domingo, 4 de octubre de 2020

Comentario de Textos - Agosto 2020

 Pues parece que ya se han cumplido seis meses desde inicio del “estado de alarma”, esa cosilla que iba a durar un par de semanas y de la que, según nuestros variados presidentes ya “hemos salido, y hemos salido más fuertes” varias veces. El caso es que hoy es el primer día en que en Madrid se inician nuevas restricciones a la movilidad por unos criterios verdaderamente absurdos, que hacen sonrojar a cualquier persona con un mínimo de conocimientos estadísticos (además de hacer sonrojar a todo el mundo por esas pequeñas cosas como ser discriminatorias y claramente ineficientes).

No sabría por dónde empezar a comentarlas o cual podría ser el objetivo de comentarlas pero me cuesta contenerme, casi me hace daño pensar en que para limitar la movilidad se permitan todo tipo de movimientos salvo aquellos unidos a llevar una vida normal (aparte del trabajo), hiere mi sensibilidad pensar en que exista un criterio absoluto, lo que parece un número casi elegido al azar (si bien un numero redondo, 1000 casos por cien mil habitantes parece ser el numero elegido,  que al parecer no se aplica homogéneamente o sobre unos datos de una fiabilidad que no me atrevo a clasificar ni de mínima) y aplicado a zonas todavía más aleatorias basadas en cuál es tu ambulatorio – o zona sanitaria – de referencia (qué más da donde desarrolles tu vida, si cuesta abajo según sales de casa, y que no hayas pasado por la puerta de tu ambulatorio ningún día de tu vida cotidiana; a ti te ha tocado el ambulatorio que esta cuesta arriba y, pues ya está, hay quedas computado, que no sepas ni donde esta o cual es el límite de tu zona, que importancia puede tener para la transmisibilidad del virus); que el tamaño (no ya las características)de cada zona básica de salud pueda no ser equiparable al de otras zonas de salud que importancia puede tener; que todo esto te lo digan unas gentes que no han entendido como funciona el uso de la mascarilla y que se la estén quitando justamente para hablarte que importancia podría tener; en fin, que para que nos vamos a meter en berenjenales de desviaciones típicas, de fiabilidad de los datos, de tamaño de muestra o de cualquier otra cualidad básica que solo puede ser examina por un comité de expertos invisible o inexistente. Pues eso, que no sabría por dónde empezar y la verdad es que volver a recordar las célebres frases de los epidemiólogos suecos que en su día decían “el problema de los confinamientos, es que… hay que salir de ellos; y para eso hace falta un plan que seguramente falle”, no sé, igual para el primer aniversario del primer estado de alarma o para el tercer mes del segundo confinamiento pues retomo el tema De momento, creo que lo dejo aquí y me vuelvo a escribir sobre mis lecturas, pero si nuestros majaderos dejan de crear comités para “reunirse y comer” y al final les da por sacar al ejército a rodear los barrios obreros – perdón los barrios con mayor incidencia – para que se cumplan las instrucciones marcianas que han decidido pues, ya, si eso, y antes de que estalle la sublevación y podamos volver a bailar (los que bailéis, que yo no voy a empezar a mi edad) o a tararear este temazo, u otros con estos pioneros de la protección facial (que no de la distancia de seguridad, que eran otros tiempos) pues ya comentamos.



Aprovechando el paso de por Madrid, para mi escapada laboral a Oporto intente acercarme a mi librería de referencia en la calle mayor, la librería Méndez que necesita (como todas) vuestras visitas de apoyo y, sobre todo, vuestras compras para competir con los gigantes del comercio electrónico y en mucha menor medida con la que ya debería ser vuestra librería de referencia en la sierra de Madrid, ya sabéis Fuenfria en Cercedilla, pero la encontré cerrada (creo que por horario, que lo habían modificado lentamente). Afortunadamente me quedaba, de mi última compra, un libro sin empezar por lo que, de momento, podía sobrevivir sin verme abocado a traicionar a los hermanos Méndez (que a mi hermano me es más fácil y mucho más habitual traicionarle).

