lunes, 27 de abril de 2020

Comentario de textos - Marzo 2020


Imagino que estáis pensando que este mes no tengo ninguna excusa para escribir tan tarde, al fin y al cabo, llevamos ya más de un mes “confinados” lo que, en principio, parece que debería proporcionar tiempo más que suficiente para escribir antes de llegar casi a final de mes, de mes vencido por así decir. Pues os equivocáis completamente, yo soy un profesional y siempre, siempre puedo y debo encontrar, por lo menos, una excusa para mis acciones por injustificables o estúpidas que estas sean.

Además, en este caso las excusas son múltiples: empezando por el propio hecho del “confinamiento” que por no ser elegido y decidido por uno pues le sume a uno en un estado de apatía más o menos total del que es difícil salir, y que hace que se requiera más voluntad, o tener algo de lo que escribir para sentarse; pasando por el hecho de que puestos a escribir parece inevitable hablar de la situación actual, algo que resulta difícil de hacer en este momento ya que por muchas palabrotas que uno diga en su vida cotidiana, no es lo mismo decirlas que escribirlas; que al fin y al cabo mis padres gastaron mucho dinero en llevarme a un colegio de pago y no es cuestión de decepcionarles; y terminando por el hecho de que se trata de un confinamiento “expandible a poquitos” (supongo que para no asustar a la población, a los niños de papa estado) pues uno no sabe qué hacer, que tiempo tiene por delante y que actividad empezar, si es que uno quiere empezar alguna durante este periodo.

Excusas, explicaciones siempre hay y si no las hay, uno siempre puede buscarlas y encontrarla; incluso alguien como yo que solo respeta este confinamiento de forma parcial y solamente por imperativo legal como si fuera un independista jurando un cargo estatal.

La verdad es que para mí la razón fundamental para no ponerme a escribir se debe a la necesidad de comentar sobre la situación actual de la que estoy tan cansado, por lo estúpido de la misma, que me resulta sumamente difícil saber por dónde empezar a comentar o hacerlo sin ponerme a insultar a diestro y siniestro. Todo me resulta tan absurdo que se me acumulan las cosas, las estupideces, los cinismos, las falsedades que comentar.

Supongo que en este caso lo mejor sería empezar por el principio, aunque sea casi imposible encontrar el principio de esta historia. ¿Cuál es el principio?

Es posible empezar la historia en China con los primeros casos “informados” (y hablar de la escasa capacidad de intervención de esas autoridades internacionales, la OMS en este caso, para ejercer un cierto control sobre esta, ahora pandemia) o puede empezarse mucho antes con los casos que, al parecer, existían con anterioridad a las fechas “oficiales”. Ahora parece que todo el mundo está de acuerdo en que los casos empezaron mucho antes, ahora parece que ya en enero había casos en NYC, lo que me permitiría empezar por mis sospechas de haber pasado esta enfermedad en NYC en mi última visita, ultiam por ahora y, me temo, por bastante tiempo, aunque debido a que yo a) yo no tengo termómetro (ni siquiera en mi casa, mucho menos cuando viajo) no puedo confirmar que tuviera fiebre durante mi enfermedad en NYC; b) como fumador activo que soy, para mí no es tan raro que un catarro me dé con tos seca y c) posiblemente por esta misma cualidad activa (una de las pocas cualidades activas que tengo) pues mi sentido del olfato y del gusto tampoco es que sea gran cosa, así que me resulta imposible decir si he tenido los síntomas necesarios, que todo dicho son especialmente vagos y difusos por no hablar de que, al parecer ahora, uno puede haber tenido la enfermedad, esta enfermedad que al parecer tanto nos preocupa,  sin tener ningún síntoma (de hecho ya se habla de que en NYC puede que más del 30% de la población ya haya pasado la enfermedad de forma asintomática, es decir sin enterarse. Algo que no deja de ser raro para una enfermedad que nos estamos esforzando porque cambie nuestra forma de vivir).

