domingo, 14 de febrero de 2021

Comentario de textos Enero 2021

Diría que este mes de enero ha sido raro, pero todos pensaríamos en la obviedad de que últimamente – en lo que les dio (afortunadamente ya se ha retirado el termino) por llamar nueva normalidad – todos los meses son raros, o más bien, todo es raro, no solo los meses. Es raro eso de volver a comportarse como si fueras un adolescente volviendo a casa a las diez de la noche, borracho antes de cenar o, más habitualmente borracho antes de la hora de la cena ya que a veces ni te apetece cenar. La verdad es que no te apetece hacer nada y si vuelves borracho no es por la alegría de beber si no por la desesperación de no saber qué hacer y puesto que ya se ha la convención social del horario de beber que te impedía traspasar la frontera entre ser un borracho conocido y un alcohólico anónimo, pues todo es como más decadente, en el sentido de deprimente no en el otro (que la decadencia pues puede tener un toque de distinción como si fueras miembro del imperio británico).

Pero la verdad es que con lo que ha sido un mes raro no me refería a eso, sí no simplemente a que cometí un error de planificación (algo que tampoco es tan raro en sí mismo) y con las calles de Madrid llenas de gente durante las fiestas, con la policía diciéndote a donde puedes y a donde, o por donde, no puedes ir y me quedé sin libros que leer antes de navidad y con poca o ningunas ganas de acercarme hasta la Librería Méndez a reponer ya que mi cerebro se atora con el uso de la mascarilla incluso con todo lo que la evito fumando prácticamente cada vez que piso la calle. Normalmente no sería una cosa preocupante, de hecho, la proximidad a la navidad era una causa adicional para no visitar mi librería de referencia ya que en la antigua normalidad algún libro caería para navidad y de hecho seria casi de mala educación ir a comparar libros unos días antes de navidad (hay dos cosas que no pueden hacerse antes de navidad: la primera comprarte cosas que quieres y que son susceptibles de ser regaladas por tus conocidos , por aquello de quitarles opciones y la segunda es decir delante de algún conocido que algo te gusta si no estás cien por cien convencido de que sería un buen regalo de navidad ya que es casi seguro que terminara convirtiéndose en uno, aunque, o sobre todo si lo has dicho de broma) pero con esa nueva normalidad vete tú a saber que pasaría, e igual este año no tocaba regalar (o regalarme a mi) ningún libro y me quedaba sin nada que leer hasta después de Reyes, que en casa como somos aficionados a las fiestas pues no dejamos pasar ni una y menos si implica regalos.

El caso es que en navidad no me regalaron ningún libro por lo que empezaba el año sin lecturas, bueno, lo empezaba como lo había terminado releyendo los cuentos japoneses de The Oxford Book of Japanese Short Stories, que parece que había leído por última vez en noviembre de 2001 (como indicaba la tarjeta de embarque de un vuelo de Madrid a Oviedo que había utilizado como marca páginas). Si, ese año y parte del siguiente yo estaba viviendo en Oviedo y semana si y semana no venía a Madrid, una vez en avión, viajes que me pasaba enteros leyendo, y otra conduciendo, viajes que aprovechaba básicamente para meditar ya que conducir por una carretera conocida es algo bastante Zen, le guste o no a la DGT normalmente conduces con el cerebro prácticamente apagado y la suave repetición de las curvas y el sonido del coche es perfecto para la práctica de la meditación para los urbanistas a los que la M30 o la castellana nos parece que suenan bastante parecidas al mar (desde cierta distancia, la M30 o la castellana digo, que de cerca suenan muy diferente). Debido a mi falta de memoria estaba disfrutando de estos cuentos olvidados, y me continuaban sorprendiendo cosas como el martirio de cristianos (sesenta o setenta al día que torturaban arrojando a un volcán) que se cuenta en algún cuento: “The Valley of Hell high upon Unzen was an ideal place for torturing Christians” (que cachondos los japoneses, pues claro que el valle del infierno es un sitio ideal para torturar cristianos, ¿cómo no lo va ser con ese nombre?) hasta que llegue al de Kenzaburo Oe (o Oe Kenzaburo, que los japoneses lo icen en orden inverso) que todavía recordaba bastante bien y que había leído en su versión española (La presa, creo recordar que se llama traducido) y me pareció el momento de dejarlo y buscar otra lectura para llegar bien hasta el día de Reyes – que obviamente este día si me regalarían libros – o  bien hasta que Alvaro o Helena se hubieran leído los libros y comics que les habían regalado por Navidad.

