martes, 27 de octubre de 2020

Comentario de textos - Septiembre 2020

No sé bien como empezar, si empezar gritando ¡Toque de queda! ¡Toque de queda! (que lo de la movilidad nocturna reducida que el presidente tiene la desfachatez de pedir que usemos como termino, pues no lo veo de ninguna manera. Ya me cuesta imaginarme que esta idea – nomenclatura – puede planteársela alguien es un circulo muy privado, de esos en los que se habla en catalán en la intimidad, pero salir en una rueda de prensa en todas las televisiones para intentar imponer esta neo lengua eso me parece claramente excesivo y ofensivo); o si recordar a ese agujero negro de bar cerca de Chueca que ha podido ser el causante de toda esta vuelta a los ochenta ya que a mí esto del toque de queda y el papa estado, inevitablemente, me recuerda a esos años en los que mis padres me decían que había que estar en casa a las diez, o los posteriores a esos en los que ya podíamos estar en casa a las doce. Si, esos años pre-SIDA, esos años en los que todavía se planteaba la abstinencia como una posible solución al SIDA al igual que ahora se plantea el recorte de la sociabilidad – una de principales características del ser humano – como la cura para esta pandemia. Me preguntaría si es que de verdad no hemos aprendido nada, ni nosotros ni todos esos expertos que se multiplican como champiñones después de una buena lluvia en un bosque. ¿de verdad, de verdad, buscamos la solución en la “abstinencia social”? ¿Por qué no unas rogativas y sacar unas vírgenes – no más de seis – en procesión? No sé, de verdad que se me hace difícil empezar ya que últimamente cada vez se me hace difícil entender el mundo exterior, ese mundo en el que al parecer mucha gente estaría de acuerdo en suspender el desembarco de Normandía, incluso con la certeza de que es la única forma de acabar con el régimen nazi, porque claro morirían algunos, muchos incluso, demasiados que es cualquier cantidad de muertos superior a uno. No, si puede haber muertos en el desembarco lo mejor será dejarlo tranquilo que al fin y al cabo solo se trata de acabar con el nazismo. Ya se nos ocurrirá otra cosa, o llegara la bomba atómica o las cosas se arreglarán porque tenemos “moral de victoria” (esas palabras u otras muy similares a utilizado nuestro presidente, porque eso es lo importante, las ganas de conseguir algo, aunque sea algo que no estás preparado para conseguir y para lo que no piensas prepararte; no, a ti te basta con desearlo y tener “moral de victoria”).

En cualquier caso, esta vuelta a los ochenta, al toque de queda paternal (no al declarado por aquel militar golpista con sus tanques en Valencia) hace que no me pueda quitar de la cabeza esa canción de Mama que tantas veces he cantado, muchas veces justo antes de terminar llegando tarde a casa por tomar la última cerveza y saltarnos el toque de queda (que al fin y al cabo todo el mundo sabe que no hay nada mejor para un adolescente que poder incumplir una norma familiar)




Casualmente me podría culpar un poco de esta vuelta a los ochenta ya que este mes mi primera compra en mi librería de referencia (ya sabéis, la librería Méndez de la calle mayor en la que me comentan que se os echa de menos con tanta tontería, al igual que en la de la sierra de Madrid, la Fuenfria de Cercedilla, en la que Rafa agradecerá vuestra presencia para tener una excusa para un vino y su economía agradecerá vuestras compras) fue Cuentos Completos de Lorrie Moore. ¿se puede ser más ochentero? Si, supongo, supongo que podría haberme comprado algo de Carver pero yo siempre he sido más de chicas cuando tengo la oportunidad y son buenas. De hecho, Lorrie Moore fue durante mucho tiempo – esos ochenta, primeros noventa – una de mis autoras favoritas (pese a que siempre he pensado que sus cuentos, y novelas, son, pues eso, muy de chicas, ya sabéis sobretodo de relaciones y esas cosas), probablemente una de las primeras autoras que leí en inglés y elegida sin demasiadas influencias exteriores (alguien me la tuvo que recomendar pero no recuerdo quien o cuando) y de la que pensaba que lo había leído todo y es posible, no podría deciros ya que incluso los cuentos que sé que he leído (y que siguen en mi biblioteca como prueba) no me acababan de sonar en esta relectura. Por ejemplo, no recordaba ese gran principio de uno de ellos: “Ocurrió en un lugar remoto. Había gimnasios, pero ni ironía ni cafeterías. La gente se tomaba las cosas literalmente, sin drogas.” que obviamente debería recordar ya que menor forma de describir una zona verdaderamente aburrida y, ya de paso, a sus gentes.

