domingo, 27 de diciembre de 2020

Comentario de textos - Noviembre 2020

Todavía no he conseguido ponerme al día con el comentario de las lecturas de noviembre, pese a que ya ha pasado la navidad y estamos camino de fin de año y por lo tanto de comentar los libros leídos en diciembre.

Si yo fuera tan histérico como parte del personal de mi gestoría, que me reclama los gastos del trimestre a mediados del último mes, supongo que en la esperanza que en los últimos quince días no gaste nada ni tampoco facture nada, pues iría muy mal pero como tampoco es que tenga unas fechas límite con las que cumplir para la escritura de mis comentarios de textos, pues ni tan mal.

 La verdad es que mi ideal, lo que tengo en la cabeza, es intentar escribirlas en la primera semana de cada mes – ya será en los primeros diez días o en la primera quincena, que nos conocemos todos – para luego en la segunda quincena escribir sobre algo que no sean lecturas. 

Este es mi propósito de año nuevo, para cuando empiece el año, digo. Podría haber elegido otro propósito cualquiera, como dejar de fumar pero ahora con esto de tener que llevar mascarilla por la calle todo el tiempo se me hace incluso más difícil dejar de fumar o de llevar el cigarrillo encendido ya que si según salgo de un lugar me enciendo un pitillo para no tener que ponerme la mascarilla (casi como si fuera un judío ortodoxo, de alguna ortodoxia muy específica, que en lugar de tener que tocar el quicio de las puertas al entrar o salir pues tengo que encenderme un pitillo o ponerme la mascarilla; costumbres tan absurdas como la de cualquier ortodoxia  injustificable lógicamente).

La verdad es que como consecuencia fumo mucho más y me recuerda a cuando empezaron a prohibir fumar en el interior de los locales en NYC se convirtió en un instinto encender un cigarrillo a la salida de cada tienda o bar, sin importar que la siguiente tienda o bar a visitar estuviera a cinco o diez metros de la que salía, o incluso puerta con puerta: si salía a la calle, encendía un pitillo, si estaba llegando a algún sitio encendía otro y estoy convencido de que no era el único que hacía, hace, esto. En fin, que por motivos diferentes el resultado era, es, el mismo y no especialmente bueno para mi salud. Para mi salud física en el sentido exclusivo en el que ahora se usa el termino salud, olvidándose de la premisa básica de que la salud es mucho más que no estar enfermo. Ahora la salud es incluso más restrictiva y ya ni siquiera se trata de no estar enfermo, sino de ni tan siquiera estar expuesto a una posible enfermedad. 

Pero no quiero entrar en otro debate sobre la estupidez de todas estas medidas, de todos los cambios de vida, que la sociedad ha decidido aceptar como necesarios y, lo que es peor, como obligatorios sin pararse a pensar ni un momento en la lógica o el impacto de los mismos. Son conversaciones que no tienen mucho sentido porque para algunas, demasiadas, personas las teorías sin confirmar se han convertido en artículos de fe y ya estamos en una carrera para ver quién es el más restrictivo, el más solidario, el más concienciado y el más… ni idea. En fin, si seguimos así pues tendremos que decir adiós a la civilización y a la sociedad tal y como la entendemos y dedicarnos a vivir en una burbuja virtual sin contactos reales, o igual con un poco de suerte se nos pasara la tontería y volveremos a vivir sabiendo que siempre hay riesgo en la vida.

Pero como digo, no quiero meterme en esta conversación y hoy lo único que quiero – saltándome los comentarios sobre las navidades, que nunca ha sido mi época favorita del año (no, ni idea de cuál es mi época favorita del año, ni siquiera de si tengo una; diría que no, que depende del año) – es hablar de cosas fáciles como mis lecturas de este mes (bueno del mes anterior, ya sabéis).

Mi librería de referencia de la capital ha vuelto a abrir (aunque sospecho que han cambiado los horarios, pese a que ellos lo niegan) y pese a que ahora mismo no están los dos hermanos (a ver, si, están los dos hermanos Méndez , los oficiales, hermano y hermana, pero no los que yo he inventado que son hermanos; y la imaginación es, siempre, mejor que la realidad) es donde me abastezco y donde, salvo que andéis por la sierra u os apetezca ir al campo para, digamos observar fenómenos meteorológicos o astronómicos específicos, u otra cosa que aporte el campo, es la librería que deberíais visitar para vuestras compras o para las compras de navidad y reyes; si tenéis pensado ir al campo o ya habéis llegado obviamente mi recomendación es que elijáis bien el campo y que acabéis en la Librería Fuenfria donde os podrán recomendar libros e incluso más importante un bar cercano en el que tomar una caña o un caldito (si sois más de ese estilo, que de todo hay entre los campestres).

La primera elección del mes, Materia Oscura, era obvia pese a que las posibilidades de que fuera una buena novela eran escasas ya que, obviamente, se trata de una novela rescatada del cajón de borradores (o novelas completas) rechazadas en su día por la editorial o por el propio autor y que, a su muerte, pues sus herederos o la propia editorial, decide que es el momento de sacar al mercado. Sospecho que todos los escritores, sus familiares o sus editores, tienen este cajón, justo debajo del cajón en el que guardan múltiples cuentos cortos sobre temas o con estilos diversos, para poder aportarlos a distintas recopilaciones en caso necesario, o más habitualmente para incluirlos de alguna forma en una novela que se les ha quedado corta. A veces lo que está en estos cajones son ideas buenas que necesitaban más trabajo y para las que el autor no encontró el momento de completar; otras, sospecho, son ideas que el autor decidió dejar de lado porque no había conseguido lo que estaba buscando. Desde mi punto de vista esta novela es del segundo tipo, una novela que en su día le apeteció escribir y que o bien el propio autor, o su editor, decidió que no estaba lo suficientemente bien para publicarla. Una vez muerto, pues las cosas cambian y la novela está lista para ser publicada y vendida a los lectores asiduos del autor que compraran cualquier cosa del mismo.

No estoy diciendo que sea una mala novela e incluso me atrevo a decir que si la hubiera leído como primer o segundo libro de Kerr (no sé, en los tiempos de Una investigación filosófica) pues la historia de un ayudante de Isaac Newton, unos falsificadores y unos asesinatos seguramente me hubiera gustado. Ahora, después de todo Gunther, la verdad es que yo la habría dejado en el cajón hasta haber reescrito algunas partes y en general haberla mejorado lo suficiente. Tiene alguna frase buena “¿Agua, señor? Lo que usted necesita no es agua con la mañanita que hace. El agua no puede ser buena para la salud, es demasiado pesada y si no anda con cuidado le saldrá un cálculo. A unos caballeros como ustedes puedo ofrecerles algo mejor ¿le apetece una buena cervecita de Lambeth?” que mejora si tenemos en cuenta que por “mañanita” se refiere a primera hora de la mañana, algo así como a las seis o siete de la mañana que, hombre, es pronto para una cervecita; y también tiene alguna idea inquietante para estos tiempos de la sobreinformación que me afecta particularmente como escritor de estos comentarios de textos “Un librero debe guardar el secreto profesional igual que un médico. ¿en que se convertiría el mundo si cualquiera supiera lo que leen los demás? Desde luego, caballero, los libros acabarían siendo como pociones de charlatán y todos los embaucadores de los periódicos se dedicarían a afirmar la superioridad de un volumen por encima de otro.”

De hecho este tipo de afirmaciones son la que conforman todas las citas de las fajas de las novelas actuales, de las contraportadas y también son la ida detrás de las listas de libros más leídos de todos los periódicos y revistas que en tanto proliferan en estas fechas y que uno sabe perfectamente que no quieren decir nada, como el caso de la que envolvía “Exhalación” dedicada a que era el libro favorito, o que estaba leyendo, o que le había encantado (que no me acuerdo) a Obama y que esto era lo que lo convertía en interesante. Yo diré que esto no influyo nada en mi selección y vosotros podéis ponerlo en duda todo lo que queráis que así son las cosas… básicamente lo cogí por ser un libro de cuentos de ciencia ficción, pero cuando solo llevaba unas cincuenta paginas (en el segundo cuento y el que da título al libro) leí: “ahora también tenía espacio para rotar su microscopio en un radio de trescientos sesenta grados” y mi decepción por el autor o por el traductor o por la ciencia en la ficción se vino abajo: ¿un radio, en serio?. En fin, seguí leyendo… nada especialmente interesante salvo algunas referencias al abuso de la tecnología que se transforman en frases vacías e insensatas, en plan juicio moral, como “cualquiera que haya malgastado horas navegando en la Red sabe que la tecnología refuerza los malos hábitos”. Sí, claro, el malgastar el tiempo es culpa de la tecnología, es mucho mejor malgastar horas practicando un deporte, tirando piedras a un rio, o mirando a las musarañas.

La única idea que salvo de todo el libro, y solo por mi falta actual de memoria, es “se me ocurre que una memoria perfecta no podría constituir una narrativa de la misma forma que el metraje de una cámara de seguridad sin editar no puede ser una película.” Si bien es evidente que vuelve a mezclar conceptos y funciones y que tampoco esta al tanto de algunas películas de cine actual de autor, que ciertamente parecen el metraje de una cámara de seguridad o incluso mas aburridas, digamos como mirar como se seca la pintura de una pared.

Solo se me ocurre que a partir de ahora he de recordar las frases de la fajas y contraportadas de los libros no en relación con los libros en sí mismos, sino con el personaje o persona que las dice y el libro del que las dice, ya que como todas las recomendaciones dicen más del que las recomienda que del objeto recomendado.

En cuanto a llegue a casa, realmente a casa de Álvaro y Helena, y mire lo que había comprado me choco bastante haber cogido La familia Aubrey ya que no parecía interesarme nada y solo puedo explicar el haberlo escogido por un intento de equilibrar el género de mi librería (cogiendo alguna autora femenina que no conociera y que se supone buena, o incluso muy buena) o bien por la acción de la mascarilla que no me deja pensar, que embota mi pensamiento. Lo empecé a leer y llegué casi hasta la página cuatrocientos (de unas quinientas cincuenta) antes de decidirme finalmente a dejarlo ya que no conseguía nada de la historia, pero estaba a la espera de que mejorara. Supongo que a todos nos ha pasado lo de estar leyendo algo, no estar interesándonos demasiado, pero, de repente, un giro hace lo cambia todo y casi nos ponemos a leer retrospectivamente y vemos que ha merecido la pena el seguir con la lectura. No es el caso, o no ha sido el caso para mí en las primeras cuatrocientas páginas, igual tenía que haber seguido un poco más, o igual tenía que haberlo dejado mucho antes. Vete tú a saber, si eso, pues ya me contáis que os parece y si al final mejora lo suficiente.

