Es la primera vez que cambio la “entrada” de uno de estos comentarios de textos, pero la verdad es
que la primera me había salido un “rumbling-munbling”
sobre mi trabajo y que últimamente me aburría, que no tenía mucho sentido y
mucha menos gracia.
Es cierto que el tipo de trabajo que hago ha cambiado en los
últimos años y he pasado de hacer trabajos con plazos sumamente cortos (algo
parecido a correr los 100 metros lisos un par de veces al mes) a hacer trabajos
sin un plazo concreto, trabajos de continuidad, que es más parecido a estar
corriendo un maratón sabiendo que no hay ninguna competición, vamos, correr por
correr. Ya, ya sé que algunos estáis pensando que vaya mierda de analogía, como
se nota que este tío ni hace deporte ni corre (salvo reflexivamente) y tenéis
razón como siempre he dicho, me reafirmo en que “correr es de cobardes”.
El caso es que es verdad que ahora tengo la sensación de que
mi trabajo importa todavía menos que antes, mira que ya antes importaba poco:
ya que todos sabemos que la calidad de un proyecto de licitación (que es lo que
más hacia antes) no influye para nada en la puntuación que se consigue en un
concurso, en su objetivo (esto es así, os digan lo que os digan: varias veces
hemos presentado lo mismo – exactamente, salvo por los logos – para distintas
empresas y hemos obtenido distintas puntuaciones, muy distintas de hecho) pero
en cierta medida todos fingíamos interés y queríamos creernos que nuestro
trabajo pues valía de algo (vanidad de vanidades) e intentábamos hacerlo lo
mejor posible.
Últimamente, que trabajo más de asesor (experto, añadiría por
vanidad) parece que lo que hago no le importa a nadie, ni siquiera al que me
contrata que pasa de mis consejos y, en general, se deja llevar por un “siempre lo hemos hecho así” o un “qué le vamos a hacer, así son las cosas”,
aun cuando mis consejos les puedan suponer importantes ahorros económicos o,
algo más importante, el ahorro de disgustos posteriores.
Pero, ya estoy divagando (rumbling-mumbling) otra vez y tampoco es eso. De hecho, últimamente
algunas cosas de mi trabajo me fascinan o me divierten mucho.
Por ejemplo, ahora que trabajo más en obra, he descubierto
que la seguridad y salud en el trabajo es un tema que ha cambiado mucho (no
necesariamente a mejor; vale que cosas que se hacían antes – como subirse a una
viga sin camiseta y sin atarse a ninguna parte – podían resultar excesivas,
pero igual de excesivo es la práctica habitual de considerar que todo el mundo
es un irresponsable y que no presta atención a nada durante su trabajo por lo
que todo tiene que estar señalizado y previsto).
Como consecuencia de estos cambios ahora hay una gran
cantidad de señales que sencillamente son fascinantes y a veces increíbles.
La primera de esta nueva tanda que me fascino fue esta señal
de “obligación” en la caja que
contenía un equipo. Es una señal clara e importante y que uno podría suponer
innecesaria: pues claro que es obligatorio leerse el manual, o por lo menos
echarle un vistazo, pero todos sabemos que nadie se lee el manual de nada, así
que no está de más recordarlo, aunque solo sea para que luego, cuando todo este
mal montado el fabricante pueda decir “no
es culpa mía, es que no te has leído el manual” y así quitarse la
responsabilidad (que en gran medida es de lo que trata la mayoría de la señalización
y de los procedimientos actuales: de dejar claro que no es tu responsabilidad
sino de otro). En cualquier caso, me gusta tanto esta señal quecreo que igual
me compro una y la pongo por casa como símbolo de algo más genérico:
obligatorio leer.
Pero de las nuevas que he visto en obra, las que de verdad
me fascinan son las de peligro, como estas dos:
La segunda creo que está abierta a muchas mas
interpretaciones y no queda claro cuál es el peligro: ¿borracho dormido, no
despertar? ¿riesgo de depresión? ¿no dormir?... no, nada de eso, se trata de
una señal verdaderamente importante que indica “espacio confinado” (que es un
espacio en el que uno no debe entrar, sin precauciones adicionales, porque,
normalmente, hay riesgo de gases tóxicos o dificultades para salir).
