Podría empezar justificándome e inventándome alguna excusa
para explicar, explicarme a mí mismo, como he llegado a estas alturas del mes
de septiembre sin haber encontrado tiempo para escribir mi comentario de mis
lecturas de agosto pero la verdad es que llegado a este punto del mes casi es
mejor que no me entretenga porque o consigo escribir estas notas hoy, o ya me será
prácticamente imposible escribirlas ya que se acerca peligrosamente el
aniversario del Wurlitzer
¿Qué tendrá que ver una cosa con otra? Igual os preguntáis
los más inocentes de vosotros, almas de cántaro; otros, los más centrados entenderán
perfectamente que con casi una semana entera de conciertos y celebraciones lo
que no este escrito antes de que empiecen las mismas ya no será escrito a
tiempo.
La simple idea de que igual puedo utilizar alguna mañana de
resaca para escribir estos comentarios es solamente propia de alguien que no me
conozca, que no conozca la resaca o que no se conozca a sí mismo. No, me temo
que no hay tiempo para excusas ni para más introducciones y zarandajas ya que
en breve recogeré a mi sobrina para comer con ella – mi excusa, o mejor dicho,
mi colaboración, además de la prescripción de mis médicos, para no ir a comer
con, desgraciada y científicamente inexplicable, mi inmoral abuela – y ya casi
me quedare sin tiempo de hacerlo.
Además, ahora que veo mi pila de libros, creo que las
excusas las necesitare en octubre para explicar mi escasez de lecturas de este
mes de septiembre, a menos que decida – según vaya de tiempo – auto engañarme y
pasar algunas lecturas de agosto a septiembre. Ya veremos, si eso, ya os lo
cuento otro día.
Como ya os he comentado a principios de agosto me fui una semana
larga a Brasil por temas de trabajo y previsoramente – teniendo en cuenta la duración
de los viajes y el potencial aburrimiento de estar en cuasi-ciudades de
provincias lejanas en tierras extrañas – había metido un par de libros
gordillos y sin empezar en la mochila. Si, que pasa yo viajo de mochilero;
bueno, realmente viajo con una especie de petate marinero de la marca Stetson – (exactamente sobrino, la misma
que la de los sombreros; que tu tío es muy elegante cuando le apetece) que solo
podría ser clasificado como de mochilero, si existiera el concepto de mochilero
elegante o de lujo; concepto que seguramente ya exista como ese del camping de
lujo.
La sustancia del mal,
no es que tuviera muy buena pinta pero tenía la ventaja de que eran casi
quinientas páginas de novela teóricamente entre negra y de terror (digo, por la
comparación que hacían con
Stephen King
y
Jo Nesbo,
irrespectivamente añado, aunque sea un apalabra inexistente e
innecesaria ya que bastaría con cambiar el orden de los dos para poder usar
respectivamente, palabra que si existe, pero hoy me siento creativo hasta el
punto de la indiferencia por el lenguaje). Su gran virtud: que se deja leer
bien, es entretenido y no hay que prestarle demasiada atención ya que es de
esas novelas en las que todos pueden ser culpables y al final el culpable es el
que el autor se ha empeñado en hacer parecer como el más inocente, intentando
que nos caiga bien y desviando las sospechas de él todo el tiempo. Su gran
defecto: precisamente lo mismo, que no tiene nada especial. Una buena novela
para leer en el verano con la mitad del cerebro apagado o para leer en un avión
entre comida y comida con el cerebro un poco abotargado. A un nivel personal,
por aquello de que pasa en unas montañas, me hizo acordarme de Barcina – que ahora
se ha vuelto montañero, más de pasear que de escalar, pero con la misma dedicación,
casi obsesiva, que le dedica a todo y que, entre otras cosas, le llevo a ser el
número uno de la promoción – y más concretamente de que hace demasiado que no
quedamos a comer. Algo a lo que tendré que poner remedio un día de estos, más
pronto que tarde, invitándole a mi restaurante
vegetariano favorito (
myveg)
donde acertadamente consideran que las pochas (sin chorizo, pero con panceta)
son un plato muy adecuado para los come-verduras. Para los que os habéis
asustado al oir que tengo un restaurante favorito vegetariano he de decir que
una vez que fuimos con un
vegetariano talibán
y tras someter a un tercer grado al camarero se quedó prácticamente sin comer
ya que todo tenía algo que no encajaba en los
principios morales de su dieta (como decía mi padre
“en el pecado, llevas la penitencia” que
era una de las frases que usaba siempre que nos veía, por lo menos a mi) con
una buena resaca. Para los que os habéis asustado ante la simple idea de que
conozca un restaurante especializado en verduras, y os han dado escalofríos cuando
he añadido
favorito, como si
conociera más de uno, solo puedo tranquilizarlos y recordaros que el cero también
es un porcentaje (como el que de fruta tienen algunos zumos de frutas).Pero divago,
ya, si eso, hablamos otro día de las verduras, de los dichos de mi padre, de
mis resacas o incluso de matemática
avanzada
como los porcentajes o la
regla de tres
(la del nueve la dejaremos para más adelante que igual os parece tres veces más
difícil)
En un vuelo de la duración de un Madrid – Sao Paulo creo que
me habría acabado sin problemas una novela de quinientas páginas ya que me es
casi imposible dormir en vehículos en movimiento (en parte porque si hay un
accidente, no me gustaría perdérmelo, y en parte por experiencias pasadas que
no viene al caso rememorar). El hecho de que no me la acabara indica que no me
engancho lo suficiente (un requisito fundamental de una novela de este tipo)
aunque también hay que considerar que era un vuelo nocturno, en los que
inevitablemente apagas un poco más de la
cuenta el cerebro por lo que igual no todo es culpa de la novela y ya que
viaja solo es posible que echara alguna cabezada, aunque lo dudo mucho.

