PS: debido a problemas tecnicos de momento este post va sin fotos y sin videos. Si algun dia me acuerdo y averiguo como, pues lo actualizare aunque tampoco pongais muchas esperanzas en esto. Los luditas somos asin.
PSS: corregido lo de las fotos... espero...
Aquí estoy, casi a últimos de mes, sentado frente a lo que en casa llamamos “el huerto de Piles” (pese a que ya hace años que en el mismo no crece ninguna hortaliza o similar) mirando a un limonero como si quisiera ser un poeta rememorando su infancia o, más bien, su tercera infancia cuando la verdad es que, curiosamente, yo si tengo recuerdos de mi infancia asociados a unos limoneros. No a este que veo ahora, sino a los que había en El Puig, donde entre hectáreas, o fanegas o anegadas, no sabría decir, de naranjos había una zona que era el huerto de los limones. Pese a que era una de las zonas más cercanas a la casa, a la señorial casa debería decir, solo separada de la misma por dos jardines con flores, diría, por decir, que, de estilo francés, era una de las zonas más abandonadas y más oscuras de la finca. Mis recuerdos, posiblemente inventados, son que no era una zona fácilmente accesible, no por su dificultad, sino por su oscuridad y porque a continuación no había nada. Nada, salvo la balsa de riego que nos hacía las veces de piscina y en la que nadábamos en compañía de un numero de ranas suficiente como para formar su propia civilización y algunas culebrillas de campo, entre líquenes y todo tipo de musgo y donde usábamos la tubería de llenado de la balsa tanto como trampolín para tirarnos como ducha, o como grifo de un SPA de deficiente diseño.
Aquí estoy, casi a últimos de mes, sentado frente a lo que en casa llamamos “el huerto de Piles” (pese a que ya hace años que en el mismo no crece ninguna hortaliza o similar) mirando a un limonero como si quisiera ser un poeta rememorando su infancia o, más bien, su tercera infancia cuando la verdad es que, curiosamente, yo si tengo recuerdos de mi infancia asociados a unos limoneros. No a este que veo ahora, sino a los que había en El Puig, donde entre hectáreas, o fanegas o anegadas, no sabría decir, de naranjos había una zona que era el huerto de los limones. Pese a que era una de las zonas más cercanas a la casa, a la señorial casa debería decir, solo separada de la misma por dos jardines con flores, diría, por decir, que, de estilo francés, era una de las zonas más abandonadas y más oscuras de la finca. Mis recuerdos, posiblemente inventados, son que no era una zona fácilmente accesible, no por su dificultad, sino por su oscuridad y porque a continuación no había nada. Nada, salvo la balsa de riego que nos hacía las veces de piscina y en la que nadábamos en compañía de un numero de ranas suficiente como para formar su propia civilización y algunas culebrillas de campo, entre líquenes y todo tipo de musgo y donde usábamos la tubería de llenado de la balsa tanto como trampolín para tirarnos como ducha, o como grifo de un SPA de deficiente diseño.
A mí me encantaba bañarme en
aquella balsa, rodeado de la flora y fauna que crece en un agua estancada (dejo
de gustarme nadar, asi en general, cuando a mi sobrino Pepe – que era un gran
nadador, el David Meca de la familia ya que se dedicaba a nadar travesías – le
dio un ictus, o un derrame cerebral – que aún no se la diferencia, si es que la
hay- con efectos mucho mayores de los que tuvo el mío; a partir de entonces me
dejo de gustarme nadar, evitándolo en la medida de lo posible, aunque no haya
servido para no sufrir mi propio derrame) y después a la vuelta cruzar por el huerto de los limones, en lugar de ir
por el camino principal, y comerme un limón a mordiscos, con cascara y todo.
