martes, 6 de abril de 2021

Comentario de textos Marzo 2021

Vivimos en una vez cada vez más visual (video-visual, o de tiktokers u como los llamen, debería decir para no parecer sumamente antiguo) en la que se supone cierto ese dicho popular de “Una imagen vale más que mil palabras” (supongo que un video vale más que una imagen, aunque para esto no hay dicho popular; y un tiktok de esos vale más que un video, imagino, que qué sabré yo de esto).

El caso es que es uno de esos dichos populares con los que no estoy seguro de estar de acuerdo. Es verdad que hay imágenes que valen más que mil palabras (incluso que mil palabras escogidas y debidamente ordenadas, que más que mil palabras, así, al azar y desordenadas pues casi cualquier imagen vale más, a menos que uno tenga alma de poeta dadaísta; que, por cierto, no es el caso). Sin embargo, he de reconocer que las imágenes son más fácilmente manipulables, o diré más fácilmente tergiversables (que, seguro que manipulables es malinterpretado poniendo una intencionalidad, que, a veces, no es el caso) que, digamos, esas mil palabras escogidas (tergiversar unas cuantas palabras – muchas menos de mil, por seguir siendo moderno, digamos las que caben en un tweet de esos, es por supuesto incluso más fácil). Aunque claro para eso de permitir tergiversar incluso mil palabras pues también tenemos la retórica lo que hace que la comparación entre imágenes y palabras pues sea más difícil de establecer.

¿Qué a donde voy con esta tontería, puedo ver que os preguntáis algunos? ¿Qué de donde sale esta tontuna, os preguntáis otros, aunque no os vea? Pues ya que preguntáis, os lo contare:

Hace poco, obviamente ya en estos tiempos de pandemia, conocí la historia “detrás de” una de las portadas más famosas, más icónicas, del punk-rock: la del London Calling de los Clash (que puede que alguno hayáis oído versionada por Los NIkis como Algete Arde, pero que casi seguro que pocos habéis oído este Vamos de Camping de Los Lukas que es una versión más infantil y veraniega pero excelente).


Vale, antes de seguir pondré la portada por si hay algún lector que no la conozca que según las estadísticas y los escasos comentarios por aquí viene mucho desconocido no identificado y no se bien con quien estoy tratando.

Cuando uno ve la foto de la portada (por lo menos cuando yo la vi) uno piensa “joder, menudo concierto que debían de estar dando. Ojalá pudiera haber estado allí”. Lo primero que te viene a la cabeza es pensar que ese era el momento más álgido del concierto, de un concierto verdaderamente excelente, en el que hasta les dio por ponerse a imitar a los Who (¿los quién? Los Who… inevitable el chiste).

Pero nada más lejos de la realidad… la verdad es que básicamente se trataba de lo que cualquier músico, o espectador, siente en lo que ahora las autoridades competentes (supongo que en cosas distintas de la música en directo) con la necesaria cooperación de algunas salas y promotores quieren hacernos pasar por un concierto en directo, un concierto de punk-rock debería, debo y especifico, ya que otros estilos pueden ser más adaptables a la situación actual (de hecho, yo vi uno de Nick Lowe en NYC sentado tomando quesos y vinos que fue excelente, aunque debo señalar que Nick Lowe ya estaba en su versión crooner y hubiera sido mucho más excelente – creo que eso no vale serlo, pero para que me entendáis – si hubiera sido en condiciones normales: de pie, con unas cervezas y moviendo el pie o la cabeza como si estuviéramos bailando totalmente desfasados). Pero, divago dentro de la divagación (meta-divago), ya, si eso, pues charlamos de Nick Lowe y de la City Winnery otro día.

