Los diarios de Adán y Eva – Mark Twain
El arte de tener razón – Arthur Schopenhauer
El loro de Flaubert – Julian Barnes
La mitad de la verdad – Zygmunt Miloszewski
Voy con retraso, voy con retraso casi como aquel conejo de
“llego tarde, llego tarde”. No solo para escribir sobre mis lecturas mensuales
si no que “llego tarde, llego tarde” para escribir sobre otras cosas que era la
intención original, prácticamente incumplida, de este blog (lo de los libros
era solo una excusa, copiada de Nick Hornsby todo sea dicho, para intentar
coger un poco de ritmo).
“llego tarde, llego tarde” me repito, incluso un poco más
desde que ayer Facebook me recordó que hace tres años que empecé este blog.
¿Tres años, tres? (como las hijas de Elena, que también eran tres, y ninguna
era buena). Tres años parece una barbaridad de tiempo, sobre todo para haber
compartido tan pocas historias, recuerdos o paridas como tengo la sensación de
haber compartido.
Ciertamente tengo la sensación de no haber contado
prácticamente ninguna historia, casi ningún recuerdo (o del revés ya que si
tengo que fiarme de los comentarios recibidos parece que mis recuerdos son más
bien historias y no cosas que han sucedido o que no han sucedido como yo las he
contado. Todo mentira, todo sucedió casi exactamente como lo he contado) y
pocas o ninguna paridas. Además en estos tres años han pasado cosas de las que
podría haber hablado: me he mudado de casa, he cumplido cincuenta años, he
vuelto a ver a Lourdes en un bar casi de noche, he visto a amigos de la
infancia que no veía desde que éramos enanos (o adolescentes), he visto buenos
conciertos, me he hecho director de un
par de asociaciones técnicas, he trabajado poco (por aquello de la crisis, la
social y la mía personal), me han fascinado algunas chicas y “casi” he llegado
a enamorarme de ellas, he dejado de ver a otras personas importantes para mí y
prácticamente he firmado un contrato editorial para un libro técnico (no lo he
firmado porque aún tengo que escribirlo y la presión nunca es buena para nada
salvo para procrastinar). En fin, lo normal en tres años: han pasado cosas y
otras que deberían haber pasado, pues no han sucedido o han sucedido y yo las
he olvidado o ni siquiera las he recordado: sigo sin tener tocadiscos, mi
abuela sigue viva y todavía tengo un cuadro sin colgar en mi casa (bueno, esto
último no ha sucedido no porque no lo haya colgado – que lo he colgado dos
veces – si no porque el bricolaje y yo, como las manualidades y la
pretecnología que hacíamos en el colegido de pequeños, no nos llevamos bien y
yo lo cuelgo y él se cae).
Tres años dice Facebook y gracias a los servicios
estadísticos de este sitio en el que “alojo” mi blog veo que es verdad y compruebo
que mis entradas en conjunto han recibido más de diez mil visitas (incluso
descontando las 28 que recibí ayer directamente desde el Facebook por
“compartir” el recuerdo), una cifra que se me antoja increíble incluso
descontando las mías propias que no deberían estar incluidas pero nunca se
sabe.
Más increíble incluso se me antoja que haya escrito cuarenta
y nueve entradas (con esta cincuenta) ya que eso quiere decir que hay unas
trece que no son mis entradas mensuales sobre libros (eso es más del veinticinco
por ciento). Es decir que piense lo que yo piense, tenga la sensación que
tenga, parece que una de cada cuatro entradas que he escrito trata sobre algo
distinto a los libros que he leído en el mes y teniendo en cuenta que cuando
escribo de libros a veces también comparto algún recuerdo o parida pues algo he
debido de compartir aunque, si alguien me preguntara que, le diría que no tengo
ni idea, que no he compartido prácticamente nada y que “llego tarde, llego
tarde” para el objetivo de compartir recuerdos, paridas y otros.
Pero parece que no tanto, que algo aunque yo no lo recuerde
sí que he compartido. Tendré que releerme para averiguar qué cosas he contado y
confirmar si eran verdad o no; igual van y tienen razón los amigos que me dejan
comentarios (aunque lo dudo).