Verdaderamente fascinante la simbología y poco clarificadora ya que no indica
nada de un espacio o de entrar.
Otro de mis trabajos es vigilar instalaciones de depuración
en las que últimamente la creatividad de los operarios y para que usan la misma
no deja de sorprenderme. No, no me refiero aquí a la creatividad aplicada a
resolver de una forma ingeniosa los problemas de las instalaciones (lo que los
americanos llaman ingenuity) sino a
la creación de problemas nuevos o, por lo menos, a crear cosas raras, dos
ejemplos estos dos elementos:

El otro tiene un nombre todavía más poético y se supone que
es un “jardín de mariposas”, que
imagino que a la gente le gustarán (las mariposas, digo) y que serán muy
necesarias para el equilibrio ecológico pero, es que a mí las mariposas siempre
me recuerdan a asesinos en serie, ya sabéis la portada o el cartel de “el
silencio de los corderos” o incluso de “el
coleccionista”… No sé, cada loco con su tema y yo prefiero los restos de equipamiento mecánico que se ven en una de las fotos a estas cosas tan poéticas y tan de hippies.
Vamos que lo del trabajo sigue teniendo sus momentos
divertidos y la verdad es que vivo mucho más relajado desde que ya no corro
carreras de cien metros lisos (que a última hora siempre se transformaban en
carreras de vallas, o de obstáculos genéricos, debido a las peticiones de
cambio de última hora para entrar en
precio) pero vamos a lo que vamos, las lecturas.
Siempre somos
demasiado buenos con las mujeres es un título que puede, claramente,
clasificarse de machista, que me sirve para compensar la última lectura
(claramente feminista) de este mes. Si bien no lo cogí con esta intención ni
con este motivo (ya que desconocía lo que iba a leer) sino porque pasaba en
Irlanda del Norte durante el asalto a una oficina de correos (estafeta, según la
contraportada), algo que siempre puede ser divertido.
Si, además del título, es un libro machista ya que básicamente va sobre las relaciones – fundamentalmente sexuales – entre los asaltantes y una chiquilla que se ha quedado escondida allí durante el asalto de los irlandeses y la liberación de todo el resto del personal. Es poco más que un cuentecillo largo que no tiene mucho más que eso, mostrar el machismo de ambas partes (la masculina y la femenina) a principios del siglo (veinte, se entiende) y tal vez, por aventurar, la importancia de la virginidad y de las relaciones sexuales en este contexto que en cierta medida son una de las bases del machismo.
El visionario es
una de esas historias que suenan mejor contadas que leídas (algo, que vaya por
delante, pues dice muy poco del autor o del libro) ya que se supone que es una
crítica de las polémicas por el uso del lenguaje. Todo se basa en que el autor
de una biografía de un desconocido, al que intenta reivindicar, no menciona que
este autor es negro. Este “olvido”
desata la polémica y el intenta reconducirla… podría ser una historia atractiva
en estos tiempos en los que existe esta inseguridad / sensibilidad sobre el uso
de ciertas palabras o la omisión de las mismas y la creación de estereotipos,
pero la verdad es que creo que ni siquiera he llegado a terminarla. Todo – mis
recuerdos, la ausencia de marcas y la posición del marcador – parece indicar que
no he llegado a terminármela por lo que puede que en las ultimas cien páginas
mejore y todo tenga algún sentido, pero yo no llegue a la página 250.
Cuando Alvaro, Helena y Ali se fueron a Londres les pedí que
miraran si estaba a la venta la última novela de Connolly, The Furies, ya
que yo soy un fan desde su primera novela. Afortunadamente no la encontraron
porque resulto que ya la había pedido yo por Amazon, algo de lo que me había olvidado hasta que me llego el
correo indicándome la fecha de entrega. Realmente no es una novela, sino que
son dos por el precio de una… aunque desgraciadamente ninguna de las dos es
especialmente buena. A ver, es Connolly,
y malas no son, pero la verdad es que cada vez son más predecibles y menos
impactantes empezando casi a ser una repetición unas de las otras, mas incluso
en este caso en el que hay dos seguidas.