Lo que si me ha sorprendido es que comportamientos que antes nos parecían absurdos se han generalizado y me da la sensación de que cada vez más personas piensan eso de que como se solo se vive una vez pues hay que hacer cosas arriesgadas a lo que, al menos yo, sigo pensando que precisamente eso de que solo se viva una vez es precisamente “Lo que a ella se le antojo el motivo más importante para ir con cuidado, tomárselo con tranquilidad, disfrutar de una vida normal. No le gustaba hacer cosa donde el truco consistía en no morir en el intento”.

O ese otro de que nada es culpa de uno, que la culpa siempre esta fuera y en algo que no se puede corregir como “El mismo Mack seria ahora un genio si al nacer hubiera sido una persona completamente diferente. Pero ¿Qué le vas a hacer? En una ocasión leyó que los genios solo nacen de mujeres de más de treinta años; su madre tenía veintinueve. ¡Maldita sea, joder! ¡Qué cerca había estado!”. Sí, todos seriamos genios, o expertos, solo si fuéramos otras personas y si no lo somos es culpa de otros, que hacer algo para serlo esta fuera de lugar.

Pero este mes las cosas no han quedado en la relectura de autoras ochenteras, sino que mi siguiente elección Malos tiempos para el país, pasa en la Inglaterra de finales de los setenta primeros ochenta que al fin y al cabo pues son homologables a los primeros ochenta en los madriles. Se trata de una novela de esas supuestamente policiacas, con sus asesinatos en serie y su detective con problemas de personalidad que pretende retratar esa Inglaterra de finales de los setenta, primeros ochenta, marcada por la dama de hierro. Lamentablemente, como era esperable por estar escrita por un francés nacido en 1979, no consigue lo del retrato que hace aguas por todos lados y parece más de oídas y de búsquedas en una hemeroteca que de vivencia, o por lo menos fascinación; pero, que sabré yo de la Inglaterra de finales de los setenta (de la de los primeros ochenta algo más, pero tampoco mucho). El caso es que con tantos asesinatos de chicas “desde hace siete meses, la noche está reservada al género masculino a causa del toque de queda. Bárbara y sus amigas no lo han respetado nunca: cuando se es joven, la prohibición de salir por la noche es tan aberrante como la abstinencia sexual o la privación de música”. Encontrar un toque de queda en una novela ahora pues es sorprendente y llama la atención (las referencias, o comparación con la abstinencia sexual ya se me había ocurrido a mi antes, o a L, especialmente en relación con el SIDA, por si teníais duda sobre la comparación inicial, digo).

También es curioso encontrar otra referencia a mi tipo más odiado de barrio (diría que al más odiado por cualquier persona con amor por una ciudad) “… y toma Lilycroft Road, señalada por chales de fachadas amarillas y azules, con impecables jardincillos. El resto se divide entre iglesias, ultramarinos y tiendas. Bonito barrio para quien aprecie la comodidad de una vida sosa.” Es verdad que podría ser peor, si no tuviera tiendas o ultramarinos, pero creo que el color amarillo de las fachadas compensa la existencia de esos elementos, con creces. Pese a estos dos detalles la verdad es que el libro no merece la pena es esfuerzo de leerlo, incluso considerando que su lectura tampoco requiere mucho esfuerzo.

MI siguiente compra (o lectura, que ahora me doy cuenta de que puedo parecer un psicópata leyendo los libros en el orden en que me los he comprado. No, no es eso; no tengo ni idea de en qué orden los elijo – salvo excepciones – y desde luego no los leo en ese orden, es tan solo una forma de hablar, o de escribir) fue La mujer de la falda violeta. ¿La razón? Evidente, la autora es japonesa lo que ya son dos puntos a favor ya que curiosamente las escritoras japonesas tienen un punto bastante bueno. En general, que no es el caso. A mí me ha parecido infumable, pretencioso y sin capacidad para llegar a ese grado de pretenciosidad. No me he enterado de que historia quería contar y no he encontrado ni una frase ni una idea que retener del mismo. Es posible que la culpa sea mía, pero yo soy más de lo que cantaban solera “no es tu culpa, ni tampoco puede ser la culpa mía” en esa canción para dejar a una chica que luego reinventarían y mejorarían hasta la perfección (en lo musical y en la desfachatez) Los Modelos en su clásico temazo:


De Vuillard me había leído una novela por recomendación de mi librero de referencia de la serranía madrileña (Aka, mi hermano Rafa; Aka el librero tarambana) y me había gustado bastante así que aprovechando que han debido de editar gran parte de su obra pues ocupaba prácticamente una balda de la librería (de la Méndez) decidí coger otro, un poco al azar y escogí La guerra de los pobres. Se trata más de un cuento que de un libro propiamente dicho – por la longitud – y pese a tratar de sublevaciones campesinas apoyadas por teólogos. Algo que, pese a sonar mal, podía ser interesante, la verdad es que no es nada especial se lee bien y creo que le es aplicable su propia cita “La gente quiere historias, aclaran las cosas, dicen; y cuanto más auténtica es la historia, más gusta. Pero las historias verídicas nadie sabe contarlas.” Yo, por mi parte, siempre he dicho que prefiero la ficción, prefiero que todo sea mentira ya que es más fácil contar la verdad de esa forma que poniéndose a contarla. En el caso de querer contar la verdad siempre acaba uno teniendo que mentir porque la verdad no coincide exactamente con lo que uno quiere contar.

