The ways of
the dead – Neely Tucker
You should
have known – Jean Hanff Korelitrz
The man who
wouldn’t stand up – Jacob M. Appel
Ojalá nos perdonen – A. M. Homes
Anatomy of
a murder – Robert Traver
Brooklyn –
Colm Tóibín
Neverwhere
– Neil Gaiman
Este mes (bueno, realmente el mes anterior, no esté en el
que escribo) he tenido motivos suficientes para haber escrito más entradas ya
que ha sido un mes con suficientes cambios/noticias que habrían justificado más
entradas. El principal es que he vendido mi casa, la casa de Santa Ana; por
supuesto sin haberme comprado otra antes (uno es así) por lo que ahora mismo
estoy a la espera de tener un nuevo domicilio, y vuelvo a vivir “provisionalmente”.
Esto por si solo habría justificado varias entradas en este
blog (que no, que no es de libros: que es de mis chorradas, aunque no lo
parezca) y podría haber enumerado las casas en las que he vivido, o las mudanzas entre ellas que al final son
casi más significativas, o tal vez solo aquellas en las que he vivido
provisionalmente; podría haberos contado mis inquietudes frente a la
provisionalidad de estar sin domicilio o incluso haberos contado porque me he
decidido a vender mi casa actual arriesgándome a esta inquietud frente a la
provisionalidad; podría incluso haber recuperado recuerdos de muchas cosas que
han aparecido de la que preparaba la mudanza (no al hacerla, que uno ya esta
mayor y esta vez se la he encargado a profesionales, algo más profesionales que
Charlie, Saban(dija) y, por supuesto, Álvaro
que han sido los encargados de las ultimas que he tenido que hacer); en fin,
que temas había y ganas de escribir también, pero…
Precisamente por esta provisionalidad de la que os hablo y
por la inquietud que me produce (si, lo reconozco; soy tan malo afrontando
cambios como haciendo abdominales. Cosas que pasan) no me han quedado
suficientes ganas para vencer la pereza, casi en grado de molicie, que se me ha
venido encima. Eso que os ahorráis.
Pero solo os lo ahorráis de momento, ya que gracias a la
colaboración de los de siempre (ellos ya sabes quienes son y seguro que
vosotros también; probablemente seáis los mismos ya que esto tampoco lo lee
tanta gente, así que me ahorro la enumeración nominativa) ya tengo apalabrada
una nueva casa, aunque aún tardare un tiempo en tenerla lista por temas
diversos (administrativos y de obras) lo que incluso podría añadir
posibilidades de entradas a este blog. Pero, si eso, ya os lo cuento otro día
que hoy toca hablar de lecturas.

Aunque algo más que diezmada a principios de mes todavía
tenía mi montañita de libros comprados en NYC de la que nutrirme con solo
estirar la mano desde el sillón de mi salón (ya ex salón) y ¿qué mejor forma de
empezar el mes que con una policiaca, de un autor para mi desconocido, como
The ways of the dead?. En principio ninguna,
aunque una vez leída se me ocurren mejores formas u opciones. No porque sea una
mala novela, que no lo es, incluso es una buena novela, pero un poco demasiado
típica o tópica (que no sé qué es más acertado en estos casos). Tiene sus
asesinatos, su detective duro, sus conspiraciones de poderosos y en general lo
suficiente para pasar un rato entretenido; buena, pero le fala algo que la haga
un poco especial, ese poquito que la llevaría un poco más allá, que la haría
destacar de entre el montón de novelas policías convencionales. Eso sí, tiene
una de las mejores clasificaciones de lo que vienen siendo las distintas
especies de White Trash (aunque no puedo valorar su precisión, intentare
recordar las diferencias para posibles conversaciones y discusiones):
“Dipshits from Georgia, north Florida, the
Carolinas, those are crackers. West Virginia, Kentucky, Tennessee, Arkansas?
Hillbillies. Hicks from Mississippi, Alabama, and north Louisiana – and just up
in the western part of Tennessee and just across the river in the Arkansas
delta? Those are rednecks. South Louisiana? Cajuns. Not even God can help you
with them.“Y’all look the same to me.“I can’t help you with your prejudices.“Which
ones are the poor white trash?“The ones who’ll shoot your ass somewhere
between you calling them ‘white’ and ‘trash’”