Si, lo de la cascara suena raro, pero tenéis que tener en cuenta que hasta que
no fui muy mayor (en una comida fuera de mi casa) yo pensaba que la piña se
comía sin pelar y por supuesto con el corazón, algo que parece no ser cierto y
que incluso hace como raro para el
resto del mundo. Aunque no lo comprendo bien, ya que se supone que las
vitaminas están principalmente entre la cascara y el fruto la verdad es que
ahora (casi siempre) pelo la piña, aunque me como el corazón, y hace ya algún
tiempo que no me como ningún limón a mordiscos. Pero, divago, ya, si eso,
hablamos de mis hábitos alimentarios otro día y os comento lo mucho que me
gustaba el coco cuando era pequeño (incluso pelado, este sí) y como me pase un
verano comiéndome un par de cocos diarios, cocos que ganaba – eran el premio
principal – en un puesto de una feria en L’Escala (si, donde las anchoas
peludas, por diferenciarlas de las de Santoña) jugando a los dardos,
entrenamiento, o afición, que luego me depararía bastante alegrías – en forma
de invitaciones ganadas honradamente – en el Red Lion y otros bares durante mi adolescencia.

Dicho esto, lo de la buena
novela, la verdad es que leer sobre historias que conoces, que has vivido
(aunque probablemente sería más correcto decir de historias con las que has
convivido, ya que los mismos hechos conforman diferentes historias para cada
uno de los partícipes, así que nadie ha vivido la misma historia) pues tiene
algo de raro, resulta extraño comprobar que cosas o como recuerdan otras
personas de partes de tu vida, vale, de su vida ya que los demás, incluso los
personajes que esta vez tenemos hasta frase (no grandes frases, pero frases…
que es otro nivel de personaje) hemos vivido otra vida, con hechos parecidos.
Si para mi hermano el recuerdo le
ayuda incluso aunque afirme “pero a mí,
al recordar, cuando regresan a mi corazón (eso es recordar, del latín, cor,
cordis, volver a atravesar el corazón) mueren allí de nuevo, todos los días, y
aumenta a mi alrededor la oscuridad, y regresa también el deseo de encontrar un
sitio donde esconderme. Estas páginas, tal vez.” es otra cosa en la que
somos muy diferentes. Aunque es cierto que mi derrame me ha hecho perder la
memoria y gran parte de mis recuerdos, muchos de ellos los he perdido por
voluntad propia o como mecanismo de autodefensa. Sencillamente, como Nick Nolte en el Príncipe de las mareas (o como muchos otros personajes) me niego a
recordar según qué cosas, no quiero indagar en mi pasado, no me interesa volver
a atravesar mi corazón, me mantengo alejado de todos los sitios que pueden
recordarme según qué cosas ya que ni siquiera sé si puedo recordar algunas
páginas de mi pasado. No, para mí todo el pasado está olvidado, no aparece en
ningún mapa (de momento, aunque este blog – si algún día dejo de hablar de libros
– quería que sirviera para eso) ya que tener un mapa es la mejor forma de no
encontrar las cosas, o de solo encontrar las que uno ha marcado en el mapa;
todo lo que no está el mapa pues, sencillamente, no existe. Supongo que así son
los recuerdos de todos, mapas de territorios por explorar, pese a haber estado
allí. Pero, divago, de nuevo, ya, si eso, pues hablamos de mapas o pasados, o
de exploradores celestes otro día. Ahora os dejo aquí cantando ese “I Dont remember, I don.t recal, I got no
memories of anything, anything at all” porque remember y recall son
cosas diferentes, aunque yo sea incapaz de encontrar la diferencia en español.

En cualquier caso, es hora de
volver al principio del mes y a los libros comprados en mi (vuestra, espero) librería
de referencia de la capital, la Librería
Méndez, ya que pese a que para conseguir el ejemplar dedicado subí hasta
Cercedilla, a la Librería Fuenfria
(cosa que ya sabéis os recomiendo hacer) la verdad es que no me baje ningun
libro de allí, en parte porque ya había comprado para el mes y en parte porque después
de comer y con el libro de Rafa en las manos pues el resto de libros resultaban
menos apetecibles.

