martes, 1 de noviembre de 2016

Comentario textos Octubre 2016

Septiembre acabo con los eventos del décimo aniversario el Wurlitzer lo que, pese a que ya bebo mucho menos de lo que bebía antes (prácticamente soy abstemio y monacal) me dejo, sí no con una resaca, si un cierto cansancio. Uno de esos cansancios alegres, felices, de los que hablan las madres y los padres cuando te dicen que te esfuerces, que por mucho que te canses el esfuerzo merece la pena y otras majaderías de educación católica que resultan ser ciertas (no como muchas otras, aunque la verdad es que no puedo asegurarlo porque yo fui a un colegio laico y mis padres eran cuando menos muy laxos en sus creencias católicas).

Aunque he perdido la practica (y las fuerzas) para salir todos los días del aniversario a ver todos los conciertos estuve en un par de ellos y la verdad es que además de ver a los grupos fue una alegría ver a mucha gente que, por aquello de salir poco, hacía mucho que no veía y a la que, la verdad sea dicha, echaba de menos aunque luego interactuara con ellos poco menos que un saludo cortes y un brindis rápido. La verdad es que me gusta estar en el Wurlitzer (pese a no poder fumar dentro y a que mi cerebro se sature rápidamente), me gusta tomarme unas cervezas en mi esquina disfrutando de un buen concierto o incluso disfrutando de criticar uno malo, o de un estilo incomprensible para mí, ya que criticar cosas siempre ha sido una debilidad de los miembros de mi familia (teóricamente solo ha sido una debilidad  la crítica constructiva, en la que tanto insistía mi padre, aunque no estoy seguro de que tal cosa exista, - creo que vista desde el punto de vista del criticado casi ninguna crítica es constructiva – y en caso de existir me temo que no es la que más practico).

En cualquier caso como ya comentaba el mes anterior había conseguido llegar al doce de octubre sin haber terminado ningún libro, aunque prácticamente me había terminado Razor Girl; un libro que había comprado en el aeropuerto de Atlanta tan solo porque tenía una portada bonita. Aunque, a priori, no lo incluiría en mi top ten de principios la verdad es que resulta curioso y prometedor eso de empezar una historia con un accidente (leve) en el que (desde el punto de vista de protagonista) su coche es golpeado por detrás y cuando se baja para hacer el parte el conductor del otro coche es una chica que le saluda con una navaja de afeitar a la vez que se disculpa por haberse distraído al conducir por andar depilándose sus partes íntimas para acudir a una cita. Una portada y un principio prometedores a los que, desgraciadamente, el resto del libro (ni la historia, ni los personajes, ni los diálogos) terminan de corresponder quedándose en tan solo eso. Un libro correcto pero que desaprovecha el tirón inicial del principio de la historia.

Conseguí acabar el libro con tiempo de sobra para empezar a preparar mi bolsa (las maletas dirían algunos) para marcharme a NYC el día catorce por lo que me volví a presentar en el aeropuerto sin nada para leer en el viaje. Como esta vez no viajaba solo no era algo que me preocupara mucho ya que quieras que no, entre charlar un rato sobre las peticiones de comida especial de Álvaro (que en este viaje le dio por pedir comida Kosher) y los múltiples entretenimientos que mi sobrina Alicia requería de mi hermana Helena (su madre) para no quedarse, bajo ningún concepto, dormida, junto con las pequeñas discusiones que estos causaban pues se pasa el viaje bastante entretenido.

