El huerfano – Adam Johnson
Ciudad Ocupada – David Peace
Superdolares – Luigi Carletti ,
Agente Kasper
Candido – Voltaire
Prayer – Philip Kerr
Bosque Frio – Partick McCabe
El tratamiento – Mo Hayder
Alguien dice tu nombre – Luis
Garcia Montero
Elvis o la virtud – Frantz
Delplanque
El don – Mai Jia
Lo sé, lo sé, a mí también me ha pasado.
Ciertamente, viendo la
lista de libros de este mes parece claro que he debido de hacer trampas o bien
se me ha ido de las manos lo de la lectura. Supongo que un poco de ambas cosas,
pero eso si para ambas cosas tengo excusa (en general, que quede claro, puedo
tener excusa para casi cualquier cosa, y si
no la tengo pues la busco y la encuentro).
Respecto a “hacer trampas” en la lista: yo diría que es muy
probable que los dos primeros no los leyera este mes si no el mes anterior ya
que a mediados-finales del mes pasado estaba prácticamente sin libros cuando con
motivo de celebrar el cumpleaños de mi sobrino Rafa (el primero que celebramos
con él, aunque ya supere holgadamente los veinte años, y no estuviera muy claro
porque teníamos que reunirnos este año para celebrarlo; cosas de la vida)
recibí un pedido casi a domicilio – en el restaurante que ahora nos acoge para
este tipo de celebraciones familiares – procedente de la librería Fuenfria de Cercedilla (la que ya debe de ser vuestra
librería favorita o por lo menos favorita de la sierra de Madrid) y
transportado por mi hermano. Además a finales de Junio pase unos días en Piles
(que sí, que significa hemorroides en Ingles pero que es un sitio muy
agradable) por lo que posiblemente me leería un par de libros allí en esos
cuatro días (si no alguno más).
Respecto a que “se me ha ido de las manos” solo puedo decir
que aunque tengo algunos trabajos ando últimamente con pocas ganas de hacerlos,
lo cual me obliga a ocuparme en otras tareas y puesto que la televisión cada
día es peor – cuantas más cadenas menos interesante parece ser el contenido
- pues mi tiempo de lectura aumenta
significativamente. SI a esto le sumamos que los días de verano son más largos
pues eso, que hay muchas más horas de lectura. Por supuesto también está la
explicación b y es que cada día soy menos sociable y más ermitaño lo que hace
que disponga de mucho más tiempo que ocupar, todo el que antes dedicaba a
actividades sociales (vamos, lo que viene siendo: a tomar copas).
La selección del “servicio
casi a domicilio” es siempre algo más limitada que la selección de una
librería – tampoco va a ir Rafa en el autobús con una maleta de cartón rellena
de libros como si fuera un vendedor de postguerra con todo su muestrario a
cuestas (aunque igual esta imagen le está tentando, que siempre ha sido rarito
en cuanto a su imagen, bueno y en eso y en otros aspectos, y puede que su
próxima visita la realice de esta guisa) –pero siempre es suficiente para
abastecerme adecuadamente e incluso para que tenga que volver a cargar con
algunos no seleccionados, a veces
simplemente por supervivencia propia (o los carga él o me toca cargar a mí con
ellos) y otras (las menos) porque no pasan mis místicos criterios de selección
(igual la próxima vez apunto los descartados por aquello de aclarar mi
misticismo selector).
Entre los libros preseleccionados estaba Ciudad Ocupada, una selección arriesgada ya que es una “segunda”
novela de una trilogía, pero entendible al ser una novela que pasa en Japón
(que seguro que ya os he contado que para mí es el último destino exótico –
mucho más que el África negra o similares – y que algún día visitare. Peso
divago, si eso, ya os lo cuento otro día). Además, cosas de la suerte, yo ya me
había leído la primera novela de la trilogía (Tokio Year Zero, o Tokio Año cero, para los que la hayáis leído
traducida) de la que, obviamente, no recordaba nada, ni tan siquiera si me
había gustado o no pero que dudo hubiera comentado con Rafa. Ya digo:
arriesgado pero con suerte. ¿La novela, os preguntáis? Pues no está mal pero la
verdad es que tiene un “tufillo” a
taller de literatura (donde al parecer, me lo ha explicado Rafa que de esto
sabe, no van con monos de mecánico ni con un lápiz en la oreja ajustando
sonetos, pese a que esta imagen provenga del propio Rafa) mezclando distintos
estilos de narración que si ahora os cuenta una parte este señor, que si luego
esta señora, que si ahora ponemos un periódico, que si ahora metemos una poesía.
