domingo, 7 de marzo de 2021

Comentario de textos - Febrero 2021

Pues aquí seguimos – sin alcanzar mi propósito de año nuevo, aunque, como yo soy un optimista, diría que un poco más cerca de alcanzarlo – encerrados en una falta de posibilidades de felicidad que ya, después de un año, empieza a ser preocupante. Sobre todo porque  las perspectivas que se plantean no parecen destinadas a volver a una vida normal, plena, en ningún momento ya que seguimos (no, la gente que yo conozco, sino los otros, los que los dirigen y, desgraciadamente, algunos mas) instaurados en ese error de que la salud se reduce a no estar enfermo. 

Se ha instaurado la creencia de que cualquier tipo de vida vale, incluso una en la que carezcas de la más mínima posibilidad de hacer algo que te gustaría, reduciendo tu vida a la supervivencia, trabajar, ir a la compra y volver a encerrarte en casa, todo planificado. Ya no existe la posibilidad de “ahora tengo un rato, voy a cercarme a la peluquería a ver si hay hueco”, ahora hay que reservar hora; si has conseguido ir a un bar con unos amigos y encontrarte con otros, o de ir solo a ver a quien encuentras ya que no sabes si podrás sentarte con ellos (ya de estar de pie tranquilamente en la barra charlando con quien se acerque, ni hablamos). Y todo esto lo aceptamos porque creemos que defendemos la salud, pero la salud es mucho más que eso, que ese no estar enfermo; la salud es la posibilidad de ejercer la vida que quieres, de reunirte con tus amigos para tomar unas cañas, de manifestarte si te apetece o en general de llevar una vida improvisada si es lo que te apetece. 

Pero la verdad es que ya estoy hasta cansado de reivindicar esta simpleza, de reivindicar que la salud es mucho más, para mí la salud incluye el fumar, ya que equilibra mi salud mental, posiblemente en contra de mi salud física, pero es parte de mi salud (no, no estoy diciendo que fumar sea lo más sano, ni siquiera que sea sano; si ahora pudiera elegir no haber fumado lo elegiría, pero no puedo, es algo que ya forma parte de mí y que me completa. A mí, que soy fruto, como todos, de una época, de mis propios vicios, de mis experiencias, que han formado mis amores y de mis odios).

Es verdad que algunos amores y odios sabemos de dónde vienen (por ejemplo yo puedo decir exactamente porque odio el color amarillo en la ropa o porque no me gusta demasiado la ginebra, salvo algunos gin-tonics, y muchas otras manías de mi personalidad) pero otros odios y amores me resulta muy difícil imaginarme de donde me vienen, como han llegado a ser parte de mi personalidad (que tanto le debe a las Lebowitz y Leibovitz – que pese a tener apellidos diferentes para mí son hermanas:, Fran y Annie, la escritora y la fotógrafa habitando el mismo NYC del que tengo nostalgia pese a no haber conocido– si bien mi personalidad le debe más a Fran que a Annie ya que Fran tiene más opiniones, como demuestra en esa miniserie que le ha dedicado Scorsese recientemente y cuyo capitulo cinco – sobre el deporte – creo que es de lo mejor que he visto).

Pese a conocer el origen de muchos de mis gustos personales, incluso digamos manías, nunca había entendido bien mi fascinación por el brutalismo en arquitectura, que es, posiblemente, mi estilo arquitectónico favorito. Siempre he pensado que me gustaba sin ninguna razón real ya que no había tenido contacto con el – salvo el de ver el edificio de casas militares de San Bernardo – hasta apuntarme a Caminos (es verdad que parece que de pequeños patinábamos en la Ciudad Universitaria, probablemente en el parking de Caminos pero yo no tuve este recuerdo hasta que no vi fotos de esa época) y la verdad es que me resultaba inexplicable mi fascinación hasta que hace unos días – escaneando fotos que habíamos sacado de casa de mi abuela – me encontré con una foto de la parte trasera de nuestra casa en Cali, Colombia, probablemente la primera casa en la que viví y de la que solo tengo los recuerdos del patio delantero que provienen de otras fotos y filmaciones de mis padres que la mostraban casi como una casa bucólica. ¿Cómo podía imaginar yo que tuviera este aspecto tan brutalista?