Después de acabarme este libro, ya en Brasil, empecé a leer
Los casos de Horace Rumpole, abogado,
novela que ya por su título uno sospecha que va a ser inglesa, inglesa y
divertida a la manera inglesa. Esta sospecha inicial se convierte, entre sonrisa
y sonrisa, en una certeza y sencillamente uno se da cuenta de que no se puede
ser más inglés, o más británico. Vale, puede que se pueda ser más inglés – ahora
mismo se me ocurren algunos ejemplos, incluso de no ingleses que son igual de
ingleses, pero tampoco tengo tiempo para este debate (para eso está la sección de
comentarios que por lo poco que comentáis empiezo a sospechar que igual no habéis
visto).Aunque no recomiendo libros yo me apunto el nombre de
Mortimer en mi cerebro para intentar
leer algo más suyo si consigo acordarme de que lo he apuntado cuando ande de
compras ya que siempre viene bien sonreír e incluso reír (no, no citare a
Sterne que no quiero copiar a mi hermano
y ya sabéis todos a que me refiero. Si no, pues a leer a Rafa o a
Sterne, cuando acabéis esta entrada).
Pese a que solo había llevado dos libros – que me parecían pocos
para tanto viaje – no estaba espacialmente preocupado ya que confiaba que en
Sao Paulo habría al menos una librería internacional en la que comprar algún
libro en inglés para los últimos días o para el viaje de vuelta. Dicen que la
inocencia es lo último que se pierde, aunque en mi caso parece que es la
estupidez ya que o bien no había ninguna librería internacional en todo Sao
Paulo o mi enfado porque todas las tiendas cerraran el domingo, como si hubiera
hecho un viaje al pasado, me impidieron encontrarla. Así que como un auténtico estúpido
me enfrentaba a un viaje de diez horas – esta vez diurno – sin nada que leer y
con la única esperanza de encontrar algo en la librería del aeropuerto.
En principio no se trataba de una situación preocupante
hasta la angustia ya que mi vuelo salía de un aeropuerto internacional – ya había
cogido el vuelo local un par de días antes – por lo que mal se tenía que poner
para que no hubiera un bestseller o un clásico apetecible en inglés. En mi
primera vuelta de reconocimiento a las tiendas del aeropuerto empecé a angustiarme
un poco ya que la oferta estaba un poco, o notablemente, por debajo de lo
esperado, que no de lo esperable si pensamos, por ejemplo, en el aeropuerto de
Barajas.