Aunque no me preocupaba mucho montarme en el avión sin nada que leer, como ahora tienes que estar unas cuantas horas paseando por la terminal del aeropuerto sin nada que hacer pero sin dejar tu equipaje desatendido (eso nunca), una vez desayunado y antes de visitar el Duty free para comprar cigarrillos y otros productos varios con los que completar la maleta de entretenimientos de Alicia, pues me acerque a la tienda de prensa a ver si había alguna cosa interesante. La verdad es que no había mucho, pero entre lo poco que había un título me llamo la atención: Blancanieves debe morir. Ya, no parece un título especialmente bueno por lo que posiblemente debería explicar ahora porque me llamo la atención. Sin embargo pese a que dudo que surjan muchas más oportunidades para hablar de mi relación con Blancanieves (o Schneewittchen como Thomas Gemperle me enseño, con poco éxito en la pronunciación, que se decía en alemán hace ya muchos, muchísimos año) ya que no es un tema que surja habitualmente ni en las conversaciones ni, así, en general o en este blog; y pese a que precisamente la idea de este blog era la de contar(me, a mí mismo) parte de mi pasado la verdad es que hoy no me siento con ganas de ponerme a escribir sobre estas cosas y no quiero buscar una excusa para hablar de esto. Así que dejémoslo así, ya, si eso, hablamos otro día de esto.

¿Qué decir del libro? Pues supongo que podría empezar por el final, si hubiera conseguido terminármelo, pero ni con las más de siete horas de vuelo, ni siendo la única lectura que tenía a mi alcance los primeros días, por lo menos hasta que visitara McNally Jackson (u otra de mis librerías favoritas) y teniendo en cuenta que esta visita se iba a retrasar con casi total seguridad hasta que consiguiéramos mesa en El Rubirosa, creo que esto lo dice todo. Es una historia demasiado previsible (digo estoy consciente de no haber leído el final, pero estoy seguro de que no tiene un giro mortal al final; o aunque lo tenga sigue siendo demasiado previsible. Contradicción incluida y aceptada) y la verdad es que la escritura tampoco aporta nada (aquí me hago el cultureta y me refiero a eso de el estilo). Prescindible o como mucho aceptable como libro de playa.

NYC me gusta. No solo me gusta si no que para mí es sumamente agradable visitarla en la compañía de siempre (o de casi siempre, debería decir, ya que es una ciudad que he visitado con mucha gente); la visita anual es una de mis tradiciones favoritas (tal vez, la única tradición que realmente me sigue gustando) y digo esto siendo perfectamente consciente de que las visitas ya no las mismas que eran antes.

Nosotros no somos los mismos (especialmente yo, que soy consciente de haber cambiado mucho y no precisamente para bien lo que provoca no pocas tiranteces en algunos casos) y aunque ya llevemos siendo el mismo número varios años las prioridades no son las mismas: unas crecen en importancia, otras disminuyen, pero muchas otras se mantienen compatibles entre todos y resulta difícil saber quien disfruta más las tiendas de caramelos y chucherías o en las tiendas de comics o de chorradas varias.

La ciudad tampoco es la misma, nunca lo ha sido (afortunadamente) y precisamente en eso radica su encanto: en que cada vez que vas hay nuevas cosas que descubrir, nuevas cosas con las que sorprenderse. En los últimos años, sin embargo, algunas de las tiendas favoritas, de nuestras tiendas más especiales han desaparecido y uno se lleva algunas decepciones al ver locales que a uno le encantaban vacíos o sustituidos por negocios infinitamente más anodinos que los que había, que los que uno esperaba encontrar. Supongo que es ley de vida, o la ley de la ciudad, pero este año yo lo he notado más y si bien es cierto que mi guía de NYC (una que escribí para María Rodrigo hará unos cinco años) perdía algún local cada año la verdad es que creo que ahora la mitad de ellas ha desaparecido. No, no me malinterpretéis, no es pena lo que siento (aunque echare de menos muchos locales), no, lo que siento es simplemente la pereza de volver a descubrir mi ciudad favorita y volver a compilar una guía. Pero es una tarea a la que pondré con gusto en breve. Si, muchas cosas han desaparecido pero hay otras nuevas, otras perduran y muchas quedan por descubrir antes de que desaparezcan.