En cualquier hoy toca hablar de libros y lo primero – aunque
seguro que los más observadores, viendo los títulos, ya lo habéis notado – es
hablar de su procedencia, que no es otra que la librería Fuenfría de Cercedilla, mi librería de referencia a
distancia ya que soy un maldito vago que no se acerca por allí y que prefiere
seguir aprovechándose de su hermano mayor para el trabajo sucio de acercarme
los libros hasta la civilización, incluso a riesgo de dejar en sus manos la
selección de los mismos; y espero que la vuestra, vuestra librería de
referencia, con visita al librero tarambana que además ahora tiene nuevo libro
publicado lo que justifica que os acerquéis (una vez más, espero, aunque si no
pues que os acerquéis por primera vez) y os lo llevéis dedicado con un cariño
proporcional al número de cañas o vinos que toméis con el autor (que por cierto
os puede firmar libros de otros autores sin ningún tipo de pudor y con una
calidad de falsificación envidiable como prueban los numerosos libros firmados
– hasta por Dickens – de la biblioteca de mis padres).
Supongo que un poco excesivo considerar Los diarios de Adán y Eva como un libro, mucho mas como dos libros
separados por mucho que estén escritos con trece años de separación, ya que no
pasan de ser dos divertimentos del
autor, obviamente innecesario explicar que en forma de diario de los mismísimos
Adán y Eva, fundamentalmente de sus primeros días juntos. Machista, misógino,
políticamente incorrecto son adjetivos que, con mayor o menor acierto se pueden
aplicar a ambos textos sobre todo si uno se dedica a la lectura literal o
textual (en el sentido de sin contexto) ya que además de decir frases que
pueden ser clasificadas de auténticas barbaridades deja entender cosas que
incluso son más barbaridad en el sentido de ser todavía más estereotipo pero…
la verdad es que, como todas las exageraciones de los estereotipos y pensando,
muy generosamente, que la forma de pensar que reflejan estos sin cosa de otros
tiempos resulta divertido, incluso a ratos bastante divertido. Inevitablemente,
como una caída aparatosa de un desconocido o desconocida en la calle, divertido
pero no apto para todos los públicos (feministas reivindicativas y literales deberían
abstenerse de su lectura, en mi opinión).
Después de un divertimento me sentía capacitado, al menos
todo lo capacitado que iba a estar, para enfrentarme a El arte de tener razón, para enfrentarme al mismísimo Schopenhauer y a un texto de filosofía, aunque fuera solo
a un opúsculo. La primera sorpresa de
su lectura proviene de cuando se intenta explicar el título del libro,
argumentando la diferencia entre tener la
razón y llevar la razón para
decir que el libro trata de estrategias para llevar la razón, que no para
tenerla que obviamente no es el objetivo de la dialéctica erística (que al parecer es el título original del
dichoso opúsculo). Todo muy bien
explicado pero… ¿no debería tener, por lo tanto, otro título el libro? No sé,
igual me he perdido algo o realmente es que a mí la filosofía me confunde
sobremanera. En cualquier caso y por no faltar a la verdad reconoceré que solo
me he leído la parte central del libro – la escrita por el mero Schopenhauer –
las estratagemas para tener razón, y que he obviado todo el análisis final del
editor (casi la mitad del libro).
Las estratagemas si bien son divertidas, a la par que
conocidas en su mayoría, y pueden observarse en directo en casi cualquier
conversación o debate de actualidad algunos detalles quedan obviamente invalidados
por el cambio de lenguaje y de su significado, como: “si el adversario ha propuesto un cambio cualquiera, denomínalo innovación,
pues esta palabra es odiosa” siendo desde hace algún tiempo la palabra
innovación una de esas palabras mágicas que se convierten en un lugar común
para decir chorradas como la sinergia
en los años ochenta o la economía
circular en los próximos años.
Por otra parte hay cosas con las que sencillamente estoy en
desacuerdo con Schopenhauer (tranquilamente, de filosofo no practicante a
estrella de la filosofía) , al menos con su forma de expresar alguna idea y con
la generalización que realiza para rebatir algunos conceptos como el del
argumento de autoridad llegando a afirmar que “… quien hace profesión de una cosa no a ama a la cosa, sino a su
ganancia, ni que quien enseña una cosa raras veces la conoce a fondo, pues a
quien la ha estudiado a fondo generalmente le queda poco tiempo para enseñar”;
mientras que con otras no puedo estar más de acuerdo, pese a su obviedad: “lo que es cierto en teoría tiene que serlo
también en la práctica: si no lo es, hay un fallo en la teoría, se ha pasado
algo por alto y no se ha tenido en cuenta, y por consiguiente también es falso
en la teoría”. Amén a eso Bro Schop
(ya, ya sé que es Schopi para los
amigos filósofos pero, pese a la lectura de este opúsculo, no me incluyo entre
ellos).