Así que mi primera lectura fue El libro de los nombres que conforme a la contraportada mezclaba dos temas que (al menos en mi imaginario personal) resultaban difícilmente mezclables: los colaboracionistas nazis y Noruega. No es que desconozca que Noruega fue invadida por los nazis y no soy tan ingenuo para pensar que si hubo un movimiento de resistencia a los nazis (cosa que doy por supuesto, no porque los noruegos no sean un poco nazis, sino porque a nadie le gusta ser invadido) también tuvo que haber un movimiento de colaboracionistas que les apoyaran (siempre hay gente que aprovecha las oportunidades, incluso las peores oportunidades), es tan solo que nunca se me había ocurrido imaginar que realmente lo hubiera y que ellos también tuvieran a su Billy el niño (estilo franquista, digo, no estilo forajido del oeste, con su tapabocas no homologado).

Vale, seguramente a muchos de vosotros esto – lo de los colaboracionistas nazis noruegos – no os haya sorprendido, pero me extrañaría mucho que supierais la historia de cómo los nazis se llevaron a gran parte de los judíos de Noruega en “la mañana y la noche del 26 de noviembre de 1942, en la que todas las familias fueron recogidas de sus casas”, ¡en taxis! para llevarlas hasta un barco en los muelles de Oslo. Si, parece que no los recogieron en furgones o camiones militares, no, parece que los recogieron en taxis para que pensaran que los llevaban a Israel. Unos tíos finos en cuanto al transporte, aunque parece que no tan finos en lo de las masacres.

El libro tiene una estructura curiosa, en la que cada capítulo empieza por una frase (o más) que recoge la letra del alfabeto (“A por acusación”, “G por Granada, España”, y así) que parece mostrar algún problema con la “J” donde el escritor ha tenido que escribir “J por Janucá” que seguro que está bien pero que se hace raro a los que siempre hemos visto esta fiesta judía escrita como “hanuka” y más raro a los que – extravagantemente, sin motivo – pensamos que en noruego debe de haber muchas palabras que empiecen por “J”.

La verdad es que es un libro que se lee muy bien y resulta curioso, aunque la reflexión que a mí más me ha gustado no es suya, sino, al parecer, de una tal Ann Heberlein con la que coincido casi totalmente: “los seres humanos ya hemos defendido los actos ante nosotros mismos antes de realizarlos. Por eso el acto se hace realidad, porque ya se ha sopesado si es bueno o malo, si es algo que debe hacerse o no. SI se elige hacerlo, el acto ya está justificado. Entonces resulta difícil arrepentirse, porque requiere que uno retroceda, que uno se atreva a considerar la motivación y la justificación con otros ojos”.

No coincido del todo ya que a veces hay actos que tiene unas consecuencias que no esperábamos, que no han entrado en nuestro razonamiento, digamos, por ejemplo, el caso de ese capitán de barco que al pasar por las islas Mauricio y por ser el cumpleaños de un miembro de la tripulación decide acercarse a la costa para intentar conseguir una mejor señal de telefonía para que su familia pueda felicitarle y acaba encallando el barco y dando lugar a un desastre ecológico. En este caso el arrepentimiento es posible, no así en el caso del primer accidente con víctima mortal de un coche sin conductor, en el que el sistema detecto al peatón con seis segundos de anticipación, el sistema evalúo que lo iba a atropellar un segundo y medio antes de ocurrir el accidente pero el sistema no freno ya que estaba programado para ignorar falsos positivos y el coche acabo atropellando al peatón (al parecer los diseñadores habían decidió que si el coche tuviera que parar en todos los casos semejantes se pasaría el viaje parando y no sería un proyecto viable). En este caso el arrepentimiento es difícil de creer.

Antes de acabarme este libro decidí acercarme a la competencia de mis librerías de referencia (no, no daré nombres por parafrasear esa frase de mis padres de “Se dice el pecado, pero no el pecador” que, obviamente no viene al caso ya que ya he dicho ambos pero que me apetecía citar) y me abastecí para volverme a Piles.