En condiciones normales habría cogido Una chica es una cosa a medio hacer porque me parece un título fenomenal, lo habría abierto, hojeado un poco y estoy casi seguro de que no me hubiera decidido por cogerlo o solo lo hubiera cogido como último remedio: un vistazo rápido al interior, la lectura rápida de una página al azar, deja claro que solo es legible, si acaso, en versión original y casi imposible de leer en una traducción ya que toda la escritura parece basarse en un ritmo sobre frases entrecortadas que sencillamente se pierde en la traducción. El único motivo que se me ocurre para que llegara hasta casa con este libro es la necesidad de llevar como complemento vital una mascarilla que embota mi cerebro y que, sobretodo, me hace desear abandonar los sitios públicos en los que es necesario llevarla lo antes posible y salir a fumar un cigarrillo, o por lo menos llevarlo encendido. La única razón para aguantar hasta la página ochenta creo que fue mi cabezonería, pero sinceramente puede que es versión original no esté tan mal, o puede que este incluso peor y que sea una especia de ejercicio de un taller de escritura, ejercicio que no ha salido bien. Es algo que, me temo, tampoco sabré nunca y que, de momento, solo me ha servido para resolver la duda que siempre he tenido sobre si comprar la palmera de chocolate de El Zaragozano antes de entrar en la Librería Méndez o después. Claramente la tengo que comprar antes para llegar a la librería con, al menos parte, de mi cerebro operativo sin estar embotado por la mascarilla en el paseo hasta la librería. En mi próxima visita actuare así y veré si mi selección de libros mejora que desde luego la de este mes ha sido bastante decepcionante.

En fin, pues eso, que si consigo mantener mi propósito de año nuevo dentro de poco volveré a escribir sobre las lecturas de este mes de diciembre del que ya queda muy poco; mientras tanto ya sabéis “divertíos asaltando el castillo”.

 

Lecturas

Materia Oscura – Philip Kerr

Exhalación – Ted Chiang

La familia Aubrey – Rebecca West

Una chica es una cosa a medio hacer – Eimear McBride

lunes, 7 de diciembre de 2020

Comentario de textos - Octubre 2020

 Igual solo me pasa a mí, pero de vez en cuando me veo obligado a recordarme “ya está bien” para dejar de buscar excusas a algo que no me apetece mucho hacer pero que sé que acabare haciendo ya que si no lo hago pues no podré avanzar en otras cosas que he de hacer. O, a veces, se trata de una frase que hay que decirse para terminar con esa mezcla e autocomplacencia o de autocompasión que se nos mete entre los huesos como si fuera el frio de invierno y allí pretende quedarse; allí pretende que nos quedemos envueltos en una manta zamorana mirando la televisión o haciendo tareas cuyo único objetivo es obviar otras tareas que podríamos / deberíamos estar haciendo. Eso es lo que me ha pasado este mes (noviembre) con mi comentario de textos del mes (del mes de octubre) pero ya empezado diciembre he decidido darme ese ultimátum y ponerme a escribir en esta tarde de domingo constitucional y helador.

Podría ponerme directamente a escribir sobre los libros leído, pero creo que eso sería hacer trampa y no un poco de trampa, sino como hacer trampa jugando al solitario, No, antes de entrar en este tema os debo contar el motivo por el que este mes he tardado tanto en sentarme ante el ordenador a intentar escribir esto, o a no escribir sobre otra cosa.

El primero de noviembre me entere de que se había muerto Julian, compañero de estudios; potencial doble de Ray Liotta; autentico conocedor sino de todos los bares y casas de comidas de la prospe, si de todos los que merecen la pena o han merecido la pena en los últimos treinta años (y eso no siendo del barrio pues tiene su mérito): bebedor (especialmente de pacharán de sobremesa lo suficientemente larga para enlazar con el aperitivo de la cena y seguir hasta esas horas en las que cierran los sitios decentes o a hasta la hora en la que cerraban los indecentes y la vida se abría a un sol y sombra matinal) y vividor incluso después de que le diagnosticaran una enfermedad terminal, algo que conseguía sacar de los nervios a sus compañeros y amigos, digamos, menos vividores que le acabaron organizando varias intervenciones que pretendían corregir algunas de sus conductas que consideraban se debía a esa afición a la vida y a la bebida que tenía y no a un convencimiento interno, a una creencias profundas en hechos, puede que inexistentes pero que para el eran verdad absoluta; ingeniero de obra, porque tenía el titulo como todos los de la promoción, pero más cercano al mejor de los operarios o montadores que al ingeniero de oficina que en distintas facetas somos todos los demás, al que lo que le gustaba era hacer obra, si por el fuera con sus propias manos, desmontar su coche o su ordenador no como hacemos todos los demás como comprobación de que siempre sobran piezas sino incluso para añadirle nuevas piezas que a veces se había inventado que podían servir; una buena persona que, desgraciadamente, se volvió lo suficientemente loco (en sus últimos años, pero no por la bebida o la mala vida) para terminar enfrentándose con toda su familia y gran parte de sus , una buena persona que murió más abandonado de lo que merecía pero en cierta medida como él quería, igual que intento vivir aunque no lo consiguiera.

En fin, Julian murió y yo sé, sabia, que, pese a todo, a lo mucho o a lo poco que le conociera, no sería capaz de escribir “murió mi amigo Julian” y supongo que esto es parte de lo que me tenía bloqueado: la incapacidad para añadir amigo a los recuerdos de Julian ya que, pese a que, si le consideraba mi amigo, intermitente y lejano, saber de su muerte cuando ya me había bloqueado varias veces en el whatsapp (quejándose luego de que no le escribía), cuando después de un reencuentro tras largos años sin encontrarnos volvimos a separarnos en sus últimos años cuando cargaba con sus problemas de salud y mentales sintiendo que no le había sido de ayuda suficiente, o incluso que, en cierta medida, le había fallado me hacían imposible añadir ese amigo a la noticia de su muerte.

Y la ausencia de esa palabra en esa frase, mi incapacidad para añadirla, me duele ahora más, ahora que me gustaría poder contar buenas y malas historias de Julian, las de cuando estudiábamos, o no estudiábamos; las de su periplo profesional y sus cruces con el mío, esas anécdotas sobre el mundo de la obra y la licitación, de esa mafia, en las que su parecido con Ray Liotta y su afición al pacharán les otorgaban una credibilidad máxima; esas historias de cómo se gestó, y cual era, la causa de su locura final o de cómo no se volvió loco antes; o incluso las ultimas aventuras en varios viajes finales a Gandía (el) y a Piles (yo) aprovechando para visitar obras o incluso para arreglar la presión del agua en la casa de Piles (algo que se arregló gracias a su intervención, sus consultas con el fontanero municipal y su kit de aparatos de medida y sus herramientas que nunca hubo que usar ya que basto con abrir un grifo perdido); o las de otras cosas variadas pero de momento no lo hare y solo pondré, como homenaje y para demostrar el parecido con el ya mencionado, esta última foto suya en un restaurante excelente a las afueras de Valencia (elegido por Julian para poder comer bien sin tener que entrar a la ciudad) después de pasar un fin de semana en Gandía/Piles con la excusa de visitar unas obras. Aunque ya han he tomado varias a tu salud, la próxima cerveza y el próximo pitillo van por ti, e incluso cualquier día me pido un pacharán, aunque sea una bebida que no soporto.

Pero volviendo al tema del mes (del mes pasado, que conste) mi primera lectura fue Como polvo en el viento, que no recuerdo quien (creo que varios conocidos) me había recomendado, razón que en general no me parece suficiente para leer ningún libro. Las recomendaciones son muy delicadas y, en general, acaban siendo desacertadas. En este caso también lo han sido, por utilizar palabras del autor que incluyen un spoiler: “… la imagen de Adela lo perseguía y, con ella, la improbable novela de que aquella mujer que se aquella mujer que se llamaba Loretta Fitzberg fuera en realidad Elisa Correa y de que él fuese el padre del hijo que veinticinco años tras esperaba Elisa”. Vamos, un folletín en toda regla sobre cubanos, o más bien sobre exiliados cubanos, que a mí no ha conseguido interesarme más allá del hecho de seguir descubriendo que no, no todos hablamos el mismo español pese a que podamos entenderlo y que estas diferencias amenizan la lectura, o la hacen incomprensible a ratos, como cuando hablan de “fantaciencia” y yo en lugar de pensar en ciencia ficción me imagino toda la ciencia necesaria para preparar una bebida refrescante de naranja o limón y me acabo perdiendo en mis propias elucubraciones y en como esto es relevante en el comentario en el que se produce.

Como esta primera novela del mes era un buen tocho, que me aburría, pues hice algo que normalmente no hago y fue combinarla con la lectura de Las barbas del profeta que es un compendio de textos sueltos sobre historia sagrada escrito con el humor propio y, supongo que para algunos, irreverente de Mendoza sobre un tema que más o menos todos hemos estudiado pero que las generaciones más jóvenes se perderán (o solo conocerán por comics y películas y no en su verdadera, y mucho mejor, magnitud)

El libro está lleno de curiosidades de la historia sagrada que uno ha pasado por alto (como que en la Biblia nunca se menciona una manzana y que esta asociación es posterior debido a la ubicuidad de esta fruta); cosas que uno supo, pero había olvidado ¿Cómo que sucedía en Gomorra para que fuera destruida junto a Sodoma? (nada, por cierto) y ese paralelismo con “Nagasaki era como Gomorra, un bis que nadie había pedido”; o sobre las que uno tiene dudas como eso de que si la homosexualidad era bastante aceptada por casi todas las culturas de la época (Egipcios, romanos o griegos) porque tanta obsesión católica con esta preferencia sexual que al parecer era “no tanto por practicar actos reprobables como por incumplir el mandato que Jehová dio a Adán y Eva cuando los expulso del Edén: creced y multiplicaos, Los varones homosexuales crecen, pero no se multiplican.”. Lo que nos llevaría a la pregunta sobre ¿porque son aceptados los padres solteros sin hijos, vamos los curas, o la mayoría de ellos?

Por supuesto que también tiene preguntas que uno no se había hecho como ¿Cómo es que la travesía de Moisés a través del desierto duro cuarenta años? “una simple ojeada al mapa de la región pone en evidencia lo absurdo de la tardanza… …Si Moisés los guiaba y no supo orientarse mejor, deberían haberlo sustituido”; preguntas que uno ni siquiera se había planteado por poder ser acusado de irreverente ¿Qué hacia Dios antes de la creación? Si no fuera porque el mismo “San Agustin responde a esta pregunta con contundencia: antes de crear el universo Dios se entretenía pensado castigos para los que hacen preguntas estúpidas” , respuesta verdaderamente propia de un padre, o una madre más que de un Santo sin hijos conocidos; o preguntas más difíciles que solo pueden responder “uno de los evangelios apócrifos nos informa de cuanto pensaba el Niño Jesus al nacer: nada” respuesta que supongo es necesaria para evitar comparaciones con otros niños.

