domingo, 6 de junio de 2021

Comentario de textos ABril 2021

 

Nunca me he terminado de creer eso de que “la cara es el espejo del alma” y la verdad es que soy más de la teoría de que “uno es cómo se comporta cuando cree que nadie le ve” (algo que le preguntaban a un Brian Ferry imaginario en un programa de radio que tenían mi hermano y Orejudo en una emisora de radio pirata). Supongo que por eso siempre he sentido cierta fascinación por las fotos de espaldas, más que por los retratos. Creo que cuando uno sabe que le están fotografiando (o pintando, o filmando, o en general viendo) uno tiene tendencia a comportarse de una forma diferente a como es, pero cuando a alguien le hacen una foto o un retrato de espaldas, o de lado, o sin que lo sepa es mucho más uno mismo.

Para mí una de las mejores fotografías de Kennedy (JFK para algunos) y una de las grandes fotografías de la historia, es esa en la que está de espaldas apoyado en la mesa del despacho oval en plena crisis de los misiles de Cuba.

 



Sabiendo que posiblemente salió en la revista Life (no, no tengo ninguna prueba, y no, no me apetece buscarla) me gusta pensar que vi esa foto siendo pequeño en El Puig, donde había una colección completa de ejemplares de la revista Life de esos años. Es más, diría que tengo un recuerdo claro de haberla visto al igual que tengo el recuerdo clarísimo de haber visto muchas de las fotografías que marcaron los sesenta en aquellos veranos valencianos en los que poco más había que hacer que mirar las fotos de aquella colección de Life, y los dibujos de la colección de Blanco y Negro que también había allí, tirada en unos armarios, y que se ha perdido (cuando vendimos la finca, mis padres nos pidieron si queríamos quedarnos algo y yo no incluí esta colección, aunque en lo que si insistí es que guardaran una fresquera nevera de madera preciosa, cosa que por supuesto no hicieron, así que igual se habría perdido de todas formas). Por supuesto me niego a pensar que vi estas fotografías mucho después, en libros de fotografía, cuando pasé por mi etapa de fotógrafo aficionado durante la que aterrorizaba a todos mis conocidos y entretenía otras tardes de verano y de otras temporarias buscando tomas absurdas (artísticas creo que se denominan técnicamente). No, todas, o casi todas esas fotografías, las vi cuando era pequeño en aquellos Life, y estoy seguro de que fue el acceso a esos Life lo que me hizo interesante por la fotografía y que son esas fotografías las que siempre he intentado imitar (con poco o nulo acierto) y sigo intentando imitar cada vez que fotografío algo (ampliado con las fotografías que he visto posteriormente).

De hecho, probablemente mi fotografía favorita de todas las que he tomado nunca es una fotografía de Lourdes de espaldas, arropada en una manta que se agita al viento, frente a un mediterráneo que no se ve en la playa de Gandía durante una gota fría verdaderamente tremenda. Fotografía que no puedo mostraros ya que en un enfado – cabreo monumental, diría yo – Lourdes tiro los negativos de esas fotos y las únicas copias que había.

En cualquier caso, respondiendo a vuestra pregunta de a qué viene esto os diré que es porque Cabut (también conocido como mi tío Ricardo, aunque realmente creo que es mi primo y que para mí es un hermano más: mi hermano mayor; y también conocido por nombres más oficiales que nos revelare en estas páginas) me ha regalado un cuadro en el que yo estoy en Piles mirando el mediterráneo y. claramente, con todo el peso del mundo sobre mis espaldas (que es por eso y no por acumulación de grasa  por lo que tengo yo esa chepa). Este, al que ya le he encontrado sitio en mi casa aunque todavía este buscando sitio para las cosas que he quitado para ponerlo.

