Hacía ya varios años que no me acercaba por la feria del
libro, algo que supongo era una tradición familiar (de la que no tengo
recuerdo) y que mantuve como tradición personal, con amigos, durante muchos
años para luego abandonar totalmente.
Supongo que las razones por las que deje de acudir a la
feria del libro fueron variadas y seguro que en mayor o menor medida entre
ellas se cuentan la perdida de contacto con aquellos amigos que me solían
acompañar, mi creciente aversión a las multitudes y también el hecho de que en
los últimos años en los que acudí la mayoría de las casetas eran de librerías,
con muy pocas editoriales, lo que obviamente la convertía en algo tan aburrido
como pasear tropecientas veces por los pasillos de la zona de libros de una
gran superficie interminable, viendo una y otra vez los mismos libros en casi
todas las casetas. Algo realmente agotador que no compensaba el placer de
tomarse luego una cerveza, o incluso más habitualmente durante la primaveral tormenta
veraniega que, por lo menos para mí, siempre ha caracterizado mis visitas a la
feria del libro.
A mí siempre me ha llovido torrencialmente en la feria del
libro, desde la primera de la que tengo recuerdo: una en la que me compre el
primer tomo de El Señor de los Anillos
(ejemplar que preste a Manolo Die Deán, y que nunca me devolvió y yo no he
vuelto a comprarme ya que quiero pensar, pese a que de esto haga más de treinta
años, que algún día me lo devolverá) y cosas súper-hippies; pasando por aquellas
en las que Jacobo y yo buscábamos libros de poetas franceses o malditos para
escribir canciones, cunado no directamente copiar partes enteras (lo que
técnicamente se llama homenajear a los autores) y en una de las cuales nos
gastamos todo el dinero que teníamos destinado para las cervezas de ese día, o
de esa semana, en comprar los dos tomos de todas las canciones de Bob Dylan
(hasta aquel momento del que ya hace también mucho tiempo) en una edición
bilingüe que he tenido que reemplazar por una edición posterior no bilingüe
(eso si, solo en ingles que para algo es uno un cultureta), porque no se bien como, porque motivo, con que
chantajes emocionales exactos, mi hermana Maite se acabó quedando con aquellos
dos volúmenes que a diferencia del primer tomo de El Señor de los Anillos sé
que nunca recuperare; hasta las últimas que recuerdo en compañía de Lourdes y
de Barcina (cuando Lourdes y yo ya no éramos pareja, pero quedábamos para ir a
la feria a dar un paseo por tradición, pero antes de que Barcina dejara
totalmente de beber para convertirse en un montañero), en todas ellas me ha
llovido, o al menos ha llovido en mi recuerdo y nos hemos refugiado en un bar
con unas cervezas antes de saturarnos de la propia feria.
Este año, sin embargo, no llovió durante mi visita a la
feria del libro, algo que además de extraño hizo que la misma se alargara un
poco más de lo necesario, de lo aconsejable, y que no acabara precipitadamente
con unas cervezas en el bar más cercano si no con mucha calma y una vuelta
lenta a la totalidad de la feria y con mi sobrina Alicia tomándose un zumo de
alguna fruta absurda y de un color no excesivamente natural (diría yo, o dicen
mis reciente recuerdos) mientras comprobaba todo lo que se había feriado. Porque realmente fue Alicia la
única que se ferió libros de motu proprio (por ella se habría comprado casi
todas las colecciones de El Club de Tea, y digo casi todas porque aún no está
por la labor de comprarse libros repetidos y su prodigiosa memoria le da de
sobra para recordar que libros tiene, no como a otros que acaban comprándose
libros que ya se han leído y, ojo, que no miro a nadie… ya que no tengo ningún
espejo a mano).
El caso es que, pese a que mis expectativas eras bajas yo llevaba una actitud
razonablemente positiva frente a la compra de libros y eso que mis últimos
recuerdos eran los de ver solamente librerías y en todas ellas los mismos
libros, caseta tras caseta, tras caseta hasta que llegara la lluvia salvadora
que nos arrastrara desde el paseo de coches hasta el bar, aunque fuera
artificialmente cuesta arriba ya que como todo el mundo sabe los bares más
cercanos están cuesta arriba por, supongo, una maldición bíblica.
Si bien no tuve suerte con la lluvia he de reconocer que
este año me sorprendió la proporción de editoriales y como consecuencia la
variedad de la oferta aunque nada consiguió tentarme especialmente para
comprármelo.
Además de ver algunas editoriales interesantes, pero nada lo
suficientemente tentador, también pare en la caseta de mi librería de
referencia, la Librería Méndez, pero solo lo hice para saludar y prácticamente
no mire lo que tenían expuesto (yo soy un tipo más de interior y prefiero
mirarlo acompañado por su poco de aire acondicionado en verano) y si no pude
parar en mi otra librería de referencia, la librería Fuenfría de Cercedilla que
estoy seguro que todos visitareis más de una vez este verano, por no tener
presencia en la feria tampoco pude parar a saludar al librero Tarambana ya que
pese a que mi sobrina quería acudir el día que este, también denominado su tío
Rafa, estuviera ejerciendo de famoso firmando ejemplares suyos (o de otros, que
es algo que practica desde pequeño), la posibilidad de visitar la feria en fin
de semana está completamente fuera de mis capacidades actuales de concentración
y aguante frente a las multitudes de mis semejantes (semejantes en cuanto a
especie, se entiende que cada día me siento más lejos de ellos).
Pese a que no encontré nada que me tentara para mí si compre
un par de libros: uno para mi hermana (American Gods de Gaiman en español), que
andaba imposibilitada de mirar nada por la atención que requiere Alicia, y otro para Álvaro (igual debería decir
mejor: con la excusa de Álvaro), que debería decir que le pasaba algo parecido,
aunque un poco menos y si consiguió mirar alguna caseta sin la insistente
presencia de Alicia, aunque creo que solo de Comics (puede que porque a Alicia
también le interesaran estas casetas o puede que por otro motivo).