Lo dicho, una lectura verdaderamente entretenida, o por lo menos a mí me lo ha parecido al combinarla con el folletín con el que la estaba alternando, o por mi interés por estas, y otras, cuestiones absurdas.

El desafortunado cuenta la vida de un nazi – Adolf Eichmann – escondido en la argentina de Perón tras la segunda guerra mundial, como lleva una vida más o menos normal hasta que es capturado por el Mossad en 1960. Se trata de una lectura interesante, aunque como todos los libros que mezclan ficción con no-ficción siempre es difícil separar lo que puede ser cierto de lo que es directamente inventado, o más bien cuanto de lo cierto es atribuible al personaje real y no a un estereotipo que debe cumplir el personaje. Por ejemplo estoy seguro de que es verídica, y confirmable, la nomenclatura esta mezcla alcohólica “no se hubiera tratada de vino tinto sino de ‘sangre de turco’, como llamaban por aquel entonces a eso mezclado con champan” por raro y extravagante que pueda sonar tanto la mezcla como el origen del nombre. Más dudas tengo sobre que el protagonista realmente pensara “¿Cómo es posible que en ese país ninguna persona, peronista o no peronista, se había dado cuenta de que un vaso de menos de medio litro no podía calificar de recipiente apto para la ingesta de alcohol?” y que no sea un tópico asociado a todos los alemanes y no aplicable a todos los alcoholes sino solamente a la cerveza, afirmación con la que en gran medida estoy de acuerdo incluso considerando que la pinta estándar (la americana) tiene algo mensos de medio litro si bien la inglesa supera esta medida (dato que sirve para ganar, o perder, o sembrar confusión en cualquier conversación sobre cuanta cerveza cabe en una pinta; conversación que sí, que surge, más a menudo de lo esperable).

Hay otras que por ser más inquietantes no sé si son de la persona, del personaje o un estereotipo asignado libremente como ese “Por culpa de que los judíos no se fueron cuando todavía estaban a tiempo, nos obligaron a hacer lo que en realidad se buscaron solitos. Fue un suicidio, pero termino pareciendo un asesinato” que estoy seguro de haber leído en otros lugares como explicación de lo inexplicable.

Aunque mi país favorito – por curiosidad mental – es Japón la verdad es que también siento bastante curiosidad por Noruega (mejor dicho por ese conjunto de países indistinguibles nórdicos que unas veces llegan bajo ese nombre, otras bajo Suecia e incluso otras bajo Finlandia, esta ultima un poco más separable de las otras para una mente simplificadora como la mía que seguramente si fuera del revés pensaría que España y Portugal son el mismo país a todos los efectos) y es por esta razón y porque solo parece haber novelas negras de esas latitudes por lo que me decidí a coger este Hombres en mi situación que podría estar bien para un hombre fácil en una edad difícil como decía aquel (mi hermano, creo).

No me ha gustado pero he de reconocer que me ha servido para reafirmarme en mi convencimiento de que la manera de pensar de esos países es completamente distinta, lo que los dota de un cierto exotismo (por mucho que todo el mundo al oír la palabra exotismo piense en un sitio soleado, tipo caribe o África) pero en este caso a mí no me ha sido posible conectar con la forma de vida, la visión de la misma del protagonista cuyos problemas y planteamientos se me escapa completamente salvo por aquello que me recuerda a mi padre o a mí mismo: “Me creía las historias que contaba, a pesar de que no siempre fueran ajustadas a los hechos, por decirlo con prudencia, pero no mentía, es que lo recordaba diferente”.

Todavía no tengo claro si Butler me gusta o no, su primera novela me gusto bastante (o eso recuerdo), la segunda diría que no, aunque también tengo mis dudas y puede que me gustara; esta tercera Algo en lo que creer he de reconocer que no me ha gustado y lo digo aquí para la posteridad y para cuando vea la cuarta intentar acordarme y mirarla con más escepticismo (añado que no me ha parecido mala solo insuficiente para mis expectativas). El caso es que qué esta novela no me haya gustado me ha molestado porque creo que tenía potencial ya que trataba sobre una hija (ya madre) que se engancha a una secta evangélica centrándose especialmente en la reacción de los padres (ya abuelos jóvenes) y en las relaciones con el nieto, saltándose en gran parte una generación, algo que cada vez pasa más en mi opinión: al igual que algunos genes, algunos temas de relación han de saltarse una generación para poder ser analizados o comprendidos.

Poco o nada que destacar salvo mi conformidad con ese error en el que “La etiqueta ‘clásico’, por lo que parecía, había terminado por significar, de manera vaga y general, ‘no nuevo’” algo que obviamente siembra la confusión y limita el valor de la etiqueta al incorporar en clásico todo lo que no es nuevo, independientemente de su valor (que se supone implícito en los clásicos) y a la vez, restar valor a lo nuevo que tiene potencial para ser un clásico primando la cronología como medida de calidad.

En fin, que como veis el balance de lecturas no ha sido muy positivo, algo que achaco a la obligatoriedad de llevar mascarilla que, por lo menos, a mí me incapacita para pensar con tiempo y acabo cogiendo libros que sin mascarilla es posible no hubiera elegido y, lo que es peor estoy seguro de que dejando libros que debería haber cogido.

Si este mes todavía me he salvado un poco la verdad es que ya sé que el mes siguiente, que ya ha terminado, mis elecciones han sido un desastre y la verdad es que no sé cómo lo voy a solucionar ya que parece que esto de la mascarilla va a ser obligatorio mucho tiempo y mi cerebro no lo soporta. Eso por no hablar de la cantidad de gente que hay ahora paseando que hacen que este aplazando mi visita a mi librería de referencia más de lo necesario, tanto que ya no tengo nada que leer y tengo por delante el puente. Las cosas no pintan bien, pero todo pasara y en breve podremos, podréis “divertíos asaltado el castillo”.

 

Lecturas

Como polvo en el viento – Leonardo Padura

Las barbas del profeta – Eduardo Mendoza

El desafortunado – Ariel Magnus

Hombres en mi situación – Per Petterson

Algo en lo que creer – Nickolas Butler

martes, 27 de octubre de 2020

Comentario de textos - Septiembre 2020

No sé bien como empezar, si empezar gritando ¡Toque de queda! ¡Toque de queda! (que lo de la movilidad nocturna reducida que el presidente tiene la desfachatez de pedir que usemos como termino, pues no lo veo de ninguna manera. Ya me cuesta imaginarme que esta idea – nomenclatura – puede planteársela alguien es un circulo muy privado, de esos en los que se habla en catalán en la intimidad, pero salir en una rueda de prensa en todas las televisiones para intentar imponer esta neo lengua eso me parece claramente excesivo y ofensivo); o si recordar a ese agujero negro de bar cerca de Chueca que ha podido ser el causante de toda esta vuelta a los ochenta ya que a mí esto del toque de queda y el papa estado, inevitablemente, me recuerda a esos años en los que mis padres me decían que había que estar en casa a las diez, o los posteriores a esos en los que ya podíamos estar en casa a las doce. Si, esos años pre-SIDA, esos años en los que todavía se planteaba la abstinencia como una posible solución al SIDA al igual que ahora se plantea el recorte de la sociabilidad – una de principales características del ser humano – como la cura para esta pandemia. Me preguntaría si es que de verdad no hemos aprendido nada, ni nosotros ni todos esos expertos que se multiplican como champiñones después de una buena lluvia en un bosque. ¿de verdad, de verdad, buscamos la solución en la “abstinencia social”? ¿Por qué no unas rogativas y sacar unas vírgenes – no más de seis – en procesión? No sé, de verdad que se me hace difícil empezar ya que últimamente cada vez se me hace difícil entender el mundo exterior, ese mundo en el que al parecer mucha gente estaría de acuerdo en suspender el desembarco de Normandía, incluso con la certeza de que es la única forma de acabar con el régimen nazi, porque claro morirían algunos, muchos incluso, demasiados que es cualquier cantidad de muertos superior a uno. No, si puede haber muertos en el desembarco lo mejor será dejarlo tranquilo que al fin y al cabo solo se trata de acabar con el nazismo. Ya se nos ocurrirá otra cosa, o llegara la bomba atómica o las cosas se arreglarán porque tenemos “moral de victoria” (esas palabras u otras muy similares a utilizado nuestro presidente, porque eso es lo importante, las ganas de conseguir algo, aunque sea algo que no estás preparado para conseguir y para lo que no piensas prepararte; no, a ti te basta con desearlo y tener “moral de victoria”).

En cualquier caso, esta vuelta a los ochenta, al toque de queda paternal (no al declarado por aquel militar golpista con sus tanques en Valencia) hace que no me pueda quitar de la cabeza esa canción de Mama que tantas veces he cantado, muchas veces justo antes de terminar llegando tarde a casa por tomar la última cerveza y saltarnos el toque de queda (que al fin y al cabo todo el mundo sabe que no hay nada mejor para un adolescente que poder incumplir una norma familiar)




Casualmente me podría culpar un poco de esta vuelta a los ochenta ya que este mes mi primera compra en mi librería de referencia (ya sabéis, la librería Méndez de la calle mayor en la que me comentan que se os echa de menos con tanta tontería, al igual que en la de la sierra de Madrid, la Fuenfria de Cercedilla, en la que Rafa agradecerá vuestra presencia para tener una excusa para un vino y su economía agradecerá vuestras compras) fue Cuentos Completos de Lorrie Moore. ¿se puede ser más ochentero? Si, supongo, supongo que podría haberme comprado algo de Carver pero yo siempre he sido más de chicas cuando tengo la oportunidad y son buenas. De hecho, Lorrie Moore fue durante mucho tiempo – esos ochenta, primeros noventa – una de mis autoras favoritas (pese a que siempre he pensado que sus cuentos, y novelas, son, pues eso, muy de chicas, ya sabéis sobretodo de relaciones y esas cosas), probablemente una de las primeras autoras que leí en inglés y elegida sin demasiadas influencias exteriores (alguien me la tuvo que recomendar pero no recuerdo quien o cuando) y de la que pensaba que lo había leído todo y es posible, no podría deciros ya que incluso los cuentos que sé que he leído (y que siguen en mi biblioteca como prueba) no me acababan de sonar en esta relectura. Por ejemplo, no recordaba ese gran principio de uno de ellos: “Ocurrió en un lugar remoto. Había gimnasios, pero ni ironía ni cafeterías. La gente se tomaba las cosas literalmente, sin drogas.” que obviamente debería recordar ya que menor forma de describir una zona verdaderamente aburrida y, ya de paso, a sus gentes.