Si, seguro que estáis de acuerdo en el parecido del retratado conmigo e incluso estaremos de acuerdo con el estilo Sorolla del cuadro pero he de deciros, porque así lo ha confesado el propio autor, que no, que no soy yo. Al parecer está basado en una foto de Ricardo Piglia que salió en el periódico (tengo las pruebas, aunque no aqui asi que no recuerdo en que peridico se publico o con que motivo o que mar miraba Piglia) lo que todavía me sorprende más ya que se a) se parece más a mí que a Piglia, o al Piglia fotografiado, lo que algunos podríais pensar que es porque Ricardo no pinta lo suficientemente bien (equivocados que estáis, malas personas) y b) Piglia es un escritor que me gusta bastante desde que me lo descubrió mi hermano Rafa (mi verdadero hermano mayor, que me ha descubierto a innumerables escritores más). Así que estoy muy feliz con este cuadro y quería compartirlo con vosotros, lo que debería explicar la introducción y ahora, sin más introducción, a por las lecturas.


La primera novela de este mes, 1794, es la segunda del noble sueco (no lo digo por su bondad interna, que desconozco, sino en un sentido literal ya que, al parecer, es realmente de la nobleza sueca). Era una novela que me apetecía mucho leer ya que la primera me pareció muy buena. Esta también es buena pero tal vez por la aprensión que me provoco la falta de imaginación al escoger el titulo he de reconocer que me ha gustado un poco menos, pero todavía me quedan ganas de leer la tercera de la supuesta trilogía (aunque esta segunda es completamente independiente de la primera) que, no sé por qué sospecho que se titulara 1795. 

No os diré en que año pasa la historia, por si alguno lo considera un spoiler, pero ya os avanzo que es en un año en que en Suecia (si, pasa en Suecia) declaran una ley Suntuaria (que yo no tenía ni idea de lo que era, pero seguro que vosotros sí) que hace que “Los encajes, los bordados, la seda, los tejidos de colores… todo ha sido prohibido para evitar que los riksdalers suecos abandonen el país en los bolsillos de los comerciantes extranjeros. El color ha desaparecido de las calles”

Es verdad que ahora mismo, en estos tiempos pandémicos de leyes no suntuarias, uno tiene la misma sensación, esa de que ha desaparecido el color y la alegría de las calles, pero también es verdad que, sabiendo que no era la primera ley suntuaria de Suecia (posiblemente tampoco la última) uno no puede nada más que revisitar su idea del cine de Bergman (Ingmar) y esas pelis en blanco y negro tan sobrias y plantearse si hay relación entre ambas cosas. Incluso a mí, aunque parezca contradictorio, me lleva a pensar en ABBA y todos aquellos trajecitos de colores, cortes y formas tan horteras y a la explicación que ellos mismos daban de porque se vestían así… que era para no existiera posibilidad, ni la menor sombra de duda, de que era ropa de trabajo y no tener problemas con hacienda al desgravarse este coste ya que ¿Quién iba a vestir así en su vida normal? Luego resulto que algunas personas si decidieron vestir parecido en la vida normal, aunque afortunadamente un poco mas discretamente.

La verdad es que los personajes son muy completos (ni idea de que quiero decir con esto pero espero que se entienda) como ese que decide poner tierra de por medio y “Solo piensa en avanzar a cualquier precio, en evitar la cercanía de la gente y buscar la soledad cueste lo que cueste: así como quien quiere ayudarte siempre encuentra la manera de hacerlo, nada detiene a quien quiere hacerte daño.”; o aquella que cuando le dice a otra que ha de ser madrina de una niña, porque no hay nadie más, y esta le responde con un no creo en Dios como motivo para no serlo, sencillamente le responde “entonces no tendrás problema es ser testigo de un rito superstición.” y da por zanjado el asunto adjudicándole a la otra el papel de madrina, sin dudar. Con ambos me siento identificado y supongo que por eso soy padrino de mi sobrina y, bueno, lo otro pues mejor no comentar. En cualquier caso y pese a ser más floja que la añada anterior, sigue mereciendo la pena leerla.

