sábado, 14 de mayo de 2016

Comentario de textos - Abril 2016

Los diarios de Adán y Eva – Mark Twain
El arte de tener razón – Arthur Schopenhauer
El loro de Flaubert – Julian Barnes
La mitad de la verdad – Zygmunt Miloszewski


Voy con retraso, voy con retraso casi como aquel conejo de “llego tarde, llego tarde”. No solo para escribir sobre mis lecturas mensuales si no que “llego tarde, llego tarde” para escribir sobre otras cosas que era la intención original, prácticamente incumplida, de este blog (lo de los libros era solo una excusa, copiada de Nick Hornsby todo sea dicho, para intentar coger un poco de ritmo).

“llego tarde, llego tarde” me repito, incluso un poco más desde que ayer Facebook me recordó que hace tres años que empecé este blog. ¿Tres años, tres? (como las hijas de Elena, que también eran tres, y ninguna era buena). Tres años parece una barbaridad de tiempo, sobre todo para haber compartido tan pocas historias, recuerdos o paridas como tengo la sensación de haber compartido.

Ciertamente tengo la sensación de no haber contado prácticamente ninguna historia, casi ningún recuerdo (o del revés ya que si tengo que fiarme de los comentarios recibidos parece que mis recuerdos son más bien historias y no cosas que han sucedido o que no han sucedido como yo las he contado. Todo mentira, todo sucedió casi exactamente como lo he contado) y pocas o ninguna paridas. Además en estos tres años han pasado cosas de las que podría haber hablado: me he mudado de casa, he cumplido cincuenta años, he vuelto a ver a Lourdes en un bar casi de noche, he visto a amigos de la infancia que no veía desde que éramos enanos (o adolescentes), he visto buenos conciertos, me he hecho  director de un par de asociaciones técnicas, he trabajado poco (por aquello de la crisis, la social y la mía personal), me han fascinado algunas chicas y “casi” he llegado a enamorarme de ellas, he dejado de ver a otras personas importantes para mí y prácticamente he firmado un contrato editorial para un libro técnico (no lo he firmado porque aún tengo que escribirlo y la presión nunca es buena para nada salvo para procrastinar). En fin, lo normal en tres años: han pasado cosas y otras que deberían haber pasado, pues no han sucedido o han sucedido y yo las he olvidado o ni siquiera las he recordado: sigo sin tener tocadiscos, mi abuela sigue viva y todavía tengo un cuadro sin colgar en mi casa (bueno, esto último no ha sucedido no porque no lo haya colgado – que lo he colgado dos veces – si no porque el bricolaje y yo, como las manualidades y la pretecnología que hacíamos en el colegido de pequeños, no nos llevamos bien y yo lo cuelgo y él se cae).

Tres años dice Facebook y gracias a los servicios estadísticos de este sitio en el que “alojo” mi blog veo que es verdad y compruebo que mis entradas en conjunto han recibido más de diez mil visitas (incluso descontando las 28 que recibí ayer directamente desde el Facebook por “compartir” el recuerdo), una cifra que se me antoja increíble incluso descontando las mías propias que no deberían estar incluidas pero nunca se sabe.

Más increíble incluso se me antoja que haya escrito cuarenta y nueve entradas (con esta cincuenta) ya que eso quiere decir que hay unas trece que no son mis entradas mensuales sobre libros (eso es más del veinticinco por ciento). Es decir que piense lo que yo piense, tenga la sensación que tenga, parece que una de cada cuatro entradas que he escrito trata sobre algo distinto a los libros que he leído en el mes y teniendo en cuenta que cuando escribo de libros a veces también comparto algún recuerdo o parida pues algo he debido de compartir aunque, si alguien me preguntara que, le diría que no tengo ni idea, que no he compartido prácticamente nada y que “llego tarde, llego tarde” para el objetivo de compartir recuerdos, paridas y otros.

Pero parece que no tanto, que algo aunque yo no lo recuerde sí que he compartido. Tendré que releerme para averiguar qué cosas he contado y confirmar si eran verdad o no; igual van y tienen razón los amigos que me dejan comentarios (aunque lo dudo).