Lo que si me ha sorprendido es que comportamientos que antes nos parecían absurdos se han generalizado y me da la sensación de que cada vez más personas piensan eso de que como se solo se vive una vez pues hay que hacer cosas arriesgadas a lo que, al menos yo, sigo pensando que precisamente eso de que solo se viva una vez es precisamente “Lo que a ella se le antojo el motivo más importante para ir con cuidado, tomárselo con tranquilidad, disfrutar de una vida normal. No le gustaba hacer cosa donde el truco consistía en no morir en el intento”.

O ese otro de que nada es culpa de uno, que la culpa siempre esta fuera y en algo que no se puede corregir como “El mismo Mack seria ahora un genio si al nacer hubiera sido una persona completamente diferente. Pero ¿Qué le vas a hacer? En una ocasión leyó que los genios solo nacen de mujeres de más de treinta años; su madre tenía veintinueve. ¡Maldita sea, joder! ¡Qué cerca había estado!”. Sí, todos seriamos genios, o expertos, solo si fuéramos otras personas y si no lo somos es culpa de otros, que hacer algo para serlo esta fuera de lugar.

Pero este mes las cosas no han quedado en la relectura de autoras ochenteras, sino que mi siguiente elección Malos tiempos para el país, pasa en la Inglaterra de finales de los setenta primeros ochenta que al fin y al cabo pues son homologables a los primeros ochenta en los madriles. Se trata de una novela de esas supuestamente policiacas, con sus asesinatos en serie y su detective con problemas de personalidad que pretende retratar esa Inglaterra de finales de los setenta, primeros ochenta, marcada por la dama de hierro. Lamentablemente, como era esperable por estar escrita por un francés nacido en 1979, no consigue lo del retrato que hace aguas por todos lados y parece más de oídas y de búsquedas en una hemeroteca que de vivencia, o por lo menos fascinación; pero, que sabré yo de la Inglaterra de finales de los setenta (de la de los primeros ochenta algo más, pero tampoco mucho). El caso es que con tantos asesinatos de chicas “desde hace siete meses, la noche está reservada al género masculino a causa del toque de queda. Bárbara y sus amigas no lo han respetado nunca: cuando se es joven, la prohibición de salir por la noche es tan aberrante como la abstinencia sexual o la privación de música”. Encontrar un toque de queda en una novela ahora pues es sorprendente y llama la atención (las referencias, o comparación con la abstinencia sexual ya se me había ocurrido a mi antes, o a L, especialmente en relación con el SIDA, por si teníais duda sobre la comparación inicial, digo).

También es curioso encontrar otra referencia a mi tipo más odiado de barrio (diría que al más odiado por cualquier persona con amor por una ciudad) “… y toma Lilycroft Road, señalada por chales de fachadas amarillas y azules, con impecables jardincillos. El resto se divide entre iglesias, ultramarinos y tiendas. Bonito barrio para quien aprecie la comodidad de una vida sosa.” Es verdad que podría ser peor, si no tuviera tiendas o ultramarinos, pero creo que el color amarillo de las fachadas compensa la existencia de esos elementos, con creces. Pese a estos dos detalles la verdad es que el libro no merece la pena es esfuerzo de leerlo, incluso considerando que su lectura tampoco requiere mucho esfuerzo.

MI siguiente compra (o lectura, que ahora me doy cuenta de que puedo parecer un psicópata leyendo los libros en el orden en que me los he comprado. No, no es eso; no tengo ni idea de en qué orden los elijo – salvo excepciones – y desde luego no los leo en ese orden, es tan solo una forma de hablar, o de escribir) fue La mujer de la falda violeta. ¿La razón? Evidente, la autora es japonesa lo que ya son dos puntos a favor ya que curiosamente las escritoras japonesas tienen un punto bastante bueno. En general, que no es el caso. A mí me ha parecido infumable, pretencioso y sin capacidad para llegar a ese grado de pretenciosidad. No me he enterado de que historia quería contar y no he encontrado ni una frase ni una idea que retener del mismo. Es posible que la culpa sea mía, pero yo soy más de lo que cantaban solera “no es tu culpa, ni tampoco puede ser la culpa mía” en esa canción para dejar a una chica que luego reinventarían y mejorarían hasta la perfección (en lo musical y en la desfachatez) Los Modelos en su clásico temazo:


De Vuillard me había leído una novela por recomendación de mi librero de referencia de la serranía madrileña (Aka, mi hermano Rafa; Aka el librero tarambana) y me había gustado bastante así que aprovechando que han debido de editar gran parte de su obra pues ocupaba prácticamente una balda de la librería (de la Méndez) decidí coger otro, un poco al azar y escogí La guerra de los pobres. Se trata más de un cuento que de un libro propiamente dicho – por la longitud – y pese a tratar de sublevaciones campesinas apoyadas por teólogos. Algo que, pese a sonar mal, podía ser interesante, la verdad es que no es nada especial se lee bien y creo que le es aplicable su propia cita “La gente quiere historias, aclaran las cosas, dicen; y cuanto más auténtica es la historia, más gusta. Pero las historias verídicas nadie sabe contarlas.” Yo, por mi parte, siempre he dicho que prefiero la ficción, prefiero que todo sea mentira ya que es más fácil contar la verdad de esa forma que poniéndose a contarla. En el caso de querer contar la verdad siempre acaba uno teniendo que mentir porque la verdad no coincide exactamente con lo que uno quiere contar.

Hacía mucho que no compraba un libro para molestar a mi hermano Rafa, básicamente por falta de oportunidad que no de falta de ganas, que lo de molestar a los hermanos es, pues eso, una afición de hermanos. La existencia de Blanco, una especie de autobiografía, pero a través de artículos de Easton Ellis, era por lo tanto una oportunidad difícil de dejar pasar incluso sabiendo a priori que iba a ser una mierda sin ningún interés. La posibilidad de que tuviera alguna cosa buena podía compensar todas las cosas malas que pudiera tener. Lamentablemente cuando se juega, a veces se pierde y otras se gana, y si con esto no ha quedado bastante claro: esta vez he perdido y este libro es malo, malo, tan malo como para tener que darle la razón a un hermano. Imaginaos lo malo que es. En cualquier caso, aunque sin llegar al extremo del autor he de reconocer que mi visión de mi ciudad favorita últimamente empieza a coincidir con la suya de 2010 “Nueva York estaba, si cabe, todavía más atestada de gente, y de gente más rica; todo se veía limpio y ligeramente anónimo, como si la globalización hubiera tocado Manhattan con su varia mágica. La ciudad en la que, a finales de los ochenta, me había hecho mayor de edad era mucho más sucia, más aterradora y emocionante que el lugar homogeneizado y corporativo que percibí…” Resulta cierto ese NYC de los ochenta, noventa ya no existe y con él se ha perdido parte del encanto de la ciudad; afortunadamente solo parte y para mi sigue siendo el lugar ideal en el que pasar tiempo y puede que incluso vivir (cualquier día).

A ver, si uno se lee la solapilla de un libro en la que dicen que el autor es realmente un colectivo de escritores italianos la primera reacción es, casi con toda seguridad, dejarlo donde estaba e incluso – en estos días – ir a buscar el gel hidro-alcohólico que hay en todos los establecimientos para frotarse las manos a toda velocidad. Pero si la novela es de ciencia ficción mezclada con comunismo a uno le surge el recuerdo de Benni, y su fascinante Tierra, y decide darle una oportunidad a este Proletkult. ¿comete uno un error con esta actitud? Pues no estoy seguro de que contestar ya que se deja leer y toda la historia – con su colonia comunista extraterrestre – pues tiene su punto graciosillo, pero sin los excesos necesarios para resultar verdaderamente divertida o reivindicativa pese a ese “En Marte también hay contradicciones, repuso, como en todo lo que existe. Una sociedad ideal sin conflictos no sería ideal. Sería una mentira.” o la aclaración que pare hecha a la media de mi tío Ramiro, el cura obrero que debió de trabajar uno solo día de su vida (en parte porque sus compañeros no le veían trabajando) sobre porque se puede no ser obrero y comunista “que un obrero escriba novelas o deje de trabajar en la fábrica no significa que se aleje del pueblo. En cambio, si se deja seducir por los privilegios y el poder, deja de tener una cultura proletaria”.

Como ahora tengo poco trabajo, o más bien tengo trabajo de forma ocasional, pues dedico más tiempo a leer y antes de acabar el mes tuve que hacer otra visita al hermano Méndez que sigue trabajando (con su hermana verdadera creo, mientras que el falso hermano esta en ERTE, creo. Ya veis, soy un hombre de fe) y nada más llegar me encontré con Rotos, que se suponía era una novela, o supuse yo por mi cuenta y riesgo, pero resultó ser un libro de cuentos. Eso sí, un libro de cuentos de Don Winslow por lo que no había duda de que empezaría a leer.

He de confesar que para mí tiene algo de autor inventado ya que estoy convencido de que la primera novela que leí de el – por recomendación de mi hermano Rafa – trataba sobre la mafia de las basuras en, diría, Nueva York o Nueva Jersey, algo que pese a todas las pruebas en contra sigo creyendo, y que me encanto tanto como para convertirlo en uno de misa autores favoritos y haber leído todo lo que ha publicado (con mayor o menor disfrute). Además, creo que su trilogía sobre las drogas la componen cuatro libros (lo cual ya es raro) no siendo ninguno de los cuatro ese primer libro que sí que forma parte de la trilogía oficial. Pues eso, toda mentira en mi mente, o mejor dicho ficción, que es algo bueno para un autor de ficción que es cuando es bueno (cuando se pone en modo tesis doctoral periodística resulta ligeramente agotador). Por si todo esto fuera poco tengo una anécdota con un libro suyo – un homenaje a Trevanian, otro grande – en la que era mi librería de NYC cuando yo había cogido el único ejemplar y en la caja una señora empezó a decirme que ella venia justo a comprárselo, a punto estuve de ceder, pero cuando se dio cuenta de que yo había venido de España y ella de un par de manzanas pues decidió no insistir en que venía a por el… ya vendría otro día.

Sea como sea el libro tiene seis cuentos y curiosamente todos son buenos y varios de ellos con personajes de otras novelas como los maria-cultores de Salvajes, los surfistas de la patrulla del amanecer o el mismísimo Frankie Machine, así que era un poco como volver a estar entre amigos.

Uno de los cuentos empieza con una de esas frases que ya lo dicen todo: “Nadie sabe de dónde ha sacado el revolver el chimpancé” y que a mí por supuesto inmediatamente me trajo a la cabeza a los Yayhoos y su excelente canción, al parecer dedicada a Hank Williams Jr, que ahora mismo sigo cantando y que os comparto.