En mi segunda o tercera vuelta de reconocimiento por fin la
editorial
Penguin y mi enciclopédica incultura
vinieron a salvarme y localice
In
Dubious Battle, libro que estaba casi seguro de no haber leído (además de
bastante escondido) ya que si bien de
Steinbeck
soy capaz de nombrar más de un título, incluso en inglés soy capaz de nombrar
dos (igual que casi todos), no recordaba ninguno más que esos dos que todos
conocemos y que sabemos que no se titulan ni parecido en español. Así que decidido,
ya tenía lectura para el avión de vuelta y ya podía tomarme una cervecita
tranquilo a la espera de leer sobre huelguistas en la América de la gran depresión
cuando todavía se podía ser comunista en América, cuando era todavía más
necesario ser comunista en América o cuando cualquiera que no estuviera
completamente a favor del capitalismo era considerado comunista (como lo queráis
ver).
La parte de la lucha social, que a mi me ha interesado poco (en este caso) es posiblemente la que ha hecho
que un libro como este esté editado en Penguin – con categoría de clásico,
aunque no estuviera entre los que yo conocía – y parece que también era el
motivo por el que la editorial no tenía muy claro editarlo (como me informo el prólogo,
que acabe leyendome) ya que pensaba que crearía mucha controversia (al parecer
lo hizo y fue muy criticado, pero extrañamente no por los capitalistas – como temia
la editorial – sé no por los comunistas que no se sentían reflejados
adecuadamente y que consideraban que se les trataba de, como decirlo, panfletarios,
sectarios, insensible y obvios). La verdad es que se lee bien y está lleno de
observaciones con las que coincido: “you
can’t make a general rule of it, because sometimes it flops, but mostly a guy
that tries to scare you is a man that can be scared” que no solo contiene
una importante verdad sobre las reglas generales si no que es aplicable a
muchos otros comportamientos de las personas, no solo a las que intentan
intimidarte, ya que la gente suele pensar que todos funcionamos igual; algo
que, al menos a mí, siempre me ha servido para relacionarme con el resto del
mundo entendiendo las debilidades que no confiesa la gente de sus
comportamientos.
Pero, con todo la mejor parte es la explicación que un viejo
piquete le da a uno nuevo sobre uno de
mis temas favoritos: “You ought to take
up smoking. It’s a nice social habit. You´ll have to talk
to a lot of strangers in your time. I don’t know any quicker way to soften a
stranger down than to offer him a smoke, or even ask him for one. And lots of
guys feel insulted if they offer you a cigarette and you don’t take it. You
better start”, y no, no me estoy refriendo al fumar como uno de mis temas
favoritos, si no a cómo han cambiado la percepción de las cosas: cosas que
antes estaban bien, como fumar o intentar ser inteligente y culto, ahora son hábitos
de los que la gente casi habla con dolor, como lacras, y prefieren dedicar
todos sus esfuerzos e incluso presumir de lo que antes eran capacidades
negativas. Sí, me hago viejo a pasos agigantados – probablemente a causa del
tabaco – y cada día entiendo menos el mundo y menos aún a los que ya no son mis
contemporáneos, aunque vivamos en la misma época.

Ya de vuelta en Madrid me decidí por
Angeles en llamas, que parecía una prometedora novela policiaca,
escrita por una mujer, ya que aunque no tengo ningún interés en que mi librería
sea paritaria, es algo a lo que le presto la misma atención que a la de que
parte de mis escritores sean calvos (calvas), rubios (o rubias), morenos
(morenas) o pelirrojos (pelirrojas) entre otros criterios de paridad de vital
importancia en estos días. Aclarado este punto supongo que mi afirmación de que
no me ha gustado nada me hará parecer un machista total. Seguramente no debería
haber comentado nada sobre la identidad sexual de su escritora pero “a lo hecho,
pecho” (pecho varonil, me refiero. Que tampoco quiero ganarme un galardón de
machista que, creo, otros se merecen más). Incluso siendo una mala novela, tiene
alguna frase buena:
“Nada hace saltar a
por los aires la realidad de nuestras buenas intenciones como la propia
realidad” pero que no justifican la simpleza de la novela, la mala
escritura (o la mala traducción, que uno nunca sabe) y menos algunos errores de
bulto que creo hay en parte de la trama.

He de confesar que cuando compre
El juicio de Sören Qvist, lo hice sin fijarme mucho y solo porque
las novelas sobre juicios siempre resultan divertidas, o en su defecto
entretenidas; concretamente lo hice sin fijarme en que estaba editado por una
editorial creada por Javier Marías y sin calibrar este hecho en su justa
medida: una novela elegida por alguien cuya foto debería ilustrar la entrada de
pedantería en, por lo menos, alguna enciclopedia o diccionario enciclopédico, tenía
pocas posibilidades de ser entretenida. Supongo que el hecho de que además
fuera la última de una trilogía en editarse junto con el hecho de que tuviera
dos apéndices que no iban sobre la novela si no que estaban para reforzar la
vanidad del editor debería haberme hecho sospechar, si me hubiera fijado. Si
tan solo me hubiera fijado me habría ahorrado leerla, me habría ahorrado las burlas/críticas
de mi hermano y no me sentiría mal, como un completo cínico, cada vez que le
digo a mi sobrina
“hay que fijarse,
Alicia. Hay que fijarse”.

Aunque creo que la termine ya empezado septiembre incluyo
este mes la lectura de
La muerte espera en Herons Park, ya que incluso con el
poco tiempo trascurrido ya casi no la recuerdo. Bueno, estoy exagerando: si la
recuerdo pero la verdad es que tampoco hay mucho que recordar a que se trata de
una investigación de asesinado en un entorno aislado (un hospital militar) que
recuerda demasiado a las de Agatha Christie: todos los personajes tienen
razones para cometer el crimen (Orient Express) pero los mas sospechosos pues
van muriendo o por lo menos los intentan asesinar (Diez Negritos). Una lectura
entretenida pero poco mas.
La sustancia del mal – Luca D’Andrea
Los casos
de Horace Rumpole, abogado – John Mortimer
In Bubious
Battle – John Steinbeck
Angeles en
llamas – Tawni O’Dell
El juicio de Sören Qvist – Janet Lewis
La muerte espera en Herons Park – Christianna Brand