Señales de Humo – Rafael Reig
El impresor de Venecia -
Javier Azpeitia
La Cata – Roald Dahl
Avenue of
Mysteries – John Irving
¿Has tenido familia alguna vez? – Bill Clegg
Los impunes – Richard Price
Relatos tempranos – Truman Capote
La mano de Dios – Philip Kerr
Si el mes pasado llegaba tarde, tarde, a esta cita con mis
comentarios este mes me Adelanto y empiezo a escribir esto en una mañana de
sábado cuando todavía no ha acabado mayo, como además ayer empezó la Feria del
Libro y todavía quedan tres días de mayo existe la posibilidad de que todavía
debiera añadir algún libro a esta lista del mes. En cualquier caso como dudo
que visite la Feria en fin de semana (nunca se sabe), como ya hay bastantes en
mi lista y como además en ella están un par de ellos de autores conocidos
(conocidos por mi, personalmente quiero decir) he decidido escribir antes de
tiempo y quien sabe igual a alguien le sirve para decidirse por comprar alguno
de estos libros en la feria.

Aunque, creo que innecesario decir cuál es el que creo que
deberíais de compraros – no debería haber duda al respecto – cambiare mi
habitual orden cronológico para mencionar que una compra obligatoria, sin el
“casi” que suele ponerse, debería ser:
Señales
de Humo. Si alguno tenéis un hermano mayor sabéis que precisamente – pese a
la creencia popular – este sería un motivo para no hablar bien de él, ya que a)
las relaciones con alguien con quien has compartido habitación obligatoriamente
desde pequeño no son las mejores referencias para llevarse bien y mucho menos
para hablar bien de él; b) si te ha tocado vestirte con las ropas heredadas, de
segunda mano vamos, o jugar con los juguetes que el ya había roto o manipulado
(razón por la que supongo mi juego favorito de pequeño era el
QuimiCefa ya que la escasa afición de mi
hermano por la ciencia practica – no así por la teórica que siempre le ha
gustado, pese a no estar claro que su entendimiento de la misma sea correcto en
algunos casos – me permitía tener un juego de primera mano) tampoco ayudan a
apoyarlo y c) (citando al propio autor, con recelos por los motivos anteriores)
está muy bien saber, e incluso reconocer, que algunas personas son geniales,
que tienen más cultura que tú, que escriben mucho mejor y que, así en general,
puede que incluso sean más inteligentes. Todo eso está muy bien pero sería
mucho mejor si fuera una persona desconocida, a ser posible de un lugar lejano,
y no alguien a quien conoces. No, que sea alguien a quien conoces mola poco,
que se a tu hermano no mola nada: mucho mejor si fuera alguien de la sierra de
Cazorla o de Babia. Pero en fin, esto es lo que hay… el único consuelo es que
gracias a la dedicatoria tengo una prueba de que al menos en cuanto a códigos
se refiere claramente le supero.
En cualquier caso se trata de un libro brillante, con partes
que son más que excelentes que justifican totalmente la compra del mismo –
incluso justifican la compra de dos ejemplares: uno en una tienda que puntué
para las listas de éxitos de la prensa y otro en la Librería Fuenfría de
Cercedilla para llevárselo dedicado y también para apoyar económicamente al
autor de cara a nuevas novelas, aunque con partes que se hacen un poquito más
espesas. Supongo que esto último, lo de que haya partes “mas espesas” puede hacer dudar a alguno pero si pensáis en el
libro como en un disco – algo de lo que me costó mucho convencer a mis padres
cuando era pequeño para conseguir que me subvencionaran la compra de discos de
forma parecida a como subvencionaban la compra de libros – es evidente que hay
discos excelentes aunque todas sus canciones no lo sean, de hecho yo tengo
muchos discos (creo que todo el mundo debería tenerlos ya que algunos son
obligatorios) que solo tienen una canción excelente, una canción justifica todo
el disco, incluso a veces toda la carrera musical de un artista (conste que
este no es el caso del libro, ni del autor, que, puedo decir, que tiene mucho
más que una canción).