Los personajes le permiten mucho juego, incluso cuando resultan sumamente realistas como ese atracador que para defenderse de la acusación de un robo afirma “¡No puede identificarme – contesta Richard indignado - ¡Llevaba puesta una máscara!. Estos chicos se hacen querer, piensa Chris, Se hacen querer de verdad. No me extraña que el club Mensa tenga tan poco éxito en las cárceles.” Aunque todos lo sabréis el club mensa es el club de los supe inteligentes, que seguramente hacen justicia al primer sinónimo de club que le vino a la cabeza a mi sobrina Alicia con sus diez añitos: una secta.

También esa chica, Carolyn, que tiene un novio que es profesor, buena persona y un poco tontorrón y que de repente tiene una epifanía al pensar en él y sus virtudes: “el profesor Capullo siempre estaba dispuesto a hablar de sí mismo: de su carrera, de sus ideas, de su ropa, de sus miedos, de sus ansiedades, de su sinusitis, de sus sentimientos… Santo Dios, estaba saliendo con una mujer sin saberlo, se dice Carolyn”.

Y por supuesto los amigos de novelas anteriores, los surfistas adultos, o de la vieja escuela que suena mejor, y a los que uno de los jóvenes intenta convencerle de las ventajas de un ipad, o ipod, o como se diga el cacharrillo que le permitiría llevar la música a todas partes y el solo puede responder: “pues yo no quiero llevarme mi música a todas partes, se dice Duke ahora. Quiero escucharla en mi casa tomándome un whisky y en disco de vinilo, como está mandado”.

Incluso la chica tontilla de salvajes tiene su buena frase al afirmar que “fue ella quien me explico que ‘madre’ y ‘padre’ son verbos antes que sustantivos”.

Pues eso, seis cuentos muy majos para redondear un mes sin demasiados encierros y no como los que vienen por delante que prometen ser demoledores.

Ojalá pudierais divertiros asaltando el castillo, pero todo el mundo sabe que el asalto a un castillo ha de empezar antes del amanecer y con este toque de queda pues está difícil, además suelen necesitarse más de seis personas y a veces el asalto se alarga hasta bien entrada la noche.

 

Lecturas

Cuentos Completos – Lorrie Moore

Malos tiempos para el país – Michaël Mention

La mujer de la falda violeta – Matusko Imamura

La guerra de los pobres – Éric Vuillard

Blanco – Bret Easton Ellis

Proletkult – Wu Ming

Rotos – Don Winslow

domingo, 4 de octubre de 2020

Comentario de Textos - Agosto 2020

 Pues parece que ya se han cumplido seis meses desde inicio del “estado de alarma”, esa cosilla que iba a durar un par de semanas y de la que, según nuestros variados presidentes ya “hemos salido, y hemos salido más fuertes” varias veces. El caso es que hoy es el primer día en que en Madrid se inician nuevas restricciones a la movilidad por unos criterios verdaderamente absurdos, que hacen sonrojar a cualquier persona con un mínimo de conocimientos estadísticos (además de hacer sonrojar a todo el mundo por esas pequeñas cosas como ser discriminatorias y claramente ineficientes).

No sabría por dónde empezar a comentarlas o cual podría ser el objetivo de comentarlas pero me cuesta contenerme, casi me hace daño pensar en que para limitar la movilidad se permitan todo tipo de movimientos salvo aquellos unidos a llevar una vida normal (aparte del trabajo), hiere mi sensibilidad pensar en que exista un criterio absoluto, lo que parece un número casi elegido al azar (si bien un numero redondo, 1000 casos por cien mil habitantes parece ser el numero elegido,  que al parecer no se aplica homogéneamente o sobre unos datos de una fiabilidad que no me atrevo a clasificar ni de mínima) y aplicado a zonas todavía más aleatorias basadas en cuál es tu ambulatorio – o zona sanitaria – de referencia (qué más da donde desarrolles tu vida, si cuesta abajo según sales de casa, y que no hayas pasado por la puerta de tu ambulatorio ningún día de tu vida cotidiana; a ti te ha tocado el ambulatorio que esta cuesta arriba y, pues ya está, hay quedas computado, que no sepas ni donde esta o cual es el límite de tu zona, que importancia puede tener para la transmisibilidad del virus); que el tamaño (no ya las características)de cada zona básica de salud pueda no ser equiparable al de otras zonas de salud que importancia puede tener; que todo esto te lo digan unas gentes que no han entendido como funciona el uso de la mascarilla y que se la estén quitando justamente para hablarte que importancia podría tener; en fin, que para que nos vamos a meter en berenjenales de desviaciones típicas, de fiabilidad de los datos, de tamaño de muestra o de cualquier otra cualidad básica que solo puede ser examina por un comité de expertos invisible o inexistente. Pues eso, que no sabría por dónde empezar y la verdad es que volver a recordar las célebres frases de los epidemiólogos suecos que en su día decían “el problema de los confinamientos, es que… hay que salir de ellos; y para eso hace falta un plan que seguramente falle”, no sé, igual para el primer aniversario del primer estado de alarma o para el tercer mes del segundo confinamiento pues retomo el tema De momento, creo que lo dejo aquí y me vuelvo a escribir sobre mis lecturas, pero si nuestros majaderos dejan de crear comités para “reunirse y comer” y al final les da por sacar al ejército a rodear los barrios obreros – perdón los barrios con mayor incidencia – para que se cumplan las instrucciones marcianas que han decidido pues, ya, si eso, y antes de que estalle la sublevación y podamos volver a bailar (los que bailéis, que yo no voy a empezar a mi edad) o a tararear este temazo, u otros con estos pioneros de la protección facial (que no de la distancia de seguridad, que eran otros tiempos) pues ya comentamos.



Aprovechando el paso de por Madrid, para mi escapada laboral a Oporto intente acercarme a mi librería de referencia en la calle mayor, la librería Méndez que necesita (como todas) vuestras visitas de apoyo y, sobre todo, vuestras compras para competir con los gigantes del comercio electrónico y en mucha menor medida con la que ya debería ser vuestra librería de referencia en la sierra de Madrid, ya sabéis Fuenfria en Cercedilla, pero la encontré cerrada (creo que por horario, que lo habían modificado lentamente). Afortunadamente me quedaba, de mi última compra, un libro sin empezar por lo que, de momento, podía sobrevivir sin verme abocado a traicionar a los hermanos Méndez (que a mi hermano me es más fácil y mucho más habitual traicionarle).

Así que mi primera lectura fue El libro de los nombres que conforme a la contraportada mezclaba dos temas que (al menos en mi imaginario personal) resultaban difícilmente mezclables: los colaboracionistas nazis y Noruega. No es que desconozca que Noruega fue invadida por los nazis y no soy tan ingenuo para pensar que si hubo un movimiento de resistencia a los nazis (cosa que doy por supuesto, no porque los noruegos no sean un poco nazis, sino porque a nadie le gusta ser invadido) también tuvo que haber un movimiento de colaboracionistas que les apoyaran (siempre hay gente que aprovecha las oportunidades, incluso las peores oportunidades), es tan solo que nunca se me había ocurrido imaginar que realmente lo hubiera y que ellos también tuvieran a su Billy el niño (estilo franquista, digo, no estilo forajido del oeste, con su tapabocas no homologado).

Vale, seguramente a muchos de vosotros esto – lo de los colaboracionistas nazis noruegos – no os haya sorprendido, pero me extrañaría mucho que supierais la historia de cómo los nazis se llevaron a gran parte de los judíos de Noruega en “la mañana y la noche del 26 de noviembre de 1942, en la que todas las familias fueron recogidas de sus casas”, ¡en taxis! para llevarlas hasta un barco en los muelles de Oslo. Si, parece que no los recogieron en furgones o camiones militares, no, parece que los recogieron en taxis para que pensaran que los llevaban a Israel. Unos tíos finos en cuanto al transporte, aunque parece que no tan finos en lo de las masacres.

El libro tiene una estructura curiosa, en la que cada capítulo empieza por una frase (o más) que recoge la letra del alfabeto (“A por acusación”, “G por Granada, España”, y así) que parece mostrar algún problema con la “J” donde el escritor ha tenido que escribir “J por Janucá” que seguro que está bien pero que se hace raro a los que siempre hemos visto esta fiesta judía escrita como “hanuka” y más raro a los que – extravagantemente, sin motivo – pensamos que en noruego debe de haber muchas palabras que empiecen por “J”.

La verdad es que es un libro que se lee muy bien y resulta curioso, aunque la reflexión que a mí más me ha gustado no es suya, sino, al parecer, de una tal Ann Heberlein con la que coincido casi totalmente: “los seres humanos ya hemos defendido los actos ante nosotros mismos antes de realizarlos. Por eso el acto se hace realidad, porque ya se ha sopesado si es bueno o malo, si es algo que debe hacerse o no. SI se elige hacerlo, el acto ya está justificado. Entonces resulta difícil arrepentirse, porque requiere que uno retroceda, que uno se atreva a considerar la motivación y la justificación con otros ojos”.

No coincido del todo ya que a veces hay actos que tiene unas consecuencias que no esperábamos, que no han entrado en nuestro razonamiento, digamos, por ejemplo, el caso de ese capitán de barco que al pasar por las islas Mauricio y por ser el cumpleaños de un miembro de la tripulación decide acercarse a la costa para intentar conseguir una mejor señal de telefonía para que su familia pueda felicitarle y acaba encallando el barco y dando lugar a un desastre ecológico. En este caso el arrepentimiento es posible, no así en el caso del primer accidente con víctima mortal de un coche sin conductor, en el que el sistema detecto al peatón con seis segundos de anticipación, el sistema evalúo que lo iba a atropellar un segundo y medio antes de ocurrir el accidente pero el sistema no freno ya que estaba programado para ignorar falsos positivos y el coche acabo atropellando al peatón (al parecer los diseñadores habían decidió que si el coche tuviera que parar en todos los casos semejantes se pasaría el viaje parando y no sería un proyecto viable). En este caso el arrepentimiento es difícil de creer.

Antes de acabarme este libro decidí acercarme a la competencia de mis librerías de referencia (no, no daré nombres por parafrasear esa frase de mis padres de “Se dice el pecado, pero no el pecador” que, obviamente no viene al caso ya que ya he dicho ambos pero que me apetecía citar) y me abastecí para volverme a Piles.