Ya he comentado varias veces que los libros escritos por
chicas, más aun si son
thrillers,
siempre despiertan mi curiosidad – al igual que los de japoneses, que me siguen
pareciendo la última civilización exótica (novelas de misterio escritas por
mujeres japonesas he leído pocas pero las que he leído me han gustado bastante,
por si os lo estabais preguntando; si, las hay y tienen su punto)- por lo que ciertamente
tenia ganas de leer
You Should have
known. Pese a que la premisa del libro (que una psiquiatra, consejera
matrimonial, que está a punto de publicar un libro con ese mismo título,
descubra que ella es una de esas personas que deberían haber sabido lo que
pasaba en su relación) no era demasiado tentadora, ¿un poco simplista, diría
yo?. Además, como yo considero que tengo
una buena capacidad para engañar (tendría, podría mentir muy bien, quiero
decir, podría, si quisiera - que no quiero, quede claro - ya que eso me convertiría en un
buen mentiroso y como siempre digo
“la sinceridad es muy importante, si
consigues fingirla está hecho”) la premisa de que es difícil engañar a
alguien durante mucho tiempo y que uno debería haberlo sabido me parece un poco
falta de realismo. Es verdad que sí que creo que hay muchas cosas que la gente
debería haber sabido de las personas con las que se relaciona si tan solo
hubiera querido fijarse un poco en algunos signos, especialmente en las
relaciones de pareja, todos conocemos a alguien que sabemos que no se está
fijando adecuadamente en su pareja, que no está leyendo las señales de su
verdadero comportamiento (¿no? Bueno, yo sí, aunque no daré nombres hoy),
señales tan obvias que no podemos evitar pensar, cuando todo se acaba
descubriendo,
“debería haberlo sabido”.
No sé, será eso de que el amor es ciego o sencillamente: subnormal en algunos
casos (y no, ni daré nombres, ni me refiero a nadie en particular). Con todo,
es una novela entretenida aunque tampoco brillante.
Si es cierto que las relaciones de pareja producen esta ceguera
en algunos casos, no son ni con mucho las relaciones que más ceguera (o
subnormalidad) producen a día de hoy. Desafortunadamente, hay relaciones mucho
peores: el patriotismo, la fe religiosa o incluso la fe en un equipo de futbol,
por poner algunos ejemplos. No solo peores por la intensidad que despiertan y
por el número de participantes simultáneos, sí no porque además tienen, pueden,
a volverse contra aquella persona o grupo de personas que no comparta este
mismo sentimiento. Puedes (es difícil, pero se puede según la publicidad
institucional) conseguir convencer a una chica de que ese tipo que le parece
excepcional y que tanto se preocupa por ella, en realidad es un auténtico
cabrón machista que seguramente termine haciéndole daño, incluso,
probablemente, físico e incluso posiblemente mucho pero intenta, sin embargo,
convencer a un grupo de que no te importa especialmente su equipo deportivo
favorito, su dios favorito y probablemente único, o su única patria y sus
símbolos.

Inténtalo y, si eso (si sobrevives, quiero decir) pues ya me
lo cuentas otro día. Sin llegar a matarle esto es lo que le pasa al
protagonista de
The man who wouldn’t
stand up, alguien que sencillamente durante los preliminares de un parrido
decide no levantarse cuando suena el himno nacional; alguien que harto de tanto
patriotismo vacío, empeora las cosas cuando intentan afearle su conducta
mostrándole sentado, en la inevitable pantalla gigante del estadio, durante el
himno mostrando un dedo(y no uno cualquiera, se entiende) a la cámara y manteniéndose
sentado; alguien que luego se reafirma en que no quería levantarse ese día,
sencillamente no quería, para unirse a la multitud. Por supuesto debes
imaginarte a este americano díscolo en la América actual, en esa América post
11 de septiembre en la que se han recortado tantos derechos civiles (además de
acabar con los complementos masculinos en los viajes en avión) y en la que se
requiere tanta ciega adhesión a los símbolos patrios que este insulto es
equiparable a los peores insultos de algunos dibujantes de caricaturas para
otros colectivos. Esa es la prometedora premisa del libro y la única queja es
que no esta tan bien desarrollada como sería deseable, aunque lo suficiente
para ser una lectura entretenida.