Imagino que puede leerse como un libro de texto, de crítica o teoría literario que es en la zona en
la que absurdamente, seguramente por alguna rencilla personal, los de La Casa del Libro han decidido
clasificarlo como tal y relegarlo al sótano en lugar de ponerlo en exhibición
con las novedades pero yo me lo he leído como una novela (como leo casi todo,
salvo la poesía) que creo que es lo que es.
Vale que es una novela con un tema,
la narración, que al fin y al cabo no es más que “Por eso la narración es el depósito de lo que sabemos o creemos sobre
nosotros mismos y sobre cómo debemos vivir nuestra vida” e incluso tal vez
con una tesis: “No hay que ser uno mismo,
gente del provenir, por mucho que lo repitan los poetas y las compañías
telefónicas: hay que ser otro, todos los demás”, es decir algo más que la
solidaridad: la compresión del otro, la identificación con él, el conocimiento
de que formar parte de algo mayor que uno mismo y en consecuencia como se ha
adaptado la forma de contar historias, lamentablemente, en el sentido contrario
hasta llevarnos a esa individualidad/insolidaridad que es la señal de
identificación de estos tiempos (incluso entre las personas solidarias, que lo
son, en muchos casos, precisamente por no identificarse con los que son
solidarios, si no por sentirse/saberse diferentes).
Se trata asimismo de un libro sumamente culto en el que se
nos recuerdan (mejor, se nos enseñan) curiosidades como que (ya sabéis quienes)
“se limitaron a llamar waterboarding a lo
que en la edad media se conocía como tormento de toca y agua, inventado por la Inquisición,
ya que tenía prohibido derramar sangre o mutilar” probando que ni siquiera
en las cosas malas hemos avanzado tanto como pensamos o incluso probando que
siempre, en cualquier área del conocimiento, hay que conocer a los clásicos;
incluso nos recuerda ciertos desatinos que han llevado hasta nuestros días con
fuerzas renovadas como “hasta comer sin
sal, que, como todo el mundo sabía, era cosa que solo hacia el Maligno, pues
cuantos participaron en algún aquelarre confesaron (bajo tortura en general)
que en los banquetes del Diablo ningún alimento llevaba sal, lo que les hizo
incomodo tragarse aquellos manjares”, desatino aconsejado actualmente por
gran parte de la profesión médica incluyendo a mis médicos. No puedo evitar
señalar que si bien creo que todo lo recogido en el libro puede ser cierto
tengo mis dudas sobre algún detalle concreto como ese de que Cervantes “En 1580, tras cinco años y un mes cautivo, desembarco
cerca de Denia, en la playa de Piles” ya que la ubicación concreta me
parece una pequeña licencia poética o, más probablemente, un guiño a la propia
historia familiar.
Con todo, incluso con el prisma deformante del odio de un hermano pequeño, un gran
libro cuya mayor pega – que seguramente se hará famosa, en algunos círculos –
es la errata en un verso de Vallejo que proporciona al verso un giro casi
surrealista (vinculándolo de forma extravagante con el mundo de la moda) que
pese a todo resulta comprensible e incluso divertida.

El cuento
La cata,
lo compre para regalárselo a mi amigo Muñoz que ahora anda metido en medio de
un divorcio y viviendo en un apartamento provisional en el que obviamente solo
tiene algunos libros de esos de aeropuerto o estación sobre gestión empresarial
y cosas igualmente absurdas. No es que crea que antes de su divorcio tuviera
algún libro decente en su casa y sé que
no es lo que llamaríamos
un lector
por lo que realmente regalarle un libro es algo que no tiene demasiado sentido
salvo el de regalarle a alguien algo que nunca se compraría el mismo. Dahl es
un autor que yo siempre recomiendo para aprender a leer en inglés, me parece
fácil de leer y sus historias siempre son entretenidas con ese puntito
británico de mala leche y aunque este estuviera traducido estaba ilustrado lo
que obviamente siempre le da un puntito para aquellas personas no excesivamente
lectoras y precisamente este libro va (bueno, no es exactamente que vaya de
eso) sobre una de las pocas aficiones confesables de Muñoz: el vino, la cata de
vinos y eso de distinguir un vino de otro. No hace falta decir que el cuento,
como casi todos los de Roald Dahl, es entretenido y aunque ya lo hayas leído
siempre se disfruta de la relectura por lo que antes de regalárselo me regale
una relectura del mismo y no sé si es por eso, o solamente porque mi memoria
anda cada dia peor, por lo que el otro día que estuve con él se me olvido
regalárselo pero en breve espero acordarme y que su casa, aunque provisional,
tenga un buen libro (o al menos un buen cuento).