Cogí pequeñas mujeres rojas, por aquello de coger un libro de alguna autora española contemporánea y con la idea de que Rafa me había hablado de la autora favorablemente (aunque de esto no estaba seguro y leído el libro estoy casi seguro de que no, o puede que si). En principio no parecía nada tentadora, una historia con el trasfondo de memoria histórica (unas fosas de la guerra civil) y (según la contraportada) homenajeando cosas tan variadas como Hammet o Rulfo, Peter Pan o Alicia… casi nada, o casi todo para presentir que sería lo que yo llamaría pedorrillo pero me sentía generoso y me apetecía darle una primera oportunidad, pero me reafirmo en que no todo el mundo merece una segunda oportunidad y estoy casi seguro de que en este caso lo recordare. Creo que una de las cosas que más me ha molestado de este libro es que la protagonista (que atrevidamente imagino es como se ve, o le gustaría verse a la autora) sea capaz de afirmar “yo también tengo mi culturilla, aunque no la voy exhibiendo por ahí” (citando innecesariamente La Naranja Mecánica) y esta misma narradora se plantee el siguiente problema matemático de su infancia: “Un tren sale de Barcelona a las 12.30 a una velocidad constante de 200 kilómetros por hora ¿A qué hora llegara a Madrid sabiendo que entre Madrid y Barcelona hay una distancia de 625 kilómetros? Y, lo que es peor ¿a qué hora pasara el tren por Calatayud considerando que entre Madrid y Zaragoza median 313,5 kilómetros y entre Zaragoza y Barcelona 316?”. Aunque creo que la autora, con su culturilla, no sabría resolver la primera pregunta estoy dispuesto a aceptar que en esto me equivoco, pero estoy seguro de que no siquiera sería capaz de darse cuenta de cuantos errores hay en la segunda pregunta (como si fuera una profesora de clase de mi sobrina Alicia que ni siquiera saben cuándo la pregunta tiene errores).

A Manuel Vicent nunca he conseguido cogerle el punto, no es que me disguste, pero, en general, no me acaba de gustar especialmente pero como estaba cogiendo libros para irme a Piles pues parecía que este Ava en la noche, era casi obligatorio para viajar a valencia y leerlo en Piles, casi como homenaje a mi padre que si le encantaba, así que no tuve muchas dudas al elegirlo.

Al final gran parte de la historia pasa en Madrid, centrada en los míticos Jarabo y Ava Gardner, saliendo lugares clásicos como el Chicote y más que favorito de mi padre creo que es una novela que le gustará mucho a mi sobrino Rafa y a mi hermana Maite por la parte de Jarabo y de ese Madrid de posguerra que supongo que retrata y que les dará para un par de conversaciones divertidas. A mí, como casi todo lo de Vicent, pues me ha parecido entretenida, pero sin más, sin ninguna profundidad y con escaso interés. Lo que más me llamo la atención es que (si no lo leí mal, ya que se me olvido marcarlo en su momento y luego no lo localice) aquí el valenciano cuando habla de un blanco y negro, dice algo así como: es un bocadillo de Longaniza y Butifarra. Si no ha sido una alucinación me alegro de que mi padre no haya llegado a leer esta barbaridad que heriría mortalmente su sensibilidad valenciana y las protestas podrían oírse desde las antípodas (y, esta vez, con razón)

Echadme a los lobos es una novela, teóricamente policiaca, de la que lo único que me molesta es ni haberla comprado en una de mis librerías de referencia. No es que me haya parecido buena, es que me ha parecido excelente. No como novela policiaca, ni como noir que dicen en la contraportada, ni como si tuviera relación con el Brexit que es lo primero que dice la contraportada. No es ninguna de esas cosas, ni policiaca, ni negra, ni de actualidad del Brexit, no tiene ninguna de esas cosas, pero… es excelente y aplicando la “Primera ley de la termopoetica – le dice Danny después, al salir de clase - : No trata sobre lo que trata.”

Desde el personaje principal que “es un hombre que le da mucha importancia a las pequeñas cosas: la buena educación, la cortesía, la consideración con los demás…, la calderilla de la vida civilizada. Pero con la calderilla de la vida civilizada hay suficiente para todos.” ¿Cuántas veces hemos usado en casa el concepto de calderilla, frente a los cheques en blanco, (si bien no de la misma forma)? Hasta esa sobrina Marieke que graba sonidos de cosas, que distingue entre el pasado grande y el pasado pequeño, y a la que “cuando me pregunta cuál es la diferencia entre lo olvidado y lo que nunca se ha conocido, es algo tan elemental que no soy capaz de responderle”

Pasando por las referencias numéricas: “ven los ceros llenando du cuenta (no deja de ser curioso lo de los ceros: cuanto más nada hay, más dinero tienes”, o esa otra impecable de “0 es un hecho, pero 1-1 = 0… bueno, ahí hay una historia, la historia de todo”.

Tiene tantas frases buenas, tantos conceptos interesantes que por muchas que ponga todavía quedaran muchas más, tantas que te hace dudar si no las ha dicho antes Oscar (que siempre lo ha dicho todo antes):

“mi desprecio por él es como el fuego que deje encendido en una habitación sabiendo que iba a volver. Da igual si es en media hora o en medio siglo, porque, cuando se trata de él y de gente como el, mi desprecio está regulado con termostato”

“aunque es posible que no tengas talento para triunfar, puedes consolarte pensando que tu mediocridad evitara que fracases”

“ha descubierto que los exrebeldes son los que mejor resultado dan como esbirros, y tiene a gala su capacidad para sacar al conformista que llevan dentro”

Podría seguir, pero cierro con su propia explicación de por qué tienen tanto existo las novelas de ciertos géneros: “El género detectivesco, policiaco, de suspense, etc., con sus tramas llenas de giros inesperados y exculpaciones en la sala del tribunal…, es solo un lugar de nuestra cultura en el que ponemos la complejidad de la que carece el mundo”.

Si recomendara libros, la recomendaría, pero como parece que tiene otra pues voy a buscarla a ver si la leo y por supuesto a intentar recordar este nombre para futuras novelas (McGuinness, Patrick parece fácil de recordar para un aficionado a la cerveza, pero es el típico nombre con truco).

Quanlityland es una de esas novelas que compras sin muchas esperanzas, ya que leyendo la contraportada te das cuenta de que es una chorrada que posiblemente no daría más que para un capitulo de una serie de, digamos, Netflix: el típico futuro distópico en el que todo está controlado por las maquinas, o más específicamente por nuestras interacciones con las maquinas básicas (tipo teléfono inteligente, quiera decir esto lo que quiera decir en este contexto) y con nuestra necesidad de ser valorados continuamente para no sabernos solos (aunque sea siendo apreciados, con un like, por gente que apenas conocemos o que la verdad es que ni siquiera apreciamos). Eso es lo que piensas cuando la compras y es exactamente lo que te da: no es más que una parida continua que parece escrito por dos fumados que se van retroalimentando y jugando a ver quién dice la cosa más exagerada, pero como una película de Cheng & Chong pues la lees con una sonrisa en la cara e incluso con alguna carcajada porque sí, porque sencillamente las chorradas acumuladas son divertidas.

Ahora que parece que dos chatbots (programas cuyo objetivo es dar conversación a los usuarios de internet, generalmente para informarles de cuánta razón tienen o de las ganas que una belleza rubia de estonia tiene de conocerles y enamorarse de ellos) parece que se han inventado un lenguaje propio en el que se comunican (o se comunicaban hasta que han decidido desconectarlos antes de que se pusieran a hablar con otros y a organizar el fin del mundo) pues es divertido recordar la historia, citada en el libro, de “Tay que debía aprender de las interacciones con sus interlocutores. Y eso hizo. Al cabo de tan solo dieciséis horas, Microsoft lo retiro de la red porque negaba el Holocausto”. Esto que en el contexto del libro parece mentira es una historia real, Tay estaba diseñado para parecer una adolescente americana de 19 años y para interactuar en twitter con los usuarios, básicamente diseñado con una técnica de repetición de lo oído, por lo que después de solo dieciséis horas, en las que publico cerca de 90.000 tweets de esos, se había vuelto obsceno, negacionista y tan políticamente incorrecto que sí, tuvieron que desconectarlo. Algo que genero una campaña para que volvieran a conectarlo, lo liberaran, en la red. Extrañamente Microsoft dice que aprendió la lección, pero ha seguido sacando chatbots para entretener a la gente, o, para algunas personas, solamente para expandir mensajes racistas y peligrosamente antisociales. Supongo que en cierta medida es un logro de la inteligencia artificial, el conseguir parecerse tanto a la inteligencia normal en su nivel más mediocre o bajo.

Mi última lectura, Nos vemos allá arriba, la cogí sin especial interés y cuando fui a pagar el dependiente me comento todo contento “ya han editado la tercera parte de la trilogía”, como si debiera comprármela sin saber que era una trilogía o sin haber leído ni siquiera la primera (algo que podía suponer al estar comprándome yo esta y no la segunda) demostrando una inteligencia al nivel de la de Amazon que siempre te recomienda el libro que te acabas de comprar (que normalmente es justo el que ya no quieres comprarte)  y recordándome una vez que Lourdes en Partners & Crime cogió un libro y el dependiente le dijo “no, ese no, coge el ejemplar de ejemplar de al lado que está firmado por el autor” (autora creo que era, por matizar) a lo que Lourdes le dijo “no gracias, que todavía no sé si me ha gustado y paso de tener un libro que no me guste firmado”.

Después de leer este libro no tengo demasiadas ganas de leer el resto de la trilogía, a ver, no es malo pero tampoco me ha interesado especialmente ni siquiera considerando que el tipo de negocios que los protagonistas proponen para recuperarse económicamente son propios de esta España y todo me lleve a pensar que probablemente pudiera tener lugar aquí (no en la España de posguerra, donde seguramente sucedieron, sino incluso en esta España actual) o que está bien escrito e incluso con frases excelentes como ese “Labourdin era un imbécil esférico: lo volvieras hacia donde lo volvieras siempre se mostraba igual de idiota” que adoptare para, por desgracia, describir a algunos conocidos que son totalmente esféricos respecto a la idiotez o incluso frente a otras cualidades.

Y que decir de esa diferencia entre conceptos como “La escasez es peor que la miseria, porque en la indigencia es posible conservar la dignidad, mientras que la estrechez te conduce a la mezquindad, a la racanería, te vuelve tacaño, ruin; te envilece, porque frente a ella es imposible permanecer intacto, mantener el orgullo, el amor propio” que siendo verdad es falsa ya que siempre desde un punto de vista vital igual es mejor la escasez que la miseria pero a la que no le falta un poco de razón. No sé si me explico.

En fin, aquí lo dejo ya que se me ha hecho tarde – ya ha empezado octubre – por lo que en breve tendré que ponerme a comentar las lecturas de septiembre desde este nuevo confinamiento perimetral que ahora tiene la ciudad de Madrid (y otras) y cuya base técnica o científica es cuando menos más que discutible, por no hablar de sus implicaciones sociales, pero, ya, si eso, pues comentamos otro día.

