coartada de
antemano”.
Para ese puente también me había llevado una novela que se
compro mi sobrina Alicia en una mini-feria del libro que organiza su colegio: The fountains of silence y por la que
sentía curiosidad. Más que por la propia novela, sentía curiosidad por el
motivo que podía haber llevado a mi sobrina a comprarla (que de momento no ha
sido suficiente para leerla) e incluso por la razón por la que esta novela podía
haber llegado a una mini-feria escolar.
Respecto del segundo motivo probablemente se debe a que en
algún momento se cita a Montessori en el libro (e igual algún profesor lo supo
y se lo compro) y respeto al primero pues supongo que leyó la contraportada y
le pareció que había una gran historia de amor y, bueno, está en esa edad.
A mí me inquietaba un poco el titulo ya que me recordaba
demasiado a una canción de Glutamato Ye-Ye que, obviamente, va sobre la muerte.
Esta:
En fin, el caso es que si… que es un auténtico dramón (aunque no mueren todos y casi tiene un final feliz) con todos los tópicos posibles de la España franquista: un americano rico en un hotel con su familia y queriendo ser fotógrafo, una camarera de piso hermosa y encantadora, un amigo de la familia que quiere ser torero para olvidar su paso por un hogar social directamente sacado del tebeo Paracuellos, sus guardias civiles… en fin, todo…
A ver si Ali se lo lee y podemos comentarlo ya que siento
verdadera curiosidad por ver que “se le
queda” de la historia, si es que se le queda algo.
La verdad es que sobre Caso clínico tengo una duda sobre si
me ha gustado o no. Por una parte tengo la sensación de que no me ha parecido
gran cosa pero, por otra parte, tengo marcadas tres frases que ahora que releo
me hacen pensar que puede que estuviera bien.
La primera no es especialmente buena pero como se refiere a
un padre, ingeniero de camino, que no salimos demasiado en las novelas (los
ingenieros de caminos, digo, menos en las traducciones que tienden a usar el término
ingeniero civil; que los padres si salen mucho) en el que una hija rememora a
su padre “Hasta hace poco impartía
conferencias en asociaciones de ingenieros de caminos. Estas charlas – a las
que con frecuencia nos llevaba a Veronica y a mi de niñas – se celebraban en
salas de reuniones o en espacios parroquiales con las paredes forradas de
madera y eran regentadas exclusivamente por hombres de pelo blanco con
chaquetas y prendas de tweed”. Algo que me atrevería a clasificar de topicazo, sino fuera porque estaba
hablando de otro país ya que, en esta España mía, esta España nuestra, no
existen asociaciones de ingenieros de caminos así en plural. (que aquí solo
existe el colegio y sus demarcaciones).
Pero el topicazo se
completa con “Todas sus charlas empezaban
de la misma manera: «La
diferencia entre un ingeniero y un poeta es que para el ingeniero, el puente
era una cuestión matemática, mientras que para el poeta constituía un símbolo».
Él era ingeniero, proseguía, y consideraba que había poesía en las matemáticas”, conjunto
de frases que tiene tanto tópicos que no sabría ni por done empezar a
criticarla.
Otra es esa larga reflexión sobre el suicido, o más bien sobre el
no suicido: “Si hay algo que me ha salvado hasta ahora, es que siempre he sido
terriblemente perezosa. No tengo fuerza de voluntad para aplicarme con
diligencia a una tarea, la que sea. El aletargamiento no parece, sin embargo, razón
suficiente para no matarse a una misma. Que una siga adelante por el mero hecho
de ser demasiado vaga como para hacer lo contrario no es ni noble ni romántico.
Aun así, se diría que este es el punto al que he llegado: ya no me importa a seguir
viviendo, pero tampoco tengo lo que hace falta para poner fin a mi vida. Aun incluso
en este estado de absoluto agotamiento en el que me encuentro soy capaz de reírme
de la ironía. En la vida un sigue por defecto. Si no se interviene, la vida
sigue, como si fuera una entidad que existe con independencia de su custodio, Poner
fin a una vida requiere fuerza de voluntad, El suicidio (si, por una vez hemos
de llamarlo por su nombre) requiere cierta determinación. Requiere planificación
y firmeza. Estas son cualidades de las que carezco por completo. El suicidio no
es para indecisos, y yo siempre he sido una indecisa.” Que explica porque no
hay más suicidios, aunque que quede claro que, para mí, uno ya es demasiado.
Pero, por supuesto, la palma se la lleva “La imagen que yo tenía del interior de un
pub londinense se asemejaba a un cuadro de El Bosco, poblado de prostitutas, estibadores,
dipsomaniacos y maricones, todos ciegos de alcohol y entregados a actos
licenciosos de la peor índole” que define más a la protagonista de clase
media y mojigata del libro, que a un pub londinense (o por lo menos a la mayoría
de los que yo conozco. No, nunca he conocido uno que respondiera a esa descripción,
aunque seguro que los hay o ha habido).
Mi última lectura del mes, La buena gente del campo, me llego como regalo de una nueva tradición
que acabo de iniciar en mis relaciones con una conocida del ámbito laboral con
la que de vez en cuanto tomo café para pedirle favores o comentarios
profesionales. La tradición consiste en que en cada reunión nos regalamos un
libro – que hayamos leído, nos haya gustado y pensemos que puede gustar a
cualquiera ya que tampoco conocemos nuestros gustos (todavía). En esta primera reunión
ella me regalo este cuento corto sobre un timador del sur de estados unidos
(cuando el sur era el sur) y que pese a su longitud deja algunas cosas
brillantes como esa en la que me siento en gran parte identificado: “La señora Hopewell tenia cada año la impresión
de que cada año se parecía menos a la demás gente y más a sí misma.” Y con
otra que ya me gustaría poder aplicarme: “Un
genio de verdad podía llegar a hacer entender una idea hasta a un cerebro inferior”
pero que me temo no lo será, aunque ya veremos si al final vuelvo a dar clases
si lo consigo.
En fin, pues eso que un mes largo de lecturas que solo puede
acabar de una forma ¡Divertíos asaltando el castillo!
Lecturas
Ella entró por la ventana del baño – Élmer Mendoza
La diagonal Alekhine
Arthur Larrue
El idealista – Viet Thanh Nguyen
Ciudad en llamas – Don Winslow
Tren Bala – Kotaro Isaka
Los cuadernos perdidos de Proust – Estelle Monbrun
Caza al amanecer – Tom Bouman
Stitch – Richard Stern
La calle de los espias – Mick Herron
The
fountains of silence – Ruta Sepetys
Caso clínico – Graeme Macrae Burnet
La buena gente del campo – Flannery O’Connor