Ni siquiera ahora viéndola desde este ángulo y no desde el que se ve en casi todas las fotos y películas de las que tengo recuerdo puedo imaginarme porque esta vista de esta casa ha influido tanto en mi gusto estético. Se me hace raro pensar que la parte de atrás de esta casa – que yo no recordaba, ni recuerdo –  y que seguramente vi muy pocas veces (esta parte de atrás, digo, no la casa en sí que entiendo vi todos los días en los dos años que vivimos allí) pudiera haber influido tanto en mi gusto estético. 

Para mí, la casa de mi infancia es la de Cangas que sí que recuerdo por fuera y por dentro (aunque con graves errores topográficos de su interior que hacen que en mi recuerdo de su interior responda, mas que a una posibilidad física real, a las leyes de los cuadros de Escher – igual de ahí mi fascinación por Escher – pudiendo llegarse desde la cocina al mismo sitio, a la entrada, bien por un pequeño pasadizo (horizontal, aclaro aquí) en el que recuerdo perfectamente que había una especie de armario donde se guardaban nuestros juguetes, o bien subiendo una escalera muy inclinada que daba a la parte noble de la casa desde la que, sin bajar, podía llegarse a la entrada) y por supuesto el piso de Viriato y ya más tarde el Puig en Játiva (ahora Xativa). Pero ninguna de ellas, su estilo arquitectónico, me produce especial interés o me resulta especialmente satisfactorio; sin embargo, el estilo de la parte de atrás de esta casa de Cali si que me fascina.

Sorpresas te da la vida, o por lo menos sorpresas nos da a los que no recordamos algunas cosas, sorpresas que en cierta medida ayudan a resolver algunos misterios, aunque difícilmente todos, lo que me lleva a mi primera lectura de este mes la, en cierta medida, fascinante No digas nada que es casi un libro de historia sobre los Troubles de Irlanda del Norte, una época y una guerra (declarada o no, ese es otro tema) que creo que has fascinado a toda una generación (la mía, en la que todos tenemos una opinión y tomamos partido por uno de los bandos, no diré por cual lo tome yo, por si, por alguna razón, vosotros habéis tomado partido por el bando equivocado que tampoco es cuestión de empezar de nuevo los Troubles).

Es muy importante el “casi” que he puesto al definirlo como libro de historia, porque si bien es un libro que parece muy documentado (tiene casi cien páginas de fuentes) se lee como si fuera una historia inventada sobre personajes reales que todos conocemos, como ese Gerry Adams que paso de ser líder del IRA a no haber apoyado nunca la lucha armada y de otros que sabemos que existieron aunque no sepamos sus nombres (como Derry Martin McGuiness, pistolero del IRA – con ese nombre parecía lo más probable como carrera profesional – habituado a ejecutar el castigo típico del IRA de disparar a las piernas de jóvenes) pero que acabo diciendo públicamente “’tras un largo debate, el IRA ha decidido que dispararle a un joven en una pierna y dejarlo lisiado de por vida no es un castigo justo ni conveniente’. Y dijo después: ‘estamos contemplando un enfoque más preventivo y más implicado a nivel social’. Nacionalistas del SDLP compararon el brusco cambio de imagen del Sinn Féin a grupito de bienintencionados activistas con el misterio de la Inmaculada Concepción” (para que luego presumamos de haber inventado lo políticamente correcto, cuando lo político-militar correcto ya estaba mas que inventado) pero sobre todo para mí la sorpresa son los personajes de las hermanas Price de las que no sabía nada y que parece que, por lo menos Dolours, era tan icónica de esta lucha –además de activa participante – como el Che Guevara pero extrañamente poco reivindicada por el movimiento de empoderamiento femenino. A saber por qué pero hace un personaje fascinante.