 Lo dicho, divertíos asaltando el castillo (en los horarios convenidos y con las restricciones actuales, si esto es posible).

 

Lecturas

El libro de los nombres – Simon Stranger

Pequeñas mujeres rojas – Marta Sanz

Ava en la noche – Manuel Vicent

Echadme a los lobos – Patrick McGuninness

Qualityland – Marc-Uwe Kling

Nos vemos allí arriba – Pierre Lemaitre

domingo, 30 de agosto de 2020

Comentario de textos - Julio 2020

La verdad es que me habría gustado escribir esta entrada en Piles, de cara al limonero, para poder empezar parafrasear a aquel y decir “… y el limonero seguía allí.” y para que no hubiera vuelto a pasar tanto tiempo que más que “asentar” mi opinión sobre las lecturas estoy descubriendo que lo que hace es que me olvide completamente de lo leído (lo que en algunos casos es, desgraciadamente, bueno, pero en otros me pone en el compromiso de no recordar).

En cualquier caso, no ha podido ser. Las razones, pues varias. Así en plan excusa puedo contaros que una vez levantada la cuarentena he hecho mi primer viaje internacional en avión y por trabajo, lo que a su vez implica que he trabajado algo este mes (el de agosto, me refiero) y más realistamente, pues la pereza innata a estar en Piles, donde entre el calor, los mosquitos y pese a esto lo bien que se está sin hacer nada pues ha hecho imposible ponerse a escribir sin tener una obligación (no, esto no es una obligación, o no lo es del todo). Creo que los diez primeros días de cada viaje a Piles es imposible hacer nada útil, salvo leer y comer (cosas útiles en sí mismas, pero ya sabéis a lo que me refiero) y que es ya en la segunda semana en la que uno puedo plantearse empezar a producir. Por lo menos eso me pasa a mí, que pese a montar el ordenador el primer día (si, no, yo no llevo un portátil, sino que me llevo el ordenador de la oficina – el de sobremesa – en un precioso maletín de asesino profesional) e incluso sentarme todas las mañanas pues, a menos que sea necesario por tener una fecha de entrega, pues no empiezo a empezar a hacer mis cosas hasta la mediados de la segunda semana y claro, si como este mes, esto se ve interrumpido con la necesidad de viajar pues, sencillamente, no avanzamos.

En cualquier caso, antes de ponerme a hablar de los libros que este mes son bastantes, os confirmo que las medidas de para viajar en los aeropuertos son ridículas, al menos entre Oporto y Madrid. Ahora para ambos sitios hay que rellenar – antes de embarcar – una declaración indicando en que sitio del avión viajas (como si esta fuera una información que las aerolíneas no tuvieran ya, con toda la que te obligan a repetir a ti, con la molestia que esto supone). Para Oporto se supone que has de llevarla y entregarla al llegar en la aduana pero el caso es que todos nosotros nos volvimos con el papel perfectamente relleno sin que nadie hiciera ni el mínimo gesto para pedírnoslo; para volver a Madrid, o para entrar, has de llenar un papel parecido pero en una aplicación – se ve, que somos más modernos – y por supuesto has de llevar un papel con un código de barras que te dan pero que obviamente tampoco comprueban (en honor a la verdad he de decir que si lo comprueban, visualmente, es decir un tipo mira que tienes un papel que parece el que tienes que tener, sin leer el código, así a ojo de buen cubero, y te deja pasar tranquilamente). Vamos que todo de cara a la galería, para que la gente se quede contenta con que se está haciendo algo, molestar a la gente para que proporcione información que ya tienen y que no van a comprobar. No se puede ser más estúpido o absurdo.

En fin, de Oporto nada os puedo contar ya que fue un viaje relámpago, de esos en los que van de oficina en oficina, de depuradora en depuradora y podrías haber estado en Oporto o en Tombuctú y solamente disfrutas de un poco de sabor local en las comidas, que, eso sí, como íbamos de invitados pues fueron casi todas buenas y copiosas pero aburridas porque continuaban siendo de trabajo. Si, si tomamos bacalao y no, no lo y tomamos a la portuguesa ni a dourada; así de raros somos o son nuestros anfitriones pero tomamos una lubina salvaje espectacular y un arroz caldoso con dorada verdaderamente sensacional, pese a que no pudimos acompañarlo con vinho verde ya que nuestros anfitriones se negaron a tamaña aberración, según ellos cualquier otro vino es mejor que el verde, algo que me sorprendió sobremanera. Poco más os puedo contar ya que todo lo que tratamos es confidencial, si, ya veis, secretos de grandes empresas de los que ahora extravagantemente yo soy conocedor.

En fin, pasando a los libros, mi primera lectura fue Las Huellas del Silencio, que así, a priori, por la contraportada tiene un interés discutible para alguien que ha ido a un colegio laico ya que trata sobre curas pederastas pero que me decidí a coger para no tener que leer la novela con la que se hizo famoso el autor, esa de el niño con el pijama de rayas (que nunca me ha apetecido leer). La novela se deja leer bastante bien y la perspectiva – la de un cura que no ha participado en los abusos y que realmente no era, o no quería ser, consciente de ellos – resulta interesante. Y la postura, el comportamiento, de la iglesia frente a este tema queda claramente establecida en este dialogo entre el cura y un cardenal en una aparición radiofonica:

-¿trasladaron a Tom Cardle de parroquia en parroquia, usted y sus colegas obispos, porque sabían que el agredía sexualmente a niños?

- Liam, si yo hubiera sabido que él estaba haciendo eso, acaso trasladarlo no habría sido lo correcto? ¿O tendríamos que haberlo dejado donde estaba?

Oh, no, dije negando con la cabeza. Aléjate del micrófono, por el amor de Dios.

- Lo correcto habría sido llamar a los gardaí eso habría sido lo correcto – señalo Scott, levantando la voz por primera vez.

- Bueno, claro, claro – dijo el cardenal – Y lo hicimos. En su momento.

- No es cierto – respondió Scott bruscamente – Los gardaí fueron a buscarlos a ustedes.

- Pura semántica.

Primero un razonamiento totalmente tramposo, seguido de una falsedad completa y rematado con una afirmación vacía – o peor aun realmente de aceptación como negación -. dicha con seguridad, como si fuera algo irrelevante. ¿Pura semántica, como excusa frente al significado diferente de dos cosas? Pues claro, son dos cosas que significan algo diferente porque son algo completamente diferente, de hecho, prácticamente contradictorias, pero con eso queda aclarado todo. Solo es una diferencia semántica, se puede ser más jesuítico, como si la semántica no fuera el significado, sino solo la interpretación del significado.

En fin, es una lectura interesante que además me ha dado a conocer las “chocolatinas Curly Wurly” que obviamente espero sigan fabricando porque ahora tengo que probarlas al saber que son un clásico de Dublín como las “patatas fritas Tayto, botellas de bebida energética Lucozade, te Barry´s”. Creo que se impone un viaje para probarlas in situ.

Cherry, su contraportada, podría parecer interesante: un ex soldado de Irak que al volver se hace adicto a la heroína, se da a la delincuencia y acaba mal. El caso es que se supone que no estamos hablando del protagonista sino del autor, lo cual pues ya presagia que igual la idea no es tan buena (ya sabéis mi antipatía hacia los casos reales, especialmente contados por los protagonistas) y si bien el personaje acaba mal se supone que el autor no tanto, ya que escribe esta historia. En cualquier caso, el que acaba mal es el lector, o un lector de mi tipo concreto, que solo puede considerar que esta novela es una mierda, sin ningún interés y lo que es peor con poca credibilidad, aunque de esto no tengo ni idea ya que no conozco ningún exsoldado de Irak heroinómano y delincuente, es tan solo una opinión sin ninguna base.



Como dice uno de los protagonistas de El Corazón de Inglaterra al observar un debate entre candidatos presidenciales en el que están el candidato conservador y el laborista “y el resto de la tarima ocupado por la habitual multitud de candidatos estrafalarios, incluido el inevitable representante del Monster Raving Loony Party con un sombrero de copa y un enorme narciso de tela en el ombligo. A Doug le paso por la cabeza fugazmente la idea de que Inglaterra era, y siempre lo había sido, un país muy raro.” Es esta rareza intrínseca de los ingleses (que no de todos los británicos, o al menos no de la misma forma) cuya existencia comparto, incluso desconociendo la existencia de ese partido y antes de haber visto fotos de sus candidatos (a los que la descripción del autor no hace justicia) la que me impulso a comprar este libro con la idea de intentar entender el Brexit – desde la ficción, que desde la realidad es otra cosa – a comprar este libro. La verdad es que el libro aporta poco, o nada, o yo me lo he perdido que todo puede ser.


Ya he hablado otras veces de mi fascinación por Japón y especialmente por la literatura japonesa, normalmente asociado a mis compras en Kinokuniya ya que es raro ver libros japoneses traducidos al español (salvo los inevitables de Murakami – el intenso – y de algunos clásicos también inevitables); así que al ver Territorio de luz pues no me pude resistir a comprarlo. Como (casi) todos los libros japoneses, es raro; raro en el sentido de las relaciones entre los personajes, de la visión de la vida de los mismos, no desde el punto de vista de la escritura. En este hay una madre recientemente divorciada con una niña pequeña a su cargo, hasta aquí nada raro, pero empieza su vida en una nueva casa y tiene algunas otras relaciones extrañas de padres e hijos que la llevan a decir cosas como “Si te quedas más tiempo con tus padres te cas a volver tonto de verdad… No tienes que sentirte obligado a quedarte. Que sean tus padres no quiere decir que te vayan a proteger. Te han estado haciendo daño desde que eras pequeño, y precisamente por esas heridas que te infligieron tienen que continuar haciéndote daño. Los padres son solo padres, no son nadie especial. Hay padres a los que hay que abandonar por el bien de uno mismo. Que no te engañen con el pretexto de que son tus padres.” Estoy seguro de que aquí también hay relaciones paterno filiales con un carácter igual de perverso, que han entrado incluso en un bucle en el que el daño pasado justifica el daño futuro, como las mentiras del pasado de obligan a seguir mintiendo o a hacer saltar la banca y confesar (algo casi imposible como todo buen jugador – o mentiroso – sabe). Afortunadamente no las mías ni ninguna que conozca con claridad, aunque de algunas sospecho que no son demasiado sanas, pero, ya, si eso, hablamos otro día de estos casos particulares y escasos.

