Todavía no he conseguido ponerme al día con el comentario de las lecturas de noviembre, pese a que ya ha pasado la navidad y estamos camino de fin de año y por lo tanto de comentar los libros leídos en diciembre.
Si yo fuera tan histérico como parte del personal de mi gestoría, que me reclama los gastos del trimestre a mediados del último mes, supongo que en la esperanza que en los últimos quince días no gaste nada ni tampoco facture nada, pues iría muy mal pero como tampoco es que tenga unas fechas límite con las que cumplir para la escritura de mis comentarios de textos, pues ni tan mal.
La verdad es que mi ideal, lo que tengo en la cabeza, es intentar escribirlas en la primera semana de cada mes – ya será en los primeros diez días o en la primera quincena, que nos conocemos todos – para luego en la segunda quincena escribir sobre algo que no sean lecturas.
Este es mi propósito de año nuevo, para cuando empiece el
año, digo. Podría haber elegido otro propósito cualquiera, como dejar de fumar
pero ahora con esto de tener que llevar mascarilla por la calle todo el tiempo
se me hace incluso más difícil dejar de fumar o de llevar el cigarrillo
encendido ya que si según salgo de un lugar me enciendo un pitillo para no
tener que ponerme la mascarilla (casi como si fuera un judío ortodoxo, de
alguna ortodoxia muy específica, que en lugar de tener que tocar el quicio de
las puertas al entrar o salir pues tengo que encenderme un pitillo o ponerme la
mascarilla; costumbres tan absurdas como la de cualquier ortodoxia injustificable lógicamente).
La verdad es que como consecuencia fumo mucho más y me recuerda a cuando empezaron a prohibir fumar en el interior de los locales en NYC se convirtió en un instinto encender un cigarrillo a la salida de cada tienda o bar, sin importar que la siguiente tienda o bar a visitar estuviera a cinco o diez metros de la que salía, o incluso puerta con puerta: si salía a la calle, encendía un pitillo, si estaba llegando a algún sitio encendía otro y estoy convencido de que no era el único que hacía, hace, esto. En fin, que por motivos diferentes el resultado era, es, el mismo y no especialmente bueno para mi salud. Para mi salud física en el sentido exclusivo en el que ahora se usa el termino salud, olvidándose de la premisa básica de que la salud es mucho más que no estar enfermo. Ahora la salud es incluso más restrictiva y ya ni siquiera se trata de no estar enfermo, sino de ni tan siquiera estar expuesto a una posible enfermedad.
Pero no quiero
entrar en otro debate sobre la estupidez de todas estas medidas, de todos los
cambios de vida, que la sociedad ha decidido aceptar como necesarios y, lo que
es peor, como obligatorios sin pararse a pensar ni un momento en la lógica o el
impacto de los mismos. Son conversaciones que no tienen mucho sentido porque
para algunas, demasiadas, personas las teorías sin confirmar se han convertido
en artículos de fe y ya estamos en una carrera para ver quién es el más
restrictivo, el más solidario, el más concienciado y el más… ni idea. En fin,
si seguimos así pues tendremos que decir adiós a la civilización y a la
sociedad tal y como la entendemos y dedicarnos a vivir en una burbuja virtual
sin contactos reales, o igual con un poco de suerte se nos pasara la tontería y
volveremos a vivir sabiendo que siempre hay riesgo en la vida.
Pero como digo, no quiero meterme en esta conversación y hoy
lo único que quiero – saltándome los comentarios sobre las navidades, que nunca
ha sido mi época favorita del año (no, ni idea de cuál es mi época favorita del
año, ni siquiera de si tengo una; diría que no, que depende del año) – es hablar
de cosas fáciles como mis lecturas de este mes (bueno del mes anterior, ya sabéis).