Pero también podría empezarse la historia mucho antes y plantearse si no sería necesario obligar a nuestros políticos y a nuestros científicos a leer más o ir mas al cine (dos ámbitos en los que la posibilidad de una pandemia de este estilo – bueno, por razones de dramatismo artístico, en general mucho peor – ha sido contada mil veces) o tal vez incluso bastara con que en lugar de ir al cine se leyeran los informes que ellos mismos encargan (al parecer prácticamente todos los organismos oficiales – de casi todos los países y a casi todos los niveles- tenían encima de sus mesas informes indicando no solo que esto podía pasar si no que seguramente volvería a pasar (al fin y al cabo ya habíamos sufrido varias similares, pero con la principal diferencia de estar acotadas a esos otros mundos que pese a estar en el nuestro preferimos no recordar que existen) y que en caso de que pasara, cuando pasara más bien, nuestra preparación para afrontarla no es que fuera deficiente, es que era inexistente. Pero si hasta el tontorrón de Bill-Puertas ya había dado conferencias en las que (para escurrir el bulto de los efectos de los posibles virus informáticos) indicaba que era mucho más posible la existencia de un escenario con un virus letal físico y lo poco preparados que estábamos. Tal vez la historia podría empezar por aquí, de que sirve pedir informes para ignorarlos, leer o ir al cine para no enterarse y no reflexionar un poquito (y digo esto sin considerar necesario hacer un cine fórum de las películas basadas en novelas de Chrichton, por poner un ejemplo).

Obviamente se puede empezar la historia en otro sitio, especialmente si uno es aficionado a las teorías conspiranoicas y buscarse un laboratorio secreto en una base naval americana desde la que el virus se distribuye al mundo para desestabilizar economías, o buscarse un laboratorio en Wuhan desde el que – por incompetencia de los chinos, a diferencia de la simple maldad de la teoría anterior – el virus es liberado con efectos devastadores, u otros muchos inicios. Pero como yo personalmente soy partidario de la teoría del maya disléxico que apunta a un error de transcripción en la fecha del fin del mundo, que quedaría prevista para el año que viene, eso me parece retrotraerme mucho en el tiempo.

Y si la historia se puede empezar en muchas partes pues obviamente se puede centrar en muchas cosas: ¿hablamos del lenguaje belicista de nuestro “comité de comunicación” gubernamental, parecido en su lenguaje y analogía bélica al de otros países, pero con mejores chascarrillos como ese “en la guerra todos los días son lunes”?

Supongo que sería mejor no entrar en esto, ya que de hacerlo sería necesaria recordarles que no parece que esto sea una “guerra” que vayamos a ganar en ningún caso: incluso cuando el virus – como cualquier gripe – desaparezca no habremos ganado ya que todo parece indicar que el virus – o las fuerzas ocultas que lo han creado – habrá conseguido cambiar nuestra forma de vida de maneras que ninguno deseamos incluyendo un distanciamiento social  (que no deja de ser una brecha en la sociedad), una posibilidad cada vez más cierta control y censura estatal (si incluso se habla de un pasaporte sanitario, inmunológico; cuando aún no se sabe si los que han sido infectados son realmente inmunes) e incluso vecinal (basta fijarse en esos comités de acusadores de balcón que proliferan hoy en día) y una subversión del contrato social dando más poder a las grandes corporaciones sobre el individuo (con esa casi obligatoriedad del pago con tarjeta, de compras por la red, en general de cosas que dejan una traza que puede ser analizada para clasificar a las personas) que habrán dejado un reguero de pobreza y sufrimiento social aumentando esa brecha social entre los que tienen rentas por su trabajo y los que tienen rentas de propiedades, y si, no me olvido (aunque no me parezca tan relevante como a otras personas) el virus habrá dejado un número significativo de muertes.

Pero si quisiéramos entran en la analogía bélica, creo que sería más sincero aclarar que esta es seria una guerra en la que estamos luchando realmente mal, casi de la peor forma posible: sin equipamiento o con un equipamiento que desconocemos si es el adecuado, sin información del enemigo y rodeado de quintacolumnistas. No sé, igual esta es la mejor forma de luchar en una guerra moderna – que sabré yo, que ni siquiera he hecho la mili (como varios de los ministros de defensa de previos gobiernos de este país – pero así, a priori, más parece que estemos pelando al azar que de forma ordenada.