La verdad es que es una novela
entretenida, en la que aprendido una de esas curiosidades sobre sectas – los Skoptsi – que siempre sorprenden: “son una de las atracciones que hay que ver
en esta ciudad. Los Skoptsi son una secta rusa. Creen que para que seamos digno
de la gracia, todos, hombres y mujeres, debemos desprendernos de todo lo que
nos cuelgue por delante. O sea que cuando se han reproducido, los jóvenes se
entregan a unas orgias descomunales en las que alcanzan tal grado de éxtasis
que acaban mutilándose a si mismos”. Mutilándose en un sentido más amplio
que el de aquel “Do the mutilation” de
los Revillos, y que me hacen
plantearme como alguien llega a esta extravagante teoría y la pone en práctica:
Más curioso, por ser una historia
que luego se repetiría (en forma real o de mito; que yo en eso no entro) es
saber que Rumania también tenía su reclamación sobre ese concepto tan guerra
civilista que es el oro de Moscú: “El editorial recordaba a los lectores que
en 1914 as reservas de oro del país habían sido enviadas a Moscú para
garantizar su seguridad, aunque después nunca habían regresado. Pero ahora la
viril juventud rumana estaba dispuesta a enmendar este atropello.”
Pero no solo de comunistas vive
la novela, también hay algún hueco para la segunda parte de la parte
contratante, para “los sonrientes jóvenes
rubios apostados en las torretas de los tanques salían sanos y salvos de las
ruinas. Todos se dejaban acariciar por el sol. Cantaban: ‘¿qué importa qué
destruyamos el mundo? Cuando sea nuestro, ya lo volveremos a construir’.” Algo
en lo que si sustituimos a los jóvenes rubios por una sociedad secreta, a los
tanques por unos virus y las medidas contra él, y le añadimos una buena ración
de conspiranoia (tipo QAnon o inferior) podemos pensar que es un cantico que
alguien está aplicando a esta España nuestra, al Madrid que la IDA está
destruyendo, a esa idea de vida que en el libro se asocia a “En España había
colorido y calor y peligro. Allí todo tenía sentido. La vida debería ser así.”,
dentro de poco aquí ya solo quedara el calor, ni el colorido ni el peligro que
es consustancial a la vida como cantaban los grandes de Glutamato en ese “Vivir
siempre es mortal”

Como en casi todas las novelas
buenas por lejos que uno se encuentre del protagonista es inevitable
identificarse con la sensatez del mismo, mas todavía si es capaz de hacer
afirmaciones como “Siempre había creído e
un caballero tenía que mirarse al espejo con desconfianza. Pues los espejos no
eran herramientas para descubrirse a uno mismo, sino más bien para engañarse. ¿Cuántas
veces había visto a una joven hermosa dar un giro de treinta grados delante del
espejo para verse más favorecida? (¡Como si, en adelante, la gente solo fuera a
verla desde ese ángulo!) ¿Cuántas veces había visto a una gran dama llevar un
sombrero terriblemente pasado de moda, pero que a ella le parecía au courant
porque su espejo tenía un marco de estilo igual de antiguado?”
Aunque algunas de sus
afirmaciones sean cuando menos extrañas y claramente discutibles, como sus
consejos sobre vinos “¿El Rioja? El Rioja era un vino que podía acabar con el
estofado con la misma violencia con que Aquiles había acabado con Héctor. Le daría
muerte al plato de un golpe en la cabeza y lo arrastraría atado a su cuadriga
hasta que hubiera puesto a prueba la entereza de los troyanos.” No sé, podría
ser ya que los Riojas no son vinos tan suaves como otros, pero yo se lo echo a
los estofados y no acaban degollados, ni imaginarme lo que podría pensar si le
echas un poco del “maldito Cariñena” o de un vino de El Bierzo o Toro.
