Antes de volverme de Piles, incluso antes de escribir ese
post extra de Junio cuando ya no me quedaba nada que leer (perdón, que releer)
me acerque en bicicleta al supermercado de Piles (realmente al hipermercado que
está en la carretera ya que en Piles, playa, hay un supermercado – el Super
Patri - que la verdad es que evito visitar. No sé bien porque. Simples manías
de lugareño, supongo. Aunque yo sea de otro lugar).
Por supuesto que no era la primera vez que en este viaje iba
en bici ya que, como he comentado, uno de mis objetivos era ver si volvía a
montar en bici y revolver la duda de si era capaz de ir y volver hasta el super
(o mejor dicho: hiper, bueno vamos al Consum) sin problemas.
Considerando que la distancia entre la casa y el hiper no
creo que llegue ni a los dos kilómetros (tres como mucho, para la ida y la
vuelta) parece la típica duda estúpida, para todo el mundo salvo tal vez para
los que ni siquiera me conocéis. Para los que me conocéis de hace poco y/o
solamente de verme por los bares y que prácticamente siempre me habéis visto
fumando resulta estúpida porque obviamente sin entrenamiento estáis seguros de
que no sería capaz de conseguirlo sin parar a fumar un pitillo o pedir una
cerveza o más probablemente a ambas cosas y apostariais a que acabaría pidiendo
un taxi. Para los que me conocéis un poco más y sabéis de mi pasado biciclista, cuando era joven y hippioso, también resulta absurda ya que es una distancia que podría
hacer descalzo y sin llegar ni a despeinarme y ni tan siquiera empezar a sudar
al fin ya que sabéis que durante años iba a todas partes y prácticamente a todas
horas en bicicleta (incluso alguna vez a Rock Ola a ver algún concierto y
vuelta a casa con unas copillas de mas, o de menos, según se mire) puede que
incluso alguno sepáis que mi record personal en esta modalidad (no deportiva) esta
en ir de excursión desde Madrid a la base aérea de Torrejón de Ardoz (cerca de
30 kilómetros) por la mañana para manifestarme en contra de la OTAN y volver
por la tarde llevando a una chica en el trasportín de mi bici (algo que es
bastante más duro que ir solo) desde la base hasta el parque de Berlín para
tomar unas merecidas (creo yo) cervecillas antes de fracasar en mi intento de enamorarla
y marcharme a casa, obviamente en bici. Supongo que no está de más explicar que
la chica vino conmigo porque yo era el único que llevaba una bicicleta de
paseo, con trasportín y sin marchas, ya que el resto de los manifestantes amigos
o conocidos de esta bella desconocida (en mi memoria, muy bella) llevaban bicicletas
de carreras que no van equipadas con el debido trasportín para estos menesteres
ni tan siquiera con una cesta delantera ni con una bocina tipo automóvil de
primeros de siglo. Vamos que me toco a mi traerla de vuelta por que las bicis de
los demás no tenían un equipamiento propio de un ciclista urbano si no de un
aspirante a maillot amarillo (o rosa).
Por cierto, lo soy, pese a mi lamentable estado de salud (mental y física), soy capaz de ir entre ambos puntos básicos
de la geografía pílense Sin problemas, eligiendo bien la hora ya que dudo de
que sea capaz de hacerlo en pleno verano y a las cuatro de la tarde como esos biciclistas que parecen querer morir
deshidratados o de insolación esperando que el seguro lo considere un accidente
e indemnice a sus familias con algo que les permita, pese al dolor por perder a
un ser querido, celebrar la eliminación de un claro candidato a los premios
Darwing.
En cualquier caso, a lo que íbamos (yo al hiper, vosotros no
tengo ni idea) esta vez no necesitaba comprar nada en concreto – ya tenía suficientes
provisiones para los días que me quedaban – pero me había parecido ver que
junto a las cajas (donde normalmente se ponen los productos esos que uno coge
casi solo porque está esperando) tenían un par de expositores de libros de
bolsillo y parecía una posibilidad a estudiar.
Increíblemente mi memoria tenía razón y allí, junto a las
cajas, parecía que estaban los expositores, con sus libros si bien yo pensaba
disimular eso de que mi visita era para comprar libros que no quería parecer yo
un intelectual en bicicleta (no confundir con un intelectual en La Bicicleta, que eso es otra cosa). Así
que tras dar una vuelta por el supermercado y coger algunos productos para
disimular, no como el que va a una farmacia a por condones y se compra la mitad
antes de pedirlos sí no más bien como un hombre
de verdad al que le han encargado comprar tampones y antes de pedirlos,
pues se compra tres cuartas partes de la farmacia, me hice con unas tarrinas de
helado y algunas otras cosillas de ese tipo que siempre resultan agradables. Ya de camino a la caja y como si fuera un
pensamiento de última hora (no, en mi afán por disimular no llegue a silbar
pero estuve cerca) me pare a mirar los expositores.