Al fin y al cabo parece que no solo estamos enviando a las tropas sin pertrechos (si bien, creo necesario señalar que parece que nuestras tropas necesitas, casi quieren, mas pertrechos de los que son necesarios y todos quieren llevar desde su rifle reglamentario hasta un lanzallamas o un cuchillo Bowie de supervivencia), si no que ni siquiera nos habíamos preocupado de adquirir los pertrechos básicos por si esto ocurría. Ya sabéis, la típica guerra en la que uno no se plantea que igual tiene que mandar médicos al frente para intentar salvar a los heridos (en este caso contar con un sistema sanitario que pudiera hacer frente a esta incidencia).

Igual de lamentable es que tenemos la osadía de pensar que vamos a ganar sin tener un sistema de información básico (lo que en una analogía bélica sería un servicio de espionaje) que nos permita definir los movimientos, las fortalezas y las debilidades de las tropas enemigas. Parece que hemos (los estados, casi en masa salvo algunas excepciones que merecerían mi aplauso por hacerse los suecos) decidido que basta con esconderse en una cueva mientras inventamos una bomba atómica (una vacuna) para acabar la guerra. Se trata solo de atrincherarse y resistir, de resistir como podamos con cualquier sacrificio, hasta que una corporación nos de la herramienta definitiva y entonces, asumiendo que podamos pagarla la usaremos y volveremos a nuestra vida normal o ya no tan normal. Porque pese a que cada vez parece más claro que todo el tema del confinamiento tiene como objetivo el colapso de nuestro sistema sanitario más que el de la propia lucha contra la enfermedad estoy casi seguro de que no lo reforzaremos en la medida de lo requerido una vez pase esto.

Sí, es verdad que gran parte de la comunidad científica está volcada en buscar el arma definitiva, envuelta en un supuesto clima de cooperación cuyo único objetivo es ser los primeros para acceder a los beneficios de su venta y mientras tanto… mientras tanto, pues desconocemos todo sobre ese enemigo.

¿Cómo se transmite, cuanto contacto es necesario, como nos protegemos de sus ataques? Esta información, básica en cualquier campaña bélica, como no reportara dinero a la industria pues la ignoramos, de hecho, como el ignorarla reportara más dinero a ciertas industrias pues mejor que mejor y nos ponemos a jugar al juego de las sillas creando confusión.

Así se nos dice, se nos obliga (por ley o socialmente) a llevar mascarillas y ponernos guantes cuando desconocemos si el virus se transmite por los aerosoles en cuyo las mascarillas podrían tener algún sentido en algunos casos (no, no las que nos hemos inventado ahora – las higiénicas - para poder producirlas y proporcionar a todas esas personas tan interesadas por mostrar su participación en la lucha un acto que les permita demostrar su compromiso en público aunque toda la comunidad científica sepa que no sirven para nada), o si  el virus se transmite por gotas mayores (no os diré su nombre técnico, que lo tienen y es divertido) que están sometidas a la ley de la gravedad (combinada con la ley de Stockes y la de Newton, para los puristas de la física) hasta que se depositan en las superficies desde las cuales el siguiente podría cogerlas, en cuyo caso los guantes podrían tener algún sentido, pero no las mascarillas (excepto para los más bajitos a los que podría llegarle las gotas de los altos).

Tampoco parece necesario estudiar, ya que no hay dinero para ganar en este estudio, cuanto permanecen estas gotas o aerosoles en las superficies o en el aire (respectivamente) y por lo tanto cuales son los riesgos de tocar algo después de que este objeto haya quedado contaminado, o como de seguro es pasar por donde alguien ha estornudado al cabo de diez minutos.

No, en lugar de esto nos inventamos una norma de distancia social que cada vez vamos aumentando (empezamos en un metro que parece una distancia razonable para los típicos perdigones de hablar que ya hemos aumentado a dos metros por los estornudos y que hay gente que quiere aumentar más ya que al fin y al cabo hay expertos en lanzamiento de huesos de aceitunas que llegan a casi la decena de metros) pero que es una distancia estática ya que el pasar por el mismo sitio cinco segundos después de un estornudo, al parecer, no supone ningún riesgo, siempre que hayamos estado a más de dos metros del estornudo (algo que en el caso de aerosoles pues parece difícil de creer).