En fin, que no está mal pero si yo fuera el profesor (o director del taller)
las notas para sus padres no le garantizarían unas vacaciones sin deberes
adicionales.
Elegí El Huerfano,
fiándome de los comentarios de Rafa que había leído las primeras cincuenta
páginas y le habían gustado. Además de esto, pues pasaba en Corea del Norte (en
la mala) lo que siendo un país razonablemente desconocido y que ahora es uno de
los “imperios del mal” pues siempre parece prometedor (la de Murakami sobre los
coreanos que invaden una Isla de Japón que leí hace poco ya os la he comentado
en otra entrada y bueno, los norcoreanos sí parecen bastante tarados). Bien,
Rafa tenía razón y las primeras cincuenta páginas, incluso puede que las cien
primeras, están bien y resultan entretenidas. Lamentablemente es como si en
lugar de un buen filetón tienes que comerte a la fuerza todo el lomo de una vaca, e incluso de una
vaca tejana que como todos sabemos deben de ser mucho más grandes que una
ternera gallega o que un buen buey irlandés (yo diría que como cinco veces
cualquiera de ellos si se mantiene la relación entre las alitas de pollo del
Texas BBQ de NYC y las alitas de un pollo normal). Pues eso, que acabas algo
más que saturado y al final ya ni siquiera recuerdas el excelente sabor de los
primeros trozos que comiste e incluso, dramatizando, puede empujarte al
vegetarianismo (Dios no lo quiera ya que eso os dejara sin algunas opciones
laborales como ser portero de discoteca, además de hacer vuestra vida, no solo
las comidas, mucho más aburrida).
La verdad es que las historias “basadas en hechos reales” no
me suelen interesar demasiado, salvo en el caso de Estrenos TV que
sencillamente creo que son educativas y que la eliminación de este tipo de
películas de la televisión ha tenido un efecto muy negativo en la formación de
los jóvenes de hoy en día, pero las historias de falsificadores y de casi
cualquier tipo de timador sí que me suelen interesar. Superdolares reunía ambas características ya que (se supone que) es
la historia real de un agente de un cuerpo especial de la policía que investiga
la existencia de una instalación de fabricación de dólares falsos pero
perfectos, prácticamente auténticos al realizarse con la misma tecnología y los
mismos materiales que los originales. Como dicen varios de los personajes “Same-same but different”. Si, podía ser
interesante pero también había que tener en cuenta un par de cosas: el cuerpo
al que (supuestamente) pertenece este agente especial es de los carabinieri
italianos y la verdad es que, sin faltar a la policía italiana, pues, no es el
típico cuerpo que acojona o que promete especialmente, aunque esto puede
deberse al desconocimiento que yo tengo de los cuerpos especiales o tal vez al
secretismo inherente de este tipo de cuerpos (al parecer uno de los cuerpos
especiales más “duros” del mundo es
la policía montada del Canadá, muy por encima del Mosad, los Navy-Seals o
similares, que incluso tiene un tren especial para llevar todo su equipamiento
a donde sea necesario); y encima el nombre en clave de este agente (que pese a
ser secreto firma el libro) es Agente Kasper (si, como el fantasma risueño dela
película pero con una K para darle un toque más agresivo, supongo). Pues eso,
un par de cosillas pero de cosillas importantes ¿no?.