En el primer expositor lo más apetecible que había eran unos
libros de colorear y recortar pero que parecían excesivamente infantiles para
mi edad (no, no quiero decir que me sintiera capaz de realizar las actividades
que proponían de forma correcta) perdidos entre unas portadas y unos títulos
que yo creía que ya no sería posible ver o que alguien editara (aunque fuera
para su exhibición y – quien sabe – venta en un supermercado de una playa levantina,
fuera de temporada). El segundo expositor estaba poblado de novelas que no
tenían mal aspecto (obviamente best-sellers veraniegos) pero todas ellas
estaban en alemán, o en un idioma similar, vamos que los títulos tenían todos
muchas, muchas más consonantes que vocales. Mal íbamos, ya había eliminado los
libros en español y en idiomas varios. Afortunadamente el ultimo expositor era de
best sellers en ingles que obviamente,
para mí, ya es otra cosa aunque, conociendo la población de Piles, no acababa
de entender bien esta poliglotía ni, ya puestos, esta afición por la lectura.
Si todo esto resultaba un poco increíble, encontrar una novela
de John Connolly que todavía no está traducida al español y en paperback (o
rustica, o bolsillo) era algo que solo podía clasificar de inaudito, o citando
a todos sabéis quien, de Inconcebible.
Pero si, allí estaba A Song of Shadows,
otra novela de la serie de Charlie Parker que, por mi afición a las mismas y el
ritmo de producción que mantiene Connolly, ya he comentado varias en este
blog. También estoy casi seguro de haber
comentado que últimamente se estaba excediendo con el tema de lo sobrenatural y
que estaba perdiendo parte de mi interés. Pues nada, afortunadamente me veo
obligado a desdecirme ya que, sin perder el toque sobrenatural de sus
personajes, esta vez ha vuelto a bajar un poco a la realidad (sin excesos, que
cada uno es como es y son novelas fantásticas) y es mucho más agradable.
Reconciliado con el ahora solo quiero que mantenga su ritmo de producción (sé
que ya hay otra editada en paperback, sin traducir), que las siga fabricando
como churros que yo me las seguiré leyendo con la misma satisfacción que puede
dar un buen chocolate con porras (ya, debería haber puesto como churros, pero
yo soy más de porras que de churros y ante todo: sinceridad. Como digo siempre “La sinceridad es muy importante. Si
consigues fingirla lo tienes hecho”).
En cualquier caso, aunque aún no la tengo internalizada para
decirla de forma apropiada a mi carácter, me quedo con esta idea que
desgraciadamente es demasiado certera y descriptiva de algunos conocidos míos:
“He had
come to realize that there were those in the world who were so clever that they
regarded simplicity as beneath them. If they had to connect two points, the
invariably chose to do so by adding a third, making a triangle.”
Pues ya de vuelta de mi primera experiencia solo en Piles
y por la pereza de conducir hasta mi
verdadera librería de referencia, Librería Fuenfría en Cercedilla (de la que un
post de mi amigo Mariano me hace dudar si será la misma desde la que se
alimenta el acueducto de Segovia o si se trata de otra Fuenfría. Aunque yo creo
que no es la misma, esto es una excusa – otra más – para intentar visitar a
Rafa para que me lo aclare), decidí pasarme una vez más por la Librería Méndez
de la Calle Mayor que siempre es una visita agradable, especialmente antes de
que la puerta del Sol se convierta en un tostadero de humanos.
Yo creo que casi todos tenemos una extraña fascinación por
el carácter inglés, entendiendo como ingles no los Hooligans si no las clases
altas de primeros de siglo (XX se entiende pero por si acaso, aclaro) ya sea
por las novelas o por las series televisivas que los muestran como capaces de
decir, en palabras de un personaje de La partida de caza cosas como “¿De que sirve tener un hijo, pensó el señor
Glass, si uno no puede utilizarlo de recadero?” y que en una versión
actualizada (a otros tiempos, que hoy no tendría sentido) es lo que siempre
respondía mi padre cuando sus amigos, o mi madre, le preguntaban porque se
había comprado una tele sin mando a distancia, “¿para qué, para que quiero un
mando a distancia? Si tengo hijos” mientras nos pedía que cambiáramos de canal.
La novela se deja leer bien y como buena novela inglesa deja
perlas de ese servilismo aceptado tan ingles pero desde mi punto de vista
pierde un poco desde que aparece el activista anti caza – aunque lo aprovecha
bien para lanzar un discurso pro caza – y el niño pierde el pato que tiene como
mascota ya que uno no puede evitar leer pensando que alguna tragedia (grande o
infantil) está a la vuelta de la esquina, o de cada página.