El arranque de la novela empieza con una “desaparición”, la de una viuda de 38 años con diez hijos, que obviamente recuerda a las desapariciones de Chile o Argentina y que en principio parece equiparar estos procesos hasta que más adelante se comenta que si bien conforme a fuentes oficiales – de comisiones de investigación – en Chile desaparecieron tres mil y en Argentina treinta mil, en Irlanda del norte consiguieron identificar a 16 desaparecidos y si bien “en otros países hubo debate sobre el número total de personas enterradas en tumbas anónimas, pero en Irlanda del Norte la lista de víctimas cabía en el reverso de un sobre”. Según el autor esto “era un reflejo de la extraordinaria pequeñez de la provincia” pero, aunque coincida con él en la existencia de esa anomalía demográfica que es que “había muchísimos más americanos irlandeses que personas en la propia Irlanda” imagino que también hay que poner en contexto el nivel de violencia de los distintos sitios y de los distintos actores implicados.

En cualquier caso, se trata de un libro interesante y pese a ser histórico se deja leer estupendamente descubriendo, al menos para mí, cosas que no sabía de un conflicto que, si forma parte de mi imaginario colectivo y de mis recuerdos, de mis odios y amores, por lo que me ha parecido, a ratos, fascinante incluso considerando la parte histórica real.

Aunque mis lecturas del mes me volverían a llevar a Irlanda del norte, mi siguiente elección – por variar un poco – se movió un poco más al norte, al Glasgow de Alan Parks que ya había visitado en su primera novela (Enero Sangriento), y que me había dejado con buen sabor de boca para seguir la que, seguramente, sea una serie de doce novelas y leerme este Hijos de Febrero

Para seguir leyendo libros de una serie policiaca creo que hay varios requisitos importantes: el primero es obviamente que el personaje (o personaje, que cada vez se dan más las parejas de investigadores) te caiga razonablemente bien o especialmente mal, vamos que no te deje indiferente y a mí, este de momento me está gustando; otro requisito es que tenga este toque negro en frases contundentes y en esta novela también se da esto con frases como “Nunca pasa nada malo, o como mínimo nada que no puedas beberte de un trago” o esa otra de “Parecía el típico lugar al que irías a tomarte una última copa antes de tirarte de un puente”; y un tercer requerimiento es que la trama no sea “exactamente la de siempre”. Es este último requerimiento el que tal vez le falle a esta novela y en el que yo encuentro que me pasa como cuando veo las docenas de series de televisión y de películas de asesinatos filmadas en NYC que me lleva a pensar que es imposible vivir allí sin acabar asesinado, violado o secuestrado. Pues con esta novela me pasa algo parecido y la trama me hace pensar venga, ya está bien, es imposible que a todo el mundo le haya pasado esto, aunque sea muy frecuente no tiene por qué ser la causa para usar en casi todas las novelas/películas/series actuales. No, no voy a haceros un spoiler y deciros que es lo que ya me cansa un poco que salga en tantas novelas, películas y series. Si eso, pues os la leéis y ya lo comentamos.

Elegí Propiedad Privada sin fijarme mucho o, la verdad sea dicha, sin fijarme apenas nada - mis típicos problemas de concentración cuando voy disfrazado de cuatrero - y cuando ya estaba en casa dispuesto a empezar una novela que reflexionara sobre el concepto de propiedad, de la propiedad privada, me di cuenta de que había cogido un libro de cuentos que es algo bastante diferente.

Posiblemente en este caso es mejor ya que no acababa de ver claro cuál podía ser el debate sobre la propiedad, aunque soy consciente de que hay muchos posibles debates sobre este tema, debates en los que a veces tus posturas cambian ya que como todos sabemos no es lo mismo la propiedad privada propia que la propiedad privada ajena o incluso que la privacidad de la propiedad pública, por eso un conjunto de cuentos parece una mejor opción ya que permite poner más perspectivas del debate (o poner las mismas de una forma más sencilla para ambas partes, el escritor y el lector).

