Empezare por reconocer que este año he agradecido mucho la
existencia de una competición importante de futbol. No, no es porque con la
edad haya empezado a gustarme el futbol, que no, no me gusta especialmente, pero
tampoco me disgusta ya que tengo buenos recuerdos de mi infancia y pre
adolescencia (más o menos hasta que descubrí la cerveza, los vinos y la música)
relacionados con el futbol: quedarme después de clase en el patio a jugar
durante horas partidos de tres o cuatro por equipo con Badalla, Aranda y
(puede, no lo tengo claro) Viloria y ahora no recuerdo ninguno más … nos quedábamos
desde el inicio de la hora de lectura hasta que el director (que era el padre,
o el tío – que siempre he sido pésimo para las relaciones familiares - de
Aranda) decidía que ya era hora de cerrar el colegio y nosotros nos marchábamos
a tomarnos unas coca colas de un
litro, a veces de dos, a Garcés (Coca
colas que al cabo de unos años me harían imbatible jugando al penúltimo con cervezas, litronas por aquel entonces, ya que la
idea era bebérselas de un trago lo que constituyó una práctica insuperable para
el penúltimo, ya que podía acabarme
la litrona de un trago sin mayor
problema); las tardes de domingo, en las que había un partido especial en la televisión
(si, entonces la posibilidad de ver un partido era algo que ocurría solamente
una vez a la semana, y no todas, lo que hacía que cuando el partido fuera importante
– digamos un Real Madrid Barcelona – se convirtiera en un acontecimiento)
acompañando a mi padre que se servía un whisky con almendras, inicialmente,
aperitivo que poco a poco se iba ampliando incluyendo taquitos de queso,
taquitos de jamón y a veces berberechos o mejillones. Estoy casi seguro de que
a mi padre tampoco le interesaba el futbol y que lo veía como una necesidad
social (al fin y al cabo, al día siguiente tenía que ir a la oficina y la mayoría
de la gente solo hablaría del partido por lo que tenía que saber lo que había pasado) y, sobretodo, como una excusa
para tomarse un aperitivo tranquilo (a veces intentaba que le pusieran un
aperitivo cuando estaba leyendo en el salón pero por algún motivo esto no
acababa de cuajar y, prácticamente, solo había aperitivo si había futbol).
Pero no es por estos recuerdos por lo que he agradecido que
haya una competición de futbol importante,
no, gracias al futbol hemos tenido un descanso en las agoreras noticias sobre
el virus (si, si, vamos a morir todos; y “cada
paso que avanzas te acercas al final, recuerda la palabra: vivir siempre es
mortal” que cantaban aquellos), descanso que lamentablemente ya ha
terminado.
Además de esto me ha resultado bastante educativo y he
podido comprobar a) que cada vez somos más
blandengues y ahora, si hace calor, los equipos pueden pactar pausas de hidratación
en mitad de cada tiempo, porque claro jugar los cuarenta y cinco minutos sin
pausa es algo muy duro, y encima pueden hacer cuatro (o cinco) cambios de
jugadores que, claro, también se cansan mucho de jugar todo el partido y b) que
cada vez se hacen más tonterías, como
ponerse dos jugadores en todos los córneres para confundir al contrario, o mi
favorita: poner a un tío medio tumbado detrás de la barrera para que los otros
puedan sin preocuparse de que la pelota
les pase por debajo. En fin, pues eso que ha habido futbol y yo he aprendido
cosas viéndolo (cosas inútiles, eso sí, pero cosas. Imagino que en cierta
medida la cultura es aprender cosas que no te interesan, pero si interesan a
los demás y la convivencia requiere de esta cultura).
Con todo, la noticia de esta última semana (o semanas que ya
me pierdo) ha sido el asesinato de Samuel, un gallego al que una panda de
descerebrados le pego una paliza hasta matarlo, o lo mataron de una paliza. La
verdad es que me preocupa mucho el debate que hay sobre si es una agresión homofobia
o no lo es (que desde mi punto de vista lo es) y de enterarme de que esto es un
agravante. Si, entiendo que a priori parezca que el hecho de matarle de una
paliza con un motivo (un motivo totalmente absurdo y de discriminación) sea un agravante,
pero ¿no sería todavía peor, más grave, que le hubieran matado sin ningún
motivo, que le hubieran matado solo por matarle (con independencia de su condición
sexual), que le hubieran matado solo porque les apeteció? Como persona a la que le han pegado bastantes veces
siendo pequeño, por diferentes motivos de todo tipo que en general se resumían (como
los mandamientos de la Santa Madre Iglesia) en uno solo: porque podían y querían,
me preocupa que el hecho de que exista un motivo sea un agravante. Para mi es
peor si no existe motivo pero que sabré yo, que a mí también me parece un
agravante el hecho de ir bebido o drogado y parece que es un eximente basado en
esa premisa de que hay algo en el alcohol, o las drogas, que te cambia, pero
como dice mi hermano: “en el fondo de las
botellas no hay nada, he vaciado las suficientes como para saberlo. Creedme.”