Hacía mucho que no compraba un libro para molestar a mi hermano Rafa, básicamente por falta de oportunidad que no de falta de ganas, que lo de molestar a los hermanos es, pues eso, una afición de hermanos. La existencia de Blanco, una especie de autobiografía, pero a través de artículos de Easton Ellis, era por lo tanto una oportunidad difícil de dejar pasar incluso sabiendo a priori que iba a ser una mierda sin ningún interés. La posibilidad de que tuviera alguna cosa buena podía compensar todas las cosas malas que pudiera tener. Lamentablemente cuando se juega, a veces se pierde y otras se gana, y si con esto no ha quedado bastante claro: esta vez he perdido y este libro es malo, malo, tan malo como para tener que darle la razón a un hermano. Imaginaos lo malo que es. En cualquier caso, aunque sin llegar al extremo del autor he de reconocer que mi visión de mi ciudad favorita últimamente empieza a coincidir con la suya de 2010 “Nueva York estaba, si cabe, todavía más atestada de gente, y de gente más rica; todo se veía limpio y ligeramente anónimo, como si la globalización hubiera tocado Manhattan con su varia mágica. La ciudad en la que, a finales de los ochenta, me había hecho mayor de edad era mucho más sucia, más aterradora y emocionante que el lugar homogeneizado y corporativo que percibí…” Resulta cierto ese NYC de los ochenta, noventa ya no existe y con él se ha perdido parte del encanto de la ciudad; afortunadamente solo parte y para mi sigue siendo el lugar ideal en el que pasar tiempo y puede que incluso vivir (cualquier día).

A ver, si uno se lee la solapilla de un libro en la que dicen que el autor es realmente un colectivo de escritores italianos la primera reacción es, casi con toda seguridad, dejarlo donde estaba e incluso – en estos días – ir a buscar el gel hidro-alcohólico que hay en todos los establecimientos para frotarse las manos a toda velocidad. Pero si la novela es de ciencia ficción mezclada con comunismo a uno le surge el recuerdo de Benni, y su fascinante Tierra, y decide darle una oportunidad a este Proletkult. ¿comete uno un error con esta actitud? Pues no estoy seguro de que contestar ya que se deja leer y toda la historia – con su colonia comunista extraterrestre – pues tiene su punto graciosillo, pero sin los excesos necesarios para resultar verdaderamente divertida o reivindicativa pese a ese “En Marte también hay contradicciones, repuso, como en todo lo que existe. Una sociedad ideal sin conflictos no sería ideal. Sería una mentira.” o la aclaración que pare hecha a la media de mi tío Ramiro, el cura obrero que debió de trabajar uno solo día de su vida (en parte porque sus compañeros no le veían trabajando) sobre porque se puede no ser obrero y comunista “que un obrero escriba novelas o deje de trabajar en la fábrica no significa que se aleje del pueblo. En cambio, si se deja seducir por los privilegios y el poder, deja de tener una cultura proletaria”.

Como ahora tengo poco trabajo, o más bien tengo trabajo de forma ocasional, pues dedico más tiempo a leer y antes de acabar el mes tuve que hacer otra visita al hermano Méndez que sigue trabajando (con su hermana verdadera creo, mientras que el falso hermano esta en ERTE, creo. Ya veis, soy un hombre de fe) y nada más llegar me encontré con Rotos, que se suponía era una novela, o supuse yo por mi cuenta y riesgo, pero resultó ser un libro de cuentos. Eso sí, un libro de cuentos de Don Winslow por lo que no había duda de que empezaría a leer.