Por casa de Alvaro y Helena llevaba tiempo rondando una biografía de Amy Rigby que les regalo Lindsay Hutton (que es la persona que me gustaría ser a mí de mayor; Lindsay digo, no Amy que no me veo como cantante si no como un tipo que disfruta de la vida y de los amigos): Girl to City: a memoir. Ya, imagino que a muchos el nombre de Amy Rigby no os dice nada, puede que algunos igual la imagináis relacionada con la de los Beatles, con la que no tiene nada que ver, pero la verdad es que, aunque tuvo un disco de razonable éxito (Diary of a mod housewife) es una cantante bastante desconocida, asi en general pese a tener canciones tan buenas como “Do you remember that” o este “Dancing with Joey Ramone”:


Respecto al libro pues es eso, la biografía de un músico (o música debería decir) poco conocido, una compositora con buenos temas y que también es madre y ama de casa a tiempo parcial (las tres cosas a tiempo parcial) sin grandes logros en el campo de la música y que ha vivido un poco a la sombra de sus parejas y familiares. Es un libro que se deja leer pero que no deja de ser más que la historia de cualquier amigo o conocido que puedas tener, no hay cotilleos especialmente interesantes y tampoco es una vida de locura o pasión (o de pasiones muy normales: su música, su hija y sus parejas). Vamos que es más o menos prescindible a menos que por casualidades de la vida, e intercesión de Lindsay, pues hayas tomado un café o dos con ella.

Aunque no fue mi siguiente lectura – entre medias me los comics que le regale a Alvaro por navidad, a medida, eso sí, que se los iba acabando que uno es tramposo y hace regalos que le pueden gustar a uno para que luego se los pasen, pero no maleducado para leerlos antes- comento ahora Historias de terror, la biografía de Liz Phair que Helena quería leer y que yo aproveche para regalarle por navidad (si, así también me lo podía leer yo y encima me ahorraba pensar un regalo; negocio redondo). Es posible, aunque más difícil en este caso, que no os diga nada el nombre de Liz Phair pero en este caso, a diferencia del de Amy Rigby, el problema es vuestro ya que ha sido una de las cantantas (mezcla entre cantante normal y cantautora) más relevantes de los noventa, un icono del feminismo, del empoderamiento e incluso me atrevo a afirmar del DIY (Do it yourself por si no estáis familiarizados con el termino). Famosa, verdaderamente famosa y encima de todo por todo tipo de buen rollismos.

Y el caso es que todo esto, toda esta imagen es completamente falsa, Liz Phair no es nada de esto. No, tan solo es una niña pija – adoptada eso sí, pero por un par de médicos de mucho dinero – cuya gran aspiración en la vida es la de estar emparejada (“si nos enfrentamos al Armagedón, tengo que estar emparejada”) cuyo mayor logro, para ella es la maternidad (“Me siento completa. Me siento realizada.” Dice, entre otras cosas, al referirse al nacimiento de su hijo,o hija, que no recuerdo), que no es capaz de estar en el mismo hotel que sus músicos (no, ella se queda en el Flatiron hotel mientras sus músicos duermen en una pensión de Brooklyn) o de viajar con ellos en la caravana (no, ella se mueve de ciudad en ciudad en avión mientras sus músicos viajan en autocar y si la nieve los bloquea, es su problema no el de Liz Phair).