La verdad es que si todo fuese inventado el libro habría
estado mucho mejor. Corrijo: si todo hubiese sido inventado por un buen autor
de Thrillers hubiese estado mucho mejor. Puede que la realidad supere a la
ficción en el sentido de que realmente suceden cosas que son muchos más
increíbles que las que alguien pueda imaginar, cosas que si pusieras en una
novela harían que esta fuera tachada de increíble (por mucho que todo fuera
cierto) pero esas cosas hay que saber contarlas, hay que tener lo que unos
llaman “ritmo dramático” y también lo
que mi padre llamaba “calidad de página”,
o cualquier otra cosa igualmente difícil de explicar (Si eso, otro día, os
cuento lo que yo creo que mi padre entendía por “calidad de página”, que puede no tener nada que ver con lo que el
entendía pero que es un criterio que yo también he adoptado y que resulta muy
útil para valorar libros). El caso es que además de una historia, real o
ficticia, hay que tener algo, algo más, que ciertamente ninguno de los dos
autores tiene por lo que el libro se queda en un apunte de historia sin
profundizar en la misma ni en sus personajes.
Uno de esos lugares comunes que a todo el mundo le gustan
tanto y que no pueden evitar mencionar como su plan de verano es la relectura
de los clásicos, aunque en la mayor parte de los casos más que relectura sería
más correcto hablar de lectura ya que el hecho de conocer el título de un
libro, el nombre del autor e incluso saber de qué va no hace que cuando te lo
leas lo puedas llamar relectura. No, para ser relectura has de habértelo leído
antes; si no, no vale como relectura.
En este sentido mi autor clásico en esta compra iba a ser
Voltaire y la obra elegida: Cándido.
¿Sería una relectura de los clásicos? Pues, en el momento de la compra no conseguía
decidirlo, ¿existía la posibilidad de que yo, con mi enciclopedia incultura, no
hubiera leído a Voltaire; incluso de que no hubiera leído Cándido, en concreto?
Difícil de creer. Estaba dispuesto a admitir que no lo hubiera leído en
francés, algo que hubiera sido raro ya que mi francés se limita a tres o cuatro
palabras sueltas, curiosamente casi todas relacionadas con el desayuno u otra
comida; pero ¿que yo no hubiera leído a Voltaire, el Cándido de Voltaire? No
resultaba creíble. Claro que podría ser, podría ser puesto que siendo el tipo
de libro de “sentencias” yo no recordaba ni una sola de las que se reproducían
en la contraportada, pero ni una sola de ellas; así que puede que no lo hubiera
leído.
En cualquier caso, ya se tratara de una lectura o de una
relectura de los clásicos, el hecho de que estuviera traducido por Carlos Pujol
(algo a lo que mi hermano daba mucha importancia, pero que para mí no tenía
mayor trascendencia, salvo la de que Carlos Pujol es, efectivamente, un
escritor que parece genial) era un factor a favor de su adquisición para
lectura (o relectura, ya veríamos) pero el factor decisivo es que tenía
ilustraciones. Sí, no lo neguemos ¿quién puede resistirse a un libro ilustrado?
Y ¿si el ilustrador es el que ilustro la mayoría de los libros de Roald Dahl
(Quentin Blake se llama por si os lo estabais preguntando)? No había duda,
desde luego con dibujitos no lo había leído. Así que ya podía decir que este
verano releería (o leería) a los clásicos que como digo es un objetivo de
cualquier “intelectual-hipster-llámalo-X” que se precie; no solo los releería,
si no que los releería en una traducción envidiable (lo de los dibujitos no
sería necesario mencionarlos, salvo a conocidos, ya que para algunas personas
esto le resta seriedad a la relectura de los clásicos).
La verdad es que se trata de un libro muy divertido, pese a
estar lleno de sentencias maximalistas,
como esa de “las desgracias
particulares engendran el bien general; de modo que cuantas más desgraciadas
particulares haya, mejor anda todo” que casi podría resumir la política del
partido popular y su triunfalismo en estos años. Hasta más o menos la mitad del
libro para mí era una lectura de los clásicos, por lo que mi plan no de
relectura de los clásicos no se cumplía. Pero allí estaba, concretamente en la página
82, allí estaba ese grito y salvaje que conocía tan bien, que en tantas
borracheras habíamos utilizado como cita clásica para demostrar nuestro nivel
intelectual de cara a conquistar mujeres. Si, en ese simbólico número de
página, que representa el mejor año (posiblemente y de momento) de mi vida y
también una de las mejores cosechas de Rioja estaba mi cita favorita de
Voltaire: “¡Comamos Jesuita, comamos Jesuita!”.