Cogí pequeñas mujeres rojas, por aquello de coger un libro de alguna autora española contemporánea y con la idea de que Rafa me había hablado de la autora favorablemente (aunque de esto no estaba seguro y leído el libro estoy casi seguro de que no, o puede que si). En principio no parecía nada tentadora, una historia con el trasfondo de memoria histórica (unas fosas de la guerra civil) y (según la contraportada) homenajeando cosas tan variadas como Hammet o Rulfo, Peter Pan o Alicia… casi nada, o casi todo para presentir que sería lo que yo llamaría pedorrillo pero me sentía generoso y me apetecía darle una primera oportunidad, pero me reafirmo en que no todo el mundo merece una segunda oportunidad y estoy casi seguro de que en este caso lo recordare. Creo que una de las cosas que más me ha molestado de este libro es que la protagonista (que atrevidamente imagino es como se ve, o le gustaría verse a la autora) sea capaz de afirmar “yo también tengo mi culturilla, aunque no la voy exhibiendo por ahí” (citando innecesariamente La Naranja Mecánica) y esta misma narradora se plantee el siguiente problema matemático de su infancia: “Un tren sale de Barcelona a las 12.30 a una velocidad constante de 200 kilómetros por hora ¿A qué hora llegara a Madrid sabiendo que entre Madrid y Barcelona hay una distancia de 625 kilómetros? Y, lo que es peor ¿a qué hora pasara el tren por Calatayud considerando que entre Madrid y Zaragoza median 313,5 kilómetros y entre Zaragoza y Barcelona 316?”. Aunque creo que la autora, con su culturilla, no sabría resolver la primera pregunta estoy dispuesto a aceptar que en esto me equivoco, pero estoy seguro de que no siquiera sería capaz de darse cuenta de cuantos errores hay en la segunda pregunta (como si fuera una profesora de clase de mi sobrina Alicia que ni siquiera saben cuándo la pregunta tiene errores).

A Manuel Vicent nunca he conseguido cogerle el punto, no es que me disguste, pero, en general, no me acaba de gustar especialmente pero como estaba cogiendo libros para irme a Piles pues parecía que este Ava en la noche, era casi obligatorio para viajar a valencia y leerlo en Piles, casi como homenaje a mi padre que si le encantaba, así que no tuve muchas dudas al elegirlo.

Al final gran parte de la historia pasa en Madrid, centrada en los míticos Jarabo y Ava Gardner, saliendo lugares clásicos como el Chicote y más que favorito de mi padre creo que es una novela que le gustará mucho a mi sobrino Rafa y a mi hermana Maite por la parte de Jarabo y de ese Madrid de posguerra que supongo que retrata y que les dará para un par de conversaciones divertidas. A mí, como casi todo lo de Vicent, pues me ha parecido entretenida, pero sin más, sin ninguna profundidad y con escaso interés. Lo que más me llamo la atención es que (si no lo leí mal, ya que se me olvido marcarlo en su momento y luego no lo localice) aquí el valenciano cuando habla de un blanco y negro, dice algo así como: es un bocadillo de Longaniza y Butifarra. Si no ha sido una alucinación me alegro de que mi padre no haya llegado a leer esta barbaridad que heriría mortalmente su sensibilidad valenciana y las protestas podrían oírse desde las antípodas (y, esta vez, con razón)

Echadme a los lobos es una novela, teóricamente policiaca, de la que lo único que me molesta es ni haberla comprado en una de mis librerías de referencia. No es que me haya parecido buena, es que me ha parecido excelente. No como novela policiaca, ni como noir que dicen en la contraportada, ni como si tuviera relación con el Brexit que es lo primero que dice la contraportada. No es ninguna de esas cosas, ni policiaca, ni negra, ni de actualidad del Brexit, no tiene ninguna de esas cosas, pero… es excelente y aplicando la “Primera ley de la termopoetica – le dice Danny después, al salir de clase - : No trata sobre lo que trata.”