Lo más curioso de todo está en la página de agradecimientos
en la que indica que iba mandando el trabajo semanal – prácticamente sin
revisión, que es como se ha editado y se nota – a los distintos traductores
para que la novela saliera en los idiomas que la editorial consideraba más importantes
de forma casi simultánea y los cuatro idiomas a los que considera que hay que
traducirlos son: Español, Francés, Griego y Búlgaro. ¿en serio, Búlgaro? No sé,
a mí se me hace extraño, algo más incluso que griego que ya se me hace raro.
Pues eso, por si no queda claro: solo para fans.
Respecto a Ultimo
autobús a Woodstock la verdad es que poco puedo decir salvo que se trata de
una novela policiaca entretenida pero que poco, o nada, aporta, pero que se deja
leer sin mayores problemas. Ni buena ni mala, simplemente correcta, aunque si
tiene algún punto bueno como es “Me ha prometido ver a un psiquiatra, aunque
no soy muy optimista en ese sentido. Solo he conocido a un psiquiatra. Un tipo
curioso. Si alguien ha necesitado alguna vez un tratamiento psiquiátrico sin
duda era él”, algo que me recuerda a esa famosa foto del equipo de
Microsoft en 1978 que usaban para recaudar fondos y que obviamente hace pensar
¿invertir en esto? Ni de broma.
La verdad es que Los
arboles es una novela que empieza con una historia cuando menos divertida
(vale, igual divertida no es la palabra correcta para los más sensibles) en la
que empiezan a aparecer cadáveres de prominentes hombres blancos asesinados, torturados
y castrados (no en este orden) junto al cadáver de un hombre negro al que nadie
conoce y que incluso reaparece (el cadáver del mismo negro) en los distintos
escenarios del crimen para confusión de las distintas fuerzas del orden. Es un poco
un desbarre a la vez que un poco reivindicativa y se deja leer bastante bien.
La parte más graciosa para mí no tiene nada que ver con los asesinatos ni está
muy claro a qué viene, pero me parece una reflexión muy curiosa esa de: “Los bebes son más listos que nosotros.
Parece que siempre se están intentando matar. Por eso los temeos que vigilar en
todo momento, para que no se traguen monedad ni beban herbicida ni traguen
analgésicos como caramelos. Luego nos volvemos tontos y queremos vivir.” No
es mal motivo para justificar el comportamiento de los bebes: incierto, pero
divertido.
En fin, llegados a este punto confesare que por algún
extraño motivo me compre Yo, Asimov.
Memorias algo que claramente va en contra de mis lecturas habituales en las
que evito de forma general todo lo que tenga que ver con la realidad y más con
la autobiografía. Mi única excusa para comprarla es que más que una
autobiografía al uso – al parecer hay una de dos tomos, que si es al uso – esta
era una especie de rumbling- mumbling
sobre temas varios. Si bien de forma general el tema de todo es Asimov ya que
resulta difícil imaginar a alguien con más vanidad que Asimov (lo cual es bastante chungo cuando descubres que coincides con el en bastantes cosas), igual es por el
tipo de patillas, pero supera incluso a nuestro patrio Umbral, lo que ya es
decir. No sé cuántas veces llega a decir que él está entre los tres más
grandes, ni cuantas que es el más grande, pero en todo el libro no existe ni
una sola mención a Philip K. Dick – autor sin el que, para mí, es imposible
entender la ciencia ficción – algo que obviamente resulta, más que sorprendente…
increíble.
Si consigues superar su despliegue de vanidad, que inunda
casi cada página, la verdad es que tiene conceptos bastante graciosos como “la negligencia del paciente” por la que
un médico podría llevar a un paciente que no siquiera sus instrucciones a
juicio (no tanto por daños reputacioles como por el propio daño al paciente) y
que afortunadamente no existe; o la claustrofilia,
como complementaria a la claustrofobia, para definir esa predilección por estar
en el interior de los sitios pero que no llega en ningún momento a ser
agorafobia y que yo sufro en silencio, como otros sus almorranas; a, por
supuesto, la valoración social de la capacidad atlética frente a la capacidad
intelectual: “Me pregunto por que quien
demuestra una capacidad atlética superior es admirado por sus compañeros de
clase, mientras que quien demuestra una capacidad intelectual superior es casi
odiado. ¿hay algún convencimiento oculto de que es el cerebro y no los músculos
lo que define al ser humano y de que los niños que no son buenos en deportes
simplemente no son buenos, mientras que los que no son inteligentes se sienten
infrahumanos? No lo sé.” (Bueno, desde mi punto de vista estas frases están
mal construidas desde un punto de vista lógico, pero, pese a ello, se entiende
la idea ¿no?).