Mi librería de referencia de la capital ha vuelto a abrir (aunque
sospecho que han cambiado los horarios, pese a que ellos lo niegan) y pese a
que ahora mismo no están los dos hermanos (a ver, si, están los dos hermanos Méndez
, los oficiales, hermano y hermana, pero no los que yo he inventado que son
hermanos; y la imaginación es, siempre, mejor que la realidad) es donde me
abastezco y donde, salvo que andéis por la sierra u os apetezca ir al campo
para, digamos observar fenómenos meteorológicos o astronómicos específicos, u
otra cosa que aporte el campo, es la librería que deberíais visitar para
vuestras compras o para las compras de navidad y reyes; si tenéis pensado ir al
campo o ya habéis llegado obviamente mi recomendación es que elijáis bien el
campo y que acabéis en la Librería Fuenfria donde os podrán recomendar libros e
incluso más importante un bar cercano en el que tomar una caña o un caldito (si
sois más de ese estilo, que de todo hay entre los campestres).
No estoy diciendo que sea una mala novela e incluso me
atrevo a decir que si la hubiera leído como primer o segundo libro de Kerr (no sé, en los tiempos de Una investigación filosófica) pues la
historia de un ayudante de Isaac Newton, unos falsificadores y unos asesinatos
seguramente me hubiera gustado. Ahora, después de todo Gunther, la verdad es que yo la habría dejado en el cajón hasta
haber reescrito algunas partes y en general haberla mejorado lo suficiente. Tiene
alguna frase buena “¿Agua, señor? Lo que
usted necesita no es agua con la mañanita que hace. El agua no puede ser buena
para la salud, es demasiado pesada y si no anda con cuidado le saldrá un cálculo.
A unos caballeros como ustedes puedo ofrecerles algo mejor ¿le apetece una
buena cervecita de Lambeth?” que mejora si tenemos en cuenta que por “mañanita”
se refiere a primera hora de la mañana, algo así como a las seis o siete de la
mañana que, hombre, es pronto para una cervecita; y también tiene alguna idea
inquietante para estos tiempos de la sobreinformación que me afecta
particularmente como escritor de estos comentarios de textos “Un librero debe guardar el secreto
profesional igual que un médico. ¿en que se convertiría el mundo si cualquiera
supiera lo que leen los demás? Desde luego, caballero, los libros acabarían siendo
como pociones de charlatán y todos los embaucadores de los periódicos se dedicarían
a afirmar la superioridad de un volumen por encima de otro.”
De hecho este tipo de afirmaciones son la que conforman
todas las citas de las fajas de las
novelas actuales, de las contraportadas y también son la ida detrás de las listas
de libros más leídos de todos los periódicos y revistas que en tanto proliferan
en estas fechas y que uno sabe perfectamente que no quieren decir nada, como el
caso de la que envolvía “Exhalación”
dedicada a que era el libro favorito, o que estaba leyendo, o que le había encantado
(que no me acuerdo) a Obama y que esto era lo que lo convertía en interesante.
Yo diré que esto no influyo nada en mi selección y vosotros podéis ponerlo en
duda todo lo que queráis que así son las cosas… básicamente lo cogí por ser un
libro de cuentos de ciencia ficción, pero cuando solo llevaba unas cincuenta
paginas (en el segundo cuento y el que da título al libro) leí: “ahora también tenía espacio para rotar su
microscopio en un radio de trescientos sesenta grados” y mi decepción por
el autor o por el traductor o por la ciencia en la ficción se vino abajo: ¿un
radio, en serio?. En fin, seguí leyendo… nada especialmente interesante salvo algunas
referencias al abuso de la tecnología que se transforman en frases vacías e
insensatas, en plan juicio moral, como “cualquiera
que haya malgastado horas navegando en la Red sabe que la tecnología refuerza
los malos hábitos”. Sí, claro, el malgastar el tiempo es culpa de la tecnología,
es mucho mejor malgastar horas practicando un deporte, tirando piedras a un
rio, o mirando a las musarañas.
La única idea que salvo de todo el libro, y solo por mi
falta actual de memoria, es “se me ocurre
que una memoria perfecta no podría constituir una narrativa de la misma forma
que el metraje de una cámara de seguridad sin editar no puede ser una película.”