De verdad que no puedo con tanta tontería, no, no estudiemos las fortalezas y debilidades del virus, sus vías de ataque, las concentraciones necesarias, lo que esto significan.

Que decir de la lucha contra los quintacolumnistas, esos que difunden falsos rumores o invenciones sobre la fuerza de ese enemigo invisible (que es seguro que ignora que es nuestro enemigo y que es invisible; seguramente a su escala él podría, si pudiera, considerarse visible) y que desgraciadamente parecen estar infiltrados entre los asesores del gobierno. Me encantaría conocer a quién se la ha ocurrido la majadería de que lo mejor es estornudarse en la parte interior del codo, conocerle y ver si alguna vez pasea al lado de su abuela, o de cualquier persona mayor, que lo primero que hará es colgarse de su brazo apoyando sus cariñosas y ancianas manos en esa zona. Sí, es la mejor de las ideas, mucho más que digamos ponerse la mano delante al estornudar, o tal vez, y solo tal vez, estornudar apuntando hacia el suelo y con toda la fuerza posible para conseguir que el enemigo invisible se quede arrastrado en el suelo de la calle que al fin y al cabo no solemos tocar.

Puede que si exista cierta lucha cuando todos comentamos, nos sorprendemos y escandalizamos ante las ocurrencias de “Mr. T.” y su comité unipersonal de expertos (del nuestro, nuestro comité de expertos, que debe de ser secreto por razones de inteligencia militar para no ser atacado por el virus algo que no está funcionando bien ya que de los cinco primeros portavoces del comité comunicación, el virus ya ha localizado y atacado a casi todos pues prefiero no comentar). Pero, ya digo, poco o ninguna ya que los grupos de cuñados siguen a la orden del día, apoyados por unos medios de comunicación que solo hablan de esto consultando cada vez a expertos con especialidades más cripticas y más alejadas de lo necesario que parecen decir cosas que parecen elegir al azar, sin ninguna reflexión o base, pero que son tomadas como ciertas por el siguiente medio de comunicación como una verdad comprobada y, sobre todo, apoyadas por un gobierno dedicado a hacer spoilers de sus propuestas de ley. Spoilers gubernamentales que obviamente son dados por verdad por todo el mundo, aunque luego las escenas, o temas, a los que se refieren estos spoilers desaparezcan del montaje final (de la ley publicada) y dedicado a tergiversar las cifras para su beneficio, especialmente las de su apoyo económico que no me atrevo a clasificar de insuficiente porque no quiero ser tachado de estar a favor del gobierno al ser insuficiente un adjetivo generoso en este contexto.

Pues sí, en esta guerra henos decidido que nos basta con hacer gestos estúpidos como mantenernos separados unos de otros en la calle (incluso aquellas personas que conviven y que probablemente hayan estado abrazándose, o haciendo solo Dios sabe que en la intimidad de sus hogares); si, basta con ir separados, aunque nos movamos, ponernos unos medios de protección que no sabemos si nos protegen o de qué, y que parece que mal usados (algo que parece más habitual de lo que uno podría sospechar si consideramos que el SUMMA – el servicio de emergencias del ayuntamiento – lleva a un hombre limpio, cuya única función es la de recordarles al resto de los miembros como y que deben de ponerse en cada momento; o si miramos las estadísticas de contagiados de la Unidad Militar de Emergencias o, si , lo siento, de los sanitarios, incluso cuando estos si tienen mas riesgo que la UME o el SUMMA, por aquello de la proximidad a casos infectados) pueden hacer más daño que bien, mantenernos en una incertidumbre global sobre lo que sucederá en las próximas semanas, o meses, rellenos de frases peligrosamente vacías (eslóganes increíbles sacados de malas películas: “no dejaremos que nadie se quede atrás”, “juntos venceremos” o similares.), con eso nos basta.