Mi siguiente selección en mi librería de referencia, ya sabéis (Méndez en la calle mayor) y también sabéis que necesitan que os acerquéis por allí a comprar (igual que por Fuenfría en Cercedilla, que pilla un poco más lejos y tiene un horario errático, pero, a cambio os permite visitar el campo y, si tenéis suerte, el bar de enfrente con una caña, vino o similar en compañía del librero escritor y tarambana de mi hermano), fue La calle por aquello de ser de una afroamericana (cuando aún no existía este término) en el NYC de los años 40. Su protagonista, mas negra que afroamericana, en principio cree eso tan americano de que solo hace fala trabajo duro y determinación para que todo se arregle y para sacar adelante, encarrilar, su vida y la de su hijo tras su divorcio. 

Pronto aprende que “Aunque fueses negro, con dinero tu vida era diferente…, tal vez no por completo, pero sí lo suficiente para que disponer de él fuese crucial” (algo que aquí siempre hemos sabido y aplicado a la diferencia entre los árabes – que son bienvenidos incluso en Marbella o en la casa Real – de los moros que no son bienvenidos ni siquiera en las pequeñas partes que todavía controlamos en otro continente, que es posiblemente más suyo en la que medida en que alguna tierra es de alguien, que ya dijo un histórico jefe sioux regañando al hombre blanco) pero que tarda más, mucho más, casi toda la novela, en aprender, que “Y mientras tu estas dejándote la piel para pagar el alquiler de esa porqueriza infecta, el mundo exterior se hacía cargo de tu hijo. La calle aceptaba con gusto esa responsabilidad. Se convertía en el padre y en la madre de tu retoño y se encargaba de educarlo en tu lugar. Pero la calle era un padre degenerado y una madre depravada con los que tú, por descontado, colaborabas al hablarle sin para a tu hijo de dinero”. Perpetuando una espiral, aumentándola hacia la marginación y las bandas, que llega hasta hoy y seguramente hasta pasado mañana y dejándote con la duda de cuanto es bueno poner en valor el dinero en la educación infantil (Los niños han de aprender el valor del dinero pero tampoco debe de ser algo que les condicione; un tema en el que debe de ser difícil, o imposible, encontrar un equilibrio). A mí me ha parecido una gran novela que, desgraciadamente, podría estar escrita hoy en día.


Supongo que, por mi fascinación por los excesos, desvaríos, más bien, de la mente humana, que hace que me interesen mucho los asesinos en serie (el mismo que también hace que me interesen ciertos programas de televisión que no voy a confesar en público) también hace que me interesan las novelas sobre nazis, e incluso las novelas sobre nazis fugados ya sean de los que lo niegan o de los que lo aceptan y se justifican o de los otros (los que se sienten orgullosos). Supongo que por eso cogí Ruta de Escape, que era sobre la fuga de un nazi, desde Alemania a Italia y que casi parece una tesis doctoral de referencias que tiene, entre otras entrevista con su nieto que sigue siendo barón, o similar, de no se que. Es verdad que resulta impresionante ver la capacidad de negación del comportamiento de su padre por parte del hijo – supongo que para algunos será una gran virtud eso del amor filial – pero que a ratos da un poquito de escalofrió y el resto del tiempo simplemente repelús. Dudo que ninguna virtud deba anteponerse a lo que vendría siendo el reconocimiento de la verdad familiar, por dura que esta sea. Sin embargo, no se trata de una novela cautivadora sino de un – en mi opinión – de un aburrido periplo de investigación para determinar no se sabe bien qué, que al final te deja bastante indiferente.

He de reconocer que cogí Klara y el Sol estando casi seguro de que no me iba a gustar, pero me apetecía leer una novela de Ishiguro (al que me niego a considerar un escritor japonés ya que, pese a haber nacido en Nagasaki, se mudó – le mudaron sus padres, seguramente – a Londres con seis años y sus obras más famosas son sobre mayordomos británicos) ya que al fin y al cabo se trata de todo un premio Nobel.