En cualquier caso y confiando en que no vuelva a ser tiempo
de elecciones y sin ganas de ponerme a discutir el trasfondo de la reflexión, o
su parecido con la situación actual, me quedo con como un paisano (socialista
según el mismo) le explica al activista su opinión sobre que los campesinos
como el carecieran de voto y por lo tanto no tuvieran representación:
“‘Nunca votaríamos a gente como nosotros.’: esa parecía ser
su opinión, aunque también le aseguraron que, en primer lugar, les divertían
lucho las reuniones políticas, porque podían hacer mucho ruido sin necesidad de
votar y, en segundo lugar, si ellos consiguieran el voto entonces un montón de
gente mucho menos sensata también lo conseguiría, ‘los que viven en la ciudad,
en los barrios bajos, y los gitanos’; esta no era en absoluto la solidaridad
que esperaba encontrar en un buen socialista”
Aunque probablemente debería haber elegido la de Sir
Randolph ya que viene más al caso: “No es
mala idea acostumbrarte a escribir lo que piensas. Así no tienes que molestar a
nadie” pero no estoy seguro de compartirla en su totalidad, o por lo menos
aplicado a mí ya que si bien lo de escribir es divertido, para mi es más
divertido molestar a alguien en directo con ideas mal ajustadas, extraños recuerdos,
o listas de lecturas que escribirlas en la soledad de casa y quedarte con la
duda de saber si alguien las lee. En cualquier caso no son actividades excluyentes
y yo no tengo ninguna duda sobre quien
lee estas cosas (nadie, ni siquiera tú, así que deja de poner esa cara que sé
que no estabas leyendo).
Como os contaba hace poco en Piles me había leído un libro
que compre sin tener ni idea del autor que me había gustado lo suficiente para
hacerme la firme promesa de intentar recordar el autor del mismo en mis futuras
excursiones. Obviamente, ya lo he olvidado un par de veces, pero extrañamente me
acordaba de la editorial (misterios de la memoria) por lo que mire con mucho más interés las novedades
(o no) editoriales de la editorial (Libros del Asteroide) y me arriesgue a
comprar dos de autores que no conocía como le gusta decir a Rafa por lo que no habían
escrito ellos (es decir por lo que se decía en la contraportada y la faja).
El primero fue Montecristo
que supuestamente es un “thriller ambientado
en el mundo de la banca que revela hasta qué punto nuestro sistema financiero
es un castillo en el aire” y que es “el
libro más político de Martin Suter” además de ser “una obra de intriga delicada y de personajes ricos en matices”
entre otras grandes alabanzas y que básicamente es una simple novela
entretenida (sin excesos tampoco en cuanto a entretenimiento) con una trama que
prácticamente se adivina desde el primer momento y cuya originalidad es como la
del guion que ha escrito el protagonista. Ciertamente voy aprendiendo que en
este mundo la gente dice cualquier cosa para vender una novela ya que ni
refleja nada de nuestro sistema financiero (salvo lugares comunes sobre la
maldad del mismo) ni sus personajes tienen ningún matiz (salvo el de ser unos
buenos y otros malos). Eso sí, puede que sea la novela más política del autor,
al fin y al cabo no he leído nada más suyo (visto lo visto, dudo que lo haga)
por lo que hasta donde yo sé puede que el tal Martin Suter se dedique
normalmente a escribir novelas del Oeste en plan Marcial La Fuente Estefanía o novelas rosas tipo Corin Tellano y que este sea realmente
su libro “más político”. No puedo
saberlo, pero si sé que la inclusión de ese “mas”
en la expresión “más político” está claramente
de sobra e induce a error en plan agencia inmobiliaria y sus “muy luminoso” para describir un piso
interior.
Con el segundo, Como
se hizo la guerra de los zombis, he de reconocer que me he deje llevar más
por el propio título y por la posibilidad de que realmente fuera “hilarante
comedia” que por los grandes elogios de los críticos. Os lo confesare, es el
tipo de novela que a la hora de escribir en este blog no me molesta haber leído
ya que simplemente puede decir que es mala, tirando a muy mala y pasar a otra
cosa, a otro libro….
Como esta vez he partido mi blog mensual de libros en dos (además
de hacer uno intermedio sobre discos) pues ahora no tengo más que comentar lo
cual puedo ver que agradecéis ya que vuestros bostezos empezaban a notarse incluso
a este lado de la pantalla así que aquí lo dejo por hoy aunque espero que hasta
antes de final de mes.
A Song of
Shadows – John Connolly
La partida de caza – Isabel Colegate
Montecristo – Martin Suter
Como se hizo la guerra de los zombis – Alexander Hemon
Pues ya casi hace un año que coloque mis discos (mis vinilos que se dice ahora. Ahora que hay
más opciones. Antes, por falta de opciones, todo eran discos – incluso los de
pizarra de gramófono, si es que uno los tenia) en un mueble y aproveche aquella
ocasión para comentar los discos que habían quedado a la vista tras la
colocación.
La verdad es que me gusto eso de tener un tema para
recuperar recuerdos porque casi todos los discos que tengo tienen recuerdos
asociados.
Lamentablemente todavía no tenía tocadiscos – estaba a la
espera de canjear un bono regalo de mi familia para hacerme con uno – por lo
que no había mucha rotación en los discos, bueno como es obvio no había ninguna
rotación.
Pero ya tengo tocadiscos y he vuelto a descubrir que los
discos – los Lp’s – son un gran formato ya que te hacen mantenerte atento a lo
que estas oyendo o a lo que has oído al tener que darles la vuelta o cambiar de
disco cada poco tiempo, escoger el siguiente, y a diferencia de los singles no
tienes que estar totalmente pendiente. Creo que los quince minutos,
aproximadamente, de la cara de un disco son una buena medida del tiempo, lo
justo para centrarte en el disco pero permitiéndote hacer otras cosas.