He de confesar que para mí tiene algo de autor inventado ya que estoy convencido de que la primera novela que leí de el – por recomendación de mi hermano Rafa – trataba sobre la mafia de las basuras en, diría, Nueva York o Nueva Jersey, algo que pese a todas las pruebas en contra sigo creyendo, y que me encanto tanto como para convertirlo en uno de misa autores favoritos y haber leído todo lo que ha publicado (con mayor o menor disfrute). Además, creo que su trilogía sobre las drogas la componen cuatro libros (lo cual ya es raro) no siendo ninguno de los cuatro ese primer libro que sí que forma parte de la trilogía oficial. Pues eso, toda mentira en mi mente, o mejor dicho ficción, que es algo bueno para un autor de ficción que es cuando es bueno (cuando se pone en modo tesis doctoral periodística resulta ligeramente agotador). Por si todo esto fuera poco tengo una anécdota con un libro suyo – un homenaje a Trevanian, otro grande – en la que era mi librería de NYC cuando yo había cogido el único ejemplar y en la caja una señora empezó a decirme que ella venia justo a comprárselo, a punto estuve de ceder, pero cuando se dio cuenta de que yo había venido de España y ella de un par de manzanas pues decidió no insistir en que venía a por el… ya vendría otro día.

Sea como sea el libro tiene seis cuentos y curiosamente todos son buenos y varios de ellos con personajes de otras novelas como los maria-cultores de Salvajes, los surfistas de la patrulla del amanecer o el mismísimo Frankie Machine, así que era un poco como volver a estar entre amigos.

Uno de los cuentos empieza con una de esas frases que ya lo dicen todo: “Nadie sabe de dónde ha sacado el revolver el chimpancé” y que a mí por supuesto inmediatamente me trajo a la cabeza a los Yayhoos y su excelente canción, al parecer dedicada a Hank Williams Jr, que ahora mismo sigo cantando y que os comparto.


Los personajes le permiten mucho juego, incluso cuando resultan sumamente realistas como ese atracador que para defenderse de la acusación de un robo afirma “¡No puede identificarme – contesta Richard indignado - ¡Llevaba puesta una máscara!. Estos chicos se hacen querer, piensa Chris, Se hacen querer de verdad. No me extraña que el club Mensa tenga tan poco éxito en las cárceles.” Aunque todos lo sabréis el club mensa es el club de los supe inteligentes, que seguramente hacen justicia al primer sinónimo de club que le vino a la cabeza a mi sobrina Alicia con sus diez añitos: una secta.

También esa chica, Carolyn, que tiene un novio que es profesor, buena persona y un poco tontorrón y que de repente tiene una epifanía al pensar en él y sus virtudes: “el profesor Capullo siempre estaba dispuesto a hablar de sí mismo: de su carrera, de sus ideas, de su ropa, de sus miedos, de sus ansiedades, de su sinusitis, de sus sentimientos… Santo Dios, estaba saliendo con una mujer sin saberlo, se dice Carolyn”.

Y por supuesto los amigos de novelas anteriores, los surfistas adultos, o de la vieja escuela que suena mejor, y a los que uno de los jóvenes intenta convencerle de las ventajas de un ipad, o ipod, o como se diga el cacharrillo que le permitiría llevar la música a todas partes y el solo puede responder: “pues yo no quiero llevarme mi música a todas partes, se dice Duke ahora. Quiero escucharla en mi casa tomándome un whisky y en disco de vinilo, como está mandado”.

Incluso la chica tontilla de salvajes tiene su buena frase al afirmar que “fue ella quien me explico que ‘madre’ y ‘padre’ son verbos antes que sustantivos”.

Pues eso, seis cuentos muy majos para redondear un mes sin demasiados encierros y no como los que vienen por delante que prometen ser demoledores.

Ojalá pudierais divertiros asaltando el castillo, pero todo el mundo sabe que el asalto a un castillo ha de empezar antes del amanecer y con este toque de queda pues está difícil, además suelen necesitarse más de seis personas y a veces el asalto se alarga hasta bien entrada la noche.

 

Lecturas

Cuentos Completos – Lorrie Moore

Malos tiempos para el país – Michaël Mention

La mujer de la falda violeta – Matusko Imamura

La guerra de los pobres – Éric Vuillard

Blanco – Bret Easton Ellis

Proletkult – Wu Ming

Rotos – Don Winslow

domingo, 4 de octubre de 2020

Comentario de Textos - Agosto 2020

 Pues parece que ya se han cumplido seis meses desde inicio del “estado de alarma”, esa cosilla que iba a durar un par de semanas y de la que, según nuestros variados presidentes ya “hemos salido, y hemos salido más fuertes” varias veces. El caso es que hoy es el primer día en que en Madrid se inician nuevas restricciones a la movilidad por unos criterios verdaderamente absurdos, que hacen sonrojar a cualquier persona con un mínimo de conocimientos estadísticos (además de hacer sonrojar a todo el mundo por esas pequeñas cosas como ser discriminatorias y claramente ineficientes).