Azpeitia es amigo de mi hermano Rafa y por lo tanto más o
menos amigo y conocido de toda la familia, siendo además uno de esos amigos que
a mi hermano le molesta un poco – a la
vez que le agrada mucho – que sean buenos escritores de su misma generación y
que como él dice ya podrían haber nacido más lejos y no ser uno de tus amigos
para poder o envidiarles u odiarles tranquilamente sin los problemas de la
amistad. Dado lo rápido que cambian las novedades en las librerías , casi más
que la ropa en un Zara o en un Primark, es posible que si no hubiera sido por
Rafa la edición de este libro,
El
mercader de Venecia, se me hubiera pasado entre mis visitas a mis librerías
de referencia y hubiera sido una pena ya que todo lo (poco) que he leído de
Xavi (si, en la familia le llamamos Xavi) me ha gustado (si recomendara libros,
recomendaría, sin lugar a dudas, la lectura de
Ariadna en Naxos). Si bien suelo decir que me gusta más como poeta
que como narrador esto es solo porque tengo un incunable suyo (un borrador
único, o casi único, de
Miedo a perder la
memoria) que no está entre mis posesiones mas preciadas y sobre la base del
que a veces estoy a punto de que Azpeitia es el mejor poeta actual hasta que
obviamente me acuerdo de Nogales, al que
por mucha amista que haya hay que llamar Don Pablo Nogales, que sin lugar a dudas
y pese a ser poco practicante se ha ganado el derecho indiscutido a ese titulo.
En cualquier caso se trata de un libro muy bueno al que tal
vez le pasa algo parecido a lo que le pasa al manual de Rafa y es que a ratos
resulta demasiado culto lo que si bien no lo hace difícil de leer sí que te
crea un cierto sentimiento de incultura y de estar perdiéndote referencias y
conocimientos esenciales (como con esa imprecación de “por Hecate” que esta por todas partes casi como una celebración de
amigos borrachos o la posible broma/parecido con la editorial Ancora y Delfín
en la que estoy seguro que hay mucho más de lo que yo he sabido captar). No
solo está muy bien escrito y refleja un amor impresionante por los libros, aquí
más centrado en el oficio necesario para la edición del libro (el impresor) que
en la literatura en si como en el caso de Rafa si no que ofrece visiones
alternativas de imágenes y cosas que merecen la pena: “¿Has visto como pintan a la Virgen, pisando una víbora? No es que se
esté peleando con ella, eso son engaños para cristianos: la víbora es parte de
ella y la pisa para que no ataque. Si la suelta estas perdido”; reflexiones
que no dejan de ser de actualidad: “Sera
un infierno y será horroroso y lo que tú quieras, pero cuando te pones a hacer
cuentas, al final de las crisis siempre se gana más que en las bonanzas, aunque
sea vendiendo la cuarta parte. Ya lo dice el refrán: Vaca flaca engorda al amo”
que a su vez se basan en ciertas premisas de la desigualdad inherente a las
relaciones laborales en las que se los
poderosos pueden afirmar que “el
jornal es el dinero mejor invertido, te da esclavos convencidos de que son
libres”.

Un gran principio de mes, con estos dos libros excelentes
por derecho propio y no por ser de familiares y conocidos pese a lo que pueda
parecer que merecían ser seguidos por uno de mis (y de una supermodelo de los
ochenta, de nombre Claudia) clásicos personales: John Irving y su
Avenue of mysteries. Si, así en Ingles,
ya que pese a que ya estaba la traducción disponible y esperándome en mi
librería de referencia, ya sabéis la
Librería
Méndez de la calle mayor, y seguramente habría llegado también a la
librería Fuenfría de Cercedilla, decidí
pedirlo a
Amazon para poder leerlo en
inglés ya que nunca es lo mismo y en algunos autores la versión original es, si
es posible, necesaria. De Irving lo he leído todo, incluso un libro que el
mismo se permite referenciar en este diciendo que es un libro que no ha leído
casi nadie (probablemente Claudia no lo haya hecho) y todos (salvo uno),
incluso ese que no le ha gustado a ninguno de mis conocidos, me han gustado.