La verdad es que veo las frases que he marcado y parece que lo que más me ha gustado – sí, me ha gustado el libro – son la reflexiones sobre la interpretación del carácter “al fin y al cabo, una timidez perdonable y cierta incomodidad social podían confundirse con cualidades semejantes, pero más agresivas; por ejemplo, frialdad y hostilidad” que creo que es algo que me pasa a mí, o que le pasa a mi relación con mis semejantes (dicho así como una semejanza de género, de género humano me refiero no de identidad de género) que tienen tendencia a confundir mi actitud; sobre los comportamientos sociales “Se la veía apagada en presencia de Jillian porque así se comporta la gente cuando se pasa la noche entera metiéndose el puño en la boca y esperando que su invitado se marche”, algo que yo también hago ya que a veces no hay otra opción que aguantar estoicamente, con un puño metaforico en la boca (que un puño entero no es tan fácil de meterse en la boca, aunque yo he conocido a una chica que podía); con los estados de ánimo “No se sentía deprimida, pero la depresión suele parecerse más a lo que uno no siente que a lo que siente” que creo que es un concepto clarificador, por lo menos para los que intentamos no sentirnos deprimidos si bien es deprimente; o incluso con la privacidad, aunque no la de la propiedad sino la de los sentimientos y pensamientos “Era gracioso ver que, cuando ocurría una nimiedad, uno la capitalizaba al máximo, pero que cuando algo realmente transcendental movía las placas tectónicas de la mente, uno se callaba la boca. Porque el instinto dictaba que eso era privado” hecho con el que estoy completamente de acuerdo, aunque no sé si es gracioso, si creo que hay cosas que son privadas, tal vez en relación con mis sentimientos yo sea de los de “setec astronomy” pero es difícil saber porque y casi imposible cambiarlo.

El Abstemio es una novela que cogí pensando que también pasaba en la Irlanda de los Troubles basándome en el aspecto del protagonista de la foto de la portada y convencido de que tenía un mes irlandés (que al final resulto ser irlandés / escoces). Nada más empezarla me percaté de mi error ya que la acción trascurre en 1867 – cosa que es vedad que se dice en la contraportada, que se ve me leí con escaso o nulo interés, una vez más – Pero que en parte prueba que mi conocimiento de la moda masculina es escaso o que lo es el del que ha decidido la foto de la portada, pero uno de los dos estamos equivocados en cuanto a la moda masculina de 1867, o incluso, probablemente, ambos. 

Aclarado esto y sirviendo casi de prueba de la duración por lo menos de los preliminares de los Troubles, la novela pues se deja leer, pero poco más que aportar ya que no puedo hablar de su realismo clásico al estilo Dickens, no sé, puede que lo sea pero yo no acerté ni con la moda masculina del periodo así que como voy a juzgar su realismo. No es ni buena ni mala, correcta, pero sin nada remarcable.


Una colección de cuentos con el título El tabaco y el diablo resulta obviamente tentadora para alguien como yo, si además el subtítulo es “y otros relatos cristianos” y se trata de un libro japonés pues la tentación es casi una decisión de fuerza mayor que hace inevitable la compra. Obviamente se trata de cuentos centrados en la evangelización, o intento de, cristiana en Japón y de la recepción de esta práctica por parte de los japoneses que ya he contado otras veces pues fue recibida de forma bastante dudosa llevando incluso a rituales de sacrificio de católicos arrojándolos a volcanes y cosas parecidas pero también variable con cierta implantación de costumbres o lo que es mas extraño de algunas piezas de arte (las Maria-Kannon) que al parecer son un tipo de “estatuilla china de porcelana de color blanco o azul de la Virgen Maria con la apariencia externa del Buda Kannon, avalokitesvara bodsisattva, adorada por los cristianos japoneses ocultos en la época de la persecución cristiana para no ser descubierta su fe por lo oficiales dela autoridad” lo que nos lleva un poco a que cualquier cosa vale, como mezclar una virgen con un buda para adorarle en secreto, o incluso al hecho de que Buda hay más de uno y como aclara una nota Buda ni siquiera se llamaba Buda sino “Sakyamuni: fundador del budismo, conocido también con el nombre de Siddharta Gautama, o con el de Buda” (vamos que era un tipo con varios alias, algo que nunca es buena señal, ni siquiera para montar una religión; pero tal vez si para una secta que tampoco es tan diferente). Por cierto, que una de las peores cosas del libro es la colocación y repetición de las notas a pie de página, que es de lo peor que he visto y que casi me hace dejar de leer.

