Septiembre acabo con los eventos del décimo aniversario el
Wurlitzer lo que, pese a que ya bebo mucho menos de lo que bebía antes
(prácticamente soy abstemio y monacal) me dejo, sí no con una resaca, si un
cierto cansancio. Uno de esos cansancios alegres, felices, de los que hablan
las madres y los padres cuando te dicen que te esfuerces, que por mucho que te
canses el esfuerzo merece la pena y otras majaderías de educación católica que
resultan ser ciertas (no como muchas otras, aunque la verdad es que no puedo
asegurarlo porque yo fui a un colegio laico y mis padres eran cuando menos muy
laxos en sus creencias católicas).
Aunque he perdido la practica (y las fuerzas) para salir
todos los días del aniversario a ver todos los conciertos estuve en un par de
ellos y la verdad es que además de ver a los grupos fue una alegría ver a mucha
gente que, por aquello de salir poco, hacía mucho que no veía y a la que, la
verdad sea dicha, echaba de menos aunque luego interactuara con ellos poco
menos que un saludo cortes y un brindis rápido. La verdad es que me gusta estar
en el Wurlitzer (pese a no poder fumar dentro y a que mi cerebro se sature rápidamente), me gusta tomarme
unas cervezas en mi esquina disfrutando de un buen concierto o incluso
disfrutando de criticar uno malo, o de un estilo incomprensible para mí, ya que
criticar cosas siempre ha sido una debilidad de los miembros de mi familia
(teóricamente solo ha sido una debilidad
la crítica constructiva, en la que tanto insistía mi padre, aunque no
estoy seguro de que tal cosa exista, - creo que vista desde el punto de vista
del criticado casi ninguna crítica es constructiva – y en caso de existir me
temo que no es la que más practico).
En cualquier caso como ya comentaba el mes anterior había
conseguido llegar al doce de octubre sin haber terminado ningún libro, aunque
prácticamente me había terminado Razor
Girl; un libro que había comprado en el aeropuerto de Atlanta tan solo
porque tenía una portada bonita. Aunque, a priori, no lo incluiría en mi top
ten de principios la verdad es que resulta curioso y prometedor eso de empezar
una historia con un accidente (leve) en el que (desde el punto de vista de
protagonista) su coche es golpeado por detrás y cuando se baja para hacer el parte
el conductor del otro coche es una chica que le saluda con una navaja de
afeitar a la vez que se disculpa por haberse distraído al conducir por andar
depilándose sus partes íntimas para acudir a una cita. Una portada y un
principio prometedores a los que, desgraciadamente, el resto del libro (ni la
historia, ni los personajes, ni los diálogos) terminan de corresponder
quedándose en tan solo eso. Un libro correcto pero que desaprovecha el tirón
inicial del principio de la historia.
Conseguí acabar el libro con tiempo de sobra para empezar a
preparar mi bolsa (las maletas dirían algunos) para marcharme a NYC el día
catorce por lo que me volví a presentar en el aeropuerto sin nada para leer en
el viaje. Como esta vez no viajaba solo no era algo que me preocupara mucho ya
que quieras que no, entre charlar un rato sobre las peticiones de comida
especial de Álvaro (que en este viaje le dio por pedir comida Kosher) y los múltiples entretenimientos
que mi sobrina Alicia requería de mi hermana Helena (su madre) para no
quedarse, bajo ningún concepto, dormida, junto con las pequeñas discusiones que
estos causaban pues se pasa el viaje bastante entretenido.