Volvamos a la portada, a la foto y volvamos a 1979 al, 20 de septiembre y al Palladium de NYC – volvamos como algo ficticio, que yo, el Palladium, es un bar que no he conocido – donde los Clash estaban dando un concierto como parte de su primer tour americano. El caso es que los Clash son un grupo de bar, de bar ruidoso y punk por añadidura; pero la gira americana era básicamente en teatros con el público sentado, no por voluntad propia sino, más bien, por la acción de los porteros y otras fuerzas de seguridad. Tocar en este tipo de sitios llenaba de desesperación a los músicos ya que una multitud sentada pues más que una multitud es casi un velatorio (al menos desde el punto de vista de un músico, o espectador, de punk). Tocar, por primera vez en NYC en 1979 en un sitio así, con todo el público (aforo completo) obligatoriamente sentado hizo que Paul Simonon se diera la vuelta y destrozara su bajo. No lo destrozo por alegría, sino por desesperación o más bien por una frustración total; no era un momento álgido era un “hasta los huevos de esto”, eso no era un concierto ni era nada, no era lo que ellos eran ni lo que hacían. Tan sencillo como eso, después de varios conciertos en esas condiciones y tras una hora, ocho minutos y diez segundos sobre el escenario en el NYC del 79 y justo tras haber terminado White Riot (ya, ya sé que habría sido mucho mejor si hubiera justo terminado de tocar London Calling, pero es que la vida no es una película) , dijo: hasta aquí hemos llegado, así no se puede, no merece la pena, rompió su bajo y se marchó del escenario, no sin que Pennie Smith (si, la foto la hizo una chica ala que ni siquiera le gustaban especialmente los Clash, ni especialmente el punk-rock, como si cualquier buen guionista de cine habría querido que fuera) pudiera captar este momento icónico pero tan mal interpretable.

Pues eso, que es algo que he aprendido, que me ha resultado muy educativo (a la vez que un poco decepcionante), que creo que se aplica a la situación actual y futura (por lo menos a corto plazo) de ciertas actividades de las que yo disfruto (como oír punk-rock en un bar bebiendo y con gente) y que me apetecía compartir antes de, ya, si, por fin, pasar a las lecturas del mes.

En mi última – en aquel momento – visita a mi librería de referencia, a sabéis Méndez en la calle Mayor, le comenté al mayor de los hermanos (si, como fruto de la pandemia ahora hablamos más ya que creo que todos estamos más necesitados de conversación y aprovechamos casi cualquier ocasión para charlar. Incluso los, razonablemente, asociales como yo) que uno de los libros que me había llevado en la anterior visita me había parecido muy bueno pero que era una pena que fuera una especie de segunda parte y que si tenía la primera: Caballos lentos. No, no la tenía, pero me la pedía sin ningún problema, que en breve estaría allí. Así que, casi por primera vez en mi vida (o que yo recuerde), me acerque a una librería a por un libro “encargado”. Es una sensación distinta cuando vas a recoger un libro que cuando vas, simplemente, a ver que hay, aunque en mi caso no tanto , ya que ya que había ido hasta allí pues me dedique a mirar otros libros y, como si dijéramos, al final me fui con uno más de los que me hubiera llevado normalmente. La verdad es que me gusto bastante, cargada de humor y de buenos personajes tiene frases antológicas como la de la descripción de esas partes de internet, “los foros abiertos en cuyas discusiones saltaban los escupitajos como en una sartén de patatas fritas y la ira no admitía el menor sentido de la gramática”; la de un Londres (o un Madrid o un NYC) donde “había actividad las veinticuatro horas del día, pero solo si se tenían en cuenta las cosas que nadie quería hacer, como buscar el camino de vuelta a casa a altas horas de la noche, o salir para un trabajo de limpieza con el frio del amanecer, a oscuras todavía.” por que por mucho que nos engañemos eso de la ciudad veinticuatro horas tiene bastante de mito, en todos los casos y, desgraciadamente, cada vez más y no solo por el toque de queda que tenemos ahora; o la dudosa existencia de esas dos derechas, “la versión de la derecha que ofrecía la clase dominante y la que se cocía en las barriadas” en la que muchos políticos creen pero que al final se vuelve una sola ya que es la misma.