No sabría por dónde empezar a comentarlas o cual podría ser el objetivo de comentarlas pero me cuesta contenerme, casi me hace daño pensar en que para limitar la movilidad se permitan todo tipo de movimientos salvo aquellos unidos a llevar una vida normal (aparte del trabajo), hiere mi sensibilidad pensar en que exista un criterio absoluto, lo que parece un número casi elegido al azar (si bien un numero redondo, 1000 casos por cien mil habitantes parece ser el numero elegido,  que al parecer no se aplica homogéneamente o sobre unos datos de una fiabilidad que no me atrevo a clasificar ni de mínima) y aplicado a zonas todavía más aleatorias basadas en cuál es tu ambulatorio – o zona sanitaria – de referencia (qué más da donde desarrolles tu vida, si cuesta abajo según sales de casa, y que no hayas pasado por la puerta de tu ambulatorio ningún día de tu vida cotidiana; a ti te ha tocado el ambulatorio que esta cuesta arriba y, pues ya está, hay quedas computado, que no sepas ni donde esta o cual es el límite de tu zona, que importancia puede tener para la transmisibilidad del virus); que el tamaño (no ya las características)de cada zona básica de salud pueda no ser equiparable al de otras zonas de salud que importancia puede tener; que todo esto te lo digan unas gentes que no han entendido como funciona el uso de la mascarilla y que se la estén quitando justamente para hablarte que importancia podría tener; en fin, que para que nos vamos a meter en berenjenales de desviaciones típicas, de fiabilidad de los datos, de tamaño de muestra o de cualquier otra cualidad básica que solo puede ser examina por un comité de expertos invisible o inexistente. Pues eso, que no sabría por dónde empezar y la verdad es que volver a recordar las célebres frases de los epidemiólogos suecos que en su día decían “el problema de los confinamientos, es que… hay que salir de ellos; y para eso hace falta un plan que seguramente falle”, no sé, igual para el primer aniversario del primer estado de alarma o para el tercer mes del segundo confinamiento pues retomo el tema De momento, creo que lo dejo aquí y me vuelvo a escribir sobre mis lecturas, pero si nuestros majaderos dejan de crear comités para “reunirse y comer” y al final les da por sacar al ejército a rodear los barrios obreros – perdón los barrios con mayor incidencia – para que se cumplan las instrucciones marcianas que han decidido pues, ya, si eso, y antes de que estalle la sublevación y podamos volver a bailar (los que bailéis, que yo no voy a empezar a mi edad) o a tararear este temazo, u otros con estos pioneros de la protección facial (que no de la distancia de seguridad, que eran otros tiempos) pues ya comentamos.



Aprovechando el paso de por Madrid, para mi escapada laboral a Oporto intente acercarme a mi librería de referencia en la calle mayor, la librería Méndez que necesita (como todas) vuestras visitas de apoyo y, sobre todo, vuestras compras para competir con los gigantes del comercio electrónico y en mucha menor medida con la que ya debería ser vuestra librería de referencia en la sierra de Madrid, ya sabéis Fuenfria en Cercedilla, pero la encontré cerrada (creo que por horario, que lo habían modificado lentamente). Afortunadamente me quedaba, de mi última compra, un libro sin empezar por lo que, de momento, podía sobrevivir sin verme abocado a traicionar a los hermanos Méndez (que a mi hermano me es más fácil y mucho más habitual traicionarle).

Así que mi primera lectura fue El libro de los nombres que conforme a la contraportada mezclaba dos temas que (al menos en mi imaginario personal) resultaban difícilmente mezclables: los colaboracionistas nazis y Noruega. No es que desconozca que Noruega fue invadida por los nazis y no soy tan ingenuo para pensar que si hubo un movimiento de resistencia a los nazis (cosa que doy por supuesto, no porque los noruegos no sean un poco nazis, sino porque a nadie le gusta ser invadido) también tuvo que haber un movimiento de colaboracionistas que les apoyaran (siempre hay gente que aprovecha las oportunidades, incluso las peores oportunidades), es tan solo que nunca se me había ocurrido imaginar que realmente lo hubiera y que ellos también tuvieran a su Billy el niño (estilo franquista, digo, no estilo forajido del oeste, con su tapabocas no homologado).

Vale, seguramente a muchos de vosotros esto – lo de los colaboracionistas nazis noruegos – no os haya sorprendido, pero me extrañaría mucho que supierais la historia de cómo los nazis se llevaron a gran parte de los judíos de Noruega en “la mañana y la noche del 26 de noviembre de 1942, en la que todas las familias fueron recogidas de sus casas”, ¡en taxis! para llevarlas hasta un barco en los muelles de Oslo. Si, parece que no los recogieron en furgones o camiones militares, no, parece que los recogieron en taxis para que pensaran que los llevaban a Israel. Unos tíos finos en cuanto al transporte, aunque parece que no tan finos en lo de las masacres.

