Un par de semanas antes de mi intervención – en el periodo justo entre que el anestesista no le apetecía hacerla y cuando me llamo mi cirujana para decirme que si quería que me interviniera, casi ya mismo, que tenía hueco) volví a dar clases (había escrito ser profesor, pero luego me ha sonado excesivo y lo he corregido; si consigo que se repita el curso igual me vuelvo a adjudicar este título). Si, aunque hacía ya mucho tiempo que no daba clase a nadie, ni de nada (salvo mis charlas escritas cada vez que alguien me pregunta algo, en las que en lugar de contestar lo que me preguntan pues les cuento todo lo que me parece relevante, como un profesor o un anciano demente) me comprometí a dar clase durante una semana (cinco días), cuatro horas cada día (veinte horas para los que andéis perezosos) y me volví a enfrentar a intentar explicar un tema a un grupo de desconocidos (alumnos los llaman).
En este caso el tema era una parte, corta y práctica, de la
Hidráulica: como hacer una línea Piezométrica de una estación depuradora, con
ejemplos en Excel, que seguro que no os dice nada pero que es algo útil de
saber si eres ingeniero de aguas.
Mis alumnos: siete técnicos superiores del Canal de Isabel
II (CYII en corto), entre ellos: un profesor de hidráulica de una universidad
(no diré que universidad por discreción); una chica que se apellidaba Osuna y
que, efectivamente, era familia (lejana) de, posiblemente – como si fuera un
anuncio de Carlsberg - el mejor profesor de todos los que tuve en
Caminos (excluyo al Compañero Fraile, aunque no tengo pruebas de que fuera
familia del socialista al que le escribía Pablo Iglesias – el fundador del PSOE
y no el otro – en una carta que tengo enmarcada en mi casa que también era un
excelente profesor, casi al nivel de Osuna y también fumador, algo que solo comento como anécdota pero… -que daba electrotecnia,
una materia que sencillamente yo no he entendido nunca y que, me temo, ya no entenderé
ni en esta vida ni en otra que tuviera); una chica que, tras acabar Caminos,
había renunciado de forma increíble (con grandes dificultades administrativas,
ya que le decían que lo que quería hacer era imposible, que nadie lo había
hecho antes) a ser funcionara del ministerio de exteriores (donde tenía plaza
de administrativa) para incorporarse a tareas algo más acordes a su nueva titulación;
e incluso una que era bailarina profesional de danza española (con su carnet y
todo).
El lugar: el aula de informática del propio CYII, en el
fantástico parque que tienen encima del depósito de Santa Engracia, aula que,
extravagantemente, no tenía ordenadores para los alumnos, solo uno para el
profesor pero que no conseguimos hacer funcionar porque, pese a que había una
clave apuntada en el propio ordenador esta no funcionaba y nadie se sabía la
clave para arrancarlo (tardaron toda la semana en contactar con el departamento
de informática y conseguir la supuesta clave que, he de reconocer, el ultimo
día no me atreví a probar).
El desarrollo: pues entretenido y durante los tres primeros días
conseguí mantener bastante bien su atención e incluso se les veía interesando,
pero el jueves a mitad de la primera sesión, les perdí completamente y pese a
que negaban que eso sucediera –afirmando categóricamente que seguían lo que les
estaba contando – se veía claramente que ya no estaban mentalmente presentes en
el curso. Puede que fuera el cansancio acumulado de tres días seguidos (casi llevábamos
trece horas de clase y me pega a mí que eran supersticiosos) o puede que
hiciera años que no tenían que estar concentrados entendiendo, aprendiendo,
cosas durante tanto tiempo (al fin y al cabo, trabajan solo en jornada de
mañana y como acertadamente me explico mi amigo Pedro – cuando trabajaba en
otra institución similar con turno de mañana – “era por la mañana cuando el no
trabajada, por la tarde es cuando no iba”) pero a partir de ese momento fue
como si estuviera solo en el aula. Afortunadamente el viernes, que era todo práctica,
les obligue a recuperar la concentración y acabamos en un buen
Los resultados: Sorprendentemente esta vez mis alumnos me han
clasificado con cinco estrellas sobre cinco estrellas y al curso (pese a los
evidentes problemas del aula) con más un notable alto (cuatro y medio sobre
cinco). Todo un éxito de crítica y de público, ya que parece que ya hay
apuntados para una repetición o igual dos. Si he usado el sorprendentemente al
inicio de la frase, no es por humildad que ya se yo que soy un profesor
excelente (hierático y paciente) sino porque en mi último curso en la Escuela
de Organización Industrial los alumnos me puntuaron mucho menos (claro que a
estos los había suspendido yo – si, a todos – antes de la evaluación y, otra
cosa no, pero vengativos son todos los estudiantes, especialmente los de pago).