También tiene curiosidades como esa que, al parecer, está en
Salmos 90:10 y que, al parecer, fija la duración de la vida humana en 70 años. “La duración de nuestra vida es de tres
veintenas más diez…” que nunca he visto aplicarse ni, tan siquiera
considerar, a ninguna secta religiosa que resultan tan interesantes como sociología
del universo, proponiendo la eutanasia o el suicidio a los setenta; o que fuera
fan del Cornell Woolrich autor al que
no recuerdo haber leído pese a ser uno de los favoritos de mi hermana pequeña
por lo que seguro que lo he leído en casa (y me refiero a leer algo más que a la ventana indiscreta) y del cual le
acabo de regalar una compilación (o un recopilatorio: el sexto por lo que
previsiblemente no sean sus mejores cuentos) a mi hermana de forma interesada.
Como buen puritano – de la rama judía no practicante, igual
que es ruso solo de nacimiento – es divertida (y yo la suscribo sin ser
puritano de ninguna rama) su consejo a todos los que creen que deben
experimentar con drogas para expandir
su mente: “Intente pensar. Descubrirá que
es mucho más difícil que tomar LSD” (y añado yo, mucho más productivo y
duradero).
Una última reflexión que me ha gustado es sobre los hermanos
y sus relaciones: “No nos llevábamos bien
cuando éramos niños. Esto no resulta sorprendente. ¿Por qué deberíamos haberlo
hecho? Nuestras personalidades eran completamente diferentes, y si hubiésemos
sido seres independientes jamás nos habríamos elegido el uno al toro como
amigos. Y ahí estábamos, juntos y siempre enfadados.” Es verdad que con el
paso del tiempo las relaciones se acercan y se alejan por lo que hay épocas en
las que te llevas bien con tus hermanos – o con tus amigos – y otras en las que
no, las relaciones no son constantes y la intensidad de la misma, incluso su
tipo, varia a lo largo de la vida por lo que yo a veces me llevo bien con
alguno de mis hermanos y otras veces no los puedo soportar. Supongo que nos
pasa a todos.
(Nota para Maria de la O: ya sabes lo que viene ahora... en tus manos esta dejar de leer y esperar...)
Mi última lectura de este mes, Lecciones de química, ha sido la estrella con diferencia y digo
esto sabiendo que se trata de una novela feminista, o igual precisamente por
ello ya que no está escrita como una novela feminista (¿Qué que quiero decir
con esto? Pues ni idea, supongo solo que no es reivindicativa o, mejor dicho, no
es superficialmente reivindicativa). Es posible que igual ni siquiera se
considere una novela feminista por las feministas ya que la protagonista no se
rebela especialmente contra las injusticias de su condición si no que, en
cierta medida, se adapta a ellas (las soporta a la vez que hace lo que puede
para cambiarlas). No sé, es un tema muy delicado esto del feminismo en el que
no me gusta entrar ya que siempre me expreso mal, pero desde luego esta novela
es candidata a mi próximo intercambio de libros y, casi, estoy tentado de
recomendarla (incluso con el desbarre del personaje del perro al que enseñan a
entender el lenguaje humano y con todas las particularidades de su
protagonista, que es química y que ahora que lo pienso en la profesión de la
que más novias he tenido, así que igual siento una debilidad inconsciente por
ellas, y por las cocineras que siempre me han parecido profesiones muy
equiparables, afirmación que me ha costado bastantes disgustos con mis algunas ex antes de que lo fueran, y en algún caso, después).