El libro tiene una estructura curiosa, en la que cada capítulo empieza por una frase (o más) que recoge la letra del alfabeto (“A por acusación”, “G por Granada, España”, y así) que parece mostrar algún problema con la “J” donde el escritor ha tenido que escribir “J por Janucá” que seguro que está bien pero que se hace raro a los que siempre hemos visto esta fiesta judía escrita como “hanuka” y más raro a los que – extravagantemente, sin motivo – pensamos que en noruego debe de haber muchas palabras que empiecen por “J”.

La verdad es que es un libro que se lee muy bien y resulta curioso, aunque la reflexión que a mí más me ha gustado no es suya, sino, al parecer, de una tal Ann Heberlein con la que coincido casi totalmente: “los seres humanos ya hemos defendido los actos ante nosotros mismos antes de realizarlos. Por eso el acto se hace realidad, porque ya se ha sopesado si es bueno o malo, si es algo que debe hacerse o no. SI se elige hacerlo, el acto ya está justificado. Entonces resulta difícil arrepentirse, porque requiere que uno retroceda, que uno se atreva a considerar la motivación y la justificación con otros ojos”.

No coincido del todo ya que a veces hay actos que tiene unas consecuencias que no esperábamos, que no han entrado en nuestro razonamiento, digamos, por ejemplo, el caso de ese capitán de barco que al pasar por las islas Mauricio y por ser el cumpleaños de un miembro de la tripulación decide acercarse a la costa para intentar conseguir una mejor señal de telefonía para que su familia pueda felicitarle y acaba encallando el barco y dando lugar a un desastre ecológico. En este caso el arrepentimiento es posible, no así en el caso del primer accidente con víctima mortal de un coche sin conductor, en el que el sistema detecto al peatón con seis segundos de anticipación, el sistema evalúo que lo iba a atropellar un segundo y medio antes de ocurrir el accidente pero el sistema no freno ya que estaba programado para ignorar falsos positivos y el coche acabo atropellando al peatón (al parecer los diseñadores habían decidió que si el coche tuviera que parar en todos los casos semejantes se pasaría el viaje parando y no sería un proyecto viable). En este caso el arrepentimiento es difícil de creer.

Antes de acabarme este libro decidí acercarme a la competencia de mis librerías de referencia (no, no daré nombres por parafrasear esa frase de mis padres de “Se dice el pecado, pero no el pecador” que, obviamente no viene al caso ya que ya he dicho ambos pero que me apetecía citar) y me abastecí para volverme a Piles.

Cogí pequeñas mujeres rojas, por aquello de coger un libro de alguna autora española contemporánea y con la idea de que Rafa me había hablado de la autora favorablemente (aunque de esto no estaba seguro y leído el libro estoy casi seguro de que no, o puede que si). En principio no parecía nada tentadora, una historia con el trasfondo de memoria histórica (unas fosas de la guerra civil) y (según la contraportada) homenajeando cosas tan variadas como Hammet o Rulfo, Peter Pan o Alicia… casi nada, o casi todo para presentir que sería lo que yo llamaría pedorrillo pero me sentía generoso y me apetecía darle una primera oportunidad, pero me reafirmo en que no todo el mundo merece una segunda oportunidad y estoy casi seguro de que en este caso lo recordare. Creo que una de las cosas que más me ha molestado de este libro es que la protagonista (que atrevidamente imagino es como se ve, o le gustaría verse a la autora) sea capaz de afirmar “yo también tengo mi culturilla, aunque no la voy exhibiendo por ahí” (citando innecesariamente La Naranja Mecánica) y esta misma narradora se plantee el siguiente problema matemático de su infancia: “Un tren sale de Barcelona a las 12.30 a una velocidad constante de 200 kilómetros por hora ¿A qué hora llegara a Madrid sabiendo que entre Madrid y Barcelona hay una distancia de 625 kilómetros? Y, lo que es peor ¿a qué hora pasara el tren por Calatayud considerando que entre Madrid y Zaragoza median 313,5 kilómetros y entre Zaragoza y Barcelona 316?”. Aunque creo que la autora, con su culturilla, no sabría resolver la primera pregunta estoy dispuesto a aceptar que en esto me equivoco, pero estoy seguro de que no siquiera sería capaz de darse cuenta de cuantos errores hay en la segunda pregunta (como si fuera una profesora de clase de mi sobrina Alicia que ni siquiera saben cuándo la pregunta tiene errores).

A Manuel Vicent nunca he conseguido cogerle el punto, no es que me disguste, pero, en general, no me acaba de gustar especialmente pero como estaba cogiendo libros para irme a Piles pues parecía que este Ava en la noche, era casi obligatorio para viajar a valencia y leerlo en Piles, casi como homenaje a mi padre que si le encantaba, así que no tuve muchas dudas al elegirlo.