Pese a que el protagonista se
pasa casi toda su vida adulta encerrado en el hotel el autor consigue endosarle
el papel de padre – a través de una niña abandonada en el mismo, así que de
padrino o tío sería más adecuado – lo que le permite hacer una gran reflexión sobre
la educación: “el papel de un padre es
expresar sus preocupaciones y, después, retirarse tres pasos. No uno ni dos,
sino tres. O incluso cuatro. (Pero nunca cinco.) Si, un padre debe compartir
con su hijo sus dudas y luego retirarse tres o cuatro pasos, para que el niño
pueda tomar por si solo la decisión, aun en el caso de que esa decisión pueda
conducir a un disgusto.” Algo fácil de decir, pero, creo, casi imposible de
llevar a la práctica, imagino que por ser un paso una medida claramente
imprecisa o puede que por ese afán de protección tan arraigado (o simplemente
por no tener que lidiar con las consecuencias del error del niño).

El libro se supone que también muestra
una fascinación por el cine – como no podía ser menos ya que realmente la fama
de la novela esta asociada al cine – fascinación que siente las secretarias y
que todos los que hemos ido a cines (con mayúsculas y no a los mini cines
actuales) hemos sentido desde los grandes carteles, o en este caso, en
Washington D.C: “el letrero de neón rojo
del Georgetown, esperar en la cola a que la persona de la taquilla te diera una
entrada, el olor de las palomitas, los suelos pringosos, los acomodadores que
te guiaban hasta tu asiento con su pequeña linterna. Incluso canturreara en la
ducha Let´s All Go the Lobby, que era la letra del anuncio que proyectaban para
animar a comprar chucherías en el mismo cine. Pero mi parte favorita siempre ha
sido el momento entre que se apagan las luces y empieza la película, ese
instante en que el mundo entero parece estar al borde de algo.” Supongo que
todo esto forma parte de la infancia de muchos, ese vértigo y esas sensaciones…
luego crecimos y vinieron los cines de versión original, desaparecieron los
acomodadores, los cines redujeron su tamaño a poco más que una sala de
reuniones y ya no cantamos “Movierecord”
aunque mantenemos vivo el “visite nuestro
bar”.
Si esta visión del cine es la que
todos tenemos he de volver al libro anterior en el un comunista acérrimo habla
de las películas del cine negro “Todas
sin excepción representaban un Estados Unidos en el que la corrupción y la
crueldad campaban a sus anchas; en el que la justicia era un mendigo y la
bondad un necio; en el que la lealtad era endeble y el egoísmo, duro como el
acero. Dicho de otro modo, representaban un retrato sumamente realista de lo
que era el capitalismo” solo par preguntarse “¿Quién hace estas películas? ¿Quién
las promociona? … ¿Cómo es posible, Aleksandr? ¿Por qué les permiten hacer
estas películas? ¿no se dan cuenta de que están minando sus propios cimientos?”.
Cuanta inocencia, cuanta fe en la humanidad, cuan poco entendimiento de los
principios del capitalismo ¿minando, dice? Nada más lejos de la realidad, promocionando
el capitalismo y sus valores, si bien a través de sus antihéroes (porque no hay
héroes en el capitalismo) pero siempre dejando la esperanza de que uno puede
ser el malo, el poderoso, ese que hace lo que quiere porque, al fin y al cabo, él
se lo merece, él es diferente a todos los demás, él es el individuo al que no
se aplican las reglas de la sociedad, ni las pequeñas ni las grandes. Enternecedor
a la vez que dramático.

En fin, que aquí sigue el
limonero y creo que es hora de intentar publicar esto y marcharme a dar un baño
al mar o un paseíto por la orilla (aunque increíblemente aquí en Piles han
puesto una norma que dice que está prohibido pasear por la orilla de doce a
tres; no se si es simple gilipollez o es para apoyar a los chiringuitos,
espero, aunque lo dudo, que sea la segunda). En breve mas, mucho mas que estar
en Piles es lo que tiene, tiempo para leer.
Lecturas
Amor intempestivo – Rafael Reig
La gran fortuna – Olivia Manning
Un Caballero en Moscú – Amor Towles
Los secretos que guardamos – Lara Prescott
El enigma de la habitación 622 – Joël Dicker