Arenas movedizas – Henning Mankell
Los viernes en Enrico’s – Don Carpenter
Los soldados de Cataluña – Eduardo Mendoza
La historia de la lluvia – Niall Williams
Medusa – Ricardo Menéndez Salmon
Pues este mes empiezo antes mis tareas, no porque haya
observado en las estadísticas que me proporciona la red que mis escasos
lectores tenéis tendencia de mirar si he escrito algo antes de que acabe el
mes, cosa que, por cierto, hacéis y que, todo sea dicho, me impone un poco de
presión psicológica (un poco, pero vamos tampoco gran cosa) sí no más bien como
si fueran deberes vacacionales y yo me hubiera vuelto un buen niño que quiere
acabar sus tareas para ir a rasgarse las rodillas o, preferentemente, abrirse
la crisma montando una bicicleta durante todo el verano, No, no es que escribir
estos comentarios los considere deberes, es que asi os puedo dar envidia
contándoos que en pocos días debo cumplir con mi deber de peregrinación anual y
visitar NYC (esperemos que con menos avalanchas que la Meca) y que e estos días
no van a ser muy productivos desde un punto de vista de escribir (lo digo como
si el resto del mes hubiera estado escribiendo a destajo, teniendo muchos días
productivos para esto de escribir) ya que son días de celebración con el noveno
aniversario del Wurlitzer, de conciertos y de cervezas (aunque menos que
normalmente por eso de la gota y otras complicaciones propias de la avanzada
edad que uno va alcanzando. Ya es casi seguro que a los cincuenta llego,
prácticamente en cuanto vuelva de mi peregrinación). Pero divago, si eso, ya os
daré envidia otro día.
La visita aplazada a Cercedilla tampoco ha sucedido este
mes, en parte porque como era el cumpleaños de Rafa le vería en Madrid y
tampoco es cosa de ver a los hermanos mayores tantas veces, así que en lugar de
visitar la librería Fuenfría de Cercedilla, lugar de referencia y de
peregrinaje (un poco menos obligatorio que NYC), y seguir las recomendaciones
de mi hermano mayor he visitado mi librería de referencia madrileña, ya sabéis,
la librería Méndez de la calle Mayor, donde son casi tan discretos como en un
sex-shop (tengo entendido, ya que yo
estos establecimientos no los frecuento, ni para visitar a las amigas que
trabajan en ellos, que en un cómputo mental rápido son, increíblemente, más de
dos) pero donde implícitamente (probablemente también explícitamente si eres
sociable) te recomiendan gracias a su preselección de libros que permanecen “de cara” cosas interesantes, aunque
luego algunos sufran un poco de crítica en este blog, algo que suele deberse a
mis erráticos criterios de selección de libros y de mi escasa (nula) memoria
por lo que me acabo llevando libros de temas o autores que no me interesan o no
me gustan directamente.

No habiéndome gustado he de reconocer que tiene algunas
reflexiones sumamente interesantes sobre las desigualdades que suscribo
plenamente y en las que solo había pensado marginalmente: “Esa es una de las mayores injusticias del mundo en el que vivimos, que
algunas personas tengan tiempo para pensar mientras que a otras nunca se les
ofrece esa posibilidad. Poder buscar el sentido de la vida debería de incluirse
en las declaraciones de derechos como algo obvio”; algunas otras en las que
si pienso a menudo pero que no había formulado tan precisamente: “La prisa es casi siempre una manifestación
de necesidades humanas ficticias”; y alguna idea para algún que otro
posible escrito para este blog con motivo de mi próximo cumpleaños que de
momento no confieso, no por la superstición de no hablar de lo que uno escribe,
si no por si mi vagancia me supera y no la llevo a la práctica nunca.
Creo que ya he contado que ahora estoy viendo una serie de
televisión, El ala oeste de la Casa Blanca,
recomendada por Álvaro y Helena, que me está gustando bastante y que pese a que
se supone que va sobre el presidente de Estados Unidos y sus equipo realmente
va sobre la parte de su equipo que le escribe, o presenta, los discursos; es
decir, sobre los guionistas del
presidente. Trabajo que, ni que decir tiene vistas las declaraciones de
nuestros políticos, en España uno debe suponer que no existe pese a su más que
indudable necesidad pero que se dé buena tinta que en los casos de campañas
importantes existen, porque conozco (vosotros seguro que también, pero no puedo
dar nombres ya que eso queda para su biografía, o autobiografía de las que ya
tiene una) a uno que ejerció este oficio, entre otros igual de poco o nada
respetados y ocultos.

La verdad es que en un momento se plantea uno de esos
problemas que siempre me han intrigado sobre el hecho de escribir ficción y no
sentirse decepcionado luego con el mundo real: “Había olvidado lo deprimente que era todo. Había estado viviendo en su
propio mundo secreto con la que gente que ella misma se había inventado, que
hacia cosas que ella misma decidía y que resultaban como ella pretendía. De
pronto, había vuelto al mundo real, donde todo estaba fuera de control.” Supongo que esta puede ser la causa de que
tantos escritores crean saber tan bien como funciona el mundo, no el real, si
no el que ellos han inventado (detalles, detalles para ellos).
Como contrapartida ofrece una descripción aplicable a la
mayoría de los trabajos restantes (los no creativos) cuando uno de los
escritores se plantea si seguir con su trabajo por aquello de mantener el
realismo de sus escritos y estas en contacto con el mundo real: “No había nada
maravilloso en un trabajo cualificado. La parte maravillosa de su jornada
laboral, como con cualquier trabajo, era terminarla. Jaime envolvía el trabajo
de romanticismo, del mismo modo que envolvía de romanticismo su escritura”.