Si, se trataba de una relectura de los clásicos en toda
regla (salvo, tal vez, por lo de los dibujitos). De hecho, ahora podía
comprobarlo, no solo había leído Cándido con anterioridad, si no que había
leído otros diez cuentos de Voltaire, en la misma excelente traducción de Pujol
y en una colección sesuda con notas a pie de página. Ya podía quitarme la barba
sin dejar de ser un hípster (no, no fue este el motivo por el que me la he
quitado pero encaja tan bien con la historia que tenía que mencionarlo e
incluso asociar ambos hechos).
Con esta relectura acabe los libros procedentes de la
librería Fuenfria y decidí acercarme por la Casa
del libro a ver si había alguna novela en ingles que me apeteciera, ya
sabéis por aquello de no traicionar a mis librerías de referencia, tan pronto
en el mes, o incluso por si había alguna novela no-novedad de algún autor que
hubiera descubierto había poco gracias a las recomendaciones implícitas, la
selección previa, de ambas librerías ya que ninguna de estas dos opciones
(idioma extranjero o libro que no es novedad) me paree una traición a mis librerías
ya que ellas me surten de novedades o de los clásicos reeditados.
Cuando era pequeño solía desear, e incluso lo decía en voz
alta, un daño concreto, habitualmente la muerte, a alguna persona. ¿Quién no ha
pensado, o le ha dicho a alguien, “ojala te mueras”, o cualquier otro mal
sencillo como “ojala ardas en el infierno por toda la eternidad y un día”? No,
¿vosotros no? Anda mentirosillos, no, si tampoco os habréis reído nunca de las
caídas de la gente. Vale, seguir engañándoos.
La verdad es que yo lo deje de hacer un día que pensé, o
sentí, y si ahora va y se muere; así, tranquilamente, yo voy, le deseo la
muerte y el tipo va y se muere. Joder, eso sería algo increíble y no digo algo
increíble en un buen sentido (aunque posiblemente la muerte del tipo de
personas a las que yo se la deseaba habría sido un bien para la humanidad); no,
creo que si hubiera pasado habría sido increíblemente chungo, eso si habría
sido un trauma insuperable, pensar que con desear cosas puedes hacer que pasen.
Acojona. Bueno, pues eso, más o menos, pero a través de la oración, es lo que
se supone que se plantea en Prayer
de Kerr. La idea de la novela – sin ser un spoiler – es: ¿qué pasaría si de
verdad el orar realmente funcionara?; si un grupo de personas, devotos cristianos
o católicos, se unieran para orar y
pedir por la muerte de los enemigos de la religión y estos empezaran a morir en
extrañas circunstancias ¿sería posible que esto hubiera sido por el poder de la
oración?; ¿Que tipo de Dios te haría caso en algo así? La verdad es que supongo
que tal y como va el mundo es posible pensar que casi cualquier Dios que
existiera, al que la gente reza, podría ser de este tipo; o por citar a un
personaje de la novela “sometimes I think
God is just the devil pretending to be nice”.
La verdad es que Kerr, un escritor que me gusta hasta cunado
el libro no le sale bien (si, a todo el mundo le pasa) y que me descubrió Rafa con aquella fascinante Una investigación filosófica, varios
años antes de que se hiciera famoso con su serie de Gunther, resuelve la
historia con credibilidad, me atrevería a decir con “calidad de página” (sea esto lo que sea). Si bien, con ese toque
sobrenatural, no es una novela negra al uso (aunque hay novelas negras sobre “poderes sobrenaturales” que son
ciertamente al uso, como las de Charlie Parker de Connolly que, dicho sea de
paso, es una de mis series favoritas) tiene frases realmente negras y
reflexiones apasionantes como: “I’m just
saying that fooling yourself is what being human is all about, right? It’s the Price we pay for having the kind of brain that invents
explanations for stuff. I believe in human gullibility and not much
else” que a mí al menos me recuerda a aquella conocida cita de “solo creo
que hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Del universo no
estoy seguro” que creo recordar era de Einstein.