Con eso y con esperar el arma definitiva confiando en que tendremos el dinero para fabricarla y que llegue a todo el mundo (algo que parece técnicamente inviable, considerando que las armas definitivas contra otros enemigos conocimos, pe.e malaria pues no han llegado a todos  salvo al primer mundo).

Mientras tanto atrincherémonos, cambiemos toda nuestra forma de vivir, pero llevemos una camiseta de “Keep Calm and Carry On”.

Una gran forma de librar una guerra, de ganarla (quiera decir eso lo que quiera decir en este caso): sin pertrechos, sin información y rodeados de quintacolumnistas; solo con buenas palabras. Pues vale, lo dicho a ganar, “oooheee, ohhhheee” (o como se vocalice este canto de victoria) y a prepararnos para el partido de vuelta.

En fin, por esto no quería ponerme a escribir, que me caliento y se me va de las manos. Incluso habiendo dejado fuera cientos de cosas que me resultan incomprensibles de esta situación ya que ha quedado un post demasiado largo.

Así que, a los libros, ya, si eso, seguimos charlando sobre esto en otra ocasión o incluso sobre otros países como Suecia o de que como vamos a salir de esta (si, vale, con mucha precaución, pero ¿Cómo? Si lo que hay que conseguir es la inmunidad de grupo – de rebaño que se dice ahora en parte por traducción del inglés y en parte porque sí, porque somos, para algunos, un rebaño – y no salimos a contagiarnos… no sé, parece difícil); si, también podríamos hablar de la saturación del sistema sanitario y de esos “héroes dormidos al volante, héroes al frente de sus tanques” que cantaba Glutamato y a los que al parecer es socialmente necesario aplaudir todos los días, solamente por hacer su trabajo.

Pero, ya, si eso, pues otro día… ahora a las lecturas… que son pocas.

Lo que sembramos es una novela sobre una saga familiar que se supone retrata (siempre según la contraportada) la colisión entre la raza, el género y la clase en la américa moderna. A ver, que no seré yo quien diga que no hace eso, vete tú a saber, pero el caso es que si lo hace a mí no me ha dejado ninguna huella especial. De hecho, ahora mismo sería incapaz de hacer un resumen de lo que pasa en la novela, de destacar algún personaje interesante y realmente me tengo que conformar con decir que no entiendo porque (tal vez por no saber describirlo adecuadamente) o para que (para rellenar espacio tal vez) tiene que incluir unas pequeñísimas fotografías que no aportan gran cosa a la novela. Se deja leer, sin demasiado esfuerzo, pero no aporta nada salvo alguna pequeña cosa puntual como “… hablaba de su exmujer. De cuanto la odiaba. Y de cuan triste seria el futuro sin aquel odio que había llegado a sentarle tan a medida como un abrigo viejo”. No voy a dar nombres, pero creo que todo conocemos por lo menos a alguna pareja cuya relación está sustentada en un ocio similar y que no sabría que hacer sin ese odio.

Otra cosa que me ha sorprendido ha sido algunas decisiones del traductor (no, no voy a añadir o traductora ya que he comprobado que, al menos de nombre, se trata de un hombre) como la de decidir traducir M&Ms (estoy casi seguro) por Lacasitos (que seguro no era la marca comercial original). La verdad es que no se si estoy de acuerdo con esta traducción, que obviamente acerca el texto al público español de cierta edad, a costa de añadir una cierta incredulidad en el lector aficionado a los M&Ms (que sí, que es mi caso).