Pero, volvamos a lo nuestro, a lo que hemos venido y
empecemos por una relectura obligatoria: Un
día cualquiera en Nueva York que es la recopilación de los dos libros (Vida
metropolitana y Ciencias Sociales, que yo siempre he tenido como libros míticos,
aunque finalmente los haya perdido) que Lebowitz
escribió en los setenta y ochenta. El título y el motivo de la reedición están
claros para todos y es por aprovechar el tirón de la serie que Scorsese,
entiendo que, como un buen amigo, le ha hecho para ganar algo de dinero (que al
fin y al cabo debe de ser difícil vivir de dos librillos editados hace casi
cuarenta años, por mucho que se hayan vendido o por mucho que luego haya
colaborado en otros proyectos). La verdad es que ambos libros han sufrido con
el paso del tiempo (igual para un lector nuevo, no han sufrido tanto) y pese a
que siguen siendo excelentes y casi puedes abrir una página al azar y encontrar
una idea con la que estar de acuerdo y que además te lleva a una sonrisa,
cuando no a una carcajada, algunas cosas son demasiado coyuntural y requerirían
una revisión, probablemente para ser más hiriente, sarcástica o cínica (que no
para serlo menos) ya que más gente ha aprovechado estos años para incidir en
estos temas con menor acierto en general, pero son muchos años los que han
pasado. Eso sí, al igual que el capítulo sobre deportes de la serie, siguen
siendo de lectura casi necesaria (aunque no decir de necesaria para que).
En cierta medida mi siguiente lectura, El misterio Bartlett, encaja con el libro anterior en que refleja
una historia de enredo, con cierto grado detectivesco, en NYC y protagonizada básicamente
por ricos ociosos, de esos que “es de agradecer
que los ricos ociosos entren de vez en cuando en contacto directo con las
realidades de la vida. A sus veintisiete años, Rex Carshaw apenas sabía lo que era
que frustraran sus planes.” que, lamentablemente, me recuerdan demasiado a
las generaciones por venir que veo como se desmoronan ante cualquier cambio en
sus planes (cuentos de la lechera, en muchos casos). La verdad es que es un
libro entretenido pero lo mejor, por suceder la historia en 1913, son algunas
de las notas a pie de página al explicar aspectos de la cambiante NYC y que son
muy educativas. Por supuesto que uno pueda escribir cosas como “Si. Intuición femenina, ya sabe. Sustituye
a la inteligencia” pues da una idea agradable de lo que era escribir en
otra época y que ahora no podrían ni pensarse (imagino que el concepto de intuición
femenina es machista, y apostaría algo a que la propuesta de sustitución final
tampoco parece muy acertada hoy en día, pese a que en muchos casos la intuición
– femenina, masculina u otros no binarios – sustituye a la inteligencia).
Trigo limpio me la
había recomendado Jesus, buen lector y amiguete además de, o pese a ser, quien más
me contrata últimamente. Pese a que me la había recomendado no la estaba
buscando activamente, pero al verla en la estantería de mi librería de
referencia capitalina (ya sabéis, pero os lo recuerdo: la librería Méndez de la calle Mayor para que paséis a hacer una
visita de compras y ya aprovecho que es verano y que igual vais a la sierra para
que no dejéis de desviaros hasta Cercedilla y más concretamente a, si, la librería Fuenfría que, si están, agradecerán
vuestra visita) y pese a la horrible portada hípster decidí darle una
oportunidad y seguir la recomendación de Jesus. A ver, la novela tiene aciertos
y creo que podría ser buena si le extirparan toda la parafernalia de clase de
literatura (aunque imagino que es esto precisamente lo que ha hecho que le
guste a la gente) que, a mí personalmente me sobra todito, todo, aunque tampoco
llegaría a ser muy buena, ya que la historia no deja de cojear y parecer un
poco una copia de otras historias. En cualquier caso, tiene un par de
referencias a la memoria y los recuerdos que me han gustado: “A veces, nuestros recuerdos los guardan
otras personas. Eso lo he aprendido de mi padre. Mi madre lo guarda casi todo”
que tiene una primera parte con la que coincido ya que existen pocos recuerdos
que tenga uno solo, y la realidad de los recuerdos suele estar en una mezcla de
versiones, y esa parte final de diferencia entre progenitores que resulta
reveladora, pero “De todas formas,
recordar tiene más de creatividad que de acta notarial” sobre todo en mi
caso, como ya habréis notado alguno de los mencionados en estas páginas.
De pronto oigo la voz
del agua, es un título que para mí resulta irresistible (un poco largo, tal
vez) y el hecho de ser de una escritora japonesa (una japonesilla, me decía yo
a mí mismo pese a que naciera en 1958) pues era un añadido prometedor que había
obvia la adquisición. Tengo que dejar de llevarme por estos impulsos. No me
atrevo a decir que sea la novela que menos me ha interesado últimamente, pero
solo porque he tenido algunos grandes desaciertos en este campo (como se vara más
adelante) pero no me ha interesado nada y no la he disfrutado, salvo la frase
de la frase de la contraportada “No me
gusta hablar del pasado. Mama lo repetía a menudo, casi en un susurro, pera
nada más decirlo empezaba a hacerlo”. por aquello de reflejar
estupendamente las contradicciones que todos tenemos pero que vemos más en los demás.