Desde el personaje principal que “es un hombre que le da mucha importancia a las pequeñas cosas: la buena educación, la cortesía, la consideración con los demás…, la calderilla de la vida civilizada. Pero con la calderilla de la vida civilizada hay suficiente para todos.” ¿Cuántas veces hemos usado en casa el concepto de calderilla, frente a los cheques en blanco, (si bien no de la misma forma)? Hasta esa sobrina Marieke que graba sonidos de cosas, que distingue entre el pasado grande y el pasado pequeño, y a la que “cuando me pregunta cuál es la diferencia entre lo olvidado y lo que nunca se ha conocido, es algo tan elemental que no soy capaz de responderle”

Pasando por las referencias numéricas: “ven los ceros llenando du cuenta (no deja de ser curioso lo de los ceros: cuanto más nada hay, más dinero tienes”, o esa otra impecable de “0 es un hecho, pero 1-1 = 0… bueno, ahí hay una historia, la historia de todo”.

Tiene tantas frases buenas, tantos conceptos interesantes que por muchas que ponga todavía quedaran muchas más, tantas que te hace dudar si no las ha dicho antes Oscar (que siempre lo ha dicho todo antes):

“mi desprecio por él es como el fuego que deje encendido en una habitación sabiendo que iba a volver. Da igual si es en media hora o en medio siglo, porque, cuando se trata de él y de gente como el, mi desprecio está regulado con termostato”

“aunque es posible que no tengas talento para triunfar, puedes consolarte pensando que tu mediocridad evitara que fracases”

“ha descubierto que los exrebeldes son los que mejor resultado dan como esbirros, y tiene a gala su capacidad para sacar al conformista que llevan dentro”

Podría seguir, pero cierro con su propia explicación de por qué tienen tanto existo las novelas de ciertos géneros: “El género detectivesco, policiaco, de suspense, etc., con sus tramas llenas de giros inesperados y exculpaciones en la sala del tribunal…, es solo un lugar de nuestra cultura en el que ponemos la complejidad de la que carece el mundo”.

Si recomendara libros, la recomendaría, pero como parece que tiene otra pues voy a buscarla a ver si la leo y por supuesto a intentar recordar este nombre para futuras novelas (McGuinness, Patrick parece fácil de recordar para un aficionado a la cerveza, pero es el típico nombre con truco).

Quanlityland es una de esas novelas que compras sin muchas esperanzas, ya que leyendo la contraportada te das cuenta de que es una chorrada que posiblemente no daría más que para un capitulo de una serie de, digamos, Netflix: el típico futuro distópico en el que todo está controlado por las maquinas, o más específicamente por nuestras interacciones con las maquinas básicas (tipo teléfono inteligente, quiera decir esto lo que quiera decir en este contexto) y con nuestra necesidad de ser valorados continuamente para no sabernos solos (aunque sea siendo apreciados, con un like, por gente que apenas conocemos o que la verdad es que ni siquiera apreciamos). Eso es lo que piensas cuando la compras y es exactamente lo que te da: no es más que una parida continua que parece escrito por dos fumados que se van retroalimentando y jugando a ver quién dice la cosa más exagerada, pero como una película de Cheng & Chong pues la lees con una sonrisa en la cara e incluso con alguna carcajada porque sí, porque sencillamente las chorradas acumuladas son divertidas.