Entre las revistas técnicas que leo siempre hay un par de
artículos (venga, confesemos la verdad y digamos que más de uno en cada número)
de las que ni siquiera consigo entender el título, el título del artículo no me
proporciona ninguna información sobre el contenido del artículo, mas allá de la
información obvia de que me voy a perder en su lectura. Pese a esta suposición educada de que si no entiendo
el título no merecería la pena leer el artículo, muchas veces lo leo y
(sorpresa, sorpresa: soy un poco tarado) a veces incluso me entero de algo
interesante o por lo menos consigo entender el título (que no es poco). Pues
algo parecido me ha pasado con El loro
de Flaubert, que seguramente será tan famoso como la madalena de Proust pero que yo no tenía ni idea de a que se
refiere, problemas de mi incultura enciclopédica. No tenía, ni tengo, ya que
después de leer el libro sigo sin tener una idea clara de que cual es el
significado del loro. Lo que si tengo claro es que yo no clasificaría este libro como una
novela, bajo ningún concepto pensaría o diría que se trata de una novela. Puede
que sea porque ahora mismo estoy escribiendo para un blog (dicho así parece que
a veces escriba para otras cosas, y no… salvo algunas veces, pocas) pero a mí
me parece una recopilación de posts
sobre Flaubert, muy cultos, muy variados, muy eruditos (seguramente), algunos entretenidos e incluso algunos sobre
loros o sobre El Loro, pero a un mundo, o a una categoría, de mi concepto de
novela.
La ultima aportación del librero tarambana es tal vez la
única novela que podría haberme comprado yo mismo si la hubiera visto en la
librería ya que la verdad es que las anteriores nunca hubieran sido
seleccionadas por mí en el mostrador de una librería (bueno, no nunca que puede
que en momentos de mucha necesidad las hubiera seleccionado ya que como dice el
dicho “nunca digas de esta agua no beberé
ni este cura no es mi padre”). Debo aclarar que digo esto como algo
positivo y no solo para que Rafa me siga evitando la necesidad moral de subir
hasta la librería Fuenfria de Cercedilla si no porque realmente pienso que
resulta sumamente enriquecedor el leer cosas (u oír música, o ir a sitios, o,
en general, hacer cosas) que uno un hubiera elegido por uno mismo, al fin y al
cabo todos tenemos una tendencia natural a seleccionar siempre cosas parecidas
lo que nos empobrece (siendo esta precisamente una de mis quejas sobre los
buscadores de internet y en general de los seguimientos automatizados de
noticias: que solo nos dan lo que queremos ver o lo que nos ha interesado
antes. Pero divago, si eso, ya lo despotricamos del uso de la tecnología otro
dia).
La mitad de la verdad
es una novela, la primera de este mes, y no solo porque lo diga la
contraportada si no porque tiene una historia, unos personajes, una narración
(ya, ya sé que esto es una simpleza de lector principiante y que en los
talleres literarios construyen novelas sin personajes, sin historia y/o sin
narración a base, como decía Rafa, de ajustar piezas con llaves inglesas y con
monos de trabajo llenos de grasa). Vale, es una novela pero por mucho que se
empeñe la contraportada no es una novela negra. No señor, no todas las novelas
en las que hay asesinatos son novelas negras; el hecho de que maten a un par de
personajes o de que alguien investigue esas muertes no transforma una novela en
una novela negra. No para mí. Tampoco creo que una novela se transforme en negra
por introducir unas cuantas frases negras
de las que esta novela carece salvo cuando se refiere a un eslogan de la
Dirección de Trafico de Polonia que en primavera y para prevenir las bravuconadas de los motoristas lanzo una
campaña con el slogan “Con la primavera
llegan los vegetales” e ilustrada con accidentes de moteros que se habían
quedado en estado vegetativo.
No sé, no tengo claro lo que convierte a una novela en una
novela negra, supongo que es la suma de muchas cosas entre las cuales está sin
duda el reflejar adecuadamente a parte de la sociedad (normalmente pero no
necesariamente marginal) y hacerlo con credibilidad (igual esto es simplemente
lo que diferencia una novela buena de una mala). No lo sé, pero cuando una
novela incluye cosas como: “Los teloneros
empezaron con bestiales temas punk-rock, para luego pasar a un estado más
melódico tipo Iron Maiden” pues como que a mí me deja fuera de lugar y me
hace difícil otorgarle la credibilidad necesaria para considerarla una buena
novela.
No, no porque no pueda ser creíble que un grupo empiece con bestiales temas punk-rock y luego
pase a algo más melódico tipo Iron Maiden,
que todo puede ser y que grupos malos y descentrados hay muchos y es posible,
incluso, que esto esté tomado directamente de la crónica real de un concierto
en Varsovia pero…. No es el momento de discutir de crítica musical, si eso, ya
lo hacemos otro día que ahora “llego tarde, llego tarde” y tengo que pensar en
alguna historia o recuerdo para mis próximos posts…
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