Antes de encontrar esta novela había localizado Bosque Frio, que había cogido sin dudar
ya que pensaba que era del escritor de “Oigo Sirenas en la calle”, novela que
había leído hace poco y me había gustado bastante, así completaba mi fondo
bibliográfico y comprobaba si el que me hubiera gustado era casual o si
realmente era un escritor a recordar. Un buen plan, salvo por el detalle de que
no se trataba del mismo escritor. No, no lo eran: uno era McCabe y el otro McKinty;
nada que ver, bueno al menos los dos son irlandeses y los dos son McAlgo.
Tampoco es tan raro confundirlos ¿no?. Tampoco tienen nada que ver ya que si la
de McKinty es una novela urbana esta es una novela rural con una complicada
historia de la que no puedo contaros mucho sin hacer un spoiler, por lo que
solo diré que el que puede ser a recordar es McKinty, no McCabe (aunque este
tampoco está mal, pero un poco demasiado “retorcido”
para mi gusto).
Normalmente con estos libros habría llegado a final de mes
sin problema y sin embargo aún estábamos en la primera quincena de Julio. Ya
había sido suministrado por la librería Fuenfria de Cercedilla (esa que cada
vez os gusta más, no lo neguéis) e incluso ya había gastado el comodín de la novela extranjera.
Mal íbamos.
Resultaba casi imperiosa la visita a mi librería de
referencia, la librería Méndez de la calle Mayor, antes de que se fueran de
vacaciones ya que en estos meses veraniegos no hay planes de comidas familiares
por lo que se resultaba poco creíble el suministro casi a domicilio desde la
lejana (para mí que no piso el campo, no para vosotros que debéis visitarla con
frecuencia) Cercedilla.
Mi primera elección fue El
Tratamiento y antes de hablar de ella debería hacer dos correcciones a este texto: la primera es que os debo contar que Bosque
Frio trata sobre abusos infantiles y la segunda que eso de que he dejado de
desear que muera gente es mentira ya que sigo deseando que mueran todos
aquellos que abusan de los demás, especialmente los que abusan de niños. Con
conozco a ninguno (creo, que nunca se sabe) pero estoy convencido de que si lo
conociera no solo desearía matarlo, es posible (solo posible, que quede claro)
que podría ser algo más que deseo. Las dos aclaraciones las considero necesarias
ya que ambas novelas tratan sobre pederastas y, ya digo, es algo que me molesta
mucho. No, no me molesa que las novelas traten el tema, que es algo que creo
bueno ya que resulta incomprensible e ininteligible pero desgraciadamente real,
si no los pederastas en sí mismos (no solo ellos si no que también los
maltratadores de su pareja y en general la gente que abusa de otra) e incluso
la continuidad de comportamientos a los que suelen estar asociados y lo difícil
que es romper ese circulo vicioso.
En cualquier caso, la novela se lee razonablemente bien,
aunque es algo tramposa en algún planteamiento, pero lo que más me ha impactado
es saber que existen asociaciones que defienden la pederastia y la pedofilia
(legales, quiero decir). Sinceramente no lo entiendo. Aunque puede que haya
casos, causas o motivos para revisar la edad de consentimiento (que no se cual
es) desde luego el limite me parece necesario y sano y algunas cosas no creo
que puedan ser ni planteables por una mente que no esté totalmente enferma.
Ya digo las dos me dejaron mal sabor de boca (por su tema),
sabor que no estaba seguro de que me pudiera quitar Alguien dice tu nombre, ya que las novelas escritas por poetas no
suelen ser especialmente buenas (zapatero a tus zapatos, que aunque te creas
capaz de hacer zapatillas, no es lo
tuyo) salvo honrosas excepciones, me viene a la cabeza Javier (Chavi) Azpeitia
(aunque creo que no ha publicado poesía yo tengo un incunable que demuestra que
es un gran poeta, además de gran escritor). Aunque no esperaba mucho creo que
incluso recibí menos de lo que esperaba: una historia de amor en la Granada del
franquismo y en el seno de una editorial que me ha dejado completamente
indiferente, pero seguro que tiene su público. Para mi olvidable y olvidada.