Por eso me extraña tanto que esta vez no haya sido ni tan siquiera capaz de
acabar esta novela, que he dejado cuando llevaba tres cuartas partes, y me temo
lo peor que no sea culpa suya si no culpa mía, que haya cambiado últimamente
más de lo que había imaginado que había cambiado. Igual simplemente no era el
momento para este libro y para mí pero me duele no haber sido capaz de
acabarlo.
Pese a no haber podido terminarlo, Irving siempre tiene reflexiones
que comparto como la que hace sobre la reescritura de la vida, ya sea en modo
de biografía o de simple historia, ya que toda biografía y en cierta medida
casi cualquier historia – Rafa dixit, creo – es en gran medida póstuma, como
también lo son los recuerdos o los sueños: “The
way you remember or dream about your loves ones – the ones who are gone – you
can’t stop their endings from jumping ahead of the resto of their stories. You don’t get to choose the chronology of what you dream, or the order
of events in which you remember someone. In your mind – in your dreams, in your
memories – sometimes the story begins with the epilogue.”
¿Qué haríamos si toda
nuestra familia muriera y nos quedáramos completamente solos?¿Cómo
reaccionaríamos ante ese puñetazo de dolor Está son las preguntas con las
que la contraportada presenta el libro
¿Has
tenido familia alguna vez? Y por razones obvias que no vienen al caso de
momento y que tampoco hay que repetir ya que mis pocos lectores ya sabéis a que
me refiero pues me tentaron a comprarlo. Leído el libro y comparando este con
la contraportada solo puedo darle una vez más la razón a mi hermano cuando
explica lo extraño que resulta que la gente compra sus libros precisamente por
lo único que él no ha escrito: la contraportada, que habitualmente escribe la
editorial más con un interés comercial que con uno de reflejar la realidad del
libro al que acompaña. Cuando esto ocurre, como es este caso, todo el libro sea
bueno o malo se ve desvirtuado (al menos para mí) y uno se queda con un mal
sabor de boca que ni siquiera la coincidencia con ciertos planteamientos pueden
paliar:
“En general, he hecho las paces
con mis errores, pero a menudo me tropiezo con un recuerdo y me tumba”.
Estoy seguro, es inevitable y en gran medida coincido, que
eso de comprar algunos libros en el idioma original es una pedantería, incluso
una pedantería innecesaria pero precisamente en este libro (y en otros) además
de la falta de coincidencia entre la contraportada y el contenido se detectan
algunos problemas de traducción que parecen indicar que posiblemente el
original tiene otro sonido, otro ritmo (otro tropo que diría un poema de
Vallejo sin errata) que lo mejoran ya que leer algo como “… con
los familiares sonidos del chicle de la Madonna de los ochenta…” ciertamente
hace daños a mis odios y si traducimos (probablemente) “Bubblegum music” por chicle
cuando menos nos perdemos cuando no nos enfadamos directamente.

Esto de la traducción es aún más importante cuando
precisamente una de las características del autor es su uso del lenguaje, del
lenguaje de la calle, su uso precisamente la seña de identidad, es lo que da
credibilidad a la novela. En estos casos esto tiene que estar mucho más cuidado,
por lo que leer algo como
“Un cenicero en
el que se acumulaban los restos de cinco filtros de Kool y la capa de un puro
vaciado de picadura de la que aun colgaban unas cuantas hebras de sativa”
entiendo que para describir un cenicero en el que había colillas y los restos
de un porro en una novela de un escritor que se supone refleja el lenguaje
callejero es cuando menos preocupante. Esto es exactamente lo que pasa en
Los
impunes, que es una novela correcta aunque nada deslumbrante en el
planteamiento pero que se supone escrita por uno de los guionistas más
cotizados por su verbo callejero en estados unidos. Me cuesta creerme que la
frase suene ni medio parecida en inglés, que tenga las mismas implicaciones, el
mismo
“trapo”… aunque todo es posible
y puede que no sea problema del traductor. Nunca se sabe pero las otras novelas
que he leído de Price sin traducir si tienen ese sonido callejero y esa
credibilidad en el lenguajes, o mejor dicho en la adaptación del lenguaje a los
personajes.