(Precisamente hoy leo una noticia sobre el Bronx – que no, que no es un barrio que yo visite – en la que comentan que cuando cierre el Barnes & Noble que hay allí – a finales de este año -  ya no quedara ninguna librería en todo el Bronx. Más de un millón y medio de personas y ni una sola librería. Significativo. Afortunadamente parece que hay planes de abrir una librería – pastelería este año, que no es lo mismo pero algo es algo)

En cualquier caso, será porque nos hacemos mayores o más glotones, pero los lugares que no solo se mantienen si no que aumentan son nuestros sitios favoritos para comer. De hecho parte de las excursiones ahora las planeamos en función del día que conseguimos mesa en alguno de ellos. 

Obviamente la excursión a Brooklyn depende de cuando hayamos conseguido la mesa en Peter Luger para devorar su Porterhouse y su ensalada de tomate, cebolla y beicon (cortado con un grosor superior al del menique de una virgen adolescente, o superior al dedo DIN para los más tiquismiquis o los que no tengáis claro como es el menique mencionado) y para que Alicia pueda meter la cabeza en un cuenco de nata montada (el equivalente unipersonal a las guerras de merengues que hacíamos en Játiva cuando éramos pequeños); la excursión a McNally depende de la tarde en la que tengamos pensado cenar en El Rubirosa para degustar sus pizzas y (algunos, no todos pero no daré nombres) ponernos tibios a cocteles mega-extra alcohólicos a la par que deliciosos; la excursión a las tiendas de la calle dieciocho contempla el parar a comer las delicias nada apetecibles por escrito, pero exquisitas, del The Gander, un sitio en el que hay que ser valiente a la hora de pedir para poder disfrutar; y así sucesivamente. En fin, que estamos hechos unos gordos, o mejor dicho siempre lo hemos sido (había gente que a nuestro primer bar, el Morgenstern, lo llamaba el bar de los gordos: Gordo se nace, no se hace y, por cierto, no depende del peso ni de la talla. Es puro vicio y placer.  Pero divago, ya, si eso, comentamos otro día de sitios para comer bien en NYC.

Curiosamente, pese a que a mi Brooklyn no me gusta (el único año que me gusto un poco fue el que estaba Catherine viviendo allí pero creo que incluso las cloacas de Bombay – si Bombay tuviera cloacas – me gustarían con Catherine), nunca encuentro nada interesante, este año, incluso antes de perdernos en las tiendas de discos conseguimos localizar una librería, Word, con buen aspecto (no excesivamente Hípster) en la que, puede que por la ausencia de lectura, decidí llenar mi mochila hasta casi los topes incluyendo el ladrillo (672 paginas) de la autobiografía de Elvis Costello: Unfaithful Music & Dissapearing Ink.

Esa misma noche empecé a leerla y he de reconocer que enseguida encontré cosas interesantes: “A lot of pop music has come out of people falling to copy their model and accidentally creating something new. The closer you get to your ideal, the less original you sound”, que creo que no solo es aplicable a la música si no también a los libros. Íbamos por buen camino, aunque como ya creo haber contado, eso era fácil ya que durante un tiempo no me habría importado ser Elvis Costello, de hecho me habría encantado así que me gustara no tenía mucho mérito.

Lo que tiene mérito es que haya estado a punto de dejarla a mitad porque se estaba convirtiendo en una pesadilla casi imposible leer, además cada vez más.

Si al principio algunas notas biográficas sobre su padre aportaban un toque que podía explicar algunas cosas (al fin y al cabo creo que es difícil entender a los hijos sin saber nada de los padres o de cómo se criaron) poco a poco este personaje se volvía agotadoramente insufrible resultando sumamente curioso que pese a que el mismo reconoce que fue su madre la que siempre le crio y siempre estuvo de su parte, mientras que su padre le hacía un caso mínimo realmente es de su padre del que habla todo el tiempo mientras que lo dedicado a su madre es casi anecdótico.