Aunque no me preocupaba mucho montarme en el avión sin nada
que leer, como ahora tienes que estar unas cuantas horas paseando por la
terminal del aeropuerto sin nada que hacer pero sin dejar tu equipaje
desatendido (eso nunca), una vez desayunado y antes de visitar el Duty free para comprar cigarrillos y
otros productos varios con los que completar la maleta de entretenimientos de
Alicia, pues me acerque a la tienda de prensa a ver si había alguna cosa
interesante. La verdad es que no había mucho, pero entre lo poco que había un
título me llamo la atención: Blancanieves
debe morir. Ya, no parece un título especialmente bueno por lo que
posiblemente debería explicar ahora porque me llamo la atención. Sin embargo
pese a que dudo que surjan muchas más oportunidades para hablar de mi relación
con Blancanieves (o Schneewittchen
como Thomas Gemperle me enseño, con poco éxito en la pronunciación, que se
decía en alemán hace ya muchos, muchísimos año) ya que no es un tema que surja
habitualmente ni en las conversaciones ni, así, en general o en este blog; y
pese a que precisamente la idea de este blog era la de contar(me, a mí mismo)
parte de mi pasado la verdad es que hoy no me siento con ganas de ponerme a
escribir sobre estas cosas y no quiero buscar una excusa para hablar de esto.
Así que dejémoslo así, ya, si eso, hablamos otro día de esto.
¿Qué decir del libro? Pues supongo que podría empezar por el
final, si hubiera conseguido terminármelo, pero ni con las más de siete horas
de vuelo, ni siendo la única lectura que tenía a mi alcance los primeros días,
por lo menos hasta que visitara McNally Jackson (u otra de mis librerías
favoritas) y teniendo en cuenta que esta visita se iba a retrasar con casi
total seguridad hasta que consiguiéramos mesa en El Rubirosa, creo que esto lo
dice todo. Es una historia demasiado previsible (digo estoy consciente de no
haber leído el final, pero estoy seguro de que no tiene un giro mortal al
final; o aunque lo tenga sigue siendo demasiado previsible. Contradicción
incluida y aceptada) y la verdad es que la escritura tampoco aporta nada (aquí
me hago el cultureta y me refiero a
eso de el estilo). Prescindible o
como mucho aceptable como libro de playa.
NYC me gusta. No solo me gusta si no que para mí es
sumamente agradable visitarla en la compañía de siempre (o de casi siempre,
debería decir, ya que es una ciudad que he visitado con mucha gente); la visita
anual es una de mis tradiciones favoritas (tal vez, la única tradición que
realmente me sigue gustando) y digo esto siendo perfectamente consciente de que
las visitas ya no las mismas que eran antes.
Nosotros no somos los mismos (especialmente yo, que soy
consciente de haber cambiado mucho y no precisamente para bien lo que provoca
no pocas tiranteces en algunos casos) y aunque ya llevemos siendo el mismo
número varios años las prioridades no son las mismas: unas crecen en
importancia, otras disminuyen, pero muchas otras se mantienen compatibles entre
todos y resulta difícil saber quien disfruta más las tiendas de caramelos y
chucherías o en las tiendas de comics o de chorradas varias.
La ciudad tampoco es la misma, nunca lo ha sido (afortunadamente)
y precisamente en eso radica su encanto: en que cada vez que vas hay nuevas
cosas que descubrir, nuevas cosas con las que sorprenderse. En los últimos
años, sin embargo, algunas de las tiendas favoritas, de nuestras tiendas más
especiales han desaparecido y uno se lleva algunas decepciones al ver locales
que a uno le encantaban vacíos o sustituidos por negocios infinitamente más
anodinos que los que había, que los que uno esperaba encontrar. Supongo que es ley de vida, o la ley de la ciudad, pero
este año yo lo he notado más y si bien es cierto que mi guía de NYC (una que
escribí para María Rodrigo hará unos cinco años) perdía algún local cada año la
verdad es que creo que ahora la mitad de ellas ha desaparecido. No, no me
malinterpretéis, no es pena lo que siento (aunque echare de menos muchos
locales), no, lo que siento es simplemente la pereza de volver a descubrir mi
ciudad favorita y volver a compilar una guía. Pero es una tarea a la que pondré
con gusto en breve. Si, muchas cosas han desaparecido pero hay otras nuevas,
otras perduran y muchas quedan por descubrir antes de que desaparezcan.