En general: La verdad es que una vez salvados los problemas
de control de acceso – que no fueron pocos por varios provocados por los
criterios variables según quien estuviera al mando del control de accesos – ha
sido una experiencia muy agradable (si es que a mí lo de contar todo como si
tuviera razón me gusta mucho, cosas de la vanidad) aunque he de reconocer que
me sorprendió notablemente que mis alumnos, desde el primer día, se separaran
por sexos, con los chicos a un lado del aula y las chicas al otro (siendo todos
menos uno, al que, todo hay que decirlo, tenían un poco aislado, del mismo
departamento). Hay cosas que parece que no cambian y las interacciones entre
ambos bandos de la guerra de sexos eran pocas y escasas, pero, por ser justo,
convivían con cordialidad, mejor que árabes e israelitas (o israelís, que ahora
me entra la duda).
Aunque sobre este tema político/bélico de los árabes y los
israelitas no voy a decir nada relevante (creo que ambos son unos enfermos
mentales que mienten como bellacos, no solo al mundo sino a sí mismos) no puedo
evitar recordar el Isarelites de Desmond
Dekker & the Aces, y solo por aquello de que creo que en el imaginario
colectivo (por Malcom X y la Nación del Islam) todos pensamos que la
población negra, se decanta por la fe musulmana esto no es del todo cierto ya
que esta canción, de 1969, se escribió como apoyo explícito de los Rastafaris a las 12 tribus de Israel (claro que los rastafaris tenían, tienen, todo tipo de creencias extrañas en las
que no tampoco entrare) y sigue siendo un tema excepcional.
En cualquier caso, esta revisión de mi trabajo como profesor
me ha recordado que en mi última entrada se me olvido contaros que teníamos una
porra sobre cuanto pesaría mi bulto de la espalda, o más bien cuanta pesaría la
parte que me extirparan de la espalda. Es verdad que yo jugaba con algo de
ventaja, no solo por ser el encargado de portar este bulto, sino, también, por
mis dotes de profesor ya que en una ecografía inicial indicaban las dimensiones
(medidas craneocaudal de 11 cm , transversal de 19 cm y anteroposterior de 6
cm) y se algo de geometría y densidades (que las medidas eran conocidas por otros
participantes en la porra) por lo que tenía una estimación bastante decente de
lo que pesaría el bulto. Aunque le conté a mi cirujana lo de la porra sobre el
peso y le pedí que lo pesara solo me dio una idea aproximada: menos de medio
kilo, un peso que es lo suficientemente aproximado a aquella famosa libra de
carne de Shylock, aunque obviamente en mi caso este peso incluía la sangre,
como para permitir esta referencia cultureta
sobre mis cosas, justo antes de pasar a las lecturas de este mes, que ya va
siendo hora.
La primera, McGlue,
pues tenía buena pinta por aquello de que su protagonista es (según la
contraportada) “un marinero rudo y canalla...
en un estado de embriaguez intermitente… Es posible que haya matado a un
hombre, y que ese hombre fuera si mejor amigo”. Pues ni tan mal, incluso
prometía diversión con ese nihilista que
también aparecía en la descripción de la contraportada. Claro que esta
descripción también podía haberme hecho sospechar e incluso haberme recordado a
aquello película de finales de los 90 con Rutger
Hauer (el androide díscolo de Blade
Runner) basada en un libro de Joseph
Roth y que parecía prometedora (yo fui al cine a verla con interés) para
ser un auténtico aburrimiento, francamente insoportable (aunque ganara en Venecia
el León de Oro y otros cuantos
premios más en otros festivales). Pues eso, este libro ha seguido, para mí, los
mismos pasos que aquella película (que si estáis preguntándoos cual es, pues es
La leyenda del Santo Bebedor, película que os aconsejo encarecidamente que no
veáis), por muy culturetas que
queráis aparentar, no merece la pena aburrirse tanto).