Si al principio reconocer algunas tropelías o episodios de su vida te satisfacía, al ir pasando páginas y no encontrar ninguna referencia a episodios muy significativos de su carrera (como cuando grabo bajo otro nombre una canción contra Margaret Thatcher, la que pasaría a la historia como la dama de hierro, mote que supongo que prefería al que tenía al principio de su carrera política cuando se la conocía como la ladrona de leche, o la robaleche: the milk snatcher en su ingles natal) te deja totalmente insatisfecho y preguntándote cuantas cosas relevantes se ha dejado sin contar.

Si al principio alguna cita de sus canciones sirve para ilustrar algo la reproduciendo de letras enteras al final te hace sospechar que su vanidad le hace pensar que puede postularse para otro nobel de literatura incluso antes de que se confirmara el de Bob Dylan.

Debería haberla dejado sin acabar (yo de leer, o incluso el de escribir) aunque me ha encantado saber que The Band le gustaban mucho (¿a que persona sensata pueden no gustarle muchísimo?) y algunas otras curiosidades que sirven para reafirmar algunos de mis criterios musicales (aunque se haya dejado otras importantes y casi todas sus opiniones sobre sus contemporáneos) y sobre todo me ha encantado esta frase sobre cuando sabe uno que realmente se ha hecho mayor: “They say that it is a sign that you are getting older when policemen start to look young”. Interesante a ratos pero decepcionante en general.

He de confesar que no conseguí acabarme la autobiografía de Costello antes de que fuera necesario preparar las maletas para el viaje de vuelta por lo que le toco viajar con el equipaje mientras yo llevaba en cabina una lectura más llevadera: I, Lucifer, que pretendía ser una biografía del diablo o como dice en la portada del libro su parte de la historia. Si bien creo que esto no lo consigue, lo de contar la historia de Lucifer desde su punto de vista, digo,he de reconocer que en The Strand (que fue la librería en la que lo compre entre, al parecer, 18 millas de libros, casi 30 kilómetros) tenían un cartel que decía algo así como “si te gusta la primera página, no podrás dejar de leer”. Decidí probar y leerme la primera página (y no el resumen de contraportada, que como siempre me dice Rafa es justo lo único que no ha escrito el autor por lo que es una mala referencia para decidir). No me entusiasmo, me pareció flojilla pero decidí comprarlo (supongo que ya lo había decidido al ojear, que no leer, la contraportada). Aunque no cumple las expectativas (lo puedes dejar sin problema, aunque, ya digo, a mí no me gusto la primera página) tiene puntos de vista divertidos, o mas bien curiosos de los cuales mi favorito es ese de que si es el diablo (Lucifer, venga) es el que de verdad está a cargo del infierno y realmente quiere molestar a Dios ¿a santo de qué viene eso de sufrir en el infierno? “No one gets it. Which do you think would annoy Him more? Souls in Hell Suffering and whishing they’d been Good? Or souls in Hell partying and thinking, ‘Thank fuck I didn’t bother with all that morally sound behavior crap?’ You see the logic, surely”.

Como esta hay alguna otra que merece la pena (como la de Judas y su traición). Una lectura entretenida a ratos, en otros confusa, pero que además permite añadir un pecado a la lista de todos los artistas incluidos (o especialmente) escritores al reflexionar “.. since every artist knows more than he can tell, all art is lying by omission” incluyendo principalmente a Dios y en mucha menor medida al que esto escribe que obviamente omite algunas cosas que sabe (aunque no está seguro de recordar, como cantaba aquel: “I can’t forget, I can’t forget… but I don’t remember what”).

Dejo de omitir, o de contar, de pecar por omision por hoy, que hoy, día de todos los santos, por eso de ser festivo, para mí es como domingo y tampoco es cosa de regodearse en el pecado en un domingo.
  
Razor Girl – Carl Hiaasen
Blancanieves debe morir – Nele Neuhaus
I, Lucifer – Glen Duncan

Unfaithful music & Disappearing Ink – Elvis Costello

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