Ahora hay que ir a comprar libros – y a cualquier parte – con mascarilla y la verdad es que a mí la mascarilla me agobia, me bloquea, embota mi capacidad de razonar, de pensar con claridad, así que, en mi visita a mi librería de referencia capitalina, la librería Méndez en la calle mayor (que como todo las librerías, comercios y bares, necesita la visita de todos para salir adelante, hoy un poco más que hace unos meses), cogí los libros no al azar pero si con poco criterio en algunos casos (nada tan dramático como mi visita al chino de Piles para comprar un cable HDMI, que tuve que repetir tres veces sin conseguir acertar con el cable correcto. Al final, mi hermana se acercó y compro el cable correcto) y acabe con esta Agua Salada que desde la portada se ve claramente que no es un libro que me hubiera comprado sin mascarilla (bueno, igual si ya que tiene agua en el título y eso es algo que siempre me provoca ganas de comprar). No es que el libro sea malo, no lo es, y tampoco es tan de lesbianismo como la portada (de anuncio de colonia Anais) hace temer (algo que tampoco me preocuparía especialmente) pero si es un libro blandengue, a riesgo de ser apedreado por políticamente incorrecto diría que es un libro para chicas. Si, lo siento, pero la verdad es que lo pienso y eso cuando en algún caso pueda coincidir con su protagonista en sus afirmaciones: “Mi amigo Alex dice que cuando tiene una relación sentimental con una persona le entrega pedacitos de sí mismo. Él dice que da demasiado de sí mismo a los demás, pero yo creo que quizá no doy lo suficiente. No tengo excedente de mi misma. No me puedo permitir ir dando partes de mí.” Si, a mí tampoco me queda excedente de mi para ir regalando por ahí partes de mí mismo (Otra cosa es que tampoco me crea la afirmación del amigo Alex, ya que creo que muy poca gente va dando pedacitos de sí mismo, tal vez algunos van cambiándolos, pero no regalándolos).

También, aunque la frase no este escrita con el espíritu de la pandemia actual, creo que eso de que “Habíamos crecido repletos de historias de la juventud de otras personas y estábamos desesperados por formar parte de algo significativo. Nuestro día a día nos parecía sin valor e irrelevante” explica en gran medida el interés con el que una gran mayoría se está apuntando a medidas individuales como llevar mascarilla cundo no hace falta (no lo digo yo, lo dice la OMS y el CDC americano) o incluso como la gente se apunta a determinadas causas como una cruzada individual. Todos queremos hace algo significativo, ser parte de la historia, sentir que estamos colaborando activamente en la Historia, que nuestras acciones pueden modificar el mundo; todos queremos ser más importantes y relevantes de lo que somos. (No, no me malinterpretéis: yo creo que son nuestras pequeñas acciones individuales las únicas que pueden cambiar el mundo, nuestro mundo, pero no son esos gestos vacíos si no la cordialidad, la educación, le comprensión de que hay gente diferente a nosotros y no de que nuestra forma de vivir es la única posible, o la única correcta. Sí, yo creo esto, pero también creo en la ciencia y en la educación y no en los disparates, de ninguno de los dos lados, por cierto).

Escoger Como leones, en cambio fue fácil ya que era continuación de Bull Mountain, una novela sobre mafias en las montañas Georgia que me había gustado. Además, como normalmente tengo problemas con los acentos y como la mascarilla no me dejaba pensar con claridad en lugar de leones, interprete Leones (como en de León, en lugar del animal) y claro me parecía interesantísimo que una historia en las montañas de Georgia pudiera tener una conexión con las montañas leonesas y ya me imaginaba que parte de ella pasaría en El Bierzo. Resultaba, por lo tanto, plenamente tentadora. (No, no hay ninguna conexión con León, pero creo que aquí puede haber una novela de destilerías ilegales interesante). La verdad es que se deja leer muy bien, es entretenida y aunque vaya un poco de redención en lugar de simplemente de maldad pues tiene su punto.



Hay novelas que estas casi seguro de que no te van a gustar pero que a la vez no puedes evitar leer ya que se pueden parecer a novelas que te han encantado o crees que pueden tener alguna relación con cosas que, en cierta medida, te han pasado. Este es el caso de El invitado, que por aquello de ir dos amigos del colegio me parecía interesante y a la vez estaba seguro de que no me gustaría, que me sentiría decepcionado ya que la historia se enredaría en cosas que me quedaran suficientemente lejanas y de escaso interés (secretos guardados toda una vida hasta que estallan en una fiesta, al cumplir cuarenta años los protagonistas, sonaba realmente aterrador y demasiado tópico). Pero, en fin, así funciona el cerebro humano y pese a todo decidí darle una oportunidad. En un momento dado, creí que podría llegar a gustarme ya que podría sentirme identificado con el protagonista que tiene el mismo problema de hieratismo que yo “Me han dicho que tengo tendencia a mostrar una expresión de desaprobación o infelicidad cuando yo creo que mis facciones son tan solo inexpresivas o relajadas.” Exactamente como me pasa a mí que soy internamente hierático pero que al parecer exteriormente no lo soy tanto, lo que, quieras que no, pues no resulta como uno esperaba y la gente acaba hablado de mi expresividad – o de mis caras raras – en lugar de mi claro hieratismo de estatua.

Con todo tiene cosas buenas con las que coincido: “Hoy el mundo es tan egocéntrico… No le dan ninguna importancia a como les gustaría vivir a otras personas. No hay límites. Todo ese ruido que se cuela en los silencios ocasionales; toda esa actividad frenética e incesante que llena cualquier espacio disponible con un torrente de tonterías. Estado. Favorito. Tuit. Filtro. Pantalla. Me gusta. Actualización. Feed. Feed. Feed. El mundo reducido a destellos de atención del tamaño de un bit que responden al denominador común más bajo.” Creo que esto pasa, que cada día pasa más y a más gente, y me preocupa en parte ya que crea un nivel de estupidez creciente en el que ya nadie tiene tiempo para pensar nada, solo para comprobar que la última micro novedad está teniendo éxito.

Las novelas de la colección Siruela Policiaca suelen ser un valor seguro, o por lo menos bastante seguro así que con la mascarilla puesta y ya casi sin oxígeno cogí Te encontrare en la oscuridad. Como no quiero hacer muchos spoilers (pese a que creo que realmente un spoiler – el saber el final de algo, o lo que va a pasar – no es realmente una limitación para disfrutar de la lectura o de la visión de una buena película; al fin y al cabo, todos releemos libros o vemos La guerra de las galaxias más de una vez – o incluso todos los años – disfrutando como la primera vez) no os contare nada de la trama, mas allá de lo que dice la contraportada, salvo que si hay alguna sorpresa bien traída. Lo que si os diré es que tiene una de las mejores frases sobre la desigualdad femenina en el trabajo (concretamente en el trabajo policial pero aplicable a cualquiera que he leído últimamente) ya que la protagonista “Tenia treinta y dos años y le faltaba el pene que servía de llave maestra para ser aceptada, pero le sobraba aptitud y sabia soltar tacos, y eso contaba mucho.” Sí, es una desgracia que exista esa llave maestra para progresar o integrarse en según qué trabajos.

En otro momento de la novela me ha recordado como ahora a (casi) todo el mundo le gusta la música que no oían cuando tenían la edad para hacerlo y como todos han estado en conciertos míticos en los que de verdad no estábamos tantos y como el protagonista “me sentí mal al imaginar cuanto se habría tenido que haber aburrido Bob en la universidad y luego en su vida y en su matrimonio, si para el ir a un concierto el fin de semana era sinónimo de una vida excesos a lo Axl Rose a finales de los ochenta”. Incluso me sentí un poco peor al pensar en conocidos que podrían haber ido a conciertos a primeros de los ochenta (más divertidos y excesivos) y que ahora les parece que ir a un concierto es lo más, aunque este concierto será por la tarde, sentados y con distancia social. Incluso así es bastante degenerado en sus mentes, es tan excesivo que igual se compraran todo el merchandising existente para recordar esa noche en la que decidieron “take a walk on the wild side” y sobrevivieron.

Después de estas lecturas seguía en Piles, pero ya sin nada que leer, así que me puse a rebuscar entre los libros a ver si la familia o las visitas habían dejado algo que mereciera la pena leer, o algo que poder leer. Encontré Los crímenes de Alicia que parece haber ganado un premio Nadal y cuyo autor no parece derrochar mucha imaginación en los títulos ni ya puestos en la trama. Un par de cosas (además del hecho de que esta novela ganara un premio Nadal, que es un premio importante) me han llamado la atención. La primera es si ahora que parece que se está produciendo un gran revisionismo histórico este se trasladara también a la literatura y Lewis Carroll (si, la Alicia del título es la que todos nos temíamos) será eliminado o denostado como autor de cuentos infantiles siendo, sino claramente si potencialmente un pederasta de prestigio. Imagino que no ya que en la literatura siempre ha habido más permisividad social frente a ciertos comportamientos y pese a que ahora las persona tengan que ser “planas” y si han hecho algo malo pues ya está, ya no pueden hacer nada bueno y deben de ser culpabilizadas y estigmatizadas por ello, y no con distintas facetas o “capas” como las cebollas de Shrek creo que para los artistas la existencia de estas capas pues todavía se acepta.

La otra cosa que me ha llamado la atención está fuera de la novela – viene como una nota a pie – y tiene que ver con la continuación obvia de la serie: 2, 4, 8, 16… ya que es algo que me ha sucedido a mí en algunos test de esos de inteligencia o personalidad en los que para mí el numero siguiente de la serie no era el obvio… y una serie como esa podía tener como continuación perfectamente el 31 en lugar del 32 y siempre me han dicho que estaba mal. Pero a veces las personas vemos las cosas de forma diferente y no es el 32 el número que tan obviamente sigue en esa serie tan obvia, sino que es otro y tenemos nuestras razones (en este caso por ejemplo hay una serie geométrica – el número de zonas en las que queda dividido un cirulo al realizar todas las uniones de n puntos de su circunferencia que da 2 para 2 puntos, 4 para 3 . 8 para 4, 16 para 5 pero…. 31 para 6 puntos – e incluso en esta serie para cualquier otro número que pongamos a continuación del 16 se puede encontrar un polinomio que cumple la serie).

A veces, ver las cosas de una forma diferente no es estar equivocado; a veces lo obvio no es la única posibilidad; o nunca lo es, me atrevería a decir. Imagino que por eso es por lo que me gusta tanto discutir y buscar siempre otro posible razonamiento, las cosas siempre pueden ser diferentes de lo obvio.

En fin, divertíos asaltando el castillo.

 

Lecturas

Las huellas del Silencio – John Boyne

Cherry – Nico Walker

El corazón de Inglaterra – Jonathan Coe

Territorio de Luz – Yuko Tushima

Agua Salada – Jessica Andrews

Como Leones – Brian Panowich

El Invitado – Elizabeth Day

Te encontrare en la oscuridad – Nathan Ripley

Los crímenes de Alicia – Guillermo Martinez