Mi siguiente lectura El
futuro futuro, fue comentada acertadamente por mi sobrina de catorce años,
Alicia, que nada más verla me dijo “eso parece un aburrimiento” y ciertamente
acertó de pleno, eso es lo que es. Supongo que podrá leerse de formas intensas
(ya no digo culturetas que no hay que
abusar) y seguramente será una metáfora de los medios de comunicación, o de la
desinformación o de alguna otra cosa pero que a mí me ha aburrido sobremanera y
si la he terminado ha sido por los pelos. Eso sí, eso no quiere decir que, bajo
ningún concepto, me vaya a fiar del criterio literario de mi sobrina predilecta
ya que a ella – cosas de la edad – solo le interesan los romances y a ser
posible con hombres lobo, vampiros, brujas pero que sucedan en la actualidad,
preferentemente entre adolescentes y en el que todos sufran mucho y tengan muchos problemas. Esperemos que evolucione,
aunque de momento tiene opiniones muy firmes sobre que solo lee en verano lo
que hará que tarde más en descubrir cosas algo mejores, pero estoy seguro de
que lo conseguirá pronto.
Tras estas dos decepciones, que no está mal para empezar un
mes, pues decidí refugiarme en una novela japonesa corta (o un cuento largo que
no se me la diferencia) y me leí Suzuran,
la historia de una alfarera japonesa que, pues eso, no deja de ser un
cuentecillo. Como siempre pues es curioso descubrir cosas de Japón, que en
cierta medida lo igual al mundo occidental, aunque con alguna diferencia como
eso de que “En Japón, las parejas casadas
deben usar el mismo apellido. En la mayoría de los casos, la mujer toma el
apellido del marido, pero en nuestro caso ha sido del revés.”, algo curioso
que le da una cierta modernidad a esa sociedad frente a la nuestra en la que
solo muy recientemente se puede elegir el apellido familiar.
En realidad, he de confesar que lo que más me ha sorprendido
de este libro ha sido ese “Entona una vieja
canción, Chocho;
«Mariposa, mariposa, pósate sobre una hoja de colza. Si te cansas de es hoja,
pósate sobre un cerezo»”, podría decir que, por la métrica, por el
contenido, o por cualquier otra idiotez, pero para que mentir si todos basemos
que lo que me ha sorprendido es que cierta palabra exista en japonés con otro
significado cono el “chin-chin”
nuestro allí y no precisamente por el hecho, sino por la palabra, signifique o
no mariposa.
A Lorrie Moore le
tengo mucho cariño desde la primera vez que leí un volumen de cuentos suyos, en
los primeros ochenta y personalmente es una de mis cuentistas favoritas de esa época (y no lo digo como una cuestión
de género, también está entre mis cuentistas favoritos, muy por encima de Carver y otros de ese momento), de
hecho, hace algunos años le regale a mi hermana su Cuentos completo y es una de esos libros, o autora, que están en
cartera para intercambiar con Maria de la
O. Así que cuando vi Si este no es
mi hogar, no tengo hogar (traducción que me parece un poco floja frente al
título original I am Homeless If this Is
Not My Home) no había ninguna duda sobre comprarlo y leerlo. Se lee bien,
pero me ha resultado un poco decepcionante y me quedo con sus cuentos (sin
ninguna duda, incluso a riesgo de que no hayan envejecido bien) y como dice una
de mis frases favoritas del libro “La
desilusión nunca me pillara desprevenida.”
En un momento del libro un personaje “había seguido un programa online de bienestar mental en el que una de
cada tres preguntas pretendía de forma transparente tenderte una trampa. (1) A
veces estoy triste y veo que caminar me ayuda. Sí. (2) Hablar con personas que
me caen bien mejora mi estado de ánimo. Sí. (3) A veces puedo volar por la
habitación, pero no se lo cuento a nadie.”, algo que así descrito parece
increíble pero que me recodo mucho, mucho, a un examen psicotécnico que realice
en la primera promoción de controlador de
accesos (portero de garito) y en el que todas las preguntas eran
básicamente de este estilo. Las preguntas, o las respuestas, eran tan obvias
que resulto misterioso que alguien pudiera suspender un examen como ese. El
caso es que bastante gente lo suspendió (afortunadamente supongo ya que había
que ser verdaderamente necio para suspenderlo o tener graves problemas mentales,
de intransigencia, y no es lo mejor para trabajar en un puesto sensible como es
la puerta de un garito). Como curiosidad – sin querer aportar ninguna prueba
concreta de los problemas mentales de un colectivo – os contare que de los
muchos porteros que han hecho este examen para el Wurlitzer todos los
vegetarianos (si, hemos tenido varios) lo han suspendido más de una vez y,
añadiría, que son los únicos que lo han suspendido. Como decía aquel “no digo más”, cada uno que saque sus
conclusiones basado en sus propios prejuicios.