Al final gran parte de la historia pasa en Madrid, centrada en los míticos Jarabo y Ava Gardner, saliendo lugares clásicos como el Chicote y más que favorito de mi padre creo que es una novela que le gustará mucho a mi sobrino Rafa y a mi hermana Maite por la parte de Jarabo y de ese Madrid de posguerra que supongo que retrata y que les dará para un par de conversaciones divertidas. A mí, como casi todo lo de Vicent, pues me ha parecido entretenida, pero sin más, sin ninguna profundidad y con escaso interés. Lo que más me llamo la atención es que (si no lo leí mal, ya que se me olvido marcarlo en su momento y luego no lo localice) aquí el valenciano cuando habla de un blanco y negro, dice algo así como: es un bocadillo de Longaniza y Butifarra. Si no ha sido una alucinación me alegro de que mi padre no haya llegado a leer esta barbaridad que heriría mortalmente su sensibilidad valenciana y las protestas podrían oírse desde las antípodas (y, esta vez, con razón)

Echadme a los lobos es una novela, teóricamente policiaca, de la que lo único que me molesta es ni haberla comprado en una de mis librerías de referencia. No es que me haya parecido buena, es que me ha parecido excelente. No como novela policiaca, ni como noir que dicen en la contraportada, ni como si tuviera relación con el Brexit que es lo primero que dice la contraportada. No es ninguna de esas cosas, ni policiaca, ni negra, ni de actualidad del Brexit, no tiene ninguna de esas cosas, pero… es excelente y aplicando la “Primera ley de la termopoetica – le dice Danny después, al salir de clase - : No trata sobre lo que trata.”

Desde el personaje principal que “es un hombre que le da mucha importancia a las pequeñas cosas: la buena educación, la cortesía, la consideración con los demás…, la calderilla de la vida civilizada. Pero con la calderilla de la vida civilizada hay suficiente para todos.” ¿Cuántas veces hemos usado en casa el concepto de calderilla, frente a los cheques en blanco, (si bien no de la misma forma)? Hasta esa sobrina Marieke que graba sonidos de cosas, que distingue entre el pasado grande y el pasado pequeño, y a la que “cuando me pregunta cuál es la diferencia entre lo olvidado y lo que nunca se ha conocido, es algo tan elemental que no soy capaz de responderle”

Pasando por las referencias numéricas: “ven los ceros llenando du cuenta (no deja de ser curioso lo de los ceros: cuanto más nada hay, más dinero tienes”, o esa otra impecable de “0 es un hecho, pero 1-1 = 0… bueno, ahí hay una historia, la historia de todo”.

Tiene tantas frases buenas, tantos conceptos interesantes que por muchas que ponga todavía quedaran muchas más, tantas que te hace dudar si no las ha dicho antes Oscar (que siempre lo ha dicho todo antes):

“mi desprecio por él es como el fuego que deje encendido en una habitación sabiendo que iba a volver. Da igual si es en media hora o en medio siglo, porque, cuando se trata de él y de gente como el, mi desprecio está regulado con termostato”

“aunque es posible que no tengas talento para triunfar, puedes consolarte pensando que tu mediocridad evitara que fracases”

“ha descubierto que los exrebeldes son los que mejor resultado dan como esbirros, y tiene a gala su capacidad para sacar al conformista que llevan dentro”

Podría seguir, pero cierro con su propia explicación de por qué tienen tanto existo las novelas de ciertos géneros: “El género detectivesco, policiaco, de suspense, etc., con sus tramas llenas de giros inesperados y exculpaciones en la sala del tribunal…, es solo un lugar de nuestra cultura en el que ponemos la complejidad de la que carece el mundo”.

Si recomendara libros, la recomendaría, pero como parece que tiene otra pues voy a buscarla a ver si la leo y por supuesto a intentar recordar este nombre para futuras novelas (McGuinness, Patrick parece fácil de recordar para un aficionado a la cerveza, pero es el típico nombre con truco).

Quanlityland es una de esas novelas que compras sin muchas esperanzas, ya que leyendo la contraportada te das cuenta de que es una chorrada que posiblemente no daría más que para un capitulo de una serie de, digamos, Netflix: el típico futuro distópico en el que todo está controlado por las maquinas, o más específicamente por nuestras interacciones con las maquinas básicas (tipo teléfono inteligente, quiera decir esto lo que quiera decir en este contexto) y con nuestra necesidad de ser valorados continuamente para no sabernos solos (aunque sea siendo apreciados, con un like, por gente que apenas conocemos o que la verdad es que ni siquiera apreciamos). Eso es lo que piensas cuando la compras y es exactamente lo que te da: no es más que una parida continua que parece escrito por dos fumados que se van retroalimentando y jugando a ver quién dice la cosa más exagerada, pero como una película de Cheng & Chong pues la lees con una sonrisa en la cara e incluso con alguna carcajada porque sí, porque sencillamente las chorradas acumuladas son divertidas.