Ahora que parece que dos chatbots (programas cuyo objetivo es dar conversación a los usuarios de internet, generalmente para informarles de cuánta razón tienen o de las ganas que una belleza rubia de estonia tiene de conocerles y enamorarse de ellos) parece que se han inventado un lenguaje propio en el que se comunican (o se comunicaban hasta que han decidido desconectarlos antes de que se pusieran a hablar con otros y a organizar el fin del mundo) pues es divertido recordar la historia, citada en el libro, de “Tay que debía aprender de las interacciones con sus interlocutores. Y eso hizo. Al cabo de tan solo dieciséis horas, Microsoft lo retiro de la red porque negaba el Holocausto”. Esto que en el contexto del libro parece mentira es una historia real, Tay estaba diseñado para parecer una adolescente americana de 19 años y para interactuar en twitter con los usuarios, básicamente diseñado con una técnica de repetición de lo oído, por lo que después de solo dieciséis horas, en las que publico cerca de 90.000 tweets de esos, se había vuelto obsceno, negacionista y tan políticamente incorrecto que sí, tuvieron que desconectarlo. Algo que genero una campaña para que volvieran a conectarlo, lo liberaran, en la red. Extrañamente Microsoft dice que aprendió la lección, pero ha seguido sacando chatbots para entretener a la gente, o, para algunas personas, solamente para expandir mensajes racistas y peligrosamente antisociales. Supongo que en cierta medida es un logro de la inteligencia artificial, el conseguir parecerse tanto a la inteligencia normal en su nivel más mediocre o bajo.

Mi última lectura, Nos vemos allá arriba, la cogí sin especial interés y cuando fui a pagar el dependiente me comento todo contento “ya han editado la tercera parte de la trilogía”, como si debiera comprármela sin saber que era una trilogía o sin haber leído ni siquiera la primera (algo que podía suponer al estar comprándome yo esta y no la segunda) demostrando una inteligencia al nivel de la de Amazon que siempre te recomienda el libro que te acabas de comprar (que normalmente es justo el que ya no quieres comprarte)  y recordándome una vez que Lourdes en Partners & Crime cogió un libro y el dependiente le dijo “no, ese no, coge el ejemplar de ejemplar de al lado que está firmado por el autor” (autora creo que era, por matizar) a lo que Lourdes le dijo “no gracias, que todavía no sé si me ha gustado y paso de tener un libro que no me guste firmado”.

Después de leer este libro no tengo demasiadas ganas de leer el resto de la trilogía, a ver, no es malo pero tampoco me ha interesado especialmente ni siquiera considerando que el tipo de negocios que los protagonistas proponen para recuperarse económicamente son propios de esta España y todo me lleve a pensar que probablemente pudiera tener lugar aquí (no en la España de posguerra, donde seguramente sucedieron, sino incluso en esta España actual) o que está bien escrito e incluso con frases excelentes como ese “Labourdin era un imbécil esférico: lo volvieras hacia donde lo volvieras siempre se mostraba igual de idiota” que adoptare para, por desgracia, describir a algunos conocidos que son totalmente esféricos respecto a la idiotez o incluso frente a otras cualidades.

Y que decir de esa diferencia entre conceptos como “La escasez es peor que la miseria, porque en la indigencia es posible conservar la dignidad, mientras que la estrechez te conduce a la mezquindad, a la racanería, te vuelve tacaño, ruin; te envilece, porque frente a ella es imposible permanecer intacto, mantener el orgullo, el amor propio” que siendo verdad es falsa ya que siempre desde un punto de vista vital igual es mejor la escasez que la miseria pero a la que no le falta un poco de razón. No sé si me explico.

En fin, aquí lo dejo ya que se me ha hecho tarde – ya ha empezado octubre – por lo que en breve tendré que ponerme a comentar las lecturas de septiembre desde este nuevo confinamiento perimetral que ahora tiene la ciudad de Madrid (y otras) y cuya base técnica o científica es cuando menos más que discutible, por no hablar de sus implicaciones sociales, pero, ya, si eso, pues comentamos otro día.

 Lo dicho, divertíos asaltando el castillo (en los horarios convenidos y con las restricciones actuales, si esto es posible).

 

Lecturas

El libro de los nombres – Simon Stranger

Pequeñas mujeres rojas – Marta Sanz

Ava en la noche – Manuel Vicent

Echadme a los lobos – Patrick McGuninness

Qualityland – Marc-Uwe Kling

Nos vemos allí arriba – Pierre Lemaitre

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