Los alemanes, mi siguiente lectura del mes, recoge un hecho
del que yo no tenía ni idea y es la llegada (en 1916) de dos barcos con
seiscientos alemanes procedentes de Camerún que establecen una importante colonia
alemana en Zaragoza, con sus propias fábricas y lo que es más sorprendente con
su propio club de futbol, el Camerún
Football Club que posteriormente se fusionaría con el otro club de la
ciudad para dar lugar al Zaragoza. Claro que, para sorprendente el nombre del
otro club de futbol: que no era el Zaragoza, ni el mañicos, ni algo de ese
estilo, sino el Bilbao F.C. (si,
parece que porque así se llamaba la calle en la que estaba el campo de futbol).
Cosas locales que supongo alguna fricción crearía con los de Bilbao que en
algún momento reclamarían el nombre (pero de esto no se habla en el libro).
Aparte de eta curiosidad – añadida a la curiosidad de todo
el hecho de alemanes de Camerún en Zaragoza – me han gustado mucho un par de
frases con las que identifico: “Gabi solo
hablaba de vosotros para burlarse, como hacía con todo lo que le dolía” que
creo que (burlarse del dolor, no de vosotros) es una actitud muy práctica; y
cuando afirma que este mismo personaje no era “lo bastaste generoso para pasar de la caricatura a la simpatía.”, porque
si hay que saber pasar de la caricatura – que esa muy bien – a la simpatía por
el caricaturizado (por lo menos a veces), yo procure tener cierta simpatía con
todos los comportamientos que caricaturizo, o eso me gusta creer (claro que
también creo que soy hierático).
Además, he aprendido (a mi manera, esa de olvidarlo
instantáneamente) como se dice que te jodan en hebrero que copio aquí en la
confianza de ampliar el saber lingüístico de Alvaro (que el si lo recordara) y
pueda sorprender a un par de conocidos judíos: “Lech tizdayen”, por si os interesa y queréis o tenéis oportunidad
de usarlo, aunque tal y como están las cosas yo solo lo usaría en confianza.
Volviendo a los japoneses (que ya sabéis que me interesan y
que un viaje que tengo pendiente) igual os sorprende saber que de los dos
premios Nobel de literatura japoneses (tres si contamos a Ishiguro – y si no me equivoco – pero que para mí es ingles ya que
se mudó a Inglaterra con seis años y, como dicen en mi pueblo “uno no es de donde nace, sino de donde
pace”, algo que me niego a aplicarme a mí mismo que me defino como
asturiano, pero es que además su novela más conocida es precisamente sobre el
servicio doméstico británico) pues solo había leído a uno de ellos (si, a Oe,
que aprovecho para decir que me apasiona) así que le tocaba el turno a Kawabata y su Dientes de León. Leído, a falta de leer más, he de decir que este
cuento largo no me parece que justifique para nada un premio Nobel, pero lo
digo desde la ignorancia y pese a que me encante su “Para mí no hay recuerdo de Ineko que me resulte fútil e
insignificante, incluso cuando si lo pueda ser para otros. Porque a mí me
llegara siempre como un menaje de amor. Cualquier anécdota ingenua de su
infancia me llegara a los oídos como una canción de cuna. ¿no es un ejercicio
de amor compartir recuerdos, no los más reveladores sino precisamente los más
inanes?” que creo que es verdaderamente revelador, en cierta medida en amor
consiste (entre otras muchas cosas) en querer conocer esas cosas pequeñas que
han conformado a la persona amada, y viceversa: en dejar conocer esos pequeños
recuerdos (los inanes que dice el Nobel, que todavía hay clases) a la persona
amada (con esa idea – sin realizar – es con la que nació este blog y algún día,
poco a poco, lo hare).
Curiosamente esta idea no está en contra de esa otra que también
recoge de “No hay nadie que le cuente
absolutamente todo a otra persona, ni siquiera a su ser amado. Eso no significa
que este ocultando cosas.” Si, nos son excluyentes y creo que no tengo que explicároslo.
Por supuesto es un libro bastante japonés (aunque no del
tipo japonés al que me refiero otras veces, el desquiciado) y refleja el
machismo de la sociedad japonesa con ese “Quiero
decir que moldees a tu esposa tu gusto. La mujer que se deja moldear es feliz.
Un hombre que no sabe moldear a una mujer as gusto no es un hombre.”, que
creo que podría haber firmado El Fary
y también cuenta con una de esas máximas incomprensibles “Entrar en el mundo Buda es fácil. Entrar en el mundo de los demonios
es difícil.” Que a saber que quiere decir exactamente pero que podría
formar parte del estribillo de alguna canción de cualquier grupo moderno.