En esta visita había otro Landero, El huerto de Emerson, que, en principio me daba mala espina ya que nunca he tenido a Landero por un escritor prolífico y me sonaba que últimamente estaba sacando demasiadas cosas (o eso me parece a mí) pero decidí cogerlo y darle la oportunidad que merecía o, por lo menos, su parte de derechos de autor que al fin y al cabo sabia por mi hermano Rafa que había estado pasando por momentos difíciles (no, no económicamente sino personales).La verdad es que no me ha parecido un libro trabajado sino sacado con ciertas prisas, sin estar especialmente hilvanado pese a ser “recuerdos” en gran medida dispares. Pero, con todo sigue siendo Landero y puede escribir cosas como “Pero yo había resuelto ya que preferiría soñar a Marta el resto de mi vida que vivir con ella los años que hubiera durado nuestro amor.” con la que, al menos yo me puedo sentir identificado, o como “Pensé en la multitud de gente que había conocido a lo largo de mi vida, y sobre todo en los que ya habían muerto, sus caras, sus nombres, sus voces, sus ilusiones rotas. Pensé también en las mías, en mis ilusiones perdidas, y en como las ilusiones que se pierden no suelen ser reemplazadas por otras. Son solo eso: vacíos, huecos, magníficos edificios en ruinas, jardines de ayer donde hoy solo crecen hierbas sin ley, amargas flores sin aroma” con la que creo que casi cualquiera se puede sentir identificado. Pero obviamente, por ser Landero, también aporta ese tipo de conocimiento arcano que siempre es útil: “Y me acuerdo de Heródoto, que en su Libro I cuenta que los antiguos persas discutían los asuntos más importantes en estado de embriaguez, y al día siguiente volvían a discutirlos en estado de sobriedad, o al revés. Si en ambos casos estaban de acuerdo, cerraban el trato, y si no, renunciaban a él:” que a mí me parece un método impecable de decisión que en cierta medida he practicado siempre habiendo discutido el mismo tema sereno y borracho, borracho y sereno antes de tomar una decisión.

Mi principal razón para comprar Una sala llena de corazones rotos (aparte del título que me gusta, pero que me gustaría más para un disco de power-pop) fueron las primeras frases de la novela que se reproducían en la contraportada: “Es inevitable preguntarse qué le pasa por la cabeza a un hombre como Micah Mortimer. Vive solo, es reservado, su rutina está grabada en piedra”, no tanto porque me pareciera que pudiera tener cierto parecido conmigo si no porque alguien pueda pensarlo y siempre interesa ver cómo ven los demás a alguien a quien en ciertas cosas puedes parecerte. Tiene algún que otro punto interesante como ese “No es la primera vez que pensaba que los sueños proféticos no tenían mucha utilidad si su significado solo se hacía patente en retrospectiva” con el coincido plenamente y por eso no creo en los sueños, ni en los proféticos ni en los normales y mucho menos en su interpretación, por no hablar de usar la interpretación de los sueños para “dirigir” tu vida. Pero en líneas generales me ha parecido flojilla y un poco demasiado tópica: “realmente las mujeres hacían funcionar el mundo. (Había una clara diferencia entre «dirigir el mundo» y «hacerlo funcionar»)” ¿en serio? ¿todavía estamos con estas diferencias y tontunas? Lo dicho, flojilla.

Con Palahniuk, del que también compro casi todo lo que veo, me pasa una cosa rara: creo que tiene buenas ideas pero que casi siempre se empeña en escribirlas mal, alargándolas innecesariamente y de una forma bastante repetitiva que acaba agotando la buena idea. Es verdad que tiene buenas novelas (todavía recuerdo con mucho agrado la lectura de El Club de la Lucha y otra, de la que no recuerdo el nombre ni el argumento – si he de ser sincero – pero tenía algo que ver con unos travestis viajando a, o por, Canadá). A esta, El dia del ajuste, le pasa lo mismo, lo mismo que a las malas, que la idea tiene su punto: el típico mesiánico que habla del fin del mundo y del día del ajuste de cuentas y más o menos forma una secta que acaba haciendo que… bueno, ya, si eso, os la leéis vosotros; pero agota muy rápidamente la repetición y las cosas brillantes no abundan. Es divertida la teoría del “desbordamiento de jóvenes” que plantea que “todas las importantes turbulencias políticas se debían al exceso de hombres jóvenes”, en sus propias palabras “si el porcentaje de hombres y mujeres entre quince y veintinueve años de la población alcanzaba el treinta y cinco por ciento… ¡cuidado!”. Dudo que él lo haya mirado pero la verdad es que esa cifra del treinta cinco por ciento parece excesivamente elevada pero no tengo las ganas de mirar si esto es viable (sigo prefiriendo la teoría de Goldman en Brothers).

