lunes, 18 de mayo de 2020

Comentario de textos - Abril 2020



Pereza me da empezar a escribir en estos tiempos extraños en los que al parecer estamos en camino hacia un ese oxímoron de la “nueva normalidad” que me chirria incluso más que otros pero que ahora es completamente normal oír a todo el mundo como una realidad, incluso como el objetivo a alcanzar; pereza me da escribir encontrándome en una fase no identificada (probablemente en la fase raíz de 2 menos 1; o en la raíz de pi menos la raíz de e; imposible de saber con una numeración de fases que empieza en cero solo para que la última fase no sea la cuatro, ni tampoco la última, a menos que ya hayamos renunciado a la fase que nos devuelva a la normalidad normal); pereza me da escribir frente a la falta de criterio numérico de la mayoría de los tertulianos que veo en los telediarios o leo en los periódicos, esos nombrados expertos en disciplinas que no son las que practican pero de las que opinan como auténticos poseedores de la verdad absoluta,  e incluso, me temo, en los expertos secretos del gobierno, que se reúnen en unos comités en los que solo ellos pueden evaluar criterios objetivos que no pueden comentarnos pero que en palabras de su líder supremo son, pese a todo, públicos y fácilmente verificables por la ciudadanía, conformando un panel de mandos objetivo que misteriosamente incluye criterios subjetivos; pereza frente a la falta de noticias ajenas a la enfermedad que hemos dejado que cambie nuestra forma de vida, no ya temporalmente sino parece que para siempre.

Tengo tanta pereza, tanta desfisia diría por usar una palabra familiar (probablemente solo de mi familia), que me ya ni me apetece ponerme a reflexionar sobre este cambio de actitud de toda la sociedad que ha pasado de aquel “nadie cambiara nuestra forma de vida” en relación con el terrorismo, fundamentalmente, el terrorismo islámico al actual oxímoron de “pues iremos a una nueva normalidad”, es decir cambiaremos toda nuestra forma de vida por un virus tan ricamente, sin problemas (incluso con algunos sectores que piensan que incluso deberíamos cambiarla todavía más e incluir la mascarilla como parte de los complementos de moda). No, me da pereza plantearme, ni tan siquiera teóricamente, cual sería nuestra reacción, como sociedad digo, si de repente una organización terrorista declarara que ellos son los responsables de la diseminación de este virus ¿volveríamos a nuestra actitud de “no cambiaran nuestra forma de vida” o seguiríamos persiguiendo el oxímoron del cambio de forma de vida, de buscar una nueva normalidad?

Tan desfisioso estoy que no me apetece hacer la matemática necesaria para contaros que en la situación actual (digamos con un cinco por ciento de la población infectada) y con unos test que tienen un porcentaje de falsos negativos y de falsos positivos elevado (del orden del 6% y del 4,5%) el que un test de positivo es solo ligeramente más fiable que decidir que uno está infectado tirando una moneda al aire.

Pero como perdido entre la casi exclusividad de noticias sobre el virus se ha colado la supuesta aprobación de una ley para retirar las matemáticas de las carreras de ciencia y tecnología (majadería más grande no se puede imaginar en situaciones normales, no digamos ya en momentos en los que todo el mundo se ha convertido en experto en geometría y en análisis estadístico o en un mundo cada vez con más presencia digital) creo que igual debería aportar unos cálculos básicos que, como el resto de este post pues podéis saltaros (no, no entrara en el examen final).

Tomemos unas 1000 personas, por facilitar el cálculo que no tiene influencia alguna en el resultado.

Si hay un 5 por ciento de infectados quiere decir que de esas mil personas, 50 están infectadas y 950 no.

Si la tasa de fallo (falsos negativos) sobre los verdaderamente infectados (50) es del 6% - acierta en un 94% de los casos – se medirán 47 positivos en este grupo de 50.

Si la tasa de fallo sobre los no infectados (950) es del 4,5% - acierta en un 95,4% de los casos – quiere decir que dará positivo en 43 ocasiones.

Es decir que los test hechos a esas mil personas darán un resultado de 90 infectados de los cuales 47 estarán realmente infectados y 43 serán falsos positivos.

Así que si tu test da positivo pues tu probabilidad de estar realmente infectado es de 47/90, poco más preciso que el resultado de tirar una moneda al aire y que salga cara (podría decir cruz, pero la verdad es que por el diseño de las monedas es ligeramente más probable que salga cara que cruz, muy ligeramente pero más probable en la realidad según algunos investigadores con mucho tiempo libre y con becas, que sea cual sea su importe, son claramente excesivas).

Otra cosa es que significa realmente esta probabilidad que eso ya es de segundo curso o para nota y como esto no entra en el examen, aquí lo dejamos.

Por otra parte 3 personas de esas mil (de los 50 infectados, los 3 no detectados) tendrán un resultado que dice que no tienen la enfermedad cuando realmente la tienen. Esto igual puede ser un problema de contención de la epidemia ya que 3 de cada mil – no, no parece mucho – estarán contagiados, pero con un resultado negativo y por lo tanto razonablemente seguros de que no tienen la enfermedad (ya que el test les ha dicho que no).