Obviamente no voy a comentar cada uno de los discos que oigo
ya que resultaría excesivo. No, mi plan es ir poniendo los discos empezando
siempre por uno de los vistos y de vez en cuando hare una foto a mi estantería
y comentar los discos que el azar haya dejado a la vista.
Así que antes de empezar a escuchar discos metódicamente,
que con mi velocidad de escritura ya llevo varias semanas oyendo discos, para
desarrollar este plan el caso es que sin llegar a ordenarlos he hecho una
separación básica, con un criterio meramente patriótico: por una parte los españoles
y por otra el resto del mundo y el resultado inicial ha sido este de aquí al lado
Entre los españoles (si algo más de media balda es de
españoles): el segundo disco de Nacha Pop, Buena Disposición, para mí
probablemente el mejor disco de Nacha Pop. Si, como lo habéis oído, a mí me
parece mucho mejor disco que el primero, menos mítico quizás para muchos, pero más
contundente, mucho mejor producido, con excelentes canciones que, al igual que
las del primero, y pese a que han pasado treinta y cuatro años del disco (mas
desde que las empecé a tararear) todavía puedo cantarlas de memoria. El primer
disco – que sin duda acabara saliendo en estas páginas – tiene las canciones
más míticas para el común de los mortales y realmente parecía difícil que
después de temas como aquellos pudieran en tan poco tiempo enfrentarse a un
segundo LP con otro gran puñado de canciones excelentes (casi todas).
Desde el principio, desde ese “Nada más escuchar los acordes, vas a tiritar y estirar su pasado…”
que es ya una declaración de principios que todos esperábamos de un grupo al
que también podíamos cantar “yo te vi
cambiar y he visto con que fuerza puedes tocar. No necesitas más” hasta ese
final de “Ahora quiero estar mejor”.
Por supuesto sin olvidar Alta tensión
la impecable Atrás, o Que hiciste conmigo anoche, eso sí, sin
olvidar tampoco, o tal vez sin perdonar sería más adecuado, alguna que no está
a la altura del disco (para mí, la mas floja es Brillo perdido, ¿Quién quiere oír la historia de un gato?; o en
menor medida Sonrisa de ganador ya que a quien le importan los problemas de los
ludópatas, cuando lo que quieres son canciones de amor, canciones que te hagan “vivir en Do… Bañarme en una distorsión”?,
o por ser critico Buque que no llega con
su guitarra semifunky y su intermedio de voces radiofónicas). Pese a estos
deslices, es un disco sencillamente excepcional y eso que ahora algunas frases
tienen otro significado que el que tenían para mí como “… tan solo hay algo que funciona mal, es que su amigo se ha echado
atrás”.
A estas alturas y con la fama acumulada por Nacha Pop poco o
nada podría contaros de ellos y ni siquiera contaros que los he visto en
concierto impresionaría nada (aunque los haya visto cuando pocos los conocíamos
y mucho antes de este disco) puesto que a lo largo de los años creo que ya todo
el mundo los ha visto en concierto, incluso aquellos a los que obviamente no
les gustaban pero así son las modas y esa cosa que hace que la gente acabe
apreciando cosas que odiaba solo porque alguien, junto con la distancia en el
tiempo, les ha convencido de lo buenas que son, de que les tienen que gustar.
Pero, en cualquier caso por aquello de ser yo un abuelito, y
de ser esto un blog, os contare alguna batallita relacionadas con Nacha Pop.
Para ello hemos de situarnos a finales de 1979, principios
de 1980, antes de que Nacha Pop sacara su primer LP pero después de haber
tocado como teloneros de Siouxsie &
The Banshees e incluso después de haber tocado en la fiesta de inauguración
de El Sol (que pese a que cada año la celebren un día distinto, o últimamente
durante varios meses consecutivos, fue el 2 de Noviembre).
Nacha Pop además de ser un gran grupo – algo indudable –
eran también el grupo más enchufado
de todos los de la movida debido en gran medida a estudiar (muchos o todos) de
sus componentes en el Liceo Francés y al hecho de que tenían hermanos mayores
que eran amiguetes de Rafa Abitbol, Gonzalo Garrido y Mario Armero; es decir de
todas las fuerza vivas de la radio más representativa de aquella época y de una
de las primeras mafias musicales de la capital lo que les proporciono sus
primeros grandes conciertos (y parte de los pequeños) así como los contactos
necesarios para grabar sus discos.
No digo esto para quitarles merito, si no por dar un poco de
contexto que permita entender cómo pese a ser ya un grupo consolidado todavía
tocaban en las fiestas de los alumnos del Liceo Francés, es decir en unas
fiestas de colegio (claro que esto era normal e incluso Los Nikis tocaban en las fiestas de la Urbanización Santo Domingo en la que vivía Joaquín, y sus padres;
que no todos los Nikis son de Algete ciudad; o más bien ninguno, siendo más del
club de la urba donde tomabamos
cervezas hace muchos, muchos años).