Para mi tal vez lo más curioso ha sido encontrarme con que existe una creencia tradicional japonesa sobre hacia qué lado debe de colocarse la cabeza para dormir, no por la existencia de esta creencia, ni por el hecho de que exista una palabra para colocar mal la almohada (kita-makura, que es acostarse con la almohada hacia la dirección norte) sino por el hecho de que sea la opuesta a la que tenía mi padre (que sí, que mi Padre tenía una creencia de cuál era la orientación buena para dormir ademas de creencias sobre casi cualquier cosa) que decía que la almohada debía estar al norte ya que así dormías de pie y no con la cabeza hacia abajo (hacia el sur) aunque también tenía preferencia por dormir en la dirección de la marcha de la tierra, que decía que así no te mareabas. Puede parecer un criterio estúpido – yo no creo que sea estúpido, si bien creo que como duerme uno depende de cómo sea su habitación, donde este la puerta o las cosas, más que de lo que uno prefiera- pero desde luego es menos estúpido que el japonés que se basa en que “trae mala suerte, quizas porque cuando Buda murió, estaba acostado con la almohada hacia esta dirección” ya que como todos sabemos lo que trae mala suerte es ser supersticioso, razón de sobra para no serlo.

También me ha sorprendido mucho que la resurrección no les pareciera una cosa rara “Excusado es decir que desde tiempos antiguos ha habido no pocos casos de personas que después de haber perdido la vida resucitaron. Sin embargo, la mayoría de ellos se limitan a casos de intoxicación por el veneno del sake o de los afectados por los elementos venenosos de los ríos y de las montañas”. Que a ver… que cogerse una borrachera de sake y desmayarse no es lo mismo que morir – parece un poco exagerado – y que no sé cómo de sucios estarían los ríos japoneses en aquella época para que se culpara a los mismos de la muerte habitual de personas que resucitaban (igual solo tenían cagalera).

He de reconocer que también me ha desconcertado enterarme de que los samuráis no eran considerados de la clase alta – yo pensaba que eran de las clases más altas, como si fueran nobles manchegos, maldita cinematografía – pero parece que no eran considerados de la “clase social de manga larga signifique la clase privilegiada de los nobles, religiosos, médicos, escolares, etc. que nunca tenían que remangarse por no tener que ponerse armadura”; imagino que los campesinos sencillamente no tenían mangas que remangarse y que eso era otra categoría social muy por debajo de la de los samuráis. Un libro curioso sobre un extraño país, en una época extravagante, que algún día espero visitar e incluso conocer.

Mi última lectura del mes – sí, ahora estoy leyendo bastante ya que de pocas cosas más tengo ganas – fue Los Papeles de Tony Veitch, de uno de esos autores que al parecer son clásicos – clásicos de la novela negra, para más señas e incluso para más detalles del tartan noir – pero de los que yo nunca había oído hablar, así de enciclopédica es mi incultura y a punto estuve de no comprarla porque era la segunda parte de una trilogía con un tal inspector Laidlaw, que según la contraportada es, además de carismático (al parecer, según las contraportadas, todos los protagonistas lo son) “un lobo solitario con un profundo sentido de la justicia social” algo que no tenía ni idea de lo que podía significar pero que ya en palabras del autor “Laidlaw daba la impresión de estar empeñado en labrarse una carrera como profanador de interiores, iba por Glasgow llenando de tensión ambientes hasta entonces agradables. Hoy estaba haciendo un trabajo excelente.” ¿Profanador de interiores? Excelente descripción, una frase impecable sobre todo con ese añadido final del trabajo excelente.