Pero por qué preocuparse de estas cosas, de estas pequeñas realidades matemáticas cuando no van a entrar en el examen y de hecho ahora se propone que las matemáticas no sean necesarias para las carreras técnicas y científicas.

Ya digo, al fin y al cabo, las matemáticas no le hacen falta a nadie y nadie las usa realmente en su vida cotidiana (yo sí, pero eso es culpa mía que soy muy, pero muy, rarito y hay días que me da por aplicar el teorema central del límite, o de pensar que, si no se contagia la gente, no se relaciona para contagiarse, pues será imposible que esta resulte contagiada y por lo tanto imposible que se alcance una cierta inmunidad de manada o de grupo por no falta a nadie).

Pero, ya, si eso, pues comentamos de esto otro día, en otro momento, o así a lo loco en la sección de comentarios.

Ahora con las lecturas de este mes confinado, que podrían ser muchas pero que al final no lo son ya que aunque mis creencias personales son las de que no es tan fácil, ni tan preocupante, contagiarse como confinar a toda la sociedad para evitar esto (que, por otra parte, para mí, es casi un objetivo necesario para la vuelta a la normalidad, a la normal, no a la nueva) no me parece justo recurrir al envío a domicilio de productos (si es peligroso para mi salir también lo es para el mensajero y simplemente porque yo pueda pagarlo no creo que deba hacerle correr unos riesgos que yo no corro) pues no he recurrido a comprar libros por la red.

Con mis librerías de referencia cerradas y sin esta posibilidad era el momento de plantearse la relectura de cosas que ya tuviera en casa.

Esto, que en principio parece fácil teniendo en cuenta que en casa hay bastantes libros, resulto ser algo difícil ya que por una parte el año pasado regale gran parte de mi librería a una residencia de ancianos; por otra, parte de mi librería, por razones de espacio, está en casa de Álvaro y Helena (más que de espacio, por la vagancia de trasladarlo); y por otra parte por el funcionamiento errático de mi memoria que, si bien le cuesta recordar si he leído un libro cuando estoy en una librería, al mirar mi librería no tiene prácticamente ninguna duda de que ese libro ya lo he leído e incluso recuerdo bastante del mismo como para no sentirme tentado a releerlo.

Tras enfrentarme a estos problemas durante varios días al final que decidí a coger Yo, Claudio para la primera relectura, casi por desesperación. Estaba seguro de que lo había leído, pero como tenía la duda de si lo había leído antes o después de ver la serie de televisión (que en casa de mis padres era casi obligatoria por ser una de las series favoritas de mi madre) y como solo recordaba las líneas generales pues parecía una buena opción ya que, pese a todo, tenía buen recuerdo de esta lectura. Curiosamente esta vez las intrigas de la Roma de Graves no han conseguido engancharme y puede que por la desfisia de estos días pues no conseguía avanzar en la historia y me he visto obligado a dejarlo a medias. Guardare su relectura para otra época en la que este más centrado ya que sigo creyendo que merece la pena revisar un folletín como este, más sabiendo que gran parte de lo que cuenta es historia (que supongo estarán pensado en quitar de las carreras de letras).



Tras este primer fracaso para conseguir lectura, o relectura de mi librería que incluso en tiempo de pandemia uno sigue siendo un intelectual dedicado a la relectura más que a la lectura, y como yo no he respetado estrictamente el confinamiento pues me puse a investigar la librería de casa de Álvaro y Helena a ver que encontraba para releer. El problema fundamental era el mismo: la mayoría de los libros recordaba haberlos leído e incluso recordaba bastante de ellos como para no plantearme su relectura en estos momentos. Sin embargo, entre ellos apareció Stardust que no estaba seguro de haber leído – tenía el recuerdo de que en su momento no me apeteció nada por ser un cuento demasiado infantil – pero que ahora, tras haber leído más cosas de su autor, si me apetecía leerlo y decidí darle una oportunidad a esta historia infantil, a este cuento de hadas. La verdad es que se lee muy bien, muy rápido y pasas un rato bastante entretenido, algo que no deja de ser el objetivo principal de casi todas las lecturas (o por lo menos de las mías) si bien no es el objetivo de las relecturas que es solo el de presumir.