En cualquier caso, ese año además de Jacobo que venía
rebotado de Los Agustinos (y algunos otros ya que nuestro colegio empezaba a
convertirse en una parada para los rebotados en su camino descendente aunque
todavía no habría llegado a ser el colegio de integración en el que al parecer
se ha convertido) se había incorporado otro alumno, Romay (diría que Santiago
Romay, aunque igual era solo un nombre parecido y lo confundo con algún
deportista famoso) que venía rebotado precisamente del Liceo Francés por lo que
a) le invitaban a las fiestas de los alumnos (y ex alumnos entiendo) y b)
conocía a los de Nacha Pop (mucho según él).
Dos cosas que son relevantes porque no solo podía invitarnos
a la fiesta de fin de curso (digo que sería, pero igual era de primavera que en
aquellos años se celebraba todo lo que se podía) en la que iban a tocar Nacha
Pop sí no que además nos iba a presentar a ellos con la intención de que intentáramos
quedar a tocar un día con ellos. Obviamente nosotros le dijimos que sí, que lo
organizara para quedar con ellos antes o después del concierto y tomar unas
cervezas y ver si podíamos hacer algo juntos (si, así se lo comentamos ya no
como si estuviéramos en la misma liga si no como si jugáramos al mismo deporte,
que no era el caso). Dicho y hecho, ya estábamos invitados al concierto e
incluso habíamos quedado con los de Nacha Pop, antes del concierto, para
charlar de música y tocar algo con ellos.
No es que el hecho de que nosotros no supiéramos tocar
ningún instrumento o de que solo tuviéramos dos canciones con música (teníamos
varios cientos en cuadernos y en todo tipo de trozos de papel: servilletas,
cuentas, páginas arrancadas de libros de texto, etc.) nos preocupara mucho a la
hora de reunirnos con músicos de verdad (que no solo habían teloneado a grupos
extranjeros que nos encantaban si no – aunque eso entonces no lo sabíamos –
telonearian a los mismísimos Ramones
en menos de un año).
Nada, eso no nos preocupaba en lo más mínimo; lo que de
verdad nos preocupaba era el transporte hasta el Liceo Francés que desde
nuestro punto de vista estaba en pleno campo, y por supuesto las necesidades
económicas que una excursión como esa exigía en cuanto a compra de cervezas y
otros bienes fungibles necesarios. Vamos, que lo único que nos preocupaba de
aquel encuentro era si seriamos capaces de conseguir dinero para comprar las
suficientes cervezas (y otros) para conseguir llegar hasta el lugar de
encuentro que, como peatones forzosos, para nosotros se encontraba en casi otra
provincia, una lejana de hecho.
Llego el día del concierto y Jacobo y yo nos reunimos para
planificar la excursión. Aunque se innecesario aclararlo, nos reunimos en un
bar (¿Dónde si no?) y aunque no estoy seguro de en cual apostaría a que fue en La Flor de Valdepeñas que estaba
razonablemente cerca de casa de Jacobo, del colegio y de la parada de los
autobuses desde mi casa. Ademas era un bar con precios más que razonables, algo
que resultaba necesario dados nuestros medios.
Obviamente quedamos temprano ya que a) nos apetecía mucho el
concierto y la posibilidad de charlar con los de Nacha Pop y b) teníamos una
larga excursión por delante así que inevitablemente - ¿Qué otra cosa puede
hacer uno en un bar? – nos pedimos unas cervezas (ya, ya sé que todos
esperabais que pidiéramos unos vinos, incluso posiblemente unos vinos de
Valdepeñas por hacer honor al nombre del local; pero no, la verdad es que lo de
tomar vinos lo reservábamos para un estupendo bar que había en la calle Eguilaz,
que por toda decoración, o tal vez ni como decoración, solo tenía una
reproducción del cuadro de Los Borrachos – conocido en círculos más finos como
El triunfo de Baco – y en el que solíamos jugar a dar vueltas al marcador de
tapas ya que era de esos sitios en los que siempre las ponían por orden hasta
agotar las opciones y vuelta a empezar). Como buenos clientes que somos y
mientras charlábamos (de chicas seguramente) nos las bebimos y… bueno, pedimos
otras… y así unas cuantas veces ya que el tema de conversación nos tenía
bastante absortos.
Con todo, malpensados, conseguimos salir de La Flor con lo que parecía tiempo razonable,
aunque sin posibilidades de coger un autobús a menos que estuviéramos
dispuestos a renunciar a la bebida. Como éramos demasiado jóvenes para
renunciar a la bebida decidimos que éramos lo suficientemente jóvenes y
aguerridos para ir andando, así que tras comprar un par de litros y unos Sacis (no, mal
pensados, que hoy no acertáis una. No, no es un código para drogaina, si no que me refiero a unos auténticos
caramelos Saci, unos sacidos, que vendía
una panadería que había en Doctor Fleming) y emprendimos el camino con idea de
subir todo Alberto Alcocer, cruzar la M-30 e internarnos en el desconocido campo
abierto que había más allá de ese límite urbano final.