En cualquier hoy toca hablar de libros y lo primero – aunque seguro que los más observadores, viendo los títulos, ya lo habéis notado – es hablar de su procedencia, que no es otra que la librería Fuenfría de Cercedilla, mi librería de referencia a distancia ya que soy un maldito vago que no se acerca por allí y que prefiere seguir aprovechándose de su hermano mayor para el trabajo sucio de acercarme los libros hasta la civilización, incluso a riesgo de dejar en sus manos la selección de los mismos; y espero que la vuestra, vuestra librería de referencia, con visita al librero tarambana que además ahora tiene nuevo libro publicado lo que justifica que os acerquéis (una vez más, espero, aunque si no pues que os acerquéis por primera vez) y os lo llevéis dedicado con un cariño proporcional al número de cañas o vinos que toméis con el autor (que por cierto os puede firmar libros de otros autores sin ningún tipo de pudor y con una calidad de falsificación envidiable como prueban los numerosos libros firmados – hasta por Dickens – de la biblioteca de mis padres).


Supongo que un poco excesivo considerar Los diarios de Adán y Eva como un libro, mucho mas como dos libros separados por mucho que estén escritos con trece años de separación, ya que no pasan de ser dos divertimentos del autor, obviamente innecesario explicar que en forma de diario de los mismísimos Adán y Eva, fundamentalmente de sus primeros días juntos. Machista, misógino, políticamente incorrecto son adjetivos que, con mayor o menor acierto se pueden aplicar a ambos textos sobre todo si uno se dedica a la lectura literal o textual (en el sentido de sin contexto) ya que además de decir frases que pueden ser clasificadas de auténticas barbaridades deja entender cosas que incluso son más barbaridad en el sentido de ser todavía más estereotipo pero… la verdad es que, como todas las exageraciones de los estereotipos y pensando, muy generosamente, que la forma de pensar que reflejan estos sin cosa de otros tiempos resulta divertido, incluso a ratos bastante divertido. Inevitablemente, como una caída aparatosa de un desconocido o desconocida en la calle, divertido pero no apto para todos los públicos (feministas reivindicativas y literales deberían abstenerse de su lectura, en mi opinión).

Después de un divertimento me sentía capacitado, al menos todo lo capacitado que iba a estar, para enfrentarme a El arte de tener razón, para enfrentarme al mismísimo Schopenhauer y a un texto de filosofía, aunque fuera solo a un opúsculo. La primera sorpresa de su lectura proviene de cuando se intenta explicar el título del libro, argumentando la diferencia entre tener la razón y llevar la razón para decir que el libro trata de estrategias para llevar la razón, que no para tenerla que obviamente no es el objetivo de la dialéctica erística (que al parecer es el título original del dichoso opúsculo). Todo muy bien explicado pero… ¿no debería tener, por lo tanto, otro título el libro? No sé, igual me he perdido algo o realmente es que a mí la filosofía me confunde sobremanera. En cualquier caso y por no faltar a la verdad reconoceré que solo me he leído la parte central del libro – la escrita por el mero Schopenhauer – las estratagemas para tener razón, y que he obviado todo el análisis final del editor (casi la mitad del libro).

Las estratagemas si bien son divertidas, a la par que conocidas en su mayoría, y pueden observarse en directo en casi cualquier conversación o debate de actualidad algunos detalles quedan obviamente invalidados por el cambio de lenguaje y de su significado, como: “si el adversario ha propuesto un cambio cualquiera, denomínalo innovación, pues esta palabra es odiosa” siendo desde hace algún tiempo la palabra innovación una de esas palabras mágicas que se convierten en un lugar común para decir chorradas como la sinergia en los años ochenta o la economía circular en los próximos años.
Por otra parte hay cosas con las que sencillamente estoy en desacuerdo con Schopenhauer (tranquilamente, de filosofo no practicante a estrella de la filosofía) , al menos con su forma de expresar alguna idea y con la generalización que realiza para rebatir algunos conceptos como el del argumento de autoridad llegando a afirmar que “… quien hace profesión de una cosa no a ama a la cosa, sino a su ganancia, ni que quien enseña una cosa raras veces la conoce a fondo, pues a quien la ha estudiado a fondo generalmente le queda poco tiempo para enseñar”; mientras que con otras no puedo estar más de acuerdo, pese a su obviedad: “lo que es cierto en teoría tiene que serlo también en la práctica: si no lo es, hay un fallo en la teoría, se ha pasado algo por alto y no se ha tenido en cuenta, y por consiguiente también es falso en la teoría”. Amén a eso Bro Schop (ya, ya sé que es Schopi para los amigos filósofos pero, pese a la lectura de este opúsculo, no me incluyo entre ellos).