También aproveche para coger prestado Las uvas de la ira, libro que estaba seguro de que ya había leído, pero del que tampoco recordaba mucho, o mucho más de lo que muestra la película. No diré que es un buen libro – eso es algo sabido por todos ¿no? – ni tampoco diré que es mejor que la película – eso es algo que siempre hay que decir, aunque no siempre sea cierto – pero si diré que leer este melodrama, porque es un auténtico melodrama, siempre es reconfortante (no se bien porque, supongo que por un natural egoísmo de saber lo mal que lo pasan otros y no uno) y a la vez un poco desasosegante (por ese resquicio de conciencia social que todos tenemos y que nos hace sentirnos mal cuando leemos estas cosas). El caso es que, leído ahora, con una mayor división en Estados Unidos entre el campo y la ciudad, con una inmigración (ahora exterior) igual de elevada resulta preocupante ver lo poco, o nada, que algunas cosas han cambiado, o mejor dicho comprobar como algunas cosas siguen siendo iguales solamente con cambios cosméticos. Como la lucha de clases, la igualdad buscada o por lo menos una menor diferencia, siguen estando igual de lejos ahora y, por mucho que haya optimistas irreductibles, probablemente en esa nueva normalidad que se nos avecina.

Afortunadamente antes de ponerme a rebuscar de nuevo en las librerías ya estudiadas recibí la oferta de préstamo de libros de Jorge, el pintor vecino, que amablemente me acerco unos cuantos libros para seguir enfrentándome a este confinamiento, o más bien a la ausencia de librerías abiertas en las que ir a mirar novedades y apetencias.

Su primera recomendación fue My name is Aher Lev, libro completamente desconocido para mí, al igual que su autor, y con una portada verdaderamente fea y de la que no se entiende su relación con la historia pero que según Jorge era un gran libro. La verdad es que preferiría no discrepar con él, y deciros que es un buen libro, incluso que es un libro excelente, pero me resulta muy difícil ya que me ha parecido bastante normalillo, tirando a malo. Puedo entender por qué le gusta a Jorge, el pintor, ya que su protagonista es un pintor (o un wanna-be durante gran parte del libro) y el libro contiene bastantes citas sobre arte, su trascendencia y esas cosas, pero la verdad es que a mí me ha parecido básicamente la historia de un niño mal criado. Un personaje solamente preocupado por el mismo, y por su arte obviamente, que en gran medida olvida el mundo alrededor o solamente hace que gire a su alrededor. Si me ha gustado enterarme de esa razón por la que a los judíos les parece muy mal matar (al parecer especialmente a judíos) y que se explica por aquello de que cada asesinato es realmente un genocidio ya que no solo matas a una persona sino a todas las personas que él pudiera haber sido (algo que ya habia leido, inlcuso en una novela de Rafa).  Con todo, incluida la búsqueda en internet de la portada que me hace creer que es un libro bastante famoso, o por lo menos suficientemente conocido, no puedo estar de acuerdo con Jorge.

Siempre me gusta contar que viví dos años en Colombia, pese a que no tenga ningún recuerdo de estos años, salvo los inventados por ver películas de super-8, fotografías o como resultado de diferentes historias familiares, traumas infantiles (como no saber pronunciar kilometro y cosas similares) o a través de expresiones o palabras que se usan en mi familia pero que son desconocidas para el resto del mundo exterior. Una de estas palabas es tula, que es una especie de bolsa de viaje o de deporte (para mí solamente es aplicable a mis tulas – la grande y la pequeña – que son una de las pocas cosas amarillas que me gustan verdaderamente y que pese a ser ya inútiles para su función – una tiene las asa inutilizadas por efecto del fuego – y a la otra no le funciona la cremallera – siguen siendo una de mis posesiones favoritas, una de esas cosas irrenunciables) así que cuando en El ruido de las cosas al caer se menciona como algo normal la existencia de “unas doce tulas repletas de ladrillos, unos trescientos kilos en total” pues a mí me da un arrebato (similar al que me da con según que música colombiana, algo inexplicable) al enterarme de que por lo menos para los narcotraficantes (los ladrillos lo son de coca) la tula existe, como tal, y mi percepción del libro mejora clara y parcialmente. Con toda mi parcialidad creo que este es un buen libro, sin ser excepcional ni nada parecido, está bien escrito y la historia pues más o menos sostiene el interés. Además, en estos días de incertidumbre provocada este pasaje resulta más aplicable si cabe a mi situación: “Ahora mismo hay una cadena de circunstancias, de errores culpables o de afortunadas decisiones, cuyas consecuencias me esperan a la vuelta de la esquina; y aunque lo sepa, aunque tenga la incómoda certeza de que esas cosas están pasando y me afectaran, no hay manera de que pueda anticiparme a ellas.”

Si, ciertamente así es como me siento. Totalmente impotente ante lo que está por venir, confundido por no poder, o no querer adaptarme, por negarme a aceptar esa nueva normalidad que no creo compatible con mi forma de vivir o de entender la vida. Pero, haremos lo que podamos y trataremos de reparar lo mejor posible lo daños.

En fin, aquí os dejo por hoy y espero que para la próxima ya estemos en una fase diferente de este viaje a un lugar en el que no queremos estar, o incluso que ya estemos de vuelta a donde queremos estar.

Lecturas
Yo, Claudio – Robert Graves
Stardust – Neil Gaiman
Las uvas de la ira – John Steinbeck
My name is Asher Lev – Chaim Potok
El ruido de las cosas al caer – Juan Gabriel Vásquez