Ahora que parece que dos chatbots (programas cuyo objetivo es dar conversación a los usuarios de internet, generalmente para informarles de cuánta razón tienen o de las ganas que una belleza rubia de estonia tiene de conocerles y enamorarse de ellos) parece que se han inventado un lenguaje propio en el que se comunican (o se comunicaban hasta que han decidido desconectarlos antes de que se pusieran a hablar con otros y a organizar el fin del mundo) pues es divertido recordar la historia, citada en el libro, de “Tay que debía aprender de las interacciones con sus interlocutores. Y eso hizo. Al cabo de tan solo dieciséis horas, Microsoft lo retiro de la red porque negaba el Holocausto”. Esto que en el contexto del libro parece mentira es una historia real, Tay estaba diseñado para parecer una adolescente americana de 19 años y para interactuar en twitter con los usuarios, básicamente diseñado con una técnica de repetición de lo oído, por lo que después de solo dieciséis horas, en las que publico cerca de 90.000 tweets de esos, se había vuelto obsceno, negacionista y tan políticamente incorrecto que sí, tuvieron que desconectarlo. Algo que genero una campaña para que volvieran a conectarlo, lo liberaran, en la red. Extrañamente Microsoft dice que aprendió la lección, pero ha seguido sacando chatbots para entretener a la gente, o, para algunas personas, solamente para expandir mensajes racistas y peligrosamente antisociales. Supongo que en cierta medida es un logro de la inteligencia artificial, el conseguir parecerse tanto a la inteligencia normal en su nivel más mediocre o bajo.

Mi última lectura, Nos vemos allá arriba, la cogí sin especial interés y cuando fui a pagar el dependiente me comento todo contento “ya han editado la tercera parte de la trilogía”, como si debiera comprármela sin saber que era una trilogía o sin haber leído ni siquiera la primera (algo que podía suponer al estar comprándome yo esta y no la segunda) demostrando una inteligencia al nivel de la de Amazon que siempre te recomienda el libro que te acabas de comprar (que normalmente es justo el que ya no quieres comprarte)  y recordándome una vez que Lourdes en Partners & Crime cogió un libro y el dependiente le dijo “no, ese no, coge el ejemplar de ejemplar de al lado que está firmado por el autor” (autora creo que era, por matizar) a lo que Lourdes le dijo “no gracias, que todavía no sé si me ha gustado y paso de tener un libro que no me guste firmado”.

Después de leer este libro no tengo demasiadas ganas de leer el resto de la trilogía, a ver, no es malo pero tampoco me ha interesado especialmente ni siquiera considerando que el tipo de negocios que los protagonistas proponen para recuperarse económicamente son propios de esta España y todo me lleve a pensar que probablemente pudiera tener lugar aquí (no en la España de posguerra, donde seguramente sucedieron, sino incluso en esta España actual) o que está bien escrito e incluso con frases excelentes como ese “Labourdin era un imbécil esférico: lo volvieras hacia donde lo volvieras siempre se mostraba igual de idiota” que adoptare para, por desgracia, describir a algunos conocidos que son totalmente esféricos respecto a la idiotez o incluso frente a otras cualidades.

Y que decir de esa diferencia entre conceptos como “La escasez es peor que la miseria, porque en la indigencia es posible conservar la dignidad, mientras que la estrechez te conduce a la mezquindad, a la racanería, te vuelve tacaño, ruin; te envilece, porque frente a ella es imposible permanecer intacto, mantener el orgullo, el amor propio” que siendo verdad es falsa ya que siempre desde un punto de vista vital igual es mejor la escasez que la miseria pero a la que no le falta un poco de razón. No sé si me explico.

En fin, aquí lo dejo ya que se me ha hecho tarde – ya ha empezado octubre – por lo que en breve tendré que ponerme a comentar las lecturas de septiembre desde este nuevo confinamiento perimetral que ahora tiene la ciudad de Madrid (y otras) y cuya base técnica o científica es cuando menos más que discutible, por no hablar de sus implicaciones sociales, pero, ya, si eso, pues comentamos otro día.

 Lo dicho, divertíos asaltando el castillo (en los horarios convenidos y con las restricciones actuales, si esto es posible).

 

Lecturas

El libro de los nombres – Simon Stranger

Pequeñas mujeres rojas – Marta Sanz

Ava en la noche – Manuel Vicent

Echadme a los lobos – Patrick McGuninness

Qualityland – Marc-Uwe Kling

Nos vemos allí arriba – Pierre Lemaitre