Aunque no íbamos bien, había que seguir intentándolo y tal
vez Elvis o la virtud podía ser la
novela excelente y divertida de este mes ya que según la contraportada era “una
lectura excelente si te gusta el rock y el humor negro”. A mí me gustan las dos
cosas, creo, ya que en ese genérico del rock presenta un grave problema de
definición que ya hace sospechosa esa frase. (¿rock? Pues depende de que rock
¿no?; como si solo hubiera uno o todo fuera lo mismo). Para empeorar las cosas
es la segunda novela con el mismo personaje y yo no había leído la primera y
viendo las referencias que el propio autor hace a esta novela posiblemente no
la lea. Pero aquí no terminaban las señales de que podía ser una decepción, no,
no lo he dicho pero el autor es francés; acabáramos. Esto no podía traer nada
bueno, no podía terminar bien esta lectura, incluso había riesgo de no
terminarla. En su descargo dire que es razonablemente entretenida, aunque
rozando el absurdo en algunos momentos y que como el propio autor cita de otro
autor “Vamos, que no se trata de dotar a
un personaje de toda la parafernalia del rock ni hacer que cite letras de
grupos punk para que el libro sea eso, rock”.
No, ciertamente no se trata de eso y creo que debería
haberse aplicado el cuento, que se dice, porque creo que eso es mas o menos lo que ha hecho y con el resultado esperado.
Las novelas sobre criptógrafos, o sobre secretos (como
encubrirlos, descubrirlos y su importancia) siempre me resultan interesantes.
Si mi inteligencia hubiera sido mayor y si Caminos no hubiera estado mucho más
cerca que la autónoma, que es donde me hubiera tocado estudiar de no escoger
una carrera de la Politécnica, es posible que hubiera estudiado exactas (matemáticas
dicho en fino) e incluso es probable que hubiera acabado enloquecido por la
criptografía o alguna otra rama de las
matemáticas, igualmente criptica. En cierta medida Caminos me salvo de este
tipo de locura, aunque hay de tantos tipos que obviamente no me ha salvado de
la locura.
Obviamente El don,
que trata de un criptógrafo chino, era una elección casi inevitable. La novela
en si es entretenida a ratos y otros ratos es ligeramente insoportable y en
general se acaba haciendo excesivamente larga (si, gana la parte insoportable).
Como en mis últimos años de Caminos estuve trabajando en un sitio que se
llamaba el LSI (Laboratorio de Sistemas Inteligentes) teóricamente haciendo
temas de inteligencia artificial (la broma tradicional es que como no teníamos
natural teníamos que intentar hacernos con algo artificial) pues me quedo con
una descripción que hace de los problemas del desarrollo de la inteligencia
artificial: “Después de todo, un ordenador
no es lo mismo que un cerebro humano. Con las personas basta que un hombre y
una mujer se acuesten juntos para crear un nuevo ejemplo de inteligencia
humana. Puede haber fallos, claro, como cuando nace una persona con deficiencia
mental. En muchos aspectos, la creación de inteligencia artificial podría
compararse con la tarea de convertir a un deficiente mental en una persona de
inteligencia elevada, algo sumamente difícil”.
Puesto que se acercaban las vacaciones confirme con la
librería Méndez de la calle Mayor que
cerrarían hasta el 18 de agosto yo que requería comprar un par de libros más ya
que aunque la librería Fuenfria de Cercedilla estará abierta todo el verano –
no solo no tenéis excusa y debéis subir a tomar una cervecita, ver el campo y
compraros unos libros si no que no me negareis que es un plan excelente– las
probabilidades de que yo visite el campo son como las de que no llueva durante
la feria del libro: ínfimas.
Pero, si eso, ya os cuento el mes que viene; aunque antes
espero contaros otras cosas si consigo el tiempo y venzo la pereza.
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