Puesto que mi pila de libros de NYC empezaba a disminuir
preocupantemente y como todavía tenía un libro llegado desde la
Librería Fuenfria de Cercedilla, vía mi
servicio personal de mensajería (aka mi hermano, aka el
librero tarambana), me decidí a cambiar de idioma y leer
Ojala nos perdonen. En principio no me
interesaba demasiado ya que estoy un poco cansado de esas historias de familia
que en la contraportada tienen que citar a Tolstoi (aquello de
“todas las familias felices son iguales; las
familias infelices lo son cada una a su manera”), además la foto de la
autora disfrazada de neoyorquina de
Annie
Hall revisitada a lo moderno no me parecía nada tentadora, un poco
demasiado institutriz a la vez que un
poco demasiado
super-star literaria.
Puesto que era mi única opción en español en ese momento: o me estiraba hasta
alguna de mis librerías de referencia o esperaba hasta las navidades y me
arriesgaba con las opciones de regalo que seguro llegarían en esas fechas.
Entre esas opciones y considerando mi vagancia consustancial la opción estaba
clara y la verdad es que la elección fue acertada ya que el libro me gusto
bastante. He de decir que creo que es bueno, aunque puede que mi visión este un
poco afectada por el hecho de que el protagonista sufre un ictus, que si bien
creo que no es exactamente lo mismo que yo sufrí (creo que hay matices medidos
entre un ictus y un derrame cerebral) hace que sienta cierta identificación con
él y con algunas de sus reflexiones sobre su la recuperación:
“Estoy empezando a recuperar la normalidad
o lo que no es normal del todo pero se considera normal en este último mes. No
puedo decir en absoluto que me sienta yo mismo; de hecho, en realidad no
recuerdo como me sentía y lo que podría significar ‘yo mismo’”
e incluso,
ya puestos, sobre las sensaciones anteriores:
“¿Cómo explicarse uno mismo? Es como si lo único que pudiera hacer
fuera gruñir y confiar en que me entiendan por la entonación. Podría culpar al
ictus, pero mentiría. ¿Cómo puedo decirle a alguien que siempre me ha habitado
una sensación herrumbrosa de asco, un agua insípida, salobre, que sospecho que
es mi alma?”.

Volviendo a NYC, a las compras realizadas allí quiero decir que para volver aun tendre que esperar un poco,
repetiré que una de las cosas que me gusta del mercado editorial americano (de
sus librerías) es que se pueden encontrar reediciones de libros con facilidad,
no solo de libros clásicos en un sentido estricto, con mayúsculas, que esos
también se encuentran aquí, si no de libros que solo son clásicos en un sentido
de serie-B: clásicos no importantes, como
Anatomy
of a murder. Si, ese mismo, el libro en el que se basa la película que si
bien todos confundimos con otra (seguramente cada uno de nosotros la confunda
con una película distinta) reconocemos la cartelería de la misma como un icono
atemporal y que es uno de los clásicos
de las películas de juicios. Por mucho que todos (yo incluido) la confundamos
con otra película basándonos solo en la imagen clásica de su anuncio una vez
que uno empieza a leer el libro se le vienen a la cabeza imágenes
inconfundibles de la misma y se da cuenta de que es un gran libro al que
realmente la película hace justicia y que el reparto seria difícilmente más
acertado. Siendo ambos (libro y película) excelentes, como esto (no) es un blog
de libros me veo obligado a decir que el libro es mejor que la película aunque solo
sea por cosas como describir lo que el abogado principal hace un día que está
preocupado al abandonar la sala al final de la jornada laboral (recordemos que
esto es América y que la jornada acaba algo antes de las cinco de la tarde):
“So I did the only sensible thing a worried
man could do – I stopped off at the Halfway House for one tall drink, just one.
By midnight, having bought my way into the jazz combo, that old hepcat
Polly Biegler and his borrowed fly-swatters was making crazy with the drums. ‘Lissen
to the ma-a-n….’”.
¿A quién no le ha pasado, salir agobiado de trabajar a
tomarse una copita y seguir seis horas después disfrutando como un poseso de la
atmósfera de un bar? ¿A ti, no? Pues, lo siento. En serio, deberías probarlo,
hay pocas cosas mas gratificantes.
Puede que aún no lo haya dejado claro pero NYC me gusta
mucho, probablemente sea mi ciudad favorita y si, lo sé, digo esto desde mi
casi total incultura de ciudades ya que tampoco conozco tantas y me falta por
conocer muchas de las obligatorias.
Pero lo digo tranquilamente, y lo defiendo con la insensata seguridad que
caracteriza muchas de mis afirmaciones categóricas. Pues pese a ser NYC mi
ciudad favorita he de reconocer que nunca le he cogido el punto a Brooklyn, que
se supone que ahora es lo cool de NYC
(si es que todavía se dice cool, que
lo dudo).