Mi siguiente lectura Un plan sangriento es un falso true crime, concepto que resulta mucho más tentador que un true crime para alguien como yo que tiene serias dudas de que exista algo así como la verdad (no ya con mayúsculas, sino incluso con minúsculas; ni tan siguiera en cosas tan, en principio, poco dudosas como las ciencias o en las matemáticas. Todo depende de la visión de cada uno y/o de los axiomas en los que uno decida creer). El hecho de elegir como nombre del protagonista el del propio autor pues le añade un toque de credibilidad que se complementa muy bien con la parte claramente narrativa con las partes más oficiales (informes de testigos, médicos, actas del juicio). Todo, los varios asesinatos, pasan en las tierras altas de Escocia (iba a escribir las Highlands o incluso en la Escocia vaciada para hacerme el moderno). Es la típica historia de caciques y campesinos, más de campesinos en la que las rencillas pues acaban en una especie de Puerto Urraco pero con escoceses y sin incitaciones al asesinato. De hecho, el interrogatorio en el juicio al padre del asesino es una de mis partes favoritas cuando el abogado quiere que le cuente más cosas sobre su hijo y le pregunta cosas como “¿describiría usted a su hijo como una persona violenta?” algo a lo que el padre contesta sencillamente “Nunca he tenido motivos para describirlo”. Esto dentro de un interrogatorio en el que obviamente responde que si, que le pegaba o que en general no había nunca pensado mucho en cosas como el futuro. Al fin y al cabo, como dice en otra parte de la novela el hijo a respuesta de su maestro de escuela:” … me pregunto qué planes tenia para el futuro. Era una pregunta que ninguna persona de nuestros pagos plantearía jamás. Hacer planes suponía una ofensa contra la providencia”. No me atrevo a decir que refleje la realidad de una época, al fin y al cabo, es un falso true crime, pero desde luego a mí me resulta totalmente creíble, puede que más que si fuera de verdad.

Aquí he de hacer un breve interludio solamente para daros envidia y confesar que ya he leído, no uno si no dos borradores de la nueva novela de Rafa, que antes del estallido de la pandemia estaba en espera de ser publicada en mayo pero que posiblemente se retrasara. No puedo decir nada mas ya que me reservo mis comentarios para la lectura de la obra editada formalmente pero ya sabéis: dentro de poco deberéis comprarla si es que queréis disfrutar de una buena novela (que lo es, pero ya he dicho demasiado sobre ella).

Las novelas sobre jóvenes católicos ingleses son, creo yo, un género en sí mismo como el de las novelas sobre universitarios y universidades (habiendo bastaste intersección entre ambos géneros) y además son un género que me interesa mucho (Al fin y al cabo, yo crecí con el tipo de educación laica española que es fundamentalmente católica sin curas) así que Almas y cuerpos era una elección obvia, incluso inevitable. A mí me ha gustado bastante, pero soy consciente de mi favoritismo hacia este género, que me encanta enterarme de que “la sodomía aparecía en el catecismo básico como uno de los ‘cuatro pecados que claman al cielo’”, algo que si bien puede explicar el rechazo del grueso de los católicos hacia la homosexualidad hace más inexplicable la afición a practicarla unida a delitos de abuso de menores de un cierto porcentaje de curas católicos y de no curas, pero católicos. Aunque lo que de vedad me gusta más es saber que de verdad (quiero creer) existe (o existía) un grupo de pecados que “claman al cielo”, es algo que me encanta. Que encima “los otros tres, por si alguien tiene curiosidad, son el asesinato deliberado, la opresión de los pobres y la privación de su salario a los trabajadores” ya me fascina. Si, ciertamente inexplicable lo de los últimos dos, no que clamen al cielo (que me parece que no puede ser menos) si no lo practicados que son por gran parte de los denominados católicos y, sobretodo, lo consentidos por diría la totalidad de las autoridades eclesiásticas y casi diría no eclesiásticas. Esto es algo que clama al cielo.

Si eso es divertido, casi lo es más descubrir que existe algo denominado “conciencia escatológica” y que escatológica no se refiere a lo que todo buen valenciano cree y practica si no que “escatológica, otra palabra de lo más útil, relativa a las cuatro cosas ultimas: la muerte, el juicio el cielo y el infierno”. Siempre es apasionante educarse un poco y llenar, aunque sea mínimamente, esa incultura enciclopédica que uno tiene y encima cree no tener (ya que yo tenía claro lo que era la escatología hasta ahora). Tanto es así, de enciclopédica mi incultura de mis conocimientos, que seguía teniendo dudas de que al fin y acabo no estuviéramos hablando de pedos y similares y tan solo se tratara de una mala traducción por lo que he consultado el Roca-Barcia (ese Primer Diccionario General Etimológico de la Lengua Española de 1880-1881 que tanto lustre da a mi hogar) y que recoge escatología como “Doctrina de las cosas que deben suceder en la consecución de los siglos, o fin del mundo”. Fascinante, realmente fascinante y nada que ver con el caca-culo-pedo-pis que estaba, y sigue, en mi cerebro asociado a la escatología. Tendré que preguntar cómo se ha pasado de un significado al otro ya que es un salto muy grande.