Hay frases para todos los gustos: “’los defines son inteligentes, pero las vacas no’ decían. Al parecer
eso se basaba en que las vacas no hacían piruetas. Seisymedia opinaba que eso
las hacía más inteligentes, no más tontas, pero, en fin, ¿el que sabía?”
con la que estoy de acuerdo; “Estoy
pensando que a lo mejor te podría gustar Moby Dick. Trata de como los seres
humanos subestiman siempre a otras formas de vida. Sin atenerse a las
consecuencias.” que no creo que capte la esencia del libro; otras obvias en
las que todos estaremos de acuerdo “toda
empresa tiene su cuota de idiotas. Suelen causar buena impresión en las
entrevistas.” que tiene su corolario en el motivo por el que esos idiotas
suelen ascender más, al fin y al cabo, "la mierda flota".
Hay bastantes sobre la religión de las cuales mi favorita es
“En ese momento alguien del público
pregunto si podían ofrecer algún ejemplo de alguna colisión inefectiva, de algo
carente de energía que nunca cambiara, pero que aun así produjera un efecto
importante. Evans se inclinó hacia el micrófono y contesto ‘la religión’”; efectivamente; y esta frase esta seguida, en mis preferncias, muy de cerca por ese dialogo de:
“- Porque, bueno, ya
sabes. La religión se basa en la fe respondió Wakely.
- Pero ya sabes tú
también – respondió Mad con delicadeza, como si no quisiera avergonzarlo más
aun – que la fe no se basa en la religión, ¿no?
No sé, está llena de temas brillantes como ese falso dilema moral de los vegetarianos sobre
el que alguien que se ha hecho vegetariana (si, se trata de una mujer porque
esto es en un consultorio básicamente femenino) porque no quiere hacer sufrir a
seres vivos le pregunta a la protagonista, que responde “Nuestra alimentación tiene consecuencias para otros seres vivos. Sin
embargo, las plantas también son seres vivos, y aun así rara vez pensamos que
siguen vivas mientras las cortamos en pedazos, las trituramos con las muelas,
las empujamos esófago abajo y luego las digerimos gracias al ácido clorhídrico
de nuestro estómago. En suma, aplaudo tu postura, Nanette. Porque reflexionas
antes de llevarte un alimento a la boca. Ahora bien, no te quepa la menor duda
de que estas quitándole la vida a un organismo viviente para preservar la tuya.
Es inevitable.”. Respuesta que me recuerda a la que le dio el dueño de El Albur
a una norteamericana cuando le pregunto que era el cordero lechal: “ya sabes, es
un cordero muy pequeño, así peludo, blando, tierno, abrazable y que antes de
que crezca, mientras todavía mama, pues... lo matamos, lo troceamos y lo freímos con
bastante ajito. Simplemente delicioso.” Explicación perfecta (quizás excesivamente
detallada) y deliciosas las chuletillas que preparaban allí bajo los auspicios
de la parroquia de San Isidro (esos tienen una fuente de agua que algunas buenas gentes de Madrid consideran milagrosa pero que desde hace muchos años es agua normal, del grifo, del canal vamos, ya que la de la fuente de verdad esta totalmente contaminada y no es potable) que era la verdadera propietaria del local (algo
de lo que me entere mucho después)
También está bien la reflexión de porque el efecto Dunning-Kruger no se da con la belleza
ya que “Al fin y al cabo, aunque lo ignorantes
no se supieran ignorantes precisamente por el hecho de serlo, quienes carecían de
atractivo a buen seguro debían de sábelo porque ahí estaban los espejos.”,
o esa otra sobre la diferente valoración de las dotes “Ahí estaba el problema, porque si bien a los niños superdotados para
la música siempre se los celebra, a los lectores precoces, no. Y por la
sencilla razón de que si destacan es gracias a una habilidad que los demás terminan
desarrollando más adelante, Su precocidad no se considera especial, sino
molesta sin más.”
En fin, que esta lectura ha sido una forma excelente de
acabar el mes por lo que aquí os dejo, pero ¡Divertíos asaltando el castillo!
Lecturas
Siempre somos demasiado buenos con las mujeres - Raymond
Queneau
El visionario - Abel Quentin
The furies
- John Connolly
Ultimo
Autobus a Woodstock - Colin Dexter
Los arboles - Percival Everett
Yo, Asimov. Memorias - Isaac Asimov
Lecciones de química - Bonnie Garmus