Un plan sencillo, sin complicaciones previsibles, que nos
pusimos a desarrollar sin más demoras ignorando incluso el parque de San
Fernando y la posibilidad de pararnos a la sombra un rato disfrutando de la
cerveza y de los sacidos. Llegamos
rápidamente hasta la plaza de Republica dominicana donde tuvimos que desviarnos
ligeramente para acercarnos al Jumbo (supongo) para reponer algunas de las
provisiones que habíamos consumido en el trayecto (como si fuéramos aquel
Breton que para transportar la poción mágica de Panoramix tendría que ir
bebiéndosela, lo que obviamente contradecía la idea del propio transporte. Pero
aun no habíamos leído ese tebeo y no estábamos centrados en razonamientos casi
metafísicos).
Desde nuestro punto de vista se trataba de un desvío
aceptable e incluso necesario teniendo en cuanta la lejanía de nuestro objetivo
final por lo que no se planteo ninguna duda el respecto y al cabo de un rato
volvíamos a encontrarnos en la Republica Dominicana en la dirección correcta
con el rumbo retomado y fuerzas renovadas.
Supongo que en algún momento, antes de la M-30, y pese a que
solamente teníamos que seguir recto hasta las proximidades de nuestro objetivo
decidimos o bien tomar un atajo o bien desviarnos con algún objetivo (diría que
pasar un momento por el parque de Berlín y por La Ancha, que parecía raro pasar tan relativamente cerca y no acercarse a saludar o tomar una caña fria)
¿Quién lo puede saber? ¿Teníamos un objetivo más cercano – éramos personas con
un plan – o habíamos asumido el riesgo de atajar convirtiéndonos en errantes
por las zonas ajardinadas y limítrofes de la ciudad? ¿Quién lo sabe, a quién
puede importarle?
Fuera porque el atajo, como siempre ocurre, no era tal sí no
más bien un camino excesivamente largo o fuera porque habíamos alcanzado
nuestro objetivo parcial el caso es que se nos había hecho demasiado tarde para
llegar, no solo a ver a los de Nacha Pop antes del concierto sí no incluso para
los aplaudir en los bises (o en los trises, que son los bises de los bises).
A ver, igual no era tan tarde desde un punto de vista
estrictamente temporal – vamos, por hora
quiero decir, que por hora igual todavía llegábamos – pero sí que era
tarde para que nos siguiera apeteciendo una caminata por paramos cada vez más
desconocidos. Era, digamos, anímicamente muy tarde para una tarea tan colosal
como cruzar la M-30 y sobre todo era anímicamente innecesario: para que
alejarnos más de nuestros puntos de referencia cuando aún estábamos a tiempo de
dar media vuelta y llegar a tomar una cerveza fresquita a la sombra que siempre
existe en el interior de un buen bar (digamos The Red Lion o el Knight
& Squire).
Como éramos personas inteligentes fuimos capaces de ver la
derrota antes de que sucediera, renunciando tanto al concierto como a reunirnos
con los de Nacha Pop que sospechábamos no nos llevaría a nada, y sin pérdida de
ánimo decidimos hacer de nuestra debilidad virtud y convertir la tarde en una
victoria aprovechando que ahora todo el camino a recorrer hasta la cerveza
conocida más cercana era cuesta abajo (topográficamente digo, que no
anímicamente ya que nuestro ánimo seguía mejorando).
No tengo ni idea de que paso después, aquella tarde, pero el
hecho de haber podido ver a Nacha Pop, incluso de haber estado charlando con
ellos y no haberlo conseguido no hizo mella en nuestra satisfacción por una
tarde estupenda. Igual podríamos haber terminado tocando con Nacha Pop en algún
momento (si hubiéramos aprendido a tocar algún instrumento) o igual ahora
seriamos autores famosos de canciones ¿Quién sabe?.
Lo único seguro es que pasamos una tarde estupenda (pese a
tener un objetivo, algo que, a gente de ánimo menos firme, y por la propia
presión de alcanzar ese objetivo siempre dificulta lo de pasarlo bien) y también
es seguro que nuestro amigo Romay se enfadó mucho cuando no llegamos a la cita
y creo que pese a que le contamos mentiras que casi parecían verdad estuvo
algún tiempo sin hablarnos.
En fin, podría contar más cosas sobre este disco o sobre
Nacha Pop pero, si eso, ya lo hago otro día que desde la estantería me miran
otros discos y otros recuerdos.
La verdad es que a los discos a los que más cariño les tengo
son aquellos que me compre en el momento en que salieron, como quien dice
aquellos que hacen, o hacían, mis contemporáneos. Por supuesto que también me
gustan los clásicos (y que también
les tengo cariño) pero no es exactamente lo mismo, en cierta medida es muy
distinto. Desde el punto de vista del valor emocional los clásicos siempre son mucho peores ya que uno no se imagina a si
mismo haciendo esas canciones, si no que uno las reconoce más como lo que le
podría haber influido para hacer otros tipo de canciones, las de sus
contemporáneos.