El libro además está lleno de otras grandes frases aplicables a la juventud (católica e inglesa en este caso, pero no exclusivamente) “El más allá figura en sus pensamientos como una especie de jubilación: se trata de algo para lo que hay que estar asegurado, pero no es un asunto al que uno le de muchas vueltas al principio de su carrera”; e incluso consejos para escritores que, como lector de escasa memoria, suscribo: “resulta excesivo presenta a diez personajes al mismo tiempo” ya que, por lo menos yo, tiendo a perderme si se me presentan todos los personajes a la vez.

Fue a mitad de esta lectura cuando se empezó a hablar de decretar el estado de alarma si bien era el momento en que no estaba claro que era esto o cuando, de empezar, empezaría; por lo que no me di suficiente prisa en ir a visitar a mi librería de referencia capitalina, que os recuerdo para cuando se acabe esta situación es la Liberia Méndez en la calle Mayor para que paséis a visitar a los hermanos (que posiblemente no lo sean) y comprar los libros que no habéis podido comprar este tiempo o incluso alguno más ya que seguramente andarán muy apretados y nos necesitaran a todos. Eso sí, sin olvidar que, si decidís salir al campo (los aficionados a esto) elegid Cercedilla para vuestra primera salida y visitar a mi hermano en la Librería Fuenfria que, si bien es posible que aún no tenga ejemplares de su nueva novela necesitara el apoyo de todos. O, si lo preferís y lo consideráis excluyente, visitar vuestras librerías de referencia, pero por favor no os acostumbréis a comprar a multinacionales o por la red por mucho más baratas y cómodas que os hayan parecido durante este extraño periodo, o, al menos, compaginar ambos tipos de compra. 

Y después de esta pausa publicitaria….volvemos con la programación habitual…

Por suerte, todavía tenía reservado, sin leer, un libro de mi última compra en NYC. En honor a la verdad no lo tenía reservado si no que no había sido capaz de avanzar hasta acabármelo; lo había empezado pero la verdad es que no había conseguido avanzar mucho, tal vez cuarenta páginas de cerca de mil páginas. Así que allí estaba Ducks, Newburyport esperando su segunda oportunidad para apasionarme, o cuando menos entretenerme, durante una pandemia. Pero no, no es El Decamerón, ese libro con las historias que unos nobles se cuentan cuando – insolidariamente – deciden marcharse de la ciudad a su casa de campo durante la peste negra (u otra peste) y que por cierto igual no me importaría releer (aunque para mi sea más una primera lectura ya que no recuerdo nada). Tampoco es Palinuro de Méjico, al que creo que el autor (la autora en este caso, confirmado) pretende en cierta medida imitar (en mi humilde opinión) y en lo que fracaso completamente (según mi opinión normal, no la humilde). La única gracia que parece tener es el hecho de estar escrito casi sin signos de puntuación, pero ni siquiera en estas circunstancias adversas he conseguido pasar de la página doscientos o doscientos y poco. Igual vosotros tenéis más suerte.

Hoy no os digo que os divirtáis asaltando el castillo ya que de momento ni eso se puede; bueno, o no podemos la mayoría que no tenemos un castillo en el patio o en el salón de casa y a los que nos resulta más fácil solidarizarnos con los niños confinados que a nuestras novelescas infantas, o princesas; como se diga.

Lecturas
Lo que sembramos– Regina Porter
Un plan sangriento. El caso Roderick Macrae – Gramee Macrae Burnet
Almas y Cuerpos – David Lodge
Ducks, Newburyport – Lucy Ellmann