Si bien es evidente que vuelve a mezclar conceptos y funciones y que tampoco esta al tanto de algunas películas de cine actual de autor, que ciertamente parecen el metraje de una cámara de seguridad o incluso mas aburridas, digamos como mirar como se seca la pintura de una pared.
Solo se me ocurre que a partir de ahora he de recordar las
frases de la fajas y contraportadas de los libros no en relación con los libros
en sí mismos, sino con el personaje o persona que las dice y el libro del que
las dice, ya que como todas las recomendaciones dicen más del que las
recomienda que del objeto recomendado.
En cuanto a llegue a casa, realmente a casa de Álvaro y
Helena, y mire lo que había comprado me choco bastante haber cogido La familia Aubrey ya que no parecía
interesarme nada y solo puedo explicar el haberlo escogido por un intento de
equilibrar el género de mi librería (cogiendo alguna autora femenina que no
conociera y que se supone buena, o incluso muy buena) o bien por la acción de
la mascarilla que no me deja pensar, que embota mi pensamiento. Lo empecé a
leer y llegué casi hasta la página cuatrocientos (de unas quinientas cincuenta)
antes de decidirme finalmente a dejarlo ya que no conseguía nada de la historia,
pero estaba a la espera de que mejorara. Supongo que a todos nos ha pasado lo
de estar leyendo algo, no estar interesándonos demasiado, pero, de repente, un
giro hace lo cambia todo y casi nos ponemos a leer retrospectivamente y vemos
que ha merecido la pena el seguir con la lectura. No es el caso, o no ha sido
el caso para mí en las primeras cuatrocientas páginas, igual tenía que haber
seguido un poco más, o igual tenía que haberlo dejado mucho antes. Vete tú a
saber, si eso, pues ya me contáis que os parece y si al final mejora lo
suficiente.
En condiciones normales habría cogido Una chica es una cosa a medio hacer porque me parece un título
fenomenal, lo habría abierto, hojeado un poco y estoy casi seguro de que no me
hubiera decidido por cogerlo o solo lo hubiera cogido como último remedio: un
vistazo rápido al interior, la lectura rápida de una página al azar, deja claro
que solo es legible, si acaso, en versión original y casi imposible de leer en
una traducción ya que toda la escritura parece basarse en un ritmo sobre frases
entrecortadas que sencillamente se pierde en la traducción. El único motivo que
se me ocurre para que llegara hasta casa con este libro es la necesidad de
llevar como complemento vital una mascarilla que embota mi cerebro y que,
sobretodo, me hace desear abandonar los sitios públicos en los que es necesario
llevarla lo antes posible y salir a fumar un cigarrillo, o por lo menos
llevarlo encendido. La única razón para aguantar hasta la página ochenta creo
que fue mi cabezonería, pero sinceramente puede que es versión original no esté
tan mal, o puede que este incluso peor y que sea una especia de ejercicio de un
taller de escritura, ejercicio que no ha salido bien. Es algo que, me temo,
tampoco sabré nunca y que, de momento, solo me ha servido para resolver la duda
que siempre he tenido sobre si comprar la palmera de chocolate de El Zaragozano antes de entrar en la Librería Méndez o después. Claramente la
tengo que comprar antes para llegar a la librería con, al menos parte, de mi
cerebro operativo sin estar embotado por la mascarilla en el paseo hasta la librería.
En mi próxima visita actuare así y veré si mi selección de libros mejora que
desde luego la de este mes ha sido bastante decepcionante.
En fin, pues eso, que si consigo mantener mi propósito de
año nuevo dentro de poco volveré a escribir sobre las lecturas de este mes de
diciembre del que ya queda muy poco; mientras tanto ya sabéis “divertíos asaltando el castillo”.
Lecturas
Materia Oscura – Philip Kerr
Exhalación – Ted Chiang
La familia
Aubrey – Rebecca West
Una chica es una cosa a medio hacer – Eimear McBride