Tras alguna decepción, de la que todavía estoy recuperándome,
he de decir que ya con el final de su trilogía, ese Ciudad en Ruinas, pues
estoy prácticamente recuperado y vuelvo a pensar que es un gran escritor al que
merece la pena seguir y que por lo menos yo voy volver a esperar sus novelas
con interés. Es verdad que creo que no ha llegado al nivel, de ritmo sobre todo,
de sus primeras obras pero empieza a estar cerca y frases como “Señoría, el letrado de la defensa acaba de
contar literalmente el viejo chiste del niño que mata a sus padres y luego pide
clemencia alegando que es huérfano”, que podría ser aplicable a la situación
creada por Hamas pero mejor no entrar en esto; o esa otra de “Soy de una ciudad donde los tíos, cunado
van a confesarse se acogen a la Quinta Enmienda. «Perdóneme, padre, porque he pecado.
Y creo que conoce usted a mi abogado, el señor O’Neill»”, o que decir de
esa otra de “Como reza la vieja fabula,
para hacer una tortilla de jamón y queso, la gallina se implica y el cerdo se
compromete.”, pues obviamente son una gozada de leer, más en una historia
que se sostiene y en la que los personajes son creíbles.
En cualquier caso, la mejor de todas que creo imprescindible
como consejo paternal, o fraternal o relacional, es “Voy a darte dinero suficiente para que hagas algo – añadió su padre –
pero no el suficiente para que no hagas nada. Así que, ¿Qué te apetece hacer?”
Solo me queda añadir que parece que los de Boston tienen
claro quién es el Atlético de Madrid en la liga de béisbol con ese diálogo en
el que uno afirma “Ser católico y forofo
de los Sox es cuestión de fe y sufrimiento. De mucho sufrimiento. Hay que ser
muy masoquista para ambas cosas”, que ya sería suficiente, pero al que se
añade la continuación de “Danny solo
bromeaba a medias al decir lo de las cosas que importan en la vida, porque la
lealtad es una de las cosas más importantes, y siendo de los Sox aprendes a ser
leal a base de perder.” Una alegría ver a Winslow recuperado.
Para acabar el mes pues empecé Tengo algunas preguntas para
usted, una de esas novelas de crímenes en las que el principal sospechoso, o el
principal sospechoso de la protagonista que es una autora de podcast, pues
parece tener los mismos motivos para ser el asesino que para no serlo. En
cierta medida la típica técnica Agatha Christie en la que todos pueden se
culpables o no serlo ninguno, o serlo uno que de repente aparece al final del
todo, vamos, uno que solo pasaba por allí (como si estuviera en esa canción de Aute que tanto me gustaba de
adolescente). Me atrevería a decir que no está mal y que si a mí no me ha
gustado especialmente se debe fundamentalmente a dos factores: el primero ya lo
he dicho y es que acababa de leer una muy buena novela y el segundo es que
hacia la mitad del libro fue cuando me llamo mi cirujana ofreciendo fecha, y
por decirlo en lenguaje torero estaba en
capilla para mi operación por lo que realmente igual no soy muy objetivo
con esta lectura pero, siendo Orteguiano, pues yo soy yo y mis circunstancias (no
confundir con las circunstancias del tradicional chiste de Forges que eran una sueca – casi seguro – espectacular) pero no
puedo decir que me haya gustado.
Eso sí, señalo un homenaje que quiero entender le hace a los
Villacis con los que tengo trato (la doble A) con ese “Él, que solía aceptar
retos como mezclar batido de chocolate, salsa picante, aliño ranchero y zumo de
naranja en un vaso del comedor y bebérselo de un trago, había acabado teniendo
un paladar exquisito.”, que es uno de esos misterios – junto con el de leer
horas en el baño, o su incapacidad para irse a dormir aunque estén agotados –
que no dejara de sorprenderme: como son capaces de comerse las combinaciones más
deleznables de alimentos y, pese a ello, mantener un buen paladar, un paladar
educado diría incluso.
Pero bueno, de estos y otros misterios hablaremos más otro día
que va siendo hora de dejar esto y despedirme con el deseo del viejo Max, o de
Max el milagroso: ¡Divertíos asaltando el castillo!
Lecturas
McGlue - Ottessa Moshfegh
El futuro futuro - Adam Thirlwell
Suzuran - Aki Shimazaki
Si este no es mi hogar, no tengo un hogar - Lorrie Moore
Loa alemanes - Sergio del Molino
Dientes de león - Yasunari Kawabata
Ciudad en ruinas - Don Winslow
Tengo algunas preguntas para usted - Rebecca Makkai