No tengo muy claro que me llevo a seleccionar
Cuentos tempranos de Capote entre los
libros que había. Supongo que fue simplemente su estatus de autor clásico, casi
de lectura obligatoria, ya que creo recordar que otros cuentos que había leído de
el no me habían gustado especialmente (excepción hecha del obvio) si bien si me
gustó muchísimo un libro de entrevistas que leí hace tiempo y en el que en
lugar de entrevistar a Marilyn entrevistaba a su asistenta (o criado, que eran
otros tiempo). En cualquier caso el calificativo de
tempranos me tenía que haber hecho desconfiar, precisamente por su
sinceridad ya que esto es lo que son: unos cuentos tempranos, de un
principiante que apunta maneras pero que no tienen nada especialmente
remarcable. Se leen bien, sin problemas pero creo que solo tienen, si es que
tienen alguno, un interés para fans o para estudiosos. Ahora mismo soy incapaz
de recordar ninguno que me haya dejado la más mínima huella, lo cual es
realmente pobre, y ninguno de ellos me ha hecho tomar una nota de una idea o
frase interesante (que por otra parte es la única forma que tengo de conseguir
recordar algo entre la lectura y la escritura de estas lecturas).
Hace un par de años tenía dudas sobre si Philip Kerr era de
verdad aficionado al futbol o de si sencillamente, después de su serie de éxito
sobre un investigador privado en la Alemania nazi, había decidido hacer una
especie de tour de forcé y escribir
una novela sobre un tema que a priori podría prestarse poco a desarrollar una
buena novela: el mundo del futbol. Digo esto no porque crea que el mundo del
futbol carezca de los elementos para hacer una novela negra ya que otra cosa no
le faltara pero dinero, corruptelas, drogas, mafias, en fin todos los elementos
para una novela (o una serie) negra los tiene sí no más bien en el sentido de
si puede leerse con placer una novela sobre futbol (no, no me refiero a una
novela en la que el futbol sea un añadido, como en la de Rafa, o como los
cuentos aquellos de Rafael Verdu), me refiero a una novela negra en la que los
personajes sean futbolistas y que realmente sea sobre futbol.

La duda se me quito cuando leí
Mercado de invierno, la primera novela de la serie del entrenador
investigador privado Scott Manson, que era una novela negra muy maja, pero pensé
que se debía precisamente al
oficio
de Kerr y que era una casualidad. Pero parece que no, ya que
La mano de Dios me
ha parecido una novela excelente y eso que – como si fuera una novela
cultureta – estoy casi seguro de que me
he perdido casi todas las referencias de la novela, y seguramente cosas que
mucha otra gente hubiera captado sin ningún problema. La verdad es que resulta
un poco cabreante confirmar que existe otra cultura de la que yo no tengo ni
idea, que existe otro tema en el que soy enciclopédicamente inculto. Es incluso
un poco más cabreante perderse las referencias de una cultura – que para mal en
mi opinión – es mucho más extendida, más social, más común que la cultura
minoritaria, esa cultura con mayúsculas que comparten seguramente la mayor
parte de mis contemporáneos pero que a mí me resulta totalmente ajena pero que
existe (pero si hasta hay un santo de los jugadores de futbol: San Luigi
Scrosoppi se llama el santo y ). En cualquier caso si bien la novela no me ha
dado ganas de aprender más de futbol (ni siquiera el conocer a Paul Heaton, un
verdadero fan del futbol y un genio de la música, y la posibilidad de comunicarme
un poco más con un él lo consiguieron) he de reconocer que es la típica novela
muy entretenida como no esperaba menor de Kerr y al menos yo, de momento, seguiré
leyendo las de la serie.
Pues nada, acabo aquí mis libres del mes de forma anticipada
y curiosamente con tiempo para ver la final de un torneo de fútbol (creo que la
Champions) que parece que se juega en breve entre el Real y el Atleti… curioso
y con tiempo, pero no lo suficientemente curioso como para verla. Ya me
informare mañana (inevitablemente) y ya, si eso, más adelante intento solventar
mis lagunas oceánicas de incultura futbolera.