Creo que en gran parte me he perdido en la novela por falta de interés.
Si el título anterior me gustaba, este Se ahogarán en las lágrimas de sus madres, me parecía realmente
lamentable y carente de interés, sobre todo para una novelas sobre un atentado
terrorista islamista. La contraportada tampoco auguraba nada bueno ya que se parecía
demasiado a hechos reales, con un atentado contra una librería que presenta
unos comics sobre Mahoma. Pero, no sé, me sentía intelectual y me apetecía leer
a un sueco que no fuera policiaco. En fin, debería decir lamentable, pero por
hacer la gracieta diría que si lo
veis pues os hagáis el sueco y paséis de él. No digo más.
Azpeitia (Chavi)
es amigo de mi hermano y la verdad es que, por extensión de casi toda la
familia, y a mí me gusta decir que es amigo mío ya que creo que es un gran
escritor (yo soy vanidoso hasta por persona interpuesta, por proxy que diría alguno). Tal vez su único
fallo es que es excesivamente culto, cuando lees una novela suya, en este caso Músika (no por lo que entendeos ahora
como música sino por lo que hacen, o inspiran o susurran las Musas) te das
cuenta de lo poco que sabes sobre el tema en cuestión no tanto por lo que sabe él
y te cuenta (que también) sino por aquellas cosas que ni siquiera se molesta en
contarte pero que sabes que están hay (creo que no me explico, pero digamos que
cuando el usa la palabra hetera par cierto tipo de mujeres, sabes que está
hablando de mucho más que de orientación sexual, sabes que te estás perdiendo
algo, que deberías saber más cosas sobre las heteras). Esto hace, en algunos
momentos, un poco ardua la lectura, pero merece la pena aprender sobre el
procedimiento de elección del mejor autor teatral de la temporada (los
competidores ese año eran Sófocles, Eurípides y Jenocles) donde habiendo diez
votantes solo sacan cinco votos para elegir al ganador y en caso de empate (al
menos entre el segundo y tercero) lo hacen a cara o cruz (a Mochuelo y, lastima,
no menciona la otra opción) o aprender que por una infidelidad el marido podía esclavizar
a su mujer y luego venderla (que no es algo que me parezca bien, solo curioso)
seguramente entre otras opciones mejores y peores.
También es fascinante la descripción de los ciudadanos (no,
no de los de ciudadanos sino del concepto genérico de gente que vive, y tiene
derechos, en la ciudad): “Gente que
sucumbe al deseo de poseer cosas que no sabe hacer con sus propias manos. No al
anhelo ancestral de aprender el modo de hacerlas, sino al quedarse con ellas al
precio que sea para exhibirlas en su casa durante un tiempo y arrumbarlas después
en cualquier rincón. EL tipo de gente que ha convertido el mundo en un
estercolero atravesado por la guerra” que igual es un poco excesivo, achacándole
todos los males, pero no le falta cierto grado de razón.
También lo es su amor por los libros, por lo clásicos, con
en esa historia (seguramente clásica) en la que uno quiere vender nueve libros
por un precio y cuando no se lo pagan queda tres y sube el precio, y lo vuelve
a hacer hasta no vender ninguno en la que “Tarquinio
no consiguió comprender el enigma del valor de los libros, aunque es muy
sencillo: valen lo mismo nueve que tres, porque en cada poema, en cada
historia, está el hilo que lleva a todos los demás. LO que intentamos no es
preservarlos, sino materializarlos. Son un legado que no puede perderse,
siempre está ahí, en el fondo de cada uno. El olvido constante en que los vamos
hundiendo no los destruye, solo los esconde y los aplaza.”
En cualquier caso, como siempre ¡Divertíos asaltando el
castillo! que yo voy a seguir encerrado en casa hasta que pase esta ola de
calor (al de todos los años, por cierto) y recordar las palabras de Chavi (Don
Javier, o Señor Azpeitia) “los poetas cómicos
prefieren herir con la verdad a imaginar mentiras. La verdad hace más daño.” y
yo también soy de esta opinión. Siempre la verdad, las mentiras solo valen para
divertirse y no se deben contar en sustitución de la verdad, son otra cosa, no
otra liga, son otro deporte.
Un día cualquiera en Nueva York (Vida metropolitana y
Ciencias Sociales) – Fran Lebowitz
El misterio Bartlett – Louis Tracy
Trigo limpio – Juan Manuel Gil
Se ahogarán en las lágrimas de sus madres – Johannes Anyuru
De pronto oigo la voz del agua – Hiromi Kawakami
Músika – Javier Azpeitia