Con todo, una de las grandes ventajas de los clásicos es que pueden encontrarse más
baratos que los discos nuevos, ya sea de segunda mano, reediciones o incluso
nuevos pero que no se han vendido como se esperaba por lo que las grandes
superficies o las cadenas (Vips, El Corte Ingles, etc.) ofrecen, u ofrecían, unas
ofertas fantásticas sobre todo de cosas que no han conseguido estar de moda en
esta España nuestra, pero que lo estaban en otros países. Esto en la música de
finales de los setenta y primeros ochenta era estupendo ya que ponían excelentes
discos que triunfaban fuera, en el mercado inglés o americano, pero que como
aquí no vendían ni uno al poco tiempo ya estaban a precio de saldo.
Además, otra gran ventaja es que a veces, como en el caso
que nos ocupa, se editaba en una caja (o simplemente se agrupaba) toda o mucha
de la discografía de un autor hasta un momento determinado para su venta a
precio de saldo.
Estos dos factores fueron – al no ser yo coleccionista,
fetichista o vicioso de las ediciones – lo que me permitieron hacerme en su día
con de “The Joe Jackson Collection”, una caja que recopilaba los seis
primeros discos de, obviamente, Joe Jackson desde el Look Sharp!, de 1979,
hasta el Body and Soul, de 1984
(vale, falta el Mike’s Murder, de
1983, pero es una banda sonora y esas no puntúan, o mejor dicho: no son
necesarias y pueden ser desaconsejables de forma general).
La verdad es que no tengo recuerdo de cuando la compre,
supongo que debió de ser hacia finales de 1985 o principios de 1986 ya que la
compre antes de comprarme su siguiente disco, el Big World que salió en 1986, que casi seguro es el único disco
doble del mundo que solo tiene tres
caras (la cuarta cara, como no podía ser de otra forma, estar, esta; pero esta
sin grabar) y que si me compre en riguroso
directo.
Tampoco tengo recuerdo del donde lo compre y podría
engañaros contándoos que, obviamente (donde si no) se lo compre a Escribano en El Escri de los bajos de Aurrrera pero
a) es posible que para entonces El Escri
ya se hubiera mudado a la calle Sandoval; b) dudo que tuviera dinero para
comprar una caja como esta en un sitio como ese; y c) aunque he comprado muchos
discos en El Escri, creo que le he
comprado pocos o ninguno a Escribano ya que siempre trataba con Joaquín y de
hecho desde que el abandono Escridiscos
para abrir su propia tienda (Rock &
Roll Circus, que yo os recomiendo fervorosamente. Por si os apetece pasaros
a que os recomiende cosas) prácticamente no he vuelto a pisar Escridiscos. Lo
más seguro es que la comprara en algunas rebajas de El Corte Ingles que como decía resultaban sumamente adecuadas para
mi presupuesto, o que la consiguiera como regalo de navidad o de cumpleaños.
Obviamente una caja – seis discos del mismo autor – siempre
es difícil de comentar pero una caja como esta lo es más si cabe ya que es, tal
vez, demasiado variada pero habrá que intentarlo... que para eso hemos venido.
A ver, los dos primeros discos (Look Sharp! y I’m the Man,
ambos del 79) son dos grandes discos de cierto tipo de Power-Pop, dinámico, con fuerza pero con suficiente melodía, aunque
tal vez un poco finolis, con temas tan
absolutamente imprescindibles como Is she
really going out with him? o el On
your radio (solo por citar una tema de cada uno).
En los dos siguientes (Beat
crazy y Jumpi’ Jive) cambia el
trio que le acompañaba en los discos anteriores, o puede que solo amplié (que
no tengo menoría para recordar a sus músicos ni paciencia para mirarlo en
internet) para formar casi una Big-Band
que suena totalmente a gánster y a toda la época de la prohibición (no en vano
hay versiones de Glenn Miller) y entre las que esta ese título de canción que casi podría dar
lugar a toda una filosofía What’s the use
of getting sober (when you are gonna get drunk again) y que durante
aquellos años prácticamente entendíamos como una pregunta plenamente retórica.
En los dos últimos (de la caja: Night and day y Body and Soul)
parece que ya se ha vuelto totalmente Neoyorquino
(si, Joe Jackson es ingles pero se mudó a NYC por aquellas fechas) por lo que
se dedica a una música más cercana al jazz (probablemente para demostrar lo
buen músico que es y lo desaprovechado que estaba haciendo canciones sencillas)
en algunos casos con sus toques (o, a veces, algo más que toques) de salsa y
otros ritmos latinos como en Cha-Cha Loco
o Cancer donde canta eso de “Everything gives you cáncer, there’s no
cure, there’s no answer” de una forma tan latina y divertida que te dan
ganas de ponerte a bailar con tu cáncer a cuestas; en otros casos, como en la increíble
Be my number two, sencillamente se
enciende un pitillo y apaga las luces del local para volverse completamente
nocturno y marcarse una canción antológica preguntándole a su chica (o chico
porque, al parecer, el disco tiene algunas referencias homosexuales) eso de “Won't you be my number two? Me and number one are through. There won't be too much to do,
Just smile when I feel blue” como si quisiera decirle que tampoco es tan
dificil ser su novia (o novio) que tampoco se require tanto, que se anime.