Con todo tiene alguna parte verdaderamente divertida (en plan chiste):

“- En toda la historia, solo el señor King se acercó a revelar la verdadera magia de la gente negra – explico Arrabella -. Durante muchos años nos planteamos matarlo para protegernos.

La señorita Josephine escucho aquello, asombrada.

- ¿Los negros mataron a Martin Luther King Jr.?

Arabella frunció el ceño.

- No al doctor King… - exclamo-. Contratamos a un hombre para que matara a Stephen King. Por desgracia, el asesino era inepto y el intento de matarlo atropellándolo con un coche y dándose a la fuga fue un fracaso.

En las obras maestras del escritor, explico, en libros como El resplandor, La danza de la muerte y La milla verde, King casi había convencido a los blancos de los magníficos y asombrosos poderes que los negros mantenían ocultos.”

A Towles le descubrí hace poco con su segunda novela, sobre un noble ruso al que condenan a no salir de un hotel de lujo y que tenía bastante gracia, así que Normas de Cortesía, que es la primera y que en lugar de un hotel en Rusia pues pasaba en el NYC de finales de los cuarenta era una elección indudable y resulto ser todo un acierto. A mí me ha encantado; vale, vale, que la historia tampoco es especialmente brillante, es más bien convencional, pero ya desde las primeras páginas y eso bar de Jazz en el que “Ibamos a quedarnos en ese bar de mala muerte donde se tomaban la música lo bastante en serio como para que nadie molestara a dos chicas de buen ver y la ginebra era lo bastante barata como para bebernos un dry Martini cada hora” que( salvando los matices) creo que es aplicable al Wurltizer y en cierta medida es parte del secreto de su éxito con el público femenino (y por lo tanto con el masculino).

Aunque yo no conocí NYC hasta casi finales de los 80 –por lo que no tengo ni idea de cómo sería al final de los 40  – he de reconocer que ese cine que visitan en el que “por toda la sala, los encendedores lanzaban destellos igual que luciérnagas” me recuerda a mi adolescencia y, sobre todo, a esas sesiones matinales en las que no solo se podía fumar, sino que era casi obligatorio hacerlo hasta que dejaba de verse la pantalla, paraban la proyección para mostrar un cartel que nos pedía que fumáramos menos y nosotros seguíamos fumando (aunque, probablemente, un poco menos); incluso esas chicas del medio oeste americano se parecen bastante a las chicas de provincias del Madrid de mi adolescencia por lo que igual no soy demasiado imparcial (aunque poco o nada tengan que ver ambas ciudades y ambas épocas, o yo con los protagonistas).

Con todo, que es bastante, la mejor frase, máxima diría, del libro es ese “permítaseme observar que en momentos de intensa emoción – ya provocados por la ira o la envidia, la humillación o el resentimiento -, si lo que vas a decir hace que te sientas mejor, lo más probable es que sea inoportuno. Esa es una de las máximas más valiosas que he descubierto en mi vida. Y puedes quedártela, porque a mí no me ha servido de nada.” en competencia con ese “la genialidad de una generación se convierte en la enfermedad venérea de la siguiente.” que ya me extraña que no sea de Oscar, que como todos sabemos siempre dijo todas las citas antes que nadie.

Por cierto, las "normas de cortesía y comportamiento decoroso en compañía y conversación" que dan titulo al libro (supongo ya que se reproducen al final del mismo) son del joven George Washington y son nada menos que 110. Es verdad que igual no todas - algunas por obsoletas - pero no son malas normas en general y muchas las subscribo y espero (no porque le hagan falta, si no por curiosidad) las lea mi sobrino (al que hace mucho que no menciono por este medio)

Jill la cogí en parte porque me gusta la editorial y en parte porque se supone que es una “Obra maestra” (según la solapilla que siempre afirma que todas lo son) pero a punto estuve de dejarla a mitad. SI no lo hice fue solamente porque no me quedaba nada que leer y no me apetecía darme otro paseo enmascarado para ir a buscar más libros. Seguro que me he perdido algo de la novela porque su genialidad se me ha escapado completamente.