Es verdad que el tema – centrado en un androide y la inteligencia artificial – es el típico tema que me fascina y me repugna a la vez y sobre el que creo que se ha avanzado prácticamente nada desde K. Dick (en literatura) y me temo que incluso menos en la parte científica desde que ya era tendencia al final de los ochenta, principios de los noventa, en los que trabaje en el LSI (nada que ver con el LSD aunque algunos de los que trabajábamos allí parecíamos estar, a veces, bajo la influencia de sustancias, pero se trataba solamente de café trampero de Arizona – solo café y lo más fuerte que se podía hacer, ni azúcar ni puñetas… café, café y café  – y puede que de la tensión de saber que justo encima de nosotros había, las noches y los fines de semana que nos quedábamos a trabajar, un puesto de francotiradores protegiendo la Moncloa y que nos tenían completamente vigilados con inteligencia humana y no la artificial con la que jugábamos nosotros). Me resulta incomprensible que este escritor inglés tenga un premio Nobel y que esta sea su primera novela después de haberlo recibido.

Cada cierto tiempo sale un estilo nuevo de novela, no es que yo los siga mucho o que sea capaz de decir las diferencias entre un estilo y otro, y de repente empieza uno a encontrar novelas de ese estilo.

Ahora parece que se lleva al country noir (para lo que al parecer es suficiente que la historia pase en alguna zona rural de los estados unidos, tipo las montañas Orzak, los Apalaches - o las Apalaches - o, en West Virginia) y como consecuencia pues ya he leído un par de libros de este estilo que, en general, me han gustado por la extrañeza de un mundo que uno sabe que existe y que incluso creyó entrever, o adivinar, un verano que paso en West Virginia y otras temporadas en sitios con gentes igual de pintorescas de la américa profunda (ese uno mayestático soy yo, que me ha dado por ahí).

Huesos en el valle, según la contraportada, prometía que además de contar con los fabricantes y traficantes de droga necesarios para un country noir de esos que se precie, prometía meter en la coctelera a las malvadísimas empresas de fracturación hidráulica. Como este, el fracking no la droga, es un tema con el que he tenido cierta relación profesional (si, en el lado de los malvados, que uno, que no sabe montar en moto, nunca ha podido estar del lado de los malvados y es algo que siempre apetece y suma puntos con las mujeres) pues me decidí a darle una oportunidad y la cogí con ganas. A ver, no voy a decir que sea mala (aunque podría) tan solo os diré que podéis esperar a que hagan la película con Steven Seagal (o algún actor similar) y entonces despotricar que la película es igual que todas las de acción tonta de ese actor y tal vez añadir que mejro cojáis alguno de los últimos best-sellers del bueno de Baldacci, de esos de un agente del FBI en la américa rural (vamos de los peores suyos, que hay varios) y por lo menos lo pasareis mejor…. No será country noir, y no estaréis a la moda, pero pasareis un mejor rato que con esta.

Podría decir que escogí El Grupo para compensar haber cogido La Calle pero a poco que me conozcáis sabréis que esta idea se me ha ocurrido claramente a posteriori y que para nada  fui consciente de que estaba cogiendo dos retratos tan alejados de una misma sociedad, el NYC de los cuarenta. En este caso está representado por un grupo de universitarias blancas, ricas y despreocupadas (en La calle básicamente una madre sola; trabajadora sin casi formación; negra, perdón afroamericana, y pobre y angustiada) pero no, ni siquiera al leerlo fui consciente de esto y solamente ahora al escribir me doy cuenta de las grandes diferencias entre los dos mundos de estas dos novelas que pasan en una época y un lugar similar.