Pese a intentarlo no consigo que me guste (mucho menos ahora
que Katherine ya no vive allí) y eso que dos de mis restaurantes favoritos, de
mi
top ten diría, están precisamente
en este barrio (¿Cuáles, os preguntais? Pues, si eso, ya os lo cuento otro dia).
Así que si veo una novela que se titula simplemente
Brooklyn pues claro, me la compro para seguir intentando cambiar de
opinión, porque nunca se sabe e igual la gente tiene razón y yo estoy
equivocado (seguro, seguro, será eso). Aunque la novela no es mala, solo os
diré que no lo ha conseguido, no ha conseguido que cambie de opinión, pero yo
seguiré intentándolo y quien sabe, igual algún día me guste Brooklyn (tal vez,
tal vez, si consigo mudarme allí).

Como ya es costumbre y para no decepcionaros os diré que sí,
que este mes también me he leído
Neverwhere,
que, en cierta medida, ya me había leído. En mi descargo diré que esta vez no
es que hubiera leído la novela, si no que había leído la adaptación de la misma
a cómic, que no es exactamente lo mismo, aunque en este caso sea casi lo mismo
ya que se trata de una novela fantástica más propia de un cómic que de una
novela. Por lo tanto es discutible eso de que ya la hubiera leído, siendo
indiscutible que era como si no lo hubiera leído ya que no me acordaba de nada,
absolutamente de nada. Al contrario que en el caso de las versiones
cinematográficas y para demostrar que esto no es un blog de libros os diré que
creo, confío realmente, en que el cómic sea mejor que la novela por que la
novela no tiene nada especial y lo poco que tiene puede quedar mejor bien
dibujado (salvo tal vez la referencia a
The
great Stink de Londres que en 1858 obligo a remodelar todo el saneamiento
de la ciudad dando un importante impulso a la ingeniería sanitaria, que tampoco
os interesara mucho pero que casi seguro no aparece en el cómic).
Estas lecturas han hecho disminuir mí ya mermada pila de
libros notablemente (dejando solo dos para enfrentar el final de las
festividades y lo que venga después) por lo que incluso teniendo en cuenta las
aportaciones de las fiestas navideñas harán inevitable la visita a mis
librerías de referencia o bien el uso de suministros alternativos.
En cualquier caso que sepáis que este mes si he visitado la Librería Fuenfria de Cercedilla, algo
de lo que tengo testigos ya que por increíble que parezca (con lo poco que la
visito) me encontré con Nacho, justo antes de que él se marchara para el
sudeste asiático a disfrutar de las fiestas con la guapa y encantadora Patty de
Pantones (afortunado él y añado, para
no parecer excesivamente machista: afortunada ella), que andaba de convivencias
empresariales y se había escapado para acercarse a la nunca suficientemente
reconocida librería Fuenfria de
Cercedilla (si él ha podido, vosotros no tenéis escusa. Que lo sepáis).
Pese a tener testigos de mi visita por increíble que parezca
no tengo pruebas de ella ya que al final se nos alargó la mañana hablando de
otras cosas y me baje sin ningún libro de mi librería de referencia, algo que
no os recomiendo hacer ya que luego os arrepentiréis de no tener buenas
lecturas como estoy haciendo yo ahora mismo.