Acabada la tortura de la novela anterior, Helena me recordó que no me había leído The Hacienda. How not to run a Club y que me la prestaban. The Hacienda (realmente con cedilla pero no sé cómo ponerla con este teclado) fue un club muy famosos de Manchester, prácticamente la cuna del Acid-House que montaron los de Joy DIvision/New Order (que para los que no los sepias son los mismos, salvo por el detalle del fallecido Ian Curtis, aunque es raro que ambos grupos le gusten al mismo tipo de persona, al menos en esta España mia, esta España nuestra). El libro tiene tal vez demasiadas cosas que no interesan mucho (como la lista de conciertos y fiestas que se hacían en the Hac; que al parecer es la forma in de nombrarlo, aunque haber usado in seguro que está totalmente out) pero ciertamente ejemplifica las cosas que uno no debe hacer al llevar un club (si bien obvia la más importante que es no estar encima de club, que al final es la base).

La primera de las que cita es sobre el diseño, del que obviamente tenía mucho y por un gran diseñador (un arquitecto, al parecer) que lamentablemente “approached (the design) from an architect´s point of view, not that of a clubber” y estaba lleno de, digamoslo claro, grandes cagadas.

Otra importante viene justo del otro lado, de primar las actuaciones y a la creatividad de los artistas y casi acaba en tragedia cuando “the German industrial-rock band Einstürzende Neubauten borught a pneumatic drill to their gig. They started it up during their set then attacked the central pillar with it. The crowd were mesmerized. We were, too. We may as well have been fiddling as Rome burned because none of us moved to stop the guy – even though that one beam held up the entire building. WE just creamed ‘Yeah! Go on!’”.

Por supuesto también dejaron a los porteros, y a la mafia de porteros, hacerse cargo de la puerta y a los camareros robar con total impunidad y otros pequeños detalles de operación hasta que, ya tarde, trajeron a un experto para que les aconsejara: “He had an eye for detail the rest of us lacked. Little  things like ‘why don’t you stop the staff stealing off you”, ciertamente un tipo observador cuando al parecer se distinguía al personal, pese a no llevar uniforme, en cualquier calle de Manchester (también conocido como Madchester o Gunchester según la época) horas después de cerrar porque todos llevaban una caja de cervezas bajo el brazo.

La verdad es que es una lectura entretenida (a la par que educativa) y, pese a que me parezca increíble por aproximación musical o vital, puede entender el impacto o encanto del acid house en la generación posterior a la mía (o en parte de la mía que lo descubrió a tiempo) ya que al leer cosas como “Furthermore, like punk before it, lost something as it got older: the innocence of nobody knowing the rules, or even if there were any. The initial explosion of ecstasy – coupled with the music – had revolutionized the world. Everything that followed could only be an imitation.” a veces pienso que sí, que tal vez tiene razón (aunque sé que no, que no son lo mismo ambas cosas, aunque a alguien se lo puedan parecer y yo no lo pueda discutir salvo apelando al ‘esa mierda, dices’), a veces, pero, ya digo, enseguida se me pasa.

 En fin, pues eso que hoy nuestro presidente ha anunciado que ya estamos en el “Inicio del fin” y yo he sentido un ataque de pánico con solo oírlo; creo que habrá que esperar bastante, pero mientras tanto ¡Divertíos asaltando el castillo!

 

Lecturas

Caballos Lentos – Mick Herron

El Huerto de Emerson – Luis Landero

Una sala llena de corazones rotos – Anne Tyler

El día del Ajuste – Chuck Palahniuk

Normas de Cortesia – Amor Towles

Jill – Philip Larkin

The Hacienda. How not to run a club – Peter Hook