Si bien no estoy seguro de que Alvaro haya notado la
ausencia de la novela (ya que le preste la versión americana de Amrican Gods,
no para distraerle, si no a petición propia) ciertamente podía haberse dado
cuenta ya que aún no se la he devuelto. De hecho ni siquiera me la he terminado
habiéndome costado un esfuerzo excesivo llegar hasta la página 142 donde
definitivamente me quede atascado, sin posibilidad de avance y ciertamente
tampoco de retroceder, aunque si esto fuera posible hubiera retrocedido
tranquilamente y la habría dejado en la mesa de casa de Álvaro completamente
olvidada. Lástima eso de no poder volver atrás en el tiempo, algo que si
ciertamente fuera posible y estuviera al alcance de todos haría que la vida
fuera sencillamente un caos sin ningún sentido (todos volviendo todo el tiempo
atrás cada vez que a uno no le guste algo… una combinatoria sencillamente
imposible) y lástima que la novela no me haya gustado ya que me habría gustado
comprar más novelas de Mr. Wurlitzer.
Aunque parezca increíble mi pelea con esta novela me había
acercado a las puertas del día 20, que amablemente Amazon se empeñaba en
recordarme seria el día que se pondría a la venta la nueva novela e Don
Winslow. Estaba a punto de pedirla por Amazon, traicionando a mis librerías de
referencia con mi clásica excusa de comprarla en versión original (que merece
mucho la pena en el caso de Winslow) cuando al mirar el calendario me di cuenta
de que ya estaba casi a punto para intentar irme a Piles a pasar unos días,
tomarme un arroz al horno y seguir dándole la lata a la rama de mi familia que
me aguanta a diario por aquello de que tengo la oficina montada en el recibidor
de su casa y de que solo tenía por leer otras 140 páginas de esa novela que ya
casi había decidido dejar.
Así que antes de pedir la novela de Winslow, en versión
original, me decidí a realizar una visita a mi librería, que en cierta medida les
había prometido en la feria del libro, y aprovechando que tenía que atender a
una conferencia en la Real Academia de Ingeniería decidí salir con tiempo y
parar en la calle Mayor. En principio, no parecía una gran idea ya que luego
tendría que ir cargando con los libros – no, no tenía duda de que compraría un
cierto número de ellos – hasta la conferencia y de vuelta a casa bajo un calor
que, sin llegar a ser el de estos días, ya era un poco excesivo para hacer
agradable el paseo; pero las otras opciones eran: la traición a mis librerías,
quedarme sin nada que leer para el viaje a Piles, o – la más descabellada
conociendo mi escasa movilidad, pero la que os aconsejo siempre – acercarme a
Cercedilla.
Normalmente de camino de la librería Méndez siempre me asalta
uno de esos grandes dilemas de la
humanidad del tipo ¿antes o después? Ya sabéis de que os hablo: ¿me compro una
palmera de chocolate en la pastelería El Riojano antes de entrar o al salir?
Hace algunos años la solución era evidente ya que en realidad no existía un
dilema: me compraba una antes de entrar y otra (o más de una) al salir. Sin
embargo ahora, por aquello de la vigilancia médica, este es un dilema de
difícil solución: comprarla antes de ir tiene la ventaja de la retribución
inmediata y de (como en Annie Hall,
con lo de los besos) liberar la mente del dilema pero claro un día de calor
tienes el riesgo de mancharte mucho con el chocolate y tampoco se trata de
ponerte luego a ojear libros con los dedos llenos de chocolate; comprarla
después permite una satisfacción más tranquila ya que la distancia entre ambos
establecimientos es un poco escasa para disfrutar con deleite de una exquisitez
como esta. Afortunadamente como esta vez mis pasos a la salida me llevarían en
la dirección contraria y como yo tengo una norma casi sagrada de no retroceder
cuando estoy dando un paseo (entre otras muchas como que no vale cruzar la
calle para ver una tienda o que no vale volver por la misma calle en el mismo
día, que configurar mi idiosincrática personalidad, o como les gusta definirla
a algunos: mi idiotica personalidad) me había librado del dilema, lo que
obviamente me producía una cierta alegría.