Si a uno de los mundos no lo salva el Plan Roosevelt, ya que ni siquiera le llega (hablamos de mujeres negras en una gran ciudad, y no de obreros de la construcción), el otro se ríe de él y lo desprecia ya que a él no le beneficia directamente “Lo mismo pasa con tu amigo Roosevelt y todos esos flojos trabajadores sociales de la Casa Blanca. La economía se habría recobrado si la hubieran dejado en paz, en lugar de escuchar los gimoteos de los tirados de la sociedad. ¡Recuperación! ¡Dime tu que recuperación ha habido! La economía está enferma y lo que han hecho es enchufarle un biberón.” Y esto también sigue pasando, aunque ya se haya comprobado que los grandes planes de recuperación sirven más a los ricos, que especulan y se enriquecen con ellos, que a los pobres a los que, simplemente, les permite sobrevivir.

Por supuesto que también entre los miembros de este grupo hay disparidades, pequeñas en un contexto amplio, pero verdaderamente importantes para sus miembros (miembras debería decir al ser todas chicas, pero no me sale) y así “Y en la universidad, ella y Norine habían trabajado juntas bastante amigablemente en la revista literaria – Vosotras erais las estetas. Nosotras, las políticas – Continuo Norine -. Y nos mirábamos desde las barricadas.” ¿las barricadas, dice? Cuando al otro lado de Central Park pasaban las historias de La Calle, ¿Barricadas, ellas las políticas? Si, igual que en una clase de política en la universidad española de los setenta o los ochenta donde las diferencias en las opciones políticas entre facciones (o fracciones, de lo pequeñas que algunas eran) eran tan sutiles que parecían meramente escolásticas, o sacadas directamente de La vida de Brian, pero que les llevaban a los odios más acérrimos, les llevaban a las barricadas y allí siguen algunos.

También tiene por supuesto vigencia en la actualidad, en la que estos dos mundos siguen completamente separados, no solo allí sino también aquí, en esta España mía, esta España nuestra que cantan con alegría algunos. Esa España en la que algunos mantienen ese gran dilema sobre pecho o biberón: “Primero amamantamos a nuestros hijos; la ciencia nos aconsejó que no lo hiciéramos. Ahora nos dice que entonces teníamos razón. ¿O estábamos equivocadas entonces y ahora tenemos razón? Debe de estar relacionado con la teoría de la relatividad, si entiendo algo a Einstein.” y al que ahora hemos añadido todo tipo de decisiones pandémicas, cambiantes y contradictorias pero para mí que no relacionadas ni con la ciencia ni con la teoría de la relatividad (si entiendo algo a Einstein, algo más que las miembras del grupo espero. Si, ahora lo he clavado y he puesto miembras aunque mi corrector ortográfico piense que esta palabra, o palabro, no existe y yo, de momento no le he sacado del error añadiéndola).

En cualquier caso, creo que esos dos mundos – yo mismo y probablemente todos – coincidimos en la misma reflexión: “Por muy desgraciada que se sintiera en ese momento, no podía decir semejante cosa. Incluso cuando había deseado morirse, no había deseado no vivir nunca. Nadie podía hacerlo.” Mi única pega real es en gran parte culpa mía ya que se trata de un grupo de nueve personas y a mi me cuesta distinguir a tantas personas y seguir sus diferencias; acabo mezclando a unas con otras sin mayor problema o pudor.

En fin, que pese a mis buenas intenciones me he retrasado este mes casi como si no hubiera hecho propósito de año nuevo y aquí lo dejo que en breve debería ponerme a preparar el de mayo que ya andamos por junio. Aprovechad estos días sin toque de queda y de vuelta a la subnormalidad y ¡Divertíos asaltando el castillo!

Lecturas

1794 – Niklas Natt Och Dag

La Calle – Ann Petry

Ruta de Escape – Philippe Sands

Klara y el Sol – Kazuo Ishiguro

Huesos en el valle – Tom Bouman

El grupo -  Mary McCarthy

No hay comentarios:

Publicar un comentario