La verdad es que leyendo la biografía te das cuenta de que todo lo que pensaba que era ironía (como ese “I want a boyfriend” de su Fuck & Run) no es ironía, que realmente es lo que quería y te planteas como se puede crear un malentendido tan grande. Con todo, incluso con una idea que podría funcionar, el libro es decepcionante y el personaje, o en este caso la persona, se vuelve realmente incomprensible y odiosa pese a que su primer disco tenga temas excelentes si uno les pone la ironía que necesitan:

 



Los reyes magos me trajeron dos libros de los que nunca había oído hablar y de los que, viendo las portadas, y contraportadas, no tenía muy claro que yo me hubiera comprado nunca si los hubiera visto.

Del primero de ellos Pánico al amanecer puedo entender el motivo para seleccionarlo como regalo ya que se supone que es un clásico de la literatura australiana, al menos según la contraportada y bueno, dada mi reciente visita a ese hemisferio pues ese puede ser motivo suficiente. Básicamente trata de alguien, un profesor de, digamos, secundaria, que se ve atrapado en pueblo perdido mientras intenta llegar a Sídney por una serie de malas decisiones y problemas de entendimiento con los aborígenes. Es verdad que así contada la historia no es nada original y que recuerda a muchas otras (mi favorita es este sentido, es Giro al infierno de John Ridley, de la que además hay película y que es mucho más negra). Es verdad que el libro se deja leer bastante bien, que realmente los lugareños (y aborígenes) de esa población del interior de Australia son a la vez raros y creíbles y que la novela es de 1961 lo que obviamente requiere valorar el que haya otras parecidas de forma diferente. Vamos, que asi, en general, pues bien, ni tan mal.


De La inquietud de la noche, he de reconocer que, así a primera vista, no veo nada que la haga ni medianamente interesante y la lectura de la contraportada me provoca casi una reacción alérgica, pero supongo que el hecho de que haya ganado el Booker international es el motivo por el que los reyes magos se han decidido a comprármela (si no es eso, espero que no sea porque la autora trabaja – además de escribir novelas y poesía – en una granja lechera aunque en la foto vaya vestida como si fuera el personaje malvado de una película de adolescentes en un internado). En cualquier caso, me la he leído entera, pero me ha costado y me ha parecido sencillamente insufrible. No es lo peor que he leído, pero estoy casi seguro de que entra en un bottom ten, sin ningún problema, aunque igual eso es solo por mi mala memoria y he leído cosas mucho peores. No lo sé, lo dudo.


Entre medias pues he aprovechado para leer los tebeos (Comics, perdón, o novelas gráficas) que le regale a Alvaro. La primera, fue Cruel Summer que es la típica novela negra, bien desarrollada y es de Brubaker (que no, que no sé si es el guionista o el dibujante y no, no lo he mirado, pero que, para mí, desconocedor del mundo del comic, es un valor seguro en todas sus series o libros sueltos).



Otro clásico del comic es Joe Hill (de fama por la serie de Locke & Key, de la que han hecho serie de televisión) y del que este Basketful of heads, tiene su punto, aunque es un poquito floja. Entretenida pero no esta a la altura.

Por ultimo The Dollhouse family pese a la falta de una estética gótica real yo si la clasificaría en este género (aunque que sabré to de la taxonomía del comic) pero que si que es por lo menos de terror (o puede que no, que sabré yo) y que la verdad es entretenida (aunque aquí la opinión que importa es la de Alvaro que al fin y al cabo los comics eran un regalo para él, para mí ya son de segunda, o tercera, mano).

En fin, que como no voy mal en mi propósito de año nuevo – solo es día catorce – pues no me enrollo con otras historias y ya, si eso, pues antes de que acabe el mes a ver si escribo de algo que no sea libros ni este desastre de anormalidad en la que vivimos.

Lo dicho, divertíos asaltando el castillo.


Lecturas

The Oxford Book of Japanese Short Stories – Varios Autores

Girl to city: a memoir – Amy Rigby

Historias de terror – Liz Phair

Panico al Amanecer – Kenneth Cook

La inquietud de la noche – Marieke Lucas Rijneveld

Cruel Summer – Ed Brubaker, Sean Phillips

Basketful of heads – Joe Hill, Leomacs, Dave Stewart

The Dollhouse family – M.R. Carey, Peter Gross, Vince Locke, Chris Peter