No voy a decir que la decisión fuera un error ya que la
novela es lo suficientemente buena pero si estoy en condiciones de afirmar que
no es lo mismo y obviamente puedo afirmar que es mucho mejor en inglés. Ahora
es cuando podéis decir que no tengo ninguna prueba de esta afirmación y que una
vez más estoy haciendo afirmaciones en el más puro estilo familiar o incluso de
mi colectivo profesional: sin ninguna base. Pues que sepáis que os equivocáis y
que esta vez tengo pruebas: tantas pruebas como novelas tiene Winslow
(descontando, de una vez y para siempre El Cartel que para mí no es que sea la
única novela mala de Winslow, es que: no es una novela si no un tocho bastante
infumable) ya que su estilo de frases cortas que repite a modo de estribillo de
canción se pierde completamente al pasarlo al español y posiblemente a otros
idiomas (sinceramente no creo que sea culpa del traductor – lo del título
tampoco creo sea culpa suya, si no de la editorial – si no de las propias
diferencias entre los idiomas; pero que sabré yo de estas cosas). El caso es
que, a diferencia de lo que me había costado avanzar en la de Mr. Wurlitzer, en
un par de días me había leído las más de quinientas páginas que tiene, y la
había disfrutado.

No creo que sea una mala novela pero a mí no me ha gustado,
de hecho lo que me ha parecido es que quería escribir otra novela – que si
podría ser divertida – creo que él quería haber escrito la novela que en su
novela adjudica a Rafa: la de cómo serían los cinco de mayores, pero que por
algún motivo no se ha decidido a escribirla. Posiblemente porque en cierta
medida para escribir esa historia de cómo serían los cinco de mayores no basta
con un solo escritor si no que se necesitan al menos dos escritores amigos
(preferiblemente tres o más) y unas cuantas botellas de whisky, una novela como
esa necesita una sesión de sentarse con tus amigos a beber y ponerse a
desbarrar como hacías cuando tenías menos de veinte años y se te ocurrió por
primera vez la posibilidad de hacer esto (algo que estoy seguro que comentaron
más de una vez hace muchos años ambos dos – Reig y Orejudo – posiblemente con
la connivencia de Lopez, Chavi, Nogales, Becerra, Ridao… en aquellos tiempos de
La Perla de Lab-UAM).

Juan Madrid no es uno de mis escritores favoritos, aunque en
general lo que he leído de él me ha gustado y todavía recuerdo con sorpresa ese
libro que era una especie de ejercicio de taller de literatura en el que cogía
una noticia del periódico y escribía un cuento inventándose una historia. Inevitablemente
me recuerda a la única vez que una empresa seria me sometió a un proceso de
selección con su departamento de recursos humanos en el que nos hicieron varios
test de personalidad y de inteligencia ya que una de las pruebas era que te
daban una ilustración y te pedían que explicaras una historia que encajara con
la ilustración. (a mí me dieron una de un padre y un hijo en un despacho y
bueno… la historia se complicó bastante para el poco tiempo que tenía pero ya,
si eso, intento acordarme otro día).

La verdad es que ahora que lo pienso, después de la pregunta
de Rafa, creo que tal vez lo único que le sobra a la novela no es lo de Franco
si no que le sobra toda la historia del crimen o la parte pseudopoliciaca.
Realmente no le hace ninguna falta todo eso para ser una buena novela sobre la
postguerra civil y el régimen de Franco pero imagino que Juan Madrid habrá
sucumbido al hecho de tener que ser un escritor de un cierto tipo. Creo que si
no hubiera sucumbido a esto y se hubiera centrado en más realismo habría sido
mejor novela e incluso podría haber subido a la categoría en la que esta
Stephen King de escritor realista tipo Galdos para los que han vivido o pasado
tiempo en Maine.
Tal vez una de las cosas más curiosas es esa continuidad que
existe en España en los apellidos ya que puede observarse que muchos apellidos
siguen manteniendo el mismo peso social pase lo que pase y que los que ya estaban
entonces aún siguen y aunque puede que no sea el caso y que no tenga ninguna relación
resulta sumamente curioso leer que los nacionales no solo querían envenenar el abastecimiento
a Madrid, si no que uno de los generales encargado o ideólogos de esto era un tal
Gistaú, apellido que a día de hoy sigue vinculado al mundo del agua en la
figura de Roque que ha sido prácticamente de todo incluso director gerente del
Canal de Isabel II (igual precisamente para resarcirse de ese antepasado que quería
envenenar Madrid).

En cualquier caso, la verdad es que me consoló bastante que
el libro se pareciera más a mi recuerdo que a la serie que acababa de ver. También
me consoló bastante que mi opinión no hubiera cambiado especialmente y que si
bien es un libro entretenido es un poco pajillero y con partes absolutamente
infumables, o más bien solo aceptables si uno anda bastante fumado.

Zebulon – Rudolf Wurlitzer
Corrupción Policial – Don Winslow
Los cinco y yo – Antonio Orejudo
Visitation Street – Ivy Pochoda
Perros que duermen – Juan Madrid
American Gods – Neil Gaiman
Rendición – Ray Loriga