Entre las revistas técnicas que leo siempre hay un par de artículos (venga, confesemos la verdad y digamos que más de uno en cada número) de las que ni siquiera consigo entender el título, el título del artículo no me proporciona ninguna información sobre el contenido del artículo, mas allá de la información obvia de que me voy a perder en su lectura. Pese a esta suposición educada de que si no entiendo el título no merecería la pena leer el artículo, muchas veces lo leo y (sorpresa, sorpresa: soy un poco tarado) a veces incluso me entero de algo interesante o por lo menos consigo entender el título (que no es poco). Pues algo parecido me ha pasado con El loro de Flaubert, que seguramente será tan famoso como la madalena de Proust pero que yo no tenía ni idea de a que se refiere, problemas de mi incultura enciclopédica. No tenía, ni tengo, ya que después de leer el libro sigo sin tener una idea clara de que cual es el significado del loro. Lo que si tengo claro es que  yo no clasificaría este libro como una novela, bajo ningún concepto pensaría o diría que se trata de una novela. Puede que sea porque ahora mismo estoy escribiendo para un blog (dicho así parece que a veces escriba para otras cosas, y no… salvo algunas veces, pocas) pero a mí me parece una recopilación de posts sobre Flaubert, muy cultos, muy variados, muy eruditos (seguramente),  algunos entretenidos e incluso algunos sobre loros o sobre El Loro, pero a un mundo, o a una categoría, de mi concepto de novela.

La ultima aportación del librero tarambana es tal vez la única novela que podría haberme comprado yo mismo si la hubiera visto en la librería ya que la verdad es que las anteriores nunca hubieran sido seleccionadas por mí en el mostrador de una librería (bueno, no nunca que puede que en momentos de mucha necesidad las hubiera seleccionado ya que como dice el dicho “nunca digas de esta agua no beberé ni este cura no es mi padre”). Debo aclarar que digo esto como algo positivo y no solo para que Rafa me siga evitando la necesidad moral de subir hasta la librería Fuenfria de Cercedilla si no porque realmente pienso que resulta sumamente enriquecedor el leer cosas (u oír música, o ir a sitios, o, en general, hacer cosas) que uno un hubiera elegido por uno mismo, al fin y al cabo todos tenemos una tendencia natural a seleccionar siempre cosas parecidas lo que nos empobrece (siendo esta precisamente una de mis quejas sobre los buscadores de internet y en general de los seguimientos automatizados de noticias: que solo nos dan lo que queremos ver o lo que nos ha interesado antes. Pero divago, si eso, ya lo despotricamos del uso de la tecnología otro dia).

La mitad de la verdad es una novela, la primera de este mes, y no solo porque lo diga la contraportada si no porque tiene una historia, unos personajes, una narración (ya, ya sé que esto es una simpleza de lector principiante y que en los talleres literarios construyen novelas sin personajes, sin historia y/o sin narración a base, como decía Rafa, de ajustar piezas con llaves inglesas y con monos de trabajo llenos de grasa). Vale, es una novela pero por mucho que se empeñe la contraportada no es una novela negra. No señor, no todas las novelas en las que hay asesinatos son novelas negras; el hecho de que maten a un par de personajes o de que alguien investigue esas muertes no transforma una novela en una novela negra. No para mí. Tampoco creo que una novela se transforme en negra por introducir unas cuantas frases negras de las que esta novela carece salvo cuando se refiere a un eslogan de la Dirección de Trafico de Polonia que en primavera y para prevenir las bravuconadas de los motoristas lanzo una campaña con el slogan “Con la primavera llegan los vegetales” e ilustrada con accidentes de moteros que se habían quedado en estado vegetativo.

No sé, no tengo claro lo que convierte a una novela en una novela negra, supongo que es la suma de muchas cosas entre las cuales está sin duda el reflejar adecuadamente a parte de la sociedad (normalmente pero no necesariamente marginal) y hacerlo con credibilidad (igual esto es simplemente lo que diferencia una novela buena de una mala). No lo sé, pero cuando una novela incluye cosas como: “Los teloneros empezaron con bestiales temas punk-rock, para luego pasar a un estado más melódico tipo Iron Maiden” pues como que a mí me deja fuera de lugar y me hace difícil otorgarle la credibilidad necesaria para considerarla una buena novela.

No, no porque no pueda ser creíble que un grupo empiece con bestiales temas punk-rock y luego pase a algo más melódico tipo Iron Maiden, que todo puede ser y que grupos malos y descentrados hay muchos y es posible, incluso, que esto esté tomado directamente de la crónica real de un concierto en Varsovia pero…. No es el momento de discutir de crítica musical, si eso, ya lo hacemos otro día que ahora “llego tarde, llego tarde” y tengo que pensar en alguna historia o recuerdo para mis próximos posts


No hay comentarios:

Publicar un comentario