(Precisamente hoy leo una noticia sobre el Bronx – que no,
que no es un barrio que yo visite – en la que comentan que cuando cierre el
Barnes & Noble que hay allí – a finales de este año - ya no quedara ninguna librería en todo el
Bronx. Más de un millón y medio de personas y ni una sola librería.
Significativo. Afortunadamente parece que hay planes de abrir una librería –
pastelería este año, que no es lo mismo pero algo es algo)
En cualquier caso, será porque nos hacemos mayores o más
glotones, pero los lugares que no solo se mantienen si no que aumentan son
nuestros sitios favoritos para comer. De hecho parte de las excursiones ahora las planeamos en función del día que
conseguimos mesa en alguno de ellos.
Obviamente la excursión a Brooklyn depende
de cuando hayamos conseguido la mesa en Peter
Luger para devorar su Porterhouse
y su ensalada de tomate, cebolla y beicon (cortado con un grosor superior al
del menique de una virgen adolescente, o superior al dedo DIN para los más
tiquismiquis o los que no tengáis claro como es el menique mencionado) y para
que Alicia pueda meter la cabeza en un cuenco de nata montada (el equivalente
unipersonal a las guerras de merengues que hacíamos en Játiva cuando éramos
pequeños); la excursión a McNally depende de la tarde en la que tengamos
pensado cenar en El Rubirosa para
degustar sus pizzas y (algunos, no todos pero no daré nombres) ponernos tibios
a cocteles mega-extra alcohólicos a la par que deliciosos; la excursión a las
tiendas de la calle dieciocho contempla el parar a comer las delicias nada
apetecibles por escrito, pero exquisitas, del The Gander, un sitio en el que hay que ser valiente a la hora de
pedir para poder disfrutar; y así sucesivamente. En fin, que estamos hechos
unos gordos, o mejor dicho siempre lo hemos sido (había gente que a nuestro
primer bar, el Morgenstern, lo
llamaba el bar de los gordos: Gordo se nace, no se hace y, por cierto, no
depende del peso ni de la talla. Es puro vicio y placer. Pero divago, ya, si eso, comentamos otro día
de sitios para comer bien en NYC.
Curiosamente, pese a que a mi Brooklyn no me gusta (el único
año que me gusto un poco fue el que estaba Catherine viviendo allí pero creo
que incluso las cloacas de Bombay – si Bombay tuviera cloacas – me gustarían
con Catherine), nunca encuentro nada interesante, este año, incluso antes de perdernos en las tiendas de discos
conseguimos localizar una librería, Word,
con buen aspecto (no excesivamente Hípster)
en la que, puede que por la ausencia de lectura, decidí llenar mi mochila hasta
casi los topes incluyendo el ladrillo
(672 paginas) de la autobiografía de Elvis Costello: Unfaithful Music & Dissapearing Ink.
Esa misma
noche empecé a leerla y he de reconocer que enseguida encontré cosas
interesantes: “A lot of pop music has
come out of people falling to copy their model and accidentally creating
something new. The closer you
get to your ideal, the less original you sound”, que creo que no solo es
aplicable a la música si no también a los libros. Íbamos por buen camino,
aunque como ya creo haber contado, eso era fácil ya que durante un tiempo no me
habría importado ser Elvis Costello, de hecho me habría encantado así que me
gustara no tenía mucho mérito.
Lo que tiene mérito es que haya estado a punto de dejarla a
mitad porque se estaba convirtiendo en una pesadilla casi imposible leer,
además cada vez más.
Si al principio algunas notas biográficas sobre su padre
aportaban un toque que podía explicar algunas cosas (al fin y al cabo creo que
es difícil entender a los hijos sin saber nada de los padres o de cómo se
criaron) poco a poco este personaje se volvía agotadoramente insufrible
resultando sumamente curioso que pese a que el mismo reconoce que fue su madre
la que siempre le crio y siempre estuvo de su parte, mientras que su padre le
hacía un caso mínimo realmente es de su padre del que habla todo el tiempo
mientras que lo dedicado a su madre es casi anecdótico.