La verdad es que visto ahora con perspectiva no había mucho
motivo para seguir comprando discos de Joe Jackson y menos un doble (o casi
doble) pero no solo me compre el Big
World si no que seguí comprando discos suyos hasta que tuve que dejarle por
imposible porque definitivamente, musicalmente, se había vuelto excesivamente intenso, para mí, muy lejos de las canciones sencillas del
principio y a las que yo solo abandono ocasionalmente. (algo que yo me negaba a
creer aunque ya se podía adivinar con el contenido de la caja y esperaba que en
algun momento volviera al redil de las buenas canciones).
He de reconocer que pese a los desvaríos que ya apuntaban
los discos que tenía, no solo me compre Big
World si no que me gusto y que cuando vino a Madrid, en 1986, para
presentarlo fui a verle encantado aunque resultara ser uno de esos conciertos
raros. Raro porque además de la banda, había un traductor que antes de cada
canción traducía la letra entera de la misma para que a nadie se le escapara
nada del mensaje de sus canciones pero
que por rompía mucho el ritmo del concierto; raro también porque se pasó la
mitad del concierto pidiendo al público que se callara para que se oyera a la
banda y no al público (cosa que a veces es de agradecer en los estadios y
campos de deportes porque no hay nada más desagradable que ir a ver y escuchar
a unos músicos y encontrarte oyendo solamente lo que cantan – habitualmente de
forma muy decepcionante – tus vecinos de evento) algo que resultaba casi
imposible cuando se arrancaba con temas de su primera etapa o incluso de la
segunda; más raro aun para mí, en el recuerdo, porque siempre he pensado que en
este concierto los teloneros habían sido los Housemartins y claro eran dos estilos casi incompatibles (internet
me ha sacado de este error al permitirme comprobar que mis recuerdos se
corresponden con dos años distintos si bien en el mismo espacio geográfico y
que por lo tanto son bastante falsos. Cosas de la memoria, o del alcohol o de
vete tú a saber que).
Supongo que a todos nos pasa, pero hay algunos discos que,
sin ser buenos, tienen un valor especial para mí porque se corresponden
claramente con un momento muy específico de mi vida y este es el caso del Some
Folks de Street Boys. Puede
resultar incomprensible(para mí lo es) que un grupo que incluye no solo un acordeón
si no también un clarinete pueda tener un lugar en mi discografía, o
sinceramente en la discografía de alguien sensato; si además se trata de un
grupo francés (que afortunadamente no canta en francés) la cosa ya toma tintes
dramáticos.; si encima este disco es de 1981, año en el que había muchísimos
discos buenos, lo de que todavía continúe ocupando un lugar destacado en mi
discografía, y en mis recuerdos, parece algo realmente absurdo. Pero así es,
aunque como casi todo en este mundo tiene una explicación o al menos un montón
de excusas para ser así.
Aquel año (1981) Jacobo y yo seguíamos con la idea (idea que
por otra parte nunca perderíamos) no de montar un grupo, que ya llevábamos tiempo
con nuestro grupo, si no con la idea más descabellada de intentar aprender a
tocar lo suficiente algún instrumento como para musicar las letras que teníamos escritas.
Por supuesto pensábamos que esto, por ser algo básicamente
mecánico y por la cantidad de músicos que había, sería bastante fácil e incluso
rápido. Al fin y al cabo ya habíamos visto ascender (si bien temporalmente) a Pulgarcito desde la estación de
Arguelles a la televisión y a tener un contrato discográfico haciendo
posiblemente una de las mejores versiones (tal vez la única buena) de una
canción de Sabina que se han hecho nunca (Me refiero a ¡Que demasiado!) por lo que cuando paso más o menos lo mismo en
Francia y un grupo, los Street Boys,
que tocaba en el metro se hizo con otro contrato discográfico decidimos que
efectivamente eso de tocar o hacer música no sería tan difícil y Jacobo me
regalo este disco con un “para ver si
aprendemos…” que desgraciadamente se demostró inútil ya que aún estamos en
ello, más cerca de conseguirlo, pero sin haber avanzado casi nada.
He de reconocer que a mi este disco (pese al clarinete o el
acordeón) me sigue gustando, en su sencillez y en la diversión de algunas de
las canciones que me siguen pareciendo eso que deben ser las buenas canciones: canciones
hechas por unos amiguetes para divertirse y ver si consiguen sacar algo de
dinero tocando en la calle sin más pretensión.
Seguramente para hacer canciones como estas, o para
tocarlas, el tiempo que se requiera es más del que nosotros tuvimos, o del que
conseguimos dedicarle entre cerveza y cerveza, entre enamoramiento y
enamoramiento, entre concierto y concierto pero no habría cambiado ninguna de
las tardes de risas y desbarre que disfrutamos, ni tampoco ninguna de las
otras, escasas, en las que no disfrutamos por distintas razones por haber
aprendido a tocar. No, no habría decidado ni un minuto mas a aprender a tocas música
si hubiera tenido que quitárselo a esas tardes.
En cualquier caso, como
cantan ahora mismo en la última canción de la cara a “Hey, no reason to be sorry today… sully bab
dully bab dully bad dala…”. Me voy a cambiar el disco. Ya, si eso, seguimos
otro día.