Y a vuelta de página otra frase propia del género “El dinero puede conseguirlo todo. Si no tienes cuidado con él, hasta puede traerte la muerte.” Poco más tarde alguna descripción de tipos humanos también propia del género “ciertas personas en caso de escuchar de un moribundo el secreto de la existencia seguido de un insulto solo se quedarían con esto último.”; otras sobre la calidad de las nuevas generaciones, solo aptas para personas de cierta edad “El hijo de Eddie, Simpsy, era como todos los demás, una imitación en plástico de su padre. Nada que ver con el articulo original. Sin clase ninguna, como sacado de la tienda de todo a una libra. Ya no los hacían como antes, pero, eso sí, seguían empeñados en fabricarlos. Sonrió al pensar en los que creían que las cosas mejoraban con el tiempo.”; y por supuesto una descripción de una mujer, algo alejada del canon del genero puro en algunos aspectos, pero impecable: “Había sido guapa. Ahora era mejor que guapa. Tendría treinta y cinco, treinta y ocho años, y se adivinaba que los había vivido con intensidad. Sus ojos sugerían que detrás de ellos podrías encontrar la cueva de Alí Babá, si te sabias la contraseña y te las habías arreglado para llegar antes que los cuarenta ladrones.”

A mí me ha parecido una muy buena novela y seguramente compre alguna más de la trilogía si es que las veo, o puede que incluso las busque por internet aunque me da un poco de miedo buscarlas en versión original, que el escoses es un idioma que suena como un idioma conocido, incluso humano, pero resulta ininteligible la mas de las veces.

Por supuesto una de mis partes favoritas es coyuntural y relativa a un bar (The Crib) ya que después de catorce años en los que el Wurlitzer no había cerrado ni un día me imagino esta sensación en alguno de los clientes habituales al llegar a la puerta uno de estos días: “The Crib estaba cerrado. Cosa tan rara, como que el sol se abstuviera de salir una mañana. Dos hombres estaban de pie frente a la puerta, contemplándola. Uno de ellos miro en derredor con expresión divertida y levanto la vista al cielo, como si quisiera cerciorarse de que no habitaba un universo paralelo. Echaron a andar justo cuando Laidlaw estaba llegando. Oyó que uno le decía al otro: ‘igual han tirado la bomba atómica sin que nos hayamos enterado’.”

Sí, no me cuesta nada imaginarme a alguno de nuestros parroquianos exactamente igual de extrañado que esa pareja en la puerta y la existencia de Piles me hace creer que tanto en los universos paralelos como en que habría gente que no se enteraría si tiraran una bomba atómica (a los lugareños de Piles la caída de las torres gemelas, el 11-S, no les parecía algo por lo que mereciera encender la televisión y por supuesto ni pensaban subir el volumen en el bar para ver qué había pasado) a menos que la tiraran en La Siesta, en Las Palmeras o el GloriaMar. Tengo mis dudas sobre si se enterarían si las tiraran en la torre de Piles pero desde luego si cayera en el Castillo de Cullera no se enterarían hasta un par de días después y les parecería irrelevante.

Así que ya sabéis “Divertíos asaltando el Castillo” (el de Cullera u cualquier otro) mientras vuelve a la vida The Crib, el Wurlitzer y, así, en general, volvemos todos un poco a la vida que ya casi estamos para que nos resuciten y no conviene esperar que no es lo mismo estar "prácticamente muerto que muerto en su totalidad".

 

Lecturas

No digas nada – Patrick Radden Keefe

Hijos de Febrero – Alan Parks

Propiedad privada – Lionel Shriver

El Abstemio – Ian McGuire

El tabaco y el diablo y otros relatos cristianos – Akutagawa Ryunosuke

Los papeles de Tony Veitch – William McIlvanney