Para ampliar vuestra
cultura la definición del Roca Barcia es: “Neutro.
Cortar las ramas de los arboles || Cortar los animales para su pasto las ramas
de los árboles. ETIMOLOGÍA. Ramon: francés, ramonear, limpiar el cañón de una
chimenea.” Dicho esto, yo seguiré usando ramonear para hacer canciones, o
versiones de canciones, a modo de los Ramones y para otros comportamientos
asociados a los Ramones. Vosotros haced lo que queráis, ramonear cortando
ramitas, limpiando chimeneas o versionando canciones infantiles (“… ser un feliz… deshollinador… tralala…
tralala…”).

Volviendo al libro he de decir que una vez más me siento
engañado por el título, ya que la lluvia si bien omnipresente ya que la
historia pasa en Irlanda tampoco sale especialmente y por supuesto, nada de su
historia si es que tal cosa pudiera existir. Mi impresión inicial del libro es
que un irlandés se ha leído todos los libros del realismo mágico sudamericano y
ha intentado trasladarlo a contar la historia de una familiar irlandesa,
colocando incluso una inmensa biblioteca a disposición del autor para que le
ayude en las referencias de sus personajes. Las cosas no iban bien, ya había
pasado de la página 150 y empezaba a sentirme decepcionado (no tanto como para
dejarlo, pero cerca) y de repente: “…los
chicos pueden enamorarse más profundamente que las chicas, son mucho más
grandes y pesados y pueden caer desde mucho más alto y mucho más fuerte, y al
darse contra el suelo de la realidad queda un tremendo desastre que alguna otra
mujer se encontrara e intentara volver a meter en la botella”. Los suscribo
y añado que lo que luego se mete en la botella nunca es lo que había antes de
romperse.
Poco a poco el libro se va animando, no la historia, si no
la sensación agradable del libro y empieza a transmitir una gran pasión por la
lectura que le hace dejar algunas frases memorables sobre distintos aspectos de
los libros y la lectura. Comparándola con la realidad, “Papa y yo fuimos a unos cuantos lugares, y puesto que algunas cosas,
la mayoría de las cosas según mi experiencia, son más nítidas cuando no las has
visto, conozco el Mississippi mejor que Moyasta” (Moyasta, para aquellos
con poca cultura hídrica y poca imaginación, es el rio de su pueblo); describiendo
el propio objeto , “los libros son seres
vivos, tienen lomos, olores y longevidad, y de tanto vivir unos acusan
desgarrones y están combados, y otros tienen manchas”, vamos, más o menos
como nosotros mismos; sobre lo difícil que es trasladar algunas cosas a la
ficción, si uno escribiera lo que realmente ha sucedido sin duda el lector
pensaría que se está exagerando y creando coincidencias imposibles, por no
hablar de que “todo el dolor de la vida
no funciona en la ficción. No se puede transmitir tanta pena: los lectores
tirarían el libro contra la pared”, excusa, más que razón, por la que hay
algunas cosas de las que no escribo (de momento), eso o tal vez porque a mí
como al padre de la protagonista “Le
encantaba leer, nada más. Y leía libros que consideraba tan superiores a
cualquier cosa que pudiera soñar el que cualquier noción de escribir se
evaporaba de inmediato en la certeza del fracaso”. Lo cierto es que al
final del libro te quedas con un gran sabor de boca y es posible que al libro,
como dicen los catadores finos de vinos, solo le faltara dejarlo respirar un
poco, aguantar el principio, para que se abriera y saborear un gran caldo.
Como me hace quedar bien y a todos nos gusta sentirnos bien
os confesare que este mes he hecho algo que nunca antes había hecho pese a que
podía haberlo hecho en cualquier momento de los, digamos, últimos quince años:
irme a la casa de Piles yo solo. No, nunca había estado en Piles solo y eso que
muchas veces, en mitad de alguno de mis ataques de anti sociabilidad, he
pensado en marchame allí y quedarme un tiempo, aislado, como decía aquel con la
idea de “vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia”. Pero nunca lo había hecho, ni
siquiera ahora he hecho ese plan ya que la única razón de ir hasta Piles fue la
de ir a buscar a un amigo que andaba pasando un momento un poco malo y que
había decidido encerrarse en su casa de Oliva, el último piso de una torre, con
su cámara cenital a pleno funcionamiento y grabando su desesperación. Así que
más que una escapada de la sociabilidad al final he ido a Piles por algo
parecido a un acto de sociabilidad, apoyar y recoger a un amigo, sacándole de
un mal momento. aun cuando la verdadera razón dudo que haya sido la amistad sí
no más bien el intentar compensar el mayor error de mi juventud. Pero divago,
si eso, ya os lo cuento otro día.

Hora de dejar de escribir y de prepararme para volver al
aniversario del Wurlitzer, ya que aunque ahora mi cansancio existencial y vital
me hagan retirarme pronto perdiéndome cosas como la barra llena de aficionadas
practicando lo aprendido en la lectura del ultimo Cosmopolitan, puede que
incluso en algún curso especializado para futuras divorciadas, sobre ser
bailaría de barra, quiero hacer acto de presencia, ver los conciertos y
disfrutar de estos eventos antes de marcharme a NYC (si, ya lo he contado pero
os lo repito para daros un poco de envidia).
Nos vemos a la vuelta con la maleta de mano rellena de las
lecturas del otoño invierno. No seáis envidiosos, no caigáis en la trampa: sed
felices y, ya puestos, como decía aquel, “tened
cuidado ahí fuera”.