Si al principio reconocer algunas tropelías o episodios de
su vida te satisfacía, al ir pasando páginas y no encontrar ninguna referencia
a episodios muy significativos de su carrera (como cuando grabo bajo otro
nombre una canción contra Margaret Thatcher, la que pasaría a la historia como
la dama de hierro, mote que supongo que prefería al que tenía al principio de
su carrera política cuando se la conocía como la ladrona de leche, o la robaleche: the milk snatcher en su ingles natal) te deja totalmente
insatisfecho y preguntándote cuantas cosas relevantes se ha dejado sin contar.
Si al principio alguna cita de sus canciones sirve para
ilustrar algo la reproduciendo de letras enteras al final te hace sospechar que
su vanidad le hace pensar que puede postularse para otro nobel de literatura
incluso antes de que se confirmara el de Bob Dylan.
Debería haberla dejado sin acabar (yo de leer, o incluso el
de escribir) aunque me ha encantado saber que The Band le gustaban mucho (¿a que persona sensata pueden no
gustarle muchísimo?) y algunas otras curiosidades que sirven para reafirmar
algunos de mis criterios musicales (aunque se haya dejado otras importantes y
casi todas sus opiniones sobre sus contemporáneos) y sobre todo me ha encantado
esta frase sobre cuando sabe uno que realmente se ha hecho mayor: “They say that it is a sign that you are
getting older when policemen start to look young”. Interesante a ratos pero
decepcionante en general.
He de confesar que no conseguí acabarme la autobiografía de
Costello antes de que fuera necesario preparar las maletas para el viaje de
vuelta por lo que le toco viajar con el equipaje mientras yo llevaba en cabina
una lectura más llevadera: I, Lucifer,
que pretendía ser una biografía del diablo o como dice en la portada del libro su parte de la historia. Si bien creo
que esto no lo consigue, lo de contar la historia de Lucifer desde su punto de
vista, digo,he de reconocer que en The Strand (que fue la librería en la que lo
compre entre, al parecer, 18 millas de libros, casi 30 kilómetros) tenían un
cartel que decía algo así como “si te
gusta la primera página, no podrás dejar de leer”. Decidí probar y leerme
la primera página (y no el resumen de contraportada, que como siempre me dice
Rafa es justo lo único que no ha escrito el autor por lo que es una mala
referencia para decidir). No me entusiasmo, me pareció flojilla pero decidí
comprarlo (supongo que ya lo había decidido al ojear, que no leer, la
contraportada). Aunque no cumple las expectativas (lo puedes dejar sin
problema, aunque, ya digo, a mí no me gusto la primera página) tiene puntos de
vista divertidos, o mas bien curiosos de los cuales mi favorito es ese de que
si es el diablo (Lucifer, venga) es el que de verdad está a cargo del infierno
y realmente quiere molestar a Dios ¿a santo de qué viene eso de sufrir en el
infierno? “No one gets it. Which do you think would annoy Him more? Souls in Hell Suffering and
whishing they’d been Good? Or souls in Hell partying and thinking, ‘Thank fuck
I didn’t bother with all that morally sound behavior crap?’ You see the
logic, surely”.
Como esta hay alguna otra que merece la pena (como la de Judas
y su traición). Una lectura entretenida a ratos, en otros confusa, pero que además
permite añadir un pecado a la lista de todos los artistas incluidos (o
especialmente) escritores al reflexionar “.. since every artist knows more than
he can tell, all art is lying by omission” incluyendo principalmente a Dios y
en mucha menor medida al que esto escribe que obviamente omite algunas cosas
que sabe (aunque no está seguro de recordar, como cantaba aquel: “I can’t
forget, I can’t forget… but I don’t remember what”).
Dejo de omitir, o de contar, de pecar por omision por hoy, que hoy, día de todos
los santos, por eso de ser festivo, para mí es como domingo y tampoco es cosa de
regodearse en el pecado en un domingo.
Razor Girl – Carl Hiaasen
Blancanieves debe morir – Nele Neuhaus
I, Lucifer – Glen Duncan
Unfaithful music & Disappearing Ink – Elvis Costello
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